(+18) Academia de Policía (ACTUALIZADO EL 11-12-13)

Habían pasado tres días desde la expulsión de Ryan y la vida en la Academia se había hecho aún más dura. Perlmutter nos ponía al límite a diario. Podríamos defenderlo pensando en que es lo que nos espera en la vida real como policías, pero sabíamos muy bien que en realidad era su forma de desahogar su cabreo. Yo estaba preocupada especialmente por Rick y por Esposito; a menudo los veía cuchichear y hablar entre ellos para después callarse nada más verme a mí o a Lanie. Le había pedido a Rick que no hiciera nada estúpido, lamentaba mucho la expulsión de Ryan, pero no quería que lo echaran a él también, ni tampoco a Esposito. Además Perlmutter los tenía a ambos en el punto de mira, al fin y al cabo, eran los mejores amigos del alumno que se había atrevido a desafiarlo.

Estábamos en el gimnasio, terminábamos nuestro entrenamiento de defensa personal y todos estábamos agotados. Lanie jadeaba en el suelo, tardando en aceptar la mano que Laura le ofrecía tras haberla noqueado. Yo me sentía más cansada que nunca, se me daba bien aquello, me gustaba forzarme a mí misma, pero Perlmutter se estaba pasando. A mi lado, Rick y Esposito se golpeaban el uno al otro, ambos con el rostro empapado de sudor. Esposito le llevaba clara ventaja, aunque he de decir que Rick era bueno esquivando los golpes.

-¿Descansando, Beckett? –me sobresaltó la voz del teniente. Negué y volví a ponerme en posición. Enfrente de mí Gina me miraba con los ojos suplicantes; estaba incluso más cansada que yo después de habernos pasado la última hora pegándonos la una a la otra. Reconozco que me gustaba tenerla como compañera de lucha, era más fácil golpearla a ella que a Lanie o a Laura, aunque empezábamos a llevarnos bien… o al menos a soportarnos. -¡Vamos! ¡Joder, parecéis niñas de prescolar! ¡Seguid!

Eso me ofendió; ¿por qué cojones siempre comparan a un débil con una niña? ¿Acaso los niños son superhéroes? Avancé hacia Gina, que parecía tan indignada como yo y empezamos de nuevo, aunque tampoco pusimos mucho entusiasmo en ello, ya nos habíamos zurrado bastante. Lanie se puso de pie y nos observó. Mis golpes eran certeros, había dejado de luchar llevándome por la rabia, ahora pensaba mi estrategia. Golpear, protegerse, golpear de nuevo, distraer… mis entrenamientos con Gina eran entretenidos, ambas nos retábamos con la mirada antes de empezar y contábamos las victorias, martirizando a la otra hasta el siguiente enfrentamiento. Sin embargo, desde la expulsión de Ryan, se habían convertido en un martirio. Era complicado concentrarse teniendo al teniente en la nuca chillándote y recordándote lo inútil que eres.

-¡Rogers, Esposito!, ¿qué coño hacéis? –me volví para mirarlos recibiendo un golpe poco amistoso. Fulminé a la rubia con la mirada y le hice un gesto para que parara. Esposito se mordió la lengua y se colocó enfrente de Rick, que respiraba entrecortadamente, estaba al límite de sus fuerzas.

-Al menos ahora puedes consolarlo en las duchas –me susurró Laura al oído.
-Shhhhh. ¿Quieres callarte? Perlmutter te va a oír –miré temerosa hacia donde se encontraba el teniente, pero parecía muy distraído gruñéndole a mi novio y a mi amigo.
-¿Para cuándo la apuesta, Beckett? –insistió la chica. Negué con la cabeza.
-No pienso hacerlo, no después de lo de Ryan, es demasiado arriesgado –me había negado a aceptar esa apuesta, no por qué me diera miedo, sino porque me parecía un riesgo infantil e innecesario, además parecería muy desagradecida haciendo eso después de que Ryan había sido expulsado por mi culpa.
-Podríais hacerlo en el apartamento… -contestó.
-Ni hablar. Si quieres aceptar la apuesta lo haces en el suyo, Kate. En nuestro apartamento ni de coña –Lanie nos dirigió una mirada de advertencia. Me encogí de hombros. Cumplir en uno de los apartamentos no era nada comparado con realizar la apuesta en la Academia.

-Vale ya, sois unos flojos, un par de inútiles –Perlmutter volvió a distraerme. Apartó a Esposito que se acercó a nosotros, jadeando y se dejó caer en el suelo. El teniente se colocó delante de mi novio. –Así es como se hace –y empezó a golpear.

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-Soy un cobarde, lo sé. –Negué con la cabeza mientras que presionaba suavemente el hielo envuelto en un pañuelo contra su morada mejilla. Hizo un gesto de dolor, entrecerrando los ojos. Lo acaricié sutilmente.
-No es cierto.
-Kate me he dejado caer al primer golpe.
-Bueno, estabas agotado. En realidad has sido listo dejándote caer para que Perlmutter te dejara en paz.
-Si tú lo dices…
-No seas tan duro contigo mismo, recuerda que tú no quieres ser policía, no necesitas aprender a defenderte.
-Kate… ¿crees qué debería dejar la academia?-Se me cayó el pañuelo al suelo. Rick me miró asustado. -¿Kate?
-Yo… tengo que… nos vemos luego Rick.
-¡Kate espera!

Lo ignoré y salí de su habitación, conteniendo el llanto. Puede que fuera un comportamiento estúpido, pero para mí, que había recuperado las ganas de sonreír tras haberlo conocido, la idea de que se marchase de la academia me resultaba insoportable. Podría verlo los fines de semana, pero seguir en aquel edificio no sería lo mismo, no sin él, lo necesitaba allí, lo quería. Con Rick me sentía a salvo, protegida.
Me encerré en mi habitación y respiré hondo hasta calmarme. Comprendía a Rick, él ya había obtenido la suficiente información para su libro, estar en la academia era un esfuerzo innecesario, entendía que quisiera irse. Hablaría con él, si se quería marchar, le daría mi apoyo, aunque me doliera. Abrí la puerta, tras limpiarme la cara con el dorso de la mano, dispuesta a volver a su dormitorio, pero me lo encontré allí, mirándome con preocupación.

-Kate…
-Rick, lo siento.
-No digas tonterías, ven aquí. –Cerró la puerta y caminó conmigo hasta llegar a mi cama, donde me sentó sobre su regazo, incumpliendo una norma, pero en aquel momento nos daba igual. –Lo siento cariño, no quería hacerte llorar.
-No, soy yo, me he comportado como una tonta… entiendo que te quieras marchar… -Musité.
-Kate… no quiero irme, pero… creo que aquí… sobro y tú lo sabes.
-No quiero que te vayas. –Susurré. Rick me miró fijamente y me tomó con suavidad del rostro, acariciándome y limpiando las lágrimas que aún no se habían borrado. Acercó sus labios a los míos y me besó, apenas rozándome, despacio, con ternura.
-No soporto verte llorar –Murmuró sobre mi boca.

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Lloré desconsolada, como una niña pequeña, debí avergonzarme, pero en ese momento, me daba igual. Se iba. Al día siguiente presentaría su dimisión y se marcharía. Había aguantado el tipo mientras que me decía con ternura que no cambiaría nada, que los fines de semana serían para nosotros, que hablaríamos todas las noches, pero mientras que abrazaba la almohada y ahogaba mis sollozos en ella no podía evitar que toda clase de pensamientos egoístas ocupasen mi cabeza. No quería que se fuera, quería tenerlo a mi lado, Rick era mi apoyo, era quien me recordaba cada día, antes de ir a dormir que sería una gran policía y lo hacía sin mencionar a mi madre.

-No sé por qué tienes tanta fe en mí.
-Porque eres la mejor y serás la mejor. Serás la mejor policía de Nueva York, cariño. Conseguirás esa justicia que tantos necesitan, por eso estás aquí, por eso mañana te levantarás con una sonrisa y volverás a dar lo mejor de ti.
-A veces pienso que no podré con esto… las pruebas son cada vez más duras. No puedo fallarle a mi mad…
-Escucha –me interrumpió – serás una gran policía, no por tu madre, sino por ti. Porque incluso antes de que la perdieses ya querías conseguir justicia y por eso estudiaste Derecho. Quiero que cada vez que te sientas cansada pienses en las personas que confiamos en ti, las mismas que estaremos ahí siempre, las que sabemos que puedes con esto y más. No puedes seguir castigándote pensando que si fallas tu madre te odiará, Kate. Ella ya no está aquí, no puedes defraudarla. Si quieres hacer esto, lo harás por ti, sólo por ti.
-¿Y si lo dejara? –pregunté, dudosa. ¿Defraudaría a aquellos que confiaban en mí?
-Entonces Stanford recuperaría a una gran alumna –repuso con una sonrisa.

Habíamos tenido esa conversación un día después de la expulsión de Ryan, cuando yo había pasado por uno de mis momentos melancólicos, como Lanie los llamaba. El día después Rick me había vuelto a dar ánimos y me había prometido hacerlo cada noche. Sabía que si quería ser poli tendría que dejar de depender tanto de él, pero otro lado me decía a mí misma que no era malo necesitar a alguien. Hasta el mejor de los policías necesita a un compañero que lo ayude, nadie es nada estando solo. Yo iba a perder a mi mejor amigo, mi compañero y después de ello no sabía si iba a poder seguir adelante.

Quizás parezca débil, quizás no es algo que se espere de una policía… y sin embargo, cuando pienso que entonces tenía 19 años y apenas era una niña… ¿por qué demonios tenía que sentirme culpable por quererlo a mi lado? ¿Acaso necesitar a alguien te hace ser débil?

A la mañana siguiente no bajé a desayunar, no quería verlo. No estaba enfadada, pero sentía que si me despedía me pondría a llorar y no quería su compasión, ni tampoco que se sintiera culpable. Me había preguntado una y otra vez si de verdad estaría bien, si podía irse tranquilo. Le había respondido mil veces que todo estaba bien, que no se preocupase, que nos veríamos al día siguiente en su apartamento. Me había asegurado que prepararía algo especial para los dos que nos hiciera olvidar esta última semana y yo me había limitado a sonreír y asentir con la cabeza, cuando en realidad lo que hubiese querido era salir corriendo.

En el campo de entrenamientos, Perlmutter se acercó a nosotros con una sonrisa de oreja a oreja, no pude contener una mueca de asco. Esposito también parecía enojado, cruzamos las miradas un momento y ambos vimos en la cara del otro la tristeza y el pesar que la marcha de Rick nos dejaba. El teniente nos dijo alegremente que teníamos una baja, que Richard Rogers no había podido más con la presión y que se marchaba.

-Ya era hora de que se diera cuenta que aquí no queremos payasos. Esto es una Academia de Policía, no un circo.

Lanie me sujetó para que me calmase, pero mi rabia subía por momentos. Perlmutter nos dijo que nos pusiéramos en pareja, volveríamos a luchar. Me acerqué a Gina, pero el superior habló de nuevo.

-Esperad un momento. Ayer Rogers hizo un gran ridículo. ¿Alguno se anima a entrenar conmigo? Entrenar de verdad –añadió. Esposito iba a alzar la mano pero yo, inconscientemente, me adelanté. El teniente me miró sorprendido y a la vez complacido.
-Vaya, vaya… mira que bien, guapa, echaba de menos tus agallas. Cuando quieras.
-Podríamos hacerlo más interesante –respondí fríamente. Él se encogió de hombros, invitándome a seguir.
-Si gano yo, no vuelve a llamarme guapa, jamás, no se lo permito.
-La marcha de tu novio te ha afectado demasiado –se burló. Algunos me miraron sorprendidos, cuchicheando entre ellos. Ni me inmuté, ya suponía que Perlmutter lo sabía, el teniente era un cabrón, pero no estúpido. –Pero acepto, con una condición.
Asentí, esperando a que hablase él.
-Si gano yo, estás fuera de la academia. ¿Aceptas?

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-No lo hagas –susurró. Pero la ignoré. Rabia. Cuando la rabia se apodera de ti ni las súplicas de tu mejor amiga, ni esas voces en tu cabeza que te dicen que estás loca pueden pararte. Siempre fui impulsiva. En la guardería, cuando la maestra me decía que no me subiera al tobogán de los niños mayores esperaba a que se diera la vuelta para subir, decidida. Luego venían los llantos y las regañinas. En el colegio no paré a pensar antes de decirle a ese niño que me gustaba si quería salir conmigo. Me dijo que no, que no le gustaban mis dientes; de nuevo vinieron los llantos, pero no me arrepentí. Quien no arriesga no gana, me consolé. En el instituto no paré a pensar antes de aceptar ese trabajo de gogó en la discoteca, aun sabiendo que mi padre se lo tomaría mal, muy mal, pero me daba igual; quería mi Harley. Impulsiva. Eso era. Mi madre me lo reprochaba a diario. Piensa con la cabeza fría, Katie, no te dejes llevar por los sentimientos ni por los caprichos, sé inteligente. Pero mi madre no estaba allí. Rick tampoco estaba allí y en aquel momento, cuando ya sentía su falta, las palabras de Perlmutter se apoderaron de mí. Rabia. Contra la rabia, no hay nada que hacer.

-Acepto –murmuré. El hombre me miró fijamente, primero sorprendido, luego burlón.
-¿Cómo dices?
-Acepto –repetí, más fuerte.
-Muy bien… pero luego, guapa, no digas que no te lo avisé.

Lanie suspiró, negando con la cabeza y se apartó, acercándose a Esposito, que temblaba de ira. Gina parecía admirada, Lau murmuró un “estás loca” que se oyó en todo el campo. George tosió, incomodo.

-Teniente… no puede hacer esto. Va contra las reglas.
-No recuerdo haber pedido tu opinión –contestó fríamente, sin dejar de mirarme a mí. George miró a su hermanastra y maldijo en voz baja. Tom me dirigió una mirada de ánimo, Sorenson una sonrisa desdeñosa. El resto no se movía – esta son las reglas Beckett. Si te rindes, te perdonaré. Si gano yo, estás fuera. Si ganas…
-He cambiado de opinión –le interrumpí. Sonrió, creyendo que me iba a retirar -. Si gano yo, dimite. Deme su palabra.

Se oyeron algunos gritos de asombro y horror. Lanie no podía creérselo, Esposito apretó el puño, tenso, pero me lanzó una sonrisa de apoyo.

-Muy bien, guapa. Si me ganase una alumna no merecería estar aquí, así que acepto. ¿Lista?
-Sí.

Me puse los guantes sobre las manos vendadas y después me coloqué en posición. El teniente me observó durante unos segundos, sonrió y me imitó. Y todo empezó.

Me lancé hacia él poseída por la rabia más animal, pero me esquivó sin problemas; estuve a punto de caer, pero conseguí frenarme a punto y girar para volver a intentarlo. Perlmutter me esquivaba con facilidad, riéndose de mí, pero sin atacarme. Una y otra vez me eché contra él, tratando de golpearle, movida por los recuerdos de los miles de insultos y humillaciones que mi superior había proferido contra Rick. Pero una y otra vez me esquivaba. Sabía que intentaba cansarme, no parecía tener intención alguna de golpear, sólo pretendía burlarse de mí, darme una lección.

Pero de repente todo cambió. Tras un último intento me golpeó, sin fuerza, sólo para advertirme que los juegos se habían terminado. Me concedió cinco segundos para descansar, pero después empezó a luchar en serio. Sus golpes eran fuertes y certeros, pero no lo suficiente para vencerme. No pretendía acabar tan rápido. Le había desafiado delante de todos, no me dejaría escapar con tanta facilidad. Un golpe en el estómago particularmente fuerte me dejó sin aire y caí arrodillada, sujetándome con fuerza. Perlmutter paró, mirándome fijamente. Yo estaba empapada de sudor, pero él no, a él sólo se le escapa una gota que corría por su cuello, evidentemente su esfuerzo no había sido nada comparada con el mío.

-¿Te rindes? –preguntó. Jadeé, me dolía, muchísimo, pero no tenía intención de rendirme. Me levanté, haciendo un gran esfuerzo y volví a enfrentar su mirada antes de echarme de nuevo sobre él, pero de nuevo me esquivó. Me sujetó, colocando un brazo en mi cuello, pero si apretar -. No puedes ganar, Beckett, no merece la pena ir hacia una derrota segura por la rabia –murmuró en voz baja. Me solté, furiosa.

-¿Qué sabrá usted de mi rabia? –vociferé. Mis compañeros me miraron preocupados, la última vez que alguien se había enfrentado a Perlmutter había sido expulsado.
-Sé que estás aquí porque un cabrón traicionó la placa y dejó el caso de tu madre en una caja. Sé que crees que librándote de tu novio estoy en tu contra… ¿aún no lo entiendes, verdad?
-¡No hable de mi madre! –de nuevo la rabia se apoderó de mí, me lancé otra vez, sabiendo que no iba a ganarle. Era una causa perdida. Pero la rabia es orgullosa. La rabia no entiende de personas que miran por tu bien, ni de hombres que intentan ayudarte. La rabia nunca te deja ver. Sólo ves lo que tú quieres ver. Lo que la rabia quiere que veas.

Perlmutter volvió a esquivarme y me dio un último golpe; no pude levantarme, gemí, cegada por las lágrimas y por el dolor. Lanie gritó y corrió hacia mí.

-¡Kate! ¡Kate, ¿estás bien?!

Asentí como pude, temblorosa. Perlmutter se agachó junto a mí.

-Cuando recuperes el habla te quiero en mi despacho.

------------º---------------

-Estate quieta –Lanie me sujetó mientras que el doctor me palpaba el abdomen. Apreté los dientes, negándome a gritar, pero no podía evitar moverme. El teniente sabía pegar, de eso no había duda. Mi amiga no dejaba de mirarme con enojo, diciéndome al oído que era estúpida cada vez que su jefe se daba la vuelta. Me harté.

-Déjalo ya, Lanie, he aprendido la lección.
-Más te vale, porque si vuelves a cometer semejante estupidez yo misma te partiré un brazo –me amenazó.
-Me van a echar, no te preocupes, no tendré más oportunidades para meterme en líos –contesté. Ella se rio, sarcástica.
-¿Echarte? ¡Por favor! Hasta Sorenson se dio cuenta de que eres la favorita del teniente. Como mucho te echará una charla sobre tu comportamiento inadecuado o alguna gilipollez así –replicó. No respondí, golpear, pelear o humillar no eran sinónimos de apreciar, al menos no en ningún diccionario que yo conociese.
-Bueno, no tienes ninguna costilla rota, aunque te van a salir varios cardenales –El doctor le dio un tubo de pomada a Lanie y le dijo que me la aplicase. Luego me miró a mí.- A este paso voy a tener que ponerle tu nombre a una camilla, ten más cuidado la próxima vez con las escaleras. –Dijo esto último mirándome con intención, evidentemente no se había creído mi excusa, pero no parecía que fuera a insistir. Se marchó dejándome a solas con su ayudante que volvió a echarme una mirada de madre enfadada. Abrió el tubo y me aplicó una generosa cantidad, empezando a extenderlo, sin miramientos. La frené, tras protestar por tercera vez.

-Te agradezco el masaje, amiga, pero esto puedo hacerlo yo.
-Como quieras –respondió, dándose la vuelta y sentándose en el escritorio, firmando algo.
-¿Por qué estás tan enfadada conmigo? –Le pregunté, tras ponerme la camiseta y levantarme. Ella negó con la cabeza, pero sin mirarme.
-No estoy enfadada, tú sabrás si te merece la pena enfrentarte a tu superior.
La miré, incrédula. -¡A qué viene eso! ¿Tú precisamente me vas a juzgar? –No comprendía su actitud, Lanie y yo siempre habíamos estado de acuerdo en todo. Ambas veíamos al teniente como un cabrón y ambas creíamos que las normas de la academia eran estúpidas.
-Estoy ocupada Beckett, algunas tenemos que conservar nuestros puestos en este sitio.
-¿A sí que es eso? –Bufé. -¡Mira, yo no tengo la culpa de que tengas que estar aquí obligada!
-Pero tú puedes irte cuando te dé la gana, ¿verdad? Por eso haces lo que haces ¿o no será que sabes que eres intocable?
-¿Qué? ¿Qué coño dices?
-Vamos Kate, eres la pobre chica que ha perdido a su madre, la que sueña con hacer justicia, todos aquí son condescendientes contigo y lo sabes. Por eso Ryan está fuera y tú sigues aquí, aunque el teniente sabía lo tuyo con Rick.
-No puedo creer que me estés diciendo esto –susurré. Ella se dio la vuelta, mirándome al fin.
-Lo siento Kate pero ya era hora que alguien te lo dijera. No eres la única que está aquí por algo importante y empiezo a estar harta de ese evidente favoritismo.

Quise contestarle, pero tenía un nudo en la garganta. Tomé la sudadera del chándal y salí de allí dando un portazo, enjugándome las lágrimas. Por el camino me encontré con Esposito y George; ignoré sus ¿cómo estás? Y seguí caminando, abriendo la puerta del despacho del teniente sin llamar.

-¿Va a echarme? –le solté, sin más. Me miró durante unos segundos, mi actitud no parecía sorprenderle en absoluto.
-¿Quieres qué te eche?
-No –contesté.
-¿Vas a comportarte como una poli?
-Sí.
-¿Sí? ¿Segura? Porque no toleraré ningún comportamiento infantil, Beckett y menos en ti. Si echas de menos a tu novio te jodes y te esperas al fin del semana, como hacen tus compañeros.
-He aprendido la lección –repliqué, fríamente.
-Bien, puedes irte.

Me di la vuelta, pero antes de cerrar la puerta llamé su atención.
-No quiero que me favorezca.

Entrecerró los ojos, sacó del cajón de su escritorio un paquete de tabaco y un mechero. Encendió un cigarrillo y lo llevó a sus labios, sin responderme. Le dio un par de caladas y luego me miró.
-¿Sigues aquí?

Cerré la puerta tras de mí, dejando en su despacho al teniente que se estaba saltando las reglas, como siempre. Perlmutter sabía perfectamente que yo no le denunciaría. Y yo sabía que, lo odiase o no, tenía que confiar en él.

Lectores y lectoras, lamento comunicar que por ahora este fic se va a quedar así. Digamos que le he cogido asco, antes era un placer escribirlo pero ahora es un suplicio, lo terminaré lo prometo, pero dentro de algún tiempo.

Muchas gracias a todos por haberlo seguido con tantas ganas (hasta el punto de tener que borrar comentarios para poder seguir escribiéndolo). Os prometo un final feliz, espero que pronto.

Muchas gracias de nuevo y lo siento mucho.

Os invito a leer el resto de historias que voy a continuar ^^

Gracias y de nuevo, lo siento.

Besos a todos.