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(+18) Le château (Traicionada)

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Mensaje por maria_cs Miér Ene 08, 2014 9:53 am

Pétalos de rosas


El teléfono sonó y sentí esa culpa que sólo conoce quien engaña a un ser querido. Yo, que siempre he visto el adulterio como el más grave de los engaños, la cobardía llevada al mayor extremo, descansaba en la cama de un hotel parisino después de haber saboreado los mejores licores de Le château. Después de haberlos bebido de los labios de mi amante. Pero en estas situaciones la culpa desaparece cuando no es tú marido quien te llama, sino él. Y entonces ya sólo puedes pensar en su piel, en su aroma y en nada más. Y una sonrisa aparece en tus labios.

-Hola –lo saludé, sintiéndome estúpida. ¿Qué más podría decirle?
-Hola –contestó. Intenté no reír al recordar la poca facilidad de palabra de Richard. Suerte que nunca pensó en dedicarse a la política o a la escritura -. Te llamaba para saber si estás bien… por qué estás bien, ¿no?
-Estoy bien –respondí. Todo lo bien que se puede estar cuando alguien te besa todo el cuerpo y después te manda a casa. O al hotel.
-Bien –aceptó; hice un ruidito de impaciencia, esperando algo más. ¡Él había empezado toda esta locura! –Estás enfadada.
-No estoy enfadada –gruñí; él se rio.
-¿No te ha gustado el juego? ¿Quizás querías más? –podía notar la suficiencia en su voz y empezaba a sacarme de quicio. No es que poner los cuernos fuera mi mayor “virtud” pero dudaba mucho que una relación de amantes empezase así. En aquel momento era tan estúpida que incluso definía aquello como relación. -¿Kate?
-¿Qué? –escupí.
-¿Querías más?

Durante unos minutos reinó el silencio. Me preguntaba si quería más. Y yo sabía bien mi respuesta. Al menos en ese momento.

-Sí, quiero más.
-¿Estás segura?
-Sí, maldita sea.
-Bien –sonrió, apaciguador. -Te veré mañana en tu habitación, te llevaré el desayuno.
-¿El desayuno? ¿Me has traído a París para traerme el desayuno? –Aquello era sencillamente absurdo, pero mi relación con Rick nunca había tenido mucho sentido.
-No cariño, te he traído a París para llevarte el desayuno de tu vida.

“En Le Chateau encontrarán”

Ahí. Ni una palabra más. Nada que decir. Por primera vez desde que empecé a escribir críticas gastronómicas no tenía nada que decir o más bien, nada que se pudiera contar. Porque al pensar en ese restaurante sólo podía hablar de cenas con los ojos vendados, licores excitando la piel o un vino que te hacía perder la cabeza. Y no podía decir nada de eso, ni tampoco podía hablar del chef que me había hecho olvidar a mi marido. Pero ya dije que esta historia no va de amor. Mi historia trata de egoísmo, de deseo, de sentidos invadidos por el aroma de un restaurante y su dueño, no de amor. Y este capítulo, trata sobre pétalos de rosas.

Desperté con los primeros rayos de sol y casi sonreí al pensar en lo que me esperaba. No sabía si él tardaría mucho en llegar peo decidí darme una ducha primero. El agua se llevó todo rastro de lo que había ocurrido el día anterior, pero no su aroma. No, quizás ese aroma se quedaría en mi piel toda mi vida y eso me hacía sentir bien y culpable a la vez. ¿Qué pasaría cuando volviera a Nueva York? ¿Podría hacer como si nada hubiera pasado? ¿Miraría a Tom a los ojos y lo besaría sin decirle nada de otros labios? Pero una vez más el egoísmo y el deseo vencieron a la cordura y al amor que sentía hacia mi marido –sí, lo amaba- y dejé de pensar en él. Y en resto de la mañana simplemente no pude, ni quise siquiera recordar su nombre.

Cuando salí de la ducha me senté a esperar en el sofá, pero los minutos pasaban y nadie llamó a esa puerta. Empecé a pasear por la habitación, sintiéndome traicionada –lo sé, muy hipócrita por mi parte- cuando encontré lo que se suponía que estaba esperando. Alguien había dejado un sobre en la mesita situada junto al hotel. Debió ser mientras me duchaba. Podría haberme asustado –no soy idiota, soy de esas madres que se obsesionan y le recuerdan a su hija todos los días que no acepten nada de desconocidos –pero podía notar el delicioso aroma que desprendía el sobre. Había sido él. Y me daba igual como. París es la ciudad de la magia –lo de los enamorados es para los que pueden ir de la mano sin sentir culpa y remordimiento, que obviamente, no es mi caso –y él había hecho magia para mí.

Casi sintiéndome una niña cogí el sobre con las manos temblorosas y lo abrí. Al instante el aroma de los pétalos de rosas me invadió y un pétalo cayó en mi mano. Sólo uno. Escarchado, sugerente, delicioso. En el sobre había una nota:

Buenos días, dormilona:
Te dije que te llevaría tu desayuno y aquí lo tienes. Tómate tu tiempo para saborearlo, deja que el aroma y el saber invadan tus sentidos. Quiero que notes la sensualidad de un solo pétalo de rosa.
PD: si quieres más, baja a la recepción del hotel.


Dejé la nota y me senté. Un pétalo de rosa escarchado. Ese era su desayuno. Me lo acerqué al rostro, admirando la belleza. Pequeño. Insignificante. Magnífico. Lo llevé a mi boca y tal como él pedía lo disfruté. El dulzor explotaba en mi boca y la invadía, tal como me invadió ayer su lengua, como me invadieron los licores que pasaban de mi piel a mis labios con los suyos. Disfruté de ese pequeño regalo y suspiré. Quería más.

Me vestí con rapidez, unos vaqueros, un jersey, las botas y el abrigo. Lista. Nada de maquillaje. Una cola de caballo. Sólo pensaba en bajar a la recepción y tomar más de aquel regalo.

En la recepción lo busqué con la mirada, pensando que estaría allí, pero no lo encontré. Me acerqué decepcionada a la mujer que hablaba en un perfecto inglés a uno de los clientes y pregunté si Richard Castle había dejado algo para mí. Sentí algo muy cálido cuando ella me sonrió y me entregó otro sobre. Igual que el anterior. Me dirigí con él a uno de los cómodos sillones que adornaban el vestíbulo y lo abrí:

¿Disfrutaste del desayuno?
Si te portas bien te daré la receta. Ahora toma otro, quizás éste te recuerde algo especial, algo nuestro.
PD: hay una pastelería en la misma calle del restaurante. Quizás te gustaría acercarte.


-Tú y tus juegos –murmuré, mientras que mis labios se curvaban hacia arriba.
Cogí el pétalo y lo llevé a mis labios, parpadeando la nota que el aroma era diferente. Incluso más sugerente que el anterior. Me resultaba muy familiar. Lo saboreé y no pude reprimir un suspiro. Ni tampoco pude evitar que mi mente viajase varios años atrás.

-¿No te cansas nunca?
-Jamás –respondió orgulloso, inclinándose junto a mí, mientras que me acariciaba el pelo. Lo acogí entre mis brazos, rodeándolo con mis piernas. Hacía sólo unos minutos que habíamos salido de la ducha, después de hacer el amor y de nuevo me deseaba. Es sorprendente el poder que tiene una mujer en un hombre. El mismo hombre que se negaba a correr, sacaba fuerzas de cualquier sitio para poseerme. Richard empezó a besarme el cuello, me estremecí, era un lugar especialmente sensible y sus besos hacían estragos allí. Pero esta vez no sólo caí yo.
-¿Has cambiado tu perfume? –gimió, aspirando. Estallé en carcajadas y negué con la cabeza.
-Es el gel del hotel. Tú has usado el mismo, ¿recuerdas? –Los hombres sólo se fijan en lo que quieren.
-Huele muy bien… -murmuró, dándome un mordisquito –y sabe tan bien…
-Es…
-Shhh –me instó a callar, lamiendo de nuevo, cerré los ojos, disfrutando del delicioso calor que corría desde mi cuello hasta mis piernas –lo averiguaré, no voy a olvidar este olor… ni el sabor.
-Claro, sólo tienes que mirar el bote -riendo aproveché mis clases de defensa personal para ponerme sobre él.
-Te digo –enmarcó mi rostro con sus manos, reclamando mi atención –que algún día averiguaré que es… sin hacer trampas… y lo usaré como postre en mi restaurante.
-Suerte, chef… Pero ahora vamos a ver si realmente sabe tan bien –y bajé por su torso, hasta llegar a su miembro, disfrutando del sabor del gel en su piel. Quien iba a decir que un aroma tal dulce sabría tan bien en el cuerpo de un hombre.


-¿Mademoiselle? –Un anciano sentado frente a mí estiró su brazo y lo posó sobre mi hombro, su cara llena de preocupación. Parpadeé para reprimir las lágrimas y me obligué a sonreír, tranquilizándolo. Me levanté despidiéndome con una inclinación de la cabeza, caminando lo suficientemente despacio para oír su suspiro: L'amour et ses larmes…

No sé cómo llegué hasta la pastelería, mi mente no me respondía, mis pies parecían caminar solos, yo sólo podía pensar en los buenos recuerdos que aquel juego me traían a la memoria. Hoy, cuando pienso en todo lo que he perdido me pregunto si mereció la pena, pero aquella mañana invernal sólo podía pensar en Rick.

Cuando entré en la tienda me sorprendí gratamente al comprobar que el aroma que reinaba en la tienda no era el de croissants y pain au chocolat, no. Allí olía a rosas.

Una mujer salió de detrás del mostrador y me echó una mirada de arriba abajo. Algo intimidada me eché hacia atrás, hasta que ella pronunció mi nombre:

-¿Kate?
-S… oui –respondí. Sin decir nada cogió una cajita cerrada con un lazo y me lo tendió. Lo acepté buscando con la otra mano en mi bolso para sacar la cartera, pero ella negó con un gesto ofendido. –Déjeme pagarle… -insistí.
-Fuera –contestó en mi idioma y salí rápidamente de la tienda. Me senté en un banco para abrir el regalo, pero al tirar del lazo una notita se cayó de la pequeña caja.

Deja que te lo de yo. Todo sabe mejor de las manos de un amante.

Si no hubiera obedecido quizás el juego se habría terminado y yo podría haber salvado mi matrimonio, pero nadie piensa cuando tu amante está esperando. No es difícil recordar como corrí hacia la entrada de Le château, como crucé hasta la cocina ignorando a la señora de la limpieza y su mirada de hastío y como lo abracé para besarlo, arrinconándolo contra los húmedos azulejos. Rick no se esperaba esa reacción o eso creo porque cuando me aparté para poder respirar me miró con una mezcla de deseo, sorpresa e incredulidad.

-¿Esperabas que fuera más sutil? –le pregunté, haciéndolo reír.
-Ahora no puedo pensar, creo que me va salir un moratón en la espalda. –Entrecerré los ojos.
-¿No quieres saber si he abierto la caja?
-Sé que no la has abierto –repuso, tranquilo.
-Muy bien, señor adivino. Ahora si no te importa… -la saqué y tiré de un extremo del lazo pero él me frenó.
-Espera. –Dejándome allí fue hacia el salón para volver apenas unos segundos después. -¿Por dónde íbamos?
-¿A dónde has ido?
-Victoire –respondió señalando hacia la puerta -. No creo que te apetezca hacer el amor con la limpiadora poniendo la oreja.
-¿Vamos a hacer el amor? –lo miré, escéptica. –Creía que tenías pensado dejarme con ganas de más, otra vez –le di la espalda, mordiéndome el labio cuando él me rodeó con los brazos, su barbilla apoyada en mi hombro. Me besó en la mejilla.
-¿Quieres que te haga el amor? –susurró sobre mi cuello. Cerré los ojos, él mordió ese punto que tan bien conocía, él que me hacía perder la razón.
-¿Qué hay en la caja?
-El resto de tu desayuno –contestó con voz ronca, mientras sus manos dejaron de abrazarme para vagar por mi cuerpo. Una hacia mis pechos, la otra, se coló entre mis vaqueros. Gemí.
-Dámelo.
-Cierra los ojos.
-Esa manía tuya con no dejarme ver…
-¿Para qué quieres ver cuando puedes sentir? Vamos, dame el gusto… -suplicó, como un niño -. Y yo te daré otros.

Obedecí tratando de no reírme, aquel tono infantil era tan suyo, me traía tan bueno recuerdos…

-Venga, sólo un ratito.
-He dicho que no.
-¡No puedes decirme que no! ¡Quien dice que no a una tarde comiendo chuches y montando en atracciones de feria!
-¿Alguien que ya ha pasado de los diez años? En serio, tengo cosas que hacer…
-No te entretendré mucho –me prometió. –Vamos, sólo un par de horas y después yo te ayudo con la mudanza. –Me miró como un cachorrito mira a su amo y me di cuenta de que jamás podría decirle que no a nada.
-Está bien. Sólo ratito.


-¿Estás bien? –Volví al presente y abrí los ojos. Me miraba extrañado, preocupado, tal como el anciano del hotel me había mirado. Le acaricié la mejilla.
-¿Por qué estamos haciendo esto? ¿Por qué ahora?
-Respondernos sólo nos hará daño, Kate. Disfrutemos de lo que tenemos ahora.
-¿Y qué pasará cuando llegué el momento de arrepentirse?
-Sufriremos –me miró fijamente, nunca antes me había hablado con tanta sinceridad -. Así que hagamos que merezca la pena.

No dijo nada más, sacó de nuevo el pañuelo con el que el día anterior me había vendado los ojos y el tacto de la seda me hizo olvidar el sufrimiento venidero.

-Abre la boca –murmuró y obedecí automáticamente. Rick me acarició los labios con los dedos, jugué con ellos, los lamí, sabían dulces, como a azúcar. Y entonces los sustituyó por mi desayuno y de nuevo la boca se me llenó de rosas. Jadeé, aquel fue el bocado más sensual que había tomado nunca. El sonido crujiente de un macaron rompiéndose y nuestra respiración agitada fue lo único que se oyó en aquella cocina. De nuevo olvidé todo y sólo sentí. Sentí sus manos, desnudándome. Su lengua, recorriendo mi espalda. Y por supuesto la rosa en mi boca. En aquel momento creí que habían cortado la rosa más bella para hacer aquel dulce. Pero incluso las más hermosas tienen espinas.



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Mensaje por agecastbet Miér Ene 15, 2014 7:17 pm

Wauuuu María, es mágia y de la buena lo que has hecho en este capítulo, me encanta todo el juego que él se trae, los pañuelos que vendan ojos, para hacer que el resto de los sentidos se agudicen, después de haberla dejado el día anterior con las ganas. La promesa de darle más y hacer lo que ella estaba deseando, dando así la oportunidad para que ella entre en ese mundo de sensualidad que Castle parece manejar con mucha soltura, y envolviéndolo en unas catas de exquisitos manjares, sólo reservado para paladares exquisitos. Esos tiempos que hace que ella se impaciente y la obliga a desear más, haciendo que a la vez olvide todas sus ataduras morales. Eres perversa, jajajajajaja claro que dichoso del que llegue a disfrutar de tus fantasías, jajajajajajaja
Me encanta como manejas las situaciones y además las haces creíbles, mezclas sentimientos tan contradictorios como el amor puro, y el deseo puramente carnal, el sentimiento de culpa por el incumplimiento de las promesas hechas a un marido, por el desenfreno y la lujuria provocadas por un maestro de la sutileza, y la sensualidad. La imaginación desbordante de un maestro de las maravillas culinarias se antepone a un hombre normal que te hace la vida más segura. Impresionante el despliegue y no me extraña que ella caiga, yo también lo haría. Sólo imaginar las situaciones, me dejo llevar por ellas, jajajajajaja
Bueno espero que sigas antes de las minivacaciones y escribas algo más para poder saborear y dejar en mi paladar, hasta que vuelvas.
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Mensaje por _Caskett_ Dom Mayo 04, 2014 8:34 am

me encanta, continuaaaaaaaa
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Mensaje por melu_lop13 Dom Mayo 04, 2014 1:49 pm

la verdad es que sigo esperando que termines este fics y el de academia de policia! ah y el amo del universo! jajaja me los he leídos a todos y realmente te enganchan!...
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Mensaje por maria_cs Lun Mayo 12, 2014 9:31 am

Traicionada


-¿Richard?

Una voz femenina nos devolvió la cordura justo antes de que él me quitase la ropa interior. Traté de decir algo pero él me hizo callar con dos dedos en mis labios.

-Mierda –murmuró antes de separarse de mí y darme la ropa. Me vestí apresuradamente, sintiendo como mis latidos aceleraban a medida que se acercaban los pasos. Mis manos aún abrochaban el botón de los vaqueros cuando una mujer rubia y alta se asomó por la cocina. Él la miró con expresión culpable, más aún cuando se le acercó y lo besó. Miré al suelo, parpadeando. Ella dijo algo en francés que entendí como un "¿no nos presentas?". Rick asintió, con la voz grave. –Gina, ella es Kate, es la crít…

-Nadie –le interrumpí -. No soy nadie… y ya me iba.

-Kate –. Lo ignoré, ladeé la cabeza en dirección a la recién llegada y me marché, preguntándome como había podido ser tan estúpida. Lo sé, no tenía derecho a odiarlo, no cuando yo estaba haciendo lo mismo con mi marido, no cuando entre él y yo no había nada. Pero lo odiaba. Me sentía humillada. Traicionada. Herida.

Paseé por París, sin rumbo fijo, hasta llegar a una callejuela llena de restaurantes de cocina casera, de esos destinados a timar a los turistas con precios abusivos. Aún era demasiado temprano para que me invadiera el olor a carne asada y sopa de cebolla, aunque ya en la puerta de un local un hombre insertaba un conejo en un asador; me miró, evidentemente creyendo que era una turista en busca de un sitio barato para comer y me señaló la pizarra con el menú. Negué y continué, hasta llegar a una pequeña iglesia. Iba a pasar de largo cuando unas gotas de agua fría me mojaron la nariz y las mejillas. Miré hacia arriba, maldiciendo en voz baja. Suspiré, al menos en la iglesia estaría resguardada de la lluvia.

La iglesia de Saint-Séverin es un pequeño templo gótico, oscuro y tranquilo, ajeno al bullicio típico de las grandes iglesias parisinas. Sólo una pareja, una anciana y un par de jóvenes con una cámara de fotos me hacían compañía. Me senté en uno de los bancos principales, bueno, en una de las sillas que unidas a otras sillas formaban un banco y cerré los ojos, apreciando el silencio. Supongo que pensará que debería darme vergüenza entrar en una iglesia unos minutos después de haber estado a punto de follar con mi ex, teniendo a mi marido al otro lado del océano, pero ya lo he dicho varias veces, soy tan egoísta que no pensé en asuntos morales ni cosas así. Sólo podía pensar en cómo aquel pequeño refugio casaba tan bien con mi estado de ánimo. Oscuridad y soledad. Perfecto para una adúltera traicionada. Para una adultera traicionada por un maldito recuerdo que se hizo presente.

Ni si quiera sé cuánto tiempo estuve en ese banco, digo silla. Sé que cuando empezó a dolerme el trasero, ¿sabe lo incómodas que son los asientos de las iglesias en París?, me levanté y empecé a deambular, girando una y otra alrededor, se me han quedado grabadas las vidrieras: una era de cristales fucsias, blancos, verdes y anaranjados; otra, más clásica era un Nacimiento. Se preguntará que hago hablándole de vidrieras de colores, pero la verdad es que ni yo misma lo sé. Supongo que quiero que esta historia sea algo más que él típico romance entre amantes. Quizás si la lleno de belleza lo convenza de que fue mucho más y así justifique lo injustificable. Así que aquí estoy, hablando de iglesias y vidrieras.

No voy a torturarle más sobre el encanto de Saint-Séverin. Mejor le sigo contando sobre ese día. Como le decía, no sé cuánto tiempo estuve allí, pero cuando salí ya era hora de almorzar, mi estómago gruñía y yo no sabía dónde ir. Se supone que tenía que comer en el restaurante, pero obviamente ese era el último lugar que quería pisar. Una es adúltera, pero digna. Así pues, empecé a caminar hasta llegar a una gran avenida donde me encontré un lugar que ningún crítico gastronómico pisaría: un McDonald's. Claro que una mujer casada tampoco dejaría que otro hombre le lamiera todo el cuerpo. Y puestos a seguir pecando…

Me senté junto a la ventana, desde donde tenía una estupenda vista del Museo de la Edad Media, una enorme mansión medieval que en un día nublado como era aquel tenía un aspecto casi tétrico. Abrí el paquete que envolvía mi McPollo y unté las patatas fritas en la salsa barbacoa. Comí con entusiasmo, como si quisiera borrar de mi boca el sabor a rosas que aún permanecía en ella. Pero ni toda la comida rápida del mundo podría borrar algo tan delicioso. Con amargura dejé la servilleta a un lado y me recliné sobre el sillón, mirando a mi alrededor. En la mesa de al lado una familia hablaba alegremente de lo que supongo eran temas familiares; sentí una punzada de tristeza cuando la niña se levantó para ir al regazo de su padre, quien empezó a hacerle cosquillas. Los vi a ellos. A mi marido y mi hija y se me encogió el corazón. Luego me dije, vamos Kate, no los conoces, no sabes si cuando salgan de aquí y acuesten a los niños se irán a dormir sin mirarse si quiera a la cara. Yo siempre miraba a la cara a Tom antes de dormir. Siempre me despedía de él con un beso de buenas noches o con… bueno, usted ya me entiende. Sí, lo sé, le he contado como mi amante me ponía hielo entre las piernas para quitármelo con la lengua, pero eso es diferente… no quiero hablarle de mi vida sexual con Tom. Esa vida sexual, esa increíble vida sexual con mi marido no tiene cabida en esta historia. ¿Qué por qué le doy todo tipo de detalles sobre el sexo con Richard Castle? Porque es lo mejor de esta historia. Tampoco es tan raro. En una relación con segundas personas el sexo siempre es lo mejor. Bueno y los sabores. Los sabores de esas cenas que compartes en las que te olvidas de todo lo demás, en las que sólo piensas en él y en lo deliciosa que está la comida. Y si la cena la prepara el mismo que te hace el amor después sobre la mesa del restaurante… ¿Entiende ya por qué esto va de sexo y comida?
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Mensaje por cururi Lun Mayo 12, 2014 11:07 am

me encanto el capitulo! continua tan pronto puedas!
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Mensaje por melu_lop13 Lun Mayo 12, 2014 1:27 pm

Imponente! se pone bueno esto!.
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Mensaje por Caskett(sariita) Vie Mayo 23, 2014 6:15 pm

Lo acabo de leer todo y me encanta continua!!!
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Mensaje por Aylin_NYPD Lun Ago 18, 2014 5:56 pm

Continualooooo , dios!! Escribes tan bien *-*
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