Un cuento de Navidad... al estilo Castle

11 DE DICIEMBRE

-Conduce tú por favor. –Hizo como que no me había entendido, exagerando un gesto con la mano, yo entrecerré los ojos y abrí la puerta del copiloto. Ni las aspirinas ni el té me habían ayudado mucho, el dolor de cabeza que tenía iba en aumento. Castle sacó el coche del garaje de su edificio y me miró, esperando indicaciones.

-Al Periódico, vamos a ver quien encargó el anuncio. –Dije.
-¿Por qué no dejas que lo hagan los chicos? Nosotros podemos hablar con el sustituto.
-Estoy bien. –Repuse, pero sin mucha convicción.
-Al Periódico entonces. –Y arrancó.

Tardamos un poco en llegar al Periódico, había mucho tráfico. El ruido no ayudaba y las constantes miradas de preocupación de Castle tampoco. Cuando llegamos nos hicieron entrar en la sala de máquinas y ahí fue cuando deseé morir. El encargado se acercó a nosotros, diciéndome algo a gritos, perdí la paciencia.

-¡Policía de Nueva York! ¡Paren las máquinas! –Enseguida el ruido cesó y yo solté un suspiro de alivio; Castle me miró sorprendido y el encargado de mal humor.
-Oiga no puede parar las máquinas, vamos con retraso.
-En ese caso vayamos a un lugar donde podamos hablar y donde no haya ruido, por favor. –Repliqué, intentado ser educada. Frunció el ceño y nos llevó hasta su despacho, tras dar la orden de encender de nuevo las máquinas, pero el despacho estaba insonorizado, gracias a dios.

-Bien, usted dirá.
-A principios de diciembre se encargó a este periódico un anuncio para reunir personajes de navidad, para tareas benéficas.
-El anuncio de Santa Claus. –Asintió.
-Bien, queremos la dirección y el nombre real del hombre que lo encargó.
-No puedo ayudarla.
-¿Cómo dice?
-Que no puedo ayudarla, no tenemos ni la dirección, ni el nombre de ese hombre, nada.
-Pero… alguien le encargaría el anuncio.
-Exacto, un tío vestido de Santa Claus vino con el anuncio y con un fajo de billetes, me lo dio y me dijo que lo publicara.
-¿Y nada más?
-Inspectora, me pagó el tripe de lo que cuesta el anuncio, ¿para qué iba a pedirle el nombre? Hablé con el director y lo publicamos.
-Genial…
-¿Necesitan algo más?
-No, nada más. Gracias.
-En realidad sí. –Miré a Castle, extrañada. –¿Podrían publicar esto en el periódico de mañana? –Le entregó un folio y un cheque; el hombre lo miró sorprendido. –Como puede ver también es más dinero de lo habitual. –Dijo con una sonrisa.
-Descuide, me ocuparé de que salga en portada.
-Gracias. –Castle se despidió con su sonrisa más amable. Cuando llegamos al coche lo miré, sin entender.

-¿A qué ha venido eso?
-¿El qué? –Se hizo el desentendido.
-El anuncio.
-Ah, eso. Ya lo verás mañana, es una sorpresa. –Dijo con una sonrisa enigmática. -¿Conductor o copiloto?
-Conductor. –Contesté, cogiendo las llaves.
-¿Siguiente parada? –Preguntó.
-Comisaria. He llamado a Esposito para que trajeran al sustituto de Santa Claus, ya está allí.
-¿Crees que será el asesino?
-No creo nada Castle, nada apunta a que fuera él, pero igual tenemos que interrogarlo.
-Pobre Santa Claus, asesinado por un imitador. –Suspiró.
-¿No son todos los Santa Claus imitadores? –Me burlé.
-Nuestra víctima no. Y ya sé lo que me vas a decir, pero cuando resolvamos este caso me tendrás que dar la razón, es el verdadero Santa Claus.
-Claro, quizás deberíamos darnos una vuelta por el Polo Norte, puede que encontremos pruebas en su casa.

12 DE DICIEMBRE

-Buenos días. –Esposito nos saludó alegremente.
-Shhh, no hables tan alto. –Castle no pudo evitar reírse, Esposito se burló.
-Antes aguantabas mejor la bebida, ¿el amor te está ablandando, Beckett?
-¡Cállate! –Me dirigí a mi escritorio de mal humor, cogí la carpeta con la información sobre el hombre al que tenía que interrogar y le eché una ojeada. En el escritorio encontré un bol con dos papelitos.

-¿Y esto?
-¿No te acuerdas? –Ryan se acercó a mí, con precaución. –El Santa Secreto, solo quedan esos papeles.
-Ah, sí, ya claro… -Castle cogió el bol y lo agitó un poco, luego me lo ofreció.-Tu primero.

Cogí el papelito que estaba mejor doblado y lo leí; bueno no estaba mal. Castle cogió el otro y puso mala cara.

-¿Quién te ha tocado? –Pregunté con curiosidad.
-Eso no se dice, que le quita toda la gracia.
-Ya, por la cara que has puesto solo puede ser una persona.
-No es justo, yo ya tenía un regalo para ella. –Arqueé una ceja. -¿qué? Con el asco que me tiene siempre es bueno un detallito… a ver que le regalo ahora…
-Es el Santa Secreto, tampoco tienes que ser muy original.
-Original es mi segundo nombre. Tengo que pensar en algo… grande…
-Ya bueno, no te pases.
-Vaya… ¿detecto algo de celos? ¿Temes que le regale a ella algo mejor que a ti?
-¡Claro que no! Vamos guarda eso, tenemos que trabajar. –Dije de mal humor.

Cuando entramos en la Sala de Interrogatorios nos quedamos parados durante unos segundos. El hombre que esperaba dentro iba disfrazado de Santa Claus.

-¿Por qué no me sorprende? –Murmuré, mientras que Castle reía.
-Arnold Turner.
-Presente. –Dijo con voz aburrida.
-¿Sabe por qué está aquí, señor Turner?
-¿Necesitan un Santa Claus que anime la comisaría?
-No exactamente. Está aquí porque han asesinado a su compañero, o su superior, mejor dicho.
-¿Mi superior? No sé de que me habla, estoy en el paro.
-La Casa de Santa Claus. El Santa Claus principal, ese que era tan bueno que los niños lo adoraban. Debía de molestarle que se quejasen cuando usted le sustituía.
-Por favor… solo son unos críos, ¿cree que voy a matar a alguien porque unos niños prefieran sentarse en sus rodillas que en las mías?
-¿Conocía bien a la víctima?
-No, de hecho ni siquiera hablé con él.
-¿Nunca? Estamos a 23 de diciembre, ha pasado casi un mes desde que empezaron a trabajar juntos, son unas diez personas, como mucho ¿nunca ha hablado con él?, ¿de verdad espera que me lo crea?
-¡Qué quiere que le diga! ¡Es la verdad! Yo no empecé a trabajar a principios de mes, solo llevo una semana allí. Ni siquiera quería ese estúpido trabajo. Iba porque mi mujer me obligaba. –Castle contuvo una risa.

-¿Su mujer?
-Sí, mi mujer. Vamos Arnold, es para beneficencia, ya verás que bien te vas a sentir. –Imitó la voz de una mujer con tono agudo. -¿Bien?, ¡nunca había odiado tanto las navidades! ¿han matado al verdadero Santa Claus? Entre usted y yo, ¡me alegro!

Tras preguntarle sobre su coartada salimos de la sala suspirando.

-¿Qué piensas?
-Es un pobre desgraciado y poco más. No creo que lo matase. De todas maneras le pediré a los chicos que verifiquen su coartada. Ahora… volvemos a estar como al principio. Cada vez veo más lejos el día en que resolvamos este caso.
-Lo sé. Pensemos como un asesino. Santa Claus era un hombre bueno, divertido y solidario.
-Generoso. –Asentí.
-Muy generoso. En la ONG lo adoraban y por lo visto en la Casa de Santa Claus también.
-Exacto. No tiene ningún sentido, ¿quién iba a querer matarlo?
-Pues… no sé, a lo mejor se nos ha pasado algo, quizás alguien en la Casa o en la ONG no le tenía tanto aprecio a Santa Claus como creemos.
-Quizás… o quizás tú tengas razón y se cayó del trineo. –Dije, agotada.
-Espera, ¿puedes repetir eso?
-No.