La lista (capítulo 2) 20/06/2013

Sus pies se desplazaban con fluidez por las aceras neoyorkinas, siguiendo los pasos acelerados de los tacones de su compañera. -¡Beckett! -exclamó en forma de aviso con el aire que le quedaba, pero ella ni si quiera le prestó atención. -¡Es un correcaminos!- pensó el hombre que la acompañaba, chocándose con los obstáculos y la gente que ella sí esquivaba. Estaba claro, correr no era lo suyo, y menos detrás de un individuo que parecía tener un turbo en el culo. ¿Por qué no dejaba de hacer cosas malas y se dedicaba al atletismo?

-¡Castle, que se nos escapa! -chilló la detective a más de veinte metros de distancia de su presa.

Y era verdad, el “malo malito” -como Rick lo había bautizado- cruzaba la carretera saltando encima de los coches que pararon, de milagro, para no atropellarle. Kate llegó un poco más tarde e hizo lo mismo con gran agilidad; Castle se estampó contra el primer coche.

La gente exclamó tras ver como el escritor arroyaba el auto, literalmente, por no saltar a tiempo, y luego le daba una patada resentido. -¡Coche malo, coche malo! -lo regañó.

-¡Castle! -le devolvió a la realidad la voz de Kate. Ya casi no se le veía.

Rick soltó una última cachetada al capó y se fue mientras el conductor lo insultaba por la ventanilla. Cuando llegó a la otra acera, se limitó a seguir la voz de Beckett entre el barullo de la gente. Ya no la veía, aunque el sonido de su voz se iba haciendo más fuerte a cada paso que daba. Una de dos, o su detective tenía unos pulmones de oro incluso corriendo detrás de un ferrari, o se estaba acercando a ella.

La respuesta llegó cuando ojeó en la lejanía a un corrillo de personas mirando hacia un punto en el suelo. Rick sonrió deduciendo la causa de tanto espectáculo. Llegó al centro de atención de media calle y se hizo un hueco entre los espectadores. Kate esposaba al sospechoso mientras lo retenía en el suelo, sentada sobre su espalda.

-¡Ya era hora! -replicó la inspectora desde su “asiento”.  -¿Tenías que llegar tan tarde? -continuó, apretando las esposas del detenido al tiempo que este se quejaba. Seguramente lo dejó sin muñecas.

-No es culpa mía que os apasione correr tanto. -se defendió intentando recuperar el aire perdido, haciendo grandes esfuerzos para mantenerse en pié. Luego no pudo evitar expulsar el poco oxigeno recuperado con una ladeada sonrisa. -Pero tranquila, la próxima vez traigo unos de esos patines molones con ruedecitas de colores que...

Kate lo fulminó con la mirada.

-O puedo ponerme en forma. -rectificó con la boca pequeña.

Beckett revoloteó los ojos. -No estaría mal. -contestó, poniendo al detenido en pié para poder llevarlo al coche, que precisamente quedaba bastante lejos. -Apuntalo en tu lista de “cosas que mejorar”. -ironizó. -Ya sabes, al lado de ayudar a tu compañera a hacer el papeleo, obedecer un poco más, mejorar tu modestia y controlar tus ansias de ligues entre otras cosas. -le sonrió con los ojos entreabiertos, incriminándolo. -Más de uno lo agradecería, créeme.

Rick abrió la boca en un gesto inequívoco de sorpresa que no pudo evitar hasta que la detective pasó a su lado, haciéndose paso entre la gente. Y allí se quedó, con los ojos fijos en su caminar y la boca entre abierta, como hacía tres años atrás. Quizás, y solo quizás, no era tan descabellado lo que le estaba diciendo.

Monos con espadas, sardinas voladoras, zombies vegetarianos, calamares con miedo al limón... De todas las barbaridades que habían pasado por su cabeza, aquella, la que aún no se atrevía ni a nombrar por miedo al qué dirán, era su preferida. Quizás por eso sonrió mientras escribía. Ahora sí que se divertía tecleando en su ordenador, no como en sus últimas novelas. Lejos quedaba ya aquella vieja conversación con Gina y su “Antes escribir era divertido, ahora es como trabajar.”. Aunque, en si, lo que mostraba la pantalla de su portátil era muy distinto a sus acostumbrados best sellers. Más bien parecía una lista de la compra.

-Uno, dos, tres... -numeró uno a uno todos los puntos que había organizado por orden de importancia, con detalles escuetos y concisos de lo que abarcaba cada... ¿idea? No sabía como llamarlo. Locura, quizás.

-¿Nikky Heat? -preguntó una vozecilla asomándose por la puerta del despacho. Su padre la reconoció al instante, levantando la mirada para sonreír al manojo de pelos alborotados de su pelirroja. La chica bostezó.

-No. -contestó él, con una energía insólita para esas horas de la mañana.

-¿Estás escribiendo otra novela?

El tono de la pelirroja surgió escéptico y sorprendido, pero su padre pareció omitir aquel sutil detalle.

-No. -repitió el monosílabo alargándolo más de lo debido.

Alexis rebufó negando con la cabeza. -¿Entonces? -se cruzó de brazos.

-Tan solo escribía.

-Ya... -lo escrutó con la mirada.

Él le mostró todos su dientes para después levantarse de la silla alargando los brazos, estirándolos hacia arriba con un audible bostezo.

-A veces viene bien escribir por escribir. -contestó con la boca entre abierta. -Deberías probarlo.

-Eso díselo a Gina. -rebufó ella, acercándose al escritorio de su padre. Pero cuando estaba a punto de alcanzar el portátil, el escritor la abrazó por los hombros, arrastrándola hacia el comedor. -¡Papá! ¿Qué haces? Quiero ver...

El aludido le tocó la barriga, acercando su oído para improvisar una enorme “o” en su boca.

-¿No tienes hambre? ¡Mira, pero si te rugen las tripas! Vamos a desayunar algo.

Y entre gritos de “¡Papá!”, “¡Lo digo en serio!”, “Suéltame o... ¡No, no! ¡Chocotillas no!”, Richard Castle cerró la puerta de su despacho, y mientras sus voces se perdían por el pasillo, la luz del portátil iluminaba su estudio con un puñado de palabras y un título en la cabecera:

Metió una moneda en la máquina, pulsó el botón conveniente y, cuando el ruido se lo indicó, se agachó para coger la  bebida seleccionada. Destapó la botella y bebió un poco antes de marcharse hacia su mesa. Sus tacones resonaron entre el caminar de los demás policías, visiblemente más ajetreados y desesperados que los suyos. Siguió su camino y se sentó frente a su escritorio, ante ese cementerio de papeles que le arrancaban más de un suspiro de resignación.

-Montañas de documentos, el ordenador echando humo, paz, tranquilidad, ningún café sobre la mesa... Como se nota que no tenemos ningún caso. -le sorprendió la voz de Esposito a sus espaldas.

Kate dio un saltito para luego darse la vuelta. El detective le sonrió desde una posición más elevada, donde la mirada asesina de la detective perdió eficacia.

-Dime que tienes algún caso. -rogó ella.

-No, lo siento, pero al parecer hoy no aparecerá cierto escritor.

Kate rebufó. -Vale. -dijo, dándole la espalda a su compañero para coger la botella recién comprada. Esposito sonrió a sus espaldas y caminó hacia su mesa, sentándose lentamente, sin dejar de mirarla. -Deja de mirarme y trabaja. -replicó ella con su tono autoritario, dando unos sorbos a su botella antes de dejarla sobre la mesa. Luego se centró en los papeles. Ni se molestó en levantar la vista para visualizar la sonrisa torcida del detective.

-Lo echas de menos. -aseguró.

Ahora sí, Kate levantó la cabeza con el ceño fruncido y los ojos entre abiertos. -En sus sueños. -soltó con una calma que Esposito identificó de auto impuesta.

Él detective río y Kate rebufó, centrándose de nuevo en su ordenador. O esa era la idea hasta que alguien habló a su espalda.

-Jefa, será mejor que aumentes tu dosis de café. Montgomeri dice que intentemos terminar el pap... -Kate golpeó su mesa y giró su silla de ruedas para fulminarlo con la misma mirada asesina con la que había saludado a Esposito, pero esta vez funcionó. Ryan tragó saliva. -¿Qué pasa?

-Nada. -dijo ella, volviendo a mover su silla, centrándose en el papeleo, como si no hubiera sucedido nada. Ryan la observó y luego miró a su compañero, que gestualizó un poco sutil “Castle, tío, Castle.” -¿Castle? -leyó él en voz alta, arrepintiéndose al instante. Kate ladeó ligeramente la cabeza, mirándolo por debajo de sus pestañas con un “Sigue y te mato” grabado en sus ojos.

El instinto de supervivencia de Ryan le dijo que lo mejor era caminar hacia su escritorio y sentarse. Y eso hizo.

Kate cogió la botella de agua, la abrió y observó la silla bacía de Castle. ¿Echarlo de menos? Eso significaría aguantar sus chistes malos, su aire infantil, sus ligoteos, sus teorías descabelladas, su fobia al papeleo...

Un sonido similar al que hacen los niños cuando beben zumo la distrajo. Levantó la mirada y vio a Esposito beber en su taza de café sin mirarla, pero con una media sonrisa en la cara.

Kate cerró la botella de agua estrujando el plástico en su proceso y la dejó sobre la mesa, chasqueando sus dientes antes de volver a teclear con insistencia.

Por su puesto que no lo echaba de menos.
Castle salió del ascensor con una sonrisa en los labios, el pecho erguido, la cabeza alta y dos cafés en sus manos. Las miradas de Ryan y Esposito se posaron en él en cuanto pasó por delante de sus mesas. Él los saludó con un "Hola" escueto y paró frente al escritorio de la detective, dejando los cafés sobre la madera.

-Buenos días detective.

Como si de un espejismo se tratara, la aludida levantó su cabeza lentamente, abriendo la boca como sus compañeros antes de elevar una ceja.

-¿Castle?

Con una sonrisa más amplia de lo habitual, el escritor se aplanó la camisa antes de sentarse en su ya agenciada silla. -Buenos días detective... -repitió por si no le había escuchado. -¿Qué tal el día? -se acercó más a su mesa, analizando con la vista la pila de documentos que acorralaban su escritorio como un muro.

Kate no se dio cuenta de ese repentino interés por el papeleo.

-¿Qué estás haciendo aquí, Castle? -atinó a decir cuando pudo mover la boca. -No hay ningún caso. -miró hacia los cafés mordiéndose el labio. Ella no se dio cuenta, pero Castle estaba demasiado ocupado contando las columnas de documentos como para mirarla.

-Lo se, sino me hubieras llamado.

Escuchó responder al escritor y ella extendió la mano hacia uno de los cafés, acariciando el recipiente antes de cogerlo. Retiró el plástico que hacía de tapa, acercó el baso a su nariz y olfateó ese aroma a cafeína que tanto necesitaba. En un gesto inconsciente, sus ojos pasearon por un momento de la botella de agua, que descansaba al lado de la pantalla del ordenador; a Esposito quien había dejado su sorpresa inicial para sonreírla de medio lado.

La detective revoloteó los ojos antes de dar un sorbo a su café, haciendo que la sonrisa de Esposito se acentuara.

-¿Necesitas ayuda? -preguntó el escritor.

Kate escupió el café, tosiendo estruendosamente mientras apartaba la silla del escritorio.

-¿Qué? -logró decir con una mano en la boca. Pero en vez de escuchar un "Era broma" o un "Escuchaste mal detective" lo vio encogerse de hombros.

-Qué si necesitas ayuda con el papeleo. -repitió como si fuera lo más normal del mundo.

Kate dejó el café sobre la mesa y cerró los ojos momentáneamente, contando mentalmente hasta cinco antes de abrir sus parpados. Castle seguía con su sonrisa de niño pequeño.

-Déjalo Castle, te harás daño. -consiguió decir al cabo del rato, arrastrando su silla hacia el escritorio.

Por toda respuesta, Castle gimoteó.

-Oh detective, no me deje así... -Kate lo fulminó con la mirada. -Lo digo en serio, quiero ayudar. -se justificó él sin una pizca del tono irónico que Kate esperaba.

Desviando su vista hacia la mesa de sus compañeros atónitos, ella ponderó la posibilidad.

-¿Esto también es para documentarte? -elevó su ceja en su ya típico gesto de "no te creo, justifícate".

-Puede ser... -contestó con una media sonrisa. Kate volvió a mirar a sus compañeros, como queriendo verificar lo que estaba ocurriendo y los vio asentir repetidas veces.

Desprendida de la sorpresa inicial, Kate se mordió el labio antes de alcanzar una pila de documentos y extendérselos a él. Una oportunidad así no se podía desperdiciar.

Montgomeri miró el reloj de su despacho antes de apagar su ordenador. Las nueve y media. Ryan y Esposito ya habían terminando con sus últimos informes como les había ordenado, así que supuso que a Beckett le quedaría poco. -Hora de irse a casa. -se auto ordenó levantándose para luego ponerse su chaqueta oscura. Pero cuando estaba por abrochar los botones de dicha prenda, unos gritos lo alertaron.

Con su instinto policial puesto en marcha, Roy desenfundó su pistola y arroyó la puerta para apuntar hacia la zona de los gritos. Pero no tardó en bajar el arma.

-¿Pero qué...?

A lo lejos, una exasperada Kate gritaba con desespero a cierto escritor, quien intentaba por todos los medios frotar una servilleta sobre los documentos esparramados por la mesa.

-¿Qué pasa aquí? -preguntó más audiblemente esta vez, atrayendo la atención de toda la sala.

Ante la visión de su superior, Kate elevó una pila de papeles marrones y señaló hacia el escritor. -¡Derramó café encima!

Castle abrió la boca antes de negar con la cabeza.

-¡Fue sin querer! ¡El baso estaba mal colocado, fue cosa suya! -señaló al aludido tumbado entre el manojo de documentos ilegibles.

-¿Y a quién se le ocurre dejarlo encima de los papeles? -lo acusó Kate achicando los ojos.

Rick abrió la boca con un: -¿Me culpas a mí?

-¡Basta ya! -los interrumpió Montgomeri, quien seguía con su pistola desenfundada. Ambos lo miraron sin pronunciar palabra. -Castle, vuelve a casa y descansa. -ordenó.

-Pero...

-Ahora. -volvió a usar su tono firme. Tras un suspiro de derrota, Castle cogió su chaqueta y se despidió caminando hacia el ascensor. Cuando las puertas se cerraron, Kate se sentó en su asiento soltando un largo suspiro. -Tendrás que terminar el papeleo sola. -escuchó la voz de Montgomeri mientras este enfundaba su arma. -Lo quiero para mañana. -dijo, antes de caminar hacia la misma dirección que había seguido Castle.

Y allí se quedó Kate, sola ante un ejercito de papeles con olor a cafeína.

-Yo lo mato.

Continuará