Esta boda es un desastre (NUEVO)

Mañana y el sábado no habrá capítulo porque en el pueblo no tengo internet, os compensaré el domingo. Aquí tenéis el de hoy. Gracias por leer y por comentar, me dais ganas de escribir ^^

Capítulo seis. 7 de noviembre

-El día antes de nuestra boda, hace una semana –masculló -. Le dije “mañana será el día más feliz de nuestras vidas” y él me dijo “sí, mi amor, lo estoy deseando". ¡Se lo puede creer! –Exclamó mirando solamente a Beckett, como si la presencia del escritor le molestase. –El muy cretino me mintió en mi cara. Porque obviamente, al día siguiente no apareció.
-Puede que le surgiera un imprevisto –comentó Castle, ganándose una mirada de odio por parte de la rubia y otra de incredulidad de Beckett.
-¿Un imprevisto? Claro, quizás tenía cita con el dentista y se le olvidó comentármelo, esas cosas pasan ¿no?
-Sólo digo que no es tan extraño que un hombre falte a su boda –intentó apaciguarla.
-¿En serio? –Beckett lo miró fijamente; Castle tragó.
-Con un buen motivo. Un hombre puede faltar a su boda por un buen motivo. Quizás de verdad la… amase.
-Es usted idiota ¿verdad?

Castle abrió la boca para responder, pero se ganó un puntapié por parte de su prometida que lo hizo callar.

-Señorita Married… ¿por qué decidió poner su foto en la web?
-Una amiga me habló de ello al día siguiente de que me dejara plantada, supongo que lo dijo en broma para hacerme reír, pero no me pareció mala idea. Que todo el mundo sepa la clase de cabrón que es Michael.
-Querrá decir era –apuntó Castle.
-Era, es, ¡qué más da!
-En realidad el tiempo del verbo sí importa, nadie compraría mis novelas si yo no respetase eso…
-Castle…
-Ya sé quien es usted –dijo sorprendida -. Richard Castle.
-El mismo –sonrió, orgulloso.
-Mi madre adora sus libros, dice que después de los de la doctora Brennan son los mejores.
-¿La doctora Brennan? –Beckett lo miró con curiosidad -¿Quién es?
-Una antropóloga que se cree escritora.
-No se cree –replicó la otra -. Lo es.
-No vendería sus libros si no fuera por su amiga, la que se los corrige. Salió en la tele.
-Usted no vendería los suyos si no fuese la mascota de esta comisaría –replicó ella, con veneno.
-Está bien. Por favor, volvamos al tema. ¿Alguien habló con usted sobre su prometido tras colgar su perfil en la web?
-Bueno… recibí una llamada de un hombre.
-¿Qué hombre?
-No me dijo quien era y no reconocí su voz. Pero me llamó hace tres días, dijo que sabía donde estaba Michael.
-¿Y?
-Le dije que me lo dijera y respondió que no era seguro hablar por teléfono. Quedamos en una cafetería, pero él no apareció.
-Deme la dirección de la cafetería. Y necesitaríamos su teléfono.
-Por supuesto.
-Y, señorita Married, no salga de la ciudad.
-¿Soy sospechosa? –preguntó sin poder creérselo -. Yo no lo maté. Lo quería.
-Lo quería –repitió Castle mientras Beckett suspiraba.
-Sí, mucho.
-Ni siquiera ha preguntado si puede verlo –señaló.
-Me hizo mucho daño, inspectora. Yo tenía miles de sueños y él los arruinó. Pero una no se desenamora de un día para otro.
-Y aun así le quiere pagar el abogado a su asesino. ¿No será que la asesina es usted? –sugirió Castle.
-Yo no lo maté.
-Está bien, aun así no salga de la ciudad, no hasta que sepamos el día de la muerte y podamos descartarla.

Ella asintió y tras lanzarle una última mirada de odio a Castle se marchó. El escritor se volvió:

-¿La dejas ir? Está claro que ha sido ella.
-No creo que fuera ella. Pero da igual, le pondré vigilancia. Espero que Perlmutter termine la autopsia pronto y podamos saber el día y la hora de la muerte. Hasta entonces buscaremos al tío de la llamada.
-Si es que existe tal hombre. ¿De verdad crees que no fue ella? ¿Qué harías tú si te dejase plantada en el altar?

Beckett lo observó fijamente, poniendo los brazos en jarras. -¿De verdad me preguntas esto dos meses antes de nuestra boda?

-¿No crees que Perlmutter está más desagradable desde que sabe que nos vamos a casar?

Castle y Beckett esperaban a que las puertas del ascensor se abrieran, el forense por fin les había llamado para hablar sobre la autopsia. La inspectora se encogió de hombros.

-Yo lo veo como siempre.
-No, antes era sarcástico, pero dentro de su mal carácter era divertido. Ahora es simplemente…
-¿Más creativo?
-Cruel. Y parece que a ti te hace gracia –murmuró.
-Mira, creo que tenemos cosas más importantes en las que pensar, nuestra boda, ¿recuerdas?
-Lo sé… es sólo que…
-¿Qué? –inquirió, frunciendo el ceño.
-Nada…
-Castle.
-Es que te enfadas.
-¡No me enfado!
-Lo ves, siempre que sacamos el tema de la boda pones esa cara.
-¿Qué cara?
-Esa, la de “digas lo que digas me voy a enfadar”.
-Eso no es cierto.
-Pues ahora mismo estás enfadada…
-No. Estoy. Enfadada.
-Vale.

Ambos se quedaron en silencio, hasta que él empezó a silbar. Beckett se giró de repente.

-Me enfado porque tú me pones de los nervios.
-¿Ves como si te enfadas?
-Por tu culpa.
-¿Tengo yo la culpa de que estés estresada? –replicó
-Sí, tienes la culpa, porque te empeñas en controlarlo todo y eso me estresa.
-¡Yo no me empeño en controlarlo todo!
-Vamos, Castle, el viaje, los anillos, la tarta, el lugar, Dios, ¡hasta mi lencería!
-Lo de la lencería ya he decidido que no. No creo que pueda volver a ver el encaje y los lacitos sin pensar en mi niña con Míster Banano… culpa tuya, gracias.
-¿Ahora me vas a sacar eso? Por favor, acepta que tu hija ya no es una niña.
-No, me niego.
-Vale, sigue viéndola como un bebé, ahora, ¿podemos volver al tema de la boda?
-Si te vas a enfadar…
-Por el amor de Dios, en vez de una alianza acabaré poniéndote una mordaza.
-Eso no suena mal… -sonrió.

Cuando llegaron a la morgue Castle no los recibió Perlmutter, sino Lanie. Beckett la miró, esperando.

-Perlmutter ha tenido que irse. Asuntos personales.
-¿Perlmutter tiene asuntos personales? –Castle arqueó las cejas.
-Sí y dijo que cuando hicieras el chiste te dijera “Al menos yo no voy a pasar por tres divorcios”.

Castle apretó la mandíbula y Beckett le dedicó una mirada que decía “tú te lo has buscado”. Luego se dirigió hacia la forense.

-Y bien ¿qué puedes decirme?
-Que tenemos que salir mañana temprano a mirar tiendas. Ah y he encontrado un par de lugares más donde mirar.
-El cuerpo, Lanie, ¿qué puedes decirme del cuerpo?
-Ah, muerte por dos disparos.
-¡Acerté! ¡Chúpate esa, imbécil amargado!

Las dos mujeres lo miraron, él cruzó las manos detrás de la espalda e invitó a la forense a seguir.

-¿Hora y día de la muerte?
-Ayer, entre las 6 y 7 P.M.
-Bien, mandaré a Esposito a averiguar si Married tiene coartada.
-¿Married?
-La prometida del señor Divorced.
-¡Se llama Married!
-Sí, divertido, ¿verdad?
-Muy divertido.
-Por favor, no lo animes.
-Antes mi sentido del humor te hacía gracia –dijo, resentido.
-Antes no discutía contigo sobre los anillos que vamos a llevar durante el resto de nuestras vidas.
-Vaya, parece que para la inspectora Beckett el matrimonio es un gran esfuerzo.
-¡Yo no he dicho eso!
-Pero lo das a entender. ¡A qué lo da a entender! –le dijo a Lanie.
-Pues…
-No he dado a entender nada. Y antes de responder, Lanie, deberías saber que este señor quería elegirme la lencería que voy a llevar. ¡La lencería!
-¡Creía que habíamos dejado el tema de la lencería!
-Sí, porque lo asocias con Alexis.
-¿Habláis de lencería y piensas en Alexis? –Lanie lo miró sorprendida.
-Sí, culpa de tu amiga.
-Mirad no tengo tiempo ni ganas para esto, ya os he dicho todo lo que podía deciros de éste hombre, las discusiones y asesinatos anteriores a la boda, fuera.
-Sí, vámonos.

Salieron de allí echando chispas, hasta que Castle recibió un mensaje. Murmuró una maldición por lo bajo. Beckett se cruzó de brazos, apoyándose en el pasillo.

-¿Qué?
-Míster Banano. ¿Cómo ha conseguido mi número?
-No sé… ¿se lo habrá dado tu hija? Y deja de llamarlo así, por favor, conseguirás que Alexis se enfade.
-Ya, Alexis y 3,14 vienen a cenar. Parece que tienen una sorpresa para nosotros.
-¿3,14? –Beckett arqueó las cejas.
-¿Tampoco?
-¿Por qué no pruebas a llamarlo Pi?
-Porque es un nombre ridículo.
-¿Y Míster Banano no?
-Oye, ¿vas a llevarme la contraria en todo? Se supone que deberías apoyarme en esto.
-¿Debería apoyarte cuando insultas al novio de tu hija?
-Insultar es una palabra muy fea.
-Insultar, burlarse, ofender, despreciar… elige tú, señor escritor.
-Bueno, ¿le digo a mi hija que venga o no?
-¿Me lo tienes que preguntar?
-No sé, como ahora te lo tengo que consultar todo…
-Dios, vamos a acabar como Married y Divorced.

-La coartada de Not Married se confirma. Estaba en casa a la hora del crimen, los vecinos lo confirman.
-¿Not Married?
-Idea de tu prometido, pero has de admitir que tiene gracia.
-Eso díselo a ella.
-Y hablando del novio, ¿dónde está Castle? –Esposito echó un vistazo a la comisaría, pero no lo vio. Beckett tomó la foto de la prometida de Michael pegada en la pizarra y la dejó un lado mientras respondía.
-En casa, preparando una buena comida. Alexis y Pi vienen a cenar. Creo que quería hacer solomillo Wellington.
-Creía que Pi no comía carne.
-Y no la come.
-¿Sigue odiando a su yerno?
-Más a cada día que pasa –suspiró ella -. ¿Por qué no acepta que su hija ya no es una niña?
-Debe ser cosa de padres. Además todo el mundo esperaba que Alexis saliera con un triunfador, no con un contador de avispas.
-Abejas.

-La carne está en el horno.

Castle la saludó con un cucharón en la mano y el delantal puesto. Beckett se acercó a él y le dio un beso, un agradable cambio después del día de discusiones que llevaban. Martha le hizo un gesto con la mano y le tendió una copa de vino. La botella a su lado estaba medio vacía.

-Dilo, ha bebido demasiado –comentó él.
-Vas a servirle al novio frutariano de tu hija un solomillo. Voy a necesitar más como ésta para soportar esa cena.
-Sírveme otra –le pidió Beckett.
-Oh, por Dios, estáis exagerando.
-¿Exagerando? Hay que ser muy retorcido para servirle ternera a un hombre que sólo come fruta.
-El postre es una macedonia.
-Voy a ducharme –murmuró -. Con un poco de suerte me ahogaré en la bañera.
-¿Quieres que te acompañe? –Preguntó arqueando las cejas.
-Eso se va a quemar –contestó señalando la olla con la salsa que burbujeaba y echaba humo antes de volverse y dirigirse al baño.

Media hora más tarde sonaba el timbre y Castle abría sonriente a su hija para cambiar su mirada por una de desagrado disimulado al saludar a Pi. El joven se apartó rápidamente y saludó a las dos mujeres, quienes aligeraron la tensión. Beckett se percató de que Alexis llevaba una bolsa en la mano.

-¿Qué es eso?
-Pensaba dároslo después de la cena –comenzó.
-Oh querida, mejor hazlo ahora –dijo Martha mientras fulminaba a su hijo con la mirada.
-Pero no puedo esperar. Es nuestro regalo de bodas. Ha sido idea de Pi.
-Idea de Pi ¿eh? A ver si adivino, ¿un viaje a una plantación de bananas?
-Rick, ¿por qué no vas a ver como la cena?
-No, necesitamos que estéis los dos –dijo Alexis no sin antes mirar de mal humor a su padre. Luego se obligó a sonreír -. Como iba diciendo, tenemos un regalo para vosotros. Veréis, sabemos que estáis discutiendo mucho sobre las alianzas…
-Si sólo fuera eso… -masculló Castle.
-Cariño, la cena se quema –replicó Beckett entre dientes.
-Y hemos decidido quitaros un problema de encima.

Le tendió la bolsa a ambos con una sonrisa. Castle la cogió y sacó de ella una cajita aterciopelada. Beckett miró confusa a su hijastra antes de abrirla, soltando un “oh” de sorpresa al ver el contenido.

-Alexis esto es…

"Esto" eran dos alianzas. Una, más fina y con un diminuto cristalito rojo con un aún más pequeño cristal verde que formaban una manzanita. El otro anillo, para él, era un poco más grueso y aunque a primera vista no parecía tener ningún adorno se podía ver en él el grabado de unas cerezas unidas. En el interior de ambos se encontraba la siguiente inscripción “K&R. A”

-Me has dejado sin palabras –dijo ella yendo a abrazarla. Alexis respondió con efusividad antes de volverse hacia su padre.
-Papá, ¿estás llorando?
-No –mintió.
-Son preciosas, todo un detalle chicos –aseguró Martha, admirándolas.
-Bueno, ¿cenamos? –comentó Pi alegremente.
-Pues verás Pi… -Beckett no sabía que decir para salir de la situación, no después de aquel detalle que habían tenido. Castle se adelantó:
-Por supuesto, a cenar. Hay una macedonia esperándote, hijo. Toda para ti. Y si te quedas con hambre bajo a por papayas. O piña. ¿Te gusta la piña?

Rodeándolo con un brazo lo acompañó hasta la cocina, dejando a las tres mujeres con la boca abierta.

-¿Eso acaba de pasar? –dijo Alexis.
-Creo que sí he bebido demasiado –observó Martha.

La cena transcurrió entre risas y constantes muestras de afecto de Castle para Pi. Cuando los chicos se marcharon, Beckett tomó la alianza y la colocó en el dedo de su futuro marido, mirándolo, feliz.

-Me encanta.
-Y a mí. Tengo la mejor hija del mundo.
-¿Y?
-Y puede que tenga el mejor yerno del mundo. Aunque cuente avispas.
-Abejas.

Él tomó la alianza para ponérsela.
-Dentro de poco pondré este anillo en tu mano y se quedará ahí para siempre.
-Y lo estoy deseando.
-Mientras… quizás podríamos ensayar para la noche de boda…
-¿Crees que necesitamos ensayar?
-Ummm… quizás sí, puede que haya algunos conceptos que no tenga claro…
-Puedo enseñarte –sonrió con picardía ella.
-Vamos –la tomó de la mano y tiró de ella, corriendo hacia el dormitorio, pero Beckett frenó en seco.
-Espera un momento, ¿cómo sabe tu hija que tu palabra de seguridad es “manzana”?