Consecuencias de una noche (Fic para Kate&Rick) CAP 3

-Castle.

Mi nombre sale de sus labios en un hilito de voz, no parece ella. No es esa Katherine Beckett segura de sí misma, desde la distancia la noto temblar. La miro desde mi puerta, con la mano en el picaporte, a punto de entrar. Nuestras miradas se chocan por una milésima de segundo y entonces como si algo la empujase y le diera fuerzas cruza la sala de un tirón y me besa impetuosamente, desesperada. Apenas puedo pensar en lo que está pasando, su lengua entra sin permiso en mi boca y registra cada rincón, la oigo gemir, de nuevo ese suave suspiro que viene a mi cabeza cada vez que pienso en aquel beso encubierto. Me siento bloqueado, no quiero parar, pero apenas hace un par de minutos que ella ha entrado en su habitación, tratando de negar lo que ocurre entre nosotros. Está confundida y yo no quiero esto. Así no.

-Para –susurro. Se aparta, como si la hubiera golpeado, se esfuerza por mirar al suelo, avergonzada.
-Lo siento, no sé qué me ha pasado –balbucea una disculpa que no tiene sentido para ninguno de los dos y da un par de pasos hacia atrás. La sujeto antes de que siga con eso.
-Kate – vuelvo a llamarla con ese anhelo en los labios, esperando ilusamente una confesión de amor eterno en sus brazos, algo que sé no ocurrirá. Ella sigue esquiva, acaricio suavemente su mejilla, notando humedad en ella. No soporto verla llorar –No me hagas esto –suplico –no llores.
-Castle por favor –solloza –te necesito  -¿Qué debo decirle? Noto la necesidad en su voz, siento la mía en cada parte de mi cuerpo, pero no quiero que sea sólo una noche. Y sin embargo, cuando vuelvo a mirarla, su rostro ha cambiado. Parece… decidida, como si realmente supiera lo que está haciendo. Otra vez se acerca a mí y hace el amago de besarme, pero deja sus labios muy cerca de los míos, sin juntarlos -. ¿Acaso ya no deseas esto, Ricky?

Cierro los ojos, trago saliva, su aliento, su perfume, son embriagadores. Una erección ya formada palpita dolorosamente, debo ser fuerte a sus artimañas, pero cada susurro en su voz es una cruel y a la vez dulce tortura. Su estrategia ha cambiado, ella ha decidido lo que quiere esta noche y mi fuerza de voluntad cae en picado cuando su mano se posa en mi entrepierna.
-Sí, ya lo creo que lo deseas –sonríe, sin que quede ni un rastro de pena en su rostro. Y simplemente, yo no puedo más.

A trompicones entramos en mi habitación, por el camino he perdido la camisa de cuadros, sus manos calientan mi cuerpo por debajo de la ropa, su lengua no da tregua en mi boca, ni quiero que lo haga. Cuando mis piernas chocan contra la cama Kate no pierde el tiempo y me empuja bruscamente. Caigo sobre el colchón. ¡Menuda vista! Riendo, lasciva, se muerde el labio, su lengua lo recorre suavemente, me provoca. Descalza parece más pequeña, siento una punzada de ternura, se quita la blusa morada, dejándome ver un sujetador celeste con encajes. Empieza a hacer demasiado calor y esto acaba de empezar.

-¿Te gusta lo que ves, Castle? –ronronea.
-Mucho –aseguro-. Pero quiero más –añado con voz ronca.
-¿Algo como esto? –sugiere mientras que sus manos van hasta la cinturilla de las mallas y las va bajando despacio, contoneando las caderas sensualmente. Ahí están unas bragas, también con encaje, a juego con el sujetador. Trago saliva al imaginar lo que encierran.  
-Ven aquí –murmuro; pero ella levanta el índice y niega, juguetona, luego lo lleva a su boca, lo muerde. Dios, lo que sería tener esa deliciosa boca alrededor de mi erección. No puedo más, sino viene ella, iré yo. Trato de levantarme, pero Kate me empuja suavemente con el pie, se arrodilla en la cama, gatea hasta mí y vuelve a reclamar mi boca, muerdo sus labios, mi pequeña venganza por tal tortura.
-Llevas demasiada ropa –se queja en mi oído. Joder. Esa voz va a acabar conmigo -. Deja que me ocupe de eso, Ricky.

Soy todo suyo. Kate me quita la camiseta que llevaba bajo la camisa y la arroja al otro lado de la habitación. Luego se acerca a mi pantalón, vuelve a morderse el labio y poco a poco lo va deslizando. Mira mis bóxers, con una sonrisa traviesa. Sí, quiere volverme loco.
-No está mal, Castle –dice. Entrecierro los ojos, ahora mismo sus burlas no me importan, la erección que está a punto de matarme, sí. Ella es consciente del poder que tiene sobre mí y continúa con su juego, llevando sus manos a la espalda, desabrochándose el sujetador. Sus pechos aparecen ante mis ojos, llenos, firmes, sus pezones son sonrosados y están duros, excitados. Necesito probarlos, intento inclinarme y acércame a ellos, tomarlos, pero Kate me frena -. No tocarás nada hasta que te haya tenido en mi boca –susurra.  

Joder. Me mira, esperando a que diga algo, pero no voy a tentar a la suerte. El mando es suyo, no me importa. Con sus pechos fuera de mi alcance, mis ojos van directos hasta su vientre, siguiendo la dirección sus manos. Se acaricia, vuelve a llevarlas hasta sus pezones, los pellizca, jadea, sus ojos se entrecierran. Menudo espectáculo. Lentamente vuelven a bajar y esta vez, no paran hasta llegar a la lencería y quitársela. Siento un agudo dolor en la entrepierna cuando por fin descubro lo que había dejado de la tela. Depilada, sonrosada, mojada. Caliente.

Kate sonríe ante mi expresión, no puedo dejar de mirarla y no percato cuando su mano va  hasta mis calzoncillos y presiona.
-No hagas eso –gruño, no quiero acabar sin haberme hundido profundamente en su interior.
-¿No te gusta? –pregunta, antes de liberar ni erección, que por fin salta, libre. Suelto un suspiro de alivio, mucho mejor -. No te relajes Castle, ahora viene lo bueno.

Y la lleva a su boca. Me aferro a las sábanas, echo la cabeza hacia atrás y me concentro en esa lengua que recorre perezosa toda la carne. Sus labios forman una O alrededor y succionan, me lleva hasta su garganta, unos segundos, luego se retira y vuelve a tomarme. Esa boca húmeda es una deliciosa tortura. Con una mano le retiro el cabello de la cara, quiero verla. Sus ojos me miran y luego vuelve a centrar toda su atención en darme placer. Siento ese especial calor, la obligo a parar, no quiero terminar en su boca. No hoy. Respiro lentamente, sujeto la base de mi erección, Kate me mira.

-¿Quieres matarme, verdad? –Ella se ríe y niega, se inclina, a horcajadas sobre mí y me besa.
-Prefiero tenerte dentro de mí –responde. Luego se incorpora y me toma de nuevo, frotando mi pene contra su clítoris, la fricción es exquisita. La dejo darse placer a sí misma durante unos segundos, pero después me incorporo yo también, quedando sentado. Antes de que pueda decir nada tomo un pezón con mi boca y lo muerdo, fuerte. Me pega a ella, tirándome del pelo, juego con sus pechos, los excito, primero uno, mordiendo, luego el otro, chupando. Son deliciosos y duros. Perfectos. Noto la humedad que mana entre sus pliegues, abandono sus pezones, sonriendo cuando ella suelta un débil gemido, necesitado.

-No aguanto más –le digo y la alzo, bajándola sobre mi erección. Ambos gritamos al sentir la única e indescriptible sensación de la piel con piel. Kate se mueve, encolerizada, mis manos acarician su culo, mi boca vuelve a jugar con sus pechos, mi miembro se endurece aún más cuando sus húmedas y ardientes paredes lo presionan. Está a punto, tanta tortura ha dado sus frutos.
-Joder, Castle –gime. La maldición me calienta aún más, pocas veces la oigo hablar así. Con destreza la hago girar, quedando sobre ella y echo sus piernas a mí hombros, buscando un ángulo que nos permita llegar a ambos al máximo placer. Me muevo deprisa, la oigo jadear y gemir, buscar el aire, tiembla, está muy cerca.
-Córrete para mí, cariño. -Y entonces encuentro ese punto dentro de ella que sé que la va a volver loca y la oigo soltar un alarido. Su orgasmo la posee, aprieto los dientes para no dejarme llevar, durar sólo un poco más, darle más. Froto con dureza sobre su clítoris, no la dejo acabar y vuelve a gritar, su interior me aprieta, su segundo orgasmo provoca el mío, mi pene salta, furioso, buscando su propia liberación y unos chorros calientes salen disparados, suelto un rugido, el placer me supera.  
-¡Kate!

Me dejo caer sobre ella, exhausto. Su cuerpo empapado se pega al mío, aún la noto temblar. Con esfuerzo me tumbo a su lado y la atraigo hacia mí, apoya su cabeza en mi pecho, su pelo me hace cosquillas. Nos quedamos en silencio, agotados, mis dedos acarician su piel, con dulzura.
-¿Kate? Ha sido increíble.

Pero ella no contesta. En la habitación se oye sólo una respiración acompasada, aparto su cabello, sonrío. Se ha quedado dormida.

Capítulo 2

-¿Castle? ¿Me estás escuchando? –Él no me mira, parece ausente, salgo de coche, sintiéndome culpable, otra vez. Me gustaría decirle muchas cosas, que no he olvidado esa noche, que me encantaría darnos una oportunidad, que mi relación con Josh está condenada al fracaso… pero algo me frena, y no sé que es. Podría seguir mintiéndome a mí misma y decir que no quiero empezar algo que terminaría por estropear lo que tenemos, pero sé bien que no es así. Tengo miedo. Yo lo sé. Él lo sabe. Y mientras seguimos con este juego absurdo de fingir que no ha pasado nada, este juego en el que ninguno tiene las de ganar.

Lanzo un suspiro que empaña el cristal del coche y la sigo, quisiera leer dentro de su cabeza, saber por una vez que demonios está pensando, pero mi amada inspectora no es fácil de leer y eso me hace sentir frustrado. La quiero y lo mejor para mí sería dejar la comisaría y marcharme, quizás ir a buscar a una rubia con la que divertirme, ser el viejo Rick, pero para que voy a engañarme. Ni con mil mujeres la olvidaría. Y por eso sigo aquí, o quizás simplemente mantengo la estúpida esperanza de que ella me diga que aquella noche significó algo, algo más que un momento de debilidad. Soy patético.

La rutina sigue, hablar con un sospechoso, creer que el caso está resuelto, equivocarnos, esperar a que Ryan y Esposito hablen con otro, esperar a que se equivoquen ellos también y… nada más. Ya no existen esos momentos en los que completamos cada uno la frase del otro, ambos pensamos lo mismo, lo resolvemos, encontramos al tío, a la mujer en este caso, pero no con esa química que hacía reír a la comisaría y a mí me parecía sexy. Veo a Castle hablar con uno de los chicos, se ríe, o finge hacerlo, porque en sus ojos no hay el menor rastro de felicidad, está triste, le estoy haciendo daño y que Josh venga a buscarme, para según él darme una sorpresa lo hace todo más difícil. Trato de decirle algo al escritor, al menos un “hasta mañana”, pero él se dirige al ascensor y las puertas se cierran tras él. Y pasa otro día. No podemos seguir así.

Si ver como me huye me hace daño ver al doctor con ella ya es demasiado. Podría irme a casa y mentirle a mis pelirrojas con un “estoy bien, cogimos a la asesina”, pero estoy harto de mentiras, así que voy a La Guarida, que se ha convertido también en mi refugio. Ni me molesto en decirle al chico que me sirva, cruzo la barra y yo mismo tomo la botella de mi whisky favorito y me bebo la primera copa de un solo trago, ante la mirada preocupada de mi fiel barman. Pero mis chicas estarán preocupadas y tras tres copas decido que el momento de autocompasión ya ha terminado, y vuelvo al loft, a soñar con ella otra vez.

Josh me ha preparado la cena, “he salido antes y he aprovechado” dice con una tímida sonrisa. Pobre, me siento culpable, sigue haciendo pequeños gestos que son un “estoy aquí, Kate, maldita sea, mírame”, pero de poco le sirven. Algún día tendré que dejar de ser egoísta y decirle lo que siento, me gusta, en eso no miento, pero no es suficiente. No se comparte la cama más de un mes con alguien que sólo te gusta. Algunas lo harán, pero yo soy de esas idiotas que creen en el amor. Y aun así me niego a amar. Sí, soy idiota. Y cobarde. Y egoísta. Y esta noche seguiré siendo egoísta y pintaré una falsa sonrisa ante ese cordero con salsa de frambuesas, tiene una pinta increíble, pero no tengo hambre. Pero le doy las gracias con un beso en los labios y me siento a la mesa. Y al servirme, no sé que me pasa, pero me tapo la boca con la mano y corro al baño.

No puedo dormir, ya ni soñar con ella me basta. Necesito más. Joder, ella también necesita más y lo sabe. Tiene que saberlo, puede que tenga miedo, pero no es tonta. Mi inspectora es demasiado lista para no darse cuenta de que hay algo entre nosotros. El problema es que ese maldito miedo no le deja ponerle nombre a ese algo. Y estoy harto. Alguien va a tener que ser valiente por los dos. Y parece que voy a tener que ser yo.

Josh me llama, preocupado, me pide que le abra, pero lo ignoro. Tras lavarme los dientes y el sudor de la frente mi cerebro se ha puesto a pensar. No puede ser. Cuento mentalmente, uno, dos, tres… sus incesantes súplicas me hacen perder la cuenta y me ponen histérica. “Enseguida salgo, tranquilo” y suspiro aliviada cuando se va. Pero el alivio dura poco, porque tengo dos retrasos y será por el maldito estrés o porque nunca he tenido una falta que todo mi mundo termina por hundirse. ¿Un bebé? No, por favor. Ahora no.