Treinta días (Día 30)
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Foro Castle :: OffTopic :: Fan Fics
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Re: Treinta días (Día 30)
Heeeeeeello! Como siempre digo antes de todo (si, si, soy una cansina) que sepais que me llena de orgullo y satisfacion saber que dedicais parte de vuestra vida a leer mis chorradas. Muchas graciaaas! :3 Dia 11, wearing kigurumis. Si no sabeis que es un kigurumi, tranquilos. Yo tampoco lo sabia jajajaja. Pero me he documentado y creo, CREO que es un disfraz de animal. E intentado enfocarlo de la manera que mas le iria a estos dos, espero que os guste esta cosa tan rara .
***
Día 11: Gatito
Hoy es el día en el que a Beckett le parece una idea muy –demasiado- estupenda entrar en la famosa tienda de disfraces de la historia de Castle. Básicamente porque ha pasado de lado, la ha echado una ojeada rápida y se ha percatado que es la curiosa protagonista, y le apetece revivir el momento de hace dos días sintiéndose como si ella misma fuera Castle. Además, la indumentaria que la tienda saca a relucir no deja indiferente a nadie, y los precios tampoco son muy caros.
Y casi como si fuera una señal del destino, Beckett ve unos maniquís exponiendo con sus típicas poses dramáticas disfraces de varios animales. Beckett los llama disfraces, pero piensa para sí misma que es lo típico que verías vestir a una tía que baila sobre una barra o colgándose de un palo. O a un tío. Ceñido, fresco, brilla por su clara ausencia de puerilidad, seguro que lleva relleno en zonas estratégicas, para ambos sexos. Y se ríe porque en esos momentos se le ilumina la bombilla considerablemente y se siente peor que un villano, cuya ira va a recaer profundamente sobre su archienemigo.
Y quien dice archienemigo, dice Castle. Y poca objeción de conciencia posee la detective en esos momentos.
---
-¿De verdad? –pregunta Castle, enfatizando su incredulidad porque la situación ha superado la barrera de lo inverosímil- Pensaba que el otro día no “tenías ningún fetiche de tipo zoofílico” –imitando su tono de voz.
Cada vez que ve a Beckett mirándole con esa cara y alternando su atención entre él y ese disfraz, es una gota más de sudor que discurre por su cuerpo. Es demasiado surrealista. Y ver su disfraz e imaginarse a sí mismo con eso puesto no mejora su estado.
-¿Qué pasa, Castle? –cuando Beckett empieza así, con ese retintín, la cosa no suele acabar de la forma más decente y Castle lo tiene más que sabido-. ¿Tienes miedo de que te guste?
-No, más bien tengo miedo de otra persona –sigue sujetando esa cosa con su brazo derecho, y siente que tiene una bomba de relojería-. Porque, de verdad. Cuando te pones así me das verdadero miedo, Beckett. Además, ¿un gato? ¿Por qué un gato?
-Gatito. Es un disfraz de gatito –le corrige, cruzándose de brazos mientras se relame el labio inferior, con suculencia. Otra gota de sudor más-. Y te va a dar igual, yo me he cogido el de conejo. Ya sabes –y a partir de ahí, Castle se convierte en un radiador. Beckett, conejo, eso sí que es explosivo. Demasiado. Y Castle va a detonar en cualquier momento, probablemente la cosa acabará peor que la otra noche.
-¿Un conejo y un gato jugando a polis y cacos? Beckett, no te reconozco –y sin querer, él también adopta parte de esa lubricidad. No sabe cómo, pero Beckett consigue contagiarle todo lo malo.
-Gatito, Castle. Es un disfraz de gatito.
-Vale, vamos a ver. Es un gato. A cualquiera que se lo enseñes dirá que es un gato, y verás la etiqueta y pondrá gato. Y seguro que si pregunto al de la tienda dirá que, obviamente, es un gato. Así que ¿de dónde sacas que es un gatito?
-De ningún sitio. Realmente es un gato –Castle la mira, extrañado y resoplando-. Pero lo llevas tú. Y eso, automáticamente, lo convierte en un gatito –se pavonea guiñándole un ojo y el escritor empieza a comprender el doble sentido de toda esa conversación.
-Pero qué graciosa. ¿No quedamos en que no volverías a llamarme eso?
-¿Y qué vas a hacer? –pregunta, fingiendo inocencia mientras arruga sus labios- ¿Castigarme?
Castle siente que juega con fuego- Inspectora Beckett, qué osadía por su parte. Pensaba que era usted la que llevaba las esposas.
-Quizá es hora de que, por una vez, la naturaleza vuelva a su curso originario. Doy permiso para que el gatito –pronuncia- se coma el conejo.
No tardan ni dos minutos en ponerse sus disfraces para asumir sus respectivos roles. Y el resto es historia.
***
RIP a las navidades, por cierto . Espero que lo hayais pasado bien y eso y... bueno, que nos vemos mañana! (y no se por que pero presiento que os va a gustar... ).
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Día 11: Gatito
Hoy es el día en el que a Beckett le parece una idea muy –demasiado- estupenda entrar en la famosa tienda de disfraces de la historia de Castle. Básicamente porque ha pasado de lado, la ha echado una ojeada rápida y se ha percatado que es la curiosa protagonista, y le apetece revivir el momento de hace dos días sintiéndose como si ella misma fuera Castle. Además, la indumentaria que la tienda saca a relucir no deja indiferente a nadie, y los precios tampoco son muy caros.
Y casi como si fuera una señal del destino, Beckett ve unos maniquís exponiendo con sus típicas poses dramáticas disfraces de varios animales. Beckett los llama disfraces, pero piensa para sí misma que es lo típico que verías vestir a una tía que baila sobre una barra o colgándose de un palo. O a un tío. Ceñido, fresco, brilla por su clara ausencia de puerilidad, seguro que lleva relleno en zonas estratégicas, para ambos sexos. Y se ríe porque en esos momentos se le ilumina la bombilla considerablemente y se siente peor que un villano, cuya ira va a recaer profundamente sobre su archienemigo.
Y quien dice archienemigo, dice Castle. Y poca objeción de conciencia posee la detective en esos momentos.
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-¿De verdad? –pregunta Castle, enfatizando su incredulidad porque la situación ha superado la barrera de lo inverosímil- Pensaba que el otro día no “tenías ningún fetiche de tipo zoofílico” –imitando su tono de voz.
Cada vez que ve a Beckett mirándole con esa cara y alternando su atención entre él y ese disfraz, es una gota más de sudor que discurre por su cuerpo. Es demasiado surrealista. Y ver su disfraz e imaginarse a sí mismo con eso puesto no mejora su estado.
-¿Qué pasa, Castle? –cuando Beckett empieza así, con ese retintín, la cosa no suele acabar de la forma más decente y Castle lo tiene más que sabido-. ¿Tienes miedo de que te guste?
-No, más bien tengo miedo de otra persona –sigue sujetando esa cosa con su brazo derecho, y siente que tiene una bomba de relojería-. Porque, de verdad. Cuando te pones así me das verdadero miedo, Beckett. Además, ¿un gato? ¿Por qué un gato?
-Gatito. Es un disfraz de gatito –le corrige, cruzándose de brazos mientras se relame el labio inferior, con suculencia. Otra gota de sudor más-. Y te va a dar igual, yo me he cogido el de conejo. Ya sabes –y a partir de ahí, Castle se convierte en un radiador. Beckett, conejo, eso sí que es explosivo. Demasiado. Y Castle va a detonar en cualquier momento, probablemente la cosa acabará peor que la otra noche.
-¿Un conejo y un gato jugando a polis y cacos? Beckett, no te reconozco –y sin querer, él también adopta parte de esa lubricidad. No sabe cómo, pero Beckett consigue contagiarle todo lo malo.
-Gatito, Castle. Es un disfraz de gatito.
-Vale, vamos a ver. Es un gato. A cualquiera que se lo enseñes dirá que es un gato, y verás la etiqueta y pondrá gato. Y seguro que si pregunto al de la tienda dirá que, obviamente, es un gato. Así que ¿de dónde sacas que es un gatito?
-De ningún sitio. Realmente es un gato –Castle la mira, extrañado y resoplando-. Pero lo llevas tú. Y eso, automáticamente, lo convierte en un gatito –se pavonea guiñándole un ojo y el escritor empieza a comprender el doble sentido de toda esa conversación.
-Pero qué graciosa. ¿No quedamos en que no volverías a llamarme eso?
-¿Y qué vas a hacer? –pregunta, fingiendo inocencia mientras arruga sus labios- ¿Castigarme?
Castle siente que juega con fuego- Inspectora Beckett, qué osadía por su parte. Pensaba que era usted la que llevaba las esposas.
-Quizá es hora de que, por una vez, la naturaleza vuelva a su curso originario. Doy permiso para que el gatito –pronuncia- se coma el conejo.
No tardan ni dos minutos en ponerse sus disfraces para asumir sus respectivos roles. Y el resto es historia.
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RIP a las navidades, por cierto . Espero que lo hayais pasado bien y eso y... bueno, que nos vemos mañana! (y no se por que pero presiento que os va a gustar... ).
Re: Treinta días (Día 30)
Pero que malvada¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Cómo osas dejarnos así, esto no tiene nombre.
No sé porqué cada vez me parecen más cortos tus capítulos.
Debe de ser porque cada vez lo haces mejor, Gracias por subirlos y esmerarte tanto, no sé si llegaré al siguiente, pero como esto siga IN CRESCENDO, será todo un reto no desesperar, entre capítulo y capítulo.
Lo dicho Graciasssssssssss y vuelve pronto.
Cómo osas dejarnos así, esto no tiene nombre.
No sé porqué cada vez me parecen más cortos tus capítulos.
Debe de ser porque cada vez lo haces mejor, Gracias por subirlos y esmerarte tanto, no sé si llegaré al siguiente, pero como esto siga IN CRESCENDO, será todo un reto no desesperar, entre capítulo y capítulo.
Lo dicho Graciasssssssssss y vuelve pronto.
agecastbet- Escritor - Policia
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Re: Treinta días (Día 30)
Me acabo de leer el día 10 y 11 de seguido y tengo que decirte que ambos me encantan.
El del día 10 me resulta muy tierno, me encanta la faceta de Castle como padre así que este me ha encantado. Creo que así se debe sentir Castle en la serie ahora que no tiene a su hija día a día con él, pero es ley de vida, los hijos crecen y tiene que volar. El rumbo que da la historia pasando a un tono sugerente con las orejitas me encanta jaja
El día 11 me ha hecho mucha gracia, es muy divertido. Siempre me ha encantado la forma de Kate de llamarlo gatito, y aunque solo lo hizo en un capítulo, muchas veces me pregunto si volverá a llamarlo así alguna vez más. Así que leerlo en tu historia me ha hecho mucha gracia.
Espero expectante el capítulo de mañana
El del día 10 me resulta muy tierno, me encanta la faceta de Castle como padre así que este me ha encantado. Creo que así se debe sentir Castle en la serie ahora que no tiene a su hija día a día con él, pero es ley de vida, los hijos crecen y tiene que volar. El rumbo que da la historia pasando a un tono sugerente con las orejitas me encanta jaja
El día 11 me ha hecho mucha gracia, es muy divertido. Siempre me ha encantado la forma de Kate de llamarlo gatito, y aunque solo lo hizo en un capítulo, muchas veces me pregunto si volverá a llamarlo así alguna vez más. Así que leerlo en tu historia me ha hecho mucha gracia.
Espero expectante el capítulo de mañana
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Castlet: What happens if you don’t like what you see?
Beckett: What happens if you don’t let me look?
Re: Treinta días (Día 30)
Me encantaa!!
forever23- As del póker
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Fanny_123- Autor de best-seller
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Re: Treinta días (Día 30)
preciosooo sigueeee
castle&beckett..cris- Escritor - Policia
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Edad : 33
Localización : Menorca..I LOVE NEW YORK..NYPD..RICK CASTLE & KATE BECKETT
Re: Treinta días (Día 30)
Vale, no sabía qye Rick fuera tan cortito...yo ya había pillado ese doble sentido, desde la primera vez que lo pronuncio(o mi mente quería creer eso) . Este capítulo ha sido muy divertido, espero el de hoy con más ansia que antes, eso de "creo que os va a gustar" me ha dejado un poco intranquila . Sigue!
MariaRomn@caskett- Policia de homicidios
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Fecha de inscripción : 08/10/2012
Edad : 26
Localización : Ceuta (España)
Re: Treinta días (Día 30)
Bueno creo que te e dicho todos los sinónimos ya xD osea que me repetiré un poco es fantástico,genial,estupendo,maravilloso... No nos dejes así y síguelo
monsta- Actor en Broadway
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Fecha de inscripción : 24/04/2012
Edad : 32
Localización : madrid
Re: Treinta días (Día 30)
Me encanta, cada día espero con impaciencia que sea de noche (en mi zona horaria) para leer un capítulo nuevo, me encanta. Siento mucho no comentar, he comenzado la rutina y no me deja tiempo para entrar casi nada, pero te sigo desde el móvil, cada vez, los llevo todos al día. Tus historias son esos detalles que me hacen ir a dormir con una sonrisa cada noche, como si fuera que mi mamá me contará un cuento, me encanta, gracias escribes de maravilla.
¡Espero el de está noche y con muchos nervios ya que tu misma nos has dicho que nos va a gustar! Espero que no lo subas muy tarde...
Recuerda te leo, te comentaré cuando entre, pero te leo, te leo, te leo y me encanta. Perdón por no comentar de nuevo.
¡Espero el de está noche y con muchos nervios ya que tu misma nos has dicho que nos va a gustar! Espero que no lo subas muy tarde...
Recuerda te leo, te comentaré cuando entre, pero te leo, te leo, te leo y me encanta. Perdón por no comentar de nuevo.
Invitado- Invitado
Re: Treinta días (Día 30)
Grrrrrrrru! (osea, hola en ornitorrinco esta va por ti Claudia xd). Dia 12, me ha costado escribirlo porque... bueno, ya veréis. Hacía mucho que no escribía este tipo de cosas y con estos dos es la primera vez xd. Solo espero que os guste y tal, la verdad es que para que mentir, yo he disfrutado escribiendolo jajaja. Por cierto, como lei que el de ayer fue muy cortito... bueno, este es un poco más largo jajaja. Y como digo siempre: THAAAAAAANK YOU SO SO SO MUCH POR LOS COMENTARIOS .
***
Día 12: Love flavor
Si hay algo que Beckett adora por encima de muchas cosas es ver a Castle haciéndose el padre. Cada vez que lo ve abrazando a Alexis, aconsejándola o manteniendo cualquier conversación por muy trivial que sea, e incluso cuando Castle habla de Alexis sin más y ella observa cómo se le cae la baba, no puede evitar que a ella se le caiga también. Porque todas esas pequeñas muestras de cariño hacen que se derrita por dentro. El escritor es muy reticente a mostrar ese lado personal de él en público. Pero cuando lo hace, dios. Beckett siente que su mundo no es capaz de aguantar tal nivel de encandilamiento, así que ella se limita a ver, escuchar, morirse de amor y dejar que Castle la mire con extrañeza y diversión.
Y al ver su sonrisa se muere aún más.
-Beckett, cuando de repente pones esos gestos…
Sacude la cabeza, liberándose levemente de esa distracción- Lo sé, te doy miedo.
-No. O sea, bueno. Es raro. Pero me gusta –suelta una carcajada-. ¿En qué estabas pensando?
Prefiere callarse antes de ser franca, así que lo deja pasar- En nada –se encoge de hombros-. Bueno, sí. En que son casi las once y aún no hemos cenado. Me tienes a dos velas, Castle –se queja, juguetona.
-Pues me has dado una idea –Beckett lo cuestiona con su mirada-. Cuando Alexis era pequeña –sonríe, con nostalgia, otra vez su lado fraternal e irremediablemente adorable. Deberían tener estas conversaciones anecdóticas más a menudo- comía muy mal. Pero fatal. Te juro que pensaba que algún día se moría de hambre. Hasta que se me ocurrió un juego para que dejara de tener toda esa aversión hacia la comida.
-¿Jugando con la comida a tu edad? Qué vergüenza, Castle –Beckett se ríe, mirándole desafiante. Castle le hace una pequeña burla antes de volver a hablar.
-La tapaba los ojos con un pañuelo y le daba de probar todo lo que, en teoría, no le gustaba. Créeme, me sentí como un dios cuando vi cómo surtía efecto. La verdad es que Alexis siempre ha comido más por los ojos que por la boca.
Y Beckett frunce el ceño, sugestiva. Le mira de arriba abajo, manteniendo siempre que le es posible el contacto visual hasta que se percata de que Castle está pillando el mensaje. No sabe cómo, pero siempre acaban mancillando ideas que, en un principio, provenían de la más pura inocencia. Lo peor era que no se arrepentía de nada, era demasiado divertido. Y delicioso. De solo pensarlo se le ponían los pelos de punta.
-¿De verdad? –pregunta Castle, relamiéndose los labios.
-¿Nunca has jugado a esas cosas en el colegio? Adivinar el tacto por la textura, el olor, el sabor... Y, como he dicho –carraspea, dándole un énfasis más adecuado a toda esa conversación-, tengo hambre.
Castle sonríe, imaginativo, y Beckett se sorprende de haber llegado a ese punto en el que las palabras sobran. En el que, con un simple gesto, con un cruce de miradas ya se dicen todo lo que se tienen que decir. Es una sensación realmente vertiginosa, inexplicable. Amor, supone. Es lo que tiene. Ese magnetismo compartido que hace que todo sea mucho más sorprendente e interesante.
E igual a raíz de esto la detective empieza a creer en el mito de las almas gemelas.
---
Lo bueno de que estén en casa de Beckett es que no se exponen a que Martha o Alexis entren sorpresivamente por la puerta. No cuentan con ningún imprevisto, ni nada que les pueda hacer perder el tiempo porque ella, por lo general, no suele esperar visitas. Y menos a partir de las nueve de la noche –a no ser que se trate de Castle-. Y tener esa seguridad hace que todo sea mucho más ameno, el tiempo no corre en su contra. Ni tienen que salir corriendo en cualquier momento.
-Primero tú –dice Castle-. Ponme a prueba.
Lo que es indescriptible es la sensación que a Beckett le recorre por el cuerpo cuando saben que tienen toda la noche y más para ellos solos. Solo ellos solos. Eso de no tener planeado nada y a la vez tener planeado todo, porque sabe qué viene al final. Lo que le da jugo al asunto es no saber cómo, y con Castle todo eran sorpresas.
Y a Beckett le encantan las sorpresas.
Ahí está la mayor de ellas. Sentado sobre el cabecero de su cama pero dejándose caer, quedando medio tumbado. Se había quitado la parte de arriba y solo llevaba sus vaqueros puestos, que no tarda ni medio segundo en quitárselos alegando que “la situación había añadido fuego a la cosa”. Beckett se muerde el labio, autoculpándose por ser la chispa de todo eso pero a la vez sintiendo el mayor de los orgullos.
-Bueno, llamaste a tu personaje “Nikki Heat” por alguna razón, ¿no? –se defiende, jocosa.
Se sienta a horcajadas sobre él, tapándole los ojos con el pañuelo que suele usar para. Como dice Castle, situaciones como esas. En las que el fuego domina en el ambiente. Casi puede sentir el escalofrío que le recorre al escritor por todo el cuerpo, y hace que ella se estremezca un poco.
Siempre había soñado con tener un momento así.
-No seas mala conmigo, anda.
-Solo soy mala cuando tengo que serlo.
-Eres poli, te dedicas a eso.
Beckett sonríe maliciosamente, casi se alegra de que Castle no tenga una perspectiva de aquel panorama. Pero no, no iba a ser mala. Hoy no. Le ha dado un arrebato de adoración hacia su novio y se lo va a demostrar. Mira a su izquierda y ve todo un arsenal alimenticio sobre la mesilla. Decide empezar con algo salado y acabar endulzando la boca de su novio. Así le faltarán motivos para quejarse.
Manteca se cacahuete, Castle la adora. Coge una cucharilla, toma un ápice y susurra, más lúbricamente de lo que le hubiera gustado-: Abre la boca.
Lo hace, levemente, y Beckett se lo da. Lo saborea y a los dos segundos Castle ya tiene la respuesta- Manteca de cacahuete.
-Un punto, Castle.
Lo siguiente es foie. De pato. No pensaba gastarlo de esa manera, pero ya que está, será todo un placer. Para ambos. Y en cuanto se lo da de probar, vuelve a acertar. Echa un ojo a la mesilla y se decanta por la crema de camembert, en la que unta un colín de pan. Castle deja soltar un “mmm” ante esa suculencia tras relamerse un par de veces los labios y el ambiente cada vez se enriquece más de intimismo y ansia, con un toque de excitación.
Pasa a algo intermedio. Un fruto seco. Por suerte, había nueces en la despensa. Se lo mete a Castle lentamente en la boca y cuando acaba de saborearlo, dice-: ¿Sabías que las nueces son un afrodisíaco?
-No me digas –contesta Beckett, irónicamente.
-A veces se me olvida con quién estoy hablando.
Beckett sonríe, con suficiencia. El tarro de miel está a la vista, así que aprovecha para cogerlo. Se harta de estar sosteniendo la cuchara con su mano, es poco versátil. Así que la tira al suelo y hace uso de sus manos. Era lo más propicio, más que nada porque la delicada sensación que hay dispersada en el airé está empezando a hacerse más y más tangente y es hora de entrar un poco en calor. Así que, con su dedo índice, toma un poco de miel y agradece que sea una sustancia tan densa.
Cuando nota la lengua de Castle relamer su piel hasta que no queda rastro en su dedo, siente como su cuerpo se estremece.
-Esto me recuerda mucho a Ola de calor.
-Te lo he dicho antes, Castle. ¿O no?
La semejanza es clarísima. Casi sienten que son Rook y Heat en vez de ellos mismos. Y eso era algo que añadía más fervor al momento. Beckett empieza a sentirse incómoda porque la temperatura de la habitación se había incrementado notablemente en los últimos minutos y se estaba asando. Su camiseta tarda más bien poco en desaparecer y Rick tuerce la cabeza, curioso, supone que ha sentido la ligera brisa de algo moviéndose en el aire.
-¿Qué has hecho?
-Tenía calor, mucho –siente a Castle tensarse repentinamente debajo de ella. Le encanta volverle loco de esa manera.
Es más, tiene tanto calor que aprovecha para quitarse también los pantalones, y ahora están manos sobre su propia cama solo en ropa interior. Beckett espera aguantar porque todavía le toca a ella estar en ese lugar, así que lucha por contenerse. El escritor no tarda en darse cuenta del detalle de que falta otra prenda más, y sigue tensándose. Beckett decide cambiar la postura, arrodillándose a su derecha. Es lo malo de estar a horcajadas. La postura es sugerente, y Castle es un hombre. Y está segura de que ninguno de los dos quiere atender a esa necesidad todavía, aunque este ahí.
-Lo siento –susurra Rick, nervioso, ruborizándose bajo el pañuelo. A Beckett le parece tremendamente mono ese gesto-. Es que... bah, es que eres puro fuego, Nik.
-Lo sé, Rook. Lo sé –ahora alcanza el tarro de Nutella, se sirve también de su dedo para tomar algo de la crema de chocolate. Cuando se lo pasa por su boca, mancha el labio de su novio y siente un irrefrenable deseo de limpiárselo ella misma. Pero él se le adelanta.
Y, lógicamente, lo vuelve a adivinar.
Beckett ve el bote de nata, y se le viene a la cabeza lo que Castle hace detrás de la puerta de la nevera cuando cree que nadie le ve. Le advierte que abra la boca lo más que pueda, y cuando este pone todo su empeño en hacerlo, se la llena de nata. Castle tiene que incorporarse para poder tragarse semejante cantidad, y luego se ríe.
-¿Quieres matarme?
Ella también se ríe. La detective le desata el pañuelo. Y antes de decir nada, se queda admirando el cuerpo de su novia, libre de prendas, empezando por cada centímetro desnudo de su piel para acabar fijándose en la lencería de Beckett, dejándole sin palabras. Sí, la había escogido minuciosamente porque sabía lo que había. Y ella deja escapar una carcajada al ver su expresión, boquiabierto, con sus ojos desorbitados. No es la primera vez que la ve así, ni mucho menos. Le encanta ver cómo, para él, también todo es realmente una sorpresa.
-Te toca –murmura Beckett, besándole el cuello con apetito.
Beckett se cambia de sitio. Ahora es ella la que está en la posición de Castle. Se sienta, pero Castle la tumba lenta y suavemente, acariciándole la cintura a medida que la va tirando hacia él. Y cuando está acomodada entre las sábanas, siente cómo Castle se sienta a horcajadas sobre ella, justo como antes.
-Mi juego, mis reglas –nota el aliento de Castle sobre su oído, mientras le coloca el pañuelo, y apuesta a que la temperatura ha subido otros diez grados más. Intenta relajarse, al menos hasta que sepa dónde está ese típico punto de inflexión en el que los dos pierden el poco raciocinio que les queda.
Lo primero que siente es algún tipo de fruta recorriendo su vientre, pasando suavemente alrededor de su ombligo, y Beckett tiembla levemente ante el contacto. Su novio sabe cómo jugar con ella. Va subiendo, atravesando su canalillo, cuello. A juzgar por su textura rugosa, pero a la vez suave y su pequeño tamaño, tiene que ser una fresa.
Cuando llega a sus labios, lo muerde. Efectivamente, una fresa. Sonríe, victoriosa, declarando su respuesta.
-Muy bien, detective.
-A esto me dedico, ¿no?
Lo siguiente va directamente a su boca, lo muerde, lo saborea. Mmm, chocolate por fuera. Por dentro sabe a plátano. No solo sabe cómo jugar con ella, sino que encima tiene una especie de intuición culinaria que hace que la diversión sea mucho mayor. Se relame los labios, y si por si acaso le ha quedado algún resto, ya se encarga Castle de quitárselo con su dedo pulgar. Puede escuchar cómo se chupa el dedo para limpiárselo.
Lo que viene ahora no es capaz de adivinarlo. Lo pasa por su brazo derecho, luego su cuello. Nota una textura suave. Cuando lo muerde, no puede evitar soltar una carcajada. Dulce, un toque ligeramente ácido. Y se deshace en la boca.
Cereza.
-¿Esto es una especie de canibalismo? –Castle la mira como si hubiera acertado.
-Y te ha gustado, ¿a que sí? –inquiere, jactancioso.
-Que no se te suba demasiado, Castle.
-Pero si te encanta –protesta. Lo que más le encanta es cuando se pone así. En plan niño. En cualquier momento, saca a relucir a ese pequeño que lleva dentro. Beckett se ha acostumbrado a esa característica de él. Tanto que lo echa demasiado de menos cuando se pone serio. Es un rasgo único.
Beckett se encoge de hombros. En algún momento, nota cómo algo fresco va trazando un caminito entre sus pechos. Oye a Castle murmurar un “perdón, ahora te lo limpio”. Tras eso, saborea un trozo de queso fresco con mermelada. De frambuesa. Y esa combinación le sabe a gloria.
-¿Sabías que las fresas y las frambuesas son afrodisíacos también? –cuestiona Beckett, mientras se muerde el labio degustando parte de aquel manjar que se había quedado sobre sus labios.
-No me digas –el escritor la imita, burlándose de su tono de voz. Beckett suspira con queja, refunfuñando algo entre dientes que Castle no entiende, pero le hace tanta gracia que se ríe.
Cuando Kate vuelve a prepararse, nota algo húmedo, cálido, suave justo donde había caído antes lo que supone que es la mermelada de frambuesa. No tarda mucho en darse cuenta de que es Castle, entregado en cuerpo y alma a limpiarle hasta no dejar rastro de eso por ahí. Y sabe aprovecharse de la situación. Será un niño la mayor parte del día, pero tiene momentos de lucidez en los que la inocencia desaparece y de repente es un maestro del placer.
Va ascendiendo hasta llegar al cuello, donde también hace especial hincapié. Sabe que es uno de sus puntos débiles. Sabe cómo sacar partido de eso y Beckett agradece que el escritor la conozca tan bien. Porque le da lo que le gusta, porque la eleva a lo más alto solo como él sabe hacer. Y en lo más alto, se siente como si el mundo fuera suyo y nada más importase.
-Ahora el postre –dice sugerente, y suena como un reto-. Espero que lo adivines –se incorpora levemente, Kate percibe cómo unos pocos segundos pasan hasta que Castle vuelve a hablar, en un murmullo-. Abre la boca.
Obedece. La abre. Y cuando lo hace, nota algo cálido sobre su lengua. Después algo la obliga suavemente a cerrar su boca. Son los labios de Castle. El mejor de los postres, piensa. Lleva sus manos al cuello de su novio, ayudándose para profundizar el beso. Su boca todavía sabe a la mezcla dulce-salada que había hecho antes. Pero mejor, porque también sabe a Castle, y ese sabor es insuperable por cualquier obra maestra culinaria que se precie.
Sus lenguas han entablado una especie de pilla-pilla. Jugoso, travieso, y cada vez que consigue tocar su lengua, una descarga recorre todo su cuerpo. Siente un cosquilleo por todas las zonas conocidas de su cuerpo y por las que ni siquiera sabía que existían, y todo aquello, más el clímax que se está extendiendo por la habitación alimentan la imperiosa necesidad de ir a palabras mayores.
Castle se separa de ella y la detective siente como su novio vuelve a centrarse en su cuello, para deslizarse hasta su clavícula derecha. Serían capaces de convertir el hielo a vapor en esos instantes, sin lugar a dudas. Nota las manos de Castle enredarse detrás, enfocando especial atención en desabrochar el sujetador. Algo torpe, pero sigue siendo adorable. Cuando lo consigue, murmura un “por fin” que saca a Beckett una carcajada.
-¿Sabes? De todos las cosas que he probado, tú eres el sabor que más me gusta -musita Beckett sobre su oído, curvándose hacia él.
Castle se separa lentamente de su hombro para mirar a los ojos a Beckett, con esa sonrisa que tan de mil maneras la consigue hacerse sentir y a ella le cuesta respirar. El escritor vuelve a besarla, vuelve a tener esa pequeña guerra en sus bocas y la detective nota el corazón del escritor golpeando contra su pecho, de la euforia y emoción. Después de librar esa batalla y avivar más ese hambre primitiva, Castle desciende usando sus labios para abrirse paso entre sus pechos.
Y ahí estaba. Su escritor, que es un auténtico maestro de la lengua en todos los aspectos, aventurándose en un exótico viaje alrededor de sus pechos haciendo gala de sus habilidades lingüísticas. Y de qué manera. La excitación hace que todo parezca más fácil, y ella se muerde el labio y se agarra más a Castle, pasando de tomarle por el cuello a clavar sus yemas en su espalda cuando percibe la humedad de sus labios a punto de rozar la aureola de su pezón. Ya está agarrándole por el elástico del bóxer y él bajando suavemente la única prenda que la queda cuando llaman al móvil de Beckett. Ambos, al unísono, bufan.
-¿Y si pasas?
Beckett tuerce los labios, resignada- Voy a ver quién es –y se acerca a la cómoda de su habitación, todavía temblando. Castle se acerca por detrás, rodeándole la cintura con sus brazos mientras deja pequeños besos por su espalda- Genial, es la comisaría -pronuncia irónicamente, dejando el móvil de mala manera en su sitio. A qué horas más raras e inoportunas decide la gente cometer un crimen, piensa.
El escritor suspira contra su espalda, apoyando su cabeza sobre su hombro- Siempre la poli, ¿eh?
Beckett se ríe- Sí, siempre la poli.
***
Bueno, espero que no se os haya hecho muy pesado y tal. Y gracias por leer esa cosa, espero vuestras opiniones, tomatazos y cualquier cosa que tengais que tirarme a la cabeza *-*.
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Día 12: Love flavor
Si hay algo que Beckett adora por encima de muchas cosas es ver a Castle haciéndose el padre. Cada vez que lo ve abrazando a Alexis, aconsejándola o manteniendo cualquier conversación por muy trivial que sea, e incluso cuando Castle habla de Alexis sin más y ella observa cómo se le cae la baba, no puede evitar que a ella se le caiga también. Porque todas esas pequeñas muestras de cariño hacen que se derrita por dentro. El escritor es muy reticente a mostrar ese lado personal de él en público. Pero cuando lo hace, dios. Beckett siente que su mundo no es capaz de aguantar tal nivel de encandilamiento, así que ella se limita a ver, escuchar, morirse de amor y dejar que Castle la mire con extrañeza y diversión.
Y al ver su sonrisa se muere aún más.
-Beckett, cuando de repente pones esos gestos…
Sacude la cabeza, liberándose levemente de esa distracción- Lo sé, te doy miedo.
-No. O sea, bueno. Es raro. Pero me gusta –suelta una carcajada-. ¿En qué estabas pensando?
Prefiere callarse antes de ser franca, así que lo deja pasar- En nada –se encoge de hombros-. Bueno, sí. En que son casi las once y aún no hemos cenado. Me tienes a dos velas, Castle –se queja, juguetona.
-Pues me has dado una idea –Beckett lo cuestiona con su mirada-. Cuando Alexis era pequeña –sonríe, con nostalgia, otra vez su lado fraternal e irremediablemente adorable. Deberían tener estas conversaciones anecdóticas más a menudo- comía muy mal. Pero fatal. Te juro que pensaba que algún día se moría de hambre. Hasta que se me ocurrió un juego para que dejara de tener toda esa aversión hacia la comida.
-¿Jugando con la comida a tu edad? Qué vergüenza, Castle –Beckett se ríe, mirándole desafiante. Castle le hace una pequeña burla antes de volver a hablar.
-La tapaba los ojos con un pañuelo y le daba de probar todo lo que, en teoría, no le gustaba. Créeme, me sentí como un dios cuando vi cómo surtía efecto. La verdad es que Alexis siempre ha comido más por los ojos que por la boca.
Y Beckett frunce el ceño, sugestiva. Le mira de arriba abajo, manteniendo siempre que le es posible el contacto visual hasta que se percata de que Castle está pillando el mensaje. No sabe cómo, pero siempre acaban mancillando ideas que, en un principio, provenían de la más pura inocencia. Lo peor era que no se arrepentía de nada, era demasiado divertido. Y delicioso. De solo pensarlo se le ponían los pelos de punta.
-¿De verdad? –pregunta Castle, relamiéndose los labios.
-¿Nunca has jugado a esas cosas en el colegio? Adivinar el tacto por la textura, el olor, el sabor... Y, como he dicho –carraspea, dándole un énfasis más adecuado a toda esa conversación-, tengo hambre.
Castle sonríe, imaginativo, y Beckett se sorprende de haber llegado a ese punto en el que las palabras sobran. En el que, con un simple gesto, con un cruce de miradas ya se dicen todo lo que se tienen que decir. Es una sensación realmente vertiginosa, inexplicable. Amor, supone. Es lo que tiene. Ese magnetismo compartido que hace que todo sea mucho más sorprendente e interesante.
E igual a raíz de esto la detective empieza a creer en el mito de las almas gemelas.
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Lo bueno de que estén en casa de Beckett es que no se exponen a que Martha o Alexis entren sorpresivamente por la puerta. No cuentan con ningún imprevisto, ni nada que les pueda hacer perder el tiempo porque ella, por lo general, no suele esperar visitas. Y menos a partir de las nueve de la noche –a no ser que se trate de Castle-. Y tener esa seguridad hace que todo sea mucho más ameno, el tiempo no corre en su contra. Ni tienen que salir corriendo en cualquier momento.
-Primero tú –dice Castle-. Ponme a prueba.
Lo que es indescriptible es la sensación que a Beckett le recorre por el cuerpo cuando saben que tienen toda la noche y más para ellos solos. Solo ellos solos. Eso de no tener planeado nada y a la vez tener planeado todo, porque sabe qué viene al final. Lo que le da jugo al asunto es no saber cómo, y con Castle todo eran sorpresas.
Y a Beckett le encantan las sorpresas.
Ahí está la mayor de ellas. Sentado sobre el cabecero de su cama pero dejándose caer, quedando medio tumbado. Se había quitado la parte de arriba y solo llevaba sus vaqueros puestos, que no tarda ni medio segundo en quitárselos alegando que “la situación había añadido fuego a la cosa”. Beckett se muerde el labio, autoculpándose por ser la chispa de todo eso pero a la vez sintiendo el mayor de los orgullos.
-Bueno, llamaste a tu personaje “Nikki Heat” por alguna razón, ¿no? –se defiende, jocosa.
Se sienta a horcajadas sobre él, tapándole los ojos con el pañuelo que suele usar para. Como dice Castle, situaciones como esas. En las que el fuego domina en el ambiente. Casi puede sentir el escalofrío que le recorre al escritor por todo el cuerpo, y hace que ella se estremezca un poco.
Siempre había soñado con tener un momento así.
-No seas mala conmigo, anda.
-Solo soy mala cuando tengo que serlo.
-Eres poli, te dedicas a eso.
Beckett sonríe maliciosamente, casi se alegra de que Castle no tenga una perspectiva de aquel panorama. Pero no, no iba a ser mala. Hoy no. Le ha dado un arrebato de adoración hacia su novio y se lo va a demostrar. Mira a su izquierda y ve todo un arsenal alimenticio sobre la mesilla. Decide empezar con algo salado y acabar endulzando la boca de su novio. Así le faltarán motivos para quejarse.
Manteca se cacahuete, Castle la adora. Coge una cucharilla, toma un ápice y susurra, más lúbricamente de lo que le hubiera gustado-: Abre la boca.
Lo hace, levemente, y Beckett se lo da. Lo saborea y a los dos segundos Castle ya tiene la respuesta- Manteca de cacahuete.
-Un punto, Castle.
Lo siguiente es foie. De pato. No pensaba gastarlo de esa manera, pero ya que está, será todo un placer. Para ambos. Y en cuanto se lo da de probar, vuelve a acertar. Echa un ojo a la mesilla y se decanta por la crema de camembert, en la que unta un colín de pan. Castle deja soltar un “mmm” ante esa suculencia tras relamerse un par de veces los labios y el ambiente cada vez se enriquece más de intimismo y ansia, con un toque de excitación.
Pasa a algo intermedio. Un fruto seco. Por suerte, había nueces en la despensa. Se lo mete a Castle lentamente en la boca y cuando acaba de saborearlo, dice-: ¿Sabías que las nueces son un afrodisíaco?
-No me digas –contesta Beckett, irónicamente.
-A veces se me olvida con quién estoy hablando.
Beckett sonríe, con suficiencia. El tarro de miel está a la vista, así que aprovecha para cogerlo. Se harta de estar sosteniendo la cuchara con su mano, es poco versátil. Así que la tira al suelo y hace uso de sus manos. Era lo más propicio, más que nada porque la delicada sensación que hay dispersada en el airé está empezando a hacerse más y más tangente y es hora de entrar un poco en calor. Así que, con su dedo índice, toma un poco de miel y agradece que sea una sustancia tan densa.
Cuando nota la lengua de Castle relamer su piel hasta que no queda rastro en su dedo, siente como su cuerpo se estremece.
-Esto me recuerda mucho a Ola de calor.
-Te lo he dicho antes, Castle. ¿O no?
La semejanza es clarísima. Casi sienten que son Rook y Heat en vez de ellos mismos. Y eso era algo que añadía más fervor al momento. Beckett empieza a sentirse incómoda porque la temperatura de la habitación se había incrementado notablemente en los últimos minutos y se estaba asando. Su camiseta tarda más bien poco en desaparecer y Rick tuerce la cabeza, curioso, supone que ha sentido la ligera brisa de algo moviéndose en el aire.
-¿Qué has hecho?
-Tenía calor, mucho –siente a Castle tensarse repentinamente debajo de ella. Le encanta volverle loco de esa manera.
Es más, tiene tanto calor que aprovecha para quitarse también los pantalones, y ahora están manos sobre su propia cama solo en ropa interior. Beckett espera aguantar porque todavía le toca a ella estar en ese lugar, así que lucha por contenerse. El escritor no tarda en darse cuenta del detalle de que falta otra prenda más, y sigue tensándose. Beckett decide cambiar la postura, arrodillándose a su derecha. Es lo malo de estar a horcajadas. La postura es sugerente, y Castle es un hombre. Y está segura de que ninguno de los dos quiere atender a esa necesidad todavía, aunque este ahí.
-Lo siento –susurra Rick, nervioso, ruborizándose bajo el pañuelo. A Beckett le parece tremendamente mono ese gesto-. Es que... bah, es que eres puro fuego, Nik.
-Lo sé, Rook. Lo sé –ahora alcanza el tarro de Nutella, se sirve también de su dedo para tomar algo de la crema de chocolate. Cuando se lo pasa por su boca, mancha el labio de su novio y siente un irrefrenable deseo de limpiárselo ella misma. Pero él se le adelanta.
Y, lógicamente, lo vuelve a adivinar.
Beckett ve el bote de nata, y se le viene a la cabeza lo que Castle hace detrás de la puerta de la nevera cuando cree que nadie le ve. Le advierte que abra la boca lo más que pueda, y cuando este pone todo su empeño en hacerlo, se la llena de nata. Castle tiene que incorporarse para poder tragarse semejante cantidad, y luego se ríe.
-¿Quieres matarme?
Ella también se ríe. La detective le desata el pañuelo. Y antes de decir nada, se queda admirando el cuerpo de su novia, libre de prendas, empezando por cada centímetro desnudo de su piel para acabar fijándose en la lencería de Beckett, dejándole sin palabras. Sí, la había escogido minuciosamente porque sabía lo que había. Y ella deja escapar una carcajada al ver su expresión, boquiabierto, con sus ojos desorbitados. No es la primera vez que la ve así, ni mucho menos. Le encanta ver cómo, para él, también todo es realmente una sorpresa.
-Te toca –murmura Beckett, besándole el cuello con apetito.
Beckett se cambia de sitio. Ahora es ella la que está en la posición de Castle. Se sienta, pero Castle la tumba lenta y suavemente, acariciándole la cintura a medida que la va tirando hacia él. Y cuando está acomodada entre las sábanas, siente cómo Castle se sienta a horcajadas sobre ella, justo como antes.
-Mi juego, mis reglas –nota el aliento de Castle sobre su oído, mientras le coloca el pañuelo, y apuesta a que la temperatura ha subido otros diez grados más. Intenta relajarse, al menos hasta que sepa dónde está ese típico punto de inflexión en el que los dos pierden el poco raciocinio que les queda.
Lo primero que siente es algún tipo de fruta recorriendo su vientre, pasando suavemente alrededor de su ombligo, y Beckett tiembla levemente ante el contacto. Su novio sabe cómo jugar con ella. Va subiendo, atravesando su canalillo, cuello. A juzgar por su textura rugosa, pero a la vez suave y su pequeño tamaño, tiene que ser una fresa.
Cuando llega a sus labios, lo muerde. Efectivamente, una fresa. Sonríe, victoriosa, declarando su respuesta.
-Muy bien, detective.
-A esto me dedico, ¿no?
Lo siguiente va directamente a su boca, lo muerde, lo saborea. Mmm, chocolate por fuera. Por dentro sabe a plátano. No solo sabe cómo jugar con ella, sino que encima tiene una especie de intuición culinaria que hace que la diversión sea mucho mayor. Se relame los labios, y si por si acaso le ha quedado algún resto, ya se encarga Castle de quitárselo con su dedo pulgar. Puede escuchar cómo se chupa el dedo para limpiárselo.
Lo que viene ahora no es capaz de adivinarlo. Lo pasa por su brazo derecho, luego su cuello. Nota una textura suave. Cuando lo muerde, no puede evitar soltar una carcajada. Dulce, un toque ligeramente ácido. Y se deshace en la boca.
Cereza.
-¿Esto es una especie de canibalismo? –Castle la mira como si hubiera acertado.
-Y te ha gustado, ¿a que sí? –inquiere, jactancioso.
-Que no se te suba demasiado, Castle.
-Pero si te encanta –protesta. Lo que más le encanta es cuando se pone así. En plan niño. En cualquier momento, saca a relucir a ese pequeño que lleva dentro. Beckett se ha acostumbrado a esa característica de él. Tanto que lo echa demasiado de menos cuando se pone serio. Es un rasgo único.
Beckett se encoge de hombros. En algún momento, nota cómo algo fresco va trazando un caminito entre sus pechos. Oye a Castle murmurar un “perdón, ahora te lo limpio”. Tras eso, saborea un trozo de queso fresco con mermelada. De frambuesa. Y esa combinación le sabe a gloria.
-¿Sabías que las fresas y las frambuesas son afrodisíacos también? –cuestiona Beckett, mientras se muerde el labio degustando parte de aquel manjar que se había quedado sobre sus labios.
-No me digas –el escritor la imita, burlándose de su tono de voz. Beckett suspira con queja, refunfuñando algo entre dientes que Castle no entiende, pero le hace tanta gracia que se ríe.
Cuando Kate vuelve a prepararse, nota algo húmedo, cálido, suave justo donde había caído antes lo que supone que es la mermelada de frambuesa. No tarda mucho en darse cuenta de que es Castle, entregado en cuerpo y alma a limpiarle hasta no dejar rastro de eso por ahí. Y sabe aprovecharse de la situación. Será un niño la mayor parte del día, pero tiene momentos de lucidez en los que la inocencia desaparece y de repente es un maestro del placer.
Va ascendiendo hasta llegar al cuello, donde también hace especial hincapié. Sabe que es uno de sus puntos débiles. Sabe cómo sacar partido de eso y Beckett agradece que el escritor la conozca tan bien. Porque le da lo que le gusta, porque la eleva a lo más alto solo como él sabe hacer. Y en lo más alto, se siente como si el mundo fuera suyo y nada más importase.
-Ahora el postre –dice sugerente, y suena como un reto-. Espero que lo adivines –se incorpora levemente, Kate percibe cómo unos pocos segundos pasan hasta que Castle vuelve a hablar, en un murmullo-. Abre la boca.
Obedece. La abre. Y cuando lo hace, nota algo cálido sobre su lengua. Después algo la obliga suavemente a cerrar su boca. Son los labios de Castle. El mejor de los postres, piensa. Lleva sus manos al cuello de su novio, ayudándose para profundizar el beso. Su boca todavía sabe a la mezcla dulce-salada que había hecho antes. Pero mejor, porque también sabe a Castle, y ese sabor es insuperable por cualquier obra maestra culinaria que se precie.
Sus lenguas han entablado una especie de pilla-pilla. Jugoso, travieso, y cada vez que consigue tocar su lengua, una descarga recorre todo su cuerpo. Siente un cosquilleo por todas las zonas conocidas de su cuerpo y por las que ni siquiera sabía que existían, y todo aquello, más el clímax que se está extendiendo por la habitación alimentan la imperiosa necesidad de ir a palabras mayores.
Castle se separa de ella y la detective siente como su novio vuelve a centrarse en su cuello, para deslizarse hasta su clavícula derecha. Serían capaces de convertir el hielo a vapor en esos instantes, sin lugar a dudas. Nota las manos de Castle enredarse detrás, enfocando especial atención en desabrochar el sujetador. Algo torpe, pero sigue siendo adorable. Cuando lo consigue, murmura un “por fin” que saca a Beckett una carcajada.
-¿Sabes? De todos las cosas que he probado, tú eres el sabor que más me gusta -musita Beckett sobre su oído, curvándose hacia él.
Castle se separa lentamente de su hombro para mirar a los ojos a Beckett, con esa sonrisa que tan de mil maneras la consigue hacerse sentir y a ella le cuesta respirar. El escritor vuelve a besarla, vuelve a tener esa pequeña guerra en sus bocas y la detective nota el corazón del escritor golpeando contra su pecho, de la euforia y emoción. Después de librar esa batalla y avivar más ese hambre primitiva, Castle desciende usando sus labios para abrirse paso entre sus pechos.
Y ahí estaba. Su escritor, que es un auténtico maestro de la lengua en todos los aspectos, aventurándose en un exótico viaje alrededor de sus pechos haciendo gala de sus habilidades lingüísticas. Y de qué manera. La excitación hace que todo parezca más fácil, y ella se muerde el labio y se agarra más a Castle, pasando de tomarle por el cuello a clavar sus yemas en su espalda cuando percibe la humedad de sus labios a punto de rozar la aureola de su pezón. Ya está agarrándole por el elástico del bóxer y él bajando suavemente la única prenda que la queda cuando llaman al móvil de Beckett. Ambos, al unísono, bufan.
-¿Y si pasas?
Beckett tuerce los labios, resignada- Voy a ver quién es –y se acerca a la cómoda de su habitación, todavía temblando. Castle se acerca por detrás, rodeándole la cintura con sus brazos mientras deja pequeños besos por su espalda- Genial, es la comisaría -pronuncia irónicamente, dejando el móvil de mala manera en su sitio. A qué horas más raras e inoportunas decide la gente cometer un crimen, piensa.
El escritor suspira contra su espalda, apoyando su cabeza sobre su hombro- Siempre la poli, ¿eh?
Beckett se ríe- Sí, siempre la poli.
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Bueno, espero que no se os haya hecho muy pesado y tal. Y gracias por leer esa cosa, espero vuestras opiniones, tomatazos y cualquier cosa que tengais que tirarme a la cabeza *-*.
Última edición por iamaplatypus el Mar Ene 08, 2013 12:04 pm, editado 1 vez
Re: Treinta días (Día 30)
Me ha encantado, pero lo has cortadp en la mejor parte pero...aparte de eso...ha sido sin duda una de mis favoritos...te espero mañana...
MariaRomn@caskett- Policia de homicidios
- Mensajes : 502
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Edad : 26
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Re: Treinta días (Día 30)
Sara esta genial siquee esperare el próximo capitulo ya lo sabes pero con cariño
monsta- Actor en Broadway
- Mensajes : 170
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Edad : 32
Localización : madrid
Re: Treinta días (Día 30)
Me encantan tus capítulos diarios
Escribes genial! Espero el de mañana
Escribes genial! Espero el de mañana
cris_beckett- Autor de best-seller
- Mensajes : 857
Fecha de inscripción : 29/05/2012
Edad : 33
Localización : Madrid
Re: Treinta días (Día 30)
Cada día te superas Sara! Lo has dejado en lo mejor, pero aun asi me encanta!!
Ya tengo ganas de leer el de mañana
Ya tengo ganas de leer el de mañana
forever23- As del póker
- Mensajes : 382
Fecha de inscripción : 09/09/2012
Edad : 32
Localización : Bilbao
Re: Treinta días (Día 30)
Ok Maravilloso,Espectacular,Impresionante pero como nos dejas asi
Bueno pero no importa,espero el de mañana!
Pd: Ya te dije que me Encanto...
Bueno pero no importa,espero el de mañana!
Pd: Ya te dije que me Encanto...
Maria_ARM- Escritor novato
- Mensajes : 47
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Edad : 28
Localización : Venezuela
Re: Treinta días (Día 30)
Me encanto!!!
Fanny_123- Autor de best-seller
- Mensajes : 831
Fecha de inscripción : 15/09/2012
Edad : 24
Localización : Chile!!! c:
Re: Treinta días (Día 30)
Genial!!! Aunque lo has dejqdo en lo mejor, jejeje
Habrá que esperar a leer el próximo.
Habrá que esperar a leer el próximo.
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: Treinta días (Día 30)
Cada día esta mejor, sigue.
Delta5- Escritor - Policia
- Mensajes : 10286
Fecha de inscripción : 30/07/2012
Localización : Ciudadano del Mundo
Re: Treinta días (Día 30)
Me encanta. Es un lujo poder leer cada día una historia diferente.
Cata Castillo- Escritor - Policia
- Mensajes : 1729
Fecha de inscripción : 25/09/2010
Localización : Al sur del sur
Re: Treinta días (Día 30)
sigueeeeee
castle&beckett..cris- Escritor - Policia
- Mensajes : 5471
Fecha de inscripción : 20/03/2011
Edad : 33
Localización : Menorca..I LOVE NEW YORK..NYPD..RICK CASTLE & KATE BECKETT
Re: Treinta días (Día 30)
Ante un capítulo como éste de tomatazos nada de nada. A sido genial. No se de donde sacas tanta imaginación, pero por aquí as caldeado el ambiente. ajaja Speramos el día 13 con más ganas...
suika- Escritor novato
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 26/03/2012
Re: Treinta días (Día 30)
Mis más sinceras reverencias ante tu maestría escribiendo.
Anver- Policia de homicidios
- Mensajes : 711
Fecha de inscripción : 14/06/2012
Localización : Madrid
Re: Treinta días (Día 30)
qué corte de rollo... yo hubiese mandado al teléfono y a la poli a cierto lugar
Re: Treinta días (Día 30)
Holaholahola! Despues de la gran decepcion que nos hemos llevado con los PCA (asdasfsdfsfsdfsdfsdfs ) espero que eso... bueno, os anime un poco a todos . Pero que quede constancia que Stana es la mejooooooor ><. Y bueno, que ahí os va el día 13 :3
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Día 13: Helado
Castle sabe que ella lo va superando. Que vuelve a crecer poco a poco y a despojarse de todos sus miedos. Está orgulloso, realmente lo está, y cada vez que la ve sonreír él también se crece un poco más y siente que puede bajar la guardia.
Pero aún no está bien. Y cuando Beckett no está bien, Castle no se ve capaz de dormir con la conciencia tranquila. En lugar de eso, se pone a dar vueltas sobre su mismo, revolviendo las sábanas. Y solo consigue darse un poco más de trabajo al día siguiente cuando se meta en una guerra con su propia cama, y no acabe de hacerla hasta que se haya llevado, por lo menos, quince minutos.
Pero ese día tiene una idea. Una idea que no espera que funcione. De hecho, ni siquiera espera que Beckett acceda a llevarla a cabo, pero tiene que intentarlo. Por eso, cuando deja pasar el día entero en la comisaría, sin presionarla demasiado –es como una especie de procedimiento que Castle hace cuando espera que la detective no acabe muy cansada de él- antes de despedirse de ella la agarra de la muñeca. Ella se da la vuelta, mirándola con interrogación.
Y el momento se vuelve incómodo, así que Castle la suelta rápidamente. Luego se rasca un poco el cuello, dubitativo y le pregunta:
-¿Haces algo esta noche?
Beckett arquea una ceja- ¿Estás intentando tontear conmigo, Castle?
-¡No! –contesta rápidamente, y seguro que Beckett se ha dado cuenta de cómo le tiembla el labio. Nada bueno- No. Es solo que… –intenta buscar las palabras correctas, no es el momento de hacerse el valiente y soltar por esa boca todo lo que pasea por su mente. Beckett aún está convaleciente- quiero enseñarte algo.
Castle se espera un “no” rotundo. Y sin la típica excusa mínima para parecer cordial. De hecho, ya está a punto de darse la vuelta porque han pasado diez segundos y Beckett sigue mirándolo con esa cara de desconcierto y parece que en cualquier momento le va a mandar a la mierda. Pero luego sonríe, con sinceridad aparentemente, el rostro de Castle se ilumina y reza para que no le suelte una de las suyas.
-¿Debería tener miedo? –suelta, desafiante, pero suena segura. Castle bufa, sonriendo también. Es Kate, después de todo. Y casi se alegra de que todavía le quede un poco de esa ironía tan propia de ella. No es su Beckett sin ese ápice de humor negro.
-Solo si eres alérgica a todo lo que te pueda producir un orgasmo gastronómico. Espero que no porque entonces me vas a chafar lo que te tenía preparado.
Beckett se dirige hacia el ascensor, echándole una última mirada antes de darle la espalda, ese tipo de mirada con esa sonrisa dibujada en los labios. Esa sonrisa que era capaz de hacer que todo su organismo colapsase y se sintiera entre la frontera entre lo real y subjetivo. Con esa magia marca Beckett.
-Conduzco yo, escritor.
---
Cuando entran por la puerta, se encuentran a Martha y Alexis. Por la forma que se levantan, parece que les estaban esperando. Entonces a Castle solo le basta con lanzarles una mirada para iniciar la comunicación no-verbal familiar. Y ellas asienten, dirigiéndose hacia Beckett para saludarla con abrazos, como si la estuvieran consolando y el escritor reza para que no parezca todo demasiado sobreactuado y agotador. Pero Beckett sonríe, parece feliz y que se siente en un lugar acogedor, y eso le relaja. Tanto que suspira, tranquilo y provoca que ella le mire con extrañeza. Él solo niega con la cabeza.
Martha y Alexis se dirigen escaleras arriba, todo parece planeado. Cuando Castle ve que gozan de toda intimidad, se va hacia el frigorífico, gritando antes un “gracias por los helados” al aire, obteniendo un “de nada” prácticamente al unísono por parte de las dos.
-¿Helados? –pregunta Beckett, con curiosidad- ¿Qué me vas a hacer, Castle?
Cuando termina de sacar todas las tarrinas del congelador y colocarlas casi por orden sobre la encimera, se vuelve hacia ella- En mi familia tenemos una especie de ritual –la detective no dice nada, solo inquiere con la mirada y Castle capta el mensaje-. Cada vez que estamos un poco de… bueno, ya sabes, capa caída –explica entre dientes, quitando las tapas a cada tarrina. Intenta moderar sus palabras, procurando no adentrarse demasiado en su espacio personal- hacemos una cata de helados. Parece una tontería, pero ayuda muchísimo.
-¿Capa caída? –pregunta Beckett, divertida- A saber qué habrás hecho.
Castle no dice nada. Solo la mira, a los ojos. Y en medio de esa extraña telepatía, Beckett empieza a ser receptiva y su expresión cambia. El escritor puede apreciar cómo traga saliva, como agacha su cabeza rompiendo el contacto visual, y empieza a preguntarse si ha hecho lo correcto. Si no la ha cagado hasta el fondo, lo último que quiere es crear otra cortina de humo.
-Beckett, yo… Si no quieres… Vamos que… yo lo entiendo –Castle se siente todo un idiota tartamudeando por los nervios. Beckett se muerde el labio, medio soltando una carcajada. Parece triste. Sus ojos dicen que está triste, pero si se las apaña para reír la cosa no puede ir tan mal.
-Espero que tengas de chocolate. O café –y él también sonríe, sacando dos cucharas del cajón y cediéndole una.
-Sí, está ahí –señala.
Beckett al principio empieza tímida, insegura. Coge de poco a poco, un poquito, prácticamente no llega ni a la mitad de la cuchara. Y a Castle le exaspera toda esa parsimonia. Resopla, riéndose.
-Beckett, realmente son para ti. No tienes por qué comértelos con cuentagotas. Vamos, una cata no tiene por qué ser refinada.
Y Castle da ejemplo devorando como un animal todo helado que se encontraba por delante. Supone que lo hace de una manera demasiado grotesca e incivilizada porque Beckett empieza a reírse, mirándolo. Los modales, cuando hay hambre en juego o una suculencia notablemente valiosa, dejan de existir para él.
-Pareces un animal, Castle –dice, entre carcajadas. Castle se muere por dentro cuando la ve así, riéndose tan feliz. Sobre todo porque es él el que hace que se ría así. Y se siente que puede con todo con esa imagen.
-Aún no has visto nada –a pesar de haberlo dicho con toda la inocencia de la que es capaz de hacer uso, a esa frase cualquiera le encontraría su doble sentido. Y en el fondo se arrepiente, así que sigue comiendo, esperando a que Beckett haga lo mismo.
Y en algún momento, no puede porque ella le ha agarrado por el brazo. Le atrae todo lo que le permite la encimera, mirándole con comicidad, suspirando.
-Pareces un niño pequeño. Deberías mirarte en un espejo cuando haces eso, Castle.
-Me encanta el helado. En serio, me encanta.
-Y como te encanta te pones como un cerdo –cuestiona, suspicaz. Y Castle finge estar ofendido, pero la situación no le deja, entre la inexplicable expresión de su compañera y las pintas que tienen que tener él, los dos se echan a reír.
Cuando se vuelven a mirar, Beckett vuelve a fijarse detenidamente en su rostro. Se acerca más, murmurando un “deja que te quite eso”. Y acerca su dedo pulgar al mentón, quitando los restos de helado, para luego subir hacia su labio inferior. Y tras pasar su dedo dos o tres veces hay un breve momento de conexión y lo pasa una cuarta vez, lentamente. Pero sin fijarse en el helado concretamente, sino en el labio. Y Castle la ve haciendo eternos viajes desde sus labios a sus ojos, constantemente. Rick se siente viviendo una especie de déjà vu y el ambiente, repentinamente, empieza a saturarse, obligándoles a respirar su propia incomodidad.
Pero Beckett no se separa. Solo posa su dedo ahí. Parece que va a murmurar algo, y Castle también. El escritor siente que ha perdido el don del habla y solo se queda quieto, dejando que su propia fuerza de atracción actúe sobre ellos. En ese momento, piensa que hasta las propias leyes de la física han sido creadas para volverles locos.
Él juraría que ella se acerca, y también juraría que por inercia propia, él capta el mensaje y se vuelve a acercar. Y el dedo de la detective se desliza desde sus labios hacia el cuello de su camisa. Y están tan, tan cerca que casi puede memorizar con cierta exactitud a qué velocidad respira Beckett.
Pero el ruido de alguien bajando por las escaleras rompe la magia, y ellos se separan. Castle se pregunta qué mierdas había sido eso mientras dirige su atención ahora hacia la escalera. Tiene la espalda húmeda, supone que estará sudando la gota gorda. Como para no.
-Papá, me voy –avisa Alexis, antes de salir por la puerta. Parece que el don de la inoportunidad se transmite de padres a hijos también, piensa Castle. Luego suspira, nervioso y se ve poco capaz de volver a establecer el contacto visual con Beckett. Ha sido demasiado raro.
Pero la que se aventura a hacerlo es ella.
-Oye, Castle –susurra, y él se decanta por mirarla. Dubitativo, pero lo hace. Y cree que es totalmente adorable cuando la ve con esa timidez-. Gracias.
-¿Gracias? ¿Por qué?
-Por esto –señala los helados-. Últimamente me he comportado como una gilipollas, como si tuvieras la culpa de todo. Y no sé, no he estado muy fina –traga saliva, apartando la vista durante unos segundos-. Creo que nunca podré agradecerte como de verdad te mereces todo esto.
-¿Y qué es esto?
-Que estés a mi lado. Que me sigas aguantando y todavía te queden fuerzas para seguir trayéndome un café cada día.
Castle no dice nada, solo sonríe. Beckett parece que prefiere no tocar lo que ha pasado antes y él, en parte, agradece ese gesto. Sus ojos oscilan entre ella y el helado, mandando el mensaje. Se están empezando a derretir y espera a que ella también se dé cuenta. Sonríe, cogiendo la cuchara y, cuando el escritor vuelve a prestarla atención, la observa imitándole. Como antes, comiendo como una fiera y soltando de vez en cuando algún “mmm”. Y en ese momento, sabe que ha triunfado quizá no en todos los sentidos, pero sí en casi todos.
En algún momento, un “siempre” sale de su boca. Totalmente inconsciente. Y cuando lo hace, Beckett se detiene un momento, para sonreírle. No como siempre, esta vez es especial. Hay algo en su sonrisa. Algo diferente e inexplicable.
Cuando vuelve a lo suyo, Castle jura que se siente como un dios.
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Y graciaaaaaaas por todos los comentarios! <333 Mañana más!
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Día 13: Helado
Castle sabe que ella lo va superando. Que vuelve a crecer poco a poco y a despojarse de todos sus miedos. Está orgulloso, realmente lo está, y cada vez que la ve sonreír él también se crece un poco más y siente que puede bajar la guardia.
Pero aún no está bien. Y cuando Beckett no está bien, Castle no se ve capaz de dormir con la conciencia tranquila. En lugar de eso, se pone a dar vueltas sobre su mismo, revolviendo las sábanas. Y solo consigue darse un poco más de trabajo al día siguiente cuando se meta en una guerra con su propia cama, y no acabe de hacerla hasta que se haya llevado, por lo menos, quince minutos.
Pero ese día tiene una idea. Una idea que no espera que funcione. De hecho, ni siquiera espera que Beckett acceda a llevarla a cabo, pero tiene que intentarlo. Por eso, cuando deja pasar el día entero en la comisaría, sin presionarla demasiado –es como una especie de procedimiento que Castle hace cuando espera que la detective no acabe muy cansada de él- antes de despedirse de ella la agarra de la muñeca. Ella se da la vuelta, mirándola con interrogación.
Y el momento se vuelve incómodo, así que Castle la suelta rápidamente. Luego se rasca un poco el cuello, dubitativo y le pregunta:
-¿Haces algo esta noche?
Beckett arquea una ceja- ¿Estás intentando tontear conmigo, Castle?
-¡No! –contesta rápidamente, y seguro que Beckett se ha dado cuenta de cómo le tiembla el labio. Nada bueno- No. Es solo que… –intenta buscar las palabras correctas, no es el momento de hacerse el valiente y soltar por esa boca todo lo que pasea por su mente. Beckett aún está convaleciente- quiero enseñarte algo.
Castle se espera un “no” rotundo. Y sin la típica excusa mínima para parecer cordial. De hecho, ya está a punto de darse la vuelta porque han pasado diez segundos y Beckett sigue mirándolo con esa cara de desconcierto y parece que en cualquier momento le va a mandar a la mierda. Pero luego sonríe, con sinceridad aparentemente, el rostro de Castle se ilumina y reza para que no le suelte una de las suyas.
-¿Debería tener miedo? –suelta, desafiante, pero suena segura. Castle bufa, sonriendo también. Es Kate, después de todo. Y casi se alegra de que todavía le quede un poco de esa ironía tan propia de ella. No es su Beckett sin ese ápice de humor negro.
-Solo si eres alérgica a todo lo que te pueda producir un orgasmo gastronómico. Espero que no porque entonces me vas a chafar lo que te tenía preparado.
Beckett se dirige hacia el ascensor, echándole una última mirada antes de darle la espalda, ese tipo de mirada con esa sonrisa dibujada en los labios. Esa sonrisa que era capaz de hacer que todo su organismo colapsase y se sintiera entre la frontera entre lo real y subjetivo. Con esa magia marca Beckett.
-Conduzco yo, escritor.
---
Cuando entran por la puerta, se encuentran a Martha y Alexis. Por la forma que se levantan, parece que les estaban esperando. Entonces a Castle solo le basta con lanzarles una mirada para iniciar la comunicación no-verbal familiar. Y ellas asienten, dirigiéndose hacia Beckett para saludarla con abrazos, como si la estuvieran consolando y el escritor reza para que no parezca todo demasiado sobreactuado y agotador. Pero Beckett sonríe, parece feliz y que se siente en un lugar acogedor, y eso le relaja. Tanto que suspira, tranquilo y provoca que ella le mire con extrañeza. Él solo niega con la cabeza.
Martha y Alexis se dirigen escaleras arriba, todo parece planeado. Cuando Castle ve que gozan de toda intimidad, se va hacia el frigorífico, gritando antes un “gracias por los helados” al aire, obteniendo un “de nada” prácticamente al unísono por parte de las dos.
-¿Helados? –pregunta Beckett, con curiosidad- ¿Qué me vas a hacer, Castle?
Cuando termina de sacar todas las tarrinas del congelador y colocarlas casi por orden sobre la encimera, se vuelve hacia ella- En mi familia tenemos una especie de ritual –la detective no dice nada, solo inquiere con la mirada y Castle capta el mensaje-. Cada vez que estamos un poco de… bueno, ya sabes, capa caída –explica entre dientes, quitando las tapas a cada tarrina. Intenta moderar sus palabras, procurando no adentrarse demasiado en su espacio personal- hacemos una cata de helados. Parece una tontería, pero ayuda muchísimo.
-¿Capa caída? –pregunta Beckett, divertida- A saber qué habrás hecho.
Castle no dice nada. Solo la mira, a los ojos. Y en medio de esa extraña telepatía, Beckett empieza a ser receptiva y su expresión cambia. El escritor puede apreciar cómo traga saliva, como agacha su cabeza rompiendo el contacto visual, y empieza a preguntarse si ha hecho lo correcto. Si no la ha cagado hasta el fondo, lo último que quiere es crear otra cortina de humo.
-Beckett, yo… Si no quieres… Vamos que… yo lo entiendo –Castle se siente todo un idiota tartamudeando por los nervios. Beckett se muerde el labio, medio soltando una carcajada. Parece triste. Sus ojos dicen que está triste, pero si se las apaña para reír la cosa no puede ir tan mal.
-Espero que tengas de chocolate. O café –y él también sonríe, sacando dos cucharas del cajón y cediéndole una.
-Sí, está ahí –señala.
Beckett al principio empieza tímida, insegura. Coge de poco a poco, un poquito, prácticamente no llega ni a la mitad de la cuchara. Y a Castle le exaspera toda esa parsimonia. Resopla, riéndose.
-Beckett, realmente son para ti. No tienes por qué comértelos con cuentagotas. Vamos, una cata no tiene por qué ser refinada.
Y Castle da ejemplo devorando como un animal todo helado que se encontraba por delante. Supone que lo hace de una manera demasiado grotesca e incivilizada porque Beckett empieza a reírse, mirándolo. Los modales, cuando hay hambre en juego o una suculencia notablemente valiosa, dejan de existir para él.
-Pareces un animal, Castle –dice, entre carcajadas. Castle se muere por dentro cuando la ve así, riéndose tan feliz. Sobre todo porque es él el que hace que se ría así. Y se siente que puede con todo con esa imagen.
-Aún no has visto nada –a pesar de haberlo dicho con toda la inocencia de la que es capaz de hacer uso, a esa frase cualquiera le encontraría su doble sentido. Y en el fondo se arrepiente, así que sigue comiendo, esperando a que Beckett haga lo mismo.
Y en algún momento, no puede porque ella le ha agarrado por el brazo. Le atrae todo lo que le permite la encimera, mirándole con comicidad, suspirando.
-Pareces un niño pequeño. Deberías mirarte en un espejo cuando haces eso, Castle.
-Me encanta el helado. En serio, me encanta.
-Y como te encanta te pones como un cerdo –cuestiona, suspicaz. Y Castle finge estar ofendido, pero la situación no le deja, entre la inexplicable expresión de su compañera y las pintas que tienen que tener él, los dos se echan a reír.
Cuando se vuelven a mirar, Beckett vuelve a fijarse detenidamente en su rostro. Se acerca más, murmurando un “deja que te quite eso”. Y acerca su dedo pulgar al mentón, quitando los restos de helado, para luego subir hacia su labio inferior. Y tras pasar su dedo dos o tres veces hay un breve momento de conexión y lo pasa una cuarta vez, lentamente. Pero sin fijarse en el helado concretamente, sino en el labio. Y Castle la ve haciendo eternos viajes desde sus labios a sus ojos, constantemente. Rick se siente viviendo una especie de déjà vu y el ambiente, repentinamente, empieza a saturarse, obligándoles a respirar su propia incomodidad.
Pero Beckett no se separa. Solo posa su dedo ahí. Parece que va a murmurar algo, y Castle también. El escritor siente que ha perdido el don del habla y solo se queda quieto, dejando que su propia fuerza de atracción actúe sobre ellos. En ese momento, piensa que hasta las propias leyes de la física han sido creadas para volverles locos.
Él juraría que ella se acerca, y también juraría que por inercia propia, él capta el mensaje y se vuelve a acercar. Y el dedo de la detective se desliza desde sus labios hacia el cuello de su camisa. Y están tan, tan cerca que casi puede memorizar con cierta exactitud a qué velocidad respira Beckett.
Pero el ruido de alguien bajando por las escaleras rompe la magia, y ellos se separan. Castle se pregunta qué mierdas había sido eso mientras dirige su atención ahora hacia la escalera. Tiene la espalda húmeda, supone que estará sudando la gota gorda. Como para no.
-Papá, me voy –avisa Alexis, antes de salir por la puerta. Parece que el don de la inoportunidad se transmite de padres a hijos también, piensa Castle. Luego suspira, nervioso y se ve poco capaz de volver a establecer el contacto visual con Beckett. Ha sido demasiado raro.
Pero la que se aventura a hacerlo es ella.
-Oye, Castle –susurra, y él se decanta por mirarla. Dubitativo, pero lo hace. Y cree que es totalmente adorable cuando la ve con esa timidez-. Gracias.
-¿Gracias? ¿Por qué?
-Por esto –señala los helados-. Últimamente me he comportado como una gilipollas, como si tuvieras la culpa de todo. Y no sé, no he estado muy fina –traga saliva, apartando la vista durante unos segundos-. Creo que nunca podré agradecerte como de verdad te mereces todo esto.
-¿Y qué es esto?
-Que estés a mi lado. Que me sigas aguantando y todavía te queden fuerzas para seguir trayéndome un café cada día.
Castle no dice nada, solo sonríe. Beckett parece que prefiere no tocar lo que ha pasado antes y él, en parte, agradece ese gesto. Sus ojos oscilan entre ella y el helado, mandando el mensaje. Se están empezando a derretir y espera a que ella también se dé cuenta. Sonríe, cogiendo la cuchara y, cuando el escritor vuelve a prestarla atención, la observa imitándole. Como antes, comiendo como una fiera y soltando de vez en cuando algún “mmm”. Y en ese momento, sabe que ha triunfado quizá no en todos los sentidos, pero sí en casi todos.
En algún momento, un “siempre” sale de su boca. Totalmente inconsciente. Y cuando lo hace, Beckett se detiene un momento, para sonreírle. No como siempre, esta vez es especial. Hay algo en su sonrisa. Algo diferente e inexplicable.
Cuando vuelve a lo suyo, Castle jura que se siente como un dios.
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Y graciaaaaaaas por todos los comentarios! <333 Mañana más!
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