Patata caliente - One-shot para Beckett_Castle_Alba
5 participantes
Página 1 de 1.
Patata caliente - One-shot para Beckett_Castle_Alba
Heloooou! ^^ Con esto de que practicamente estoy de vacaciones puedo escribir mas desahogada xdd. Este es el pedido de Alba ^^. No se si esto es lo que esperabas leer. Si no es así, lo siento . Pero bueno, espero que al menos se acerque un poquito y no te disguste mucho :3. Espero que a los demas también os guste! ^^
---
Su móvil vuelve a vibrar contra la tela de su pantalón.
Él intenta obviar el detalle; aguanta su sonrisa, suspira mirando a ambos lados para cerciorarse de que no hay nadie que pueda ser testigo de lo que hace o dice con su propio cuerpo y saca el aparato de su bolsillo con la misma naturalidad fingida de la que lleva haciendo uso durante el resto del día, apurando un poco más esa falta de juicio como si se pusiera a prueba.
Sigue forzando su expresión neutra como puede mientras lee el mensaje que acaba de recibir. Cierra los ojos, trabajando su expresión solemne y resoplando un par de veces, rezando por lo más sagrado que el calor no se le suba de forma tan repentina que se haga evidente el hecho de que se ha puesto cachondo a simple vista.
Vuelve a guardarlo y agita su cabeza. Se da unos segundos con la cabeza agachada. Tres, dos, uno. Y cree que no hay necesidad de alargar más eso.
—Tío —la voz de su compañero apareciendo por su espalda lo pilla desprevenido, tanto que se sobresalta sobre su propia silla—. Eh, relájate. Soy yo.
—Joder, Ryan —se lleva una mano al pecho, recuperándose, para después restarle importancia, zarandeando con una mano—. Perdón, es que estoy… cansado.
—¿Y te pones a sobar teniendo al lado el despacho de Gates? —suelta una carcajada, sentándose sobre la madera de su escritorio— No te la juegues tanto, Javi.
Se encoge de hombros— Oye, ya casi hemos acabado —le muestra la esfera de su reloj de pulsera, complacido—, y la jefa no es tan quisquillosa. O eso quiero creer.
Ryan parece convencido; ladea su cabeza pensativo, mira su reloj rápidamente y Esposito agradece que su compañero ande escaso de esa perspicacia con la que Castle y Beckett de vez en cuando le han metido en algún lío. Desliza su silla hacia atrás, estirándose sobre su respaldo mientras suelta un bostezo, levantándose.
No cree que Gates sea capaz de reclamarle algo en los diez minutos que faltan para que acabe su turno.
—Si pregunta, dile que me estaba meando —le pide a Ryan, que le sigue con la mirada, señalando con un movimiento de ojos la autoritaria figura de su capitana sentada en su despacho.
—Pero ¿dónde vas?
—¿A casa? Estoy cansado —miente, esforzando por sonar convincente— y no creo que a nadie se le ocurra matar a alguien en cinco minutos. O lo esté matando ya. Y si se le ocurre, le diré a Gates que me pilló en un día sensible.
—¿Sensible? ¿Tú? ¿A quién quieres engañar?
—Sí, sensible. Yo. Todavía sigo llorando con la muerte de Mufasa —Ryan arquea una ceja, extrañado—. ¿Tú no? No tienes corazón.
—No, quiero decir…
—Pobre Simba. Te mereces que no te vuelva a dirigir la palabra —se queja, dramático y coge su abrigo de su silla, colgándoselo del hombro mientras lo sostiene con un par de dedos, chulesco—. Bueno, te perdonaré, pero ocúpate de que no se entere de que me he ido, anda. Ya te devolveré el favor.
—Pero…
—Gracias, tío. Te debo una.
Y deja a Ryan con la palabra en la boca, alejándose con la mirada fija de su compañero clavada en su nuca. Le da igual lo muy o poco forzado que haya sido su inminente escapada, pero no aguanta más. Está empezando a sudar, lleva una semana sobreviviendo con esa carencia y se siente con ganas de darse ese merecido capricho después de estar deslomándose durante días con los casos.
De solo imaginarse lo que le depara la noche, le entra la risa tonta. Mira al suelo con timidez para luego hacia el frente, llegando al ascensor. Esta noche triunfa, piensa. Va a pulsar el botón cuando las puertas se abren de golpe, sorprendiéndolo, para encontrarse de cara con sus otros dos compañeros.
Y de un momento para otro, todas sus intenciones por mostrarse impasible y tranquilo se ven rebajados a un severo tembleque corporal.
—¿Espo? —traga saliva. A lo mejor Ryan es un poco corto de entendederas, pero eso es un desafío a otro nivel— ¿Dónde vas?
Mira a su compañera, reordenando sus ideas antes de empezar a hablar— Tengo sueño. Y me encuentro mal. Y he pensado, total. Para un par de minutos.
Se encoge de hombros, conteniendo la respiración mientras se mete dentro del ascensor, ligeramente encorvado por los nervios. En ese momento una mano se envuelve alrededor de su brazo y él se da la vuelta, trabajando hasta que le duele ese inexistente y sobreactuado sosiego.
—¿Qué? —pregunta, mirando a su compañero, que lo observa de arriba abajo inquisitivo.
—No sé, tú sabrás —tuerce su sonrisa como si le estuviera provocando y el moreno se zafa de él, agitándose.
—No me pasa nada.
—¿Nada? —oye preguntar a la vez prácticamente a los dos, con esa misma expresión provocativa. Él resopla y, admitiendo para sus adentros con desgracia, sabe que lo han cazado.
—Dejadme en paz.
Las puertas de la morgue se abren como si fueran un puente levadizo que deja paso a su rey, y Javier se siente aclamado de todas las maneras. Pilla desprevenida a la doctora, que se da la vuelta y ni le da tiempo a sonreír porque tiene los labios del detective plantados sobre los suyos, profundizando algo que empezó de manera inocente y acabando prácticamente contra la pared.
Cuando se separan, ella suspira y siente su aliento juguetón contra su boca.
—¿Sabes que nos pueden pillar? —le cuestiona. Él se muestra despreocupado.
—Tenía ganas de ver a mi chica. Además… —hunde su nariz en su cuello, rozándola contra su piel e inhalando su fragancia, soltando un pequeño gemido. Le encanta ese perfume— eso le da morbo al asunto.
—Ya, pero no quisiera que me despidieran por haberme visto en una situación comprometida con un poli de la Decimosegunda en mi lugar de trabajo.
—Ni que estuviéramos profanando un templo, Lan. Además, después de leer tus mensajes… —deja un suave beso sobre su cuello, notando como su cuerpo se contrae sobre el suyo y se encorva más hacia él, dejándole más paso.
—En el almacén no nos verá nadie.
Y ese simple mensaje hace que vuelven hace allí, todavía sosteniéndose y balanceándose mientras el policía degusta su cuello y lo relame con una sensual dulzura. Puede oír a la forense soltando algún que otro gruñido, como su respiración golpea torpemente contra su garganta.
Retroceden hasta verse encubiertos por un par de estanterías, aprovechando la improvisada intimidad para saciar ese hambre con la que lleva cargando durante todo el día. Levanta con impaciencia el suéter de la forense, colando sus dedos por debajo de la prenda y sintiendo su piel arder bajo sus yemas. Casi puede percibir los continuos escalofríos que sufre cuando se rozan, cómo no se sostiene cuando sus lenguas se encuentran en sus interminable y deliciosos besos.
Le encanta cuando llega esa parte en la que tiene que apoyarla contra algo porque es demasiado incómodo dejar que las piernas carguen con todo ese peso.
Empieza a notar la fricción de su erección contra su pantalón como si le doliera. Está a punto de rozar sus pechos y darle fuego al tema cuando una voz irrumpe en esa maraña de jadeos, sudores y besos húmedos, haciendo que se sobresalten. Los dos se miran, confusos, para luego observar prácticamente a la vez sus relojes.
No puede ser. Los dos han terminado su jornada. El Instituto Forense está prácticamente vacío.
—Joder, joder. Mierda. ¿Qué hacemos? —susurra Javi, desesperado.
—¿Lanie?
—Espera —parece que ella reconoce su voz. Esposito todavía tiene sus sentidos demasiado entumecidos para distinguir algo que no sea referente a la maravillosa situación sexual en la que estaban a punto de encarnizarse—. ¿Kate?
—Lanie, ¿dónde estás?
Y Esposito gruñe. Apuesta a que lo está haciendo a propósito. Apuesta a que ella y Castle se lo han olido y se la han devuelto. Mira a su novia suplicante, como si no quisiera que se fueran y ella insiste en tratarlo con naturalidad. Suspira, mirando hacia otro lado.
Ahí está Beckett, devolviéndole en nombre del escritor la encerrona de la otra noche mientras él se encuentra apoyado sobre un montón de cajas, sudando y con una erección de caballo a punto de salir volando por sus pantalones. Lanie se arregla un poco el pelo y se coloca la ropa, sacudiéndosela antes de salir en su encuentro.
Él agacha su cabeza, mirando el aprisionado y doloroso bulto de su entrepierna, casi agonizante. Y Cuando Lanie no le puede oír, él susurra como si hablase con él:
—Yo te juro que me cago en Castle y en Beckett. Te juro que me cago en ellos.
Afina su oído y puede oír a Beckett contándole no sé qué cotilleo que ha oído en la comisaría y un par de chorradas sin interés más que no vienen a cuento por ningún lado, aparte de la noche tan loca que le piensa dar hoy a Castle. Cosas que suenan a pretexto barato que podría haberle contado por teléfono, pero ha optado por no hacer porque sabía que esto pasaría.
Resopla, siendo testigo de cómo su erección va disminuyendo hasta que se queda en un vago intento de mantener sexo para después pasar a ser un bonito pero inacabado recuerdo de lo que podría haber sido y que, sin duda, se esforzará por enterar en algún lugar del olvido. En el momento en el que ve que eso se relaja y ya ha perdido todo esa voluptuosidad hasta sentirse frío, su móvil vuelve a vibrar. Lo saca y lee el mensaje.
“Espero q te haya servido de lección para q la prox vez q salgamos no se te ocurra volver a ponerme viagra en el cubata cuando no este mirando. Q x cierto, creo q ahora te vendria bien a ti, asi q ya sabes, tio listo”
De Castle, a las 21:45.
—Pero será hijo de puta —susurra contra la pantalla del móvil. Beckett sigue hablando, riéndose y él se sienta sobre el suelo.
Si no ha estampado el móvil contra el suelo todavía es porque sabe que no tiene la culpa. Y pasa de pagar la cara factura que le supondría llevarlo al servicio técnico.
—¡Adiós, Espo! —oye en algún momento, proveniente de Beckett— Que disfrutes de la noche —suelta, jocosa, como si supiera de qué va todo eso a la perfección.
Y se cruza de brazos, torciendo sus labios.
Será una de las cosas que apuntará en su lista de “cosas que no debo hacer”, por detrás de decidir tener sexo con Lanie un día que se haya cruzado con esos dos y sepa de qué va todo eso.
---
Muchas gracias por leer y confiar en los servicios del Gremio!
---
Patata caliente
Su móvil vuelve a vibrar contra la tela de su pantalón.
Él intenta obviar el detalle; aguanta su sonrisa, suspira mirando a ambos lados para cerciorarse de que no hay nadie que pueda ser testigo de lo que hace o dice con su propio cuerpo y saca el aparato de su bolsillo con la misma naturalidad fingida de la que lleva haciendo uso durante el resto del día, apurando un poco más esa falta de juicio como si se pusiera a prueba.
Sigue forzando su expresión neutra como puede mientras lee el mensaje que acaba de recibir. Cierra los ojos, trabajando su expresión solemne y resoplando un par de veces, rezando por lo más sagrado que el calor no se le suba de forma tan repentina que se haga evidente el hecho de que se ha puesto cachondo a simple vista.
Vuelve a guardarlo y agita su cabeza. Se da unos segundos con la cabeza agachada. Tres, dos, uno. Y cree que no hay necesidad de alargar más eso.
—Tío —la voz de su compañero apareciendo por su espalda lo pilla desprevenido, tanto que se sobresalta sobre su propia silla—. Eh, relájate. Soy yo.
—Joder, Ryan —se lleva una mano al pecho, recuperándose, para después restarle importancia, zarandeando con una mano—. Perdón, es que estoy… cansado.
—¿Y te pones a sobar teniendo al lado el despacho de Gates? —suelta una carcajada, sentándose sobre la madera de su escritorio— No te la juegues tanto, Javi.
Se encoge de hombros— Oye, ya casi hemos acabado —le muestra la esfera de su reloj de pulsera, complacido—, y la jefa no es tan quisquillosa. O eso quiero creer.
Ryan parece convencido; ladea su cabeza pensativo, mira su reloj rápidamente y Esposito agradece que su compañero ande escaso de esa perspicacia con la que Castle y Beckett de vez en cuando le han metido en algún lío. Desliza su silla hacia atrás, estirándose sobre su respaldo mientras suelta un bostezo, levantándose.
No cree que Gates sea capaz de reclamarle algo en los diez minutos que faltan para que acabe su turno.
—Si pregunta, dile que me estaba meando —le pide a Ryan, que le sigue con la mirada, señalando con un movimiento de ojos la autoritaria figura de su capitana sentada en su despacho.
—Pero ¿dónde vas?
—¿A casa? Estoy cansado —miente, esforzando por sonar convincente— y no creo que a nadie se le ocurra matar a alguien en cinco minutos. O lo esté matando ya. Y si se le ocurre, le diré a Gates que me pilló en un día sensible.
—¿Sensible? ¿Tú? ¿A quién quieres engañar?
—Sí, sensible. Yo. Todavía sigo llorando con la muerte de Mufasa —Ryan arquea una ceja, extrañado—. ¿Tú no? No tienes corazón.
—No, quiero decir…
—Pobre Simba. Te mereces que no te vuelva a dirigir la palabra —se queja, dramático y coge su abrigo de su silla, colgándoselo del hombro mientras lo sostiene con un par de dedos, chulesco—. Bueno, te perdonaré, pero ocúpate de que no se entere de que me he ido, anda. Ya te devolveré el favor.
—Pero…
—Gracias, tío. Te debo una.
Y deja a Ryan con la palabra en la boca, alejándose con la mirada fija de su compañero clavada en su nuca. Le da igual lo muy o poco forzado que haya sido su inminente escapada, pero no aguanta más. Está empezando a sudar, lleva una semana sobreviviendo con esa carencia y se siente con ganas de darse ese merecido capricho después de estar deslomándose durante días con los casos.
De solo imaginarse lo que le depara la noche, le entra la risa tonta. Mira al suelo con timidez para luego hacia el frente, llegando al ascensor. Esta noche triunfa, piensa. Va a pulsar el botón cuando las puertas se abren de golpe, sorprendiéndolo, para encontrarse de cara con sus otros dos compañeros.
Y de un momento para otro, todas sus intenciones por mostrarse impasible y tranquilo se ven rebajados a un severo tembleque corporal.
—¿Espo? —traga saliva. A lo mejor Ryan es un poco corto de entendederas, pero eso es un desafío a otro nivel— ¿Dónde vas?
Mira a su compañera, reordenando sus ideas antes de empezar a hablar— Tengo sueño. Y me encuentro mal. Y he pensado, total. Para un par de minutos.
Se encoge de hombros, conteniendo la respiración mientras se mete dentro del ascensor, ligeramente encorvado por los nervios. En ese momento una mano se envuelve alrededor de su brazo y él se da la vuelta, trabajando hasta que le duele ese inexistente y sobreactuado sosiego.
—¿Qué? —pregunta, mirando a su compañero, que lo observa de arriba abajo inquisitivo.
—No sé, tú sabrás —tuerce su sonrisa como si le estuviera provocando y el moreno se zafa de él, agitándose.
—No me pasa nada.
—¿Nada? —oye preguntar a la vez prácticamente a los dos, con esa misma expresión provocativa. Él resopla y, admitiendo para sus adentros con desgracia, sabe que lo han cazado.
—Dejadme en paz.
***
Las puertas de la morgue se abren como si fueran un puente levadizo que deja paso a su rey, y Javier se siente aclamado de todas las maneras. Pilla desprevenida a la doctora, que se da la vuelta y ni le da tiempo a sonreír porque tiene los labios del detective plantados sobre los suyos, profundizando algo que empezó de manera inocente y acabando prácticamente contra la pared.
Cuando se separan, ella suspira y siente su aliento juguetón contra su boca.
—¿Sabes que nos pueden pillar? —le cuestiona. Él se muestra despreocupado.
—Tenía ganas de ver a mi chica. Además… —hunde su nariz en su cuello, rozándola contra su piel e inhalando su fragancia, soltando un pequeño gemido. Le encanta ese perfume— eso le da morbo al asunto.
—Ya, pero no quisiera que me despidieran por haberme visto en una situación comprometida con un poli de la Decimosegunda en mi lugar de trabajo.
—Ni que estuviéramos profanando un templo, Lan. Además, después de leer tus mensajes… —deja un suave beso sobre su cuello, notando como su cuerpo se contrae sobre el suyo y se encorva más hacia él, dejándole más paso.
—En el almacén no nos verá nadie.
Y ese simple mensaje hace que vuelven hace allí, todavía sosteniéndose y balanceándose mientras el policía degusta su cuello y lo relame con una sensual dulzura. Puede oír a la forense soltando algún que otro gruñido, como su respiración golpea torpemente contra su garganta.
Retroceden hasta verse encubiertos por un par de estanterías, aprovechando la improvisada intimidad para saciar ese hambre con la que lleva cargando durante todo el día. Levanta con impaciencia el suéter de la forense, colando sus dedos por debajo de la prenda y sintiendo su piel arder bajo sus yemas. Casi puede percibir los continuos escalofríos que sufre cuando se rozan, cómo no se sostiene cuando sus lenguas se encuentran en sus interminable y deliciosos besos.
Le encanta cuando llega esa parte en la que tiene que apoyarla contra algo porque es demasiado incómodo dejar que las piernas carguen con todo ese peso.
Empieza a notar la fricción de su erección contra su pantalón como si le doliera. Está a punto de rozar sus pechos y darle fuego al tema cuando una voz irrumpe en esa maraña de jadeos, sudores y besos húmedos, haciendo que se sobresalten. Los dos se miran, confusos, para luego observar prácticamente a la vez sus relojes.
No puede ser. Los dos han terminado su jornada. El Instituto Forense está prácticamente vacío.
—Joder, joder. Mierda. ¿Qué hacemos? —susurra Javi, desesperado.
—¿Lanie?
—Espera —parece que ella reconoce su voz. Esposito todavía tiene sus sentidos demasiado entumecidos para distinguir algo que no sea referente a la maravillosa situación sexual en la que estaban a punto de encarnizarse—. ¿Kate?
—Lanie, ¿dónde estás?
Y Esposito gruñe. Apuesta a que lo está haciendo a propósito. Apuesta a que ella y Castle se lo han olido y se la han devuelto. Mira a su novia suplicante, como si no quisiera que se fueran y ella insiste en tratarlo con naturalidad. Suspira, mirando hacia otro lado.
Ahí está Beckett, devolviéndole en nombre del escritor la encerrona de la otra noche mientras él se encuentra apoyado sobre un montón de cajas, sudando y con una erección de caballo a punto de salir volando por sus pantalones. Lanie se arregla un poco el pelo y se coloca la ropa, sacudiéndosela antes de salir en su encuentro.
Él agacha su cabeza, mirando el aprisionado y doloroso bulto de su entrepierna, casi agonizante. Y Cuando Lanie no le puede oír, él susurra como si hablase con él:
—Yo te juro que me cago en Castle y en Beckett. Te juro que me cago en ellos.
Afina su oído y puede oír a Beckett contándole no sé qué cotilleo que ha oído en la comisaría y un par de chorradas sin interés más que no vienen a cuento por ningún lado, aparte de la noche tan loca que le piensa dar hoy a Castle. Cosas que suenan a pretexto barato que podría haberle contado por teléfono, pero ha optado por no hacer porque sabía que esto pasaría.
Resopla, siendo testigo de cómo su erección va disminuyendo hasta que se queda en un vago intento de mantener sexo para después pasar a ser un bonito pero inacabado recuerdo de lo que podría haber sido y que, sin duda, se esforzará por enterar en algún lugar del olvido. En el momento en el que ve que eso se relaja y ya ha perdido todo esa voluptuosidad hasta sentirse frío, su móvil vuelve a vibrar. Lo saca y lee el mensaje.
“Espero q te haya servido de lección para q la prox vez q salgamos no se te ocurra volver a ponerme viagra en el cubata cuando no este mirando. Q x cierto, creo q ahora te vendria bien a ti, asi q ya sabes, tio listo”
De Castle, a las 21:45.
—Pero será hijo de puta —susurra contra la pantalla del móvil. Beckett sigue hablando, riéndose y él se sienta sobre el suelo.
Si no ha estampado el móvil contra el suelo todavía es porque sabe que no tiene la culpa. Y pasa de pagar la cara factura que le supondría llevarlo al servicio técnico.
—¡Adiós, Espo! —oye en algún momento, proveniente de Beckett— Que disfrutes de la noche —suelta, jocosa, como si supiera de qué va todo eso a la perfección.
Y se cruza de brazos, torciendo sus labios.
Será una de las cosas que apuntará en su lista de “cosas que no debo hacer”, por detrás de decidir tener sexo con Lanie un día que se haya cruzado con esos dos y sepa de qué va todo eso.
---
Muchas gracias por leer y confiar en los servicios del Gremio!
Re: Patata caliente - One-shot para Beckett_Castle_Alba
Guau Sara, has superado con creces mis expectativas, mucho mejor de lo que me lo imaginaba.
Lo que me he reído con la situación, imaginándome la cara de Espo después del mensaje de Castle y el saludo de Beckett jajaja Se lo tiene merecido, así aprenderá
Mil gracias Sara, me ha encantado
Lo que me he reído con la situación, imaginándome la cara de Espo después del mensaje de Castle y el saludo de Beckett jajaja Se lo tiene merecido, así aprenderá
Mil gracias Sara, me ha encantado
______________________
Castlet: What happens if you don’t like what you see?
Beckett: What happens if you don’t let me look?
Re: Patata caliente - One-shot para Beckett_Castle_Alba
, a eso se le llama vengarse. Si Espo llega a tener cerca a Castle lo mata.
Muy bueno.
Muy bueno.
Re: Patata caliente - One-shot para Beckett_Castle_Alba
Jajajajajajaja, pobre Expoxito, ¿cómo se le ocurre gastarle una broma de esas a Castle conociéndolo? . La próxima vez creo que se lo pensará mejor. Lo que me podido reír leyéndolo,
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: Patata caliente - One-shot para Beckett_Castle_Alba
Me encanta, muy bueno. Me e reido mucho.
_Caskett_- Escritor - Policia
- Mensajes : 2936
Fecha de inscripción : 22/01/2013
Localización : en un mundo feliz
Temas similares
» Relieving - one-shot para Elena_NyPD@
» Going home - One-shot para caskettlove
» Dedicatoria - One-shot para Luara
» Busted - One-shot para Clara99
» La ley de Murphy - One-shot para maria_cs
» Going home - One-shot para caskettlove
» Dedicatoria - One-shot para Luara
» Busted - One-shot para Clara99
» La ley de Murphy - One-shot para maria_cs
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.