Busted - One-shot para Clara99

Buenas tardeeeees! Aquí dejo el pedido de Clara99 . No sé si esto era lo que tenias en mente, pero espero que al menos se acerque un poquito a tus expectativas ^^. Y digo lo mismo a los demas. Muchas gracias por leer y confiar en los servicios del Gremio!

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—Sí, ya. Ya lo sé. Pero ojalá me importase —suspira, impaciente, taconeando sus pies con furia contra el suelo—. Oye, lo siento mucho por sus familiares, pero yo ya he acabado mi turno —sujetando su móvil con su oído y su hombro, torpemente, se deshace como puede de su blanca bata, colgándola sobre la percha de la sala de autopsias—. ¿Y qué culpa voy a tener yo de que le falte una mano? Si el tío se dedicaba a meterla donde no debía…

Resopla, enfrentándose nuevamente con la voz proveniente del otro lado mientras de reojo observa las manecillas de su reloj de pulsera, sosteniendo el teléfono con su mano derecha.

Ya va con media hora de retraso.

—Ah, no. Conmigo no cuentes. La menda ha acabado su turno, además ya he hecho planes —empuja con su costado ambas puertas metálicas de la fría sala, abandonando el pestilente olor a formol y tela esterilizada y dejándose acariciar por el incipiente aroma a gasolina.

No es que el embotado olor a gasolina quemándose lo haga mucho más agradable. Probablemente ni siquiera la venga bien. Se pararía a pensar en que todo ese tumulto de dióxido de carbono y otras porquerías que sueltan los coches probablemente la vayan a matar antes que todos los líquidos que tiene que inhalar dentro del Instituto Forense —y las respectivas medidas sanitarias llevadas a cabo para no contaminar el tejido de los cadáveres exigen que el aire pase, como mínimo, por cinco filtros diferentes antes de acondicionar cada una de las salas—, pero se tira la mitad de su vida aguantando ese olor repugnante a vísceras conservadas y otros desinfectantes; ahora lo que quiere es olvidarse de su trabajo en todos los aspectos, empezando por ese recuerdo.

Le da igual dejar que sus pulmones se pudran en el ambiente neoyorkino con tal de no volver a tener que entrar ahí dentro y dejar que la avinagrada esencia a muerto se le quede impregnada en sus fosas nasales y el resto de su cuerpo.

—Jeanette, bonita, llevo catorce horas ahí metida. Ni de coña me quedo yo ahí otro par de horas más esperando a que los del CSU encuentren su maldita mano. Eso me supone hacer horas extra y ¿sabes qué? Me faltan ganas para eso.

Busca con su mirada algún taxi libre que pase cerca del Instituto, rezando para que algún conductor tenga la buena voluntad de pasar cerca de ella. Está demasiado agobiada como para aguantar esa peste concentrada en los vagones del metro. Ese calor asfixiante, los empujones contra el cristal, esos vaivenes desquiciantes que sacuden el vehículo por los túneles.

Pasa. Pasa de todo eso. Ahora lo que quiere es relajarse, ver a su mejor amiga y tomarse una copa de vino a su lado o cualquier cosa que pillen a mano y les queme la garganta.

Quiere relajarse y evadirse mentalmente.

—Me importa un carajo. Ya aparecerá mañana, tienen hasta perros o no sé qué rastreando la zona. Y no te preocupes, yo estaré ahí, metiéndola en un tarro lleno de formol en cuanto me la traigan. Pero hoy no, lo siento. Díselo a Perlmutter o yo qué sé, pero paso de calentarme más la cabeza por eso.

Cuelga el móvil y lo despega de su oreja, levantando su mano cuando ve un taxi libre pasar al lado de su acera, respirando aliviada. Odia ese persistente egoísmo abundante en su profesión. Casi siente pena por su pobre compañera, pero a partir de ese momento es Lanie Parish, a secas, que hoy no quiere cargar con el muerto. No cuando ya ha terminado su jornada.

No cuando lleva toda la semana deseando que llegara este día.


—¡Lanie!

No le da tiempo a reaccionar. Su amiga envuelve su cuello entre sus brazos, abrazándola con tanta efusividad que a Lanie le cuesta reconocer que se trate de ella. Es como si no la hubiera visto en semanas. Inexplicable, pero verídico; esa de ahí se supone que es Kate Beckett. Cuando se separan la mira, arqueando una ceja, cuestionándola.

—¿Qué pasa? —pregunta, levemente inquieta.
—He llegado casi una hora tarde —deja caer, esperando a que algo gordo se le venga encima. Al menos un sermón en contra de su concepto de puntualidad.
Se encoge de hombros, restándole importancia— ¿Y? Habrás tenido mucho trabajo.
—Chica, últimamente estás muy… —frunce los labios, buscando las palabras— ¿rara?
Ella ladea su cabeza, invitándola a entrar— ¿Rara?
—No, o sea. Rara porque tú no sueles ser así.
—¿Por qué? ¿No puedo dar un abrazo a mi mejor amiga?
—Tía, llevas toda la semana así. Como si te hubieras metido una dosis de almíbar en vena. No, en realidad, llevas con eso un par de meses, por lo menos.

Beckett arruga sus labios, indiferente, con fingida confusión y la doctora puede percibir cierto nerviosismo cuando se desplaza hacia su sofá, recostándose sobre él. Ella la sigue; no es que sea una maestra descifrando todas y cada una de esas tendencias que definen un comportamiento en concreto. Pero Kate irradia una especie de vibración mágica, sensual. No se va a poner a analizarla a lo Freud, pero le resulta extraño. Demasiado extraño, y más viniendo de ella.

Hace no demasiado pasaba más tiempo entre suspiros y lamentaciones que a base de saltitos y pequeñas carcajadas malamente disimuladas.

—Ni que no tuviera derecho a estar feliz —se defiende como si le recriminara eso. Ella agita su cabeza.
—No me malinterpretes, es solo que… te veo algo raro por ahí. En serio —se cruza de brazos, mordiéndose el labio inferior como si trata de recordar algo.

Se acuerda de la primera vez que la vio después de la baja administrativa. Se acuerda de cómo le brillaba el pelo como si el universo entero estuviera reflejado en él, se acuerda del brillo centelleante en su mirada, de esa sonrisa inundada por la ilusión que nunca había visto en ella. La volvió a ver y era como conocer a una persona diferente. No en esencia, pero sí en imagen.

Como una Beckett que había decidido renovarse a sí misma por primera vez en demasiados años. Veía la imagen de la Beckett que en algún pasado todavía era feliz.

—Pues yo me reafirmo, nena —se aclara la voz—. ¿Quién es?
Se da dos segundos antes de contestar, levantándose y dirigiéndose hacia la cocina— ¿Quién?
—Con el que te fuiste de parranda el otro fin de semana —la observa buscar una botella en una de las despensas, levemente nerviosa—. Vamos, Beckett. Soy tu amiga.
—¿Y qué más da?
—¿Ves? A eso me refiero. Estás en plan secretista. Tú normalmente no eres así.
—Lo dices como si cada semana estuviera con un tío diferente —le reprocha, cerrando el armario y volviendo hacia el sofá. Tiene sus dedos enroscados alrededor de la boquilla de una botella de licor de flores.
—Con Demming me lo dijiste nada más salir con él. Con Josh, tres cuartos de lo mismo. ¿Es que estás bajo un pacto de silencio o algo así?
—¿Podrías dejar de acosarme con eso? —pega un sorbo directamente del morro de la botella, limpiándose los labios con dos dedos, en un intento por cambiar de tema.
—No me digas que el chorbo te ha metido en una de estas sectas ultra ortodoxas.
—Lanie, deja de ver la tele de madrugada. A esas horas solo echan pelis horribles y paranoicas y te está empezando a afectar.
—Es que noche hay algunas que no tenemos nada mejor que hacer… —deja caer con su tono más provocativo.
Pone sus ojos en blanco, gesticulando una suave sonrisa— En fin.

Lanie no parece desistir. La instiga con la mirada y ella desvía su atención hacia el suelo, levantándose. La forense carraspea, ella se rasca la nuca y luego suspira.

Y Lanie se pone nerviosa. Beckett no suele estar así con ella. Nunca ha estado así con ella y eso, en cierto sentido, le preocupa. Le preocupa ese factor desconocido, como si Beckett estuviera cometiendo algún tipo de error que fuera a perjudicarla lo suficiente como para poner punto en boca y alejarse de cualquier chismorreo.

—Venga ya, Kate.
—Voy al baño. Ahora vuelvo.
—Kate —repite, suplicante. Ella le saca la lengua.
—Vale, vale. Depende de lo perjudicadas que acabemos esta noche a lo mejor te lo cuento. O a lo mejor no —desafía, dirigiéndose hacia el interior de la casa.

Lanie descarga su peso contra el sofá, abatida, deslizándose hacia delante. No es que dude de la confianza de Kate, ni siquiera se lo replantea. Es su mejor amiga, su apoyo moral. Le suele contar todo y eso es lo único que ha permanecido bajo esa nube de suspense. Quizá el único secreto entre ambas. No quiere darle demasiada importancia porque sabe que al final será una de esas chorradas espontáneas en su vida.

Que será uno de esos polis que veían la comisaría; uno de esos que le guiñaban el ojo, Lanie le daba un codazo, sugerente y Beckett replicaba diciendo que nunca saldría con un tío como ese.

Que, nada más lejos de lo real, Beckett es una mujer a la que le cuesta tragarse el orgullo. A la que no le gusta que le digan “te lo dije”. Que odia por encima de muchas cosas verse sin razón.

Y antes de autoproclamarse ganadora, prefiere que ella se lo diga por su cuenta, sin presiones. Así le sabrá mejor la victoria.

El teléfono de su casa empieza a sonar y Lanie dirige su mirada hacia él, con la misma pose. Ella grita el nombre de su amiga desde el baño y Beckett responde que lo coja su amiga por ella.

—Di que estoy ocupada y tal. Probablemente sean de la comisaría —dice desde el servicio.

Lanie se levanta del sofá, perezosa y arrastra sus pies con desgana hasta el aparato, llevándoselo a su oreja. Va a contestar en nombre de Beckett cuando una voz se anticipa a cualquiera de sus palabras.

—Estoy totalmente desnudo, a punto de meterme en la ducha y pensando en ti —Lanie se muerde la lengua, intimidada por la grave pero jodidamente erótica voz de aquel hombre. Tan erótica que en un principio no reconoce— y no veas qué calores me están entrando, detective.

Se queda en silencio durante unos segundos, asimilando las pocas palabras que acaba de oír. O Beckett tiene una vida alterna en sus noches más salvajes o juraría que ese tío es el famoso y a la vez anónimo compañero sentimental de su amiga.

—¿Quién es? —pregunta Beckett, su voz suena amortiguada.
—Lo sé, te he dejado sin palabras —Lanie suspira, la entonación del hombre cambia y se le hace absurdamente familiar esa voz. Tan absurda que está punto de echarse a reír sobre el suelo—. Estaba pensando que podrías venirte aquí. Mi madre se ha ido de juerga con sus alumnos de la cosa esa dramática y Alexis no va a aparecer en toda la noche. Y… me encantaría frotarte la espalda. U otras cosas. Lo que tú quieras.
—¿Lanie? —la puerta del servicio se abre y la forense vuelve a contener la respiración.
—¿Beckett? ¿Estás ahí? ¿O mi elevado y provocador erotismo ha hecho que te dé una lipotimia?
—¿Castle? —suelta, medio en una carcajada, como si se fuera a morir.
—Espera, tú… t-tú no eres Beckett —tartamudea, nervioso, su voz se desequilibra y Lanie no puede más e inunda el silencio de la casa a base de sonoras carcajadas que hacen que la detective acuda con rapidez hacia ella—. ¡¿Lanie?!
—¿Quién es, Lanie? —repite. Ella le cede el aparato— ¿Sí?
—No me mates, por favor. Te juro que lo he hecho sin querer, Beckett. Yo pensaba que… no sabía que Lanie…

Kate pasa a mirar horrorizada a su amiga, que se tira sobre el sofá sufriendo las consecuencias de la risa floja, intentando recuperar el aliento. No sabe qué le hace más; si la exuberante falta de sutileza por parte del escritor o el hecho de que ha desmantelado ese secreto de la forma más grotesca y surrealista posible. La detective tartamudea y Lanie se retuerce sobre la acolchada superficie observando el panorama.

—Tú y yo vamos a tener una conversación muy seria dentro de un rato. O no sé —consigue articular Beckett, desesperada—, ya te llamaré.

Cuelga, y observa impotente y desquiciada a su amiga que no deja de revolverse como si se riera de los dos. Se imagina el bochorno que tienen que estar pasando ambos y un leve resquicio de pena se cuela entre sus pensamientos. Luego vuelve a recordar el pésimo intento de actor porno que le ha salido a Castle y vuelve a hundirse entre risas.

Es como si dios se hubiera apiadado de ella y se lo hubiera dejado caer como un regalo del cielo. Y a Lanie le ha venido como agua de mayo.

—Vale, ya está. Dime qué te ha dicho.
Suspira, intentando recuperar el suficiente aire como para conseguir hablar correctamente— Solo te diré que el pobre Castle te está esperando en la ducha porque quiere frotarte. No voy a decir el qué, ha sido súper ambiguo el tío.
—Joder —suspira—. ¿Contenta? Sí, es él. Castle es mi novio. Llevamos un par de meses y algo más saliendo juntos. Fin.

Ahora que la oye admitiéndolo se siente algo mejor con ella y consigo misma. Se reincorpora, normalizando su respiración, frotándose los ojos para limpiarse las lágrimas que habían aparecido bajo sus párpados. Después la mira, con una fingida ternura.

—Qué bonito, el escritor y su musa frotándose —enfatiza, parafraseando al escritor— en todo ese paraíso metafórico. Creo que no voy a volver a ver su próximo libro con los mismos ojos.
—Por eso no quería decírtelo —se queja, apoyándose sobre la pared.

Ella golpea la porción de sofá que hay a su lado indicándole que se sentara. Al principio se muestra reticente hasta que la forense gesticula un puchero y termina resignándose, sentándose a una distancia prudencial, tomando la botella y dando un profundo sorbo antes de seguir hablando.

—Y deja de reírte.
—En realidad me alegro mucho por vosotros, nena. Sabía que os acabaríais acostando —suelta, jactanciosa. Beckett la mira, suspicaz—. De verdad, hacéis muy buena pareja. Ya estabais tardando.

Meditando sobre lo que ha dicho, tendría que habérselo olido antes. No es que no haya ponderado esa posibilidad —era demasiado fácil, ella lo tenía a tiro de piedra, habían hablado de eso anteriormente y fue lo primero que se imaginó cuando era evidente que Beckett se estaba acostando con alguien—, pero no contaba con que la complicidad que suelen compartir ella y el escritor serviría como la perfecta tapadera. Quizá durante un tiempo limitado, pero de momento se mantenía a flote. La detective parece avergonzada y la forense se acerca, rozando su brazo con el suyo.

—Ahora, en serio. ¿Cuándo empezasteis?
Arruga sus labios, pensativa— Cuando dimití. Ese mismo día. Me volví a hundir en el caso de mi madre; apareció el tío que intentó matarme en el cementerio, Castle intentó alejarme… —parece que ella se decanta por obviar algunos detalles, pero no quiere presionarla— El caso es que nos peleamos, pasó algo que me hizo darme cuenta de lo que realmente quería y…

Lanie observa los labios de su amiga encorvarse en una dulce sonrisa, como si reviviese un placentero recuerdo. Beckett vuelve a mirar a su amiga y puede percibir ese brillo en sus ojos y ahora todo encaja. Todo. Ese aura de armonía como si desprendiera magia a su paso, sus ojos cargados de esperanza. Como si hubiera encontrado una razón de peso para enfrentarse a toda esa mierda con la que lleva viviendo con una sonrisa sobre sus labios.

Como si tuviera ese alguien especial que la levantara y la hiciera volar sobre todas esas cosas que un día la hundieron.

Lanie la abraza, besando su mejilla. Castle, cómo no. Y está encantada con esa idea, ambos están perfectamente hechos a la medida del otro.

—¿Sabes? Nunca te había visto tan…
—¿Feliz? —ella asiente y Beckett se encoge de hombros— Lo sé. No sé dónde iremos, Lanie, y es la primera vez que estoy deseando verlo. Y llámame cursi por lo que voy a decir, pero… es diferente a lo que he sentido por otros hombres.
Sonríe, con ternura, para luego mirarla tentadora— Y dime… ¿cómo es en la cama?
—¿En serio? —pregunta, con leve exasperación. La mira en blanco cuando Lanie parece cerciorarse de lo que ha dicho— Venga, Lanie. No te quiero dar envidia.

Le guiña un ojo, resoplando. Como si le diera a entender que todo ese demasiado grande. Que Castle es un semi dios del sexo o algo parecido. Que todos esos días en los que la sonrisa le dura de sol a sol tiene una explicación demasiado sencilla. Que el escritor ha nacido para manejarla y culminar su vida de placer y esas pequeñas cosas que hacen que todo ese juego erótico pase a un plano mucho más avanzando, más poderoso que todo lo que ella se pueda imaginar.

—Lanie, te pido discreción, por favor. Si Gates se entera…
—Lo sé —la corta, mirándola comprensiva. Ella se lo agradece con una sonrisa—, no te preocupes. Ya sabes que puedes confiar en mí.
Beckett asiente, cediendo la botella de licor a la forense— Bueno, ¿qué te parece si saco un par de vasos de chupito y me pones tú al día con tus… cosas?
—¿Mis… cosas?
—Venga, no te hagas la tonta conmigo ahora, Lanie. Vi cómo le mirabas el culo al tío ese de robos.

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Muchas gracias por leer! ^^ El Gremio de de escritores siempre a su servicio!

te quiero, lo sabes ^_^

Joooooooooooo, muchas graaaacias :3
Me encanta es tan akdhakshakshja.
A tus pies

Muy bueno , me he reido mucho . Me a encantado

Por favor que hubieramos dado por ver realmente esa llamada telwfonica en la serie.

—Estoy totalmente desnudo, a punto de meterme en la ducha y pensando en ti



No se como Lanie ha podido salir viva de esa llamada. A mi la risa me habria durado toda la noche.

GENIAL.

Jajajajaja, muy buena la forma de enterarse, si es que este Castle no se las piensa antes de hablar.

Gracias por compartirla.

Otro fic tuyo con el que no puedo para de reírme, esa llamada de teléfono es buenísima jajaja
No pudo ser más oportuno, a Lanie no le hizo mi falta insistir mucho a su amiga para que se lo contase, lo que me he reído con las frasesitas de Castle jajaja
Fantástico Sara!

El escritor y su musa frontandose!! jajajaja esta Lanie...