Esta boda es un desastre (NUEVO)

Perdón por abandonar el fic sin avisar ni nada, pero las musas se fueron, o se murieron de frío o me odian o alguien me las mató. Aquí tenéis un momento cursi (aunque corto). Mañana más.

Capítulo 9

-¿Quieres parar de una vez? –Beckett lo miró exasperada desde la cama. Castle no dejaba de dar vueltas de un lado a otro, refunfuñando, el “ensayo” para la noche de bodas había sido sustituido por una reflexión sobre como Alexis sabía de la palabra de seguridad del escritor.

-¿Parar? ¿A ti te parece normal que mi hija sepa sobre “eso?
-No… normal no es, pero tampoco es para tanto…
-¡Claro que es para tanto! Es como si yo supiera que su palabra de seguridad es…
-¿Banana? –sugirió la inspectora, tratando de no reír. Él la fulminó.
-No tiene gracia –masculló, sentándose en el borde de la cama. Beckett se acerca él y le rodeó los hombros.

-Vamos –dijo, jugando con su lengua en su cuello -. ¿Por qué no lo olvidamos y seguimos con nuestro ensayo?
-Se me han quitado las ganas –murmuró, con cara de pena. Ella se mordió el labio.
-Seguro que puedo arreglarlo –comentó, metiendo la mano por en su pantalón. –Vaya… parece que funciona.
-No sé… tú sigue y ya te diré –respondió, olvidando por completo el tema de Alexis. Kate sonrió, siguiendo con su masaje por unos segundos antes de que el escritor le diera la vuelta y la dejase tumbada sobre su espalda. Se cernió sobre ella, lanzándose a sus besos. –Realmente funciona.
-A lo mejor ahora soy yo la que no tengo ganas –dijo, juguetona.
-Deja que lo compruebe –murmuró sobre su oído con voz ronca, desabrochándole el pantalón y bajándolo por sus piernas. Coló un par de dedos en sus bragas, encontrando una suave lubricación. La miró -. Ummm, creo que podría convencerte…
-Prueba –dijo, riendo. Castle no pudo evitar mirarla embelesado, si había algo que amaba de ella era oírla reír, algo que apenas hacía cuando la conoció, años atrás. La besó, hasta dejarla sin aliento para luego clavar sus ojos en los suyos y murmurar un bajo “te quiero, Kate”. Ella no respondió, no tuvo tiempo para ello, el escritor ya estaba ocupado dándole placer con sus dedos en sus pliegues y su boca en su cuello.

-No pares –jadeó.
-No voy a… -sonó el teléfono de la inspectora -… parar –masculló. Beckett le pidió disculpas sin hablar antes de mirar la pantalla del móvil y suspirar.
-Beckett.

Cuando termine los exámenes serán más largos. Espero que os guste.


-Explícame otra vez porque hemos tenido que interrumpir nuestro ensayo –refunfuñó Castle. Beckett contó mentalmente hasta diez y soltó todo el aire que había contenido.
-Porque los chicos han encontrado al hombre del que habló Married.
-¿Y no podían interrogarlo ellos? ¿O dejarlo para mañana?
-¿Qué te dije cuando empezamos a salir?
-Que te dejara debajo porque te dolía todo.
-Después.
-Que no te gustaban los de fresa.
-¡Castle!
-Vale, vale, que nada de interferir en el trabajo.
-Exacto. Y eso quiere decir…
-Que si Espo te llama en medio de un polvo me quite de encima y te deje vestirte.
-Perfecto.
-Pero, deja que le diga, inspectora, que ahora que vamos a ser marido y mujer deberíamos renovar el acuerdo.
-El acuerdo se queda como está.
-Pero…
-Aún estamos a tiempo de anular la boda.
-Pensándolo bien, es un acuerdo bastante justo.
-Genial –respondió, alegre.
-Esto…
Ella resopló. -¿Sí?
-Ya que no tengo ni voz ni voto en eso… ¿puedo decidir el lugar de la ceremonia?
-Nada de azoteas en rascacielos.
-…
-Ni escenarios en medio de Central Park.
-Deja que le de otra vuelta al tema.
-Bien. Y por cierto.
-¿Sí?
-Ahora me encantan los de fresa.  

-¿Dónde está nuestro hombre?
-En la sala de interrogatorios –Esposito miró a Castle y con una sonrisita -. ¿Te hemos fastidiado la noche, Castle?
-No sé de qué me hablas.
-Igual querrías abrocharte la bragueta, a lo mejor se te notaría menos.

Beckett miró hacia la entrepierna de su prometido, donde aún se podía notar su erección y masculló una maldición que oyó toda la comisaría. Castle se apresuró a abrocharse la cremallera y luego esbozó una sonrisa, apaciguador, que desde luego no funcionó.

-¿Café? –probó; ella sacudió la cabeza, exasperada antes de volverse a su compañero.
-¿Nombre?
-Jackson Lover.
-¿Lover? –Castle parecía emocionado -¿En serio? ¿Lover? –Beckett se frotó la frente, agotada; Castle iba a estar insoportable. –Married, Divorced y Lover, podríamos hacer un chiste con eso.

-Seguro que podrías –suspiró ella.
-¿Entramos ya? –Preguntó el escritor frotándose las manos.
-Pues, ¿Sabes qué? Mejor entro con Espo.
-Pero…
-¿No ibas a hacer café? –lo cortó, tajante. Castle hizo un puchero antes de dirigirse hasta la sala de descanso. Esposito se volvió hacia la inspectora.

-Le has roto el corazón.
-Sobrevivirá, vamos.
-Lover… la verdad es que parece un chiste malo.
-Espo…
-Married, Divorcer y Lover entran en una iglesia a las siete de la tarde…
-¡Ryan, entras tú!
-Desde que estás prometida se te ha agriado el carácter –murmuró el cubano, yendo con el otro desterrado. Ryan se acercó, dispuesto:

-¿Vamos?
-Un chiste –hincó un dedo en su pecho -. Sólo uno y me aseguraré de que Gates os ponga a los tres a dirigir el tráfico –su voz sonó amenazadora, Ryan tragó saliva y asintió. Beckett entró con paso firme en la sala, sentándose sin esperar si quiera a que su compañero entrara.

-Eso nos pasa por interrumpirla en medio de un polvo –susurró el rubio, forzando una sonrisa antes de situarse junto a ella.
-Señor Lover, queremos hacerle unas preguntas.
-¿Qué ocurre? ¿Quién ha muerto? –Jackson Lover parecía nervioso, o eso o tenía un tic en la pierna derecha. Beckett lo observó con atención.
-¿Cómo sabe que ha muerto alguien? –Preguntó Ryan -. Nosotros no hemos dicho nada.
-Estoy en la 12. Homicidios.
-¿Y lo sabe por…?
-Soy un ciudadano ejemplar.
-Claro.
-Ya que es usted tan ejemplar, ¿podría decirnos por qué llamo a la señorita Miranda Married hace tres días?
-¿Qué tiene que ver ella con todo esto? ¿Quién ha muerto?
-Michael Divorced –Ryan le entregó una foto -. ¿Lo conoce?
-No puede ser –murmuró -. ¡No, no puede ser! ¡No puede estar muerto!
-Sí lo conocía –concluyó Beckett.
-¡Pues claro que lo conocía! ¡Éramos pareja!

Ryan y Beckett intercambiaron una mirada de incredulidad. Ella se aclaró la garganta antes de volverse hacia el señor Lover.

-¿Dice que era amante de…
-De Michael –dijo, afectado -. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo que está muerto?
-Lo asesinaron –respondió ella, con tacto -. Ayer.
-Pero… ¡tiene que haber sido ella! ¡Miranda!
-¿La señorita Married sabía que su prometido estaba teniendo una aventura?
-Con un hombre –añadió Ryan.
-Seguro que se enteró.
-Usted la llamó y le dijo que tenían que hablar –dijo Beckett -. ¿Por qué no se encontró con ella?
-Me… arrepentí. Quería contarle la verdad sobre Michael y yo pero… él no se sentía capaz, así que me persuadió para que cambiara de opinión.
-¿Y eso de "no es seguro hablar por teléfono"?
-¿Le diría usted a una mujer que su prometido es gay por teléfono? –bufó.
-No, supongo que no.
-¿Dónde estaba usted ayer por la tarde, a eso de las seis?
-Trabajando, ¡espere! ¿Soy sospechoso?
-Él le dice que ama a su mujer, usted se cabrea…
-Y lo mata.
-Y termina su venganza metiéndole la figurita de la tarta por el gaznate –concluyó Ryan.
-¿Qué? ¿Pero película me están contando? Estuve toda la tarde de ayer trabajando, mis empleados y las cámaras de seguridad lo podrán demostrar.
-Hablaremos con sus empleados y veremos esas cámaras –respondió ella, levantándose.
-No salga de la ciudad –añadió Ryan, siguiéndola.

Ya fuera ambos se miraron: -¿Qué piensas? –preguntó él.
-Que dice la verdad… y esto nos lleva a ver como sospechosos a los seres queridos de Married. A lo mejor alguno se enteró de que Divorced no era quien decía ser.
-¿Por quién empezarías?
-Por el padre. Si lo sabía tenía que estar muy cabreado.
-¿Qué haría Jim Beckett si se enterase de que Castle es gay y te dejase plantada en el altar por su amante?
-Nada.
-¿Nada?
-No le daría tiempo. Yo ya lo habría matado.
-El Lover de Divorced, prometido de Married. A Castle le va a encantar.

Capítulo 12

(Suena el despertador en el dormitorio de Castle. Empieza otro día feliz de preparativos)

Castle dio un par de vueltas, adormilado. Beckett rebuscaba en el armario algo que ponerse, animada. El escritor la llamó:

-¿Cariño? ¿Qué hora es?
-Las ocho. Vuelve a dormir.
-¿Por qué te levantas tan temprano? ¿No tenías el día libre?
-Lanie, ¿recuerdas? Hemos quedado para ver vestidos. –Se acercó para darle un beso de buenos días, él aprovechó para sentarla en su regazo, juguetón.
-¿Y qué te parece si empezamos el día bien? Ya sabes, terminamos lo que ayer nos interrumpieron Esposito y Javi.
-¿Eso que tú te negaste a continuar cuando volvimos a casa porque estabas enfurruñado?
-¡Me dejaste fuera del interrogatorio! ¡Eso no se le hace a tu prometido!
-Cariño, no empecemos –rogó. Él se apresuró a negar y llevó una mano juguetona hasta su culo, dándole un pellizco.
-Venga, ¿uno rapidito? –Arqueó las cejas, divertido. Ella se mordió el labio.
-Bueno, sabes que yo siempre tengo tiempo para uno rapidito –susurró, acercándose mucho a su boca. El escritor cerró los ojos, dispuesto a recibir su beso, que no llegó -. Excepto cuando voy a por mi vestido de novia. –Le dio un beso en la nariz –Lo siento, señor, pruebe usted mañana.

Se levantó y fue directa a la ducha; Castle la miró, indignado.

-¡Me vas a dejar así otra vez!
-Sí –respondió ella desde el baño. Él se levantó, siguiéndola. Beckett ya estaba en la ducha, el escritor se cruzó de brazos, como un crío.

-¿Kate?
-¿Sí, mi amor?
-Cuando el cura diga eso de "prometes serle fiel, amarle y respetarle y etc.", le diré que añada "y no dejarle a medias nunca más"
-Ella se asomó, su pelo ya empapado, alegre -. Entonces para ti añadirá algo así como "siempre duraré más de cinco minutos".
-¡Yo siempre duro más de cinco minutos! –replicó, enojado. Ella soltó una carcajada y volvió a encararlo, sonriente.
-Lo sé –Lo tomó por la camiseta del pijama y lo atrajo hacia ella, besándolo –No te enfades tonto, te prometo que esta noche te compensaré.
-¿Con hielo?
-Con mucho hielo –contestó, pícara; después lo soltó y continuó con su ducha.

Beckett terminaba de arreglarse justo cuando sonó el timbre, Castle había vuelto a la cama y ya estaba profundamente dormido. La inspectora abrió, encontrandose a una alegre Lanie y, sorprendentemente también a Alexis. Ésta última esbozó una sonrisa:
-Me enteré de que ibais a por el vestido y pensé que podría acompañaros.
-Claro –repuso a su hijastra –Además, tenemos que elegir vuestros vestidos de dama de honor.
-Sí, respecto a eso –Lanie alzó tres dedos, desafiante: -Nada de colores pasteles –bajó un dedo –Nada de estampados –el otro –Y no pienso llevar un gran lazo a mi espalda. No soy un regalo de Navidad.
Beckett asintió respondiendo –Te pondrás lo que yo diga.
-Vale, pero pagas tú. ¿Nos vamos?

-Esperad –Martha bajaba con entusiasmo las escaleras; Lanie y Beckett intercambiaron una mirada, la forense negando con la cabeza. –YA estoy, ya os ibais sin mí, chicas.
-Esto… Martha vamos a por mi vestido de novia.
-Lo sé, cielo.
-Me gustaría que fuera una sorpresa para Rick y… para ti –añadió, vacilante. Martha dejó de sonreír, miró a las dos damas de honor, quienes fijaron la vista en el suelo.
-Oh… bueno, claro, lo comprendo. Supongo que esto es algo en lo que la suegra no debe tener opinión…
-No es eso –probó, pero la pelirroja alzó la mano.
-No te preocupes, Katherine, lo entiendo perfectamente. Iré arriba, a ponerme el camisón y dormiré un poco más –Empezó a subir, su cara triste.
-Aguanta, Kate –murmuró Lanie -. Sólo un poco más…
-¿Martha? –Beckett la llamó rápidamente, la forense se dio una palmada en la frente. Martha corrió hacia ellas.
-¿Sí, querida?
-¿Quieres acompañarnos?
-Oh, si insistes… bien no se hable más, vámonos, ¿cuál es la primera tienda? –Salió tomando a Alexis del brazo, caminando con ella hasta el ascensor. Lanie miró a su mejor amiga:

-¿Comprar el vestido de novia con la suegra? ¿Es que no te he enseñado demasiado programas de novias? ¡Tres personas como mucho y nada de suegras!
-Bueno, Martha no es la típica agobiante…
-Da igual, sigue siendo tu suegra.
-Lo hecho, hecho está.
-¿Queridas? ¿Venís o no?
-Vamos y ni una palabra.
-Dios, te veo casándote con el uniforme de poli –resopló.

(En la primera tienda de vestidos de novia)

-¿Puedo ayudarles?
-Sí, voy a casarme –Beckett respondió -. Quería mirar algunos vestidos y también algo para mis damas de honor –señaló a Lanie y a Alexis. Martha carraspeó. –Y algo para la madre del novio, claro.

La recepcionista asintió y llamó a una de las chicas –Amelia les atenderá.

-Gracias.

-Vengan conmigo –Amelia las condujo hasta el interior de la tienda, elegantemente decorada -. ¿Desean tomar algo?
-No se moles…
-Una copa de champán estará bien –interrumpió Martha. Lanie abrió los ojos de par en par, mirando su reloj de pulsera. Captó la atención de Beckett con la mirada "¿champán a estas horas?", decía. La inspectora se encogió de hombros. Amelia volvió con una bandeja, una botella de champán francés y varias copas. Luego se volvió hacia Beckett:

-¿Empezamos a mirar?
-De acuerdo. –Fue con ella, mientras que las demás se quedaban detrás. Oyó a Alexis regañar a su abuela y suspiró; la dependienta la miró, comprensiva.
-¿Es su madre?
-¿Qué? –preguntó, confusa, mirando a Martha -. Oh, no… es mi suegra. Mi madre… murió hace tiempo –murmuró.
-Lo lamento, supongo que hoy la echará mucho de menos –dijo suavemente.
-Sí –se obligó a sonreír. Hasta entonces no se había dado cuenta de cuanto la necesitaba. Se acarició el anillo que siempre llevaba al cuello, ahora acompañado del que Castle le había regalado cuando se había declarado. Amelia empezó a sacar vestidos, mostrándoselos.
-¿Qué le parece si empezamos por éste?
Le mostró uno plateado, muy elegante y asintió. Se lo puso con ayuda de la otra mujer y se miró en el espejo del probador, sonriendo.
-Está preciosa, ¿quiere enseñarselo a las demás?
-Sí, por favor.

Salió y fue junto a las chicas, que esperaban, entusiasmadas. Al instante tres pares de ojos se fijaron el ella, y no precisamente satisfechos. Beckett carraspeó.

-Bueno… ¿qué?
-Am… ¿qué te parece abuela? –Alexis le pasó el problema a Martha, quien tosió.
-Pues… ¡te queda muy bien! –dijo, sonriendo exageradamente. Beckett asintió y se volvió hacia su amiga, quien aún la miraba como si fuera un insecto.
-¿Tú que dices, Lanie?
-¿Sinceramente?
-Sí.
-Arggg.
-¿Qué? ¡Es precioso!
-¿Precioso? Parece que arrastres una sábana a los lados. ¡Es horrible!
-A Martha le gusta, ¿a qué sí? –replicó, mirando a su suegra. Martha tragó saliva y se apresuró a tomar la copa de champán, bebiéndose la mitad de un trago.
-A él no le va a gustar… -Dijo Alexis es voz muy baja. Beckett frunció el ceño y de repente cayó en la cuenta.
-¡Ha sido Castle! ¡Os ha convencido para que vinieseis y elegir un vestido que a él le gustase! ¡No me lo puedo creer!
-No, verás Kate, nosotras sólo…
-No digas ni una palabra, Alexis –le advirtió; La joven se apresuró a cerrar la boca. Beckett se volvió hacia Martha.
-¿Qué os ha dicho Castle?
-Que nada de encajes.
-Ni blanco. Dice que trae mala suerte; Gina y mamá iban de blanco –añadió Alexis.
-Mala suerte va a tener él cuando le pegue un tiro –escupió ella.
-También nos pidió que el vestido fuera de corte sirena. Dice que se ajustaría muy bien a tu cuerpo.
-Y con pedrería –concluyó la hija de Castle. Beckett tomó aire y lo soltó, poco a poco. Luego miró a su séquito, con crueldad.

-¿Amelia? –Beckett llamó a la dependienta, que se acercó rápidamente, solícita.
-¿Sí?
-Por favor, saque los vestidos de dama de honor más feos que tenga en la tienda. Y si la tela pica, mejor.
-Umm, ¿feos en plan "así la novia destaca más" o en plan "Dios, ¡qué hacen esos espantapájaros decorando el altar!?
-Espantapájaros –contestó.
-Enseguida.
-Kate estás exagerando… además yo no tengo la culpa –Lanie protestó.
-Yo que ya te tenía mucho cariño –musitó Alexis.
-Vamos, querida, no es para tan…
-¿Amelia? Traiga uno a juego para la madre del novio. Ya veréis –añadió mirándolas -. Vais a estar guapísimas.