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Proyecto personal.

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Mensaje por javato Miér Jun 05, 2013 4:16 am

Bueno me he decidido a compartir con vosotros el primer capitulo de un proyecto personal que espero algún día publicar.

Ella se acababa de ir, le había dejado, estaba tan vacío cómo siempre, tan triste como siempre y tan hundido como siempre había estado antes de conocerla. Las dudas saltaban a su cabeza desde su corazón. Quizá si hubiese estado más atento, ella aun seguiría con él. Guardó la pistola en el cajón y se sirvió una copa de ginebra, aquella maldita casa le recordaba demasiado a ella, debía de empezar de nuevo y el fuego sería el resurgir y resurgiría en las sombras desde donde haría su trabajo, pues aun le quedaba una bala en la recamara para enmendar su mal pasado. Cogió su pistola y miró el cargador, le quedaban tres balas y otra en la recamara las suficientes para realizar su cometido. Bajó al garaje y vació el depósito de gasolina del coche de su esposa en una garrafa. Debía trabajar rápido pues no tardaría en llegar la policía y metería sus narices en algo que no le incumbía, en algo que era demasiado grande para ellos. Le ardía la cara por el calor y la furia, debía apresurarse más, pero ya le quedaba poco, apiló todas las botellas de licor en la vieja caldera de gasolina ya no calentaría más esa maldita casa, y aún le quedaba algunas pastillas para encender barbacoas, el peligro de inflamable le ayudaría en su meta. Estaba vaciando la garrafa de gasolina cuando no pudo evitarlo, se fijó en un detalle de una habitación del pasillo, avanzó hasta la repisa y cogió el marco, ahí estaban ellas, acarició la foto y acto seguido la estampó contra la pared liberándola de aquella prisión de cristal y plata, se metió la foto en el bolsillo y de la cama cogió un peluche que acompañó a la foto en su mochila. La garrafa de gasolina iba dejando una línea recta hasta la puerta, metió la mochila en el maletero de un coche, contempló su casa por última vez, ahora es el momento de hacer lo correcto, de hacer las cosas bien. Con una cerilla prendió la mecha de que había dejado. Se metió el coche, arrancó y se internó por la calle contigua. Estaba en las afueras de la ciudad cuando una gran explosión alteró un pequeño bulto que había en el asiento trasero del coche era el llanto de un bebé asustado.
No supo cuando estuvo conduciendo, el alba rayaba por el horizonte, bastante harto paró en una estación de servicio, pidió que le llenaran el depósito y cogió unos bollos, sacó dinero de la mochila y un biberón.
-¿dónde puedo calentarlo?- preguntó al joven que le había atendido.
-Aquí tenemos un microondas, si es tan amable de dejármelo-.
Se dirigió hacia el coche, abrió la puerta y cogió a su hija, la miró a los ojos que estaban cerrados. Le infundía calma, la necesaria para mantener su propósito. Los pequeños ojos se abrieron y estuvieron explorando lo que le rodeaba durante un tiempo, hasta que se posaron en los de su padre. Era todo, y sabía lo que tenía que hacer aunque por culpa de eso no la vería más, ella era la más inocente de todo esto. Antes de reanudar el viaje pasó por el bar que había en la estación de servicio para comprar tabaco. Era un vicio que dejó hace tiempo, pero a estas alturas quien le diría que le necesitaba. Tras varias horas más de viaje llegó a su destino, sacó la pistola de la guantera y bajó del coche con su hija en brazos. Estaba (en pueblo) una ciudad dormitorio, donde las casas eran todas, iguales, misma planta, mismo jardín, cruzó la verja y avanzó el estrecho camino que lo separaba de la puerta, dejó a su pequeña en la entrada. Cuando le tocó la nariz el pequeño bebé sonrió como hacía siempre, le cogió el dedo con que le había tocado con su pequeña mano. La esclava que llevaba puesta reflejó las luces del crepúsculo que presagiaban una noche incipiente. Desabrochó con mimo la joya de la mano de la pequeña y la guardó en el bolsillo. Llamó al timbre y se encaminó hacia el automóvil, la puerta se abrió y un hombre apareció en el umbral, ambos se dirigieron la mirada. El padre asintió, con una lágrima cayendo por su mejilla miró a su hija por última vez. Se apoyó en la ventanilla del coche, sacó la pulsera del bolsillo y la cadena que llevaba en el cuello, de donde colgaban dos alianzas. Engarzó ambas y se volvió a poner el colgante. Se metió en el coche y se fue por la calle contigua, despidiéndose así de su hija para siempre.
Se despertó pero no abrió los ojos, Ada estaba demasiado a gusto en su cama como para querer nada, la calidez le abrigaba y embriagaba. La alarma sonó pero ella quería quedarse, con un golpe la apagó. Una hora después se encontraba haciendo cola en el atasco para ir a trabajar. Era normal el atasco matutino pero aquello era demasiado extraño, la fila no avanzaba nada y llegaba media hora tarde al trabajo. Sacó la cabeza por la ventanilla y vio varios coches patrulla en la distancia, se bajó y avanzó hacia ellos
– Por favor quédese tras el cordón, no interrumpa una investigación policial.- era un novato, su voz no sonaba segura y le tembló al final. Alguien que quiere imponerse a los curiosos no debe dar más explicaciones de las debidas, con su simple presencia debía bastar.
-Perdone señorita.- sacó la placa a pasear y el joven se quedó dudando un segundo pero levantó finalmente el cordón.
-¿Eres nuevo?-
- Si, es mi primera semana y la única vez que no estoy dirigiendo el tráfico.- sudaba el chaval, era algo comprensible.
-Eso está bien- parecía que iba a encontrar algo más que una nimiedad, quizás mucha sangre, cuando un chapoteo confirmó su sospecha, retrocedió un paso, para un novato que no tenga mucho estómago debía ser algo bastante impresionante. El móvil, sonó:
-¿Si?-
-Ada soy Enzo tenemos algo en la carretera 6 de la entrada a la ciudad, quizás tengas que volver por donde viniste.-
-Quizás esté antes que tú en el sitio, esto es un poco fuerte, aquí hay sangre por todos sitios.- observó el cadáver, con la mirada perdida en el infinito en su pupila se reflejó una bandada de pájaros. Una fractura abierta en la pierna, los dedos en una extraña posición, el hombro fuera de su articulación y un orificio en el pecho. Aquello parecía un ajuste de cuentas, pero la saña con la que habían tratado el cuerpo, parecía indicar un ajuste de cuentas, ¿dinero?, ¿quizá algo de bandas? Pero las bandas no eran tan crueles, o por lo menos tan sádicos. Diez minutos después llegó el equipo forense y sus compañeros de comisaría estaban en el lugar trabajando.
-Tendré los vídeos de las cámaras de seguridad en unas horas- dijo Beto, era un chaval bastante nuevo, bastante joven, pero con una facilidad para sacar la pistola bastante inusual y unas ganas que le hicieron llegar ser detective demasiado pronto, ese era su punto flaco, había veces que el fin justificaba los medios y otras tantas no tenía la suficiente sangre fría. Pero tenía los arrestos suficientes para defender con honor la placa, sus ideales parecían sacados de una tele-serie policíaca, siempre tenía tiempo cuando acababa su turno para decir de ir a tomar unas cervezas o invitarte, lo bueno es que también creía en ese compañerismo especial de polis.
-Podremos encontrar algún testigo, algún detalle que nos diga algo más del caso en cuanto los analicemos.- dijo Beto. - ¡Oh! Veo que eres míster ingenio, ¿sólo tienes capacidad para gastarte la paga en ese centro de entrenamiento? Si usases la cabeza de cuando en cuando, podrías pensar que la víctima no fue torturada aquí, por lo cual sólo fue traída a la carretera para ejecutarle, aprovechar, si eran horas intempestivas, que no hay tráfico para salir huyendo rápidamente.- Amelia era la contra parte a Beto, pero era igual letal que un agente de la KGB, más de una vez había llegado alguien a comisaría con la nariz rota, una conmoción, o con una sensibilidad especial a los ruidos fuertes, cuando trabajaba de paisano. Lo malo, era que muchas veces parecía que hablabas con alguien que le falte poco para mandarte al otro barrio sin explicación alguna y sin tramitar una posible disculpa porque no sabías que demonios hiciste para molestarle. Pero era alguien leal, sabías que podías confiar en ella, aunque estuviese la cosa del negro más espantoso.
-No está mal, pero no analices objetivamente, trata de pensar los motivos que te llevan a hacer estas cosas, tenemos un cuerpo torturado brutalmente y rematado con tres tiros. Me decantaría por la mafia, este hombre sabía algo, podría deber dinero o estar informado. No creo que lo hiciese alguien con problemas mentales o alguna fijación extraña por algo, debería de ser más fino, más sutil, una fractura así en la pierna no la hace un perturbado, aparte no tendría la fuerza para hacerla. Lo que no me cuadra es cómo hay tanta sangre, a este hombre le dieron prácticamente la eutanasia con esa paliza. Espero que el informe del forense nos diga algo más. ¿Se sabe quién es tenía identificación o algo?- -Si, se trata de Marco Díaz, cuando llegue a comisaría tendremos su historial si es que lo hay-. -Bien, eso es lo que podemos hacer aquí por el momento, sólo nos queda esperar a ver si sacamos algo más.- Concluyó Ada.
El tiempo pasaba bastante lento, los días eran rutinarios, en este trabajo lo que parecía era que Sherlok Holmes iba a aparecer por la puerta y te pondrías a resolver un caso bastante raro, de vez en cuando había alguno pero no era siempre. Celos, codicia, algún malcriado que se le iba de las manos, pero se hacía justicia a fin de cuentas. Aparte las cosas avanzaban despacio, si era un Don Nadie, cómo solía ser, no podías tener los resultados rápidamente, puesto que la cosa para hacer justicia a estos era pausada. En cambio si tenías algún famoso, te permitían trabajar con una celeridad asombrosa, científica tenía esa cualidad. ¿Por su culpa? No, por supuesto que no, era un circo mediático, si se veía por los medios de comunicación que la justicia era rápida, que los polis eran buenos y eficaces eran votos para unas elecciones municipales bastante valiosos. A media mañana Amelia rompió el tedio:
-Tengo el historial de Marco, un autentico gánster. Posesión de armas, tráfico de estupefacientes, posesión de drogas, siempre eran cantidades pequeñas, robos con violencia.-
-¿Alguien lo acompañaba? Algún socio, que le ayudara con golpes esporádicos.- preguntó Ada.
- Si, Carlo, fue procesado junto con Marco por tráfico y en algunos robos fue su socio. -Está bien, gracias, ve con Beto y me lo traéis quisiera hacerle unas preguntas-. Amelia asintió con la cabeza, era una pelirroja bastante guapa, hasta la muerte tenía sus encantos. Se fue hasta la mesa de Beto y le dio una colleja cariñosa y este sonrió, se miraron con la química suficiente para que Beto tuviese que colocarse el pantalón. Ada no pudo evitar que se le escapase una sonrisa. Se fue para la máquina expendedora y sacó un refresco y se sentó en su mesa, mientras saboreaba la cola, se empezó a acariciar el pelo, era guapa, muy guapa, ella lo sabía en parte, pero no quería lucirse, quería que la buscasen, que descubriesen que tenía encantos que sólo una persona pudiera descubrir, aquel que le tocase el corazón, aquel con el que se sintiese compenetrado, que hablasen con silencios y con miradas. Con el que pudiese reír a carcajadas de una broma que sólo ellos sabían, que pudieran hablar de lo cotidiano con toda naturalidad.
Sonó el móvil.
¿Si?-
- ¿Sabes que tienes un padre que se preocupa por ti?-
- sí, una vez al día, todos los días del año.-
-¿qué tal cariño cómo te va el día?-
-bien, tenemos un caso, parece ser algo serio, esta noche te comentaré en la cena.-
-Bien... bien... oye ten mucho cuidado-
-Y siempre lo tendré, un beso papá-
-Adiós hija, te quiero-. Una vez por semana siempre iba a cenar a casa de su padre. Era un buen hombre, le tuvo que criar sólo pues su madre se fue cuando ella tenía 10 años, ella estaba harta de su marido, nunca entendió la verdadera razón de porqué se divorciaron, pero tampoco quiso investigarla demasiado, cada vez que hablaban de ello, su padre se ponía melancólico y a su madre no la pudo localizar, tampoco le interesaba, era una mala mujer y había hecho daño a la persona más importante de su vida, su padre, él era un hombre que siempre tenía un momento en su vida para atenderla, para regalarle una sonrisa. Recordaba cuando lo llamaba al trabajo porque le daban miedo los truenos, la canguro tenía menesteres que atender con su novio. “Piensa en cosas bonitas, tienes a tu conejito Patty, piensa que cuando salga del trabajo estaremos juntos, que sólo será un mal rato, ya lo sabes mi pequeña papi siempre está contigo aunque estés lejos”. Eso la reconfortó en aquellas tardes cuando era pequeña y estaba sola. Eso le daba la paz necesaria. Él nunca había faltado a su palabra.

Del primer cajón sacó una foto que tenía con su padre, y se puso a recordar. No tuvo una infancia fácil, pero tampoco fue de lo más complicado. Creció en un barrio de clase media, nunca le faltó lo básico, pero tampoco tuvo demasiados caprichos. Eso no le importaba, el mejor capricho que le pudieron dar era su padre, siempre atento. Cuando llegaba del trabajo, lo primero que hacía era jugar con ella. Hasta que un día los juegos no tuvieron más de especial. Estaba creciendo, y eso supuso un problema para ella. Cuando papá no sabía qué hacer para hacer sonreír a su hija. Pero esa mala etapa acabó, entendió que su padre siempre estaría con ella aunque le costase trabajo hacerle curvar sus labios. Encontró refugio en la lectura, los amigos y lo que se suele hacer en esas edades. Pocos chavales pudieron tomar su corazón y ninguno le hizo sentirse plenamente feliz. Ella siempre fue un paso por delante, era más madura que sus amigas y amigos pero sabía disimularlo para no enfadar a nadie. Que le mirasen con buena cara. Pero todo eso pasó cuando llegaron a la universidad, el tiempo que habrían pasado juntos se convirtió en una promesa vacía, como el humo que arrastra el viento, como el calor que seca la tierra en verano. Supo hacer nuevos amigos en la universidad, y sólo un sólo hombre supo tocarle el corazón, pero todo eso cambió, con el accidente que tuvieron. No recordó bien que pasó ni lo volvería a recordar exactamente. Sólo supo que tras ir a tomar unas copas con su chico sufrieron un accidente y la dejó, pero había algo distinto en él. No era el tipo con el que tenía costumbre de tratar. Poco después supo que esa fuerza también atacó a su padre pues el dinero que había estado ahorrando para comprarse un coche se lo requisó, el padecía los mismos síntomas que su amado. Papá nunca fue cruel con ella hasta ese día y sólo volvió a los pocos años convertida en policía. Ella misma no recordaba bien que pasó, más bien no quería recordarlo. Pero su padre la recibió con los brazos abiertos. Desde entonces comprendió que su error fue no intentar comprender el porqué su padre actuó así. Cerró su cajón, se sentía vacía, hacía tiempo que este pensamiento merodeaba su cabeza. Nunca había tenido tiempo para ella, ser detective de policía le impedía tener una vida normal. Anhelaba tener una sonrisa siempre. Que todo fuese fácil, no tener que luchar contra el mundo en el que se había metido, y que tanto le gustaba, el cual estaba dominado por el género masculino. Por eso congraciaba tan bien con Amelia y la entendía a la perfección. Ella al igual que Ada habían triunfado desde abajo haciéndose respetar.
Se despertó. La noche anterior había bebido más de la cuenta y el exceso fue a parar al suelo. Se limpió las babas y miró hacia la mesilla de noche. La foto que había cogido tiempo atrás seguía allí. Donde la dejó hace tanto. Marcando su objetivo. Juez impasible. Salió de la cama y se encendió un cigarro. Bajó a la cocina a por un café y subió con la fregona para limpiar el vómito. Se vistió e intentó apagar la chusca en un cenicero lleno, que no hizo otra cosa que crear un ascua y mucho humo. Se quedó contemplando el recipiente. Abrió la ventana para que se saliese aquel molesto incienso. Cuando estaba apoyado en el marco de la ventana una duda asaltó su cabeza. El malestar de la resaca le recordó el motivo de que la tuviese y con lágrimas aflorando por los ojos tiró con rabia el cenicero por el marco abierto para ventilar los malos humos.
El sol iba vistiéndose de ocaso. Se filtraba a través de las ventanas que gracias a las persianas hacía que pareciese un código de barras. Amelia y Beto no habían tenido suerte en su búsqueda y se sentía frustrada. Cómo demonios un delincuente cualquiera podía ser tan escurridizo. Quizá la mañana próxima revelase alguna pista que se les hubiese pasado, aun tenían que recibir el informe del forense. Se montó en el coche y se fue a casa. El Mini puso rumbo hacia el extrarradio, Ada vivía en una ciudad dormitorio a unos treinta kilómetros de Abude la gran capital de Omal. Llegó al garaje comunitario del bloque de apartamentos en el que vivía. Cuando salió del auto lo hizo con cuidado de no dar en el coche que había en la plaza contigua. Se fue al maletero y lo abrió. Ada se pasó las manos por la cara. Había olvidado el vino, maldita sea su suerte pensó. Sólo podía hacer una cosa. Sacó el móvil y marcó el número de su padre. Comunicaba, cerró la puerta del maletero con furia y se dirigió al ascensor. Cuando este frenó en el séptimo piso salió y entró en su apartamento. Respiró hondo. Estaba en casa, se dirigió a su dormitorio algo desordenado, la cama estaba deshecha por las prisas de aquella mañana en que llegaba tarde al trabajo. Se tumbó en ella dejando su mente en blanco unos instantes. Cuando se incorporó se sentía más cansada aún. Se quitó los zapatos y se masajeó los pies. Mientras lo hacía cogió el mando que había sobre la mesilla de noche y encendió el reproductor de música, se fue a la sección “Relax” y siguió con sus pies. Al cabo de un rato se quitó la cazadora y la dejó sobre el perchero, se desabrochó la blusa y la lanzó a la cama. Un, dos y tres botones y se bajó el pantalón. Se terminó de desnudar y un escalofrío le obligo a ponerse el albornoz. Cogió ropa cómoda, un pantalón afgano blanco y una camiseta de los Beatles, que tenía de hace algunos años. aún le quedaba bien. Abrió los grifos. El agua empezó a coger temperatura, cuando comenzó a echar vapor la tocó. Estaba en su punto justo, cogió un poco de agua en su mano y se la pasó por el cuello, la cabeza buscó también ese calor inclinándose hacia atrás, con las manos aún húmedas se las pasó por las mejillas. Se quitó el albornoz, también se deshizo la coleta y se batió el pelo.
Abrió el frigorífico sacó el paquete que contenía la carne. Lo dejó en la encimera y fue a por el libro de recetas. Pero no tenía ganas. Así que colocó la sartén sobre el fuego y le puso un poco de aceite. Cuando empezó a crepitar echó los filetes añadiéndole un poco de sal y pimienta. Mientras se hacían cogió del frigorífico, esta vez, unos tomates y algo de verdura para hacer una ensalada y algo de guarnición para los filetes. Cuando todo estuvo listo se fue al salón. Miró el reloj del móvil. Su padre se retrasaba, no era normal, cuando estaba acostumbrada a verle algunas veces incluso cinco minutos antes. Incluso alguna vez él tuvo que esperarle a ella. Empezó a jugar a un juego del teléfono para hacer tiempo hasta que llegase. Pasó una media hora, cuando sonó el portero automático. Qué narices se traería su padre entre manos para llegar tan tarde. Pero algo no iba bien. La mueca que vio por la cámara era lo menos parecido que había conocido a su padre. Parecía angustiado, parecía que la vejez le hubiese llegado toda de golpe.

Abrió la puerta de la casa y recibió a su padre con un abrazo. Este simplemente posó torpemente sus manos sobre su espalda.
-¿Qué te pasa?- preguntó- Y no me digas nada porque sabes que pondré la ciudad patas arriba si hace falta.
-Necesito tiempo para contártelo cariño. Disfrutemos de la cena-. Comieron. Pero no era la cena de siempre. Era un ambiente viciado por la tensión. Fue lo que Ada siempre odió. Una comida insulsa. No era que no odiase la cotidianidad, pero sabía que con su padre tenía licencia para hablar de todo. Nunca oiría negar un buen tema de conversación a su padre. Pero era demasiado rutinario preguntas predecibles sobre el día a día, que si tenía cuidado, que tal la economía, si esperaba algún ascenso en el trabajo. Si hubiese querido eso hubiera buscado una primera cita con un extraño. Cuando su padre se disponía a irse lo volvió a abordar.
-¿Me vas a decir lo que te pasa?- preguntó con un tono de ira que no pudo contener.
-A su debido tiempo Ada. Nunca te he escondido nada ni te he adornado nada. Pero para esto necesito tiempo. Quizá me odies ahora mismo por ocultártelo. Pero espero que sepas entenderme algún día.- con pesar en la mirada cerró la puerta tras de sí, dejando a su hija plantada en la entrada de su casa. Cogió el ascensor y bajó al garaje. Apretando los dientes y los puños. Le había fallado a su hija. La razón por la que Mario había llegado tarde era el diagnostico de un tumor cerebral por el cual le daban pocos meses de vida. El ascensor se paró y abrió sus puertas para dejar a la vista un hombre destrozado, llorando desconsoladamente. Llegó al coche. Recomponiéndose como pudo tomó la decisión de ir al bar a tomar algo para aclarar la mente y despejar la opresión que tenía en el pecho.
Abrió la puerta. El bar ambientado entre los años 40 o 50 tenía fotos de Marilyn Monroe, Humphrey Bogart y otros tantos actores famosos. Respiró hondo. Era contadas las veces que había entrado a un bar. Y menos a beber él sólo.
-¿Qué desea tomar?- inquirió el camarero de mala gana. Pareciese que no le gustara que no fuese uno de sus parroquianos.
-Un whisky sólo.- El camarero le puso la bebida y acto seguido acabó en su estómago. Requirió más y más. Pasado un rato con la cabeza hundida entre los hombros no escuchó la campanilla de la puerta. Un hombre había entrado en el bar y se sentó a su lado.
- ¿Que tal Bocafuego?- el camarero pareció conocer a un habitual. Porque se rió mientras se acercaba al que acababa de entrar.
-¿Lo de siempre?- preguntó mientras que echaba una mirada al nuevo cliente que John captó enseguida.
-Hay ocasiones en que siempre hallas un motivo para hacer algo. Es amigo mío y tiene problemas que necesitan de meditación profunda, y si, ponme lo de siempre.- El camarero cogió una botella de ginebra y un cenicero y lo puso al lado de John. Pagó por adelantado y miró al hombre que tenía a su izquierda. Lo conocía desde hace años, había realizado un trabajo para él, del cual se sentía tremendamente satisfecho. Cogió un cigarrillo y mientras lo encendía se sirvió la ginebra. Aspiró el humo y lo acompañó con el licor. Tras beberse dos copas se sintió con el don de palabra necesario para tratar de dar paz a un muerto.
-He oído que has estado en el médico.- Dijo al hombre que tenía a su izquierda. -Y que por lo visto no te queda mucho entre nosotros.
- ¿De qué me sirve tu compasión?- respondió de mala gana Mario. Había alcohol y pesadumbre en su voz. – Toda mi vida la he dedicado a servir a otros y no he tenido tiempo para mí y ahora no me queda más. Tuve una mujer que se largó porque el estirado de su marido no sabía soltarse la melena. Todo por tu culpa John.-
- No sabes lo que dices. En tu vida has bebido un trago y ahora el burbon habla por ti. Siempre te he admirado Mario. Cómo el tipo de persona que sigue en su vida un camino recto y honorable. Me hiciste un gran favor y nunca has tratado de cobrarlo por grande que este ha sido. Eso te honra y ennoblece. Si aún tengo tiempo de devolvértelo, estás en tu derecho. Pídeme lo que quieras.
-¿Serás capaz de darme el tiempo que me falta? ¿De quitarme esta condena? ¿Harás posible que no fuesen a ver un trozo de mármol con mi nombre en él? No, no lo creo. Eres un embaucador. Siempre inflamas a las personas a cumplir grandes metas. Que ni siquiera tú pudiste hacer. No hay más que ver como acabó tu mujer. – Se había pasado. Se dio cuando estaba en el suelo saboreando su sangre. John le había roto la nariz. Pudo ver cómo salía del bar dando un portazo. Justo después el camarero lo levantó del suelo y lo sacó por la salida de emergencia tirándolo al suelo y con la amenaza de que si volvía al bar se metería un problema mayor que una cara partida.
Se revolvió en su cama. A Ada no le dejaba dormir la preocupación que tenía por su padre. Se levantó y fue al salón. Estaba tensa. Cogió una pequeña pelota que botaba en ocasiones en las que se sentía estresada o furiosa. Empezó a lanzarla pero no aplacaba su temor. Furiosa la lanzó contra la pared dando un grito. Cuando a la mañana siguiente el despertador le recordó que debía ir a trabajar se sentía demasiado cansada para levantarse. Tenía un historial impecable que le permitía de vez en cuando librarse del trabajo cuando ella quería quedarse en casa disfrutando del placer de un buen libro, una buena comida, una buena película o simplemente desconectar. De hecho cogió el móvil pero dudó un instante, al final decidió ir para tratar de centrarse en algo que le apartase a su padre de la cabeza. Bajó a la cocina se sirvió un café bien cargado que le ayudase a combatir la noche toledana que había pasado.
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Mensaje por ZOMAtitos&Oreos Miér Jun 05, 2013 4:35 am

Me gusta mucho como escribes y es muy interesante la historia.

ME ENCANTA Very Happy

BESOSS Kiss
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Mensaje por KateC_17 Miér Jun 05, 2013 4:50 am

SEEEEEEH me gustaaaa muchoooo y esta bien asi de largito Very Happy Happy Clap esta muy interesanteee asi que sigueee prontooo plissss Big Crying que ya quiero saber que pasaraa!! Hysterical ¡noS VEMOS!
besotesss Kiss
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Mensaje por _Caskett_ Miér Jun 05, 2013 4:56 am

Muy buen comienzo
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