UN CAFÉ (ACABADO)

UN CAFÉ

Había más de seis mil millones de personas en el mundo en un área de 510 millones de kilómetros cuadrados divididos en cinco continentes. Su continente, al que ella pertenecía tenía treinta y seis países y su país, EE. UU. Tenía cincuenta estados y un distrito federal.

Podía dar datos geográficos del mundo, quizás enumerar todos los países que conformaban el mundo con todas sus capitales, incluyendo algún otro dato más, ríos, lagos, montañas…

Era una de las más prestigiosas detectives de Nueva York, una de las más precoces…

Era inteligente, condenadamente inteligente y racional. Tenía unos principios inquebrantables y una moral inusitada a su edad. Era responsable y humilde, interesante y atractiva…

Todas las personas que la conocían podrían hacer una gran lista, y las personas que no sabían nada de ella, que tan sólo la habían visto alguna vez también podrían hacerla.

Y allí estaba ella, sentada en una cafetería con él en frente, pensando en todas aquellas personas perfectas y maravillosas que habitaban el mundo. Había tantas personas tan idóneas para ella… y no quería a ninguna. Sólo a él, que hablaba ajeno a sus pensamientos.

Desvió por un momento su mirada de sus ojos de mar y se centró en repasar cada una de las mesas de aquella cafetería.

Una señora hablaba con una mujer más joven animadamente. Tenían bolsas de diversas tiendas y compartían unas tortitas con nata.

Una familia comía helados con dos niños pequeños que se levantaban y sentaban como jugando entre ellos; los padres, enfrascados en una conversación algo aburrida por la cara de ella. Tal vez hastiada de su vida “idílica”.

Dos jóvenes que se hacían carantoñas y tomaban un par de batidos, ella de nata, él de chocolate… y el deseo grabado en los ojos de ambos. Miradas furtivas, algún roce cariñoso, una sonrisa cómplice.

Al fondo, una pareja de ancianos tomaba un refresco, probablemente para pasar el tiempo que les quedaba juntos, intentando huir de la monotonía. Dejando pasar las horas del reloj hasta que se tuvieran que ir a casa.

Un grupo de amigos, unos cinco, chicas y chicos, que tenían sobre la mesa un mapa y una revista sobre el ocio en Jersey. Reían.

Y luego estaban ella y él. Dos cafés sobre la mesa. El de él con poca leche y dos sobres de azúcar; el de ella, con más leche y sin azúcar. Dos cucharillas se movían tintineantes de un lado al otro de las tazas. Él se había callado y ahora la observaba, ella volvió de nuevo a sus ojos y le sonrió.

“En qué piensas?”, le dijo.

“En los seis mil millones de personas que hay en el mundo”. En ti, podría haber añadido.

Pienso en quién seré cuando llegue a la edad de aquella viejecita, podría haber continuado, pienso si algún día me sentaré en una cafetería como esta a leer un periódico mientras recuerdo cómo fueron los mejores años de mi vida, los años en los que tú estabas en ella.

Pienso en lo triste que hubiera sido mi existencia, lo perfectamente vacía y placentera que hubiera sido mi vida si no llegas a irrumpir en ella como un huracán de emociones.

Pienso en lo que me hubiera perdido por no luchar. Porque antes de ti me había jurado no luchar más por nadie, no me quedaban fuerzas.

Pienso que a mi edad tengo donde elegir, Dios! Tengo seis mil millones de elecciones, y probablemente un alto porcentaje de personas perfectas, personas con las que divertirme y hablar, congeniar, pasar un buen rato…

Y pienso que ya he hecho mi elección. Y que de los seis mil millones de personas que hay en el mundo tú me pareces única. Y tan única que aún no entiendo como todo el mundo que tiene la posibilidad de cruzar contigo dos palabras, por muy desagradables que sean, no se den cuenta de que acaban de conocer a alguien que les podría cambiar la vida.

Pienso en la estupidez que lleva a esas personas a no ver que tienen delante de sus ojos a la mejor persona con la que podrían encontrarse. Porque no todo está en las primeras frases, porque siempre hay algo detrás.

Y pienso en lo terriblemente afortunada que soy. Porque entre seis mil millones de personas yo te he elegido para compartir mi vida, y pese a todo y a todos me siento orgullosa; pero entre todas esas personas tú me has elegido para tomar un café.

La miró confuso y extendió su mano. Rozó sus dedos y sonrió.

“Deberías dejar de pensar en todo el mundo”

“Lo sé”

Y cerró la mano apresando la de él, y le sonrió de nuevo. Bebió de su taza de café.

Y se sintió llena y feliz.

Porque a veces un café era mucho más que un simple café. A veces un café era una vida entera. Un momento mágico. Una parada de tiempo…

Era… el café que ellos compartían.