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Búscame en la noche (Capítulo 8- ACTUALIZADO 2-2-14)

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Mensaje por maria_cs Mar Abr 02, 2013 6:36 am

Como sé que os estaréis liando con tanto nombre, mientras que subo el segundo capítulo aquí os dejo un árbol genealógico de la familia Beckett.

Búscame en la noche (Capítulo 8- ACTUALIZADO 2-2-14) - Página 3 Familiabeckettarbolgene


Más adelante subiré otra guía con la tripulación del corsario Castle
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Mensaje por agecastbet Mar Abr 02, 2013 7:49 am

OYYYYY, OYYYYYL, OYOYOYYYYYY, Como vaya para allí, a ese manos largas se los pongo por sombrero, el muy abusón, como se comporta con su hermana en vez de protegerla, será, ............. desgraciado por no decir otra cosa, que hay niños por aquí.
Se hace el valiente con los indefensos, mujeres y niños, ojalá apareciera el Corsario Castle, que se iba a enterar el muy.............. te he dicho como me gustan tus relatos históricos, son mis preferidos, me refiero a los históricos, siempre me encantó la História, fue una de las asignaturas que nunca suspendí y sin estudiar, pues leía todo lo que me caía en las manos, jajajaja
sobre todo en el verano a la hora de la siesta (la odiaba, me parecía una pérdida de tiempo).
Sigue pronto, aunque eso se que va a ser difícil, tienes demasiados frentes abiertos, te pareces a Napoleón, ten cuidado mira lo que le pasó, jajajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
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Mensaje por Beckett_Castle_Alba Mar Abr 02, 2013 10:15 am

La línea de Joahnna Beckett yo no la veo muy clara, no sé por qué pero tengo la intuición de que no es hija de quien su madre dice ser. Aunque claro, en esa época, también es verdad que algo así quedaría oculto y no aparecería en el árbol genealógico...
Muchas gracias María por la aclaración del parentesco de la familia.
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Mensaje por maria_cs Vie Abr 05, 2013 5:25 am

Capítulo 2

-Katherine Beckett tenía una vida tranquila. Hacía no mucho que un buen amigo de su padre, don Manuel de Sevilla, les había arrendado una casa cercana a la catedral y su esposa, fallecida le había dejado en su testamento a su esclava personal, Fátima, Inés para el resto del mundo. Katherine era hermosa, tenía una piel clara, un cabello brillante y sedoso, castaño y unos hermosos ojos que según les diera la luz, podían ser verdes o avellana…

-Fátima, sé cómo era mi madre –protesto. Ella frunce el ceño.
-Niña, yo cuento las historias así, desde el principio, así me enseñó mi madre y así debe ser.
-Está bien –suspiro -. Continúa.
-Como le decía, niña, Katherine era bellísima. No pocos vecinos la miraban con anhelo, soñando con desposarla, pero ella los ignoraba a todos, a veces con la timidez de una niña, otras, con el desdén de una mujer orgullosa. Su madre, doña Johanna, le reprochaba ese comportamiento, tenía ya diecisiete años, disponía de una buena dote, pronto debería pensar en contraer matrimonio, pero la joven no consentía ni quería pensar en ello. Doña Johanna estaba preocupada, su hija no se comportaba como las jóvenes vecinas de su entorno. Mientras que las otras soñaban con un buen hombre y muchos hijos, Katherine miraba con deseo los libros de la biblioteca de su padre y los de don Manuel, pero ni uno ni otro cedían a sus súplicas cuando ella les rogaba que le enseñasen a leer.

-Debes concentrarte en los bordados –decía don Jim Beckett -. ¿Por qué iba una mujer aprender a leer y a escribir?

Katherine pasaba entonces los días aprendiendo las buenas labores que toda mujer deben saber, llevar una casa, hacer bellos bordados, se preparaba para el cuidado de los hijos, para el matrimonio pero mientras, su mente se distraía en historias de amores imposibles y aventuras. Ya que no puedo leerlas, yo misma las crearé, le decía a su esclava, quien se reía y la escuchaba, no sin cierta envidia, puesto que también la buena Fátima adoraba las historias, pero no tenía la imaginación de su ama. Por su puesto, Fátima jamás reconocería estos malos sentimientos, puesto que la envidia no es algo que ninguna buena mujer deba sentir, ya sea una señora o una humilde esclava. Su ama también cantaba, con una voz tan dulce que hasta los mismos pájaros paraban a escucharla. Pero a pesar de sus muchas virtudes, su orgullo y su miedo al matrimonio hacían creer a su madre que jamás podría casarla.

Era este el miedo de doña Johanna y esta la vida de Katherine cuando una mañana de domingo, justo después de que salieran ellas, don Jim y la esclava Fátima de misa, la joven deseó dar un paseo y acercarse al puerto. Nadie entendía que belleza veía la muchacha en el ajetreado puerto sevillano, pero ella disfrutaba viendo la llegada de los navíos y oyendo las malas voces de los hombres que allí se encontraban. Su padre no creía que aquello fuera bueno para una joven dama, pero la cabezonería de su hija hacían estragos en el buen hombre, quien consentía siempre y cuando la acompañase su esclava.

-Si algo le sucede a mi hija, tu señora, tú pagarás por ella –le decía a la pobre Fátima. Pero la esclava sabía que nada debía temer, puesto que el padre de su señora la apreciaba y la trataba bien. Era aquella amenaza sólo una forma de advertir a Katherine para que fuera precavida y no se metiera en trifulcas, puesto que la joven sufriría mucho si algo le pasara a su esclava por su culpa.


Fátima deja de hablar y durante unos instantes mira con tristeza al frente, con la mirada perdida.
-¿Fátima? –la llamo -. ¿Qué sucedió después?
-Su abuelo nunca debió dejar que su madre fuera al puerto esa mañana, habría evitado tanto sufrimiento a su familia y sobre todo, tanto daño para su madre.

La anciana suspira, en su bello rostro, a pesar de los años y las arrugas, veo la tristeza y la nostalgia, pero también algo más, algo que aún no puedo descifrar.

Katherine tomó a su esclava del brazo y ambas caminaron hasta el puerto. Es extraño como a pesar de las voces y el olor al sudor del esfuerzo de hombre la joven veía la belleza del lugar. A veces miraba a la buena Fátima y le sonreía, preguntándole como no podía sentir la calma del lugar. ¿Calma?, pero ama, en este lugar sólo hay gritos y malos olores, respondía ella, sorprendida, pero su enigmática ama se encogía de hombros y caminaba hasta la orilla del río.

-Es hermoso, Inés, que daría yo por poder navegar en él, recorrerlo y llegar al mismo mar. ¿Imaginas navegar por todo el océano?
-El océano es demasiado grande, ama, ¿cómo iba nadie a recorrerlo por completo?
-Dicen que ya lo hizo un hombre, que dando la vuelta al mundo recorrió mares y continentes. Debió ser una gran aventura –respondió ella, soñadora. La buena Fátima suspiró, su ama tenía tanta imaginación… entendía la preocupación de doña Johanna, ¿cómo iba a casar a esa niña soñadora que ansiaba navegar y devorar libros?


-Madre era única –sonrío. Fátima asiente y vuelve a callar, quizás pensando en cómo continuar su historia, quizás, creyendo que es mejor dejar de hablar y no alimentar a otra muchacha con historias de aventuras.

Era una mañana de abril, ya la flota de la corona, esa que más adelante llamarían aquí la Flota de la Nueva España, había partido hacia las tierras del Nuevo Mundo y el puerto se encontraba tranquilo. Katherine y su esclava caminaban tranquilas, corría una suave brisa, el día era apacible. Nadie se imaginaba lo que iba a ocurrir.

-¿Qué sucedió Fátima? ¿Qué fue lo que ocurrió?
-¿Johanna? –es María. Sólo ella tiene esa voz que parece un susurro incluso en los gritos. Aún la recuerdo en el parto de Catalina. Madre no permitió que yo estuviera en la habitación con ellas y la partera, pero me quedé tras la puerta, mientras que Henry esperaba abajo con un vecino. La niña podría haber nacido en su casa, situada no muy lejos de aquí, la que antes habitaran los padres de Madre, pero Henry se había negado, queriendo que la niña viviera en la casa familiar de su padre y no la de su madre. Yo había oído los gemidos y gritos de mi cuñada, aunque nadie podría decir esto último, puesto que apenas alzaba la voz. Fátima decía a veces que algo debía haber hecho mi cuñada para que le hubieran robado el habla, pero Madre la ordenaba callar. Le tenía mucho cariño a su dulce y piadosa nuera y no era de extrañar. Esta mujer silenciosa es encantadora y temo por ella. Mi hermano parece tener muy mal genio, temo porque le haga daño, dudo que mi frágil cuñada pueda soportar una bofetada como la que yo recibí esta tarde.

-Adelante –respondo. María aparece con un inmaculado camisón blanco, que disimula un poco su barriga. Fátima me hace un gesto y se marcha. Parece aliviada, algo que me dice que me va a ser difícil pedirle que hable de nuevo sobre mi madre. Mi cuñada se acerca con el rostro serio y me pregunta si puede sentarse. Le hago un gesto para que se acomode en la cama y espero. Ella parece reñir consigo misma y al final se decide a hablar, con un algo de frialdad en su suave voz.

-No debes contrariar a mi esposo. –La miro sorprendida, aunque no debe extrañarme. Es la perfecta esposa, jamás diría algo en contra de mi hermano, una buena mujer nunca hablaría mal de su marido ni permitiría que otras lo hicieran. Trato de responderle, pero ella niega, colocando una pequeña y suave mano en mis labios -. Mis hijos no deben ver como su tía desprecia una orden de su padre, los criamos para que respeten a sus padres, como mandan las Sagradas Escrituras y las buenas costumbres. Lo entiendes, ¿verdad?

Siento como me enfurezco. ¿Acaso mi hermano ha respetado a Fátima, la mujer que un día lo acunó en sus brazos y lo lavó tras sacar ella misma el agua del pozo?

-Inés es una buena mujer, la aprecio y mis hijos la adoran. Pero cuando tu madre vivía le permitía unas libertades que ninguna esclava debería tener. Henry hace lo que debe al recordarle cuál es su sitio. No me gustaría que la echase de esta casa o que la vendiese a otro amo… la necesito aquí, para que me ayude a cuidar de Juan y Catalina y del bebé que está por venir, quiera Dios que viva…
-¿Qué intentas decirme, María? –la interrumpo. Quiero que salga de mi habitación, mi paciencia se agota.
-Henry no dudará en echarla si ve que perjudica a esta casa.
-Fátima jamás nos perjudicaría, ella nos ama.
-Inés –lo dice elevando un poco el tono de voz –es morisca. Sé que continúa con sus prácticas infieles en esta casa, Henry también lo sabe. Si no se comporta como una buena cristiana a los ojos de los demás nos traerá problemas. Mi esposo no dejará que la Santa Inquisición se entrometa en esta casa, no permitirá que nada malo le ocurra a mis hijos ni yo tampoco. Tú no eres madres y no sabes lo que duele un hijo; yo ya perdí tres y si este embarazo no llega a buen fin, perderé otro más –murmura, con amargura –Si alguno de nuestros vecinos descubriera lo que nuestra esclava hace en estas paredes… no quiero ni pensarlo. Seguro que aún recuerdas lo que le sucedió a la vieja Beatriz.

Trago saliva, no quiero recordarlo. Han pasado ya varios años de ello para aún recuerdo los gritos de la anciana y de la muchedumbre y especialmente el olor a la sangre, sangre infiel, habían pregonado en la plaza. La sola idea de que algo así pueda sucederle a Fátima o a algún miembro de mi familia, noto que estoy temblando. María me coge la mano, tranquilizadora.

-Ni tú ni yo queremos que nada malo le suceda a Fátima –lo dice en un susurro. Asiento, ella aprecia a nuestra querida anciana tanto como yo –pero por encima de ella pondré siempre a mi familia. Si se comporta como es debido, no tendremos problemas, pero si continua adorando a su falso Dios, tendrá que irse. Yo misma la echaré aunque sea con lágrimas en los ojos. Dime que lo entiendes, cuñada, por favor.

Suspiro, la rabia y el enfado han desaparecido. María es sólo una madre asustada y aunque me pese y me duela tiene razón. Yo misma me sorprendía cuando Madre permitía sus rezos y extraños hábitos a nuestra esclava.

-Hablaré con ella –murmuro.
-Gracias, querida –me da un beso en la frente y camina hacia la puerta. Se vuelve antes de abrir -. Recuerda que no debes desobedecer a Henry nunca –me dice –pero tienes permiso para coger a Catalina siempre quieras, mi niña quiere el afecto de su tía y nadie se lo va quitar –añade con una sonrisa.

Cuando se marcha no puedo evitar sonreír yo también. María siempre se ha comportado conmigo como una hermana mayor. A menudo me da consejos sobre el matrimonio, recordándome que también yo deberé casarme. La he echado mucho de menos en este último mes. Ha estado en Córdoba, visitando a una hermana y llevó a los niños consigo. A su regreso se había encontrado con la enfermedad repentina de Madre y había querido traer a los pequeños para que se despidieran de su abuela, pero Henry se había negado. No había necesidad de poner en peligro a unos niños sanos, aunque no había dicho nada sobre su esposa, que había permanecido conmigo en la habitación de Madre hasta que expiró. Aquellas noches en vela han debilitado la salud de mi cuñada y ahora el embarazo se presenta con riesgos, pero ella no se queja. Si perdiera al niño sería decisión de Dios, nada podría hacer para evitarlo. Estoy decidida a cuidar de María, sé lo mucho que le dolería la perdida de otro niño. A partir de ahora yo misma me ocuparé de su alimentación y de que duerma varias horas seguidas, cuidaré de mis sobrinos y llevaré la casa. Espero contar con el permiso de Henry.

Fátima interrumpe mis pensamientos y me dice que mi hermano, cuñada y sobrinos me esperan abajo para cenar. Con poco entusiasmo, pues no me apetece enfrentarme a Henry, bajo las escaleras y me siento en silencio. El nuevo señor de la casa bendice la mesa con una oración sencilla y ordena a la anciana que nos sirva. La cena se basa en un caldo caliente, queso y verduras hervidas, nada más. Espero que Fátima no haya tirado el pollo, aunque lo dudo, mi hermano se enfurecería si se derrochase algo tan caro como es la carne. Nadie habla durante la cena, salvo Catalina, que pide con la misma vocecilla de su madre la jarra de agua. María hace el amago de servir, pero Henry la frena.

-Mujer, no es necesario, para algo está la esclava.

Mi cuñada asiente en silencio y mi hermano vuelve a concentrarse en pinchar el queso con su puñal. La niña toma el vaso pero debe pesarle demasiado y lo deja caer torpemente, rompiéndose el cristal en mil pedazos. La pequeña mira asustada a su padre y hace un puchero, pero ni eso ablanda al frío hombre que se sienta en la cabecera de la mesa.

-Catalina ve a tu alcoba, ahora –mi sobrina llora y mira a su madre, pero ella sigue comiendo en silencio, sin decir nada. Vuelvo a sentir desprecio por mi cuñada, apenas hace un rato que me ha hablado del afecto que nadie va a negarle a su pequeña, pero ahora no parece que la niña exista para María -. Inés llévate a la niña.
-Sí, amo –todos miramos a la anciana. Fátima nunca había llamado amo a nadie, ni siquiera a mi padre. Sólo a Madre le decía ama y creo por costumbre y no por respeto. Madre jamás la trató como una esclava y fruncía el ceño cada vez que oía el nombre de sus labios, pero la dejaba. Pero con Henry no es igual, no es costumbre ni siquiera respeto, es miedo lo que notamos en su voz. Mi hermano la observa durante unos segundos y después hace un gesto de asentimiento.

Tras llevarse a la niña la cena continúa y hacemos como si no hubiera ocurrido nada. Deseo que todos terminen pronto para poder levantarme e ir a consolar a mi sobrina. Que distinto es este hombre del que yo conocía, el mismo que me empujaba en un columpio de cuerda y madera y que me llevaba a pasear los días de primavera. Me pregunto si Henry le dará alguna muestra de cariño a sus hijos, quizás le estoy juzgando demasiado pronto, apenas hace unas horas que están aquí.

Juanito termina de cenar y espera junto a mí. Nadie habla ni tampoco come, sólo mi hermano, que no parece tener prisa. Al fin se levanta y se dirige a las escaleras, no sin antes decirle a mi cuñada que la espera en su alcoba. María asiente. El niño se acerca a la chimenea y se sienta enfrente, tiene frío y alza las manos, calentándoselas.

-No deberías ir, debes descansar por el bebé –le dijo en voz baja, pero ella niega.
-Es mi esposo –y sube en silencio. En estos instantes odio a mi hermano, lo odio profundamente. ¿Cómo no puede pensar en su esposa a la que dice amar y en su bebé, ese que tanto desean los dos? Frustrada tomo a mi sobrino de la mano y lo llevo hasta su alcoba, donde la niña ya está dormida, supongo que acunada con alguna canción de Fátima. Ayudo al niño a desnudarse y a quitarse el polvo y después lo obligo a meterse en la cama.

-Descansa –le doy un beso en la frente y otro a la pequeña con cuidado de no despertarla.
-Buenas noches, tía.

Tras bajar de nuevo y decirle a Fátima que vaya a descansar me dirijo a mi alcoba, situada pared con pared con la de mi hermano. Oigo los gemidos y suspiros de un hombre y una mujer al otro lado de la puerta.

-No tema por su cuñada, niña. Es algo que los esposos hacen con frecuencia –Fátima me sorprende y me pongo colorada. No recuerdo haber oído jamás a Madre gemir así. ¿Realmente disfrutaría mi cuñada de aquello? -. No debería oír esto, no es algo que una niña inocente deba oír, váyase a dormir.

Me encierro en mi habitación, pero los gemidos se han convertido en gritos. Una niña inocente… eso es lo que para el mundo soy y seré hasta que encuentre marido… el mismo al que deberé calentarle la cama… al que deberé satisfacer. ¿Sentiré yo el mismo placer que siente María? Noto como en mi interior algo me calienta y de repente dejo de sentir el frío del invierno sevillano. ¿Qué es este calor? Debo distraerme, olvidar estos pensamientos que mañana deberé confesar nada más me levante. Sólo hay algo que pueda distraerme, el diario. Me recuesto en la cama, queriendo olvidar los gritos que ya deben oírse por toda la casa y abro el pequeño cuaderno. Fátima me ha hablado de una mañana de abril en el puerto y busco sobre eso en el diario encontrándolo una hoja más allá de donde lo había dejado.

Recuerdo los gritos y el horror que se apoderó del puerto, los hombres y las mujeres corrían por todo el lugar; alguien me empujó y entre el gentío me separé yo de mi buena Fátima a quien no volví a ver hasta muchos meses después. Desesperada y aterrada ante el ataque vi a una mujer tendida en el suelo, sangraba empapando la vieja madera de lágrimas rojas. Me arrodillé ante ella que me tendió la mano, suplicándome que no la dejase abandonar el mundo, puesto que sus hijos no podrían vivir sin ella. No pude yo hacer nada por aquella pobre desdichada y tuve que soltarla cuando sus ojos se quedaron sin vida. Debía marcharme de allí, volver a casa, donde estaría a salvo, pero no quiso Dios que tuviera tal suerte. Noté como algo me golpeaba con fuerza en un costado y de repente todo quedó negro. Y cuando abrí los ojos ya no estaba en mi querida Sevilla, sino que navegaba por las aguas del Guadalquivir, siendo el rostro del hombre más apuesto que jamás he visto lo primero que encontré. El rostro del mismo hombre que robaría mi razón y desgraciadamente mi corazón, Richard, el temido corsario al que en Sevilla siempre conocerían de forma injusta como “Castle, el asesino del puerto”.

Cierro el diario de golpe, no puede ser que Madre se enamorada de un hombre que tiñó de sangre el puerto sevillano. Pero no es sólo eso lo que no comprendo. ¿Cómo pudo un barco corsario atacar nuestro puerto, sabiendo que sería tan difícil huir? ¿Cómo pudo escapar? ¿Qué sucedió entre madre y ese hombre? Debo hablar con Fátima o seguir leyendo, pero temo por mí. No sé si podré enfrentarme a las respuestas que obtendré con esta historia. Mis ojos se cierran lentamente, estoy rendida, ocurriese lo que ocurriese, ya lo averiguaré mañana.


Última edición por maria_cs el Vie Abr 05, 2013 11:01 am, editado 3 veces
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Mensaje por _Caskett_ Vie Abr 05, 2013 7:03 am

muy bueno, continua pronto
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Mensaje por Kate&Rick Vie Abr 05, 2013 8:41 am

Me encanto, y una cosa el trato de Henry hacia las mujeres de su casa y hacia Fátima no debe sorprendernos, estamos en el siglo XVII y esto sería lo habitual.

Desde qué vi que Castle era un corsario, y despues de ver la escena del puerto más todavía, me ha venido a la memoria la serie "Sandokan". Temido en los mares pero de verdad solo atacaba por venganza a quien le había hecho mal o se lo merecía. También se enamoró de una mujer, ahora mismo no me acuerdo de su nombre, a la que llevo en su barco creo recordar que también rescatada de otro navío tras ser herida.

Me parece que a Caatle también le va a perseguir la mala fama. Estoy segura que la aventura de Katherine en el barco va a ser de lo más romántica y no me importaría que la dieras a ella también algo de acción.

Gracias por tu original al Fic y a la espera de la siguiente escena.
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Mensaje por AlwaysSerenity Vie Abr 05, 2013 9:33 am

Henry es el tipico hombre de la casa de esa epoca...QUE MAL ME CAE!
Me encanta esta historia Maria... te espero el Viernes que viene Wink
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Mensaje por Delta5 Vie Abr 05, 2013 10:15 am

Preciosa história y muy bien contada. Sigue. Búscame en la noche (Capítulo 8- ACTUALIZADO 2-2-14) - Página 3 7622
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Mensaje por choleck Vie Abr 05, 2013 11:08 am

que se muera Henry
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Mensaje por Beckett_Castle_Alba Vie Abr 05, 2013 11:30 am

María, con esta historia te superas, es increible como puedes meterme en la España de esa época.
Es fantástico como lo narras todo tan detallado.
Me encanta la forma de tratar Joahnna a Fátima viendo a ella a la persona que es y no a una esclava.
La figura de Henry está muy bien plasmada, estoy con Kate&Rick en que el comportamiento de él sería el habitual en aquella época.
Que bien que aparezca ya en la historia Rick, y nada menos que como corsario. La historia puede ser muy interesante.
Me encanta María, esta historia es preciosa.
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Mensaje por macucaro Sáb Abr 06, 2013 2:32 am

Ha estado genial el capi, y que bien reflejas la Sevilla de aquella época sus usos y costumbres se ve que tiene un trabajo de documentacion detrás impresionante. Reverence
Espero que pronto aparezca en escena el corsario Castle (lo estoy deseando) Drool
Sigo sin entender la actitud de Henry ¿antes no se comportaba asi tan duro con todos, no?
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Mensaje por MDSea Dom Abr 07, 2013 9:27 pm

Que bueno....
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Mensaje por maria_cs Mar Abr 09, 2013 3:03 pm

Capítulo 3

Cuando los primeros rayos de sol traspasan mi ventana bajo despacio las escaleras, en la casa reina el silencio. Es extraño, pues suelo despertar con el canto de Fátima o con el ruido de Elvira al limpiar. No hay nadie en la estancia y me dirijo a la pequeña cocina. Fátima está allí sentada, sirviéndole un cuenco con poleá a Juanito. Catalina está pegada a sus faldas y le estorba al caminar, pero la buena de Fátima nunca se queja. Sé cuánto ama a mis sobrinos, tanto como nos ama a Henry y a mí, tanto como amará a mis hijos si vive cuando los tenga. Los saludo y me sirvo yo misma un poco de vino y un racimo de uvas, no comeré nada más, apenas tengo hambre. Me sorprende que María no haya despertado aún, debe estar exhausta tras reunirse ayer con mi hermano en su alcoba. Juanito pide vino y Fátima le entrega la jarra; es un buen vino, Madre no permitía que en casa entrase esos vinos aguados que sirven en las tabernas y Padre tampoco. Este es dulce, demasiado dulce quizás pero nos gusta a todos, era el preferido de Padre.

-Tía, salgamos al patio –Catalina se separa de Fátima, quien deja escapar un suspiro de alivio, y se acerca a mí, entusiasmada por la petición de su hermano. Niego con la cabeza, hace demasiado frío para sacar a los niños fuera, especialmente por Juanito, pues a pesar de haber sacado el mismo tipo, alto de buen mozo, como su padre, ha heredado la salud frágil de mi cuñada. A punto estuvimos de perderlo el año pasado, cuando en febrero unas fiebres quisieron llevárselo con Dios. El pequeño me mira desencantado; también yo fui niña no hace mucho y miraba con pena a mi padre cuando me negaba el permiso para salir al patio; soñaba entonces con la llegada de la primavera, cuando la casa se llenaba del olor de los jazmines y las rosas y Madre me sacaba al patio, donde nos sentábamos junto al pozo y leíamos juntas, mientras Fátima lavaba la ropa en la pila, cantando en voz baja para no molestar.

Miro a ambos niños y los consuelo prometiéndoles tardes de juegos y sol cuando se vaya el frío. Juanito asiente sin entusiasmo y pide permiso para subir a su alcoba, Catalina espera a que termine con mi racimo de uvas y me da la mano; me la llevo de la cocina, para que Fátima pueda terminar sus tareas. No sé dónde está Elvira y eso empieza a preocuparme, Henry no tardará en echarla de casa si ve que no cumple con sus obligaciones. La chiquilla aparece de repente y me dirige una mirada de disculpa, le respondo con frialdad y me acerco al fuego, sentándome en el suelo con cuidado para no mancharme el vestido de hollín. Catalina se sienta en mi regazo.

-Tía, quiero un cuento. –Sonrío con nostalgia. ¿Cuántas veces habré dicho yo esa frase sentada en las faldas de Madre?
-¿Un cuento de princesas y palacios?
-No. Un cuento que nadie sepa –responde. Acaricio sus rubios cabellos, compresiva. No quiere oír la historia de una hermosa doncella que espera triste y sola a que su amado la rescate, quiere saber de pequeñas como ella, sentirse la niña del cuento, la niña que ninguna otra será. Recuerdo una bella historia que Madre me contaba en las noches de tormenta, cuando los rayos me impedían coger el sueño. Me pierdo en mis recuerdos de niñez antes de empezar a narrar.

Hace muchos años, cuando aún el mundo era pequeño y nadie sabía de otras tierras que habrían de conocerse, cuando nuestros reyes luchaban contra los infieles por recuperar la noble tierra que los buenos cristianos pisaron antes de su llegada, vivía aquí, en nuestra hermosa Sevilla, una muchacha de ojos verdes y cabellos castaños…

-¡No! Tenía el pelo como el mío –protesta ella, mirando hacia arriba, enfrentando su mirada de indignación infantil con la mía. Conteniendo la risa y preguntándome cuando ha heredado ese carácter tan propio de su abuela y mío, asiento.

-Tienes razón, Catalina, la joven tenía los cabellos tan rubios que su madre decía que Dios había puesto el sol en ellos. Era esta niña una beldad y era tal el miedo de su madre de dejarla sola que cuando salía al mercado, no queriendo llevarla puesto que allí serían muchos hombres los que la mirarían, la dejaba atada a una pata de la cama, dejándole al cordel con en que lo hacía, la suficiente largura para que pudiera andar por la casa.

Una de esas tristes mañanas, la madre ya se había marchado dejándola como siempre atada cuando de repente, sin saber por qué, sintió la doncella como todo se iba haciendo negro, perdiendo así la visión. Fue tal su miedo, que olvidando la cuerda empezó a correr por la habitación, tropezando con mesa y sillas, llorando asustada y llamando a gritos a sus vecinos, que, por el temor de la madre a ser su niña raptada, jamás le había dicho a nadie que tuviera una hija.

Se dolía tanto la muchacha por los golpes y por tal horrible ceguera que, de tanto y tanto gritar, fue oída en la misma calle. Entró entonces en la casa un mozo de ojos azules y pelo negro, quien al ver tal triste niña, cortó la cuerda, la cogió en brazos y se la llevó, consolándola con tiernas palabras de dulzura y afecto. No supo la joven de quien era ella aquella voz que jamás había oído, pues sólo conocía la de su madre, al no haber salido nunca de su casa. Tampoco le importó a la pobre, que tan asustada estaba por su doliente y repentina enfermedad que dejó que el desconocido la llevase hasta un lugar lejano donde procedió a curar sus heridas, sin dejar nunca de hablarle, dándole consuelo.

Fue tal el amor y la ternura que demostró él por ella, que, tras tres días estando en su hogar, recuperó la bella muchacha la visión, pudiendo ver entonces el rostro de su cuidador y buen amado…


-¡Johanna! Deja de llenar su cabeza de absurdas historias –Henry nos interrumpe, lo miro con frialdad pero asiento, callada. Catalina se levanta y corre a los brazos de su padre, que sorprendiéndome, la coge y la saluda con un beso en el pelo. Mi hermano vuelve a dedicarme un gesto de advertencia, suspiro. Madre me contó esta historia, ¿por qué no iba yo a contársela a mi sobrina?

-Ve con Madre -le dice antes de dejar a la niña. La pequeña sonríe y sube rápidamente las escaleras -. Vamos al patio. Tenemos que hablar.

Lo sigo, apretando los dientes. En el patio hace frío, un desagradable viento helado acaricia nuestra piel y nos hace estremecer. Fátima está allí, lavando la ropa. A Henry no parece importarle hablar delante de ella. Mi hermano suspira y niega con la cabeza, parece agotado.

-No quiero que vuelvas a contarle esa historia a Catalina, ni a Juan y ni se te ocurra hablar de ello con mi mujer.
-Sólo es un cuento.
-Eso crees –murmura. Fátima deja el camisón que tiene en sus manos y nos observa, con el entrecejo fruncido.
-¿Qué quieres decir? –pregunto.
-Nada. Deja de contar historias absurdas, dedícate a rezar y a aprender a comportarte, Madre te tenía muy consentida.
-Madre me crio con amor y con afecto, algo que tú deberías hacer con tus hijos –contesto, enojada -. Sólo le contaba un cuento, ¿qué tiene de malo?
-No sabes cómo termina esa historia –suspira.
-La madre de la joven descubre que el hombre la ha salvado y bendice su unión –recuerdo. Él se ríe, mirándome incrédulo.
-¿Eso te dijo Madre? Típico de ella cambiar la realidad…
-¿De qué hablas?
-Nunca te dijo el verdadero final, ¿verdad? La madre se enfurece cuando descubre que él ha mancillado la honra de la muchacha y lo denuncia a las autoridades. Lo ahorcan y ella llora sobre su tumba, hasta ahogarse en sus propias lágrimas. La madre no vuelve a salir jamás de la casa, pues nunca podrá perdonarse haber causado la pena de su hija y un día aparece muerta en su lecho. ¿Te parece esta una bonita historia que contar, hermana?

No respondo, no quiero oír nada más, así que intento marcharme, pero él me sujeta.

-Debemos leer el testamento de Madre antes de enterrarla. El escribano no tardará en venir. Compórtate como es debido.
-¿Por qué tendría que estar presente?
-También eres heredera –responde y entra en la casa. Cuando desaparece se me llenan los ojos de lágrimas, me siento como una niña. Sólo es una historia, no debería afectarme el final, pero cómo va a sentirse una pobre joven cuando ni siquiera en los cuentos somos felices. Fátima se acerca a mí y me limpia las lágrimas con un pañuelito.

-No llore –me ruega.
-Mañana enterraremos a Madre… y el final de la… es horrible –sollozo. La vieja me abraza y me besa en la frente.
-El final de esa historia sólo lo decide usted, querida niña. Su madre eligió un final feliz y su hermano un final real. Decida usted cual prefiere.
-¿Qué quería decir Henry con eso de que es más de una historia? –pregunto, limpiándome las lágrimas con el pañuelo. Ella suspira, con tristeza.
-Algún día lo sabrá, muchacha –recupera el pañuelo y vuelve a la pila. El agua estará helada y no debe hacerle ningún bien a la anciana, pero Fátima nunca se ha quejado. No es de buena esclava quejarse de las penalidades, suele decir. Además en el patio Fátima puede ser libre; allí canta un viejo romance, muy bajito para que nadie la escuche, pues no canta en castellano.

La dejo en el patio y entro en la casa, donde María bebe un poco de vino y toma una rebanada de pan.

-Deberías comer más –le digo, ella sonríe y niega.
-El niño está revoltoso, no me dejará comer.
-Ya pronto lo tendremos aquí –respondo; asiente, ilusionada.
-Mi bebé. Será varón, estoy segura –comenta -. Rezo por ello todos los días.
-Rezaré yo también –contestó. Sí, espero que sea varón. Será mucho más feliz siendo hombre, pienso con amargura. Catalina juega con una muñeca de trapo que era de Madre, la abraza y la acuna y luego la deja en la mesa, le pregunta a mi cuñada si puede darle uvas, se las pone en la boca y luego las lleva a sus labios, saboreando los dulces frutos. Juanito está en el suelo, junto al fuego, dibuja en un trozo de papel. Me agacho y miro por encima de su hombro, sonrío, es un bello retrato de María.

-Muy bonito.
-Madre es bonita –responde y sigue dibujando. Mi sobrino sabe pintar, tiene gracia para ello. Si no fuera el primogénito podría aprender en algún taller de uno de los grandes pintores de nuestra ciudad, pero no está destinado para ello. Debe ser quien herede el título de mi hermano, antes de nuestro padre, y casarse con una señorita sevillana que le dé algún varón para que no se extinga la casa. Es una lástima que no sea el niño que viene en camino, pero Juanito fue el primero en nacer y su destino ya está escrito. A menudo me pregunto a mí misma por qué le dan tan importancia al título de hidalgo de nuestra familia. Al fin y al cabo, fue el dinero de la familia de Madre el que sacó de la pobreza a Padre, permitiéndole comprar algunas tierras. Si no fuera por ella mi padre apenas hubiera podido mantener esta casa, pero conociéndola ambos sacaron provecho, él dinero, ella nobleza.
-¿Ya habéis decidido el nombre? –le pregunto a mi cuñada, quien asiente.
-Si es varón se llamará Enrique, como su padre y como Juanito y Catalina se apellidará Pacheco -asiento. Mis sobrinos no llevan el apellido de su padre, sino el de su abuelo. Henry quiere que se les reconozca por ser los nietos de un hidalgo, no de un abogado.
-¿Y si fuera niña?
-Soledad, como Nuestra Señora.

-El escribano está aquí, señorita –Elvira hace una inclinación y se retira. Me dirijo hacia el escritorio donde me esperan el mismo hombre que redactó el testamento de Madre hace unos días y Henry. Mi hermano me dice que me siente y el escribano empieza a leer, sin hacer ningún gesto de saludo. Debe ser un hombre ocupad, pienso, antes de prestar toda mi atención a lo que dice:

En el nombre de Señor, amen. Sepan quienes esta carta de testamento vieran y oyeren como yo, doña Katherine Beckett, viuda de don Juan Pacheco, hidalgo de sangre, vecina de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, estando enferma de enfermedad corporal y sana en juicio y entendimiento, tras encomendar mi alma a Nuestro Señor, Padre, Hijo y Espíritu Santo y a su bendita y gloriosa madre, Santa María, ordeno última mi voluntad en la forma siguiente:

Primero, es mi voluntad que sea mi cuerpo enterrado en la iglesia de San Jorge, patrón de Inglaterra, de donde yo provengo. Tengo yo en dicha iglesia mi capilla, donde yace mi bien amado marido, Juan Pacheco. Es voluntad mía que se recen misas por mi alma cada día durante el tiempo que mi hijo, don Henry Beckett, disponga. Mando también que se recen misas durante un año por mi marido Juan Pacheco, también por sus padres y por los míos. Para esto dejo yo una cantidad de dineros, que si no fueren suficiente se compensarían con la venta de algunos de los míos enseres. Es voluntad mía ser enterrada con mi vestido rosa, y sin más adorno que la medalla de oro que me regaló mi madre al nacer.


-¿Madre tenía un vestido rosa? –Henry pregunta, perplejo. Me encojo de hombros, tampoco yo lo sabía, deberé mirar en su arcón y llevarlo a la Merced, donde se encuentra su cuerpo. Madre era muy querida en nuestra cofradía y los cofrades de la Soledad pidieron guardar su cuerpo en la capilla hasta que fuera enterrada donde ella dispusiera. El escribano nos mira, primero a uno y luego a otro y continúa leyendo:

A mi bien amado hijo, don Henry Beckett, casado con doña María Sánchez, lo nombro patrón y albacea de mi testamento y le entrego la casa de la que fueron mis padres, don Jim Beckett y doña Johanna, sus abuelos, que hasta ahora yo le arrendaba, para que haga con ella lo que bien le parezca. Otrosí, le entrego esta casa donde ahora vivo, puesto que era deseo de mi difunto esposo, don Juan Pacheco, que yo la poseyera hasta el día de muerte, pasando después a nuestro primogénito. Es voluntad mía que disponga mi hijo de todos los bienes de la casa, salvo los que yo señalo en este mismo testamento.

A mi adorada y buena hija, doña Johanna Beckett, le entrego la biblioteca que tanto he amado yo en vida para que ella la disfrute, pues sé lo mucho que gusta de ella. Otrosí, dispongo que sea doña Johanna Beckett la que revise las pertenencias que hayan quedado en mi alcoba, quedándose ella con lo que desee y entregando el resto al Hospital de las Cinco Llagas, para que allí hicieran uso de ellas como mejor les pareciere.

Ítem, dispongo que mi buena hija doña Johanna Bekkett se siente junto a la esposa de mi hijo, doña María Sánchez, a ver las joyas que tengo yo guardadas en una cajita celeste que encontrarán en el arcón. Dispongo que de todas las joyas que allí encontrasen, cogiera mi hija tres que no quisiera y se las entregase a su cuñada. De este mismo joyero deberá coger mi hija un guardapelo de plata que tiene mis iniciales y dentro un mechón de mis cabellos y llevarlo a la ermita de Santa María del Mar; déselo mi hija a su capellán, sabrá él lo que debe hacer.


Levanto la cabeza sorprendida. ¿Por qué querría Madre que llevase su guardapelo a una ermita de Triana? Sé que vivió allí durante su infancia, pero apenas comentaba nada de aquellos tiempos. Quizás Santa María del Mar tenía para ella algún valor especial. Debo preguntarle a Fátima sobre este tema.

El resto de las joyas pertenecerán a mi hija doña Johanna, pudiendo disponer de ella como bien le parezca, ya sea luciéndolas, vendiéndolas o guardándolas para tiempos de necesidad. Así mismo, es mi voluntad que no venda nunca la alianza con la que me casé yo con su padre, don Juan Pacheco como también es mi voluntad que use esta misma para cuando ella contraiga matrimonio. Si fuese voluntad de mi hija seguir los caminos de Dios y coger los hábitos, guardaría esta alianza para cuando mi nieta, Catalina, hija de mi hijo Henry y de su esposa, María, se casase. Si por alguna casualidad encontrase mi hija alguna joya más en el arcón que, por razón de la vejez dejase yo allí olvidada, es voluntad mía que tampoco la venda y que la guarde mientras que viva, pudiendo dejarla en testamento a quien ella decidiese.

Madre no era tonta, debió escribir esto último sabiendo que yo encontraría la sortija. Debía valer mucho para que no quisiera que la regalase, tanto como su alianza… Henry sigue atento, no parece darle mucha importancia a estos detalles.

Ítem, dejo a mi hija la cantidad de 300 ducados para su dote matrimonial. Si cogiera los hábitos, usaría este mismo dinero para ingresar en el convento que ella decidiese y para disponer de una vida acomodada en dicho convento. Si por alguna razón, que nunca yo entendería, nunca se casara ni ingresara en el convento, perdería mi hija estos dineros y pasarían a mi nieta Catalina con el mismo fin y en igualdad de condiciones. Y si mi nieta Catalina tampoco se casara ni cogiera los hábitos, pasase este dinero al Hospital de las Cinco Llagas.

-Es muy buena dote –comenta Henry. Asiento, con poco entusiasmo, incluso me parece demasiado exagerada, pero no digo nada.

Dispongo la cantidad de 160 ducados para mis nietos, Juan, Catalina y los que estén por venir, recibiendo la cantidad de veinte ducados cada uno, pudiendo acceder los niños a estos dineros cuando estuvieran en edad de entendimiento, no pudiendo usarlos jamás sus padres. Otrosí, dispongo que si de estos dineros sobrase algo cuando ya todos los niños fueran mayores, pasase ese dinero al Hospital de las Cinco Llagas.

Es también mi voluntad que se recen misas por mi alma una vez al mes durante la vida de mis hijos, don Henry y doña Johanna Beckett. Y es mi voluntad que estas misas se den en mi capilla de la Iglesia de San Jorge. Es también mi voluntad que se rece una misa por mi alma el 15 de agosto de cada año durante los años de vida de los mismos, y es voluntad mía que dicha misa sea cantada en la ermita de Santa María del Mar. Para tal fin, dispongo yo de unos dineros que ya acordé y entregué con ambos capellanes, no siendo necesario que mis hijos paguen más.


-¿Por qué el quince de agosto? –pregunto, interrumpiendo al escribano que frunce el ceño. Henry me dirige una dura mirada e insta al hombre a continuar. Aprieto los dientes; hombres… no le dan importancia a los pequeños detalles. ¿Qué tenía de especial Santa María del Mar? ¿Por qué quería Madre que se le rezase una misa el quince de agosto? Espero que el escribano termine pronto, tengo que seguir leyendo el diario.

Mando también que se den cuarenta ducados para la iglesia de San Jorge, de la que soy yo muy devota, cuarenta para la capilla de la Merced, sede de la Cofradía Nuestra Señora de la Soledad a la que yo y mi familia pertenecemos y cuarenta para la ermita de Santa María del Mar.

No digo nada, ya no me sorprende que se mencione de nuevo la ermita, pero ahora Henry parece enfadado. Supongo que no le hará ninguna gracia entregar tanto dinero a tres iglesias. Aun así no contradecirá el testamento, ese dinero pertenecía a Madre y de todas maneras, ningún buen cristiano osaría negar limosnas a las iglesias de Dios.

A mi amado nieto, Juan, hijo de don Henry Beckett y doña María Sánchez, le entrego yo una peonza de plata que me pertenece desde que era niña.

A mi dulce nieta, Catalina, hija de los mismos, le entrego yo una muñeca de trapo y sus dos vestidos, pues sé que ella gusta de tales juguetes.

Mando también a mi criada, Elvira González, cien reales para que los añada a lo que lleva ahorrado para su dote.


-Demasiado dinero –murmura mi hermano.

Es mi voluntad que mi buena y fiel esclava, Inés reciba la libertad, disponiendo para ello de la cantidad de 60 ducados y ruego a mi buen amado hijo, don Henry Beckett, que acepte mi ruego. Si no quisiera dársela o si no quisiera ella tomarla, es mi voluntad que la esclava Inés pase a ser propiedad de mi hija, doña Johanna Beckett, pudiendo llevársela cuando contraiga matrimonio.

-¡¿Qué?! –Henry y yo nos miramos. Madre ha liberado a Fátima. Mi hermano niega con la cabeza, tras la sorpresa inicial -. No pienso liberarla, además ella no querrá.
-Soy yo quien debo decidir entonces -respondo.
-¡No vas a liberarla, te lo prohíbo!
-Era voluntad de Madre –replico.
-¡No te das cuentas! Los moriscos son cada vez más odiados en estas tierras, Inés es una vieja, aquí está a salvo.

No puedo responder a eso, Henry tiene razón, Fátima no tendría ningún futuro, no conoce a nadie en Sevilla. Suspiro y dirijo la mirada hacia el escribano, que parece sorprendido por mi carácter.

-Continúe –pide mi hermano, como si nada hubiera pasado.

Mando también que de mis bienes se cojan 200 ducados para el convento del Nombre de Jesús y que estos ducados sean para la Casa de Arrepentidas del mismo.

-¡¿Doscientos ducados?! –el escribano me mira escandalizado, ninguna mujer le habrá gritado así en toda su vida. Henry no se mueve, parece tenso, lo miro fijamente, esperando a que diga algo, pero no comenta nada. ¿Por qué no le sorprende? -¿No vas a decir nada? –exijo.

-Continúe –murmura, ignorándome. Ladeo la cabeza, indignada. No puedo creer que Madre mande tanto dinero para la Casa de Arrepentidas. Unos pocos ducados serían compresibles, pero ¿doscientos? No lo entiendo, no tiene explicación posible.

Revoco y anulo cualquier otro testamento que yo mandase escribir antes de este, que es el único real y legítimo.

En la ciudad de Sevilla, tres de enero del año de Nuestro Señor de 1600.

Yo, Diego de Córdoba, escribano público y del rey nuestro señor, escribo y doy fe de este testamento.

En testimonio de verdad. Diego de Córdoba


-Bien, está es la voluntad de su madre –concluye. No digo nada, demasiadas sorpresas en un testamento tan corto. Me levanto y me marcho. María, Fátima, Elvira y los niños me miran, deben haber oído mis gritos desde la sala. Llamo a la anciana y subo las escaleras, seguida de ella. En la seguridad de mi habitación me permito hablar con ella.

-Tienes mucho que contarme –digo con frialdad.
-¿Qué dijo su madre en el testamento?
-Primero que eres libre –respondo. Fátima parpadea, sorprendida. Niega, asustada.
-Yo… yo sólo sé ser… no puedo…
-No vas a irte a ningún lado –la interrumpo -. Henry no quiere darte la libertad y dijo que tú no querrías. A partir de ahora me perteneces, pero si algún día quieres irte, podrás hacerlo. No te denunciaré.
-Gracias, ama.
-No me llames ama –protesto, molesta -. Sigo siendo yo, tu niña, la que se pegaba a tus faldas mientras ponías la mesa, ¿entendido?
-Sí, mi niña.
-Muy bien, ahora…

María nos interrumpe, entra en mi habitación tras llamar, parece preocupada.

-¿Qué decía el testamento?
-Madre te ha dejado joyas –me limito a decir.
-¿Y qué más?
-Nada importante, ¿por qué lo preguntas?
-Henry se ha marchado sin decir una palabra, ¿sabes a dónde va?
-No lo sé, María. Supongo que irá a la Merced, ya sabemos dónde enterrar a Madre.
-¿En San Jorge? –adivina Fátima. Asiento.
-Con un vestido rosa y su medalla.
-¿Tu madre tenía un vestido rosa? –pregunta María, sorprendida.
-Eso parece…
-Es un vestido que se ponía cuando era muy joven, antes de casarse –nos explica Fátima -. La señora me pidió que se lo arreglase, que quería usarlo de mortaja. Está en su arcón.
-¿Podrías hacerme un favor, cuñada? –María asiente. Voy hasta la alcoba de Madre y busco el vestido. Se lo entrego y le pido que se lo lleve a Elvira -. Dile que tiene que llegar a la Merced tal como sale de aquí, si veo una sola mancha la despediré –digo con claridad. María se marcha y volvemos a quedarnos solas. Miro a la anciana, que parece agotada. Sabe que quiero respuestas.

-Muy bien Fátima. Ahora me vas a contar qué pasó entre ese pirata y mi madre. Y no quiero que te dejes ningún detalle.
-¿Por qué está tan enfadada, niña? –pregunta.
-Madre ha dejado mucho dinero a la Casa de Arrepentidas, ¿sabe por qué?
-No –responde, aunque parece nerviosa.
-Fátima…-le advierto.
-Yo no sé nada, niña, no me regañe, por favor, esta vieja ya no está para soportar regañinas –dice, triste.
-Quiero que me acompañes a Triana.
-¿A Triana? ¿Qué se le ha perdido a usted en Triana? No puedo dejar que vaya sin avisar a su hermano, niña, lo siento.
-Avísalo si quieres. Madre quería que llevase algo a una ermita que hay allí…
-Santa María del Mar –susurra.
-Estoy cansada, Fátima, muy cansada. Tú sabes más de lo que aparentas en toda esta historia.
-Siéntese niña, le contaré la historia –murmura.
-No quiero mentiras.
-No las tendrá, ya es hora de que sepa la verdad. Voy a contárselo tal como pasó, tal como su madre me lo contó a mí, tal como ella lo vivió.

Me siento en la cama y ella en mi silla. Y de nuevo sus ojos se llenan de tristeza y de nostalgia.

Katherine no quería abrir los ojos. Estaba asustada, pobre muchacha. Borrosas imágenes danzaban en su cabeza, repitiéndose una y otra vez la de un apuesto hombre, de ojos azules y pelo negro. Despacio se incorporó, estaba tumbada en un jergón duro, incomodo, muy distinto a su suave cama. La voz de una mujer la distrajo, alzó la mirada, temblorosa. Se enfrentó entonces a una mujer morena, tan oscura como la noche, que se acercó a ella, con un puñal en la mano. Aterrorizada se echó hacia atrás, golpeando su espalda contra una pared de madera. Hasta entonces no se dio cuenta que estaba atada. La mujer oscura se acercó y alzó el puñal. La joven estaba tan asustada que no pudo siquiera gritar, pero entonces ella cortó las cuerdas que aprisionaban sus manos y sonrió.

-Al fin despiertas –le dijo. Katherine se sorprendió ante su acento.
-¿Quién eres?
-Lanie –respondió ella sin más.
-¿Lanie?
-Ese es mi nombre o eso decía mi amo.
-¿Eres esclava?
-Lo fui. Ahora soy libre.
-¿Dónde estoy?
-En la Lady Martha.
-¿La… Lady Martha? –susurró. No podía ser. ¿Estaba en un barco? ¿Cómo había llevado la pobre muchacha allí? Sentía cómo le dolía todo el cuerpo y aquella mujer, a pesar de su amable sonrisa, la asustaba. Tampoco dejaba de pensar en el hombre de ojos azules, aunque no sabía cuándo lo había visto.
-Llevas cuatro días dormida. El capitán está preocupado. Despertaste unos segundos, pero volviste a dormir.
-Quiero ver al capitán –dijo, tratando de ponerse en pie, pero la mujer negó.
-Vendrá él a verte. Tú descansa.

Se levantó y se marchó. Katherine no quiso mirar a su alrededor, no quería ver nada, sólo quería ver al capitán del navío y pedirle que la llevase de nuevo al puerto. Con suerte serían unos buenos comerciantes, pensó, ingenua.

-Está despierta –dijo una voz de hombre. La joven miró hacia la puerta por donde había entrado y entonces lo vio. Era él. El hombre de ojos azules. Y algo dentro de ella despertó. Algo que no supo comprender, al menos, no entonces.


La capilla en San Jorge y la ermita de Santa María del Mar son ficticias. El resto de los lugares que se mencionan en este capítulo existieron realmente y algunos continúan existiendo hoy en día.


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Mensaje por Beckett_Castle_Alba Miér Abr 10, 2013 12:05 am

Bonito comienzo del tercer capítulo. Me sorprende la madurez de Joahnna aun siendo una niña, pero imagino que debe ser lógico, en aquella época te obligaban prácticamente a madurar siendo muy pequeña.
El cuento que Joahnna le cuenta a su sobrina que era el mismo que su madre le contaba a ella, ¿estará relacionado con Castle? Eso de un mozo de ojos azules me ha hecho pensar Think
Deseando leer la continuación del capítulo.
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Mensaje por xCaskett Miér Abr 10, 2013 2:48 am

Magnifico como todos, y si puedo decirlo. Odio con toda mi alma a Henry...
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Mensaje por macucaro Miér Abr 10, 2013 3:18 am

Genial como todos los anteriores, ¿sabrá Henry algo del Corsario y por eso se porta así con su hermana?
Estoy enganñadisima a esta historia, sigue pronto Reverence
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Mensaje por agecastbet Miér Abr 10, 2013 3:27 am

Vaya si hubiese tenido que estudiar historia con tus relatos, creo que llegaría a la Matrícula de Honor, jajajajajaja
Me encanta la historia, y más la realidad que retratas tan bien, lo injusto de aquellos años, no sólo para las mujeres, sino también para los niños y mayores, era la época de los fuertes, sobre los débiles.
Menos mal que aquello fue quedando atrás, aunque algunos no es han enterado todavía, o quizá es que quieren volver a aquello, no lo tengo claro.
Sigue tu relato que se está poniendo cada vez más interesante, aunque no sé cual de los dos hijos de Kate es de Castle, por que no parece lógico que el tal Henry lo sea, no tiene la misma forma de ser que supongo en el padre, jajajajaja
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Mensaje por AlwaysSerenity Miér Abr 10, 2013 8:41 am

Es para darle una pata' el la boca a Henry... Neutral
CONTINUA! Wink
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Mensaje por maria_cs Miér Abr 10, 2013 12:14 pm

Tengo el presentimiento de que a lo largo de la historia, Henry os acabará cayendo bien... =)
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Mensaje por KateC_17 Miér Abr 10, 2013 8:17 pm

muy bueno el capi Happy Clap sigue prontoo pliss bounce ya quiero leer la contiii Big Crying
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Búscame en la noche (Capítulo 8- ACTUALIZADO 2-2-14) - Página 3 Empty Re: Búscame en la noche (Capítulo 8- ACTUALIZADO 2-2-14)

Mensaje por _Caskett_ Jue Abr 11, 2013 3:56 am

me encanta, continua pronto
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Mensaje por maria_cs Miér Abr 17, 2013 5:45 am

El tercer capítulo de esta historia ya está completo en esta misma página. GRACIAS POR LEER ^^
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Mensaje por xCaskett Miér Abr 17, 2013 7:31 am

lo acabo de leer, es magnificoo!sigue pronto! escribes tan bien!
Ojala algún día escriba así de bien
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Mensaje por Beckett_Castle_Alba Miér Abr 17, 2013 10:43 am

Que de sorpresas llevaba consigo el testamento.
Me ha gustado que ahora sea Joahnna quien decida sobre Fátima y no su hermano, parece que Kate ya sospechaba de lo que podría ocurrir de ser su hijo quien decidiera sobre ella.
El que haya dejado tanto dinero a las iglesias me sorprende ¿Para qué tanto?
Por fin Fátima se anima a contarle la verdad a Joahnna.
Me ha hecho mucha gracia el nombre del barco, eso sí, para nada me imagino yo a Lanie de esclava, con su carácter, difícil lo veo jaja
Genial, como siempre María.
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Mensaje por cururi Miér Abr 17, 2013 3:19 pm

el capitulo me a encantado, esto es mas divertido que ir a clases de historia Búscame en la noche (Capítulo 8- ACTUALIZADO 2-2-14) - Página 3 56635
me parece genial que compartas no solo esta bella historia sino tambien una informacion muy agradable de comprender como era la españa de ese entonces Búscame en la noche (Capítulo 8- ACTUALIZADO 2-2-14) - Página 3 881183
espero k continues con tu maravilloso fic
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