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Mensaje por saratheplatypus Lun Ago 05, 2013 9:23 am

Buenaaaaas! Heart Traigo el pedido de Elena_NyPD@. Si, ese que hizo hace la tana de tiempo Facepalm. Lo siento mucho, nena. Estoy de vacaciones y la musa viene y se va cuando quiere, y no iba a hacerlo deprisa y corriendo para que quedase hecho un truño. Solo espero que el resultado te haya gustado (siento muchisimo si no, porque menuda faena xddd) y perdones mi falta de puntualidad Crying or Very sad. Y bueno, digo lo mismo para los demas lectores ^. Alla va!

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Relieving

—Tu novia es una fiera.

Aquella predicción matutina sobre el discurso nefasto que iba a tener aquel día se va haciendo más estable en cada segundo que cuenta mentalmente. Desde que se levantó, fue hacia el salón y su madre, que estaba allí, lo miró con rápida desgana, sin ni siquiera darle los buenos días; desde que se acercó a la cocina y solo estaba la taza de la mujer calentándose; desde que a Castle se le ocurrió preguntarle qué le pasaba, ese pensamiento se reforzó en su interior y supo que el tiempo corría en su contra.

Y ahora vuelve a ratificarse por sí solo cuando Castle observa por el rabillo del ojo su móvil, ahora hecho puré y sin remedio alguno sobre el suelo.

No es que lo hubiera hecho a propósito. Es su novia, esta tan aburrido que bostezaba sin tener sueño y necesitaba desahogarse y oír el sonido de su voz colarse por el auricular, y sentir que toda esa porquería burocrática a la que se había visto forzado a someterse se hacía algo más llevadero. Necesitaba imaginarse a Kate Beckett al lado de él haciéndole esos mimos y carantoñas que en días como ese le sacaba una sonrisa con cierto significado emocional.

Y quizá, solo quizá si hubiera accedido al tema del papeleo, su madre no se habría obcecado en ir ese mismo día y no otro, y los dos estarían a salvo. Él en la comisaría muerto de asco y mirando como su compañera hace el papeleo —que tampoco es tan mala idea por el simple hecho de estar a su lado y observar cada uno de sus pequeños gestos y como frunce el ceño cuando se olvida de algo o no le cuadran las cuentas— y su madre haciendo algún desastre dentro de casa que, fuese fácil o difícil, tendría remedio.

Pero no. Están en un banco, en el papel de rehén rodeados de mercenarios disfrazados de médicos famosos. Castle, hasta hace un par de segundos, cuando todavía sentía el metal frio de cañón presionando contra su garganta, creía que tenía los segundos contados.

—Ya, bueno —sonríe desafiante a Trapper John que sigue medio apuntándole con su pistola. Esa mirada tan impasible lleva toda la mañana congelándole el aliento—. Suele mantener bastante bien la calma, ¿sabes? Pero se la has hecho perder. Yo saldría corriendo antes de que me viera.
—¿Es una amenaza?
—Más bien un consejo —se toma un tiempo antes de seguir hablando y poder analizarlo más cuidadosamente. Trapper John le mantiene la mirada como si no tuviera demasiado miedo y le sobrase la paciencia como para seguir aguantando eso y más. Castle traga saliva, y le pregunta:— ¿Por qué estáis atracando este banco?
—La ley de Sutton —contesta, mientras toquetea algo en su móvil—, cuando le preguntaron por qué atracaba bancos, Willie Sutton dijo: «porque es donde está el dinero».

Otro móvil comienza a sonar. Trapper John se detiene, mira a otro de los mercenarios que lo sostiene y este asiente la cabeza. Castle lo interpreta como un toque de atención sospechoso y dirige su atención brevemente hacia él mientras intenta atar todos los cabos que ha considerado sueltos desde el principio. Manías de polis.

Beckett ha acabado pegando sus malas costumbres. Casi le cuesta la vida, pero está todo demasiado tergiversado como para que se reduzca a un mero atraco por buscar algo de dinero, y menos viniendo de esa gente. De un chapuzas, vale; pero esos tíos parecen tener dos dedos de frente.

Vuelve a mirar a Trapper John, y le sigue el juego—: Pero Willie Sutton nunca dijo eso, fue una cita que se inventó un reportero. A los escritores se nos da muy bien alterar la realidad para que encaje en la narrativa, y la historia que os habéis montado aquí… —vuelve a sonreírle porque sabe por dónde han ido los tiros desde un principio— no es para robar dinero.
Trapper John lo mira con fingido escepticismo, poniéndolo en duda— Ah, ¿no?
—No lleváis guantes. Es evidente que no os importan las huellas dactilares, o sea, que no estáis fichados. Y esos acentos…

Fue mala idea llamar a Beckett,  el estropicio de su teléfono lo confirma, pero ha resultado ser mejor que la panacea porque de algún otro modo su historia no hubiera encajado, y tampoco hubiera desmantelado de manera importante la trama que se había montado Trapper John y sus perros falderos. Castle lo sabe. Él atracador lo mira como si no se lo negase. Casi lo puede ver sonriendo por debajo de la mascarilla.

El escritor continúa, y como si hubiera descubierto el Arca Perdida, deduce—: Sois mercenarios. No sois tan tontos como para subir a ese autobús, así que… ¿qué había en esa caja? ¿Para qué es el C4? ¿Y qué vais a hacer con nosotros?

Trapper John suelta una carcajada silenciosa que se ensordece más por su mascarilla. Baja la mirada brevemente y luego lo vuelve a analizar, y a Castle le da tiempo a mirar a través de él unos segundos más antes de que haga un movimiento decisivo. Al verle con ese porte tan relajado y esa imaginable sonrisa franca, pero burlona, lo ve como a un igual. Como dos personas con los mismos ideales en un campo de batalla y luchando en bandos contrarios.

Y es como si estuvieran en una especie de juego; un duelo de miradas o algo parecido.

—Me caes bien —le dice, mirándolo de arriba abajo—, por eso te voy a matar el último.

Castle oye a su madre llorar tras eso último, él prolifera un bufido. Sus puños se contraen solos sobre sus rodillas y el escritor toma aire en busca de ese algo que le enfríe su casi nublado sentido de la razón para no cometer una heroicidad y hacer de ella su última voluntad.

El tono de voz de Trapper John es tan cínico y relajado como el que suele usar él cuando juega al póker y va de farol, pero en esos casos todo se reduce al instinto de supervivencia. Aún así, intenta poner su mente en blanco en busca de una conclusión razonable. Da una oportunidad a lo más sensato que puede hacer ahora y decide seguirle el rollo por una prudente diversión; no quiere poner la mano en el fuego tan pronto y mucho menos ganarse un tiro entre sus cejas.

La cosa va así desde el principio. Trapper John miente, le pone a prueba y Castle finge que cae. Pero los dos saben cómo van a acabar todo eso.

Otro de los atracadores le llama y le dice que ya se pueden ir. Y la trama sigue su curso. Castle oye cómo les ordenan ponerse en pie y él obedece, relajado, pero preguntando con cierta precaución qué van a hacer.

—Eres listo. Seguro que lo adivinas —contesta Trapper John, retándolo.

Y no sabe si relajarse o tensarse más, y el factor primigenio le obliga a que opte por lo segundo. Sin razón aparente, solo porque la propia situación es toda una señal para que actúe de la manera más defensiva.

En menos de un par de minutos todos están con las manos atadas. Observa cómo empiezan a activar el C4 que habían sacado antes, cómo lo meten en una bolsa. Programado cuidadosamente, como si se hubieran dedicado toda la vida a ello, y Castle los escruta silenciosamente intentando adivinar el siguiente paso. Mueve ligeramente las muñecas para aliviar la presión que se estaba acumulando ahí. Después se dirige a su madre, que la nota tensa y medio llorando, y le suelta:

—Madre, no me gusta el servicio al cliente de este banco. Creo que deberíamos llevar nuestro dinero a otra parte.

Siempre suele tener la fea costumbre de soltar sus típicas coñas en los momentos más inadecuados. Está hecho un sinvergüenza, todos lo dan por hechos pero a su vez, lo agradecen.

Martha apoya su frente sobre el hombro de su hijo, al borde del llanto, y le susurra—: Lo siento mucho —Castle la consuela negándolo—, perdóname por meterte en esto.
—Da igual, da igual —la sonríe, confidente, y en su último intento por aliviar más ese remordimiento, contesta—: Te quiero, madre.
Ella le devuelve la sonrisa— Y yo a ti, hijo.

Trapper John los llama mientras el resto de mercenarios se alejan a la parte más profunda de las cajas fuertes. Castle alza una ceja, observándoles cargar con todo ese peso consistente de explosivos plásticos y el poco dinero que hayan querido coger. El líder los junta y usa su pistola para empujarles hacia dentro, señalándoles una especie de celda empotrada en la pared.

—Vamos, todos ahí dentro. Sentaos ordenadamente y todas esas chorradas que os dijeron cuando ibais a la guardería. No quiero ningún amago por intentar escaparse ni alguna artimaña parecida, eso si no queréis acabar con un tiro entre ceja y ceja —Castle entra pasando por su lado, mirándolo por última vez. Él sigue sonriendo—. Ha sido todo un placer, señor Castle.

Él no contesta, solo se limita a sentarse apoyado contra la pared, al lado de su madre. Esta se inclina de costado hacia él, volviendo a apoyar su cabeza en el hombro como antes. El escritor suspira, oye la puerta de la celda cerrarse y cierra los ojos, en un intento por conservar el sentido común.

—No se preocupen, no vamos a morir. Si quisieran matarnos, ya lo habrían hecho —Castle no sabe si les cuenta esto para mantenerle serenos o para ratificárselo a sí mismo en un último intento por salir vivo de esa.

Mira su madre, y luego mira a sus muñecas, unidas forzosamente por esa cuerda. Quizá está medio seguro de que va a salir de esa, que en pocos minutos algo pasará, la policía entrará y podrá repetirle a Beckett lo mucho que la quiere las veces que le sea posible sin tomar aire, porque estará vivo.

Pero queda el factor sorpresa, rezumando esa incertidumbre que provoca que se remueva sobre el suelo, preocupado. Es un acto reflejo hacia el pensamiento de que esos podrían ser sus últimos segundos.

—¿Cómo está tan seguro? —pregunta el director del banco. Él se encoge de hombros.
—Porque lo estoy. ¿Sabe? Trabajo con la policía. Llevo casi cuatro años metiéndome en varios papeles y adivinando el motivo de las cosas, y me he acostumbrado a pensar como esta gente —se muerde el labio, pensativo—. No, aquí van a hacer algo raro. Desde un principio nos han usado para desviar la atención, pero creo que…

No termina la frase.

Una explosión se expande por los cuatro costados del banco, zarandeándolos bruscamente por la fuerza. Castle se refugia contra la pared y entre sus brazos notando a su madre pegándose contra su cuerpo, buscando algún tipo de protección. Se acurruca junto a su madre, dejando que sus sentidos vuelvan a restablecerse y ese pitido en el oído causado por el estridente ruido cese y sea capaz de pensar con un raciocinio mínimo. Cuando se nota algo liberado, abre los ojos.

Su estancia está entera. Ningún daño, solo una nube de polvo bastante molesta que le está haciendo toser y que le piquen y lloren los ojos. Se los restriega con la manga de su americana, intentando visualizar algo a través de todo ese hormigón reducido a arenilla. El resto de rehenes siguen enteros, así que supone que los daños mayores están fuera de ahí.

—¿Qué ha sido eso? —pregunta su madre. Castle tose un par de veces más, mirando hacia el banco. Solo ve tabiques derruidos, piezas metálicas y trozos de papeles incendiándose en el aire, y puede apreciar ese característico olor a explosivo.
—Probablemente para eso querrían el C4. Ahora que tienen lo que buscaban, habrán huido —la condensada nube de polvo empieza a moderarse y Castle es capaz de distinguir la siluetas del resto—. ¿Hay algún herido?

Responden casi sincronizados que no, que todos están bien. El escritor respira tranquilo, sacudiendo su cabeza para deshacerse de todos los pequeños escombros que hayan podido caer sobre su pelo. Suspira, encorvándose contra la pared, no oye nada fuera de lo normal, solo lo típico: sirenas de ambulancias y policías, partes del techo debilitadas resquebrajándose y terminando por ceder y derrumbarse. Y su apellido.

Su apellido siendo gritando una y otra vez por una voz semi distorsionada por la lejanía y los trozos del armazón del edificio cayendo y rompiendo más el suelo. Cada vez se aproxima más hacia ellos. Es una voz femenina. Se hace más apreciable progresivamente y con ello, más familiar. Él sonríe, despegándose de la pared para dejarse ver entre los barrotes de esa celda, tan bruscamente que su madre se asusta, y grita:

—¡Beckett!

Ella grita su apellido una vez más. La oye acercarse y las pulsaciones de su corazón se disparan. Su sonrisa se ensancha, y se derrite de mil maneras cuando la ve aparecer finalmente cerca de ellos. El pulso le tiembla, establecen contacto visual, levanta su mano en señal de saludo y observa cómo la detective da un largo suspiro al verlo sano y salvo.

—¡Están aquí! —avisa ella, abriendo la puerta y entrando a su misma sala.
—Os lo dije, ¿eh?

Ve a la detective acercándose con efusividad hacia él como si se le acabase el aire y Castle fuera lo único que consiguiera mantenerla con vida, y la simple imagen de ella arrodillándose entre sus piernas, suspirando y con los ojos inyectados en lágrimas mientras una sonrisa ancha se forma sobre sus labios hace que su corazón se desborde por algún lado.

—Ya está, ¿listo? —su voz tiembla como si la detective no pudiera con su propio cuerpo. Él traga saliva, parece que ninguno de los dos sabe cómo sostener eso.

Agarra las manos del escritor con dulzura mientras corta la cuerda que las mantiene unidas. El aire fresco entra entre sus manos, haciéndole sonreír. Mira a la detective durante un par de segundos en los que se deshace emocionalmente sobre el frío suelo de la celda; nunca conseguirá resistirse a tanto contenido emocional emanando de sus ojos.

En cuanto su movilidad se hace obvia y se cuela un rayo de raciocinio, sus manos se deslizan hacia la cintura de Beckett, envolviendo su cuerpo estrecho y atrayéndolo hacia su propio cuerpo, aferrándose como si fuera lo último que hiciera en vida. Los músculos de la detective se tensan en un principio bajo los suyos antes el contacto, pero acaba cediendo y lo abraza con la misma efusividad, presionándolo suavemente contra ella.

—Doy gracias a que no está Gates para vernos —murmura el escritor. Ella se ríe sobre su cuello.
—Me habría importado poco, ahora mismo estamos en terreno neutral —le hace cosquillas su aliento impactando contra su piel—. Dios, Castle, qué miedo me has hecho pasar.
—Lo siento —ambos se separan, pero no demasiado. Solo lo justo para que no haya más de cinco centímetros separando sus rostros—. ¿Sabes? Estoy empezando a pensar que lo del papeleo no es mala idea. La próxima vez me quedo contigo.
—Mas te vale, no me obligues a esposarte a la silla.

El escritor deja escapar una suave carcajada antes de dejar que un breve silencio nazca entre ellos. Es un método de asimilación; se miran sin decir nada, acariciándose, abrazándose y dejando que la comunicación audiovisual haga el resto. Se dan el tiempo suficiente como para empezar a volar dentro de su propia esfera, y cuando se sienten preparados para verbalizarlo, uno de los dos dice:

—Te quiero.

Es tan directo y conciso que la expresión de Beckett parece decir que no necesita oír más. Hace minutos el pánico era tan tangible e irremediable que Castle pensaba que el único consuelo hacia eso era pensar que, de alguna manera u otra, conseguiría que llegase este momento.

Beckett suelta el aire, medio embobada y observándolo como si la hubiera hipnotizado de alguna manera, y eso hace que el escritor se ría.

—Yo también te quiero —un delicioso cosquilleo se extiende por su estómago al escucharlo—. Y ahora bésame, por favor.

No tarda ni medio segundo en volver a atraerla hacia su cuerpo, hasta que sus bocas se rozan. En el momento en el que Beckett pone sus labios sobre los del escritor, este los abre y presiona contra los suyos, derritiéndose en la mayor de las delicias. Su calor corporal se funde con el de Beckett, la necesidad contenida de buscar impregnar el sabor de la detective dentro de su boca adquiere forma y voluntad propias, y un segundo más prolongando el deseado segundo es un instante más que eterniza la sensación de hacerse grande con algo tan pequeño.

Oyen aplausos a su alrededor que hacen que se separen, confusos y medio riéndose. La escena les parece tan conmovedora que solo puede bramar como si fuera una película, y ambos se dejan llevar por la vergüenza. Martha carraspea y sisea algo que no entiende su hijo, y Beckett la mira.

—Cuando terminéis los arrumacos estaré encantada de que me quites esto de las manos, querida.

Beckett se muerde el labio, encogiéndose de hombros a modo de disculpa y ladeando su cabeza como si estuviera medio arrepentida, pero disfrutando del momento. Martha le dedica una mirada cómplice, Castle observa el momento, lo inmortaliza en su memoria y el pensamiento de convertirse en el hombre más feliz del mundo, que se abre hueco en la cabeza del escritor, se expande hasta ser lo único que acapara sus ideas.

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Espero que la espera haya merecido la pena! Very Happy(y si no lo siento muchisimo, que vuerguenza Facepalm). Y gracias por seguir confiando en los servicios del Gremio! ^^


Última edición por iamaplatypus el Miér Ago 07, 2013 1:30 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Elena_NyPD@ Lun Ago 05, 2013 10:01 am

¿Que si ha merecido la pena? De sobra Inlove lo he leído como...100 veces? Y no te disculpes, no pasa nada, más vale tarde que nunca y por esto ha sido mejor que mis espectativas, en serio, me ha encantado me declar tu fan Very Happy

Besos Rolling Eyes
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Mensaje por AlwaysSerenity Miér Ago 07, 2013 1:23 pm

Pues de esta forma me gusta mas el capi 4x07 Bleh
Muy bueno Ornitorrinco, escribes genial (aunque no te lo creas)! Wink
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Mensaje por Beckett_Castle_Alba Jue Ago 08, 2013 6:22 am

Que mal que no te haya comentado cuando hace días que lo leí Facepalm Los estudios me tienen la mente saturada, sorry.
Nos has dado justo lo que todos deseábamos ver y no vimos, con ese modo tuyo de escribir que tanto me gusta.
Precioso Sara Kiss 

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Mensaje por Yaye Miér Ago 28, 2013 12:18 am

Me ha gustado mucho más esta versión que la real de la serie, jejejeje. Muy buena historia. Laughing 
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