Libertad y felicidad

Una nueva lágrima, un nuevo sollozo, un nuevo temblor. Me abrazo a mí misma, acaricio mi vientre, mi niño sigue aquí dentro, luchando por vivir, aunque los golpes de su padre no le ayudan. Otro portazo, se ha ido, otra vez, quizás a otra casa a donde irá a darle amor a otra… o placer, porque si hay algo que sé es que ese hombre no puede dar amor a nadie, ni a mí, ni a su hijo, que sin haber nacido ya conoce el odio de su padre. Siento una patadita dentro de mí, me levanto del suelo como puedo, canturreo entre sollozos una nana, la nana que me he aprendido para él, para cuando mi niño nazca, la misma que me canto a mí misma como consuelo, cuando él se va, después de un nuevo golpe. Y de nuevo la misma rutina ir al baño, mirarme al espejo, odiarme a mí misma y lavarme las heridas, coger maquillaje y taparlo, para que nadie fuera de casa sepa lo que está pasando aquí. Y después, cuando ya no hay sangre ni moratones, solo una perfecta capa de maquillaje, voy a la cocina a preparar la cena, para cuando vuelva, con ese ramo de rosas que ya ni pongo en agua, que tiro directamente a la basura, como si ya vinieran marchitas. Las manos me tiemblan, siento otra patadita, sonrío entre lágrimas. Termino la cena y me siento a esperarle, cansada, apenas tengo veinte años y me siento como una vieja. Pasan las horas y por fin vuelve, con su ramo, me pide perdón, me da un beso, me acaricia el vientre, te quiero, dice. Cenamos en silencio y le digo que estoy cansada que me voy a dormir. Él asiente, se acerca y me da otro beso, buenas noches, dice. Y me acuesto en esa cama que ya no es mía, ya no me pertenece. Paso otra noche en vela, no puedo dormir, recuerdo a mi padre, los monstruos no existen, mentía, sí existen, duermo con uno a mi lado. Y siento otra patadita. Y entonces ya no me sirve vivir así, ya no es suficiente, ya no quiero más dolor, quiero felicidad, para mí y para mi niño. Y me quito mi alianza, la dejo en su mesita, lo veo por última vez, duerme, no va a despertar. Me voy en silencio, sin llevarme nada, porque nada de lo que hay en esa casa me pertenece, solo mi hijo.

-Mami, ¿cómo era papá?
-No lo sé Richard, solo lo conocí una noche, una maravillosa noche en la que me amó con locura, pero nunca más he vuelto a verlo.
-¿Era bueno?
-Muy bueno, mi niño, ahora duerme, Alba no tardará en llegar. –Arropo a mi niño y mientras que espero a la niñera me visto y me arreglo, tengo que prepararme para actuar. Suena el timbre.

-Pasa, ya está dormido, si se despierta dile que mamá volverá pronto.
-Lo haré señora Rogers, buena suerte con su estreno.
-Gracias, querida. -Me dirijo al teatro, han pasado cuatro años desde aquel día, el día que me regalé a mí misma libertad y felicidad, un día, que mira que coincidencia está dedicado a esas mujeres que pasan un calvario como el que yo pasé, el 25 de noviembre.

Dedicado a todas aquellas que ya no están aquí por culpa de unos cobardes.