La lista (capítulo 2) 20/06/2013

Capítulo 2
Harás ejercicio

El despertador sonó cuando el sol aun no se había decidido a dejarse ver. Richard Castle se incorporó de golpe, haciendo a un lado las sábanas para correr hacia el despacho, pero a mitad del camino paró dando un manotazo al despertador para que dejara de sonar. Luego caminó hacia el despacho luciendo sus boxes de seda.

Se sentó en su silla de cuero marrón y abrió su portátil, encendiéndolo. El sonido de inicio invadió la habitación mientras él repiqueteaba los dedos en la madera de la mesa. -Vamos, vamos. -apremió sin paciencia al ordenador. Y este pareció hacerle caso, pues cinco segundos después todos los iconos del escritorio habían cargado mostrando multitud de carpetas y documentos sueltos. Pero él solo desplazó el ratón hacia una de las carpetas, una llamada "Locuras", luego la abrió, y entre fotos de su hija y él haciendo el tonto encontró un documento en concreto, uno titulado "La lista".

Seleccionó el documento, abriéndolo para ver una lista con el primer punto en negrita "Ayudar con el papeleo". Tras un suspiro, Castle tachó dicho punto y puso un "Fracaso" al lado. Porque eso había resultado ser ese punto de la lista, un simple y nefasto fracaso.

Desde ese incidente con el café, cuyas consecuencias obligaron a Kate a quedarse sin dormir y llevar un día de retraso con el papeleo, la detective no había cruzado con él más de cuatro palabras justas. Y ya había pasado una semana.

Viendo el panorama, Castle había optado por no pasarse por comisaría hasta que hubiera un caso, pero los asesinos estaban de vacaciones y él no podía estar quieto, tenía que hacer algo para intentar arreglar la situación o entretenerse un rato. Y para eso estaba el punto dos de la lista.

Con una sonrisa y un "Lo lograré" con levantamiento de puños incluido, echó una última ojeada a dicho punto y cerró la tapa del portátil.

Y mientras el reloj de la mesita sumaba un minuto más, Rick se levantó, caminó hacia su habitación y abrió las puertas de su armario. -¿Dónde estás, dónde estás? -escrutó todas las prendas una a una, descartando sus habituales trajes y camisas hasta que lo encontró, allí, en el rincón más escondido del cubículo.

-¡Por fin!

Martha entró al loft intentando no hacer ruido, pero, irónicamente, un sonoro golpe resonó en la otra punta de la planta. La actriz corrió hacia el ruido y al llegar a la habitación de su hijo se encontró la luz encendida, la cama bacía y unas piernas sobresaliendo por debajo de ella.

-¿Richard?

Otro golpe sonoro retumbó por la habitación. Castle salió de debajo de la cama, sentándose en el suelo con las manos en la cabeza y un evidente gesto de dolor.

-¿Madre? ¿Qué haces aquí? -preguntó al cabo del rato él, frotándose la cabeza.

-¿Yo? ¿Qué hacías tú ahí? -señaló el espació que había entre la cama y el suelo.

Rick se levantó del suelo, encogiéndose de hombros.

-Busco algo... -dijo él volviendo a agacharse para mirar debajo de la cama.

-¿Qué buscas?

-Las deportivas.  

Su madre lo miró con la boca entre abierta, dándose cuenta del chándal que portaba su hijo.

-¿Esas que tanto presumes de tener pero nunca usas? -dijo ella cuando aceptó la situación tan... atípica.

Rick elevó su cabeza para achicar sus ojos hacia ella.

-Sí que las uso.

-Ya, ya... -la actriz negó con la cabeza, gestualizando con sus manos. -De todas formas, las pusiste arriba, en una caja con...

No pudo terminar la frase, su hijo se levantó como un rayo, corriendo escaleras arriba. Martha observó la reacción del escritor con las cejas levantadas y, solo cuando desapareció de su vista, se atrevió a adivinar.

-Beckett. -dijo, encogiéndose de hombros para caminar hacia su habitación con una sonrisa.

A quince manzanas de su loft, Richard Castle arrastró sus pies hacia la farola más cercana, dejando su frente sudorosa sobre ésta antes de intentar acompasar su respiración.

La gente pasaba por su lado mirándolo y cuchicheando cosas a las que él no prestó atención. Es más, ni si quiera le importó las risas que escuchaba de fondo, solo quería y necesitaba acompasar su respiración, tranquilizar la locomotora que tenía por corazón y conseguir aire, mucho aire para sus pulmones.

Salido de la nada, y sin invitación, un perro se acercó a la farola para olfatearla con intención.

Rick gruñó con fuerza, mostrándole los dientes.

-Mía... -jadeó el escritor abrazando a la farola, aquél soporte improvisado que lo mantenía en pié.

El animal levantó las orejas en cuanto escuchó el gruñido, inclinó su cabecita blanca hacia un lado y ladró moviendo la cola, Castle le contestó con otro ladrido. Su dueño, distraído hasta el momento con su teléfono móvil, cogió al perro en brazos y tras una mirada de asombro hacia el escritor, salió de allí sin mirar atrás.

Castle suspiró aun jadeando y volvió a posar su cabeza en la farola, cerrando los ojos.

Minutos después, cuando su reloj marcó las siete y cuarenta y cinco de la mañana, Rick se separó un poco de la farola, mirando hacia su derecha, al camino de vuelta a casa. Quizás ya era hora de volver al loft.

Pero cuando dio un paso hacia su objetivo algo le hizo mirar brevemente hacia la izquierda. Y la vio.

Kate Beckett corría a unos quince metros de distancia, con su vista clavada al frente y su coleta ondeando al viento.

Como en una de esas decisiones difíciles que uno debe tomar en su vida, Castle miró hacia el camino de vuelta a casa y luego a ella, a la mujer que no veía desde hacía una semana. Y decidió hacer un sacrificio.

-¿Pero esta mujer no se cansa? -jadeó Castle a cuarenta metros de la detective. La aludida seguía en su ritmo rápido, sin inmutarse, mirando al frente como los caballos sin dejar de pisar con fuerza el camino de tierra de aquella zona de Central Park.

¿Y él?  Él insistía en seguirla como un suicida, empeorando su cansancio.

Quizás era una tontería. Pensaba Castle con las pocas neuronas que funcionaban en su escaseo de oxígeno. Correr detrás de ella solo para verla, sin atreverse a acercarse por si le pegaba un tiro debía ser una tontería, porque no tenía sentido.

Sin pensárselo más, Castle frenó en seco, sentándose en mitad del camino de tierra, haciendo que una bicicleta pasara por su lado, rozándole. El chico de la bicicleta tocó el timbre rosa, curiosamente ridículo y le grito un -¡Casi te mato! -pero el escritor, solo atinó a mirar al cielo con las manos apoyadas en la tierra.

-Ya estoy muerto... -siseó ahogadamente, cerrando los ojos.

La gente siguió pasando por su lado, diciendo blasfemias y cosas por el estilo. Pero él no les hizo ni caso, se concentró en recuperar el aire que tanto anhelaba sin pensar en la detective; en su enfado; en los siete días que llevaba ignorándolo; en los posibles días que seguiría sin verla...

Por inercia, sus ojos se abrieron para mirar hacia el camino que ella había seguido y la vio, la vio hablando con un cachas de turno.

Ella reía de algún chiste malo que había hecho el individuo y este, vestido con un chándal similar al de ella, hizo un gesto hacia una dirección en concreto y ella asintió. El cachas reanudó su marcha y Kate lo siguió, riéndose. La boca de Castle se comprimió con fuerza apretando la mandíbula cuando, sin ton ni son, musculman aminoró su marcha imperceptiblemente para mirarle el culo a Kate.

Levantándose de golpe, Castle corrió a marcha forzada para no perderlos de vista. Ahora ya no era una tontería seguir corriendo.

Un cuarto de hora después, cuando la ira hacia musculman estaba subiendo a limites insospechados, algo pasó. Escondiéndose detrás de uno de los muchos árboles de la zona, Castle vio como Kate paraba su marcha haciendo un gesto con la mano antes de coger su móvil y saludar con su ya típico "Beckett". Y aunque Castle no podía escucharla con claridad, supo quien la llamaba cuando la detective hizo un gesto de despedida hacia musculman, gestualizando con sus labios un "Lo siento, trabajo." que musculitos contestó con un encogimiento de hombros y un adiós simple.

Y allí se quedó Castle, detrás del árbol, sonriendo como un tonto mientras la detective caminaba en dirección opuesta a musculman, hablando con Esposito de lo que Castle adivinó que sería un nuevo caso.

Pero la sonrisa del escritor duró cinco segundos, lo que tardó en escuchar a la detective.

-¿Llamar a Castle? -dijo entre dientes. -Deja que me mentalice primero.

Rick miró a la detective con pánico en lo ojos, pero esta siguió con lo suyo hasta desaparecer de su vista. Estaba claro, hizo bien en seguirla de lejos.

Kate golpeaba la punta sus dedos sobre el volante de su coche. Su vista estaba clavada en la acera de en frente, donde se suponía que debía aparecer el sospechoso. Llevaban todo el día con el caso y, con un poco de suerte, quizás esta vez tenían al malo. Sería todo un récord y un alivio a la vez. Así cerraban el caso, hacían el papeleo y podía mandar a Castle a casa.

Castle...

Su vista se desvió al asiento del copiloto, ese asiento que ahora permanecía desierto, y sus pensamientos se volcaron en Castle y en el enfado que aun mantenía sobre él.

Esposito y Ryan se habían reído durante toda la semana de ella y su "mala idea" de dejar que Castle la ayudara con el papeleo. Así que nada más ver a Castle aparecer con sus dos tazas de cafés caminando hacia la escena del crimen, rechazó el baso de cafeína que tantos dolores de cabeza le había creado con el papeleo, y dividió la investigación en dos grupos para poner al escritor con los detectives. Por lo que apenas había visto a Castle.

En algún momento del día, Kate había pensado que quizás estaba exagerando un poco, pero solía retirar ese pensamiento con rapidez.

Él se lo había buscado.

Levantó su muñeca y miró su reloj. Las siete de la tarde. Tenía que estar por aparecer, si es que aparecía. En eso pensaba hasta que unos golpes en la ventanilla del copiloto la distrajeron.

Dando un pequeño salto, giró la cabeza hacia el asiento del copiloto y lo vio. Castle estaba semi agachado, golpeando el cristal con su mano izquierda mientras que con la otra sujetaba un par de vasos de café y una bolsa.

-Los chicos me han echado de coche y me preguntaba si...

Un chasquido se escuchó por todo el auto y Castle miró a la parte baja de la ventanilla. Había puesto el pestillo.

-Kate... -gimió él haciendo el morrito típico de niño de nueve años. Pero ella mantenía su vista hacia adelante, ignorándolo. -Te he traído café.

Kate lo miró de reojo.

-Mira, como a ti te gusta. De tu tienda favorita, con un terrón de azúcar y uno de vainilla. -señaló el recipiente, moviéndolo levemente. Kate se mordió el labio inferior. Llevaba todo el día sin café en las venas. -Y también tengo... -con la mano libre sacó una magdalena de la bolsa que tenía debajo del brazo. -Algo para picar.

Tras un suspiró de resignación, Kate quitó el pestillo dejando entrar a un Castle feliz.

-Gracias. -dijo este, sentándose en el asiento. Pero antes de que pudiera acomodarse del todo, Kate extendió un brazo hacia él, sin mirarlo.

-Dame.

Con una sonrisa satisfecha, Castle le pasó lo que le pedía con cuidado. Kate recibió el recipiente para abrirlo aspirando su aroma. Y no tardó en darle un sorbo con los ojos cerrados. Cuando los abrió de nuevo Castle lo miraba por debajo de sus pestañas, extendiéndole la bolsa de magdalenas y Kate aceptó la ofrenda.

Y ahí estuvieron los dos, en un silencio cómodo que presagiaba una reconciliación inminente. O al menos eso esperaba Castle, pero Kate no parecía querer dar su brazo a torcer.

-Por cierto... -siseó Kate al cabo del rato, sin mirarlo. Rick la observó con un trozo de magdalena en la boca. -La próxima vez que salgas a correr usa música, ayuda. -sonrió de medio lado y Castle se ahogó con la magdalena.