In dubio pro reo [COMPLETO]
+38
Caskett(sariita)
28Caskett
madigo03
Teresita_yocastle$$NYPD
nusky
Verispu
asita24
treinta y uno
laurichitorres10
Castlefica
Anita-C&Kalways
Delta5
castle&beckett..cris
AlwaysSerenity
_Caskett_
MARIAFV
caskett_10fogue
erikal
Ruth Maria
lovecastlebeckett
evaelica2
lovecaskett
choleck
Carelyn
castle4ever
forever23
SaraS17
cururi
rubiodav
agecastbet
saratheplatypus
Yaye
Laura413192
KateC_17
Kynu
xisaa
Anver
ZOMAtitos&Oreos
42 participantes
Foro Castle :: OffTopic :: Fan Fics
Página 19 de 20.
Página 19 de 20. • 1 ... 11 ... 18, 19, 20
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Perfecto, me encanta esta historia, continua cuando puedas.
Delta5- Escritor - Policia
- Mensajes : 10286
Fecha de inscripción : 30/07/2012
Localización : Ciudadano del Mundo
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
A partir de ahora los capítulos serán un poco más largos de lo normal
¡Espero que os guste! Ya sabéis qué hacer cuando terminéis de leer *guiño guiño codazo codazo*
Kate Beckett recuperó la consciencia poco a poco. Abrió los ojos encontrándose sumida en la más absoluta oscuridad y comprobó que le habían puesto cinta americana en la boca para que no gritara. Trató de moverse, con cautela, su cabeza bombeando de dolor por los efectos secundarios del cloroformo. Su boca estaba pastosa, seca y con un sabor asqueroso… Algo se clavó dolorosamente en la piel irritada de sus muñecas y gimió, arqueando la espalda para no apoyar su peso contra ellas, los pies también atados. Con la movilidad limitada, rodó para colocarse boca abajo en lo que supuso que era la parte trasera de una camioneta dada su amplitud, los botes que daba y el rugir del motor. ¿O eran sus oídos? No lo sabía, solo tenía en mente una cosa: averiguar dónde estaba, quiénes la habían llevado allí y qué planes tenían para ella.
Apretando los dientes y ejerciendo fuerza, todo su cuerpo quejándose, luchó contra los restos de la droga que la tenían adormilada. Encogió las piernas bajo su cuerpo ladeando la cara para no hacerse daño, su mejilla raspándose contra tela. Frunció el ceño y entonces fue consciente de que le habían puesto una capucha para que no viera, de ahí el aspecto azulado de la oscuridad que la rodeaba. Sacudió la cabeza mientras la frotaba contra el suelo de la camioneta, notando como, poco a poco, la tela se iba deslizando, liberando su boca, a la que le siguió la nariz y finalmente, con un giro brusco, se deshizo de la capucha.
Su intuición había sido correcta: estaba en un vehículo. Se colocó de rodillas, inestable, su equilibrio trastocado por las extremidades atadas y el cloroformo. La cabeza le daba vueltas vertiginosamente y hacía todo más difícil. Retorció las manos a su espalda y enseguida aspiró con fuerza al notar un líquido caliente deslizarse desde sus muñecas hasta sus dedos. Intentando mover los brazos lo mínimo posible para que el plástico que le apresaba no se clavara más en su carne, miró a su alrededor en busca de algo con lo que liberarse, pero el maletero estaba impoluto, no había siquiera un borde serrado o un tornillo olvidado. Sin dejar que eso la desanimara, se quedó totalmente quieta al oír hombres hablando en la cabina de la camioneta. Como pudo, se arrastró cual gusano hasta la pared y pegó la oreja. Sus voces se oían distorsionadas y hablaban en ruso con fluidez, pero Beckett no entendió una sola palabra, aún tenía su cerebro sumido en una niebla de confusión.
El coche dio un brusco bandazo, inclinándose hacia atrás para subir una empinada cuesta. La detective, cogida por sorpresa, se vio propulsada contra la puerta trasera, golpeándose dolorosamente al no tener con qué amortiguar la caída. Cuando el terreno se normalizó, quedó de nuevo tumbada en el suelo, algo atontada; pero el motor dejó de rugir y la camioneta se quedó quieta así que se forzó a sí misma a estar alerta. Puso todos sus músculos en tensión y se preparó.
Las puertas se abrieron de golpe, sobresaltándola a pesar de todo, y un par de hombres muy anchos de espalda, vestidos totalmente de negro y musculosos, alargaron sus brazos hacia ella, agarrándola con fiereza. Un quejido escapó de la garganta de la detective cuando chocó contra el suelo.
- Обложка голову до тех пор, пока вы видите, где мы находимся – le gritó uno al otro.
Inmediatamente, el aludido trepó dentro del maletero y Beckett volvió a quedar sumida en la oscuridad de la capucha. Maldijo silenciosamente, no le había dado tiempo a mirar a su alrededor, solo había visto la tierra marrón contra la que la habían tirado. Uno de los hombres la agarró por la parte trasera de la sudadera, tirando de ella para que se levantara. Inestable, se colocó sobre la planta de los pies, preguntándose cómo esperaban que anduviera si tenía las piernas atadas. Ellos debieron de pensar lo mismo porque pronto sus pies dejaron de tocar el suelo mientras se veía lanzada hacia arriba y luego de cabeza contra el suelo de nuevo. Su instinto fue el de estirar las manos para sujetar su cuerpo y sus muñecas protestaron ante el brusco tirón, sangrando con más fuerza, pero el golpe nunca llegó. La detective contuvo un gemido de dolor mientras el hombre que la había cogido en brazos la colocaba sobre su hombro, una mano en sus muslos para agarrarla.
Todo su mundo comenzó a bambolearse cuando el hombre emprendió la marcha. Oyó saludos en ruso e inglés, el ruido de puertas abriendo y cerrando, el golpeteo de las botas contra las escaleras y, de repente, ya nada la sujetaba. Cayó contra el suelo, el aire saliendo de sus pulmones bruscamente, pero algo amortiguó el golpe. Con las manos apresadas tras la espalda, palpó la superficie bajo ella y vio que estaba tumbada sobre un fino colchón, parecido a la colchoneta que Castle había comprado en Barbados.
Le quitaron la capucha, la tela raspando contra su cara, su pelo alborotado y cargado de electricidad estática. Sacudió la cabeza para librarse de los mechones que habían ido a parar ante su cara e inmediatamente giró sobre sí misma para reconocer la habitación. Era un frío sótano de paredes de cemento y, por lo tanto, grises; llenas de manchas de humedad y sin decoración alguna. No había nada más que el colchón sobre el que Beckett había caído y una gran puerta de madera, gruesa y con relucientes cerraduras; sin ventanas o aberturas al exterior, la única luz procedía de una pobre bombilla suspendida de un cable deshilachado. No pudo evitar que un estremecimiento recorriera su cuerpo cuando sintió una fuerte mano cerrarse en torno a su brazo y tirar de ella hacia arriba arrancándole un quejido.
- Con cuidado, Brutus – pidió un hombre en inglés.
La detective giró hacia el sonido de la voz y vio al que le había sacado la foto. Gruñó, ya que la cinta apresando sus labios no le dejaba hacer nada más.
- Veo que ya me reconoces – el hombre sonrió sin inmutarse. Con un gesto de la mano del líder, Brutus sacó unos alicates y cortó las tiras de plástico de las muñecas y pies de Beckett. Ésta movió los hombros, agradecida, y se miró las heridas que adornaban sus brazos. Aprovechando su cercanía, sus verdes ojos recorrieron el cuerpo del líder, fijándose en su impoluto traje, las gafas de sol agarradas en una cuidada mano, las uñas perfectamente recortadas y limpias. Era moreno, alto y delgado, con penetrantes ojos negros y sonrisa brillante. Le habría parecido atractivo en otras circunstancias… En Barbados le envolvía un halo de misterio pero ahora desprendía algo que hacía tensarse a Kate, todos sus sentidos gritando "¡Peligro! ¡Aléjate!".– Ahora mando a alguien para que te cure eso.
Los ojos verdes de Kate debieron de mostrar confusión porque el hombre soltó una risa floja y se acercó a ella, acariciándole una mejilla a pesar de que la joven se apartó de su mano. Entonces arrancó de golpe la cinta que mantenía los labios de la detective apresados. Ésta cogió aire bruscamente y se llevó una mano a la boca dolorida.
- No queremos hacerte daño – susurró.
Beckett soltó lo que pretendía ser una risa escéptica seguida de un resoplido.
- Tenéis una forma única de demostrarlo.
El hombre perdió el interés en ella y se giró para encarar a los cuatro hombres, Brutus entre ellos, que rondaban por la puerta.
- Кто-нибудь знает, что она исчезла? – les preguntó.
Kate fingió que no les entendía, aunque sabía lo que había dicho perfectamente. Esperó a la respuesta con el corazón encogido en un puño.
- Niet.
Sintió que las fuerzas le abandonaban el cuerpo y se dejó caer contra el colchón. Nadie se había dado cuenta de que había desaparecido… Tratando de mantener la mente fría y la compostura, aguzó el oído para no perderse ni una sola palabra de la conversación. El hombre trajeado estaba preguntando algo sobre unas cámaras de vigilancia cuando uno de los matones entró corriendo en la habitación con un iPad en las manos. Su urgencia atrajo la atención de todos.
- Hay alguien en su apartamento – explicó señalando a la detective con la barbilla.
- ¡En ruso, idiota! – le espetó el líder mientras le arrebataba la Tablet de las manos. Frunciendo el ceño, contempló la pantalla hasta que una sonrisa torcida apareció en su rostro. A Beckett no gustó el aspecto de su sonrisa.
El hombre se acercó hasta ella y le mostró las imágenes en directo de una cámara oculta en el pasillo de su edificio. La detective sintió que su corazón dejaba de latir cuando reconoció la ancha espalda del hombre apoyado contra la puerta de su apartamento. ¿Qué hacía Castle allí?
El escritor alzó una mano y, por su gesto, parecía que aquella no era la primera vez que llamaba. Los segundos pasaron pero nadie respondió. Con un resoplido, miró a ambos lados del pasillo antes de sacar algo de su bolsillo. Su cuerpo bloqueaba lo que estaba haciendo y Beckett contuvo la respiración, a la espera. El reloj avanzó unos segundos más antes de que la puerta del apartamento de la detective se abriera de par en par y Castle entrara echando un último vistazo por encima de su hombro.
El hombre del traje ya no lucía tan contento. Se giró bruscamente y comenzó a espetar órdenes a sus hombres. La puerta de madera se cerró con un golpe detrás de él y Beckett oyó los múltiples cerrojos corriéndose al otro lado. Se dejó caer contra el colchón, luchando contra las lágrimas.
Sí, Castle estaba en su apartamento, pero ella no había tenido tiempo para dejar una nota que dijera "Hey, me están secuestrando". Sintiendo la desesperación extendiéndose sobre ella como un manto, se hizo una bola y se quedó allí inmóvil a la espera del próximo movimiento de sus captores.
-.-.-.-.-.-.-
Había dudado mucho si hacerlo o no pero al final la desesperación había pesado más que el sentido común. Sacando las ganzúas de mi bolsillo, no había tardado nada en doblegar la simple cerradura del apartamento de la detective y, comprobando que nadie me observaba, había entrado sigilosamente. Mi mirada recorrió el piso en busca de signos de lucha pero estaba todo en su sitio.
Entré en el salón y lo primero que captó mi atención fue la mesita de centro llena de papeles y con una copa de vino descansando intacta sobre ella. Me acerqué, mi nombre escrito en la tapa de una caja de cartón actuando como un imán sobre mí. Removí el conjunto de informes e imágenes en busca de algo que me diera una idea pero pronto me di cuenta de que todo estaba relacionado conmigo. Teniendo en cuenta que no había nada nuevo, no podía ser que Beckett hubiera salido a perseguir una pista. Mis ojos tropezaron de nuevo con la copa de vino y la sensación de que algo no iba bien aumentó.
Entré en su habitación sintiendo una ligera opresión en el pecho. Me reprendí a mí mismo por sentirme cohibido, tampoco es que fuera a rebuscar en sus cajones de ropa interior, estaba intentando ayudarla. La cama estaba intacta y la colcha helada, no parecía que hubiera dormido allí en ningún momento. Dando un rodeo, vi un cúmulo de ropa mojada en el cesto que coincidía con la ropa que, según Johanna, había llevado Beckett al salir del hospital. Hice memoria y recordé que ayer había llovido con fuerza, yo mismo había acabado empapado. Fui reconstruyendo los pasos de la detective mentalmente: salió del hospital y caminó hasta su casa, a tan solo unas cuantas manzanas de distancia; llegó, se cambió de ropa por algo seco, se sirvió el vino y se puso a revisar mi caso. Hasta ahí todo bien.
Volví al salón guiado por algún impulso irracional. No sabía qué buscaba, solo tenía la sensación de que la pieza clave estaba allí. Repasé la estancia una y otra vez a pesar de que nada indicaba que hubiera habido una lucha y estaba seguro de que Beckett no se dejaría atacar sencillamente, plantaría cara y pelearía. A no ser que la dejaran fuera de combate, susurró una voz en mi cabeza mientras mis ojos volvían solos a la copa de vino. La cogí entre los dedos, olfateando para ver si captaba algo raro, pero no me atreví a probarla, no fuera a ser. Agachándome para depositarla de vuelta en la mesa, algo captó mi atención por el rabillo del ojo. Todavía en esa posición, inclinado hacia delante, giré sobre mis talones y vi el borde de una hoja sobresaliendo de debajo del armario que la detective tenía en el recibidor.
Picado por la curiosidad pero más por la necesidad de responder a mis muchas preguntas, me acerqué cautelosamente y recuperé lo caído. Noté que era demasiado grueso para ser un papel y, al girarlo, la respiración se me quedó atascada en los pulmones. Inmediatamente, imaginé a la detective tratando de huir hacia la puerta pero alguien siendo más rápido que ella, el mismo alguien que le había sacado esa foto con la ropa mojada. ¿Y si no quería ir a la puerta? ¿Y si buscaba algo? Abrí el primer cajón del mueble y encontré facturas, cartas sin abrir, un par de llaves de repuesto y un paquete de clínex. En el segundo había chicles y un fular. Pero el tercero hizo que todo cobrara sentido.
Metí la mano y saqué la Glock, probablemente una de repuesto. Sintiendo su pesadez y el frío que desprendía, fui consciente de que Beckett realmente se encontraba en problemas. Con la foto en la mano, cogí el móvil.
- Comisaria 12 de New York, ¿en qué puedo ayudarle? – contestó la aburrida y grave voz de un hombre.
- Buenas tardes, ¿me puede poner con el Detective Esposito, del Departamento de Robos?
- Un momento, por favor – resopló el recepcionista.
Me quedé escuchando la quinta sinfonía de Beethoven mientras procesaban mi llamada.
- Esposito.
- Hola, soy Castle – saludé, aliviado.
- Oh, eh, hola – replicó el detective cogido por sorpresa. - ¿Necesitas algo?
- Yo no, Beckett sí.
- ¿Qué?
- La han secuestrado, Esposito, la estaban vigilando.
- ¿Cómo lo sabes? – inquirió el latino. Noté el cambio en su voz, estaba serio y centrado totalmente en mí.
- Estoy… Em, entré en su apartamento y había una foto.
- Voy para allá – espetó el detective decidiendo hacer caso omiso a mi allanamiento de morada.
- No, no, mejor quedemos en otro sitio, probablemente tengan esto vigilado.
Tras acordar encontrarnos en el Luigi's una hora más tarde, colgué y me guardé la foto dentro del abrigo. Era un movimiento absurdo si tenían cámaras en la casa pero, como no podía asegurarlo, preferí tomar precauciones. Estaba a punto de salir por la puerta cuando oí un ruido familiar: alguien estaba llamando a mi teléfono desechable.
Frunciendo el ceño, me acerqué a la caja de zapatos que le había dado a Beckett y que descansaba, intacta, sobre la mesa junto con el resto de papeles. La pantalla del móvil estaba iluminaba y vibraba sonoramente. Lo cogí, dudando si contestar o no.
- ¿Sí?
- Linterna Verde, ¿verdad? – preguntó una voz extrañamente familiar.
- Sí.
- Quedamos en que volvería a contactar contigo cuando volvieras a New York.
Aquello pulsó un interruptor en mi memoria y recordé la llamada que había recibido en Barbados mientras iba en el coche con Beckett, pero aquello no me libró de la sensación de que a esa voz la conocía de algo.
- Lo recuerdo.
- ¿Sigues interesado?
- Contéstame a algo primero, ¿cómo sabes que he vuelto? – pregunté con los ojos entrecerrados.
- Hay cierto paparazzi obsesionado con captar cada uno de sus movimientos, Richard Castle – replicó el hombre, remarcando especialmente mi nombre. Me quedé congelado donde estaba, apenas respirando. – Tengo un trato que proponerte.
- Te escucho – mi voz era fría como el témpano, mi mano tensa alrededor del móvil.
- No es algo que se pueda discutir por el móvil.
- Va a tener que ser así.
- Oh, vamos, ¿qué tienes que esconder? – preguntó. Me quedé en silencio, reflexionando.
- Está bien. ¿Dónde y cuándo? – inquirí.
- Reúnete conmigo una hora después de la puesta de sol, muelle 8.
Sin dejarme contestar, el hombre colgó y me quedé mirando el teléfono con desconcierto. ¿Qué demonios acababa de pasar? Sacudí la cabeza para despejarme y salí del apartamento de Beckett con la cabeza llena de más preguntas de las que tenía antes.
-.-.-.-.-.-.-
La puerta del Luigi's tintineó cuando la abrí para entrar, sacudiéndome las gotas de agua que habían quedado suspendidas en el tejido impermeable de mi cazadora. Revolviéndome el mojado pelo, paseé mi mirada por el bar / restaurante.
Un hombre de mediana edad, moreno de piel y vestido con una cazadora de cuero levantó una mano ligeramente desde la mesa que más lejos estaba de la puerta. Le acompañaba un rubio pálido de ojos azules con todo el aspecto de irlandés. Me acerqué a la barra para pedirle al camarero una Coca-Cola antes de sentarme frente a ambos detectives. Mirando disimuladamente por encima de mi hombro mientras me quitaba la cazadora, comprobando que nadie nos había seguido, saqué la foto de del bolsillo interior de la chaqueta y se la tendí a ambos hombres.
Sus frentes se llenaron de arrugas de preocupación y el que supuse que era Ryan sacó una pequeña libretita.
- ¿A qué hora notaron que no estaba? – preguntó confirmando mis sospechas sobre su identidad. Reconocía su voz de las múltiples llamadas telefónicas.
- No lo sé, esos detalles tendrás que preguntárselos a su madre.
El detective asintió y entonces Esposito intervino.
- ¿Tienes alguna idea de quién puede estar detrás de esto?
- Puede que sí. De camino a aquí se me ocurrió que quizá está relacionado con nuestra investigación en Barbados.
- ¿Por el allanamiento en casa del alcalde? – inquirió el latino desconcertado.
- Es mucho más que eso. La mitad de los que componían ese grupo pertenecían a la banda que entró en mi casa cinco años atrás.
- ¿Los que mataron a tu hija? – la entonación fue en forma de pregunta pero su forma de asentir la cabeza daba la impresión de que no necesitaba confirmación alguna.
- Esos mismos. Los últimos días que pasamos en la isla descubrimos varias cosas y quizá alarmamos al cabecilla.
- ¿Y no tenéis ni idea de la identidad del líder? – intervino Ryan sin levantar la mirada de su libreta.
- No, pero es alguien con poder.
- Cómo la mayoría, Castle.
Eché una mirada por el rabillo del ojo a la calle y comprobé el reloj, viendo que el sol estaba poniéndose ya.
- ¿Hay algo en especial que quieras contarnos? – preguntó Esposito, notando mi súbito nerviosismo.
- Creo que eso es todo – contesté escuetamente.
- ¿Seguro?
- Totalmente.
- Eres consciente de que cuánto más sepamos, más pronto la encontraremos, ¿verdad?
- Sí – repliqué con los ojos fijos en los del latino. Éste asintió lentamente, sin presionarme más. – Tengo que irme – mascullé. – Llamadme si encontráis algo, por favor.
Dejé un billete sobre la mesa que pagaba las consumiciones de los tres y salí prácticamente corriendo del restaurante.
- Al puerto, por favor – pedí mientras cerraba con fuerza la puerta del taxi.
Llegué con algo de antelación a la cita, pero era algo planeado. Quería comprobar los alrededores primero, explorar posibles vías de escape y asegurarme de que no era una trampa. Que hubiera elegido el puerto de todos los sitios en los que podía concertar una reunión no me inspiraba confianza, aunque, de todos modos, un hombre capaz de averiguar mi verdadera identidad no era digno de confianza. En el muelle ocho no había nada más que dos viejos cobertizos llenos de barcas medio rotas. Sintiendo el tranquilizador peso de la Glock de Beckett en el bolsillo de mi cazadora, me apoyé contra el lateral de uno de los cobertizos, sumiéndome en las sombras.
Oí el ruido de las llantas del coche hacer crujir la grava del suelo. El sonido de una puerta abriéndose y cerrándose seguido por pasos acercándose me pusieron en alerta. Tensé el cuerpo aunque conseguí mantener una posición aparentemente relajada. Un hombre alto y delgado rodeó una de las esquinas del cobertizo, mirando al callejón y no viéndome, como yo quería, se apoyó contra la madera mientras echaba un vistazo al reloj y resoplaba con condescendencia. Tanteó el bolsillo de su traje y sacó un paquete de cigarrillos, colocándose uno entre los labios y acercando el mechero a la punta. Antes de que la llama tocara el cigarro, alcé la voz, haciendo que se sobresaltara.
- Fumar mata – comenté haciendo un ligero movimiento para que me viera pero sin abandonar mi posición.
- Es un mal vicio – replicó, guardándose el mechero aunque dejando que el pitillo colgara, apagado, de sus labios. – Pensé que llegabas tarde.
- Yo nunca llego tarde.
Con paso desenfadado se acercó hasta donde yo estaba.
- Ahí es suficiente – le paré, con voz cortante. Él sonrió pero dejó de andar.
- ¿De qué te escondes? Ya sé quién eres – dijo. Algo en su entonación hizo que un torrente de recuerdos viniera a mi mente, recuerdos de la noche en la que mataron a Alexis. Luché por concentrarme.
- Es un mal vicio – imité.
Se encogió de hombros con aparente desinterés. Ahora que estaba dentro del callejón y ambos cobertizos cubrían la pobre luz de las farolas, su figura se recortaba contra las sombras, menos espesas que en las que yo me escondía. Había algo en él que me resultaba dolorosamente familiar.
- ¿Cuál es el trato? – pregunté queriendo salir corriendo de allí lo más rápido posible.
- Verás… – movió la mano en la que tenía el cigarrillo, devolviéndolo a la boca. – Tú haces un pequeño trabajo para mí, fuera de tu ámbito habitual, y yo no revelo tu identidad.
- Define "fuera de mi ámbito" – le exigí, desconfiado, moviéndome silenciosamente. Él no se dio cuenta y siguió mirando hacia donde creía que estaba yo.
- Normalmente robas piezas de arte, yo te estoy hablando de fuegos artificiales, C4.
- ¿Quieres que robe C4? – inquirí extrañado. Percibió que mi voz venía de un lugar diferente y recolocó su cuerpo.
- No, quiero que hagas volar por los aires un apartamento.
Me quedé pasmado y el hombre debió de notarlo porque soltó una suave carcajada. Llevándose de nuevo el cigarro a los labios, metió la mano en el bolsillo para coger el mechero, pero no lo encontró. Siendo mi turno de sonreír, me acerqué a él y tendí la mano convertida en un puño. Con una floritura, la abrí y revelé su mechero.
- Eres bueno – concedió el hombre con una sonrisa torcida mientras lo recuperaba.
En medio de la oscuridad, su mechero fue como encender una hoguera. Se acercó la llama a la punta del cigarrillo y la luz jugó con las sombras de su cara de una forma que yo ya había visto antes, en el mismo ángulo, pero en circunstancias muy diferentes. Reconocerle fue como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago, dejándome sin aire.
Dejando escapar un grito de pura rabia, me lancé contra él con todas mis fuerzas. Pillándole desprevenido, trastabillamos hasta que chocamos contra una de las frágiles paredes del cobertizo de la izquierda. Las tablas se vinieron abajo y ambos caímos al suelo entre botes viejos.
- ¡Tú! – grité cerrando la mano en un puño y estampándoselo contra la cara. El crujido que produjo su nariz bajo mi mano fue tan satisfactorio que ignoré las punzadas que lanzaron mis nudillos en protesta. - ¡Cabrón!
Se quedó ligeramente desconcertado, la sangre le manaba a borbotones, empapándole los labios y manchándole la impoluta camisa blanca. Masculló algo en ruso y eso desató una nueva oleada de recuerdos. "Lamento su pérdida, Señor Castle…, dijo el hombre desde las sombras, con la sonrisa traspasándose a su voz al oír mi grito."
- ¡Tú la mataste, hijo de…! – me vi interrumpido por un puño que golpeó contra mi mandíbula, aprovechando mi distracción. La cabeza me zumbaba y la boca me sabía a sangre.
Dos pares de manos agarraron mi cazadora y tiraron de mí con fuerza suficiente como para levantarme del suelo. Me revolví y logré a darle a uno con el codo en la boca, metiendo con rapidez la mano en el bolsillo de la chaqueta para sacar la Glock. Pero no estaba. Maldiciendo, busqué con la mirada pero debía de estar enterrada entre los escombros del cobertizo. Dispuesto a no darme por vencido, me lancé a los restos de madera, arañándome los antebrazos mientras levantaba los trozos, la desesperación alimentándome.
Mis dedos se cerraron alrededor de la fría culata del arma justo cuando uno de los matones se abalanzaba sobre mí. El sonido del disparo resonó y rebotó en cada rincón del puerto, asustando a las gaviotas que remoloneaban por ahí.
-.-.-.-.-.-.-
- Tío, ¿estás seguro de esto? – preguntó por vigesimoquinta vez Ryan.
Su compañero le chistó para que se callara mientras acercaba de nuevo los prismáticos a sus ojos. Unas gafas de visión nocturna habrían hecho un mejor servicio dada la oscuridad del puerto pero el Departamento de Policía de New York no contaba con esos recursos.
- Tú le has visto, nos oculta algo – contestó finalmente el latino dando un sorbo a su, todavía muy caliente, café. Abrió y cerró la boca varias veces, cogiendo aire para aliviar la quemazón.
- ¿Y si está buscando una puta? ¿O un puto?
- Tío, no hables así del exnovio de Beckett – dijo Esposito poniendo cara de asco.
- Oye, solo opino que quizá no es de nuestra incumbencia.
- Mientras mi compañera siga desaparecida, todo es de nuestra incumbencia – replicó el moreno.
Ryan alzó las manos en señal de rendición, no podía rebatir eso. Cogiéndole los prismáticos de las manos al detective, se los llevó a los ojos.
- Hay movimiento, parece una pelea – informó.
- Déjame ver.
- ¡Estoy yo!
- ¡No seas crío!
Ambos policías se pusieron a discutir sobre quién debía ponerse a mirar por los prismáticos, apoyando sus argumentos con pequeños empujones. Entonces el claro sonido de un disparo les hizo callar abruptamente. Con solo una mirada, ambos supieron qué tenían que hacer.
Salieron corriendo del Crown Victoria, linterna en mano, viendo cómo las gaviotas echaban a volar, asustadas. Oyeron las ruedas de un coche chirriar contra el asfalto y un todoterreno negro pasó a todo gas junto a ellos, obligándoles a tirarse al suelo para no ser atropellados. Esposito se levantó con rapidez pero estaba demasiado oscuro y el coche ya se había alejado mucho como para pillar la matrícula.
- ¿Viste algo? – le preguntó a su compañero mientras le tendía la mano para ayudarle.
- Solo un borrón negro – masculló el otro mientras se sacudía los pantalones.
- Vamos, quizá Castle esté herido.
Corrieron hasta el callejón que habían estado vigilando desde el coche y vieron que en una pared de uno de los cobertizos había un agujero.
- Definitivamente se pelearon – comentó el irlandés.
Desenfundó la pistola, colocando la linterna debajo para iluminarse, y entró por la abertura, Esposito pegado a su espalda para vigilar el otro lado.
- Limpio.
- Limpio.
El sonido del seguro de la funda de las Glock resonó en el cobertizo. Ryan le hizo una señal a Espo y juntos se dirigieron a un cuerpo medio sepultado por más escombros derrumbados. Apartaron unos trozos de madera y el moreno hizo un gesto de negación.
- Demasiado musculoso para ser Castle – murmuró.
Entre ambos giraron a la víctima, sus ojos abiertos en shock. No lo había visto venir. El rubio le levantó la camisa negra dejando al descubierto una herida de bala con los bordes quemados.
- Se le echó encima – teorizó.
- O pelearon por la pistola y se disparó – rebatió Esposito.
Al golpear con el pie un escombro, la culata de una pistola apareció llena de polvo y astillas. Poniéndose un guante, la recuperó de entre la madera y dirigió la luz de su linterna hacia ella.
- Es como las nuestras.
- Me apuesto 20 pavos a que coincide con la de Beckett – masculló el latino mientras la bamboleaba en su dedo.
- Súbelo a 50 – replicó Ryan mostrándole el casquillo que había encontrado – 9 milímetros.
Se quedaron un momento en silencio, pensativos.
- ¿Por qué Castle tiene la pistola de Beckett? – preguntó finalmente Esposito, dando voz a la duda que a ambos les intrigaba.
- Y lo más importante, ¿dónde está Castle? – añadió Ryan.
Ambos se miraron y entonces sacaron sus respectivos móviles para empezar a hacer llamadas.
¡Espero que os guste! Ya sabéis qué hacer cuando terminéis de leer *guiño guiño codazo codazo*
Capítulo 98:
Kate Beckett recuperó la consciencia poco a poco. Abrió los ojos encontrándose sumida en la más absoluta oscuridad y comprobó que le habían puesto cinta americana en la boca para que no gritara. Trató de moverse, con cautela, su cabeza bombeando de dolor por los efectos secundarios del cloroformo. Su boca estaba pastosa, seca y con un sabor asqueroso… Algo se clavó dolorosamente en la piel irritada de sus muñecas y gimió, arqueando la espalda para no apoyar su peso contra ellas, los pies también atados. Con la movilidad limitada, rodó para colocarse boca abajo en lo que supuso que era la parte trasera de una camioneta dada su amplitud, los botes que daba y el rugir del motor. ¿O eran sus oídos? No lo sabía, solo tenía en mente una cosa: averiguar dónde estaba, quiénes la habían llevado allí y qué planes tenían para ella.
Apretando los dientes y ejerciendo fuerza, todo su cuerpo quejándose, luchó contra los restos de la droga que la tenían adormilada. Encogió las piernas bajo su cuerpo ladeando la cara para no hacerse daño, su mejilla raspándose contra tela. Frunció el ceño y entonces fue consciente de que le habían puesto una capucha para que no viera, de ahí el aspecto azulado de la oscuridad que la rodeaba. Sacudió la cabeza mientras la frotaba contra el suelo de la camioneta, notando como, poco a poco, la tela se iba deslizando, liberando su boca, a la que le siguió la nariz y finalmente, con un giro brusco, se deshizo de la capucha.
Su intuición había sido correcta: estaba en un vehículo. Se colocó de rodillas, inestable, su equilibrio trastocado por las extremidades atadas y el cloroformo. La cabeza le daba vueltas vertiginosamente y hacía todo más difícil. Retorció las manos a su espalda y enseguida aspiró con fuerza al notar un líquido caliente deslizarse desde sus muñecas hasta sus dedos. Intentando mover los brazos lo mínimo posible para que el plástico que le apresaba no se clavara más en su carne, miró a su alrededor en busca de algo con lo que liberarse, pero el maletero estaba impoluto, no había siquiera un borde serrado o un tornillo olvidado. Sin dejar que eso la desanimara, se quedó totalmente quieta al oír hombres hablando en la cabina de la camioneta. Como pudo, se arrastró cual gusano hasta la pared y pegó la oreja. Sus voces se oían distorsionadas y hablaban en ruso con fluidez, pero Beckett no entendió una sola palabra, aún tenía su cerebro sumido en una niebla de confusión.
El coche dio un brusco bandazo, inclinándose hacia atrás para subir una empinada cuesta. La detective, cogida por sorpresa, se vio propulsada contra la puerta trasera, golpeándose dolorosamente al no tener con qué amortiguar la caída. Cuando el terreno se normalizó, quedó de nuevo tumbada en el suelo, algo atontada; pero el motor dejó de rugir y la camioneta se quedó quieta así que se forzó a sí misma a estar alerta. Puso todos sus músculos en tensión y se preparó.
Las puertas se abrieron de golpe, sobresaltándola a pesar de todo, y un par de hombres muy anchos de espalda, vestidos totalmente de negro y musculosos, alargaron sus brazos hacia ella, agarrándola con fiereza. Un quejido escapó de la garganta de la detective cuando chocó contra el suelo.
- Обложка голову до тех пор, пока вы видите, где мы находимся – le gritó uno al otro.
Inmediatamente, el aludido trepó dentro del maletero y Beckett volvió a quedar sumida en la oscuridad de la capucha. Maldijo silenciosamente, no le había dado tiempo a mirar a su alrededor, solo había visto la tierra marrón contra la que la habían tirado. Uno de los hombres la agarró por la parte trasera de la sudadera, tirando de ella para que se levantara. Inestable, se colocó sobre la planta de los pies, preguntándose cómo esperaban que anduviera si tenía las piernas atadas. Ellos debieron de pensar lo mismo porque pronto sus pies dejaron de tocar el suelo mientras se veía lanzada hacia arriba y luego de cabeza contra el suelo de nuevo. Su instinto fue el de estirar las manos para sujetar su cuerpo y sus muñecas protestaron ante el brusco tirón, sangrando con más fuerza, pero el golpe nunca llegó. La detective contuvo un gemido de dolor mientras el hombre que la había cogido en brazos la colocaba sobre su hombro, una mano en sus muslos para agarrarla.
Todo su mundo comenzó a bambolearse cuando el hombre emprendió la marcha. Oyó saludos en ruso e inglés, el ruido de puertas abriendo y cerrando, el golpeteo de las botas contra las escaleras y, de repente, ya nada la sujetaba. Cayó contra el suelo, el aire saliendo de sus pulmones bruscamente, pero algo amortiguó el golpe. Con las manos apresadas tras la espalda, palpó la superficie bajo ella y vio que estaba tumbada sobre un fino colchón, parecido a la colchoneta que Castle había comprado en Barbados.
Le quitaron la capucha, la tela raspando contra su cara, su pelo alborotado y cargado de electricidad estática. Sacudió la cabeza para librarse de los mechones que habían ido a parar ante su cara e inmediatamente giró sobre sí misma para reconocer la habitación. Era un frío sótano de paredes de cemento y, por lo tanto, grises; llenas de manchas de humedad y sin decoración alguna. No había nada más que el colchón sobre el que Beckett había caído y una gran puerta de madera, gruesa y con relucientes cerraduras; sin ventanas o aberturas al exterior, la única luz procedía de una pobre bombilla suspendida de un cable deshilachado. No pudo evitar que un estremecimiento recorriera su cuerpo cuando sintió una fuerte mano cerrarse en torno a su brazo y tirar de ella hacia arriba arrancándole un quejido.
- Con cuidado, Brutus – pidió un hombre en inglés.
La detective giró hacia el sonido de la voz y vio al que le había sacado la foto. Gruñó, ya que la cinta apresando sus labios no le dejaba hacer nada más.
- Veo que ya me reconoces – el hombre sonrió sin inmutarse. Con un gesto de la mano del líder, Brutus sacó unos alicates y cortó las tiras de plástico de las muñecas y pies de Beckett. Ésta movió los hombros, agradecida, y se miró las heridas que adornaban sus brazos. Aprovechando su cercanía, sus verdes ojos recorrieron el cuerpo del líder, fijándose en su impoluto traje, las gafas de sol agarradas en una cuidada mano, las uñas perfectamente recortadas y limpias. Era moreno, alto y delgado, con penetrantes ojos negros y sonrisa brillante. Le habría parecido atractivo en otras circunstancias… En Barbados le envolvía un halo de misterio pero ahora desprendía algo que hacía tensarse a Kate, todos sus sentidos gritando "¡Peligro! ¡Aléjate!".– Ahora mando a alguien para que te cure eso.
Los ojos verdes de Kate debieron de mostrar confusión porque el hombre soltó una risa floja y se acercó a ella, acariciándole una mejilla a pesar de que la joven se apartó de su mano. Entonces arrancó de golpe la cinta que mantenía los labios de la detective apresados. Ésta cogió aire bruscamente y se llevó una mano a la boca dolorida.
- No queremos hacerte daño – susurró.
Beckett soltó lo que pretendía ser una risa escéptica seguida de un resoplido.
- Tenéis una forma única de demostrarlo.
El hombre perdió el interés en ella y se giró para encarar a los cuatro hombres, Brutus entre ellos, que rondaban por la puerta.
- Кто-нибудь знает, что она исчезла? – les preguntó.
Kate fingió que no les entendía, aunque sabía lo que había dicho perfectamente. Esperó a la respuesta con el corazón encogido en un puño.
- Niet.
Sintió que las fuerzas le abandonaban el cuerpo y se dejó caer contra el colchón. Nadie se había dado cuenta de que había desaparecido… Tratando de mantener la mente fría y la compostura, aguzó el oído para no perderse ni una sola palabra de la conversación. El hombre trajeado estaba preguntando algo sobre unas cámaras de vigilancia cuando uno de los matones entró corriendo en la habitación con un iPad en las manos. Su urgencia atrajo la atención de todos.
- Hay alguien en su apartamento – explicó señalando a la detective con la barbilla.
- ¡En ruso, idiota! – le espetó el líder mientras le arrebataba la Tablet de las manos. Frunciendo el ceño, contempló la pantalla hasta que una sonrisa torcida apareció en su rostro. A Beckett no gustó el aspecto de su sonrisa.
El hombre se acercó hasta ella y le mostró las imágenes en directo de una cámara oculta en el pasillo de su edificio. La detective sintió que su corazón dejaba de latir cuando reconoció la ancha espalda del hombre apoyado contra la puerta de su apartamento. ¿Qué hacía Castle allí?
El escritor alzó una mano y, por su gesto, parecía que aquella no era la primera vez que llamaba. Los segundos pasaron pero nadie respondió. Con un resoplido, miró a ambos lados del pasillo antes de sacar algo de su bolsillo. Su cuerpo bloqueaba lo que estaba haciendo y Beckett contuvo la respiración, a la espera. El reloj avanzó unos segundos más antes de que la puerta del apartamento de la detective se abriera de par en par y Castle entrara echando un último vistazo por encima de su hombro.
El hombre del traje ya no lucía tan contento. Se giró bruscamente y comenzó a espetar órdenes a sus hombres. La puerta de madera se cerró con un golpe detrás de él y Beckett oyó los múltiples cerrojos corriéndose al otro lado. Se dejó caer contra el colchón, luchando contra las lágrimas.
Sí, Castle estaba en su apartamento, pero ella no había tenido tiempo para dejar una nota que dijera "Hey, me están secuestrando". Sintiendo la desesperación extendiéndose sobre ella como un manto, se hizo una bola y se quedó allí inmóvil a la espera del próximo movimiento de sus captores.
-.-.-.-.-.-.-
Había dudado mucho si hacerlo o no pero al final la desesperación había pesado más que el sentido común. Sacando las ganzúas de mi bolsillo, no había tardado nada en doblegar la simple cerradura del apartamento de la detective y, comprobando que nadie me observaba, había entrado sigilosamente. Mi mirada recorrió el piso en busca de signos de lucha pero estaba todo en su sitio.
Entré en el salón y lo primero que captó mi atención fue la mesita de centro llena de papeles y con una copa de vino descansando intacta sobre ella. Me acerqué, mi nombre escrito en la tapa de una caja de cartón actuando como un imán sobre mí. Removí el conjunto de informes e imágenes en busca de algo que me diera una idea pero pronto me di cuenta de que todo estaba relacionado conmigo. Teniendo en cuenta que no había nada nuevo, no podía ser que Beckett hubiera salido a perseguir una pista. Mis ojos tropezaron de nuevo con la copa de vino y la sensación de que algo no iba bien aumentó.
Entré en su habitación sintiendo una ligera opresión en el pecho. Me reprendí a mí mismo por sentirme cohibido, tampoco es que fuera a rebuscar en sus cajones de ropa interior, estaba intentando ayudarla. La cama estaba intacta y la colcha helada, no parecía que hubiera dormido allí en ningún momento. Dando un rodeo, vi un cúmulo de ropa mojada en el cesto que coincidía con la ropa que, según Johanna, había llevado Beckett al salir del hospital. Hice memoria y recordé que ayer había llovido con fuerza, yo mismo había acabado empapado. Fui reconstruyendo los pasos de la detective mentalmente: salió del hospital y caminó hasta su casa, a tan solo unas cuantas manzanas de distancia; llegó, se cambió de ropa por algo seco, se sirvió el vino y se puso a revisar mi caso. Hasta ahí todo bien.
Volví al salón guiado por algún impulso irracional. No sabía qué buscaba, solo tenía la sensación de que la pieza clave estaba allí. Repasé la estancia una y otra vez a pesar de que nada indicaba que hubiera habido una lucha y estaba seguro de que Beckett no se dejaría atacar sencillamente, plantaría cara y pelearía. A no ser que la dejaran fuera de combate, susurró una voz en mi cabeza mientras mis ojos volvían solos a la copa de vino. La cogí entre los dedos, olfateando para ver si captaba algo raro, pero no me atreví a probarla, no fuera a ser. Agachándome para depositarla de vuelta en la mesa, algo captó mi atención por el rabillo del ojo. Todavía en esa posición, inclinado hacia delante, giré sobre mis talones y vi el borde de una hoja sobresaliendo de debajo del armario que la detective tenía en el recibidor.
Picado por la curiosidad pero más por la necesidad de responder a mis muchas preguntas, me acerqué cautelosamente y recuperé lo caído. Noté que era demasiado grueso para ser un papel y, al girarlo, la respiración se me quedó atascada en los pulmones. Inmediatamente, imaginé a la detective tratando de huir hacia la puerta pero alguien siendo más rápido que ella, el mismo alguien que le había sacado esa foto con la ropa mojada. ¿Y si no quería ir a la puerta? ¿Y si buscaba algo? Abrí el primer cajón del mueble y encontré facturas, cartas sin abrir, un par de llaves de repuesto y un paquete de clínex. En el segundo había chicles y un fular. Pero el tercero hizo que todo cobrara sentido.
Metí la mano y saqué la Glock, probablemente una de repuesto. Sintiendo su pesadez y el frío que desprendía, fui consciente de que Beckett realmente se encontraba en problemas. Con la foto en la mano, cogí el móvil.
- Comisaria 12 de New York, ¿en qué puedo ayudarle? – contestó la aburrida y grave voz de un hombre.
- Buenas tardes, ¿me puede poner con el Detective Esposito, del Departamento de Robos?
- Un momento, por favor – resopló el recepcionista.
Me quedé escuchando la quinta sinfonía de Beethoven mientras procesaban mi llamada.
- Esposito.
- Hola, soy Castle – saludé, aliviado.
- Oh, eh, hola – replicó el detective cogido por sorpresa. - ¿Necesitas algo?
- Yo no, Beckett sí.
- ¿Qué?
- La han secuestrado, Esposito, la estaban vigilando.
- ¿Cómo lo sabes? – inquirió el latino. Noté el cambio en su voz, estaba serio y centrado totalmente en mí.
- Estoy… Em, entré en su apartamento y había una foto.
- Voy para allá – espetó el detective decidiendo hacer caso omiso a mi allanamiento de morada.
- No, no, mejor quedemos en otro sitio, probablemente tengan esto vigilado.
Tras acordar encontrarnos en el Luigi's una hora más tarde, colgué y me guardé la foto dentro del abrigo. Era un movimiento absurdo si tenían cámaras en la casa pero, como no podía asegurarlo, preferí tomar precauciones. Estaba a punto de salir por la puerta cuando oí un ruido familiar: alguien estaba llamando a mi teléfono desechable.
Frunciendo el ceño, me acerqué a la caja de zapatos que le había dado a Beckett y que descansaba, intacta, sobre la mesa junto con el resto de papeles. La pantalla del móvil estaba iluminaba y vibraba sonoramente. Lo cogí, dudando si contestar o no.
- ¿Sí?
- Linterna Verde, ¿verdad? – preguntó una voz extrañamente familiar.
- Sí.
- Quedamos en que volvería a contactar contigo cuando volvieras a New York.
Aquello pulsó un interruptor en mi memoria y recordé la llamada que había recibido en Barbados mientras iba en el coche con Beckett, pero aquello no me libró de la sensación de que a esa voz la conocía de algo.
- Lo recuerdo.
- ¿Sigues interesado?
- Contéstame a algo primero, ¿cómo sabes que he vuelto? – pregunté con los ojos entrecerrados.
- Hay cierto paparazzi obsesionado con captar cada uno de sus movimientos, Richard Castle – replicó el hombre, remarcando especialmente mi nombre. Me quedé congelado donde estaba, apenas respirando. – Tengo un trato que proponerte.
- Te escucho – mi voz era fría como el témpano, mi mano tensa alrededor del móvil.
- No es algo que se pueda discutir por el móvil.
- Va a tener que ser así.
- Oh, vamos, ¿qué tienes que esconder? – preguntó. Me quedé en silencio, reflexionando.
- Está bien. ¿Dónde y cuándo? – inquirí.
- Reúnete conmigo una hora después de la puesta de sol, muelle 8.
Sin dejarme contestar, el hombre colgó y me quedé mirando el teléfono con desconcierto. ¿Qué demonios acababa de pasar? Sacudí la cabeza para despejarme y salí del apartamento de Beckett con la cabeza llena de más preguntas de las que tenía antes.
-.-.-.-.-.-.-
La puerta del Luigi's tintineó cuando la abrí para entrar, sacudiéndome las gotas de agua que habían quedado suspendidas en el tejido impermeable de mi cazadora. Revolviéndome el mojado pelo, paseé mi mirada por el bar / restaurante.
Un hombre de mediana edad, moreno de piel y vestido con una cazadora de cuero levantó una mano ligeramente desde la mesa que más lejos estaba de la puerta. Le acompañaba un rubio pálido de ojos azules con todo el aspecto de irlandés. Me acerqué a la barra para pedirle al camarero una Coca-Cola antes de sentarme frente a ambos detectives. Mirando disimuladamente por encima de mi hombro mientras me quitaba la cazadora, comprobando que nadie nos había seguido, saqué la foto de del bolsillo interior de la chaqueta y se la tendí a ambos hombres.
Sus frentes se llenaron de arrugas de preocupación y el que supuse que era Ryan sacó una pequeña libretita.
- ¿A qué hora notaron que no estaba? – preguntó confirmando mis sospechas sobre su identidad. Reconocía su voz de las múltiples llamadas telefónicas.
- No lo sé, esos detalles tendrás que preguntárselos a su madre.
El detective asintió y entonces Esposito intervino.
- ¿Tienes alguna idea de quién puede estar detrás de esto?
- Puede que sí. De camino a aquí se me ocurrió que quizá está relacionado con nuestra investigación en Barbados.
- ¿Por el allanamiento en casa del alcalde? – inquirió el latino desconcertado.
- Es mucho más que eso. La mitad de los que componían ese grupo pertenecían a la banda que entró en mi casa cinco años atrás.
- ¿Los que mataron a tu hija? – la entonación fue en forma de pregunta pero su forma de asentir la cabeza daba la impresión de que no necesitaba confirmación alguna.
- Esos mismos. Los últimos días que pasamos en la isla descubrimos varias cosas y quizá alarmamos al cabecilla.
- ¿Y no tenéis ni idea de la identidad del líder? – intervino Ryan sin levantar la mirada de su libreta.
- No, pero es alguien con poder.
- Cómo la mayoría, Castle.
Eché una mirada por el rabillo del ojo a la calle y comprobé el reloj, viendo que el sol estaba poniéndose ya.
- ¿Hay algo en especial que quieras contarnos? – preguntó Esposito, notando mi súbito nerviosismo.
- Creo que eso es todo – contesté escuetamente.
- ¿Seguro?
- Totalmente.
- Eres consciente de que cuánto más sepamos, más pronto la encontraremos, ¿verdad?
- Sí – repliqué con los ojos fijos en los del latino. Éste asintió lentamente, sin presionarme más. – Tengo que irme – mascullé. – Llamadme si encontráis algo, por favor.
Dejé un billete sobre la mesa que pagaba las consumiciones de los tres y salí prácticamente corriendo del restaurante.
- Al puerto, por favor – pedí mientras cerraba con fuerza la puerta del taxi.
Llegué con algo de antelación a la cita, pero era algo planeado. Quería comprobar los alrededores primero, explorar posibles vías de escape y asegurarme de que no era una trampa. Que hubiera elegido el puerto de todos los sitios en los que podía concertar una reunión no me inspiraba confianza, aunque, de todos modos, un hombre capaz de averiguar mi verdadera identidad no era digno de confianza. En el muelle ocho no había nada más que dos viejos cobertizos llenos de barcas medio rotas. Sintiendo el tranquilizador peso de la Glock de Beckett en el bolsillo de mi cazadora, me apoyé contra el lateral de uno de los cobertizos, sumiéndome en las sombras.
Oí el ruido de las llantas del coche hacer crujir la grava del suelo. El sonido de una puerta abriéndose y cerrándose seguido por pasos acercándose me pusieron en alerta. Tensé el cuerpo aunque conseguí mantener una posición aparentemente relajada. Un hombre alto y delgado rodeó una de las esquinas del cobertizo, mirando al callejón y no viéndome, como yo quería, se apoyó contra la madera mientras echaba un vistazo al reloj y resoplaba con condescendencia. Tanteó el bolsillo de su traje y sacó un paquete de cigarrillos, colocándose uno entre los labios y acercando el mechero a la punta. Antes de que la llama tocara el cigarro, alcé la voz, haciendo que se sobresaltara.
- Fumar mata – comenté haciendo un ligero movimiento para que me viera pero sin abandonar mi posición.
- Es un mal vicio – replicó, guardándose el mechero aunque dejando que el pitillo colgara, apagado, de sus labios. – Pensé que llegabas tarde.
- Yo nunca llego tarde.
Con paso desenfadado se acercó hasta donde yo estaba.
- Ahí es suficiente – le paré, con voz cortante. Él sonrió pero dejó de andar.
- ¿De qué te escondes? Ya sé quién eres – dijo. Algo en su entonación hizo que un torrente de recuerdos viniera a mi mente, recuerdos de la noche en la que mataron a Alexis. Luché por concentrarme.
- Es un mal vicio – imité.
Se encogió de hombros con aparente desinterés. Ahora que estaba dentro del callejón y ambos cobertizos cubrían la pobre luz de las farolas, su figura se recortaba contra las sombras, menos espesas que en las que yo me escondía. Había algo en él que me resultaba dolorosamente familiar.
- ¿Cuál es el trato? – pregunté queriendo salir corriendo de allí lo más rápido posible.
- Verás… – movió la mano en la que tenía el cigarrillo, devolviéndolo a la boca. – Tú haces un pequeño trabajo para mí, fuera de tu ámbito habitual, y yo no revelo tu identidad.
- Define "fuera de mi ámbito" – le exigí, desconfiado, moviéndome silenciosamente. Él no se dio cuenta y siguió mirando hacia donde creía que estaba yo.
- Normalmente robas piezas de arte, yo te estoy hablando de fuegos artificiales, C4.
- ¿Quieres que robe C4? – inquirí extrañado. Percibió que mi voz venía de un lugar diferente y recolocó su cuerpo.
- No, quiero que hagas volar por los aires un apartamento.
Me quedé pasmado y el hombre debió de notarlo porque soltó una suave carcajada. Llevándose de nuevo el cigarro a los labios, metió la mano en el bolsillo para coger el mechero, pero no lo encontró. Siendo mi turno de sonreír, me acerqué a él y tendí la mano convertida en un puño. Con una floritura, la abrí y revelé su mechero.
- Eres bueno – concedió el hombre con una sonrisa torcida mientras lo recuperaba.
En medio de la oscuridad, su mechero fue como encender una hoguera. Se acercó la llama a la punta del cigarrillo y la luz jugó con las sombras de su cara de una forma que yo ya había visto antes, en el mismo ángulo, pero en circunstancias muy diferentes. Reconocerle fue como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago, dejándome sin aire.
Dejando escapar un grito de pura rabia, me lancé contra él con todas mis fuerzas. Pillándole desprevenido, trastabillamos hasta que chocamos contra una de las frágiles paredes del cobertizo de la izquierda. Las tablas se vinieron abajo y ambos caímos al suelo entre botes viejos.
- ¡Tú! – grité cerrando la mano en un puño y estampándoselo contra la cara. El crujido que produjo su nariz bajo mi mano fue tan satisfactorio que ignoré las punzadas que lanzaron mis nudillos en protesta. - ¡Cabrón!
Se quedó ligeramente desconcertado, la sangre le manaba a borbotones, empapándole los labios y manchándole la impoluta camisa blanca. Masculló algo en ruso y eso desató una nueva oleada de recuerdos. "Lamento su pérdida, Señor Castle…, dijo el hombre desde las sombras, con la sonrisa traspasándose a su voz al oír mi grito."
- ¡Tú la mataste, hijo de…! – me vi interrumpido por un puño que golpeó contra mi mandíbula, aprovechando mi distracción. La cabeza me zumbaba y la boca me sabía a sangre.
Dos pares de manos agarraron mi cazadora y tiraron de mí con fuerza suficiente como para levantarme del suelo. Me revolví y logré a darle a uno con el codo en la boca, metiendo con rapidez la mano en el bolsillo de la chaqueta para sacar la Glock. Pero no estaba. Maldiciendo, busqué con la mirada pero debía de estar enterrada entre los escombros del cobertizo. Dispuesto a no darme por vencido, me lancé a los restos de madera, arañándome los antebrazos mientras levantaba los trozos, la desesperación alimentándome.
Mis dedos se cerraron alrededor de la fría culata del arma justo cuando uno de los matones se abalanzaba sobre mí. El sonido del disparo resonó y rebotó en cada rincón del puerto, asustando a las gaviotas que remoloneaban por ahí.
-.-.-.-.-.-.-
- Tío, ¿estás seguro de esto? – preguntó por vigesimoquinta vez Ryan.
Su compañero le chistó para que se callara mientras acercaba de nuevo los prismáticos a sus ojos. Unas gafas de visión nocturna habrían hecho un mejor servicio dada la oscuridad del puerto pero el Departamento de Policía de New York no contaba con esos recursos.
- Tú le has visto, nos oculta algo – contestó finalmente el latino dando un sorbo a su, todavía muy caliente, café. Abrió y cerró la boca varias veces, cogiendo aire para aliviar la quemazón.
- ¿Y si está buscando una puta? ¿O un puto?
- Tío, no hables así del exnovio de Beckett – dijo Esposito poniendo cara de asco.
- Oye, solo opino que quizá no es de nuestra incumbencia.
- Mientras mi compañera siga desaparecida, todo es de nuestra incumbencia – replicó el moreno.
Ryan alzó las manos en señal de rendición, no podía rebatir eso. Cogiéndole los prismáticos de las manos al detective, se los llevó a los ojos.
- Hay movimiento, parece una pelea – informó.
- Déjame ver.
- ¡Estoy yo!
- ¡No seas crío!
Ambos policías se pusieron a discutir sobre quién debía ponerse a mirar por los prismáticos, apoyando sus argumentos con pequeños empujones. Entonces el claro sonido de un disparo les hizo callar abruptamente. Con solo una mirada, ambos supieron qué tenían que hacer.
Salieron corriendo del Crown Victoria, linterna en mano, viendo cómo las gaviotas echaban a volar, asustadas. Oyeron las ruedas de un coche chirriar contra el asfalto y un todoterreno negro pasó a todo gas junto a ellos, obligándoles a tirarse al suelo para no ser atropellados. Esposito se levantó con rapidez pero estaba demasiado oscuro y el coche ya se había alejado mucho como para pillar la matrícula.
- ¿Viste algo? – le preguntó a su compañero mientras le tendía la mano para ayudarle.
- Solo un borrón negro – masculló el otro mientras se sacudía los pantalones.
- Vamos, quizá Castle esté herido.
Corrieron hasta el callejón que habían estado vigilando desde el coche y vieron que en una pared de uno de los cobertizos había un agujero.
- Definitivamente se pelearon – comentó el irlandés.
Desenfundó la pistola, colocando la linterna debajo para iluminarse, y entró por la abertura, Esposito pegado a su espalda para vigilar el otro lado.
- Limpio.
- Limpio.
El sonido del seguro de la funda de las Glock resonó en el cobertizo. Ryan le hizo una señal a Espo y juntos se dirigieron a un cuerpo medio sepultado por más escombros derrumbados. Apartaron unos trozos de madera y el moreno hizo un gesto de negación.
- Demasiado musculoso para ser Castle – murmuró.
Entre ambos giraron a la víctima, sus ojos abiertos en shock. No lo había visto venir. El rubio le levantó la camisa negra dejando al descubierto una herida de bala con los bordes quemados.
- Se le echó encima – teorizó.
- O pelearon por la pistola y se disparó – rebatió Esposito.
Al golpear con el pie un escombro, la culata de una pistola apareció llena de polvo y astillas. Poniéndose un guante, la recuperó de entre la madera y dirigió la luz de su linterna hacia ella.
- Es como las nuestras.
- Me apuesto 20 pavos a que coincide con la de Beckett – masculló el latino mientras la bamboleaba en su dedo.
- Súbelo a 50 – replicó Ryan mostrándole el casquillo que había encontrado – 9 milímetros.
Se quedaron un momento en silencio, pensativos.
- ¿Por qué Castle tiene la pistola de Beckett? – preguntó finalmente Esposito, dando voz a la duda que a ambos les intrigaba.
- Y lo más importante, ¿dónde está Castle? – añadió Ryan.
Ambos se miraron y entonces sacaron sus respectivos móviles para empezar a hacer llamadas.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Sigueeeeeeeee
Aylin_NYPD- Actor en Broadway
- Mensajes : 187
Fecha de inscripción : 03/09/2013
Localización : madrid
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Esto se pone cada vez mas interesante. Por fin Castle a visto a los que mataron a su hija y que casualmente tienen retenida a Kate. ¿dónde se ha metido ahora?¿se lo han llevado también?
Deseando leer la continuación
Deseando leer la continuación
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Que interesante! Sigue!
Caskett(sariita)- Policia de homicidios
- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 25/10/2013
Edad : 24
Localización : En el mundo de los sueños
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Sigue me encanta como escribes!!!!
28Caskett- As del póker
- Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 02/05/2013
Edad : 25
Localización : Cd. Juárez
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Ayer fue un día de locos y no pude actualizar, pero aquí llega el nuevo capítulo. Ya sabéis qué hacer, ¿no?
¡A leer!
Unas sacudidas me rescataron de la inconsciencia. Abrí los ojos lentamente y una fuerte luz apuntada a mi cara me cegó. Con un gruñido, ladeé la cabeza para proteger mis pupilas mientras parpadeaba con rapidez.
- налить холодной воды – ordenó alguien.
Guiñé los ojos y me enfrenté al foco. La cabeza me daba vueltas y la nuca me palpitaba. Intenté recordar cómo había llegado hasta allí pero tenía una gran laguna, solo veía imágenes borrosas y confusas: una foto, llamadas, ¿una pelea? Asentí para mí mismo, eso explicaría muchas cosas.
De repente una cascada de agua congelada cayó sobre mí, haciéndome exclamar por la sorpresa y el frío. Me erguí, las muñecas protestando cuando las tiras de plástico que me sujetaban contra la silla se clavaron profundamente en mi carne. Moví las manos, comprobando que, hiciera lo que hiciera, no iba a ser capaz de soltarme. Un escalofrío me recorrió sin poder contenerlo y sacudí la cabeza para evitar que las gotas de agua me cayeran en los ojos empañándome la vista.
- ¿Quieres más o ya estás despierto? – susurró una voz contra mi oído.
Le reconocí y me aparté lo máximo posible, expulsando el aire por la nariz con fuerza. Tensé todo mi cuerpo, tanto que dolía, y cuadré la mandíbula, dispuesto a luchar.
- Parece que sí – continuó hablando el hombre.
La luz me cegaba así que no podía saber con exactitud dónde estaba.
- Bien, ahora que cuento con tu total atención… – su voz se desplazaba de un lado al otro al igual que el sonido de los tacones de sus zapatos chocando contra lo que parecía cemento.- ¿A quién avisaste de que te ibas?
Su pregunta me dejó desconcertado y no contesté inmediatamente. Otro cubo de agua helada cayó sobre mí pero esta vez no contuve un grito de rabia. Escupiendo agua, sacudí el pelo y ladeé la cabeza para protegerme medianamente de aquel fuerte foco que estaba comenzando a quemarme las retinas.
- A nadie. – Repliqué sin separar los dientes.
- Mientes.
- ¡No me queda a nadie! – Grité mientras me revolvía, ignorando las punzadas en mis muñecas. - ¡Vosotros me arrebatasteis todo!
Le oí reírse, era una carcajada suave y para nada falsa, lo que alimentó el odio que fluía por mis venas y constituía mi fuerza. Aquello era lo único que me mantenía alerta, desplazando el dolor y el mareo.
- Qué dramático… De tal palo, tal astilla.
- ¿Qué quieres decir? – Mascullé.
Él no contestó, simplemente tiró algo dentro del foco de luz que me apuntaba. La hoja cayó suavemente hasta el suelo, girando sobre el cemento hasta quedar enganchada en la punta de mi zapato. Me incliné hacia delante para ver qué era, forzando la vista.
- Tienes una madre bastante atractiva para su edad – comentó el hombre.
Mis ojos se quedaron atrapados en una foto sacada desde lejos, probablemente usando un piso del edificio de enfrente. Ella estaba en la cocina, sonriendo, su copa de vino en una mano mientras con la otra sujetaba el móvil contra su oreja.
- No le hagáis nada – amenacé.
- Eso depende de ti.
- ¿Qué tengo que hacer?
- Oh, una llamada – contestó él con simplicidad.
Me quedé unos segundos en silencio antes de retorcer las manos y asentir secamente.
- Libérame – pedí, aunque me salió en forma de orden.
El hombre soltó una sincera carcajada que fue coreada por sus matones.
- Se cree que somos tontos… - dijo como si yo no estuviera allí. Sentí que alguien me tiraba del pelo hacia atrás bruscamente y su colonia me llegó a la nariz cuando presionó su mejilla contra la mía. – Si fuera por nosotros, ahora mismo no estarías vivo – masculló.
Se separó con la misma rapidez que con la que se me había echado encima y entró dentro del halo de luz. Su figura estaba sumida en las sombras, se agachó con un ligero encogimiento de hombros y le hizo una señal a uno de sus secuaces. Pronto sentí el frío del acero de la pistola contra la nuca, justo en la zona que me dolía.
- Bien, establezcamos algunas reglas. Usarás un teléfono móvil nuestro porque, desafortunadamente, el tuyo se perdió por el camino – la sonrisa traspasó a su voz pero pronto volvió a ponerse serio. Sacó un iPhone del bolsillo y me lo mostró. – Tú me dices su número y yo lo marco, eso sí, más te vale que sea el correcto. No digas nada comprometedor o el leal de Brutus – el cañón de la pistola se hundió un poco más en mi piel como respuesta – no tendrá ningún reparo en disparar. ¿Comprendido todo?
- Sí.
- Chico listo – me dio unos golpecitos en la cabeza antes de que yo la apartara bruscamente.
Él sonrió fugazmente y comenzó a marcar los números que yo le dictaba, haciéndolos pasar entre mis dientes, incapaz de aflojar la mandíbula. Me forcé a mí mismo a calmarme, a dejar de sentir el acero clavado en mi nuca. Si quería seguir vivo, necesitaba hacer aquello bien.
Fueron necesarios cinco bips antes de que mi madre cogiera el teléfono.
- ¿Sí?
- Hola, madre – saludé. Contuve un suspiro de alivio cuando mi voz sonó normal. Él hombre me hizo una señal con el pulgar levantado para indicarme que lo estaba haciendo bien.
- ¡Richard! ¿Desde dónde llamas? Este chisme no me dice que eres tú.
- Eso es porque no reconoce este número – expliqué con paciencia. – Mi móvil se quedó sin batería y le pedí el suyo a un amigo.
- Oh… ¿Y Beckett? ¿La encontrasteis?
Mis ojos volaron hacia la cara del hombre trajeado pero un suave empujón de la pistola fue suficiente para saber qué tenía que contestar.
- Sí – repliqué entre dientes. Tragué saliva y normalicé mi respiración antes de seguir. – Estaba en su casa sana y salva.
- Me alegro pero… Querido, ¿estás bien? Te noto algo raro.
- No te preocupes por mí. Esta noche no dormiré en casa, ¿vale?
Martha asintió aunque sonando no muy convencida.
- Bueno, te dejo que mi amigo quiere su móvil de vuelta – dije cuando comenzaron a hacerme señas para que colgara.
- Está bien, ten cuidado.
- Tú también. Ah, y, madre… Te quiero.
Colgó antes de que ella tuviera tiempo para contestar. Se volvió a guardar el iPhone en el bolsillo y desapareció de mi marco de visión.
- No ha sido tan difícil, ¿eh?
- ¿Qué vais a hacer conmigo? – pregunté sin fuerzas para luchar.
- Oh, nada, llevarte a tus aposentos.
Nada más terminó de hablar, sentí el aire moverse detrás de mí y la culata de la pistola chocó contra mi nuca con fuerza. La oscuridad me reclamó y mi cabeza cayó hacia delante. Apagaron el foco justo cuando me quedé inconsciente.
-.-.-.-.-.-.-.-
Esposito dio una vuelta más alrededor del cobertizo para asegurarse de que no se le había pasado nada por alto.
Seguía en la escena del crimen pero ahora estaba protegida por una cinta amarilla con uniformados guardando que ninguno de los pescadores curiosos que rondaban por allí se colara dentro. Las luces rojas y azules de los coches patrulla iluminaban la noche intermitentemente, el cielo constantemente surcado por gaviotas. El detective se resguardó bajo el alero de un tejado, desconfiando de las aves, no sería el primero al que le había llovido un regalito del cielo.
- Oiga, ¿qué pasa aquí? – le gritó un pescador.
El latino se acercó a él, inspeccionándole con una pasada de sus ojos. Llevaba un chaleco azul marino con un jersey desgastado debajo, y unos pantalones repelentes del agua metidos por dentro de unas botas amarillo chillón. Se protegía la calva del frescor nocturno y la llovizna con un gorro de lana rojo oscuro.
- Es una escena del crimen.
- Eso ya lo veo – replicó el hombre haciendo un gesto vago hacia la camioneta del forense y los técnicos que no dejaban de entrar y salir.
- ¿Conoce a usted al dueño de estos cobertizos, señor…? – inquirió Esposito sacando su libreta y destapando el bolígrafo.
- Newman, Jack Newman.
El detective asintió mientras escribía el nombre. El pescador se rascó la cabeza y echó un vistazo al número del muelle, indicado en un cartel con la pintura desconchada.
- Se rumorea que lo compró un ricachón pero nadie sabe exactamente quién.
- ¿Nunca le ha visto nadie por aquí?
- De vez en cuando vienen con unos todoterrenos negros, siempre por la noche. Un día cuando volvía de coger cangrejos… – Jack miró sobre su hombro y se acercó a Esposito con aire confidencial. – Poca gente sabe esto pero es más fácil pescarlos en la oscuridad, sobre todo si utilizas un cebo con luz, les atrae como la miel a las moscas.
Espo carraspeó, conteniendo las ganas de poner los ojos en blanco.
- ¿Decía que un día les vio? – preguntó para volver a poner al señor Newman en la historia.
- Ah, sí. Pues eso, un día volvía sobre las tres de la madrugada que es cuando normalmente me retiro porque ya no se coge nada; y había unos dos o tres, más bien tres, todoterrenos aparcados justo allí. – Señaló hacia donde Esposito y Ryan habían tenido que tirarse al suelo para no ser atropellados.
- ¿Le vio a alguno la cara?
- No, no. Había bebido un poco para mantenerme en calor y la verdad es que no habría podido contar ni los dedos que tengo en una mano. – Alzó la izquierda, mostrando que le faltaban dos: el anular y el meñique. – Un accidente con un atún – le contó al detective aunque este no había preguntado.
- ¿Y qué estaban haciendo? ¿Había alguien en el muelle o solo estaban los dos coches aparcados?
- Había armarios entrando y saliendo de los cobertizos.
Esposito frunció el ceño.
- ¿Armarios? – comenzaba a dudar de la cordura del hombre que se balanceaba ligeramente frente a él como movido por una brisa inexistente.
- Sí, sí, como el fiambre de ahí – exclamó el señor Newman mientras señalaba la camilla que estaban metiendo en el furgón de la morgue.
- ¡Ah! Se refiere a personas musculosas…
- Pues claro, ¿a qué me iba a referir si no? – el pescador le echó una mirada de total desconcierto a Esposito, quien tuvo que tragarse la risa.
- Entonces, ¿qué estaban haciendo los hombres?
- Mmm… Iban todos vestidos de negro, parecían de una maldita funeraria – soltó una risotada pero ante la falta de respuesta por parte del detective, se aclaró la garganta y, recolocándose el gorro, continuó. – Entraban y salían de los cobertizos cargando cajas. Al principio pensé que llevaban pescado o marisco ya que todos los usamos para eso, almacenamos la pesca hasta que podemos trasladarla.
- Pero no era eso, ¿no?
Jack negó vigorosamente con la cabeza, tanto que Esposito temió que se dislocara el cuello.
- Dos de ellos iban discutiendo en un idioma incomprensible, te puedo decir que era todo el rato escupitajos y ruidos de garganta – el hombre comenzó a hacer sonidos, parecía que tenía una flema e intentaba escupirla. Varias personas se giraron para observarles y el detective consiguió que parara tras unos minutos. – Eso, estaban discutiendo y uno, que llevaba las manos libres, empujó al otro haciendo que se le cayera la caja al suelo. No estaban cerradas y varios paquetes blancos del tamaño de libros se desparramaron por el suelo.
- ¿Pasó algo más?
- Bueno, el jefe salió del coche hecho una furia y comenzó a gritar y hacer aspavientos y escupir y, buah, pensé que les mataba.
- ¿Conseguiste verle la cara al jefe?
- Nope – contestó el señor Newman rotundamente y sin dudar un segundo. – Pero puedo decirte una cosa, iba vestido tal cual esa película que luego tuvo varias secuelas.
Esposito se quedó con la misma cara, le acababa de describir a medio cine americano. El pescador chascó los dedos, quejándose de que tenía el nombre en la punta de la lengua. De golpe se giró, dándole la espalda a Espo.
- ¡JIMMY! – gritó a pleno pulmón. El detective miró en la dirección a la que Jack estaba encarado y vio una pequeña cabeza asomar por la ventana de un cobertizo. - ¿CÓMO SE LLAMA LA PELÍCULA QUE VIMOS EN HALLOWEEN?
- ¿LA DEL NEGRO? – replicó el aludido en el mismo tono. Esposito dio un paso atrás y se tapó un oído.
- ¡ESA!
- BLACK Y BLACK.
Jack Newman miró al moreno mostrando una brillante sonrisa.
- ¿Oíste?
- Cómo no hacerlo – contestó Espo tratando de suavizar el sarcasmo.
- Pues esa, Black y Black.
- En realidad es Men In Black.
- No, si Jimmy dice que es Black y Black es porque es Black y Black.
- Entonces no diré lo contrario.
El detective agradeció su ayuda y se fue a un lugar tranquilo donde no hubiera gritos. Sacó el móvil del bolsillo y marcó un número.
- Ryan – saludó su compañero.
- Hey, ¿algo nuevo?
- No, no ha habido suerte buscando al propietario – replicó. Esposito oyó el sonido de las teclas del ordenador mientras Kevin seguía buscando. – Tengo la sensación de que fue una compra de estas… ¿Cómo llamarlas? ¿De mercado?
- ¿Te refieres a que le dio un fajo de billetes al antiguo propietario y listo?
- Exacto.
- Pero tiene que haber un nombre, ¿no? Aunque sea del primero.
- ¿Crees que si le preguntamos nos podrá dar un retrato?
- Eso espero – suspiró Esposito.
- ¿Qué tal por ahí? – preguntó Ryan.
- Bueno, ahora estoy medio sordo de un oído pero he hablado con un pescador, Jack Newman, que vio a los tipos estos cargando cajas de droga en todoterrenos.
- ¿Usan los cobertizos para guardarla?
- Pudo haber sido cosa de una vez o ser algo permanente.
- Tendría lógica, a nadie se le ocurriría buscar en el puerto y los pescadores son gente tranquila y solitaria.
- Algunos más que otros. – El irlandés prefirió no preguntar a qué se refería con ese comentario. - ¿Rastreaste el móvil de Castle?
- Sí, mandé a una patrulla a investigar pero no me da buenas vibraciones, no se ha movido del sitio.
- Quizá sea donde le mantienen prisionero.
- ¿En medio de una cloaca? Quién sabe, quizá las ratas no le dejen irse – bromeó Ryan.
- Es fácil ser sarcástico cuando tienes todos los datos – replicó el latino, molesto.
- Tío, te noto algo susceptible.
Esposito suspiró al otro lado de la línea, rascándose la nuca.
- Perdón, es este caso, me tiene preocupado.
- A mí también – confesó el irlandés.
Alguien llamó su nombre en el puerto y el detective se disculpó con su compañero, colgando para encontrarse con un técnico que iba corriendo hacia él. Le hizo señas para que se acercara hacia los cobertizos y Espo reanudó la vuelta.
- Detective Esposito, ¿verdad? – le preguntó el joven con la respiración entrecortada mientras caminaban juntos. – Debería ver esto.
El moreno apresuró el paso y un uniformado les levantó la cinta amarilla. Se colaron por debajo y fueron esquivando a gente hasta que consiguieron entrar dentro del cobertizo de la derecha, el que no había sufrido los estragos de la pelea. Un centenar de técnicos se habían dedicado a sacar los botes viejos e inspeccionar cada centímetro cuadrado en busca de pruebas.
- Usaban esto como alijo – dijo el joven mientras señalaba hacia un montón de cajas ocultas tras herramientas y trozos de madera.
Juntos se aproximaron hacia el fondo del cobertizo pero Esposito pronto vio que las cajas estaban vacías. Su confusión se debió de reflejar en su cara porque el técnico se acercó a otro y le pidió un tubo de cristal con un líquido y un bastoncillo dentro.
- Verá, los componentes químicos de la droga reaccionan al entrar en contacto con otros. – Explicó mientras agitaba la probeta para asegurarse de que el algodón quedaba bien empapado. Mientras hablaba, se inclinó sobre una de las cajas y rozó el bastoncillo contra el fondo – Es como echar Luminol sobre una superficie llena de sangre, brilla como un árbol de navidad. – Sacó la mano y le enseñó a Esposito el algodón con una sonrisa triunfal. La punta estaba roja.
- ¿Y por este test podéis saber qué droga almacenaban aquí?
- Le puedo contestar con absoluta seguridad: es cocaína.
- ¿Sin duda alguna? – preguntó el latino con escepticismo.
- Compruébelo usted mismo, detective.
Espo se le quedó mirando a la espera de que le dijera cómo pensaba que hiciera eso. El técnico le sonrió y señaló algo por encima del hombro del detective, obligándole a girarse. Otro técnico vestido con un mono azul marino que rezaba "CSU" en letras amarillas en la espalda estaba inclinado sobre uno de los viejos botes, palanca en mano, y ejerciendo fuerza sobre una tablilla que se resistía a levantarse. Esposito se acercó con paso vacilante y se ofreció a ayudarle. El joven pelirrojo le sonrió con agradecimiento y dio varios pasos atrás para dejarle espacio al detective. Éste envolvió la palanca con ambas manos, cogió aire y, con un empujón brusco, la madera chascó, liberando la punta de la herramienta.
- Gracias, tío, no era capaz – le dijo el técnico, dándole una palmada en la espalda.
- ¿Qué estáis buscando exactamente? – preguntó Esposito.
- Al sacar los botes de los cobertizos notamos que sonaban raro, como huecos, así que se nos ocurrió que era la forma que tenían de trasladar la droga desde el barco u otro medio de transporte que la trajera hasta aquí sin levantar las sospechas de los guardias.
Para probar su explicación, tiró de la madera suelta, revelando un hueco entre pared y pared de donde sacó un paquete del tamaño de un libro. Con una navaja, rasgó el plástico protector y se lo ofreció al detective. Espo metió un dedo, asegurándose de que el polvo blanco se quedaba pegado y lo probó.
- Cocaína – afirmó.
-.-.-.-.-.-.-
Martha entró taconeando con fuerza en el vestíbulo de la comisaria 12. Una mano reposando tranquilamente en el bolsillo de su chubasquero, la otra cerrada alrededor de la tira del bolso que colgaba de su hombro; llamó la atención de todos los que iban y venían.
- Señora – llamó alguien. Ella no se dio por aludida y siguió caminando hasta que sintió una mano darle golpecitos en la espalda. – Señora, tiene que pasar primero por ahí – le indicó un uniformado señalando hacia un arco detector de metales y la mesa de recepción.
- Oh, perdone, es mi primera vez.
Ruborizándose convenientemente, Martha le agradeció al policía su ayuda y se dirigió hacia donde le habían indicado. El recepcionista alzó la mirada con aburrimiento y la inspeccionó de arriba abajo.
- ¿Viene a ver a alguien?
- Sí. – No dijo nada más, a ese señor tampoco le importaba.
El policía le tendió una pegatina que llevaba escrito "Visitante" y le ordenó ponérselo en un lugar visible de su ropa. Con un suspiro de resignación, se levantó y salió de detrás del mostrador para encender el detector.
- Deje cualquier cosa de metal en esta bandeja, por favor, y pase bajo el arco.
Martha obedeció sin poner queja alguna y pronto recuperó sus cosas. Retomó su marcha hacia el ascensor mientras se ataba el reloj y se colocaba los pendientes. Peinándose el pelo, pulsó el botón que indicaba "Robos". Cuando las puertas se abrieron, entró en una sala abierta donde las mesas estaban colocadas en hilera unas tras otras. Rodeando una verja, vio al único detective que quedaba por allí a esas horas sentado en su silla, inclinado sobre el ordenador mientras pequeños resoplidos escapaban de sus labios.
- Perdone – dijo dándole un suave golpecito en el hombro.
El detective se sobresaltó, girándose con cara de sorpresa. No había oído los tacones sobre el suelo de madera. Ambos se miraron atentamente, sin decir palabra.
- ¿Sabe dónde está la Detective Beckett?
El desconcierto nubló los azules ojos del joven. Se rascó la nuca rubia mientras fruncía el ceño y buscaba las palabras adecuadas.
- ¿Le ha dicho ella que contactase con nosotros? – preguntó finalmente.
- No, necesito hablar con ella.
- Entonces, me temo que debo informarle de que la detective se encuentra en paradero desconocido.
- ¡Lo sabía! – exclamó Martha para más confusión de Ryan. - ¡Sabía que estaba mintiendo!
- ¿Cómo…? ¿A qué se refiere? ¿Quién es usted? – se levantó de la silla. La sombra de la sospecha se reflejaba en su cara y echó ligeramente hacia atrás la americana para tener más fácil acceso a la pistola.
- Mi hijo. Está en peligro – replicó la mujer, sin responder a ninguna de las preguntas del detective, mientras le agarraba con fuerza del brazo para darle más énfasis a sus palabras.
- ¿Por qué no se sienta y me lo explica todo? – pidió Ryan con la cabeza hecha un lío.
- ¡No hay tiempo! Seguro que se lo han llevado por ir a buscarla…
- ¿Se refiere a la detective Beckett?
- Tenía la sospecha de que la habían secuestrado – asintió ella.
- Señora, ¿es usted la madre de Richard Castle? – preguntó el detective al sumar dos y dos.
- Sí, soy Martha Rodgers; Richard se cambió el apellido cuando comenzó a escribir.
- Yo soy Kevin Ryan, compañero de la detective Beckett. ¿Tiene alguna información que nos pueda ayudar a encontrarles? – recuperó su libretita de debajo de unos papeles y miró fijamente a la pelirroja, viendo finalmente el parecido.
- Richard me llamó hará… - miró su reloj con un giro de muñeca – Media hora, lo que tardé en llegar hasta aquí. Me dijo que la detective estaba en casa sana y salva, y que esta noche no dormiría en casa.
- ¿Y eso fue lo que la hizo sospechar?
- ¡Qué va! – Martha soltó una risotada mientras hacia un gesto con la mano – Eso no es nada raro. Lo que realmente me alertó de que algo no iba bien fue que me dijo que me quería antes de colgar.
- Ah… - Ryan se quedó a cuadros.
- Verá, mi hijo no es de los que dicen "te quiero" fácilmente. Así que recordé dónde me había contado que trabajaba Beckett y vine para averiguar si realmente decía la verdad o no. Veo que no me equivocaba.
- ¿Ha traído su móvil, señora Rodgers?
- Oh, por favor, llámame Martha. Eso de señora me hace sentir vieja – protestó la pelirroja mientras abría el bolso y le entregaba al detective su iPhone.
-.-.-.-.-.-.-
Kate abrió los ojos, totalmente desorientada. La cabeza le dolía a horrores y la luz que desprendía la bombilla, constantemente encendida, se clavaba dolorosamente en sus pupilas. Giró sobre su espalda con un gemido, sin ser consciente de que ya estaba al borde del colchón. Rodó por el suelo, todo su cuerpo quejándose, dolorido por los golpes recibidos.
Volvió a tumbarse en la blanda superficie y un suspiro escapó de sus labios. Estaba hambrienta y sedienta. La última cosa que se había llevado a la boca había sido su copa de vino y ni siquiera había tenido la oportunidad de beber más que un sorbo. No sabía qué hora era ni cuánto tiempo había pasado desde que la habían arrastrado hasta allí. Se miró las muñecas en carne viva, los restos de su propia sangre seca, y se preguntó dónde estaba esa persona que supuestamente iban a mandar para curarla.
Se hizo una bola sobre el colchón, pensando cuánto tiempo tendría que pasar hasta que alguien notara su ausencia. Rezaba para que Castle viera algo en su piso que le pusiera en alerta, pero tampoco estaba segura de que hubieran dejado alguna prueba tras ellos, no parecían de esos que se olvidan el típico papel con una dirección escrita que resulta ser la de su casa. Eran profesionales o, sino llegaban a tanto, por lo menos gente meticulosa que sabía lo que hacía. Quizá no habían secuestrado a gente anteriormente pero definitivamente sí que estaban metidos en el mundillo del crimen. Lo que le quedaba por averiguar era exactamente a qué se dedicaban. ¿Drogas? Muy probablemente, era una de las pocas cosas que te podía asegurar un ejército de musculitos que te siguiera ciegamente. Además, Rusia tenía una de las más grandes e influyentes mafias del mundo, al igual que Italia. El resto, en comparación, eran simples aficionados.
Encontrando las fuerzas de donde no sabía que las tenía, Beckett se levantó del colchón y recorrió su celda, pasando las manos por las paredes en busca de una irregularidad, un trozo de cemento suelto, cualquier cosa que le sirviera para defenderse la próxima vez que entrara alguien. Si es que había una próxima vez…
Pero no había nada, al igual que el maletero de la camioneta, aquel sitio estaba impoluto.
El sonido de los cerrojos corriéndose al otro lado de la gruesa puerta puso todo su cuerpo en dolorosa tensión. Una silueta se recortó contra la luz proveniente de fuera del sótano, pero aquello no podía ser un hombre, era demasiado deforme. Kate se agazapó contra una de las paredes, preparada para defenderse en caso de que la atacaran o para escapar si se presentaba la oportunidad. La sombra se dividió en dos y entonces todo cobró sentido para la detective: era una persona llevando a cuestas a otra. El matón de turno, uno que Beckett no había visto hasta ahora, tiró a alguien al suelo de cemento sin cuidado alguno. La figura desparramada en el suelo soltó un quejido pero no se movió, siguió hecha un ovillo, la cara oculta bajo los brazos y las piernas encogidas contra el pecho en una postura defensiva. Kate se fijó en la piel levantada de sus nudillos, las heridas de sus muñecas… Quién fuera, había pasado por lo mismo que ella.
Entonces el hombre de negro volvió a entrar en la celda con un cuenco humeante, un plato y un vaso de agua en una bandeja de plástico que dejó justo en la entrada mientras le echaba una mirada desconfiada a Beckett.
- ¿Y su comida? – preguntó ésta señalando con un gesto de la cabeza hacia su nuevo compañero de celda.
- Él no comer – respondió el hombre flexionando sus músculos, tratando de parecer intimidante. La detective no se inmutó, había visto a muchos delincuentes hacer aquello, al igual que había soportado estoicamente escucharles relatarle lo que les gustaría hacerle. Nunca había dejado que le afectara y no iba a empezar ahora.
- ¿Cuándo va a venir el médico? Dijeron que vendría uno.
El matón se giró hacia ella con una sonrisa siniestra. Sacudiendo la cabeza, escupió al suelo en su dirección e hizo una mueca de puro asco.
- Suka – masculló en ruso, cerrando la puerta de un portazo.
- Puta tú – replicó la detective aunque él no la podía escuchar.
Ahora que ya no había peligro, corrió hacia la figura del suelo, parecía que estaba inconsciente, quizá todavía la duraban los efectos del cloroformo. Con un gruñido por el esfuerzo al que estaba sometiendo a sus músculos, agarró los pies del hombre y le arrastró por el suelo para llevarle al colchón. Cuando los dejó caer sobre la blanda superficie, notó que sus manos estaban húmedas y rezó para que no fuera orina. Pero esos pensamientos quedaron olvidados cuando su mirada se deslizó por aquel cuerpo familiar para aterrizar en la cara del hombre, sus labios, su barbilla cubierta por una suave barba de tres días…
Sintiendo la urgencia apoderarse de ella, terminó por colocarle en el colchón y se arrodilló a su lado, colocando su cabeza en su regazo y acariciando su mojado pelo. Viendo que estaba congelado y comenzando a tiritar violentamente, comenzó a sacudirle mientras frotaba sus brazos. El escritor despertó de golpe y reaccionó ante un ataque. Con un gesto, empujó a la detective contra el suelo y se situó encima de ella, totalmente en tensión.
- Sshh, Castle, soy yo – susurró Beckett alzando una mano y acariciando su mejilla.
Temblando ahora con más fuerza, Rick se quitó de encima, mirando a su alrededor con desconcierto. Una mueca de dolor cruzó su rostro y se llevó una mano a la nuca.
- Toma, ponte esto – le dijo Kate mientras se quitaba su sudadera y se la daba a él.
- No, t-t-te vas a-a quedar fr-fría – negó el escritor.
- Estás congelado, Castle – insistió ella. Tras una pelea de miradas, él apartó la suya con un suspiro y cogió la sudadera que le tendía la detective. Era lo bastante ancha como para que le quedara bien. – Túmbate – ordenó Beckett.
- Di-dios, c-c-cómo te había e-echado de me-menos – bromeó el escritor mientras obedecía y se acomodaba en el colchón.
- Agh, cállate. – Pero no pudo reprimir una sonrisa. Se levantó para buscar el cuenco de sopa y se lo acercó. – Bébetelo.
- ¿Y tú no c-c-comes?
- Yo me quedo con eso – señaló al plato que tenía encima un bollo de pan y una ensalada.
Conforme, Castle se tragó la sopa caliente poco a poco, lo que hizo que su tiritera no fuera tan violenta, pero no la paró. Una vez terminaron de comer en silencio, Beckett dejó la bandeja en el mismo sitio, junto a la puerta. Tumbándose junto al escritor, le rodeó con un brazo, pegándole a su cuerpo para ayudarle a entrar en calor.
- ¿Qué te hicieron?
- Bañarme en agua congelada – replicó él en apenas un murmullo.
Kate no volvió a hablar para dejarle dormir. Se quedó un buen rato observando su rostro, magullado pero en paz, antes de que Morfeo la reclamara a ella también y se la llevara a su mundo.
¡A leer!
Capítulo 99:
Unas sacudidas me rescataron de la inconsciencia. Abrí los ojos lentamente y una fuerte luz apuntada a mi cara me cegó. Con un gruñido, ladeé la cabeza para proteger mis pupilas mientras parpadeaba con rapidez.
- налить холодной воды – ordenó alguien.
Guiñé los ojos y me enfrenté al foco. La cabeza me daba vueltas y la nuca me palpitaba. Intenté recordar cómo había llegado hasta allí pero tenía una gran laguna, solo veía imágenes borrosas y confusas: una foto, llamadas, ¿una pelea? Asentí para mí mismo, eso explicaría muchas cosas.
De repente una cascada de agua congelada cayó sobre mí, haciéndome exclamar por la sorpresa y el frío. Me erguí, las muñecas protestando cuando las tiras de plástico que me sujetaban contra la silla se clavaron profundamente en mi carne. Moví las manos, comprobando que, hiciera lo que hiciera, no iba a ser capaz de soltarme. Un escalofrío me recorrió sin poder contenerlo y sacudí la cabeza para evitar que las gotas de agua me cayeran en los ojos empañándome la vista.
- ¿Quieres más o ya estás despierto? – susurró una voz contra mi oído.
Le reconocí y me aparté lo máximo posible, expulsando el aire por la nariz con fuerza. Tensé todo mi cuerpo, tanto que dolía, y cuadré la mandíbula, dispuesto a luchar.
- Parece que sí – continuó hablando el hombre.
La luz me cegaba así que no podía saber con exactitud dónde estaba.
- Bien, ahora que cuento con tu total atención… – su voz se desplazaba de un lado al otro al igual que el sonido de los tacones de sus zapatos chocando contra lo que parecía cemento.- ¿A quién avisaste de que te ibas?
Su pregunta me dejó desconcertado y no contesté inmediatamente. Otro cubo de agua helada cayó sobre mí pero esta vez no contuve un grito de rabia. Escupiendo agua, sacudí el pelo y ladeé la cabeza para protegerme medianamente de aquel fuerte foco que estaba comenzando a quemarme las retinas.
- A nadie. – Repliqué sin separar los dientes.
- Mientes.
- ¡No me queda a nadie! – Grité mientras me revolvía, ignorando las punzadas en mis muñecas. - ¡Vosotros me arrebatasteis todo!
Le oí reírse, era una carcajada suave y para nada falsa, lo que alimentó el odio que fluía por mis venas y constituía mi fuerza. Aquello era lo único que me mantenía alerta, desplazando el dolor y el mareo.
- Qué dramático… De tal palo, tal astilla.
- ¿Qué quieres decir? – Mascullé.
Él no contestó, simplemente tiró algo dentro del foco de luz que me apuntaba. La hoja cayó suavemente hasta el suelo, girando sobre el cemento hasta quedar enganchada en la punta de mi zapato. Me incliné hacia delante para ver qué era, forzando la vista.
- Tienes una madre bastante atractiva para su edad – comentó el hombre.
Mis ojos se quedaron atrapados en una foto sacada desde lejos, probablemente usando un piso del edificio de enfrente. Ella estaba en la cocina, sonriendo, su copa de vino en una mano mientras con la otra sujetaba el móvil contra su oreja.
- No le hagáis nada – amenacé.
- Eso depende de ti.
- ¿Qué tengo que hacer?
- Oh, una llamada – contestó él con simplicidad.
Me quedé unos segundos en silencio antes de retorcer las manos y asentir secamente.
- Libérame – pedí, aunque me salió en forma de orden.
El hombre soltó una sincera carcajada que fue coreada por sus matones.
- Se cree que somos tontos… - dijo como si yo no estuviera allí. Sentí que alguien me tiraba del pelo hacia atrás bruscamente y su colonia me llegó a la nariz cuando presionó su mejilla contra la mía. – Si fuera por nosotros, ahora mismo no estarías vivo – masculló.
Se separó con la misma rapidez que con la que se me había echado encima y entró dentro del halo de luz. Su figura estaba sumida en las sombras, se agachó con un ligero encogimiento de hombros y le hizo una señal a uno de sus secuaces. Pronto sentí el frío del acero de la pistola contra la nuca, justo en la zona que me dolía.
- Bien, establezcamos algunas reglas. Usarás un teléfono móvil nuestro porque, desafortunadamente, el tuyo se perdió por el camino – la sonrisa traspasó a su voz pero pronto volvió a ponerse serio. Sacó un iPhone del bolsillo y me lo mostró. – Tú me dices su número y yo lo marco, eso sí, más te vale que sea el correcto. No digas nada comprometedor o el leal de Brutus – el cañón de la pistola se hundió un poco más en mi piel como respuesta – no tendrá ningún reparo en disparar. ¿Comprendido todo?
- Sí.
- Chico listo – me dio unos golpecitos en la cabeza antes de que yo la apartara bruscamente.
Él sonrió fugazmente y comenzó a marcar los números que yo le dictaba, haciéndolos pasar entre mis dientes, incapaz de aflojar la mandíbula. Me forcé a mí mismo a calmarme, a dejar de sentir el acero clavado en mi nuca. Si quería seguir vivo, necesitaba hacer aquello bien.
Fueron necesarios cinco bips antes de que mi madre cogiera el teléfono.
- ¿Sí?
- Hola, madre – saludé. Contuve un suspiro de alivio cuando mi voz sonó normal. Él hombre me hizo una señal con el pulgar levantado para indicarme que lo estaba haciendo bien.
- ¡Richard! ¿Desde dónde llamas? Este chisme no me dice que eres tú.
- Eso es porque no reconoce este número – expliqué con paciencia. – Mi móvil se quedó sin batería y le pedí el suyo a un amigo.
- Oh… ¿Y Beckett? ¿La encontrasteis?
Mis ojos volaron hacia la cara del hombre trajeado pero un suave empujón de la pistola fue suficiente para saber qué tenía que contestar.
- Sí – repliqué entre dientes. Tragué saliva y normalicé mi respiración antes de seguir. – Estaba en su casa sana y salva.
- Me alegro pero… Querido, ¿estás bien? Te noto algo raro.
- No te preocupes por mí. Esta noche no dormiré en casa, ¿vale?
Martha asintió aunque sonando no muy convencida.
- Bueno, te dejo que mi amigo quiere su móvil de vuelta – dije cuando comenzaron a hacerme señas para que colgara.
- Está bien, ten cuidado.
- Tú también. Ah, y, madre… Te quiero.
Colgó antes de que ella tuviera tiempo para contestar. Se volvió a guardar el iPhone en el bolsillo y desapareció de mi marco de visión.
- No ha sido tan difícil, ¿eh?
- ¿Qué vais a hacer conmigo? – pregunté sin fuerzas para luchar.
- Oh, nada, llevarte a tus aposentos.
Nada más terminó de hablar, sentí el aire moverse detrás de mí y la culata de la pistola chocó contra mi nuca con fuerza. La oscuridad me reclamó y mi cabeza cayó hacia delante. Apagaron el foco justo cuando me quedé inconsciente.
-.-.-.-.-.-.-.-
Esposito dio una vuelta más alrededor del cobertizo para asegurarse de que no se le había pasado nada por alto.
Seguía en la escena del crimen pero ahora estaba protegida por una cinta amarilla con uniformados guardando que ninguno de los pescadores curiosos que rondaban por allí se colara dentro. Las luces rojas y azules de los coches patrulla iluminaban la noche intermitentemente, el cielo constantemente surcado por gaviotas. El detective se resguardó bajo el alero de un tejado, desconfiando de las aves, no sería el primero al que le había llovido un regalito del cielo.
- Oiga, ¿qué pasa aquí? – le gritó un pescador.
El latino se acercó a él, inspeccionándole con una pasada de sus ojos. Llevaba un chaleco azul marino con un jersey desgastado debajo, y unos pantalones repelentes del agua metidos por dentro de unas botas amarillo chillón. Se protegía la calva del frescor nocturno y la llovizna con un gorro de lana rojo oscuro.
- Es una escena del crimen.
- Eso ya lo veo – replicó el hombre haciendo un gesto vago hacia la camioneta del forense y los técnicos que no dejaban de entrar y salir.
- ¿Conoce a usted al dueño de estos cobertizos, señor…? – inquirió Esposito sacando su libreta y destapando el bolígrafo.
- Newman, Jack Newman.
El detective asintió mientras escribía el nombre. El pescador se rascó la cabeza y echó un vistazo al número del muelle, indicado en un cartel con la pintura desconchada.
- Se rumorea que lo compró un ricachón pero nadie sabe exactamente quién.
- ¿Nunca le ha visto nadie por aquí?
- De vez en cuando vienen con unos todoterrenos negros, siempre por la noche. Un día cuando volvía de coger cangrejos… – Jack miró sobre su hombro y se acercó a Esposito con aire confidencial. – Poca gente sabe esto pero es más fácil pescarlos en la oscuridad, sobre todo si utilizas un cebo con luz, les atrae como la miel a las moscas.
Espo carraspeó, conteniendo las ganas de poner los ojos en blanco.
- ¿Decía que un día les vio? – preguntó para volver a poner al señor Newman en la historia.
- Ah, sí. Pues eso, un día volvía sobre las tres de la madrugada que es cuando normalmente me retiro porque ya no se coge nada; y había unos dos o tres, más bien tres, todoterrenos aparcados justo allí. – Señaló hacia donde Esposito y Ryan habían tenido que tirarse al suelo para no ser atropellados.
- ¿Le vio a alguno la cara?
- No, no. Había bebido un poco para mantenerme en calor y la verdad es que no habría podido contar ni los dedos que tengo en una mano. – Alzó la izquierda, mostrando que le faltaban dos: el anular y el meñique. – Un accidente con un atún – le contó al detective aunque este no había preguntado.
- ¿Y qué estaban haciendo? ¿Había alguien en el muelle o solo estaban los dos coches aparcados?
- Había armarios entrando y saliendo de los cobertizos.
Esposito frunció el ceño.
- ¿Armarios? – comenzaba a dudar de la cordura del hombre que se balanceaba ligeramente frente a él como movido por una brisa inexistente.
- Sí, sí, como el fiambre de ahí – exclamó el señor Newman mientras señalaba la camilla que estaban metiendo en el furgón de la morgue.
- ¡Ah! Se refiere a personas musculosas…
- Pues claro, ¿a qué me iba a referir si no? – el pescador le echó una mirada de total desconcierto a Esposito, quien tuvo que tragarse la risa.
- Entonces, ¿qué estaban haciendo los hombres?
- Mmm… Iban todos vestidos de negro, parecían de una maldita funeraria – soltó una risotada pero ante la falta de respuesta por parte del detective, se aclaró la garganta y, recolocándose el gorro, continuó. – Entraban y salían de los cobertizos cargando cajas. Al principio pensé que llevaban pescado o marisco ya que todos los usamos para eso, almacenamos la pesca hasta que podemos trasladarla.
- Pero no era eso, ¿no?
Jack negó vigorosamente con la cabeza, tanto que Esposito temió que se dislocara el cuello.
- Dos de ellos iban discutiendo en un idioma incomprensible, te puedo decir que era todo el rato escupitajos y ruidos de garganta – el hombre comenzó a hacer sonidos, parecía que tenía una flema e intentaba escupirla. Varias personas se giraron para observarles y el detective consiguió que parara tras unos minutos. – Eso, estaban discutiendo y uno, que llevaba las manos libres, empujó al otro haciendo que se le cayera la caja al suelo. No estaban cerradas y varios paquetes blancos del tamaño de libros se desparramaron por el suelo.
- ¿Pasó algo más?
- Bueno, el jefe salió del coche hecho una furia y comenzó a gritar y hacer aspavientos y escupir y, buah, pensé que les mataba.
- ¿Conseguiste verle la cara al jefe?
- Nope – contestó el señor Newman rotundamente y sin dudar un segundo. – Pero puedo decirte una cosa, iba vestido tal cual esa película que luego tuvo varias secuelas.
Esposito se quedó con la misma cara, le acababa de describir a medio cine americano. El pescador chascó los dedos, quejándose de que tenía el nombre en la punta de la lengua. De golpe se giró, dándole la espalda a Espo.
- ¡JIMMY! – gritó a pleno pulmón. El detective miró en la dirección a la que Jack estaba encarado y vio una pequeña cabeza asomar por la ventana de un cobertizo. - ¿CÓMO SE LLAMA LA PELÍCULA QUE VIMOS EN HALLOWEEN?
- ¿LA DEL NEGRO? – replicó el aludido en el mismo tono. Esposito dio un paso atrás y se tapó un oído.
- ¡ESA!
- BLACK Y BLACK.
Jack Newman miró al moreno mostrando una brillante sonrisa.
- ¿Oíste?
- Cómo no hacerlo – contestó Espo tratando de suavizar el sarcasmo.
- Pues esa, Black y Black.
- En realidad es Men In Black.
- No, si Jimmy dice que es Black y Black es porque es Black y Black.
- Entonces no diré lo contrario.
El detective agradeció su ayuda y se fue a un lugar tranquilo donde no hubiera gritos. Sacó el móvil del bolsillo y marcó un número.
- Ryan – saludó su compañero.
- Hey, ¿algo nuevo?
- No, no ha habido suerte buscando al propietario – replicó. Esposito oyó el sonido de las teclas del ordenador mientras Kevin seguía buscando. – Tengo la sensación de que fue una compra de estas… ¿Cómo llamarlas? ¿De mercado?
- ¿Te refieres a que le dio un fajo de billetes al antiguo propietario y listo?
- Exacto.
- Pero tiene que haber un nombre, ¿no? Aunque sea del primero.
- ¿Crees que si le preguntamos nos podrá dar un retrato?
- Eso espero – suspiró Esposito.
- ¿Qué tal por ahí? – preguntó Ryan.
- Bueno, ahora estoy medio sordo de un oído pero he hablado con un pescador, Jack Newman, que vio a los tipos estos cargando cajas de droga en todoterrenos.
- ¿Usan los cobertizos para guardarla?
- Pudo haber sido cosa de una vez o ser algo permanente.
- Tendría lógica, a nadie se le ocurriría buscar en el puerto y los pescadores son gente tranquila y solitaria.
- Algunos más que otros. – El irlandés prefirió no preguntar a qué se refería con ese comentario. - ¿Rastreaste el móvil de Castle?
- Sí, mandé a una patrulla a investigar pero no me da buenas vibraciones, no se ha movido del sitio.
- Quizá sea donde le mantienen prisionero.
- ¿En medio de una cloaca? Quién sabe, quizá las ratas no le dejen irse – bromeó Ryan.
- Es fácil ser sarcástico cuando tienes todos los datos – replicó el latino, molesto.
- Tío, te noto algo susceptible.
Esposito suspiró al otro lado de la línea, rascándose la nuca.
- Perdón, es este caso, me tiene preocupado.
- A mí también – confesó el irlandés.
Alguien llamó su nombre en el puerto y el detective se disculpó con su compañero, colgando para encontrarse con un técnico que iba corriendo hacia él. Le hizo señas para que se acercara hacia los cobertizos y Espo reanudó la vuelta.
- Detective Esposito, ¿verdad? – le preguntó el joven con la respiración entrecortada mientras caminaban juntos. – Debería ver esto.
El moreno apresuró el paso y un uniformado les levantó la cinta amarilla. Se colaron por debajo y fueron esquivando a gente hasta que consiguieron entrar dentro del cobertizo de la derecha, el que no había sufrido los estragos de la pelea. Un centenar de técnicos se habían dedicado a sacar los botes viejos e inspeccionar cada centímetro cuadrado en busca de pruebas.
- Usaban esto como alijo – dijo el joven mientras señalaba hacia un montón de cajas ocultas tras herramientas y trozos de madera.
Juntos se aproximaron hacia el fondo del cobertizo pero Esposito pronto vio que las cajas estaban vacías. Su confusión se debió de reflejar en su cara porque el técnico se acercó a otro y le pidió un tubo de cristal con un líquido y un bastoncillo dentro.
- Verá, los componentes químicos de la droga reaccionan al entrar en contacto con otros. – Explicó mientras agitaba la probeta para asegurarse de que el algodón quedaba bien empapado. Mientras hablaba, se inclinó sobre una de las cajas y rozó el bastoncillo contra el fondo – Es como echar Luminol sobre una superficie llena de sangre, brilla como un árbol de navidad. – Sacó la mano y le enseñó a Esposito el algodón con una sonrisa triunfal. La punta estaba roja.
- ¿Y por este test podéis saber qué droga almacenaban aquí?
- Le puedo contestar con absoluta seguridad: es cocaína.
- ¿Sin duda alguna? – preguntó el latino con escepticismo.
- Compruébelo usted mismo, detective.
Espo se le quedó mirando a la espera de que le dijera cómo pensaba que hiciera eso. El técnico le sonrió y señaló algo por encima del hombro del detective, obligándole a girarse. Otro técnico vestido con un mono azul marino que rezaba "CSU" en letras amarillas en la espalda estaba inclinado sobre uno de los viejos botes, palanca en mano, y ejerciendo fuerza sobre una tablilla que se resistía a levantarse. Esposito se acercó con paso vacilante y se ofreció a ayudarle. El joven pelirrojo le sonrió con agradecimiento y dio varios pasos atrás para dejarle espacio al detective. Éste envolvió la palanca con ambas manos, cogió aire y, con un empujón brusco, la madera chascó, liberando la punta de la herramienta.
- Gracias, tío, no era capaz – le dijo el técnico, dándole una palmada en la espalda.
- ¿Qué estáis buscando exactamente? – preguntó Esposito.
- Al sacar los botes de los cobertizos notamos que sonaban raro, como huecos, así que se nos ocurrió que era la forma que tenían de trasladar la droga desde el barco u otro medio de transporte que la trajera hasta aquí sin levantar las sospechas de los guardias.
Para probar su explicación, tiró de la madera suelta, revelando un hueco entre pared y pared de donde sacó un paquete del tamaño de un libro. Con una navaja, rasgó el plástico protector y se lo ofreció al detective. Espo metió un dedo, asegurándose de que el polvo blanco se quedaba pegado y lo probó.
- Cocaína – afirmó.
-.-.-.-.-.-.-
Martha entró taconeando con fuerza en el vestíbulo de la comisaria 12. Una mano reposando tranquilamente en el bolsillo de su chubasquero, la otra cerrada alrededor de la tira del bolso que colgaba de su hombro; llamó la atención de todos los que iban y venían.
- Señora – llamó alguien. Ella no se dio por aludida y siguió caminando hasta que sintió una mano darle golpecitos en la espalda. – Señora, tiene que pasar primero por ahí – le indicó un uniformado señalando hacia un arco detector de metales y la mesa de recepción.
- Oh, perdone, es mi primera vez.
Ruborizándose convenientemente, Martha le agradeció al policía su ayuda y se dirigió hacia donde le habían indicado. El recepcionista alzó la mirada con aburrimiento y la inspeccionó de arriba abajo.
- ¿Viene a ver a alguien?
- Sí. – No dijo nada más, a ese señor tampoco le importaba.
El policía le tendió una pegatina que llevaba escrito "Visitante" y le ordenó ponérselo en un lugar visible de su ropa. Con un suspiro de resignación, se levantó y salió de detrás del mostrador para encender el detector.
- Deje cualquier cosa de metal en esta bandeja, por favor, y pase bajo el arco.
Martha obedeció sin poner queja alguna y pronto recuperó sus cosas. Retomó su marcha hacia el ascensor mientras se ataba el reloj y se colocaba los pendientes. Peinándose el pelo, pulsó el botón que indicaba "Robos". Cuando las puertas se abrieron, entró en una sala abierta donde las mesas estaban colocadas en hilera unas tras otras. Rodeando una verja, vio al único detective que quedaba por allí a esas horas sentado en su silla, inclinado sobre el ordenador mientras pequeños resoplidos escapaban de sus labios.
- Perdone – dijo dándole un suave golpecito en el hombro.
El detective se sobresaltó, girándose con cara de sorpresa. No había oído los tacones sobre el suelo de madera. Ambos se miraron atentamente, sin decir palabra.
- ¿Sabe dónde está la Detective Beckett?
El desconcierto nubló los azules ojos del joven. Se rascó la nuca rubia mientras fruncía el ceño y buscaba las palabras adecuadas.
- ¿Le ha dicho ella que contactase con nosotros? – preguntó finalmente.
- No, necesito hablar con ella.
- Entonces, me temo que debo informarle de que la detective se encuentra en paradero desconocido.
- ¡Lo sabía! – exclamó Martha para más confusión de Ryan. - ¡Sabía que estaba mintiendo!
- ¿Cómo…? ¿A qué se refiere? ¿Quién es usted? – se levantó de la silla. La sombra de la sospecha se reflejaba en su cara y echó ligeramente hacia atrás la americana para tener más fácil acceso a la pistola.
- Mi hijo. Está en peligro – replicó la mujer, sin responder a ninguna de las preguntas del detective, mientras le agarraba con fuerza del brazo para darle más énfasis a sus palabras.
- ¿Por qué no se sienta y me lo explica todo? – pidió Ryan con la cabeza hecha un lío.
- ¡No hay tiempo! Seguro que se lo han llevado por ir a buscarla…
- ¿Se refiere a la detective Beckett?
- Tenía la sospecha de que la habían secuestrado – asintió ella.
- Señora, ¿es usted la madre de Richard Castle? – preguntó el detective al sumar dos y dos.
- Sí, soy Martha Rodgers; Richard se cambió el apellido cuando comenzó a escribir.
- Yo soy Kevin Ryan, compañero de la detective Beckett. ¿Tiene alguna información que nos pueda ayudar a encontrarles? – recuperó su libretita de debajo de unos papeles y miró fijamente a la pelirroja, viendo finalmente el parecido.
- Richard me llamó hará… - miró su reloj con un giro de muñeca – Media hora, lo que tardé en llegar hasta aquí. Me dijo que la detective estaba en casa sana y salva, y que esta noche no dormiría en casa.
- ¿Y eso fue lo que la hizo sospechar?
- ¡Qué va! – Martha soltó una risotada mientras hacia un gesto con la mano – Eso no es nada raro. Lo que realmente me alertó de que algo no iba bien fue que me dijo que me quería antes de colgar.
- Ah… - Ryan se quedó a cuadros.
- Verá, mi hijo no es de los que dicen "te quiero" fácilmente. Así que recordé dónde me había contado que trabajaba Beckett y vine para averiguar si realmente decía la verdad o no. Veo que no me equivocaba.
- ¿Ha traído su móvil, señora Rodgers?
- Oh, por favor, llámame Martha. Eso de señora me hace sentir vieja – protestó la pelirroja mientras abría el bolso y le entregaba al detective su iPhone.
-.-.-.-.-.-.-
Kate abrió los ojos, totalmente desorientada. La cabeza le dolía a horrores y la luz que desprendía la bombilla, constantemente encendida, se clavaba dolorosamente en sus pupilas. Giró sobre su espalda con un gemido, sin ser consciente de que ya estaba al borde del colchón. Rodó por el suelo, todo su cuerpo quejándose, dolorido por los golpes recibidos.
Volvió a tumbarse en la blanda superficie y un suspiro escapó de sus labios. Estaba hambrienta y sedienta. La última cosa que se había llevado a la boca había sido su copa de vino y ni siquiera había tenido la oportunidad de beber más que un sorbo. No sabía qué hora era ni cuánto tiempo había pasado desde que la habían arrastrado hasta allí. Se miró las muñecas en carne viva, los restos de su propia sangre seca, y se preguntó dónde estaba esa persona que supuestamente iban a mandar para curarla.
Se hizo una bola sobre el colchón, pensando cuánto tiempo tendría que pasar hasta que alguien notara su ausencia. Rezaba para que Castle viera algo en su piso que le pusiera en alerta, pero tampoco estaba segura de que hubieran dejado alguna prueba tras ellos, no parecían de esos que se olvidan el típico papel con una dirección escrita que resulta ser la de su casa. Eran profesionales o, sino llegaban a tanto, por lo menos gente meticulosa que sabía lo que hacía. Quizá no habían secuestrado a gente anteriormente pero definitivamente sí que estaban metidos en el mundillo del crimen. Lo que le quedaba por averiguar era exactamente a qué se dedicaban. ¿Drogas? Muy probablemente, era una de las pocas cosas que te podía asegurar un ejército de musculitos que te siguiera ciegamente. Además, Rusia tenía una de las más grandes e influyentes mafias del mundo, al igual que Italia. El resto, en comparación, eran simples aficionados.
Encontrando las fuerzas de donde no sabía que las tenía, Beckett se levantó del colchón y recorrió su celda, pasando las manos por las paredes en busca de una irregularidad, un trozo de cemento suelto, cualquier cosa que le sirviera para defenderse la próxima vez que entrara alguien. Si es que había una próxima vez…
Pero no había nada, al igual que el maletero de la camioneta, aquel sitio estaba impoluto.
El sonido de los cerrojos corriéndose al otro lado de la gruesa puerta puso todo su cuerpo en dolorosa tensión. Una silueta se recortó contra la luz proveniente de fuera del sótano, pero aquello no podía ser un hombre, era demasiado deforme. Kate se agazapó contra una de las paredes, preparada para defenderse en caso de que la atacaran o para escapar si se presentaba la oportunidad. La sombra se dividió en dos y entonces todo cobró sentido para la detective: era una persona llevando a cuestas a otra. El matón de turno, uno que Beckett no había visto hasta ahora, tiró a alguien al suelo de cemento sin cuidado alguno. La figura desparramada en el suelo soltó un quejido pero no se movió, siguió hecha un ovillo, la cara oculta bajo los brazos y las piernas encogidas contra el pecho en una postura defensiva. Kate se fijó en la piel levantada de sus nudillos, las heridas de sus muñecas… Quién fuera, había pasado por lo mismo que ella.
Entonces el hombre de negro volvió a entrar en la celda con un cuenco humeante, un plato y un vaso de agua en una bandeja de plástico que dejó justo en la entrada mientras le echaba una mirada desconfiada a Beckett.
- ¿Y su comida? – preguntó ésta señalando con un gesto de la cabeza hacia su nuevo compañero de celda.
- Él no comer – respondió el hombre flexionando sus músculos, tratando de parecer intimidante. La detective no se inmutó, había visto a muchos delincuentes hacer aquello, al igual que había soportado estoicamente escucharles relatarle lo que les gustaría hacerle. Nunca había dejado que le afectara y no iba a empezar ahora.
- ¿Cuándo va a venir el médico? Dijeron que vendría uno.
El matón se giró hacia ella con una sonrisa siniestra. Sacudiendo la cabeza, escupió al suelo en su dirección e hizo una mueca de puro asco.
- Suka – masculló en ruso, cerrando la puerta de un portazo.
- Puta tú – replicó la detective aunque él no la podía escuchar.
Ahora que ya no había peligro, corrió hacia la figura del suelo, parecía que estaba inconsciente, quizá todavía la duraban los efectos del cloroformo. Con un gruñido por el esfuerzo al que estaba sometiendo a sus músculos, agarró los pies del hombre y le arrastró por el suelo para llevarle al colchón. Cuando los dejó caer sobre la blanda superficie, notó que sus manos estaban húmedas y rezó para que no fuera orina. Pero esos pensamientos quedaron olvidados cuando su mirada se deslizó por aquel cuerpo familiar para aterrizar en la cara del hombre, sus labios, su barbilla cubierta por una suave barba de tres días…
Sintiendo la urgencia apoderarse de ella, terminó por colocarle en el colchón y se arrodilló a su lado, colocando su cabeza en su regazo y acariciando su mojado pelo. Viendo que estaba congelado y comenzando a tiritar violentamente, comenzó a sacudirle mientras frotaba sus brazos. El escritor despertó de golpe y reaccionó ante un ataque. Con un gesto, empujó a la detective contra el suelo y se situó encima de ella, totalmente en tensión.
- Sshh, Castle, soy yo – susurró Beckett alzando una mano y acariciando su mejilla.
Temblando ahora con más fuerza, Rick se quitó de encima, mirando a su alrededor con desconcierto. Una mueca de dolor cruzó su rostro y se llevó una mano a la nuca.
- Toma, ponte esto – le dijo Kate mientras se quitaba su sudadera y se la daba a él.
- No, t-t-te vas a-a quedar fr-fría – negó el escritor.
- Estás congelado, Castle – insistió ella. Tras una pelea de miradas, él apartó la suya con un suspiro y cogió la sudadera que le tendía la detective. Era lo bastante ancha como para que le quedara bien. – Túmbate – ordenó Beckett.
- Di-dios, c-c-cómo te había e-echado de me-menos – bromeó el escritor mientras obedecía y se acomodaba en el colchón.
- Agh, cállate. – Pero no pudo reprimir una sonrisa. Se levantó para buscar el cuenco de sopa y se lo acercó. – Bébetelo.
- ¿Y tú no c-c-comes?
- Yo me quedo con eso – señaló al plato que tenía encima un bollo de pan y una ensalada.
Conforme, Castle se tragó la sopa caliente poco a poco, lo que hizo que su tiritera no fuera tan violenta, pero no la paró. Una vez terminaron de comer en silencio, Beckett dejó la bandeja en el mismo sitio, junto a la puerta. Tumbándose junto al escritor, le rodeó con un brazo, pegándole a su cuerpo para ayudarle a entrar en calor.
- ¿Qué te hicieron?
- Bañarme en agua congelada – replicó él en apenas un murmullo.
Kate no volvió a hablar para dejarle dormir. Se quedó un buen rato observando su rostro, magullado pero en paz, antes de que Morfeo la reclamara a ella también y se la llevara a su mundo.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Que mal que los tienen secuestrados...... Al menos estan juntos..... ¿que es lo que quieren de ellos?
Sigue pronto!
Sigue pronto!
Caskett(sariita)- Policia de homicidios
- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 25/10/2013
Edad : 24
Localización : En el mundo de los sueños
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Wow, menudo capítulo!! Menos mal que ya están juntos, secuestrados pero juntos. Esperemos que esa llamada que ha recibido Martha sirva para poder localizar el móvil y por lo menos dar con sus secuestradores.
Deseando leer la continuación
Deseando leer la continuación
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Guayyyyyyyyyy qué bien, menudo montón de capítulos para leer, lo malo es que ya me los he leído todos, ¿cuando vas a subir el siguiente?, es que cuantos más capítulos leo, más me apetece seguir leyendo, jajajajaja
Además es que son a cada cual más interesante y lo malo es que me dejas a medias la mayoría de las veces, es una manía que no sé como corregir en ningun@s de l@s que escribís por aquí. Si no vamos a dejar de leer, ¿por qué hacernos de rabiar tanto?
Bueno a lo que íbamos, creo que sé quién es el maldito jefe, bueno lo sé, pero no lo voy a decir por si alguien aún no lo sabe, jajajajajaja pero lo que no entiendo es para qué necesita a Beckett y a Castle, bueno a él puedo pensar que lo quiere para que robe algo, pero a ella aún no lo tengo claro. La historia ha ido siempre ascendiendo y la ha hecho cada vez más enrevesada, tal y como suele suceder en este tipo de relatos, se complican, pues los personajes se ven envueltos en una maraña de situaciones provocada normalmente por que han ampliado su conocimiento del o de los casos en que se encuentran, típico de la novela negra. Me gusta, pero me pone de los nervios, pues pareciera que esa maraña no se va a desenredar nunca y mi curiosidad es tremendamente incontenible, al menos cuando leo una novela, sigo hasta que me entero, pero al ser un folletín por entregas, lo llevo mal, jajajajaja
En fin como decía veo que hay visos de solución, por un lado Ryan al hablar con Martha ha conseguido un hilo del que tirar, y al estar nuestra parejita favorita juntos, serán más fuertes y más inteligentes, lo que les permitirá sobrevivir más fácilmente. Sigue pronto que esto es un suplicio, no saber de cierto qué va a pasar hasta el último momento es, REPITO, muy retorcido por tu parte, jajajajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
Además es que son a cada cual más interesante y lo malo es que me dejas a medias la mayoría de las veces, es una manía que no sé como corregir en ningun@s de l@s que escribís por aquí. Si no vamos a dejar de leer, ¿por qué hacernos de rabiar tanto?
Bueno a lo que íbamos, creo que sé quién es el maldito jefe, bueno lo sé, pero no lo voy a decir por si alguien aún no lo sabe, jajajajajaja pero lo que no entiendo es para qué necesita a Beckett y a Castle, bueno a él puedo pensar que lo quiere para que robe algo, pero a ella aún no lo tengo claro. La historia ha ido siempre ascendiendo y la ha hecho cada vez más enrevesada, tal y como suele suceder en este tipo de relatos, se complican, pues los personajes se ven envueltos en una maraña de situaciones provocada normalmente por que han ampliado su conocimiento del o de los casos en que se encuentran, típico de la novela negra. Me gusta, pero me pone de los nervios, pues pareciera que esa maraña no se va a desenredar nunca y mi curiosidad es tremendamente incontenible, al menos cuando leo una novela, sigo hasta que me entero, pero al ser un folletín por entregas, lo llevo mal, jajajajaja
En fin como decía veo que hay visos de solución, por un lado Ryan al hablar con Martha ha conseguido un hilo del que tirar, y al estar nuestra parejita favorita juntos, serán más fuertes y más inteligentes, lo que les permitirá sobrevivir más fácilmente. Sigue pronto que esto es un suplicio, no saber de cierto qué va a pasar hasta el último momento es, REPITO, muy retorcido por tu parte, jajajajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
agecastbet- Escritor - Policia
- Mensajes : 2971
Fecha de inscripción : 27/12/2012
Localización : En la colina del loco - Madrid
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Esta historia esta muy bien, sigueee.
Delta5- Escritor - Policia
- Mensajes : 10286
Fecha de inscripción : 30/07/2012
Localización : Ciudadano del Mundo
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Sigue!!!!! Me encanta!!!
28Caskett- As del póker
- Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 02/05/2013
Edad : 25
Localización : Cd. Juárez
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Lamento el retraso, fui víctima de un pequeño bloqueo de escritora.
Wow, capítulo 100 ya... Estoy terriblemente emocionada y orgullosa, y algo avergonzada, creo que soy la autora del fanfiction más largo de toda esta web. Quién me iba a decir a mí que, cuando se me ocurrió esta loca idea y me senté frente al ordenador a escribirla, iba a tener éxito e iba a llegar tan lejos.
Así que este capítulo va dedicado a todos y cada uno de vosotros, los lectores, los que me animáis a escribir día tras día, los que dejáis reviews y los que preferís leer silenciosamente y sin dejar rastro. A todos vosotros, GRACIAS.
¡Espero que os guste!
--------------------------------------------------------------------------------
El detective Esposito salió del ascensor y entró en el piso del departamento de Robos. Con sus rápidas zancadas, pronto estaba parado frente a su mesa, rebuscando entre los papeles que había allí amontonados. Miró brevemente por encima de su hombro a la silla vacía de su compañero, justo a su espalda, y no pudo evitar preguntarse dónde estaría. Habían quedado en que se encontrarían allí.
Su mirada tropezó con un bolso de diseño y un chubasquero que llevaba pegada una pegatina rezando "Visitante" en la pechera, ambos reposando en una silla que había sido trasladada al lado de la mesa de Ryan desde la sala de descanso. Frunció el ceño, desconcertado, pero sin dejar que eso le despistara. Bajo una alta pila de carpetas que le había dado un amigo de anti-vicio, encontró la hoja que tan frenéticamente había estado buscando. Recogió una bolsa de plástico con un iPhone en su interior y recorrió la planta para ver si tropezaba con su compañero.
No tuvo que ir muy lejos, de hecho, le encontró en el segundo lugar en el que miró. Suponiendo que había estado toda la noche despierto, Esposito se dirigió a la sala de descanso para ver si se estaba tomando un café o echando una siesta en el sillón. Pero se quedó parado en el umbral de la puerta sorprendido por una escena que no se esperaba.
- Hey, tío, por fin llegas – le saludó Ryan despegando brevemente los ojos de la pantalla del portátil. El latino lo reconoció, era el Mac que su compañero se había auto-regalado por su cumpleaños y que siempre utilizaba cuando la lentitud del viejo ordenador de su mesa le desesperaba.
- No… - perdió momentáneamente la capacidad del habla cuando unos claros ojos azules se clavaron en él. Sacudió la cabeza y carraspeó. – No sabía dónde estabas.
Agarrando con una mano la hoja doblada y la bolsa de pruebas, rodeó una de las pequeñas mesas de la sala y estiró el brazo hacia la pelirroja que estaba cómodamente sentada al lado de Ryan, sorbiendo con tranquilidad de una taza de café. El detective no sabía por qué pero le resultaba muy familiar.
- Soy el Detective Esposito – se presentó.
La mujer miró la mano que él le estaba tendiendo y la rodeó entre las suyas mientras le daba una suave palmadita.
- Martha Rodgers – replicó ella con un guiño.
El moreno se quedó parado momentáneamente sin reconocer a la pelirroja pero sintiendo que debería sonarle de algo.
- ¿Qué traes ahí? – preguntó su compañero sacándole de su estupor.
- ¿Eh? Ah, encontraron el teléfono de Castle en una alcantarilla, tal y como dijiste – replicó lazando la bolsa de plástico a través de la mesa hacia el irlandés. Este la agarró antes de que cayera por el borde y giró el iPhone entre sus dedos pero sin sacarlo para no dejar huellas.
- ¿Algo útil?
- No, la última llamada que hizo fue cuando quedamos en Luigi's.
Todavía sin comprender por qué estaba aquella mujer allí pero sintiendo curiosidad por saber qué estaba haciendo Ryan en el ordenador que le tenía tan concentrado, apartó una mesa de la silla y se sentó al otro lado de su compañero, inclinándose para poder ver la pantalla.
- ¿Qué haces? – Aquel montón de mapas con líneas verdes y puntos rojos no significaba nada para él, pero para el irlandés sí tenía sentido.
- Martha me ha prestado su teléfono móvil para ver si puedo rastrear la llamada que recibió de Castle.
La pelirroja se encogió de hombros como si el asunto no fuera con ella y siguió bebiendo su café mientras observaba a ambos detectives. Esposito frunció el ceño, todavía sin ver las similitudes.
- ¿Castle la llamó, señora Rodgers? ¿Qué relación tiene con él? – preguntó.
- Bueno, yo le parí – contestó Martha con una mueca. – Supongo que eso me da algo de prioridad, ¿no? Y llámame Martha, por favor.
Ryan soltó una carcajada ante la cara de su compañero.
- Castle es un apellido artístico - le explicó. – Nuestro amigo el escritor la llamó para avisarla de que no iría a dormir y de que Beckett estaba sana y salva.
- ¿Por qué haría eso? – preguntó Esposito.
- Hemos llegado a la conclusión de que fue algo que hizo forzadamente para no levantar sospechas sobre su secuestro, no se dieron cuenta de que casi atropellan a dos detectives cuando huyeron del puerto.
El irlandés tecleó varias cosas con rapidez y presionó la tecla intro antes de quedarse observando como una barrita se iba llenando poco a poco de color verde. Los tres contuvieron la respiración hasta que llegó al 100%.
- Mierda – masculló Ryan observando la ventana de fondo negro con letras cuadriculadas de color blanco que había saltado en la pantalla. Pronto fue reemplazada por un mapa que giró sobre sí mismo hasta que se estabilizó en China. – Han hecho rebotar la señal por satélites.
- Oh – suspiró Martha con decepción. – Esperaba que sirviera de algo y así poder ser clave en la investigación.
- Tranquila, encontraremos a tu hijo – la tranquilizó Esposito.
- No, lo decía por la publicidad que eso me daría – la pelirroja dibujó una sonrisa traviesa en su cara que hizo reír a ambos detectives. Volvió a sumirse en el silencio mientras Ryan reflexionaba en voz alta cuál sería su próximo movimiento.
- Podría pedirle a un amigo que descodificara la señal y tratara de rastrear la original pero eso tardaría mucho. Todo lo que se me ocurre necesita horas de las que no disponemos – exclamó el irlandés con frustración.
Se sentía agotado y eso le alteraba porque no pensaba irse a dormir hasta que no supiera que Castle y Beckett estaban seguros y a salvo en sus respectivas casas. Una mano se posó en su hombro y alzó sus ojos azules para clavarlos en los marrones de su compañero. Algo vio en ellos que le dio la impresión de que este se estaba guardando un as en la manga. Arqueó las cejas y eso fue suficiente para hacer al otro detective hablar.
- Vale, vale – se rindió Esposito mientras señalaba la hoja doblada que reposaba sobre la superficie de madera de la mesa. - ¿Recuerdas que me dijiste que el propietario original del muelle 8 era un tal Charles Rodbell? – el rubio asintió. – Pues fui a hacerle una visita al poco de amanecer. Aunque me llamó de todo por despertarle a esas horas, en cuanto le hice saber que la vida de dos personas estaba en juego cerró la bocaza y se mostró totalmente dispuesto a colaborar. Me llevé a Smith conmigo para que hiciera un retrato robot del ricachón que se acercó un día a Rodbell cuando estaba en un bar bebiendo y le ofreció un cheque de 25.000 dólares por sus dos cobertizos y su silencio.
- ¿25.000? Yo también habría aceptado – masculló Ryan con incredulidad.
- Cualquier persona con dos dedos de narices habría cogido ese cheque, querido – le dijo Martha.
Esposito sonrió y desdobló la hoja para enseñársela a ambos.
- ¿Te suena de algo? – le preguntó a su compañero.
- Em… No, ¿debería?
- Teniendo en cuenta que quiere ser tu alcalde, sí – replicó la pelirroja tras echarle un vistazo al retrato.
- ¿Cómo? – el irlandés no lo había visto a venir.
Por toda respuesta, Esposito sacó un folleto del bolsillo interior de su cazadora de cuero marrón y se lo pasó a su compañero. Ryan se lo arrebató de la mano y comenzó a desdoblar la pieza de propaganda de fuertes rojos y azules. Se encontró con la misma cara que en el retrato, solo que esta vez estaba sonriendo a la cámara con una expresión que podría haber pasado por bonachona. Bajo su foto un eslogan rezaba "Vota por Bracken. Vota por la mejora".
- Qué pretencioso – murmuró la actriz con desdén.
- William Bracken, senador actualmente y luchando con más candidatos para ser alcalde – informó Esposito.
- ¿Me estás diciendo que este hombre entró en un bar para comprarle unos cobertizos a un borracho? – preguntó con incredulidad el irlandés.
- Eso fue cuando su carrera política apenas había comenzado, supongo que jamás imaginó que en un futuro lejano estaría luchando por el puesto de alcalde de New York.
- ¿Y qué vamos a hacer? Ya sabes lo difícil que es hacer confesar a los peces gordos.
- Yo digo de hacerle una visita amistosa a su oficina, preguntar cuatro cosas que haga saltar sus alarmas para ver cómo reacciona – propuso Esposito con un gesto travieso.
- Si hacemos eso… Quizá comprometamos a Beckett y Castle – señaló Ryan. Ese comentario atrajo la atención de la pelirroja.
- No te preocupes, Richard cuidará de ella.
- ¿Y quién cuidará de él? – rebatió el rubio – Sin ofender pero, el hombre es solo un escritor.
Martha contuvo una risa escéptica y solo dejó escapar una sonrisa enigmática.
- Las apariencias engañan, detective Ryan.
Esposito, que se había quedado callado mientras reflexionaba sobre las palabras de la actriz, decidió que era el momento de intervenir.
- Es lo único que podemos hacer hasta que encontremos más de lo que tirar. Sembremos el pánico entre sus filas y démosles la oportunidad a Castle y Beckett de actuar mientras cruzamos los dedos para que estén bien.
- Lo estarán – afirmó Martha con certeza.
-.-.-.-.-.-.-
En algún lugar entre el sueño y la vigilia, noté a Beckett retorcerse entre mis brazos, desperezándose. Sentí como su cuerpo pasaba de la relajación absoluta que conllevaba el estar dormida, a la tensión al recordar dónde estábamos. Su mano rozó la mía al retirarla de su cintura.
- Quédate en la cama un poco más – murmuré medio dormido.
- Castle – me llamó ella en un susurro.
- Mmm… - gruñí a modo de protesta.
- Castle – sentí la urgencia en su voz y abrí un ojo para ver qué pasaba. - ¡Castle! – gritó entonces.
Con un resoplido, alcé una mano para protegerme de la luz de la bombilla mientras parpadeaba y me despejaba. Me froté los ojos antes de abrirlos. Kate estaba sentada en el colchón con el torso girado para mirarme.
- ¿Qué? – pregunté roncamente.
- ¿Qué haces tú aquí? – inquirió de golpe pillándome totalmente por sorpresa.
- ¿Vine a salvarte? – contesté, dudoso.
- ¿Y te has dejado coger?
- No, verás, es todo parte de un plan. Hago parecer que me han derrotado y que me tienen capturado pero en realidad solo estoy esperando hasta que lleguen los refuerzos a rescatarnos.
- ¿Saben que nos han secuestrado? – una nota de esperanza traspasó a su voz.
- Con suerte, sí, solo tenemos que rezar para que mi madre se diera cuenta.
- Entonces no es momento de recuperar el sueño perdido, levántate – ordenó con fastidio.
Refunfuñé mientras notaba todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo quejarse al estirarme. Ignoré el dolor y las agujetas y me centré en ubicarme. Los recuerdos llegaron a mi cabeza y se agolparon en una fila para ser procesados por mi dormido cerebro.
- Los he visto más rápidos – ironizó la detective.
- Y yo no recordaba que tuvieras tan mal despertar, sino habría pedido una habitación individual.
Mi protesta le hizo sonreír ligeramente y me sentí victorioso. Me incorporé hasta quedar sentado al lado de ella y mis ojos se movieron solos para inspeccionar que estuviera bien. Rocé con mis manos las líneas de sangre seca de sus muñecas y la magulladura que tenía en la cabeza.
- ¿Te golpearon? – pregunté con la mandíbula tensa y los dientes apretados.
- No, perdí el equilibrio en la furgoneta y caí contra la puerta – ante la mirada incrédula que le lancé, procedió a defenderse – Iba atada de pies y manos, drogada, y por terreno inestable. Me habría gustado verte a ti en esa situación…
No dije nada pero tampoco me preocupé por ocultar la sonrisa que se dibujó sola en mis labios. Entonces Beckett frunció el ceño como si se acabara de dar cuenta de algo y golpeó mi brazo con fuerza.
- ¡Auch! – me quejé mientras me acariciaba la zona, consternado.
- Eso por entrar en mi apartamento – explicó la detective sin poder ocultar un deje de diversión. – Da gracias que no te lo di antes, no quería pegar a un convaleciente.
- Si no hubiera entrado nunca me habría enterado de lo que realmente te había pasado.
Me lanzó una mirada escéptica que preferí ignorar. Iba a decir algo pero el ruido de las cadenas corriéndose al otro lado de la puerta de madera nos puso a ambos en alerta. Sin darme cuenta, mi cuerpo adquirió una posición casi felina, medio agazapado sobre el colchón y cubriendo a la detective a medias. La puerta se abrió de golpe y, a pesar de su peso, golpeó con fuerza la pared que la frenó.
- Están despiertos – informó un guarda a alguien.
Entonces una figura entró con paso seguro dentro del sótano, cargado con un maletín negro de médico. Era un hombre alto y delgado de aspecto frágil, con piel amarillenta y dientes de fumador. Se acercó al colchón y depositó la bolsa en el suelo mientras abría el gancho y sacaba vendas y alcohol desinfectante. Al mismo tiempo, el matón de turno recogió la bandeja del suelo y la reemplazó por otras dos.
- ¿Dónde tenéis las heridas? – preguntó el supuesto médico con un marcado acento británico.
Miré a Beckett para que ella fuera primero. La detective se deslizó ágilmente hasta el borde del colchón y se sentó bien recta, sin dejar que un solo gesto de dolor alterara su cara de póker. Yo observé mientras el hombre le limpiaba la sangre seca de las muñecas, desinfectaba la zona y la tapaba con cuidado con unas vendas. Inspeccionó el golpe que Kate tenía en la cabeza, preguntándole si se encontraba mareada, si sufría de vista desenfocada o náuseas. Ante sus respuestas negativas, él asintió y desvió su atención para fijarla en mí. Se encargó de mis muñecas y nudillos antes de volver a recoger todos sus utensilios y desaparecer por la puerta, la cual no cerraron inmediatamente.
El mismo guarda de antes entró en la celda y se acercó a nosotros con algo metálico en las manos. No reconocí lo que era hasta que no sentí el frío del acero cerrándose con un chasquido alrededor de mi tobillo y juntándolo al de Beckett. Vi el inmenso fastidio que esto hizo sentir a la detective aunque yo no pude evitar ver el lado cómico de nuestra situación. El matón se incorporó e iba a salir cuando Kate le llamó con un grito.
- ¡Oye! ¿Dónde está el baño?
Él soltó una risotada y le dio una patada a un urinal de plástico que resbaló por el suelo hasta chocar contra una de las paredes.
- Mierda – masculló Beckett, su maldición quedando ahogada por el sonido de la puerta cerrándose de golpe.
Me mordí la lengua para no reírme, pero la detective se levantó e intentó acercarse al urinal sin recordar que estaba esposada a mí. Trastabilló y no cayó de bruces gracias a mis rápidos reflejos. La sujeté por la cintura mientras la ayudaba a recuperar el equilibrio y me mordí con más fuerza, tratando de reprimir con todas mis fuerzas la carcajada que luchaba por salir.
- Vamos – ordenó mientras adelantaba el pie izquierdo, el que tenía libre. Su derecho se movió, tirando de mi izquierdo y forzándome a moverme con ella.
Paso a paso, conseguimos llegar hasta la pared contra la que había chocado el urinal. Beckett se levantó ligeramente camiseta y enganchó los pulgares en el borde de los leggins para bajárselos. Siendo entonces consciente de que yo estaba observándola, hipnotizado, clavó sus ojos verde avellana en los míos y detecté que, a pesar de todo, seguía dolida por todo lo que había pasado entre nosotros.
- ¿Te importa mirar hacia otro lado? – pidió, aunque sonó más como una orden.
Asentí con torpeza y me giré con cuidado de no desestabilizarla. La oía moverse detrás de mí, el roce de sus ropas, sus resoplidos cuando las esposas chocaban contra su tobillo recordándola que estaba atada a mí irremediablemente.
- Castle – me llamó ella. Mi primer instinto fue girarme para mirarla pero eso no le hizo ninguna gracia. - ¡No mires! – exclamó mientras me daba un golpe en la pierna, el único sitio que tenía a mano dada su posición.
- Oh, venga, no es como si fuera a ver algo que no hubiera visto ya…
Beckett masculló algo que no logré entender pero que estaba seguro de que era un insulto dirigido a mí.
- En el bolsillo frontal de la sudadera hay un paquete de clínex. Pásame uno.
Hice caso, abriendo el paquete con un crujido, mi mano encontrándose a ciegas con la de la detective. Pronto oí el rozar de su ropa al recolocarse los leggins y me dio un ligero toquecito en la espalda para hacerme saber que ya estaba lista. Reemprendimos la marcha de vuelta al colchón pero la frené cuando íbamos a medio camino.
- El desayuno – comenté echando un vistazo a las dos bandejas que reposaban al lado de la puerta.
Ella asintió y cambiamos de dirección.
- Espera, rodéame con tu brazo los hombros – dijo Beckett mientras pasaba su brazo alrededor de mi cintura.
- Oye, si quieres que te abrace solo tienes que pedirlo – bromeé, pero seguí sus instrucciones.
- No seas tonto, es para caminar mejor.
Al estar agarrados, nuestros pasos se acompasaban ellos solos y era mucho más fácil acostumbrarse a tener un aro metálico alrededor del tobillo que limitaba los movimientos del pie. Conseguimos volver al colchón sin tirar las bandejas al suelo y ambos nos dejamos caer el uno al lado del otro.
- Podría ser peor, ¿sabes? – comentó la detective sin venir a cuento.
Enarqué las cejas interrogativamente mientras le lanzaba una mirada curiosa para que se explicara.
- Podríamos estar en habitaciones minúsculas separadas, sin colchón, muertos de frío, sin urinal ni comida.
Bajé los ojos a la bandeja que reposaba en mis piernas. Había dos panecillos iguales a los de la noche anterior, un cuadradito de mantequilla y mermelada como los que te daban en los hoteles, y un vaso de agua.
- No quieren matarnos – dije.
- Mmm… Quizá nos estén cebando para luego echarnos al horno y comernos. En ese caso, tú serás el primero.
Esta vez no aguanté la risa y ella me acompañó con una sonrisa y un guiño pícaro.
- El hombre de Barbados me dijo que no quería hacerme daño.
Levanté la mirada ante el susurro de la detective. Habíamos dejado que el silencio siguiera a las risas, pero su voz dejaba claro que seguía buscando razones que le ayudaran a comprender el razonamiento de esos hombres.
- Lo siento. – Me salió de golpe, sin pensarlo previamente.
- Esto no es tu culpa, sino más bien mía, Castle. Yo le saqué una foto y traté de identificarle, tú solo intentabas ayudar.
- No, Kate, esto viene de más atrás. ¿Recuerdas cuándo te conté lo que había pasado con Alexis? Aquella noche, después de que la mataran, el jefe entró en el loft. No pude verle la cara porque se mantuvo en las sombras pero su voz siguió atormentándome año tras año, es algo que jamás podría olvidar. ¿Recuerdas también que recibí una llamada de alguien en Barbados? Era un hombre pidiéndome que hiciera un trabajo para él. En ese momento no le reconocí pero aquello se quedó grabado en mi cabeza, solo que no sabía por qué. Entonces cuando estuve en tu apartamento, el teléfono que te había dado como prueba sonó y era el mismo hombre, sabía mi verdadera identidad así que me hizo ir al puerto para reunirnos en privado. Al llegar, el juego de las sombras en su cara… Le reconocí. Era él, la misma persona desde el principio.
La detective se quedó en silencio tanto rato que temí que se hubiera enfadado conmigo. Al fin y al cabo, tenía todo el derecho del mundo, si no fuera por mí ella no habría estado aquí en un primer momento. Había sido mi culpa que se hubiera visto involucrada en todo este lío.
- ¿Crees que es él el que está detrás de todo? – preguntó finalmente con voz suave.
- No, él es solo la mano derecha. Me dijo que, si fuera por él, yo no estaría vivo.
La mano que Beckett había dejado reposar sobre la mía se tensó. La acaricié con el pulgar en lo que pretendía ser un gesto tranquilizador.
- Tenemos que salir de aquí como sea – susurró con determinación.
-.-.-.-.-.-.-
William Bracken estaba balanceándose ligeramente en la silla de su despacho mientras observaba pensativamente el paisaje que se extendía bajo sus pies. Estando en el piso 23 de una de las torres más alta y mejor estratégicamente colocada en pleno corazón de Manhattan, una serie de rascacielos se extendían más allá de su ventana, las puntas rozando las grises nubes dejadas por el temporal que había decidido quedarse estancado sobre New York, dándole una vista privilegiada. Los taxis recorrían con rapidez las calles, esquivando a los conductores más lentos, la vida tan bulliciosa como siempre a pesar de la fuerte lluvia. Rozando la yema del pulgar con el resto de sus dedos, el codo apoyado en el reposabrazos de la silla y el respaldo ligeramente inclinado hacia atrás, su mente no estaba tan relajada como su cuerpo dejaba intuir, sino que trabajaba a toda velocidad repasado el discurso que tenía que recitar frente a una multitud de gente que le apoyaba, gente que no, y periodistas en busca de una exclusiva.
Unos suaves toques en la puerta de su despacho le sacaron de su reflexión pero no se giró cuando oyó como esta se abría y entraba su secretaria, sus tacones repiqueteando sobre el suelo de madera.
- Bárbara, creí haberte dicho que no quería que me molestaran.
- Lo sé, Senador, pero hay dos detectives insistiendo en verle.
- ¿Detectives, dices? – preguntó él, todavía sin volverse, pero súbitamente interesado.
- Sí, de Robos. Dicen que es crucial para una investigación en marcha.
- Mmm… ¿Han robado algo de aquí y yo no me he enterado?
- No, Senador.
- ¿Entonces qué demonios quieren? – espetó mientras hacía girar su silla para encarar a su secretaria. Esta tragó saliva y se subió las gafas en un tic nervioso.
- Solo necesitamos que responda un par de preguntas, Sr. Bracken – replicó un hombre rubio de ojos azules. Su compañero, un latino, se cruzó de brazos, haciendo que sobresalieran sus bíceps de manera intimidatoria.
Pero eso no funcionaría con William Bracken.
Recuperando la compostura, colocó las yemas de ambas manos sobre la mesa mientras invitaba a ambos detectives a sentarse.
- No, gracias, no tardaremos nada – declinó el moreno la oferta. – Soy el Detective Esposito, este es el Detective Ryan – hizo las presentaciones pero no se anduvo con más rodeos. – Hemos venido para preguntarle sobre su participación en las actividades de tráfico de drogas desempeñadas en el muelle ocho.
Como buen político y, por lo tanto, actor, que era, Bracken no dejó que su sonrisa disminuyera un solo centímetro o que sus ojos mostraran una pizca de sorpresa. Mantuvo su gesto relajado a pesar de que por dentro ardiera en ganas de coger el teléfono y pulsar el botón del pánico.
- ¿Perdón? Creo que se están equivocando de persona, detectives.
- ¿Está seguro? – intervino el rubio mientras desdoblaba una hoja. – Hablamos con el antiguo propietario de los cobertizos y nos contó detalladamente cómo usted se presentó en su bar habitual y le dio un cheque de 25.000 dólares – Extendió la hoja sobre la lujosa mesa para que el Senador pudiera verla bien. Era un retrato de él mismo.
- Soy un personaje público, detective… - hizo memoria – Ryan. Se sorprendería si supiera la cantidad de gente que afirma que hice cosas que en realidad no he hecho.
- Así que, si miramos sus cuentas bancarias, ¿no encontraremos tal acción reflejada en ellas? – inquirió el moreno.
- Me temo que para eso necesitarían una orden.
- O su colaboración.
- No voy a permitir que comprometan mi imagen estando tan cerca las elecciones – amenazó suavemente Bracken. - ¿Quién les ha mandado? ¿Stallinski?
- No somos detectives privados de uno de sus rivales, señor Bracken, pertenecemos al Departamento de Policías de New York y tenemos pruebas de que usted compró un muelle para traficar con cocaína.
- Entonces tendré que repetirles que yo no poseo esos cobertizos. ¡Bárbara! – llamó en un grito – Acompaña a los detectives a la salida.
- Así solo empeora las cosas – dijo el rubio antes de salir junto con su compañero. La secretaria salió de última, cerrando las puertas tras de sí.
Bracken dejó escapar un gruñido y sacó un llavero de su bolsillo. Apartó las llaves de casa y las del coche, dejando una pequeña y de color cobre solo. La insertó en uno de sus cajones y oyó el click de la cerradura al abrirse. Metió la mano dentro del cajón plano de su mesa y sus dedos encontraron el teléfono que le habían dado para cuando quisiera establecer contacto.
Sonaron dos bips antes de que un silencio se oyera en la otra línea. El Senador suspiró, siempre era igual.
- La policía me ha descubierto – informó.
La línea se cortó abruptamente y él dejó el móvil en el mismo sitio, tratando de calmarse y centrarse en su rueda de prensa.
-.-.-.-.-.-.-
El hombre trajeado se estaba colocando los puños de la camisa cuando uno de sus guardas entró en el amplio salón de la casa. El matón, consciente de que había otra persona presente, se acercó a susurrarle algo al oído a su jefe.
- ¿Qué? – exclamó éste. – Mierda…
El guarda se retiró para no sufrir la ira del líder. El hombre trajeado dejó de estar preocupado por su camisa y se giró hacia la otra persona que había en el salón.
- La policía ha ido a interrogar a Bracken.
- Era cuestión de tiempo – contestó una suave voz. – Al fin y al cabo, tuviste una pelea allí.
Él asintió y dejó de pasearse por el salón para mirar a la persona que estaba sentada tan tranquilamente en un ornamentado y antiguo sillón como si nada hubiera pasado.
- ¿Qué hacemos ahora? – le preguntó. Él siempre esperaba a sus órdenes. Él siempre cumplía sus órdenes. Excepto por una vez, su única excepción, y estaba a punto de enmendarlo.
- Creo que es hora de conocer a Richard Castle y Katherine Beckett – replicó la suave voz con una sonrisa enigmática.
Si aquello fuera una película, habría sido el momento de reírse maliciosamente. Pero era la vida real, y lo que tenía reservado para sus invitados de honor iba a superar con creces a sus fantasías.
Wow, capítulo 100 ya... Estoy terriblemente emocionada y orgullosa, y algo avergonzada, creo que soy la autora del fanfiction más largo de toda esta web. Quién me iba a decir a mí que, cuando se me ocurrió esta loca idea y me senté frente al ordenador a escribirla, iba a tener éxito e iba a llegar tan lejos.
Así que este capítulo va dedicado a todos y cada uno de vosotros, los lectores, los que me animáis a escribir día tras día, los que dejáis reviews y los que preferís leer silenciosamente y sin dejar rastro. A todos vosotros, GRACIAS.
¡Espero que os guste!
--------------------------------------------------------------------------------
Capítulo 100:
El detective Esposito salió del ascensor y entró en el piso del departamento de Robos. Con sus rápidas zancadas, pronto estaba parado frente a su mesa, rebuscando entre los papeles que había allí amontonados. Miró brevemente por encima de su hombro a la silla vacía de su compañero, justo a su espalda, y no pudo evitar preguntarse dónde estaría. Habían quedado en que se encontrarían allí.
Su mirada tropezó con un bolso de diseño y un chubasquero que llevaba pegada una pegatina rezando "Visitante" en la pechera, ambos reposando en una silla que había sido trasladada al lado de la mesa de Ryan desde la sala de descanso. Frunció el ceño, desconcertado, pero sin dejar que eso le despistara. Bajo una alta pila de carpetas que le había dado un amigo de anti-vicio, encontró la hoja que tan frenéticamente había estado buscando. Recogió una bolsa de plástico con un iPhone en su interior y recorrió la planta para ver si tropezaba con su compañero.
No tuvo que ir muy lejos, de hecho, le encontró en el segundo lugar en el que miró. Suponiendo que había estado toda la noche despierto, Esposito se dirigió a la sala de descanso para ver si se estaba tomando un café o echando una siesta en el sillón. Pero se quedó parado en el umbral de la puerta sorprendido por una escena que no se esperaba.
- Hey, tío, por fin llegas – le saludó Ryan despegando brevemente los ojos de la pantalla del portátil. El latino lo reconoció, era el Mac que su compañero se había auto-regalado por su cumpleaños y que siempre utilizaba cuando la lentitud del viejo ordenador de su mesa le desesperaba.
- No… - perdió momentáneamente la capacidad del habla cuando unos claros ojos azules se clavaron en él. Sacudió la cabeza y carraspeó. – No sabía dónde estabas.
Agarrando con una mano la hoja doblada y la bolsa de pruebas, rodeó una de las pequeñas mesas de la sala y estiró el brazo hacia la pelirroja que estaba cómodamente sentada al lado de Ryan, sorbiendo con tranquilidad de una taza de café. El detective no sabía por qué pero le resultaba muy familiar.
- Soy el Detective Esposito – se presentó.
La mujer miró la mano que él le estaba tendiendo y la rodeó entre las suyas mientras le daba una suave palmadita.
- Martha Rodgers – replicó ella con un guiño.
El moreno se quedó parado momentáneamente sin reconocer a la pelirroja pero sintiendo que debería sonarle de algo.
- ¿Qué traes ahí? – preguntó su compañero sacándole de su estupor.
- ¿Eh? Ah, encontraron el teléfono de Castle en una alcantarilla, tal y como dijiste – replicó lazando la bolsa de plástico a través de la mesa hacia el irlandés. Este la agarró antes de que cayera por el borde y giró el iPhone entre sus dedos pero sin sacarlo para no dejar huellas.
- ¿Algo útil?
- No, la última llamada que hizo fue cuando quedamos en Luigi's.
Todavía sin comprender por qué estaba aquella mujer allí pero sintiendo curiosidad por saber qué estaba haciendo Ryan en el ordenador que le tenía tan concentrado, apartó una mesa de la silla y se sentó al otro lado de su compañero, inclinándose para poder ver la pantalla.
- ¿Qué haces? – Aquel montón de mapas con líneas verdes y puntos rojos no significaba nada para él, pero para el irlandés sí tenía sentido.
- Martha me ha prestado su teléfono móvil para ver si puedo rastrear la llamada que recibió de Castle.
La pelirroja se encogió de hombros como si el asunto no fuera con ella y siguió bebiendo su café mientras observaba a ambos detectives. Esposito frunció el ceño, todavía sin ver las similitudes.
- ¿Castle la llamó, señora Rodgers? ¿Qué relación tiene con él? – preguntó.
- Bueno, yo le parí – contestó Martha con una mueca. – Supongo que eso me da algo de prioridad, ¿no? Y llámame Martha, por favor.
Ryan soltó una carcajada ante la cara de su compañero.
- Castle es un apellido artístico - le explicó. – Nuestro amigo el escritor la llamó para avisarla de que no iría a dormir y de que Beckett estaba sana y salva.
- ¿Por qué haría eso? – preguntó Esposito.
- Hemos llegado a la conclusión de que fue algo que hizo forzadamente para no levantar sospechas sobre su secuestro, no se dieron cuenta de que casi atropellan a dos detectives cuando huyeron del puerto.
El irlandés tecleó varias cosas con rapidez y presionó la tecla intro antes de quedarse observando como una barrita se iba llenando poco a poco de color verde. Los tres contuvieron la respiración hasta que llegó al 100%.
- Mierda – masculló Ryan observando la ventana de fondo negro con letras cuadriculadas de color blanco que había saltado en la pantalla. Pronto fue reemplazada por un mapa que giró sobre sí mismo hasta que se estabilizó en China. – Han hecho rebotar la señal por satélites.
- Oh – suspiró Martha con decepción. – Esperaba que sirviera de algo y así poder ser clave en la investigación.
- Tranquila, encontraremos a tu hijo – la tranquilizó Esposito.
- No, lo decía por la publicidad que eso me daría – la pelirroja dibujó una sonrisa traviesa en su cara que hizo reír a ambos detectives. Volvió a sumirse en el silencio mientras Ryan reflexionaba en voz alta cuál sería su próximo movimiento.
- Podría pedirle a un amigo que descodificara la señal y tratara de rastrear la original pero eso tardaría mucho. Todo lo que se me ocurre necesita horas de las que no disponemos – exclamó el irlandés con frustración.
Se sentía agotado y eso le alteraba porque no pensaba irse a dormir hasta que no supiera que Castle y Beckett estaban seguros y a salvo en sus respectivas casas. Una mano se posó en su hombro y alzó sus ojos azules para clavarlos en los marrones de su compañero. Algo vio en ellos que le dio la impresión de que este se estaba guardando un as en la manga. Arqueó las cejas y eso fue suficiente para hacer al otro detective hablar.
- Vale, vale – se rindió Esposito mientras señalaba la hoja doblada que reposaba sobre la superficie de madera de la mesa. - ¿Recuerdas que me dijiste que el propietario original del muelle 8 era un tal Charles Rodbell? – el rubio asintió. – Pues fui a hacerle una visita al poco de amanecer. Aunque me llamó de todo por despertarle a esas horas, en cuanto le hice saber que la vida de dos personas estaba en juego cerró la bocaza y se mostró totalmente dispuesto a colaborar. Me llevé a Smith conmigo para que hiciera un retrato robot del ricachón que se acercó un día a Rodbell cuando estaba en un bar bebiendo y le ofreció un cheque de 25.000 dólares por sus dos cobertizos y su silencio.
- ¿25.000? Yo también habría aceptado – masculló Ryan con incredulidad.
- Cualquier persona con dos dedos de narices habría cogido ese cheque, querido – le dijo Martha.
Esposito sonrió y desdobló la hoja para enseñársela a ambos.
- ¿Te suena de algo? – le preguntó a su compañero.
- Em… No, ¿debería?
- Teniendo en cuenta que quiere ser tu alcalde, sí – replicó la pelirroja tras echarle un vistazo al retrato.
- ¿Cómo? – el irlandés no lo había visto a venir.
Por toda respuesta, Esposito sacó un folleto del bolsillo interior de su cazadora de cuero marrón y se lo pasó a su compañero. Ryan se lo arrebató de la mano y comenzó a desdoblar la pieza de propaganda de fuertes rojos y azules. Se encontró con la misma cara que en el retrato, solo que esta vez estaba sonriendo a la cámara con una expresión que podría haber pasado por bonachona. Bajo su foto un eslogan rezaba "Vota por Bracken. Vota por la mejora".
- Qué pretencioso – murmuró la actriz con desdén.
- William Bracken, senador actualmente y luchando con más candidatos para ser alcalde – informó Esposito.
- ¿Me estás diciendo que este hombre entró en un bar para comprarle unos cobertizos a un borracho? – preguntó con incredulidad el irlandés.
- Eso fue cuando su carrera política apenas había comenzado, supongo que jamás imaginó que en un futuro lejano estaría luchando por el puesto de alcalde de New York.
- ¿Y qué vamos a hacer? Ya sabes lo difícil que es hacer confesar a los peces gordos.
- Yo digo de hacerle una visita amistosa a su oficina, preguntar cuatro cosas que haga saltar sus alarmas para ver cómo reacciona – propuso Esposito con un gesto travieso.
- Si hacemos eso… Quizá comprometamos a Beckett y Castle – señaló Ryan. Ese comentario atrajo la atención de la pelirroja.
- No te preocupes, Richard cuidará de ella.
- ¿Y quién cuidará de él? – rebatió el rubio – Sin ofender pero, el hombre es solo un escritor.
Martha contuvo una risa escéptica y solo dejó escapar una sonrisa enigmática.
- Las apariencias engañan, detective Ryan.
Esposito, que se había quedado callado mientras reflexionaba sobre las palabras de la actriz, decidió que era el momento de intervenir.
- Es lo único que podemos hacer hasta que encontremos más de lo que tirar. Sembremos el pánico entre sus filas y démosles la oportunidad a Castle y Beckett de actuar mientras cruzamos los dedos para que estén bien.
- Lo estarán – afirmó Martha con certeza.
-.-.-.-.-.-.-
En algún lugar entre el sueño y la vigilia, noté a Beckett retorcerse entre mis brazos, desperezándose. Sentí como su cuerpo pasaba de la relajación absoluta que conllevaba el estar dormida, a la tensión al recordar dónde estábamos. Su mano rozó la mía al retirarla de su cintura.
- Quédate en la cama un poco más – murmuré medio dormido.
- Castle – me llamó ella en un susurro.
- Mmm… - gruñí a modo de protesta.
- Castle – sentí la urgencia en su voz y abrí un ojo para ver qué pasaba. - ¡Castle! – gritó entonces.
Con un resoplido, alcé una mano para protegerme de la luz de la bombilla mientras parpadeaba y me despejaba. Me froté los ojos antes de abrirlos. Kate estaba sentada en el colchón con el torso girado para mirarme.
- ¿Qué? – pregunté roncamente.
- ¿Qué haces tú aquí? – inquirió de golpe pillándome totalmente por sorpresa.
- ¿Vine a salvarte? – contesté, dudoso.
- ¿Y te has dejado coger?
- No, verás, es todo parte de un plan. Hago parecer que me han derrotado y que me tienen capturado pero en realidad solo estoy esperando hasta que lleguen los refuerzos a rescatarnos.
- ¿Saben que nos han secuestrado? – una nota de esperanza traspasó a su voz.
- Con suerte, sí, solo tenemos que rezar para que mi madre se diera cuenta.
- Entonces no es momento de recuperar el sueño perdido, levántate – ordenó con fastidio.
Refunfuñé mientras notaba todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo quejarse al estirarme. Ignoré el dolor y las agujetas y me centré en ubicarme. Los recuerdos llegaron a mi cabeza y se agolparon en una fila para ser procesados por mi dormido cerebro.
- Los he visto más rápidos – ironizó la detective.
- Y yo no recordaba que tuvieras tan mal despertar, sino habría pedido una habitación individual.
Mi protesta le hizo sonreír ligeramente y me sentí victorioso. Me incorporé hasta quedar sentado al lado de ella y mis ojos se movieron solos para inspeccionar que estuviera bien. Rocé con mis manos las líneas de sangre seca de sus muñecas y la magulladura que tenía en la cabeza.
- ¿Te golpearon? – pregunté con la mandíbula tensa y los dientes apretados.
- No, perdí el equilibrio en la furgoneta y caí contra la puerta – ante la mirada incrédula que le lancé, procedió a defenderse – Iba atada de pies y manos, drogada, y por terreno inestable. Me habría gustado verte a ti en esa situación…
No dije nada pero tampoco me preocupé por ocultar la sonrisa que se dibujó sola en mis labios. Entonces Beckett frunció el ceño como si se acabara de dar cuenta de algo y golpeó mi brazo con fuerza.
- ¡Auch! – me quejé mientras me acariciaba la zona, consternado.
- Eso por entrar en mi apartamento – explicó la detective sin poder ocultar un deje de diversión. – Da gracias que no te lo di antes, no quería pegar a un convaleciente.
- Si no hubiera entrado nunca me habría enterado de lo que realmente te había pasado.
Me lanzó una mirada escéptica que preferí ignorar. Iba a decir algo pero el ruido de las cadenas corriéndose al otro lado de la puerta de madera nos puso a ambos en alerta. Sin darme cuenta, mi cuerpo adquirió una posición casi felina, medio agazapado sobre el colchón y cubriendo a la detective a medias. La puerta se abrió de golpe y, a pesar de su peso, golpeó con fuerza la pared que la frenó.
- Están despiertos – informó un guarda a alguien.
Entonces una figura entró con paso seguro dentro del sótano, cargado con un maletín negro de médico. Era un hombre alto y delgado de aspecto frágil, con piel amarillenta y dientes de fumador. Se acercó al colchón y depositó la bolsa en el suelo mientras abría el gancho y sacaba vendas y alcohol desinfectante. Al mismo tiempo, el matón de turno recogió la bandeja del suelo y la reemplazó por otras dos.
- ¿Dónde tenéis las heridas? – preguntó el supuesto médico con un marcado acento británico.
Miré a Beckett para que ella fuera primero. La detective se deslizó ágilmente hasta el borde del colchón y se sentó bien recta, sin dejar que un solo gesto de dolor alterara su cara de póker. Yo observé mientras el hombre le limpiaba la sangre seca de las muñecas, desinfectaba la zona y la tapaba con cuidado con unas vendas. Inspeccionó el golpe que Kate tenía en la cabeza, preguntándole si se encontraba mareada, si sufría de vista desenfocada o náuseas. Ante sus respuestas negativas, él asintió y desvió su atención para fijarla en mí. Se encargó de mis muñecas y nudillos antes de volver a recoger todos sus utensilios y desaparecer por la puerta, la cual no cerraron inmediatamente.
El mismo guarda de antes entró en la celda y se acercó a nosotros con algo metálico en las manos. No reconocí lo que era hasta que no sentí el frío del acero cerrándose con un chasquido alrededor de mi tobillo y juntándolo al de Beckett. Vi el inmenso fastidio que esto hizo sentir a la detective aunque yo no pude evitar ver el lado cómico de nuestra situación. El matón se incorporó e iba a salir cuando Kate le llamó con un grito.
- ¡Oye! ¿Dónde está el baño?
Él soltó una risotada y le dio una patada a un urinal de plástico que resbaló por el suelo hasta chocar contra una de las paredes.
- Mierda – masculló Beckett, su maldición quedando ahogada por el sonido de la puerta cerrándose de golpe.
Me mordí la lengua para no reírme, pero la detective se levantó e intentó acercarse al urinal sin recordar que estaba esposada a mí. Trastabilló y no cayó de bruces gracias a mis rápidos reflejos. La sujeté por la cintura mientras la ayudaba a recuperar el equilibrio y me mordí con más fuerza, tratando de reprimir con todas mis fuerzas la carcajada que luchaba por salir.
- Vamos – ordenó mientras adelantaba el pie izquierdo, el que tenía libre. Su derecho se movió, tirando de mi izquierdo y forzándome a moverme con ella.
Paso a paso, conseguimos llegar hasta la pared contra la que había chocado el urinal. Beckett se levantó ligeramente camiseta y enganchó los pulgares en el borde de los leggins para bajárselos. Siendo entonces consciente de que yo estaba observándola, hipnotizado, clavó sus ojos verde avellana en los míos y detecté que, a pesar de todo, seguía dolida por todo lo que había pasado entre nosotros.
- ¿Te importa mirar hacia otro lado? – pidió, aunque sonó más como una orden.
Asentí con torpeza y me giré con cuidado de no desestabilizarla. La oía moverse detrás de mí, el roce de sus ropas, sus resoplidos cuando las esposas chocaban contra su tobillo recordándola que estaba atada a mí irremediablemente.
- Castle – me llamó ella. Mi primer instinto fue girarme para mirarla pero eso no le hizo ninguna gracia. - ¡No mires! – exclamó mientras me daba un golpe en la pierna, el único sitio que tenía a mano dada su posición.
- Oh, venga, no es como si fuera a ver algo que no hubiera visto ya…
Beckett masculló algo que no logré entender pero que estaba seguro de que era un insulto dirigido a mí.
- En el bolsillo frontal de la sudadera hay un paquete de clínex. Pásame uno.
Hice caso, abriendo el paquete con un crujido, mi mano encontrándose a ciegas con la de la detective. Pronto oí el rozar de su ropa al recolocarse los leggins y me dio un ligero toquecito en la espalda para hacerme saber que ya estaba lista. Reemprendimos la marcha de vuelta al colchón pero la frené cuando íbamos a medio camino.
- El desayuno – comenté echando un vistazo a las dos bandejas que reposaban al lado de la puerta.
Ella asintió y cambiamos de dirección.
- Espera, rodéame con tu brazo los hombros – dijo Beckett mientras pasaba su brazo alrededor de mi cintura.
- Oye, si quieres que te abrace solo tienes que pedirlo – bromeé, pero seguí sus instrucciones.
- No seas tonto, es para caminar mejor.
Al estar agarrados, nuestros pasos se acompasaban ellos solos y era mucho más fácil acostumbrarse a tener un aro metálico alrededor del tobillo que limitaba los movimientos del pie. Conseguimos volver al colchón sin tirar las bandejas al suelo y ambos nos dejamos caer el uno al lado del otro.
- Podría ser peor, ¿sabes? – comentó la detective sin venir a cuento.
Enarqué las cejas interrogativamente mientras le lanzaba una mirada curiosa para que se explicara.
- Podríamos estar en habitaciones minúsculas separadas, sin colchón, muertos de frío, sin urinal ni comida.
Bajé los ojos a la bandeja que reposaba en mis piernas. Había dos panecillos iguales a los de la noche anterior, un cuadradito de mantequilla y mermelada como los que te daban en los hoteles, y un vaso de agua.
- No quieren matarnos – dije.
- Mmm… Quizá nos estén cebando para luego echarnos al horno y comernos. En ese caso, tú serás el primero.
Esta vez no aguanté la risa y ella me acompañó con una sonrisa y un guiño pícaro.
- El hombre de Barbados me dijo que no quería hacerme daño.
Levanté la mirada ante el susurro de la detective. Habíamos dejado que el silencio siguiera a las risas, pero su voz dejaba claro que seguía buscando razones que le ayudaran a comprender el razonamiento de esos hombres.
- Lo siento. – Me salió de golpe, sin pensarlo previamente.
- Esto no es tu culpa, sino más bien mía, Castle. Yo le saqué una foto y traté de identificarle, tú solo intentabas ayudar.
- No, Kate, esto viene de más atrás. ¿Recuerdas cuándo te conté lo que había pasado con Alexis? Aquella noche, después de que la mataran, el jefe entró en el loft. No pude verle la cara porque se mantuvo en las sombras pero su voz siguió atormentándome año tras año, es algo que jamás podría olvidar. ¿Recuerdas también que recibí una llamada de alguien en Barbados? Era un hombre pidiéndome que hiciera un trabajo para él. En ese momento no le reconocí pero aquello se quedó grabado en mi cabeza, solo que no sabía por qué. Entonces cuando estuve en tu apartamento, el teléfono que te había dado como prueba sonó y era el mismo hombre, sabía mi verdadera identidad así que me hizo ir al puerto para reunirnos en privado. Al llegar, el juego de las sombras en su cara… Le reconocí. Era él, la misma persona desde el principio.
La detective se quedó en silencio tanto rato que temí que se hubiera enfadado conmigo. Al fin y al cabo, tenía todo el derecho del mundo, si no fuera por mí ella no habría estado aquí en un primer momento. Había sido mi culpa que se hubiera visto involucrada en todo este lío.
- ¿Crees que es él el que está detrás de todo? – preguntó finalmente con voz suave.
- No, él es solo la mano derecha. Me dijo que, si fuera por él, yo no estaría vivo.
La mano que Beckett había dejado reposar sobre la mía se tensó. La acaricié con el pulgar en lo que pretendía ser un gesto tranquilizador.
- Tenemos que salir de aquí como sea – susurró con determinación.
-.-.-.-.-.-.-
William Bracken estaba balanceándose ligeramente en la silla de su despacho mientras observaba pensativamente el paisaje que se extendía bajo sus pies. Estando en el piso 23 de una de las torres más alta y mejor estratégicamente colocada en pleno corazón de Manhattan, una serie de rascacielos se extendían más allá de su ventana, las puntas rozando las grises nubes dejadas por el temporal que había decidido quedarse estancado sobre New York, dándole una vista privilegiada. Los taxis recorrían con rapidez las calles, esquivando a los conductores más lentos, la vida tan bulliciosa como siempre a pesar de la fuerte lluvia. Rozando la yema del pulgar con el resto de sus dedos, el codo apoyado en el reposabrazos de la silla y el respaldo ligeramente inclinado hacia atrás, su mente no estaba tan relajada como su cuerpo dejaba intuir, sino que trabajaba a toda velocidad repasado el discurso que tenía que recitar frente a una multitud de gente que le apoyaba, gente que no, y periodistas en busca de una exclusiva.
Unos suaves toques en la puerta de su despacho le sacaron de su reflexión pero no se giró cuando oyó como esta se abría y entraba su secretaria, sus tacones repiqueteando sobre el suelo de madera.
- Bárbara, creí haberte dicho que no quería que me molestaran.
- Lo sé, Senador, pero hay dos detectives insistiendo en verle.
- ¿Detectives, dices? – preguntó él, todavía sin volverse, pero súbitamente interesado.
- Sí, de Robos. Dicen que es crucial para una investigación en marcha.
- Mmm… ¿Han robado algo de aquí y yo no me he enterado?
- No, Senador.
- ¿Entonces qué demonios quieren? – espetó mientras hacía girar su silla para encarar a su secretaria. Esta tragó saliva y se subió las gafas en un tic nervioso.
- Solo necesitamos que responda un par de preguntas, Sr. Bracken – replicó un hombre rubio de ojos azules. Su compañero, un latino, se cruzó de brazos, haciendo que sobresalieran sus bíceps de manera intimidatoria.
Pero eso no funcionaría con William Bracken.
Recuperando la compostura, colocó las yemas de ambas manos sobre la mesa mientras invitaba a ambos detectives a sentarse.
- No, gracias, no tardaremos nada – declinó el moreno la oferta. – Soy el Detective Esposito, este es el Detective Ryan – hizo las presentaciones pero no se anduvo con más rodeos. – Hemos venido para preguntarle sobre su participación en las actividades de tráfico de drogas desempeñadas en el muelle ocho.
Como buen político y, por lo tanto, actor, que era, Bracken no dejó que su sonrisa disminuyera un solo centímetro o que sus ojos mostraran una pizca de sorpresa. Mantuvo su gesto relajado a pesar de que por dentro ardiera en ganas de coger el teléfono y pulsar el botón del pánico.
- ¿Perdón? Creo que se están equivocando de persona, detectives.
- ¿Está seguro? – intervino el rubio mientras desdoblaba una hoja. – Hablamos con el antiguo propietario de los cobertizos y nos contó detalladamente cómo usted se presentó en su bar habitual y le dio un cheque de 25.000 dólares – Extendió la hoja sobre la lujosa mesa para que el Senador pudiera verla bien. Era un retrato de él mismo.
- Soy un personaje público, detective… - hizo memoria – Ryan. Se sorprendería si supiera la cantidad de gente que afirma que hice cosas que en realidad no he hecho.
- Así que, si miramos sus cuentas bancarias, ¿no encontraremos tal acción reflejada en ellas? – inquirió el moreno.
- Me temo que para eso necesitarían una orden.
- O su colaboración.
- No voy a permitir que comprometan mi imagen estando tan cerca las elecciones – amenazó suavemente Bracken. - ¿Quién les ha mandado? ¿Stallinski?
- No somos detectives privados de uno de sus rivales, señor Bracken, pertenecemos al Departamento de Policías de New York y tenemos pruebas de que usted compró un muelle para traficar con cocaína.
- Entonces tendré que repetirles que yo no poseo esos cobertizos. ¡Bárbara! – llamó en un grito – Acompaña a los detectives a la salida.
- Así solo empeora las cosas – dijo el rubio antes de salir junto con su compañero. La secretaria salió de última, cerrando las puertas tras de sí.
Bracken dejó escapar un gruñido y sacó un llavero de su bolsillo. Apartó las llaves de casa y las del coche, dejando una pequeña y de color cobre solo. La insertó en uno de sus cajones y oyó el click de la cerradura al abrirse. Metió la mano dentro del cajón plano de su mesa y sus dedos encontraron el teléfono que le habían dado para cuando quisiera establecer contacto.
Sonaron dos bips antes de que un silencio se oyera en la otra línea. El Senador suspiró, siempre era igual.
- La policía me ha descubierto – informó.
La línea se cortó abruptamente y él dejó el móvil en el mismo sitio, tratando de calmarse y centrarse en su rueda de prensa.
-.-.-.-.-.-.-
El hombre trajeado se estaba colocando los puños de la camisa cuando uno de sus guardas entró en el amplio salón de la casa. El matón, consciente de que había otra persona presente, se acercó a susurrarle algo al oído a su jefe.
- ¿Qué? – exclamó éste. – Mierda…
El guarda se retiró para no sufrir la ira del líder. El hombre trajeado dejó de estar preocupado por su camisa y se giró hacia la otra persona que había en el salón.
- La policía ha ido a interrogar a Bracken.
- Era cuestión de tiempo – contestó una suave voz. – Al fin y al cabo, tuviste una pelea allí.
Él asintió y dejó de pasearse por el salón para mirar a la persona que estaba sentada tan tranquilamente en un ornamentado y antiguo sillón como si nada hubiera pasado.
- ¿Qué hacemos ahora? – le preguntó. Él siempre esperaba a sus órdenes. Él siempre cumplía sus órdenes. Excepto por una vez, su única excepción, y estaba a punto de enmendarlo.
- Creo que es hora de conocer a Richard Castle y Katherine Beckett – replicó la suave voz con una sonrisa enigmática.
Si aquello fuera una película, habría sido el momento de reírse maliciosamente. Pero era la vida real, y lo que tenía reservado para sus invitados de honor iba a superar con creces a sus fantasías.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Y ya no nos cuentas más??? me dejas con la cabeza dando vueltas y lo primero que se me viene a la mente es la imagen de cierta mujer que decía ser la hermana de un chungo, al que visitaron Castle y Beckett, o a esa otra mujer sencilla, viuda de cierto matón... o o o o o muchas otras cosas mássssssssssss
No te parece que esto es demasiado cruel, hasta para ti??? que me dejas siempre en el más absoluto caos, sin pensar qué pueda pasarme??? mira que estas cosas no son para jugar, que la salud mental de las personas es muy frágil y pueden pasar muchas cosas, jajajajajaja
Bueno sólo felicitarte por el magnífico capítulo y decirte que sigas pronto que esta historia como siga dándome estos sobresaltos va a terminar conmigo.
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
No te parece que esto es demasiado cruel, hasta para ti??? que me dejas siempre en el más absoluto caos, sin pensar qué pueda pasarme??? mira que estas cosas no son para jugar, que la salud mental de las personas es muy frágil y pueden pasar muchas cosas, jajajajajaja
Bueno sólo felicitarte por el magnífico capítulo y decirte que sigas pronto que esta historia como siga dándome estos sobresaltos va a terminar conmigo.
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
agecastbet- Escritor - Policia
- Mensajes : 2971
Fecha de inscripción : 27/12/2012
Localización : En la colina del loco - Madrid
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Un gran capítulo. A pesar de estar apresados, parece que Rick no pierde el sentido del humor.
Cada vez me dejas más intrigada con esos finales y ya estoy deseando que los liberen,
Espero que puedas continuar pronto.
Cada vez me dejas más intrigada con esos finales y ya estoy deseando que los liberen,
Espero que puedas continuar pronto.
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
buenisimo como siempre... felicitaciones por el capitulo 100, me parece genial igual k lo a sido todo tu fic! asi no me keda mas k felicitarte y pedirte k continues pronto!
cururi- As del póker
- Mensajes : 447
Fecha de inscripción : 15/03/2013
Edad : 36
Localización : World Citizen
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Me gusta, sigue.
Delta5- Escritor - Policia
- Mensajes : 10286
Fecha de inscripción : 30/07/2012
Localización : Ciudadano del Mundo
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Continualaaa , me gusta
Aylin_NYPD- Actor en Broadway
- Mensajes : 187
Fecha de inscripción : 03/09/2013
Localización : madrid
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
No sé si este capítulo me ha quedado extremadamente largo, espero que no, pero me he liado a escribir pensando que no podré actualizar hasta el mes que viene y se me ha ido la olla un poco. Sí, habéis leído bien, entre vacaciones y la mudanza, hasta septiembre nada. Así que, sintiéndolo mucho, me despido hasta dentro de unas cuantas semanas.
¡Hasta la próxima!
--------------------------------------------------------------------------------
Ryan y Esposito salieron prácticamente corriendo del ascensor, entrando en la planta de Robos estrepitosamente mientras se abalanzaban juntos sobre el Mac del irlandés, que reposaba tranquilamente sobre su mesa.
- ¿Pusiste el micrófono? – preguntó por décima vez el latino a su compañero.
- Sí, bajo el borde de la mesa. – Resopló el aludido mientras se pasaba una mano por su corto pelo rubio, despeinándolo.
- ¿Te aseguraste que estaba bien colocado?
- A ver, ¿quién es el zar de la tecnología, tú o yo? – arqueó una ceja y, sin esperar a que el moreno contestara, se tiró del cuello de la camisa con aire de fingida superioridad. – Yo, así que cállate y conecta los cascos.
Esposito puso los ojos en blanco ante la pequeña interpretación de su compañero pero le obedeció. Enchufó un adaptador y metió ambos extremos de los auriculares antes de pasarle unos a Ryan y él colocarse los otros. El irlandés subió el volumen para asegurarse de que oían bien todo y abrió la grabación que había dejado programada. En un principio no había sabido muy bien cómo se las iba a apañar para colocar un micrófono oculto en el despacho del Senador sin que éste se diera cuenta pero había encontrado la ocasión perfecta al apoyarse contra el borde de su mesa para acercarle la hoja con su retrato.
Haciéndole un gesto a su compañero para que estuviera atento, pulsó el Play y comenzaron a oírse ruidos estáticos. Pronto, la voz del latino irrumpió en la grabación mientras le informaba a Bracken que eran detectives. Se escucharon a sí mismos pacientemente antes de oír cómo el Senador le pedía a su secretaria que les acompañara fuera y la puerta del despacho de cerraba con un suave "click".
Ambos detectives esperaron con tensión, sintiendo que estaban a punto de salir corriendo de la silla como una palabra comprometedora se deslizara de la boca del Bracken. Oyeron una serie de golpes, como roces, luego el tintineo de llaves al chocar unas con otras y una cerradura siendo abierta. Contuvieron la respiración, impacientes, sus cuerpos vibrando de pura anticipación.
"La policía me ha descubierto".
Una simple frase, pero que Ryan y Esposito sintieron como una gran victoria. El rubio paró la grabación y ambos chocaron los puños con emoción mientras se desembarazaban de los cascos.
- No es posible averiguar a quién llamó, ¿verdad? – inquirió Espo.
- Tío, soy un crack pero no hago milagros. Consígueme el móvil que utilizó y te lo diré en menos de diez segundos.
- ¿Es eso una apuesta? A mí me suena a una apuesta.
- No hay huevos – le retó Ryan mientras arqueaba las cejas.
- ¿Qué no? - El moreno extendió su mano y su compañero la estrechó con fuerza. – 20 pavos a que tardas más de diez segundos.
- Si gano, vienes a trabajar un día en falda escocesa y sin nada debajo.
- Si pierdes, que lo vas a hacer, vienes en un vestido que yo escoja y sin nada debajo.
Sacudieron una vez más sus manos unidas y las retiraron como si hubieran tocado fuego cuando oyeron la voz de una mujer detrás de ellos.
- ¿A qué viene tanto escándalo? – inquirió Martha Rodgers acercándose a ambos detectives, taconeando con fuerza sobre el parqué del suelo.
- Mmm… - Ryan se quedó en blanco, todavía asustado. Por un momento había pensado que Beckett les había pillado apostando sobre un caso una vez más, y él bien sabía cuánto odiaba que hicieran eso.
- Tenemos un sospechoso – Esposito acudió en su rescate mientras se levantaba y pegaba en la pizarra el retrato y el folleto publicitario de Bracken. Agarró un rotulador y escribió un par de anotaciones. – Voy a ver si pillo al juez Simmons de buen humor y nos da una orden para confiscar ese móvil y arrestarle.
La actriz se giró para observar la superficie blanca de la pizarra semi-oculta por la multitud de fotos, hojas y anotaciones que habían ido colocando allí los detectives.
- No sé por qué seguimos con ella, supongo que es por pura costumbre – comentó Ryan a su espalda, su voz denotando tristeza. La pelirroja le miró, sus ojos azules interrogantes. – Era una costumbre de Beckett, le ayudaba a ver las cosas con más claridad.
- Mi hijo también las hacía cuando escribía… No es que compare vuestros trabajos, Dios me libre, pero decía que el tener todo puesto delante impedía que se dejara cabos sueltos o se contradijera.
El detective asintió y apartó la mirada de la pizarra como si le doliera verla. Martha se sentó en la silla que el joven había ido a buscar horas antes para ella y se quedó allí un rato, pensativa.
- ¿Por qué no te vas a casa? – sugirió Ryan con suavidad. – Descansa un poco, ya no hay nada que puedas hacer por aquí.
Lejos de sentirse ofendida, la actriz sonrió con una mezcla de dulzura y tristeza.
- ¿Crees que sería capaz de ir al loft de Richard y meterme en la cama tranquilamente? – hizo un gesto con la mano para desechar lo que acababa de decir mientras sacudía la cabeza. – No, prefiero quedarme. No os molestaré, no sabréis ni que estoy aquí.
- ¿Tú y Castle estáis muy unidos? – preguntó el detective tras asentir comprensivamente.
- Nuestra relación… Es complicada. – la pelirroja frunció el ceño, siendo dolorosamente consciente por primera vez de la verdad de sus palabras. – Damos por garantizada la presencia del otro en nuestra vida. No necesitamos vernos a todas horas ni hablar todo el rato, a veces un silencio es más útil; y, aunque pueda parecer que somos fríos el uno con el otro, distantes, estamos muy unidos.
- Hablas como si ya no fuera así – observó Ryan.
- Solía ser así, pero después de la muerte de Alexis, Richard… Dejó de ser él y yo no podía soportar verle de esa manera, por lo que me marché. Hacía cinco años que no nos veíamos. – Sus ojos casi cristalinos se clavaron en los intensos del irlandés. - ¿Tienes hijos?
- No todavía, Jenny y yo lo estamos intentando – sonrió algo azorado.
Martha se quedó un buen rato en silencio, perdida en sus pensamientos, y Ryan no quiso interrumpirla. Se figuró que, cuando ella estuviera preparada, retomaría la charla. Y así fue.
- Debo admitir que no fui la mejor madre – continuó la actriz con una sonrisa que no mostraba arrepentimiento alguno - ni él el mejor hijo. Nos hemos vuelto locos el uno al otro, nos hemos dicho de todo, pero nos compenetramos bastante bien y, por mucho que no seamos muy dados a decirlo o mostrarlo, nos queremos.
- Tiene que ser duro, volver y no poder estar con él.
- Oh, bueno, él estará dando palmas de alegría – bromeó la pelirroja. – No tengo planeado volver a dejarle, fue un error que no repetiré – confesó entonces. Se sumió en un silencio taciturno antes de sacudir la cabeza para despejarse y dibujar una sonrisa en su rostro. - ¿Quieres un café? Porque yo sí.
Sin esperar a que Ryan contestara, se levantó de la silla derrochando energía y se digirió a la salita de descanso donde estaba la máquina de café profesional, regalo que le habían hecho entre todos los de Robos a Beckett dado que era bien conocida su adicción a la cafeína. El irlandés iba a seguirla para ofrecerse a prepararle la bebida, no fuera a ser que se quemara con los chorros de vapor que a veces soltaba la máquina, pero el timbre del teléfono de su mesa le impidió hacer nada.
- Ryan – contestó colocándose el aparato en el oído y sujetándolo con el hombro.
- Hola, ¿es la comisaria 12, Departamento de Robos? – inquirió la voz de una mujer al otro lado con un marcado acento.
- Em, sí. ¿Quién pregunta?
- Soy la Inspectora Melinda Caña, de la Policía de Venezuela. Acabo de reincorporarme y he visto su solicitud de cualquier información disponible sobre una tal "Amanda Vásquez".
- Tendrá que perdonarme… – Ryan frunció el ceño, ese nombre no le sonaba. – Pero creo que se ha equivocado de persona.
- ¿Es usted el Detective Kevin Ryan?
- Erm, sí, pero yo no he solicitado información, ni siquiera me suena ese nombre.
- Pues tengo el informe aquí delante, lo colgó en la plataforma – se oyó de fondo el ruido de las teclas del ordenador siendo presionadas y la Inspectora volvió a hablar. – Solicitado hace casi un mes atrás, el nombre que figura es Amanda Sckuss, pero ese es su apellido de casada.
El detective forzó su memoria y entonces recordó una llamada de Castle pidiéndole que investigara a una mujer y que le llamara a él y solamente a él si conseguía algo interesante. Al final no había podido llamarle y le había pedido a Espo que lo hiciera por él.
- ¡Ah! Perdona, Inspectora, no reconocía el nombre. Sí, había solicitado información sobre Amanda Sckuss pero, si no estoy equivocado, no recuerdo que el nombre de soltera fuera Vásquez sino Rodríguez.
- Por eso llamaba. Verá, Detective, en mi departamento soy la que se encarga de los medios informáticos pero el pasado mes estuve de baja por enfermedad y tuve que relegar mi trabajo en un tipo que trabajaba a larga distancia.
- ¿Es eso normal en Venezuela?
- ¿Sinceramente? Nunca había pasado hasta ahora. La mayor parte del cuerpo está centrado en los conflictos actuales y el departamento de informática se ha visto bastante perjudicado; pero, cuando solicité la baja, el mismo comisario fue el que insistió en colocar a este hombre en mi lugar.
- ¿Y qué tiene todo esto que ver con mi solicitud? – preguntó Ryan con algo de impaciencia. Esposito había conseguido la orden y ya estaba de vuelta haciéndole señales a su compañero para que colgara y fuera con él al despacho de Bracken. El rubio le indicó que esperara, tenía una corazonada respecto a esa llamada.
- A ello voy – contestó Melinda. – Esto puede resultar algo lioso así que, si en algún momento se pierde, dígamelo, ¿vale? – el detective asintió por toda respuesta mientras rebuscaba en busca de su libreta. – Yo en ese momento no estaba aquí así que quién contestó a su petición fue mi sustituto a larga distancia. Hoy, al estar repasando lo que hizo para comprobar que no cambiara nada del sistema, me llamó la atención su solicitud. Usted necesitaba información sobre Amanda Sckuss. Sabiendo que era un inmigrante ilegal proveniente de Venezuela, mandó una solicitud al Departamento de Policía de Venezuela para que le mandaran toda la información relativa a esta mujer. ¿Hasta aquí todo correcto?
- Aja.
- Bien. Me acaba de decir hace unos minutos que usted creía recordar que el nombre de soltera que figuraba en la información que se le mandó era Rodríguez, ¿no? – sin esperar a su respuesta, la Inspectora Caña siguió explicándose. – Amanda Rodríguez es un inmigrante con actual residencia en los Estados Unidos, más concretamente en Barbados, tiene cuarenta y dos años, viuda, madre de un niño de nueve años y cuida de su madre enferma. Trabaja de camarera por el día y a veces ayuda en un pub por las noches.
- ¿Cómo? No puede ser, eso no encaja con el perfil que yo busco. Su sustituto debió de confundirse… - Ryan dejó que su voz se apagara poco a poco - ¿Y quién es entonces Amanda Vásquez?
- Amanda Vásquez era una ciudadana venezolana de veintitrés años de familia humilde que se vio mezclada con malas influencias y a la que mataron. Lo más chocante es inicialmente se la había dado por desaparecida pero más tarde su cuerpo fue encontrado metido en un bidón de gasolina prendido en llamas en Barbados al lado de una caravana.
- Mel-¿te puedo llamar Melinda? Bien. Melinda, llevo dos días sin dormir así que, o me lo explicas más claramente, o no comprendo lo que me estás tratando de decir. – resopló el detective mientras se apretaba el puente de la nariz con dos dedos.
- Usaron dos personas para crear una identidad falsa: Rodríguez fue el inmigrante ilegal que les proporcionó un trabajo y un expediente policial impoluto, fue la ciudadana ejemplar; mientras que Vásquez aportó su imagen, su edad y su familia.
- ¿Y todas esas molestias para qué?
- Para evitar que hicierais más preguntas. No sé quién es esa Amanda Sckuss en la que estáis tan interesados o qué ha hecho, pero una cosa sí que la tengo clara y es que no existe. Toda la información que poseéis sobre ella es falsa. Es…
- Un fantasma – terminó Ryan por ella en un susurro.
- Exacto.
- Melinda, ¿quién tiene la capacidad de falsificar una identidad en tu unidad?
- Yo. Pero como habría sido muy estúpido ser la autora de esto y luego llamar para avisaros, tuvo que ser mi sustituto.
- ¿El hombre que trabaja a larga distancia?
- Ese mismo.
- ¿No sabrás por casualidad su nombre? – inquirió el detective.
- Sí, pero viendo lo que es capaz de hacer, dudo que sea real.
- Mierda…
- Aun así – continuó la Inspectora Cañas como si Ryan no hubiera dicho nada – puedo rastrear su ordenador. Dame una hora y te llamaré con una dirección.
-.-.-.-.-.-.-
Nos daban dos comidas al día: el desayuno y la cena. Eran nuestro reloj. Cuando se abría la puerta y veíamos aparecer a un guarda con una bandeja en manos, sabíamos que ya había amanecido u oscurecido. No teníamos forma de averiguar la hora exacta, si lo preguntaba se reían de mí y escupían al suelo, pero por lo menos sabíamos que habían pasado dos días, tres para la detective.
El resto del tiempo solo éramos nosotros dos. Con cuatro paredes y unas esposas en los tobillos, nos pasábamos las horas tumbados en el colchón, dormitando a ratos, luchando contra el frío abrazados. Ignorábamos la sed. Hacíamos nuestras necesidades en un orinal colocado contra una pared, enfrente del otro, que vaciaban dos veces al día.
La rara excepción fue cuando vino el médico a asegurarse de que los vendajes estaban bien y que no se nos habían infectado las heridas. Respecto al líder, no le habíamos vuelto a ver ni oír noticias de él. Lo bueno de que Beckett supiera ruso y ellos no tuvieran constancia de eso era que mantenían conversaciones mientras la puerta estaba abierta. Eran breves y pocas veces interesantes, pero así fue como nos enteramos de que había complicaciones con el plan original y que se habían visto obligados a precipitar las cosas. La detective y yo habíamos estado debatiendo sobre qué complicaciones podían ser pero no habíamos conseguido ponernos de acuerdo y, mucho menos, habíamos conseguido que alguno de ellos nos dijera nada. Las únicas palabras que nos dirigían eran insultos seguidos de un escupitajo que tenían la decencia de dirigir al suelo y no a nosotros.
A pesar de todo, encontrábamos las fuerzas para mantener la esperanza. Sabíamos que Esposito y Ryan estaban al corriente de que Beckett había desaparecido y solo era cuestión de tiempo que se dieran cuenta de que yo también estaba en apuros y aparecieran en nuestro rescate. Nuestro miedo, la pregunta que nos atormentaba y nos mantenía despiertos, era cuánto tiempo más tardarían. No sabíamos los planes que tenían reservados para nosotros, ni cuándo los iban a ejecutar. No había manera alguna de enterarse ni de investigar. Lo peor de todo, con diferencia, era esa incertidumbre. Enrarecía el aire y era como una losa sobre nuestros pechos.
Aparté la mirada de la bombilla sucia y vieja cuando las cadenas de la puerta giraron y tintinearon. Ambos nos incorporamos y nos preparamos, como cada vez, para lo peor.
- Ja, я сказал бы вам – le dijo un matón al otro mientras le daba un codazo. El aludido gruñó y tiró sin cuidado alguno las bandejas al suelo ante la diversión de su compañero. - Вы платите мне
- Нет, по-прежнему есть время. Уже лежат.
Yo no comprendí ni una palabra de lo que estaban discutiendo ambos hombres pero Beckett estaba cabreándose y temí que hiciera algo que les hiciera enfadar. Con disimulo, coloqué una mano sobre su brazo, tratando de calmarla. Vi que estaba temblando, no sabría decir si por frío o por contenerse. Rodeé sus hombros y la apreté contra mi cuerpo mientras frotaba su espalda, ganándome una mirada furibunda de uno de los matones y una sonrisa alentadora por parte del otro. Fruncí el ceño, confuso, y observé cómo cerraban la puerta de madera tras ellos.
- ¿Qué demonios ha sido eso? – pregunté.
- Tienen una apuesta entre ellos – masculló Beckett lanzándome una mirada.
Capté la indirecta y me levanté. Con mi brazo todavía sobre sus hombros, ella rodeó mi cintura y nos encaminamos hacia las bandejas.
- ¿Una apuesta sobre qué?
- Sobre nosotros.
- Oh. – Eso fue todo lo que escapó del súbito nudo que se formó en mi garganta. Respiré hondo para calmarme y tragué saliva. - ¿Intentan averiguar cuánto vamos a durar? – Mi voz tenía un trasfondo de rabia que hizo que la detective me mirara con cautela, su atención dispersa de la comida.
- Castle, cálmate, no es sobre eso.
- ¿Entonces? Porque parecías bastante fastidiada.
- Su apuesta… - suspiró. – Han apostado para ver si nos acostamos o no.
Casi se me resbaló el húmedo plástico de la bandeja de entre las manos. Los rápidos reflejos de Beckett evitaron que se me cayera boca abajo al suelo, estabilizándola y no soltándola hasta que vio que se me había pasado el shock.
- ¿Qué? – inquirí con la voz unas octavas más aguda.
- Deben de saber que estuvimos juntos porque están a la espera de entrar y pillarnos en plena acción.
Solté una carcajada para liberar la angustia que había sentido momentáneamente, pero a la detective no pareció hacerle gracia alguna.
- Perdón, es que… ¡Joder! – carraspeé, rascándome la nuca. Dejé que el silencio se hiciera entre nosotros mientras la observaba remover el puré de patata con el tenedor de plástico. – Y… ¿Cuál de los dos apostó a favor de que nos acostaríamos?
La mano de la detective se crispó sobre el cubierto, que se chascó en su mano. Me lanzó una mirada asesina cuando vio que estaba apretando los labios para no reírme.
- El que tenía el tatuaje de un dragón en el brazo dijo que sí, y el calvo dijo que no.
- Mmm… ¿Kate?
- ¿Qué, Castle? – expiró ella con cansancio.
- Follemos.
Se le atragantó el agua en la garganta y comenzó a toser mientras luchaba por respirar. La observé calmadamente, sabiendo que no era bueno eso de dar palmaditas en la espalda. Cuando se recuperó, me miró abriendo y cerrando la boca varias veces aunque no dijo nada. En su lugar, convirtió la mano en un puño y me golpeó en el brazo dolorosamente.
- ¡Ey! ¡Haz el amor y no la guerra! – protesté subiendo los brazos para protegerme la cara.
- ¿Tú lo ves gracioso? ¡Casi me muero ahogada!
- Lo siento, pero el calvo me cae como el culo, tiene que perder esta apuesta a narices.
Ese comentario hizo que me ganara otro golpe. Beckett volvió a ponerse a comer con una pierna ligeramente retorcida para poder darme la espalda como si estuviera enfadada conmigo. Cuando depositó su bandeja en el suelo, vi mi oportunidad. Aprovechando su posición y que hacía tiempo que se había recogido el pelo en una trenza descuidada, me coloqué tras ella silenciosamente y comencé a repartir besos por su cuello. Ella arqueó la espalda para alejarse de mí pero yo hice caso omiso y seguí con mi tarea.
- Castle - se quejó ella en un susurro. – No.
- Es que ahora tengo la imagen en la cabeza de ti, de mí…
- Te agu… - mordí el lóbulo de su oreja y respiró bruscamente, sus palabras muriendo en su garganta. Besé la zona donde su pulso latía acelerado y mordisqueé ligeramente su piel, sabiendo que allí tenía su punto débil.
Pero minusvaloré la resistencia de Beckett. Se apartó de mis labios con un gruñido, como si le doliera físicamente. Dejé caer la cabeza, dándome por vencido.
- No. Primero tenemos que resolver las cosas entre nosotros.
- Lo sé, perdón – me disculpé.
Nos quedamos en silencio un buen rato antes de que yo lo rompiera para expresar algo que llevaba rondándome en la cabeza desde que había entrado en su apartamento.
- ¿Qué vas a hacer con las pruebas que te di?
Kate sacudió la cabeza, rehuyendo mi mirada.
- Ey, hagas lo que hagas, no cambiará lo que siento por ti – confesé en un arrebato de valentía mientras agarraba su mentón para forzarla a fijar sus ojos en los míos. Me perdí en ese valle verde avellana anegado en lágrimas. – Eres consciente de eso, ¿verdad?
- ¿Y qué es lo que sientes? – inquirió en apenas un hilo de voz.
Sentí que el amor y el miedo libraban una batalla en mi interior mientras dos palabras bailaban por mi mente, tentándome, retándome. Abrí y cerré la boca varias veces mientras luchaba conmigo mismo, con el nudo de mi garganta.
- Yo… - empecé a decir en el mismo tono que Beckett había empleado.
Entonces las cadenas volvieron a tintinear al otro lado de la puerta y ambos dimos un brinco, separándonos, la magia del momento rompiéndose como un espejo al que han golpeado con un bate. La madera golpeó contra la pared y una figura dolorosamente familiar para ambos apareció en el marco, recortada contra la luz. Hizo un gesto con la mano y el musculitos del tatuaje del dragón se acercó a nosotros.
- Arriba – ordenó. Le miré con sorpresa, por su dominio del ruso había dado por hecho que era un nativo, pero su claro acento americano, de California me arriesgaría a decir, indicaba todo lo contrario.
La detective y yo nos incorporamos, quedándonos quietos cuando le vimos agacharse frente a nosotros. Oímos un chasquido y las esposas dejaron de apresarnos los tobillos, sin embargo, ni se nos pasó por la cabeza intentar escapar. Observé al joven, que empujó las bandejas lejos de nosotros con una patada, y comenzó a cachear a Beckett, deslizando sus manos por las largas piernas de la detective, asegurándose de que no había metido nada en el borde de las deportivas. Cuando terminó con ella, hizo lo mismo conmigo. Luego, se giró, asintiendo hacia su jefe.
- Bien, veo que sois buenos chicos – comentó el hombre sin moverse del marco de la puerta.
- ¿Qué nos vamos a llevar de aquí? ¿Una pluma del colchón? – repliqué con sorna.
Su cara se crispó en una mueca y, obedeciendo su orden, el californiano me propinó un puñetazo en el estómago que me obligó a doblarme, luchando por respirar. Beckett peleó contra el agarre del joven pero no consiguió soltarse.
- ¿Sigues necesitando que te enseñen modales, señor Castle? – preguntó el hombre trajeado mientras me agarraba del pelo, forzándome a levantar la cabeza.
Gruñí, sin contestarle para que no me golpearan de nuevo. No quería preocupar a la detective. Liberó mi pelo y se alejó unos pasos, haciendo un gesto por encima del hombro con una mano. El chico del tatuaje del dragón se sacó una tira de plástico del bolsillo y apresó las muñecas de Beckett con ella, con cuidado de ponerla sobre los vendajes y de manera que no le hiciera daño. Cuando se aseguró de que yo también tenía las manos atadas, nos colocaron una capucha en la cabeza y el mundo se volvió negro.
Alguien poco cuidadoso me agarró por el cuello de la camiseta, casi ahogándome, y me obligó a levantarme. Con ligeros empujones en la espalda, nos guiaron fuera del sótano.
- Escaleras – avisó el californiano.
En un acto reflejo moví la cabeza para buscarlas, pero la capucha era bastante grande y caía sobre mis hombros densamente, de manera que me impedía ver por abajo. Frustrado, retorcí las muñecas dentro de la atadura y entonces me di cuenta de que no estaban tan apretadas como deberían. De hecho…
Iba tan despistado que se me olvidó que había escaleras y mi pie tropezó con la primera. Alcé las manos para parar el golpe pero mis hombros protestaron ante el gesto. De todos modos, nunca llegué a caer. Unas fuertes manos me agarraron por la parte trasera de la camiseta, frenándome, de manera que mis rodillas tocaron el frío escalón.
- Mira por dónde andas – siseó el joven del tatuaje del dragón a mi oído.
- Sería más fácil si viera algo – protesté mientras comenzaba a subir con lentitud.
Siguiendo las indicaciones del joven y teniendo la sensación de que a veces nos mandaban girar sobre nosotros mismos para despistarnos y evitar que nos aprendiéramos el camino, pronto oí el sonido de unas puertas al abrirse y entramos en un sitio. Nuestros pies levantaban eco por lo que supuse que estábamos en una habitación grande y poco amueblada.
- Quítales eso y colócales allí – ordenó el hombre trajeado.
Alguien murmuró algo pero justo me quitaron la capucha de la cabeza y el sonido de la tela rozando mis oídos a su paso ahogó la voz de la persona en cuestión. Me empujaron bruscamente contra una silla y caí contra la fría madera pesadamente. A mi lado, Beckett gruñó cuando se golpeó un codo contra el reposabrazos y resopló para quitarse un mechón de pelo de la cara. Parpadeé para ajustar mis ojos a la brillante luz y miré a mí alrededor. Estábamos en el centro de un amplio salón de baile, una pared estaba llena de cristaleras tapadas por un plástico que, aunque dejaba pasar la luz, impedía ver lo que había al otro lado. El resto de paredes estaban recubiertas por paneles de madera color miel, el suelo era de baldosas blancas y negras que le daba a la habitación un cierto aire de majestuosidad que el polvo acumulado sobre él no podía eclipsar. Mientras que nuestras sillas eran unos muebles de lo más sencillos, sin ornamentos; había un gran piano de cola descansando en la esquina más alejada, tapado por una sábana blanca; una lámpara de araña colgando del techo, sus múltiples cristales reflejando luz; y, en diagonal al piano, un biombo con delicados dibujos de flamencos. Pero lo que captó mi atención fue un gran sillón de terciopelo rojo con adornos dorados. Era la única pieza majestuosa destapada de la sala y, a la vez, estaba ocupada.
El chico del tatuaje del dragón y el calvo estaban cuadrados frente al sillón. De espaldas a nosotros y mirando a quien estuviera sentado allí, estaba el hombre del traje, el que parecía haberlo orquestado todo pero que simplemente era un peón más.
- Acabemos con esto – dijo una voz femenina.
Beckett y yo nos tensamos en nuestros asientos, los dos matones colocándose a ambos lados de nosotros por si tenían que sujetarnos. Esa voz… ¿Por qué me sonaba tanto? El "líder" giró sobre los talones de sus impecables zapatos de vestir y sonrió con un toque siniestro. Ahora que me fijaba bien, no había nadie en el sillón, solo un cojín de terciopelo rojo a juego con la tapicería y un batín rosa suave tirado sobre el respaldo.
El sonido de unos tacones a nuestra espalda nos puso en alerta, el repiqueteo repitiéndose por todo el salón. El californiano posó una mano sobre mi hombro para impedir que me girara y el calvo hizo lo mismo con Beckett. Nuestros ojos se encontraron y vi la misma impotencia y frustración que yo sentía reflejados en el rostro de la detective. Apreté los dientes y retorcí las muñecas dentro de la tira de plástico con cuidado de que mis movimientos no fueran muy obvios. El taconeo se acercó hasta detrás de mí y pude ver por el rabillo del ojo la expresión de Kate. Su boca se había abierto ligeramente en una expresión de pura sorpresa. No se había esperado aquello.
Una fragancia dulce inundó mis fosas nasales y sentí el calor de otro cuerpo humano alcanzar el mío cuando la mujer se inclinó sobre mi hombro.
- Hola de nuevo, Ricky – ronroneó en mi oído.
Entonces recordé por qué me resultaba conocida esa colonia. Recordé dónde había escuchado antes esa voz. Recordé quién había empleado esa deformación cariñosa de mi nombre.
Y sentí que me quedaba sin aire.
-.-.-.-.-.-.-
Bracken volvía a tener la mirada perdida en las vistas de su oficina, su barbilla descansando en sus nudillos, los ojos ligeramente entrecerrados, la frente surcada por arrugas de preocupación. La lluvia seguía cayendo sin piedad al otro lado de la gruesa ventana pero eso a él no le importaba, al igual que tampoco le importaba una pizca las vidas que seguían con su bulliciosa actividad veintidós pisos más abajo.
Solo podía pensar en que le habían pillado. Con aire abstraído, rozó la cicatriz que adornaba su mejilla. La gente creía que se lo había hecho un hombre borracho cuando había impedido que violara a una mujer indefensa, pero esa marca tenía una historia muy diferente. Al principio de su carrera política había tenido un pequeño desliz con el juego. Había apostado de más y, cuando los cobradores llamaron al timbre de su pequeño y cutre apartamento para buscar lo que les correspondía, él solo había podido balbucear y rogar por más tiempo. Ellos, por supuesto, se rieron de él y le dieron la paliza de su vida. Tres días más tarde, cuando por fin había sido capaz de levantarse del suelo, donde le habían dejado tirado, se arrastró con la ropa ensangrentada y el traje rasgado hasta su bar habitual, el Blue Dragon.
Mientras yacía en el suelo de su piso, con demasiado dolor para moverse, se le había ocurrido algo que quizá le ayudara a saldar su deuda y de lo que pudiera sacar algún beneficio para impulsar su campaña política. Siempre había sido un chico con ambiciones, quería sentarse en el sillón de la alcaldía y reírse de los que eran inferiores a él. Así que había dejado atrás la poca dignidad que le quedaba para arrodillarse frente a un hombre trajeado y proponerle un negocio.
Ahí había comenzado todo.
Y acababa ahora.
La puerta de su despacho se abrió de golpe, chocando contra la pared con un sonido sordo que le sacó de su ensoñación. Giró en su silla solo para encontrarse con los mismos detectives del día anterior, ¿o había pasado más tiempo?
- ¿Qué significa esto? – gritó con indignación.
- Senador, he intentado pararles pero no me han hecho caso… - comenzó a balbucear su secretaria.
Bracken alzó una mano para hacerla callar. Tenía unas tetas impresionantes pero su voz de pito y su ineptitud le ponían enfermo.
- Detectives, les ruego que se expliquen.
El rubito se acercó a él mientras sacaba las esposas de su funda en la cintura y las abría con un chasquido que estremeció hasta el último nervio de su cuerpo.
- William Bracken, queda usted arrestado. Tiene derecho a guardar silencio, cualquier cosa que diga puede ser utilizada en su contra. Tiene derecho a un abogado, si no puede pagar uno se le asignará uno de oficio…
El frío metal de las esposas se cerró en torno a sus muñecas y el Senador sintió que se iba a derrumbar allí mismo. Sin embargo, alzó la barbilla en un gesto de superioridad y se mantuvo firme, cuadrando los hombros y apretando la mandíbula.
- Bárbara, llama a Smith y dile que vaya a la comisaria urgentemente – ordenó.
Ryan le dijo a uno de los uniformados que les habían acompañado que se hiciera cargo del Senador y lo llevara a 12, donde debía dejarlo en la sala de interrogatorios hasta que ellos llegaran.
- Ah, y, LT, que nadie entre. Bajo ningún concepto.
El policía asintió y guio a Bracken hasta el coche.
Esposito y Ryan observaron cómo uno de los técnicos cogía el llavero del Senador y comenzaba a trabajar en la cerradura del cajón. Cuando el móvil del irlandés comenzó a sonar, éste se disculpó y se alejó a una esquina medianamente silenciosa para hablar.
- Detective, soy Melinda.
- ¿Lo tienes?
- Oh, sí, no ha sido fácil pero nadie me supera en esto. Apunta. – Ryan sacó su libreta y asintió – Su alias es Maddox, trabaja para un tal Jerry Tyson.
¡Hasta la próxima!
--------------------------------------------------------------------------------
Capítulo 101:
Ryan y Esposito salieron prácticamente corriendo del ascensor, entrando en la planta de Robos estrepitosamente mientras se abalanzaban juntos sobre el Mac del irlandés, que reposaba tranquilamente sobre su mesa.
- ¿Pusiste el micrófono? – preguntó por décima vez el latino a su compañero.
- Sí, bajo el borde de la mesa. – Resopló el aludido mientras se pasaba una mano por su corto pelo rubio, despeinándolo.
- ¿Te aseguraste que estaba bien colocado?
- A ver, ¿quién es el zar de la tecnología, tú o yo? – arqueó una ceja y, sin esperar a que el moreno contestara, se tiró del cuello de la camisa con aire de fingida superioridad. – Yo, así que cállate y conecta los cascos.
Esposito puso los ojos en blanco ante la pequeña interpretación de su compañero pero le obedeció. Enchufó un adaptador y metió ambos extremos de los auriculares antes de pasarle unos a Ryan y él colocarse los otros. El irlandés subió el volumen para asegurarse de que oían bien todo y abrió la grabación que había dejado programada. En un principio no había sabido muy bien cómo se las iba a apañar para colocar un micrófono oculto en el despacho del Senador sin que éste se diera cuenta pero había encontrado la ocasión perfecta al apoyarse contra el borde de su mesa para acercarle la hoja con su retrato.
Haciéndole un gesto a su compañero para que estuviera atento, pulsó el Play y comenzaron a oírse ruidos estáticos. Pronto, la voz del latino irrumpió en la grabación mientras le informaba a Bracken que eran detectives. Se escucharon a sí mismos pacientemente antes de oír cómo el Senador le pedía a su secretaria que les acompañara fuera y la puerta del despacho de cerraba con un suave "click".
Ambos detectives esperaron con tensión, sintiendo que estaban a punto de salir corriendo de la silla como una palabra comprometedora se deslizara de la boca del Bracken. Oyeron una serie de golpes, como roces, luego el tintineo de llaves al chocar unas con otras y una cerradura siendo abierta. Contuvieron la respiración, impacientes, sus cuerpos vibrando de pura anticipación.
"La policía me ha descubierto".
Una simple frase, pero que Ryan y Esposito sintieron como una gran victoria. El rubio paró la grabación y ambos chocaron los puños con emoción mientras se desembarazaban de los cascos.
- No es posible averiguar a quién llamó, ¿verdad? – inquirió Espo.
- Tío, soy un crack pero no hago milagros. Consígueme el móvil que utilizó y te lo diré en menos de diez segundos.
- ¿Es eso una apuesta? A mí me suena a una apuesta.
- No hay huevos – le retó Ryan mientras arqueaba las cejas.
- ¿Qué no? - El moreno extendió su mano y su compañero la estrechó con fuerza. – 20 pavos a que tardas más de diez segundos.
- Si gano, vienes a trabajar un día en falda escocesa y sin nada debajo.
- Si pierdes, que lo vas a hacer, vienes en un vestido que yo escoja y sin nada debajo.
Sacudieron una vez más sus manos unidas y las retiraron como si hubieran tocado fuego cuando oyeron la voz de una mujer detrás de ellos.
- ¿A qué viene tanto escándalo? – inquirió Martha Rodgers acercándose a ambos detectives, taconeando con fuerza sobre el parqué del suelo.
- Mmm… - Ryan se quedó en blanco, todavía asustado. Por un momento había pensado que Beckett les había pillado apostando sobre un caso una vez más, y él bien sabía cuánto odiaba que hicieran eso.
- Tenemos un sospechoso – Esposito acudió en su rescate mientras se levantaba y pegaba en la pizarra el retrato y el folleto publicitario de Bracken. Agarró un rotulador y escribió un par de anotaciones. – Voy a ver si pillo al juez Simmons de buen humor y nos da una orden para confiscar ese móvil y arrestarle.
La actriz se giró para observar la superficie blanca de la pizarra semi-oculta por la multitud de fotos, hojas y anotaciones que habían ido colocando allí los detectives.
- No sé por qué seguimos con ella, supongo que es por pura costumbre – comentó Ryan a su espalda, su voz denotando tristeza. La pelirroja le miró, sus ojos azules interrogantes. – Era una costumbre de Beckett, le ayudaba a ver las cosas con más claridad.
- Mi hijo también las hacía cuando escribía… No es que compare vuestros trabajos, Dios me libre, pero decía que el tener todo puesto delante impedía que se dejara cabos sueltos o se contradijera.
El detective asintió y apartó la mirada de la pizarra como si le doliera verla. Martha se sentó en la silla que el joven había ido a buscar horas antes para ella y se quedó allí un rato, pensativa.
- ¿Por qué no te vas a casa? – sugirió Ryan con suavidad. – Descansa un poco, ya no hay nada que puedas hacer por aquí.
Lejos de sentirse ofendida, la actriz sonrió con una mezcla de dulzura y tristeza.
- ¿Crees que sería capaz de ir al loft de Richard y meterme en la cama tranquilamente? – hizo un gesto con la mano para desechar lo que acababa de decir mientras sacudía la cabeza. – No, prefiero quedarme. No os molestaré, no sabréis ni que estoy aquí.
- ¿Tú y Castle estáis muy unidos? – preguntó el detective tras asentir comprensivamente.
- Nuestra relación… Es complicada. – la pelirroja frunció el ceño, siendo dolorosamente consciente por primera vez de la verdad de sus palabras. – Damos por garantizada la presencia del otro en nuestra vida. No necesitamos vernos a todas horas ni hablar todo el rato, a veces un silencio es más útil; y, aunque pueda parecer que somos fríos el uno con el otro, distantes, estamos muy unidos.
- Hablas como si ya no fuera así – observó Ryan.
- Solía ser así, pero después de la muerte de Alexis, Richard… Dejó de ser él y yo no podía soportar verle de esa manera, por lo que me marché. Hacía cinco años que no nos veíamos. – Sus ojos casi cristalinos se clavaron en los intensos del irlandés. - ¿Tienes hijos?
- No todavía, Jenny y yo lo estamos intentando – sonrió algo azorado.
Martha se quedó un buen rato en silencio, perdida en sus pensamientos, y Ryan no quiso interrumpirla. Se figuró que, cuando ella estuviera preparada, retomaría la charla. Y así fue.
- Debo admitir que no fui la mejor madre – continuó la actriz con una sonrisa que no mostraba arrepentimiento alguno - ni él el mejor hijo. Nos hemos vuelto locos el uno al otro, nos hemos dicho de todo, pero nos compenetramos bastante bien y, por mucho que no seamos muy dados a decirlo o mostrarlo, nos queremos.
- Tiene que ser duro, volver y no poder estar con él.
- Oh, bueno, él estará dando palmas de alegría – bromeó la pelirroja. – No tengo planeado volver a dejarle, fue un error que no repetiré – confesó entonces. Se sumió en un silencio taciturno antes de sacudir la cabeza para despejarse y dibujar una sonrisa en su rostro. - ¿Quieres un café? Porque yo sí.
Sin esperar a que Ryan contestara, se levantó de la silla derrochando energía y se digirió a la salita de descanso donde estaba la máquina de café profesional, regalo que le habían hecho entre todos los de Robos a Beckett dado que era bien conocida su adicción a la cafeína. El irlandés iba a seguirla para ofrecerse a prepararle la bebida, no fuera a ser que se quemara con los chorros de vapor que a veces soltaba la máquina, pero el timbre del teléfono de su mesa le impidió hacer nada.
- Ryan – contestó colocándose el aparato en el oído y sujetándolo con el hombro.
- Hola, ¿es la comisaria 12, Departamento de Robos? – inquirió la voz de una mujer al otro lado con un marcado acento.
- Em, sí. ¿Quién pregunta?
- Soy la Inspectora Melinda Caña, de la Policía de Venezuela. Acabo de reincorporarme y he visto su solicitud de cualquier información disponible sobre una tal "Amanda Vásquez".
- Tendrá que perdonarme… – Ryan frunció el ceño, ese nombre no le sonaba. – Pero creo que se ha equivocado de persona.
- ¿Es usted el Detective Kevin Ryan?
- Erm, sí, pero yo no he solicitado información, ni siquiera me suena ese nombre.
- Pues tengo el informe aquí delante, lo colgó en la plataforma – se oyó de fondo el ruido de las teclas del ordenador siendo presionadas y la Inspectora volvió a hablar. – Solicitado hace casi un mes atrás, el nombre que figura es Amanda Sckuss, pero ese es su apellido de casada.
El detective forzó su memoria y entonces recordó una llamada de Castle pidiéndole que investigara a una mujer y que le llamara a él y solamente a él si conseguía algo interesante. Al final no había podido llamarle y le había pedido a Espo que lo hiciera por él.
- ¡Ah! Perdona, Inspectora, no reconocía el nombre. Sí, había solicitado información sobre Amanda Sckuss pero, si no estoy equivocado, no recuerdo que el nombre de soltera fuera Vásquez sino Rodríguez.
- Por eso llamaba. Verá, Detective, en mi departamento soy la que se encarga de los medios informáticos pero el pasado mes estuve de baja por enfermedad y tuve que relegar mi trabajo en un tipo que trabajaba a larga distancia.
- ¿Es eso normal en Venezuela?
- ¿Sinceramente? Nunca había pasado hasta ahora. La mayor parte del cuerpo está centrado en los conflictos actuales y el departamento de informática se ha visto bastante perjudicado; pero, cuando solicité la baja, el mismo comisario fue el que insistió en colocar a este hombre en mi lugar.
- ¿Y qué tiene todo esto que ver con mi solicitud? – preguntó Ryan con algo de impaciencia. Esposito había conseguido la orden y ya estaba de vuelta haciéndole señales a su compañero para que colgara y fuera con él al despacho de Bracken. El rubio le indicó que esperara, tenía una corazonada respecto a esa llamada.
- A ello voy – contestó Melinda. – Esto puede resultar algo lioso así que, si en algún momento se pierde, dígamelo, ¿vale? – el detective asintió por toda respuesta mientras rebuscaba en busca de su libreta. – Yo en ese momento no estaba aquí así que quién contestó a su petición fue mi sustituto a larga distancia. Hoy, al estar repasando lo que hizo para comprobar que no cambiara nada del sistema, me llamó la atención su solicitud. Usted necesitaba información sobre Amanda Sckuss. Sabiendo que era un inmigrante ilegal proveniente de Venezuela, mandó una solicitud al Departamento de Policía de Venezuela para que le mandaran toda la información relativa a esta mujer. ¿Hasta aquí todo correcto?
- Aja.
- Bien. Me acaba de decir hace unos minutos que usted creía recordar que el nombre de soltera que figuraba en la información que se le mandó era Rodríguez, ¿no? – sin esperar a su respuesta, la Inspectora Caña siguió explicándose. – Amanda Rodríguez es un inmigrante con actual residencia en los Estados Unidos, más concretamente en Barbados, tiene cuarenta y dos años, viuda, madre de un niño de nueve años y cuida de su madre enferma. Trabaja de camarera por el día y a veces ayuda en un pub por las noches.
- ¿Cómo? No puede ser, eso no encaja con el perfil que yo busco. Su sustituto debió de confundirse… - Ryan dejó que su voz se apagara poco a poco - ¿Y quién es entonces Amanda Vásquez?
- Amanda Vásquez era una ciudadana venezolana de veintitrés años de familia humilde que se vio mezclada con malas influencias y a la que mataron. Lo más chocante es inicialmente se la había dado por desaparecida pero más tarde su cuerpo fue encontrado metido en un bidón de gasolina prendido en llamas en Barbados al lado de una caravana.
- Mel-¿te puedo llamar Melinda? Bien. Melinda, llevo dos días sin dormir así que, o me lo explicas más claramente, o no comprendo lo que me estás tratando de decir. – resopló el detective mientras se apretaba el puente de la nariz con dos dedos.
- Usaron dos personas para crear una identidad falsa: Rodríguez fue el inmigrante ilegal que les proporcionó un trabajo y un expediente policial impoluto, fue la ciudadana ejemplar; mientras que Vásquez aportó su imagen, su edad y su familia.
- ¿Y todas esas molestias para qué?
- Para evitar que hicierais más preguntas. No sé quién es esa Amanda Sckuss en la que estáis tan interesados o qué ha hecho, pero una cosa sí que la tengo clara y es que no existe. Toda la información que poseéis sobre ella es falsa. Es…
- Un fantasma – terminó Ryan por ella en un susurro.
- Exacto.
- Melinda, ¿quién tiene la capacidad de falsificar una identidad en tu unidad?
- Yo. Pero como habría sido muy estúpido ser la autora de esto y luego llamar para avisaros, tuvo que ser mi sustituto.
- ¿El hombre que trabaja a larga distancia?
- Ese mismo.
- ¿No sabrás por casualidad su nombre? – inquirió el detective.
- Sí, pero viendo lo que es capaz de hacer, dudo que sea real.
- Mierda…
- Aun así – continuó la Inspectora Cañas como si Ryan no hubiera dicho nada – puedo rastrear su ordenador. Dame una hora y te llamaré con una dirección.
-.-.-.-.-.-.-
Nos daban dos comidas al día: el desayuno y la cena. Eran nuestro reloj. Cuando se abría la puerta y veíamos aparecer a un guarda con una bandeja en manos, sabíamos que ya había amanecido u oscurecido. No teníamos forma de averiguar la hora exacta, si lo preguntaba se reían de mí y escupían al suelo, pero por lo menos sabíamos que habían pasado dos días, tres para la detective.
El resto del tiempo solo éramos nosotros dos. Con cuatro paredes y unas esposas en los tobillos, nos pasábamos las horas tumbados en el colchón, dormitando a ratos, luchando contra el frío abrazados. Ignorábamos la sed. Hacíamos nuestras necesidades en un orinal colocado contra una pared, enfrente del otro, que vaciaban dos veces al día.
La rara excepción fue cuando vino el médico a asegurarse de que los vendajes estaban bien y que no se nos habían infectado las heridas. Respecto al líder, no le habíamos vuelto a ver ni oír noticias de él. Lo bueno de que Beckett supiera ruso y ellos no tuvieran constancia de eso era que mantenían conversaciones mientras la puerta estaba abierta. Eran breves y pocas veces interesantes, pero así fue como nos enteramos de que había complicaciones con el plan original y que se habían visto obligados a precipitar las cosas. La detective y yo habíamos estado debatiendo sobre qué complicaciones podían ser pero no habíamos conseguido ponernos de acuerdo y, mucho menos, habíamos conseguido que alguno de ellos nos dijera nada. Las únicas palabras que nos dirigían eran insultos seguidos de un escupitajo que tenían la decencia de dirigir al suelo y no a nosotros.
A pesar de todo, encontrábamos las fuerzas para mantener la esperanza. Sabíamos que Esposito y Ryan estaban al corriente de que Beckett había desaparecido y solo era cuestión de tiempo que se dieran cuenta de que yo también estaba en apuros y aparecieran en nuestro rescate. Nuestro miedo, la pregunta que nos atormentaba y nos mantenía despiertos, era cuánto tiempo más tardarían. No sabíamos los planes que tenían reservados para nosotros, ni cuándo los iban a ejecutar. No había manera alguna de enterarse ni de investigar. Lo peor de todo, con diferencia, era esa incertidumbre. Enrarecía el aire y era como una losa sobre nuestros pechos.
Aparté la mirada de la bombilla sucia y vieja cuando las cadenas de la puerta giraron y tintinearon. Ambos nos incorporamos y nos preparamos, como cada vez, para lo peor.
- Ja, я сказал бы вам – le dijo un matón al otro mientras le daba un codazo. El aludido gruñó y tiró sin cuidado alguno las bandejas al suelo ante la diversión de su compañero. - Вы платите мне
- Нет, по-прежнему есть время. Уже лежат.
Yo no comprendí ni una palabra de lo que estaban discutiendo ambos hombres pero Beckett estaba cabreándose y temí que hiciera algo que les hiciera enfadar. Con disimulo, coloqué una mano sobre su brazo, tratando de calmarla. Vi que estaba temblando, no sabría decir si por frío o por contenerse. Rodeé sus hombros y la apreté contra mi cuerpo mientras frotaba su espalda, ganándome una mirada furibunda de uno de los matones y una sonrisa alentadora por parte del otro. Fruncí el ceño, confuso, y observé cómo cerraban la puerta de madera tras ellos.
- ¿Qué demonios ha sido eso? – pregunté.
- Tienen una apuesta entre ellos – masculló Beckett lanzándome una mirada.
Capté la indirecta y me levanté. Con mi brazo todavía sobre sus hombros, ella rodeó mi cintura y nos encaminamos hacia las bandejas.
- ¿Una apuesta sobre qué?
- Sobre nosotros.
- Oh. – Eso fue todo lo que escapó del súbito nudo que se formó en mi garganta. Respiré hondo para calmarme y tragué saliva. - ¿Intentan averiguar cuánto vamos a durar? – Mi voz tenía un trasfondo de rabia que hizo que la detective me mirara con cautela, su atención dispersa de la comida.
- Castle, cálmate, no es sobre eso.
- ¿Entonces? Porque parecías bastante fastidiada.
- Su apuesta… - suspiró. – Han apostado para ver si nos acostamos o no.
Casi se me resbaló el húmedo plástico de la bandeja de entre las manos. Los rápidos reflejos de Beckett evitaron que se me cayera boca abajo al suelo, estabilizándola y no soltándola hasta que vio que se me había pasado el shock.
- ¿Qué? – inquirí con la voz unas octavas más aguda.
- Deben de saber que estuvimos juntos porque están a la espera de entrar y pillarnos en plena acción.
Solté una carcajada para liberar la angustia que había sentido momentáneamente, pero a la detective no pareció hacerle gracia alguna.
- Perdón, es que… ¡Joder! – carraspeé, rascándome la nuca. Dejé que el silencio se hiciera entre nosotros mientras la observaba remover el puré de patata con el tenedor de plástico. – Y… ¿Cuál de los dos apostó a favor de que nos acostaríamos?
La mano de la detective se crispó sobre el cubierto, que se chascó en su mano. Me lanzó una mirada asesina cuando vio que estaba apretando los labios para no reírme.
- El que tenía el tatuaje de un dragón en el brazo dijo que sí, y el calvo dijo que no.
- Mmm… ¿Kate?
- ¿Qué, Castle? – expiró ella con cansancio.
- Follemos.
Se le atragantó el agua en la garganta y comenzó a toser mientras luchaba por respirar. La observé calmadamente, sabiendo que no era bueno eso de dar palmaditas en la espalda. Cuando se recuperó, me miró abriendo y cerrando la boca varias veces aunque no dijo nada. En su lugar, convirtió la mano en un puño y me golpeó en el brazo dolorosamente.
- ¡Ey! ¡Haz el amor y no la guerra! – protesté subiendo los brazos para protegerme la cara.
- ¿Tú lo ves gracioso? ¡Casi me muero ahogada!
- Lo siento, pero el calvo me cae como el culo, tiene que perder esta apuesta a narices.
Ese comentario hizo que me ganara otro golpe. Beckett volvió a ponerse a comer con una pierna ligeramente retorcida para poder darme la espalda como si estuviera enfadada conmigo. Cuando depositó su bandeja en el suelo, vi mi oportunidad. Aprovechando su posición y que hacía tiempo que se había recogido el pelo en una trenza descuidada, me coloqué tras ella silenciosamente y comencé a repartir besos por su cuello. Ella arqueó la espalda para alejarse de mí pero yo hice caso omiso y seguí con mi tarea.
- Castle - se quejó ella en un susurro. – No.
- Es que ahora tengo la imagen en la cabeza de ti, de mí…
- Te agu… - mordí el lóbulo de su oreja y respiró bruscamente, sus palabras muriendo en su garganta. Besé la zona donde su pulso latía acelerado y mordisqueé ligeramente su piel, sabiendo que allí tenía su punto débil.
Pero minusvaloré la resistencia de Beckett. Se apartó de mis labios con un gruñido, como si le doliera físicamente. Dejé caer la cabeza, dándome por vencido.
- No. Primero tenemos que resolver las cosas entre nosotros.
- Lo sé, perdón – me disculpé.
Nos quedamos en silencio un buen rato antes de que yo lo rompiera para expresar algo que llevaba rondándome en la cabeza desde que había entrado en su apartamento.
- ¿Qué vas a hacer con las pruebas que te di?
Kate sacudió la cabeza, rehuyendo mi mirada.
- Ey, hagas lo que hagas, no cambiará lo que siento por ti – confesé en un arrebato de valentía mientras agarraba su mentón para forzarla a fijar sus ojos en los míos. Me perdí en ese valle verde avellana anegado en lágrimas. – Eres consciente de eso, ¿verdad?
- ¿Y qué es lo que sientes? – inquirió en apenas un hilo de voz.
Sentí que el amor y el miedo libraban una batalla en mi interior mientras dos palabras bailaban por mi mente, tentándome, retándome. Abrí y cerré la boca varias veces mientras luchaba conmigo mismo, con el nudo de mi garganta.
- Yo… - empecé a decir en el mismo tono que Beckett había empleado.
Entonces las cadenas volvieron a tintinear al otro lado de la puerta y ambos dimos un brinco, separándonos, la magia del momento rompiéndose como un espejo al que han golpeado con un bate. La madera golpeó contra la pared y una figura dolorosamente familiar para ambos apareció en el marco, recortada contra la luz. Hizo un gesto con la mano y el musculitos del tatuaje del dragón se acercó a nosotros.
- Arriba – ordenó. Le miré con sorpresa, por su dominio del ruso había dado por hecho que era un nativo, pero su claro acento americano, de California me arriesgaría a decir, indicaba todo lo contrario.
La detective y yo nos incorporamos, quedándonos quietos cuando le vimos agacharse frente a nosotros. Oímos un chasquido y las esposas dejaron de apresarnos los tobillos, sin embargo, ni se nos pasó por la cabeza intentar escapar. Observé al joven, que empujó las bandejas lejos de nosotros con una patada, y comenzó a cachear a Beckett, deslizando sus manos por las largas piernas de la detective, asegurándose de que no había metido nada en el borde de las deportivas. Cuando terminó con ella, hizo lo mismo conmigo. Luego, se giró, asintiendo hacia su jefe.
- Bien, veo que sois buenos chicos – comentó el hombre sin moverse del marco de la puerta.
- ¿Qué nos vamos a llevar de aquí? ¿Una pluma del colchón? – repliqué con sorna.
Su cara se crispó en una mueca y, obedeciendo su orden, el californiano me propinó un puñetazo en el estómago que me obligó a doblarme, luchando por respirar. Beckett peleó contra el agarre del joven pero no consiguió soltarse.
- ¿Sigues necesitando que te enseñen modales, señor Castle? – preguntó el hombre trajeado mientras me agarraba del pelo, forzándome a levantar la cabeza.
Gruñí, sin contestarle para que no me golpearan de nuevo. No quería preocupar a la detective. Liberó mi pelo y se alejó unos pasos, haciendo un gesto por encima del hombro con una mano. El chico del tatuaje del dragón se sacó una tira de plástico del bolsillo y apresó las muñecas de Beckett con ella, con cuidado de ponerla sobre los vendajes y de manera que no le hiciera daño. Cuando se aseguró de que yo también tenía las manos atadas, nos colocaron una capucha en la cabeza y el mundo se volvió negro.
Alguien poco cuidadoso me agarró por el cuello de la camiseta, casi ahogándome, y me obligó a levantarme. Con ligeros empujones en la espalda, nos guiaron fuera del sótano.
- Escaleras – avisó el californiano.
En un acto reflejo moví la cabeza para buscarlas, pero la capucha era bastante grande y caía sobre mis hombros densamente, de manera que me impedía ver por abajo. Frustrado, retorcí las muñecas dentro de la atadura y entonces me di cuenta de que no estaban tan apretadas como deberían. De hecho…
Iba tan despistado que se me olvidó que había escaleras y mi pie tropezó con la primera. Alcé las manos para parar el golpe pero mis hombros protestaron ante el gesto. De todos modos, nunca llegué a caer. Unas fuertes manos me agarraron por la parte trasera de la camiseta, frenándome, de manera que mis rodillas tocaron el frío escalón.
- Mira por dónde andas – siseó el joven del tatuaje del dragón a mi oído.
- Sería más fácil si viera algo – protesté mientras comenzaba a subir con lentitud.
Siguiendo las indicaciones del joven y teniendo la sensación de que a veces nos mandaban girar sobre nosotros mismos para despistarnos y evitar que nos aprendiéramos el camino, pronto oí el sonido de unas puertas al abrirse y entramos en un sitio. Nuestros pies levantaban eco por lo que supuse que estábamos en una habitación grande y poco amueblada.
- Quítales eso y colócales allí – ordenó el hombre trajeado.
Alguien murmuró algo pero justo me quitaron la capucha de la cabeza y el sonido de la tela rozando mis oídos a su paso ahogó la voz de la persona en cuestión. Me empujaron bruscamente contra una silla y caí contra la fría madera pesadamente. A mi lado, Beckett gruñó cuando se golpeó un codo contra el reposabrazos y resopló para quitarse un mechón de pelo de la cara. Parpadeé para ajustar mis ojos a la brillante luz y miré a mí alrededor. Estábamos en el centro de un amplio salón de baile, una pared estaba llena de cristaleras tapadas por un plástico que, aunque dejaba pasar la luz, impedía ver lo que había al otro lado. El resto de paredes estaban recubiertas por paneles de madera color miel, el suelo era de baldosas blancas y negras que le daba a la habitación un cierto aire de majestuosidad que el polvo acumulado sobre él no podía eclipsar. Mientras que nuestras sillas eran unos muebles de lo más sencillos, sin ornamentos; había un gran piano de cola descansando en la esquina más alejada, tapado por una sábana blanca; una lámpara de araña colgando del techo, sus múltiples cristales reflejando luz; y, en diagonal al piano, un biombo con delicados dibujos de flamencos. Pero lo que captó mi atención fue un gran sillón de terciopelo rojo con adornos dorados. Era la única pieza majestuosa destapada de la sala y, a la vez, estaba ocupada.
El chico del tatuaje del dragón y el calvo estaban cuadrados frente al sillón. De espaldas a nosotros y mirando a quien estuviera sentado allí, estaba el hombre del traje, el que parecía haberlo orquestado todo pero que simplemente era un peón más.
- Acabemos con esto – dijo una voz femenina.
Beckett y yo nos tensamos en nuestros asientos, los dos matones colocándose a ambos lados de nosotros por si tenían que sujetarnos. Esa voz… ¿Por qué me sonaba tanto? El "líder" giró sobre los talones de sus impecables zapatos de vestir y sonrió con un toque siniestro. Ahora que me fijaba bien, no había nadie en el sillón, solo un cojín de terciopelo rojo a juego con la tapicería y un batín rosa suave tirado sobre el respaldo.
El sonido de unos tacones a nuestra espalda nos puso en alerta, el repiqueteo repitiéndose por todo el salón. El californiano posó una mano sobre mi hombro para impedir que me girara y el calvo hizo lo mismo con Beckett. Nuestros ojos se encontraron y vi la misma impotencia y frustración que yo sentía reflejados en el rostro de la detective. Apreté los dientes y retorcí las muñecas dentro de la tira de plástico con cuidado de que mis movimientos no fueran muy obvios. El taconeo se acercó hasta detrás de mí y pude ver por el rabillo del ojo la expresión de Kate. Su boca se había abierto ligeramente en una expresión de pura sorpresa. No se había esperado aquello.
Una fragancia dulce inundó mis fosas nasales y sentí el calor de otro cuerpo humano alcanzar el mío cuando la mujer se inclinó sobre mi hombro.
- Hola de nuevo, Ricky – ronroneó en mi oído.
Entonces recordé por qué me resultaba conocida esa colonia. Recordé dónde había escuchado antes esa voz. Recordé quién había empleado esa deformación cariñosa de mi nombre.
Y sentí que me quedaba sin aire.
-.-.-.-.-.-.-
Bracken volvía a tener la mirada perdida en las vistas de su oficina, su barbilla descansando en sus nudillos, los ojos ligeramente entrecerrados, la frente surcada por arrugas de preocupación. La lluvia seguía cayendo sin piedad al otro lado de la gruesa ventana pero eso a él no le importaba, al igual que tampoco le importaba una pizca las vidas que seguían con su bulliciosa actividad veintidós pisos más abajo.
Solo podía pensar en que le habían pillado. Con aire abstraído, rozó la cicatriz que adornaba su mejilla. La gente creía que se lo había hecho un hombre borracho cuando había impedido que violara a una mujer indefensa, pero esa marca tenía una historia muy diferente. Al principio de su carrera política había tenido un pequeño desliz con el juego. Había apostado de más y, cuando los cobradores llamaron al timbre de su pequeño y cutre apartamento para buscar lo que les correspondía, él solo había podido balbucear y rogar por más tiempo. Ellos, por supuesto, se rieron de él y le dieron la paliza de su vida. Tres días más tarde, cuando por fin había sido capaz de levantarse del suelo, donde le habían dejado tirado, se arrastró con la ropa ensangrentada y el traje rasgado hasta su bar habitual, el Blue Dragon.
Mientras yacía en el suelo de su piso, con demasiado dolor para moverse, se le había ocurrido algo que quizá le ayudara a saldar su deuda y de lo que pudiera sacar algún beneficio para impulsar su campaña política. Siempre había sido un chico con ambiciones, quería sentarse en el sillón de la alcaldía y reírse de los que eran inferiores a él. Así que había dejado atrás la poca dignidad que le quedaba para arrodillarse frente a un hombre trajeado y proponerle un negocio.
Ahí había comenzado todo.
Y acababa ahora.
La puerta de su despacho se abrió de golpe, chocando contra la pared con un sonido sordo que le sacó de su ensoñación. Giró en su silla solo para encontrarse con los mismos detectives del día anterior, ¿o había pasado más tiempo?
- ¿Qué significa esto? – gritó con indignación.
- Senador, he intentado pararles pero no me han hecho caso… - comenzó a balbucear su secretaria.
Bracken alzó una mano para hacerla callar. Tenía unas tetas impresionantes pero su voz de pito y su ineptitud le ponían enfermo.
- Detectives, les ruego que se expliquen.
El rubito se acercó a él mientras sacaba las esposas de su funda en la cintura y las abría con un chasquido que estremeció hasta el último nervio de su cuerpo.
- William Bracken, queda usted arrestado. Tiene derecho a guardar silencio, cualquier cosa que diga puede ser utilizada en su contra. Tiene derecho a un abogado, si no puede pagar uno se le asignará uno de oficio…
El frío metal de las esposas se cerró en torno a sus muñecas y el Senador sintió que se iba a derrumbar allí mismo. Sin embargo, alzó la barbilla en un gesto de superioridad y se mantuvo firme, cuadrando los hombros y apretando la mandíbula.
- Bárbara, llama a Smith y dile que vaya a la comisaria urgentemente – ordenó.
Ryan le dijo a uno de los uniformados que les habían acompañado que se hiciera cargo del Senador y lo llevara a 12, donde debía dejarlo en la sala de interrogatorios hasta que ellos llegaran.
- Ah, y, LT, que nadie entre. Bajo ningún concepto.
El policía asintió y guio a Bracken hasta el coche.
Esposito y Ryan observaron cómo uno de los técnicos cogía el llavero del Senador y comenzaba a trabajar en la cerradura del cajón. Cuando el móvil del irlandés comenzó a sonar, éste se disculpó y se alejó a una esquina medianamente silenciosa para hablar.
- Detective, soy Melinda.
- ¿Lo tienes?
- Oh, sí, no ha sido fácil pero nadie me supera en esto. Apunta. – Ryan sacó su libreta y asintió – Su alias es Maddox, trabaja para un tal Jerry Tyson.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Buen capítulo. Esperaremos pacientemente hasta que vuelvas de tus vacaciones.
Delta5- Escritor - Policia
- Mensajes : 10286
Fecha de inscripción : 30/07/2012
Localización : Ciudadano del Mundo
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
¿Cómo que extremadamente largo? pero si lo he terminado en poco más de dos minutos... y eso que leía despacio. No nos puedes hacer esto, es inhumano nos dejas con el alma en vilo y además nos anuncias que en varias semanas no vas a seguir, así... como si fuera poco tiempo. ¿Pero no te das cuenta que a este paso lo que me va a dar es un ataque al corazón, con tanto estrés? Cómo se me va a pasar el tiempo sin saber ni por dónde nos vas a llevar, pues me has dejado infinidad de soluciones que no sé si serán medio aceptables. Tú lo que quieres es que me devane la sesera hasta que se me licue el cerebro... o algo peor.
Ya podrías haber escrito un par de capitulitos como este para dejarnos contentos hasta tu vuelta, pues no te voy a decir que las vacaciones no son necesarias, ni que dejes de descansar, pero al menos... haber previsto que esto nos iba a subir los niveles de curiosidad del máximo hasta el infinito...
En fin habrá que tener en cuenta las atenuantes, de que se trata de una historia estupenda, que normalmente nos subías más de un capítulo e incluso en días sucesivos, y darte ánimos para que descanses y disfrutes tus vacaciones todo lo que puedas y más, así podrás recargar tus pilas a tope y espero que nos seguirás deleitando después con capítulos tan jugosos como en ti es costumbre.
BESOTESSSSSSSSSSSSSS
Ya podrías haber escrito un par de capitulitos como este para dejarnos contentos hasta tu vuelta, pues no te voy a decir que las vacaciones no son necesarias, ni que dejes de descansar, pero al menos... haber previsto que esto nos iba a subir los niveles de curiosidad del máximo hasta el infinito...
En fin habrá que tener en cuenta las atenuantes, de que se trata de una historia estupenda, que normalmente nos subías más de un capítulo e incluso en días sucesivos, y darte ánimos para que descanses y disfrutes tus vacaciones todo lo que puedas y más, así podrás recargar tus pilas a tope y espero que nos seguirás deleitando después con capítulos tan jugosos como en ti es costumbre.
BESOTESSSSSSSSSSSSSS
agecastbet- Escritor - Policia
- Mensajes : 2971
Fecha de inscripción : 27/12/2012
Localización : En la colina del loco - Madrid
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Sigue!!! Me encanta!! Tu fic es sensacional(;
28Caskett- As del póker
- Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 02/05/2013
Edad : 25
Localización : Cd. Juárez
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
tremendo capitulo! otra cosa k eperaremos con ansias k llegue septiembre! disfruta de tus vacaciones!
cururi- As del póker
- Mensajes : 447
Fecha de inscripción : 15/03/2013
Edad : 36
Localización : World Citizen
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Pero cuanta gente hay implicada en esto?? Menos mal que cada vez están mas cerca de dar con ellos y esperemos que no tarden mucho en hacerlo
Que te lo pases muy bien en tus vacaciones, esperaremos con ansias su reverso
Que te lo pases muy bien en tus vacaciones, esperaremos con ansias su reverso
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Me mato! Super intetesante va esto! Eres estupenda!
Caskett(sariita)- Policia de homicidios
- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 25/10/2013
Edad : 24
Localización : En el mundo de los sueños
Página 19 de 20. • 1 ... 11 ... 18, 19, 20
Temas similares
» If only (COMPLETO)
» Beckett, what do you want ? Nuevo capitulo!! (Cap. 6, 1ºra parte)
» Fui..... sin saber lo que pasaría.
» Mirame.. Cap 9 (Completo)
» Eslabones en la cadena [Completo]
» Beckett, what do you want ? Nuevo capitulo!! (Cap. 6, 1ºra parte)
» Fui..... sin saber lo que pasaría.
» Mirame.. Cap 9 (Completo)
» Eslabones en la cadena [Completo]
Foro Castle :: OffTopic :: Fan Fics
Página 19 de 20.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.