Catarsis [14/14]

Prólogo

Ser o no ser inmortal. Ahí estaba…al alcance de estirar su brazo. A un leve roce de sus dedos.

Richard Castle miró fijamente a las dos mujeres que lo esperaban desnudas en la cama, como si de carnaza se tratase. Deseosas, expectantes.

La tenue luz de las velas acariciaba sus cuerpos, cubrían su piel en un cálido y sensual rubor a la par que miles de sombras se entre mezclaban por la habitación tejiendo un lento ritmo de centelleantes y tintineantes formas sobre todo objeto corpóreo de la habitación bailando al mismo ritmo de los constantes relámpagos que, fuera, anunciaban tormenta.

Richard sonrió hipnotizado por aquella imagen. Paseó sus ojos que normalmente eran de un azul claro, cielo, suave, cálido, transparente como el agua de un arrollo, desprendiendo tranquilidad y mil sinónimos más que quedaban arrollados en ese momento  por el azul oscuro, siniestro, lleno de lujuria y pasión, tan profundos como la mar revuelta, cómo el más profundo de los océanos casi negro, dilatados por el hambre, por la expectación del ambiente.

Su deseo crecía desde sus entrañas y los impulsos primitivos se multiplicaban en su interior cómo una fiera enjaulada, apunto de ser liberada.

Estaba inquieto.

La noche anterior sus ojos se habían cerrado al mundo que lo rodeaba. Su corazón dejó de latir, dejó de entrar aire en sus pulmones y su vida mortal simplemente terminó. Toda su humanidad quedó atrás, todo lo que acontecía a su vida se perdió. El aliento de una criatura inmortal lo había despertado de su breve sueño.

Cerró los ojos momentáneamente y recordó el dolor, como si pequeños alfileres se clavaran alrededor de su cuerpo, sintió el sudor frío recorrer su espalda, como una punzada eléctrica le hizo arquearse sintiendo como su vida escapaba de sus manos, como se enfriaba como miles de manos invisibles arrancaban su corazón, lo paraban, lo estrujaban, como sus pulmones se quedaban sin aire.

La sangre de las venas de su ama y el sabor de su profano beso borraron los últimos vestigios de su vida mortal. Recordó como al abrir los ojos de nuevo todo su cuerpo estaba en llamas, le ardía la piel y estaba empapado en sangre.

Jamás volvería a ser humano entre humanos. Mortal. Nunca. Ya no. Había desechado la idea de morir. Se había desechado de ese mordaz manto decadente.

De repente, la tormenta envolvió la mansión aislándola del resto del mundo.
Un extraño frío, casi glacial, insistía en merodear por la habitación ignorando el fuego que ardía en la chimenea.

El viento exterior embestía con fuerza, silbaba entre los árboles que rodeaban la vivienda vistiendo el momento de mayor intensidad; como un eco sordo de la tormenta que estaba apunto de desatarse en el interior de su alma.

Le escocía la piel. Estaba helado. La temblaba la mano. Jadeó. Había librado una dura batalla para escapar de las garras de la muerte. Para negarle un cuerpo más. Tenía los hombros tensos y su cuerpo prácticamente engarrotado a pesar de estar cincelado como el más perfecto de los dioses griegos.

No se podía relajar, los segundos parecían pasar más rápido, se convertían en minutos y el tiempo de repente se ralentizaba de nuevo, parecían horas. Lo habían despertado y ahora sabía que tenía que alimentarse, reponer la energía que su cuerpo había perdido al renacer.

Renacer. Volver a  empezar. Volver a tener existencia.

Movió su cuello, todos sus huesos crujieron.

La voz de Hannah  lo devolvió a la conciencia.

- Te estamos esperando, cariño.

La respiración de Richard se normalizó, la tensión que agarrotaba todos sus músculos se disipó automáticamente.

Aún sentía el leve pulso palpitar en su interior… ¿Era eso posible?

¿O eran imaginaciones?

No, era muy leve, suave, débil, era… su nueva vida.

Al tacto humano era imperceptible pero ante sus nuevos sentidos, podía sentirse más vivo que nunca a pesar de que  horas atrás había muerto.

Hannah había prometido traerle su primera víctima y había cumplido. Ahora ella le dominaba. Mandaba en él. Le controlaba. Era su ama, había conectado con ella en la conversión.

La imagen de las mujeres desató una oleada de excitación que le recorrió las venas.

Su apetito aumentaba.

Por debajo de los pantalones, su erección crecía.

Hannah sonrió y buscó los ojos de Richard con su verdosa mirada. El impacto de su penetrante repaso le aceleró el corazón. Una cabellera color chocolate rodeaba la preciosa cara de su ama. Pechos firmes, cintura pequeña y piernas esbeltas. La cara de un ángel. El cuerpo y el alma de una zorra.

-Ésta es Lily-Satisfecha, Hannah acarició despreocupadamente a la pelirroja de un modo bastante intimo- Ella será tu primera vez.

Rick recorrió el cuerpo de la muchacha con la mirada. Era mucho más joven que él cuando era humano. Debía empezar a pensar así.

Tenía unos ojos azul claro, casi grises, unas sonrosadas mejillas y los labios húmedos y ligeramente separados.
Completamente desnuda y a su merced, perdida en un ligero trance, la chica recordaría muy poco de la experiencia.

El impacto de su exuberante cuerpo secó su boca. La demanda carnal le retorcía las tripas como jamás antes. ¿A caso era más sensible? Tenía la polla tan dura que le dolía. Quería poseer a la chica. No. Necesitaba poseerla y lo necesitaba ya.

-¿De dónde la has sacado?

Hannah, que se estaba divirtiendo, sonrió misteriosamente.

-Nadie la echará de menos, mi Lord.

Richard sentía el suave y regular latido de su corazón en las venas, se sentía atormentado a medida que podía sentirlo con más fuerza gracias a la adrenalina que su cuerpo había liberado. La bestia había sido liberada. De pie y tambaleándose se presionó las sienes intentando calmarla, intentando callar la voz que le atormentaba en su mente.

-Arggg-masculló encogiéndose. Aun le costaba controlar todo eso. Era un neonato.

Se sentía incompleto. Se sentía hambriento. No podía esperar.

Sin conciencia.

Sin moralidad.

Se empezó a desnudar. Con las manos temblorosas y una palpitante erección, se desabrochó los inoportunos botones. Con mucha prisa, consiguió deshacerse de la camisa y del chaleco. Las botas y los pantalones corrieron la misma suerte.

La mirada de Hannah devoró su musculosa figura.

-Sabía que eras uno de los nuestros… Ven con nosotras Rick.

Se metió en la cama y se acostó a su lado. La seda de las sábanas emitía un leve crujido al entrar en contacto con su sensible y hambrienta piel.

El flexible cuerpo de Lily se fundió con el suyo con total naturalidad. Sólo el cuerpo de una mujer podía encajar así.

Su erección presionó el muslo de la joven, la podía haber embestido de golpe, a la fuerza, penetrándola inmediatamente pero sintió como sus pulmones se retorcían tal vez estrujados por una mano invisible. Necesitó toda su fuerza para mantener su deseo a raya.

“Más despacio, Ricky” se recordó mentalmente.

-Tócala.

Su mano trepó hasta la cadera de la joven. Sus dedos se abrieron paso a través de sus pliegues y se hundieron en ella. Al sentir la caricia, ella se arqueó, entornó sus ojos y sonrió.

Sintió un lento y regular zumbido bajo la piel de la chica. La electricidad circulaba libremente entre sus cuerpos. La vida y la muerte juntas en una bella danza. Pura energía humana era lo que desprendía la pelirroja.

Él presionó con más firmeza, deseoso de sentir el latir de la fuerza vibrante. La tensión aumentó.

Cerró los ojos y se dejó llevar por las estimulantes sensaciones. El efecto se extendió por todo el cuerpo como un virus. Cuando era mortal apenas había sido consciente de ello y ahora…no podía dejar de sentirlo como una droga.

El deseo azotaba todos sus sentidos y su pene se erguía de nuevo en señal de demanda.

-¿Lo sientes?-Hannah susurró como si se tratara de un secreto compartido sólo entre los dos.

Nervioso asintió.

-Lo que experimento…-murmuró-el dolor ha merecido la pena.

La carcajada de la mujer retumbó en las paredes de la habitación.

-Es el precio que pagamos por desafiar a la muerte… nos permite vivir como dioses… cómo auténticos y jodidos dioses que pecan y disfrutan de cada uno de los pecados.

Hannah apartó la larga melena de Lily de su cuello y la besó. Sentía adoración y debilidad por ambos sexos y satisfacía sus deseos libremente y sin censura.

-Ya has hecho esto antes de tu conversión, Richard. Haz lo que tienes que hacer cuando tienes a una mujer a tu disposición-Hannah bajó su mano hasta las piernas de la chica y las separó mostrando su delicioso sexo.

La humedad de Lily indicaba que ya estaba preparada. Reaccionó sumisamente ante las caricias de Hannah. Era evidente que disfrutaba. Su aliento se convirtió en un gemido.

Castle acarició con suavidad, con lentitud, deslizó las manos entre sus piernas y exploró su sexo con delicadeza. Un nuevo gemido escapó de la boca de la pelirroja.

El placer de ella aumentó el de Richard. Se agarró a los barrotes del cabezal de la cama y abrió más las piernas, quedando preparada para que él la llenase.

Castle la acarició de arriba abajo disfrutando de los maullidos y sus ojos se nublaron. Debía poseerla.

-La necesito.

Hannah sonrió y pasó los dedos por el collar que colgaba de su cuello. Un amuleto de plata. Un simple anillo de plata con un brillantito colgando de una cadena.

Se lo entregó a  Richard que prácticamente estaba fuera de control.

Se quedó casi petrificado y dudó. Sentía aprensión. Recordó que para establecer conexión, para terminar de convertirse tenía que beber su sangre.

Se miró su propio cuerpo. Lleno de cicatrices. Recordó lo que dolía. Cómo ardía en su conversión. Por un instante el miedo se apoderó de él.

Debía hacerlo. Debía beber su sangre. Lo sabía desde el momento que aceptó la invitación de Hannah para ser uno de ellos, para unirse al mundo prohibido, de los caídos del cielo y vetados en el infierno, de aquellos que viven en la eternidad.

-Cuando cortes, hazlo rápido, no le harás tanto daño-comentó su ama.

Dudando, apretó sus labios, tragó saliva y sin más hundió sus dientes en la suave piel del pecho izquierdo de su victima. La sangre emanó del delgado corte. Hannah apaciguó el dolor de la chica con suaves palabras. Lily buscó a Hannah con la mirada, las bocas de las chicas se unieron devorando sus labios mientras Castle bebía de la pelirroja y soltó el amuleto cayendo al suelo.

Al percibir la presencia de sangre, la bestia escondida en su mente tomó el mando. Se hizo con el control. Le invadió un instinto ferozmente animal, un apetito por lo prohibido.

Succionó con fuerza.

Rick lo sintió dentro de su cabeza. Zumbando en sus oídos, bajando por su espalda, introduciéndose en sus huesos, deseando morir para que terminara… pero esa opción ya no era plausible.


Ardía incontrolablemente, el ser liberado era imparable. Negar su presencia era inútil. La fuerte sensación de ansiedad se había apoderado de él, apretó los labios y la sangre caliente cubrió su lengua. El sabor no era tan desagradable como había imaginado. Bebió deleitándose.


-No te pases-dijo Hannah llamando su atención-sólo necesitas beber poco para extraer de su cuerpo las energías que sostendrán el tuyo.

Castle se separó. Su pelo se pegaba a su frente gracias a una fina capa de sudor. Sus ojos brillaban. Se limpió los labios cubiertos de sangre con el dorso de su mano.

Miró a la chica, latente bajo su cuerpo. La sola imagen lo intoxicó. Le provocó una extraña sensación de satisfacción instantánea.

Se arqueó sintiendo el palpitar de su falo. Hannah se situó detrás de él. La sintió en su espalda, dibujando círculos con sus frías y suaves manos sobre su abrasadora piel.

Lo enloqueció.

-Lo has hecho muy bien mi amor, poséela.

Sin esperar agarró las caderas de Lily y empujó hacia delante metiéndose dentro de ella en una única embestida, sintiendo la suave piel de sus desnudos muslos rozar su cadera.

Castle soltó un profundo gemido. Cerró los ojos. Salió del cuerpo de la chica. Volvió a entrar.

Aceleró el ritmo. Perdió el control de nuevo. No se contuvo, Lily alzó las caderas perdida en ese limbo de placer, entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. En pleno éxtasis.

Una oleada de calor invadió hasta el más profundo rincón de su ser y el ardor se extendió por las cremosas profundidades de la joven.

El tiempo dejó de existir. Una nueva fuerza recorrió su cuerpo. Cada vez alcanzaba el centro de la energía más pura, la que sustentaba su vida.

Un rugido lejano le llegó a los oídos, la sensación le produjo un suave y a la vez delicioso mareo. Su visión se oscureció. El peso de la eternidad amenazaba con aplastarlo y volver a resucitarlo. Todo eso destruía su mente mezclándose con el placer infinito que recorría su cuerpo.

Quedó cegado por toda la intensidad, la intensidad de la creación que recorrió su cuerpo como un rayo. El tiempo y el espacio, en ese momento eran una única entidad de puro poder. Del principio. Del fin. De la vida. De la muerte. Del placer.  Del estado catatonico en el que Lily se encontraba tras todo ese cúmulo de sensaciones, de ese inexplicable poder que la había invadido dejando su pulso débil, respirando con dificultad mientras en él, el fuego había recorrido desde la cabeza hasta la punta de los pies dejándolo relajado, haciendo añicos hasta el último de sus pensamientos.

Todo quedó en calma.

Hannah orgullosa de la actuación de su amante lo acunó entre sus brazos hasta que la fiebre hubo desaparecido, su riego sanguíneo se hubo restablecido y notó como sus sentidos volvían a funcionar con normalidad.

Estaba completo. Era uno de ellos.

Castle sonrió ante la renovada vitalidad que empezaba a sentir. Estaba vivo de nuevo esta vez, Eternamente.

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