DENTRO DE MÍ (ACABADO)

- Estás seguro de que quieres irte? – Le escrutaba con la mirada desde su sillón.
- No sé cómo puedes preguntarme eso… nunca voy a estar seguro de eso. – Dijo tranquilo, sin que le temblara la voz.

Se miraban, ya no había pánico en sus ojos. Había aprendido a contrarrestar cada uno de sus ataques y vaya si lo hacía bien. Estaban solos. Por enésima vez en esa semana se habían quedado hasta tarde trabajando, y por enésima vez también, habían hablado.

Si alguien le hubiera preguntado por las vidas del otro, ellos las hubiesen detallado al dedillo. Aquellos días, aquellas horas interminables en la comisaría y alrededor de aquella mesa, les había servido para conocerse mejor que en los últimos cuatro años. Parecían demasiados.

Y allí estaba él, la última noche que compartían, dispuesta a irse. Ya no me queda nada que aprender y ya tuve bastante experiencia para los libros, le había dicho. Su voz, contra todo pronóstico, sonaba serena, no temblaba, no inflexionaba… y sonreía. Ella, confusa; sabía que detrás había algo más de lo que él decía. Asistía a toda una clase de maestría de su “alumno”… comenzaba a pensar que le había superado en el control de las emociones.

- Y por qué lo haces entonces?
- Porque creo que es lo que debo hacer. – Volvió a sonreír pero ella, sin en cambio, estaba seria.
- No sabes que es lo que debes hacer. Aún te queda terminar un libro. – Recursos escasos para conseguir que se quedara, lo sabía, pero no era capaz de emplear otros.
- Lo sé, pero puede solventarse con una buena imaginación.
- Qué te hace pensar que no voy a quejarme después de lo que hayas escrito? – Ahora fue ella quién sonrió.
- Porque sé que, en el fondo, me tienes algo de aprecio. Y porque sabes que me lo merezco.

Miró la hoja que tenía delante suya y la firmó sin leerla.

- Te fías de lo que haya escrito? – Subió, entonces, la mirada del papel y se encontró con su verde mar.
- Siempre. Seguro que respetas mi imagen en ese capítulo y en ese resumen sobre mí que me acabas de dar a firmar. Pero… - Hinchó los carrillos y volvió a sonreír, no sabía qué debía hacer para retenerle.
- Eso es un cumplido? – La sorpresa se instauró en su rostro.
- Curioso, verdad? Cuatro años para un cumplido… soy de efectos retardados. – Se inclinó un poco más en su silla y cogió su boli.
- Eso no es del todo cierto… - comenzó a menear su bote de vicodinas – Una de las veces que te salvé la vida me diste las gracias y me felicitaste por la ayuda a resolver el caso aunque fuera arriesgado.
- Bien, tres años y medio, entonces… Y no me salvaste del todo pero… respetaste mi decisión. Cosa que yo, por cierto, no hice.
- Jamás habría hecho lo que hice en otro lugar. – Por un momento sus ojos brillaron recordando el momento en que los ojos de ella se clavaban en los suyos mientras se sumía en el negro tras el disparo que en ese momento ponía fin a su sufrimiento.
- Por eso te vas? Para no verme más veces morir o no tener que salvarme?
- No me arrepiento, si es eso a lo que te refieres.
- Quiere decir que volverías a hacerlo?
- Puede.

Y de pronto se quedaron en silencio, escrutándose el uno a la otra. A Beckett le rondaba una pregunta desde aquel día y no se la había hecho. En realidad, dos; pero corría el peligro de no ser contestada, más aún… de ser ignorada o escuchar algo que no estaba segura de querer escuchar.

- Por qué lo hiciste?
- Por qué quieres saberlo? – Era una lucha, un partido de tenis.
- Curiosidad.
- La curiosidad mató al gato. – Sonrieron.
- Correré el riesgo.
- Porque me lo pidió el cuerpo.
- Vaya – dijo sorprendido – eso es nuevo. Tengo otra pregunta.
- Sorpréndeme. – Se levantó pero el impacto de las palabras de Beckett le hicieron regresar a su posición original.
- Lo harías de nuevo? – Beckett contrarrestó la situación.
Silencio y sorpresa. Una sorpresa que le dejó anclado en la silla.

- Cómo dices?
- Si llegase el momento, si volviera a estar en peligro, intentarías salvarme a pesar de ponerte en peligro tú? – Intentó no desviar sus ojos de él y no turbarse aún más, no quería pensar en aquello.
- Ese momento no llegará. – Dijo lo más seguro que pudo, casi sin creérselo.
- Si llegara?

Silencio.

- Contesta. – Inquirió. – Lo harías? Por mí, lo harías? – Le miró y no supo leer su expresión. Bajó la cabeza un solo instante para recuperar la voz y enfrentarse de nuevo a él.
- Sí.

Un monosílabo que a ella le significaba una vida, nunca mejor dicho. Hasta él se sorprendió con su contundencia.

- Por qué? – Necesitaba saber más. Respiró hondo y contestó con una sonrisa melancólica, casi sorprendida de contestar aquello.
- Porque te quiero. Y no soportaría verte sufrir de esa manera.
- Mi sufrimiento vale más que el tuyo? Se merece ser paliado antes que el tuyo?
- Si soy yo quién decide, sí.

Ella dio por zanjada la conversación. Ya se habían dicho demasiadas cosas. Iba a emprender el camino hacia la puerta cuando su voz le obligó a detenerse y girarse para mirarle.

- Yo nunca voy a decirte que te quiero. – Él sonrió más aún, aquello no había terminado; pero ella también era curiosa. – no puedo pedirte que te quedes, no soy así. Tampoco te voy a preguntar nunca tu opinión sobre determinadas cosas ni… - No la dejó terminar; él también se había levantado pero sin avanzar más allá de la mesa, y tuvo que apoyarse en ella cuando ella contestó.
- Tú lo harías? – Avanzó un paso, le dijo él.
- Si haría qué?
- Si me salvarías a mi? – Ella se quedó noqueada con la pregunta y decidió echar el resto.
- Técnicamente por profesionalidad y obligación lo haría pero… si lo pensara dos veces no sé si podría.
- Por “obligación”? – Preguntó expectante.
- Por egoísmo. Quiero morir antes que tú.
- Para qué?
- Para no tener que vivir sin ti. No quiero que seas un recuerdo.
- No lo soy.

Y rompieron el espacio que les separaba. Y se quedó. Porque no podía irse, porque él no quería ser un recuerdo en su mente y no quería recordarla a ella de esa manera tampoco. Porque a veces los recuerdos no bastan para saciar una vida… aunque supiera que llegaría el momento en que él sólo pudiera vivir con eso, con su recuerdo.

Pero era fuerte, sabía que podría hacerlo. Y porque su sufrimiento siempre estaba por detrás del de cualquiera, por detrás del de ella. Porque ella sí sería capaz de vivir con su recuerdo, y de ser feliz con él, porque le daría fuerzas para seguir adelante. Y ella… seguiría toda la vida orgullosa de él, estuviera donde estuviera… Porque los cuerpos se esfuman pero el alma siempre permanece en aquellos que nos quieren.

Y él permanecería junto a ella siempre, porque nunca iba a abandonarla. Y ella cerraría los ojos y podría sentirle, podría oírle y verle… Porque siempre, siempre viviría dentro de ella.