In dubio pro reo [COMPLETO]
+38
Caskett(sariita)
28Caskett
madigo03
Teresita_yocastle$$NYPD
nusky
Verispu
asita24
treinta y uno
laurichitorres10
Castlefica
Anita-C&Kalways
Delta5
castle&beckett..cris
AlwaysSerenity
_Caskett_
MARIAFV
caskett_10fogue
erikal
Ruth Maria
lovecastlebeckett
evaelica2
lovecaskett
choleck
Carelyn
castle4ever
forever23
SaraS17
cururi
rubiodav
agecastbet
saratheplatypus
Yaye
Laura413192
KateC_17
Kynu
xisaa
Anver
ZOMAtitos&Oreos
42 participantes
Foro Castle :: OffTopic :: Fan Fics
Página 20 de 20.
Página 20 de 20. • 1 ... 11 ... 18, 19, 20
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
¡Ya estoy de vuelta!
Antes de dejaros leer, quiero aclarar un par de cosas. Lo primero es un fallo que tuve en el capítulo anterior, puse que Barbados pertenecía a ... Sé que no es así, pero puse una cosa, lo cambié luego, y no me paré a releer lo que había escrito; ahí mi gran metedura de pata. Lo segundo es que, todavía no sé el número exacto de capítulos que le quedan a esta historia, pero calculo habrá dos o tres más y ya habrá terminado.
Lo tercero: Bracken no es como en la serie. En Castle sabe que tiene el control y eso hace que no le tenga miedo, que no se preocupe por las amenazas de Beckett hasta que no fue demasiado tarde. Aquí es solo un eslabón de una frágil cadena. Su identidad desconocida es lo que le proporciona un pequeño poder, y ahora que no tiene eso, sabe que es cuestión de tiempo antes de que alguien venga a deshacerse de él. Quiero aclarar esto para que no me digáis luego que Bracken no es así.
Y ya está, os dejo leer. ¡Disfrutad!
"[…] Su alias es Maddox, trabaja para un tal Jerry Tyson."
- ¿Qué propones que hagamos?
Ambos detectives estaban sentados en la sala de descanso en compañía de Martha Rodgers, quien, fiel a su palabra, se había mantenido ocupada leyendo y tomando taza tras taza de café. La pregunta de Esposito colgaba en el aire, sus ojos marrones clavados en la cara pensativa de su compañero. Tenían al Senador Bracken esperando en la sala de interrogatorios y, aunque querían actuar antes de que llegara su abogado, se lo estaban tomando con calma para hacerle sudar un poco.
- No lo sé – Ryan volvió a mirar las hojas esparcidas por la mesa. Informes sobre robos informático, pirateos, entradas de hackers en páginas con ato nivel de seguridad… Todos los delitos tenían la firma de un único hombre: Maddox. Mandíbula cuadrada, pelo escaso y oscilando entre el castaño y el rubio, de mirada directa. Despiadado y rápido, para cuando se querían dar cuenta, él ya se había hecho con lo que quería y se había protegido con virus y encriptaciones. Era un profesional que estaba bajo la protección de Jerry Tyson, un tipo con amor a los trajes y un gran número de acusaciones en la participación de operaciones con droga, prostitución y trata de blancas. Sus desapasionados ojos azules parecían taladrar al irlandés, quien tenía la sensación de que, se pusiera como se pusiera, le seguían. – Y nos estamos quedando sin tiempo – masculló con frustración echando un vistazo al reloj de la pared.
En cualquier momento aparecería el abogado de Bracken y se les iría todo al garete.
- ¿Lo hacemos a la vieja escuela? – inquirió Esposito con una sonrisa traviesa en la cara. Su compañero le miró con confusión y eso ensanchó su sonrisa. – Me pido hacer de poli malo.
A Ryan se le iluminaron los ojos y recogió las fotos de ambos hombres de la mesa mientras se levantaba. Ambos detectives se encaminaron a la puerta a paso rápido pero Martha les detuvo.
- ¿Detectives? – llamó su atención suavemente. – Dejad que me encargue yo del abogado – les guiñó un ojo y, sin saber bien porqué, Ryan y Espo compadecieron al pobre hombre.
El latino asintió y guio a su compañero hasta la puerta cerrada de la sala de interrogatorios dos. Habían subido ligeramente la temperatura para poner más nervioso a Bracken.
- ¿Preparado?
- Nací preparado – replicó Ryan con determinación.
Esposito transformó su cara en una máscara de dureza y frialdad y abrió de golpe la puerta, sobresaltando al hombre que esperaba impacientemente sentado en una dura silla de plástico en su interior. El sudor corría por su cara y se había quitado la americana y la corbata, esta última la tenía enrollada en la mano.
- ¡Llevo media hora esperando! ¡Soy un hombre ocupado, detectives, no pueden…!
- Ahora mismo hasta un basurero tendría más derechos que tú, Bracken – espetó el latino. No se sentó, sino que se quedó de pie, rondando por la habitación con los brazos cruzados en el pecho de forma que se le marcaran los bíceps.
El irlandés, por su parte, colgó la americana tranquilamente del respaldo de la silla y se sentó en ella, frente al Senador, esbozando una sonrisa afable.
- Qué calor hace aquí, ¿no? Se habrá roto el aire acondicionado… - se aflojó un poco el nudo de la corbata y colocó con suavidad las fotos encima de la mesa. – Senador, seré franco con usted. Se enfrenta, como mínimo, a veinte años en la cárcel, si no le condenan a cadena perpetua.
- Que deberían – masculló Esposito lo suficientemente alto como para que se escuchara.
- …Pero eso puede cambiar – continuó Ryan como si su compañero no hubiera dicho nada. Abrió las manos en actitud conciliadora y arqueó las cejas.
- No… - Carraspeó y volvió a intentarlo. – No comprendo.
El rubio tuvo que tragarse la risa cuando vio el bote que dio el Senador ante el ruido que produjeron las manos de Esposito cayendo con fuerza sobre la mesa. El golpe retumbó por toda la sala pero el latino no dejó que su sospechoso se recuperara del susto, rodeó la mesa y pegó su cara a la de Bracken.
- Escúchame bien, Senador – pronunció el título de tal forma que lo hizo sonar como un insulto. – Mi compañero aquí presente, – hizo un gesto hacia Ryan – quiere proponerte un trato, así que, si tienes algo ahí dentro – golpeó con un dedo índice la sien del hombre – lo aceptarás sin dudar ni tratar de imponer tus propias condiciones.
- ¿Y si no? – preguntó Bracken con la boca seca.
- Si no… - comenzó a decir el irlandés.
- Si no – le cortó Esposito llevando su papel de poli malo al extremo – le pediré que abandone la sala y tendremos tú y yo una conversación privada. Sin cámaras, sin micrófonos.
- ¡No puedes hace eso! – balbuceó.
- Yo de ti no le tentaría – intervino Ryan suavemente.
- ¿Escuchaste a mi compañero? – se acercó al oído del Senador y convirtió su voz en un susurro. - ¿Crees que has conocido lo que es el miedo? ¿Crees que has experimentado lo peor del ser humano? Entonces eres un iluso porque, tú y yo,… – siguió sus palabras señalando con un dedo. -…solo acabamos de conocernos.
Tan bruscamente como se había acercado, se alejó, dejando a Bracken anonadado en su sitio. De espaldas al sospechoso, intercambió un guiño con el otro detective y se apoyó despreocupadamente contra el espejo de la sala, cruzándose de brazos de nuevo.
El resto estaba en las manos de Ryan.
Sam Smith entró apresuradamente en la comisaría 12. Conocía al Senador William Bracken lo suficiente como para saber que le iba a matar por haberse retrasado una hora, pero teniendo en cuenta que se encontraba en una reunión al otro lado de Nueva York cuando recibió una llamada de su secretaria balbuceando entre sollozos algo relacionado con policías, arresto y 12; había llegado lo más rápido que había podido.
- ¡Eh, oiga! ¡No puede pasar! ¡Oiga, señor!
Como el policía seguía gritándole, el abogado decidió que no podía ignorarle sin acabar el también detenido así que se paró en medio del vestíbulo que tan desesperadamente había tratado de cruzar pasando desapercibido. Una fuerte mano cayó sobre su hombro, haciéndole trastabillar, y encaró la cara de enfado del recepcionista.
- ¿Está sordo o qué? Tiene que pasar primero por recepción – dijo señalando hacia la mesa del lateral.
- Perdone, llego tarde y…
- Me da igual, señor, es algo obligatorio.
Ambos hombres se encaminaron a la mesa y el uniformado se sentó en su silla, cogiendo una hoja con pegatinas.
- ¿Qué le trae a la doce? – inquirió con parsimonia. El traje, maletín y Rolex de oro le hacían tener una idea aproximada de a qué se dedicaba.
- Soy el abogado de un detenido. – Smith frunció el ceño mientras veía como el policía trataba inútilmente de levantar una de las esquinas de la pegatina. - ¿Me deja intentarlo?
El recepcionista miró a la hoja, luego al abogado y de vuelta a la hoja; entonces se encogió de hombros y se la entregó. Las impecables uñas de Sam encontraron una esquina levantada y despegó la pegatina con aire triunfal. Se la pegó en la pechera de la camisa, hizo una inclinación de cabeza hacia el policía y salió corriendo hacia el ascensor.
- ¡Ey, abogado! – le llamó de nuevo el uniformado. Resoplando, el aludido se giró otra vez para ver que estaba señalando hacia el detector de metales. – Tiene que pasar por ahí primero.
- ¡Por dios bendito, no llevo ninguna pistola escondida! – Aunque la próxima vez me lo pensaré, se dijo a sí mismo mientras se acercaba a la máquina.
- Oiga, yo solo estoy haciendo mi trabajo, que es seguir el reglamento. – el recepcionista se encogió de hombros despreocupadamente. No mentía pero tampoco era totalmente sincero. Existía una política inquebrantable entre colegas: si entraba un abogado por las puertas, había que retenerle el máximo tiempo posible.
Así que tropezó y chocó contra él, aprovechando para deslizar una anilla metálica de las que sujetan las llaves en el bolsillo de su traje. El abogado no se dio cuenta y solo tamborileó impacientemente con el pie en el suelo mientras el recepcionista encendía el detector de metales y le hacía pasar tras despojarse de todo lo que pudiera pitar. Pero la anilla no la sacó.
- No entiendo por qué pito – masculló el hombre tras pasar por tercera vez.
- Voy a tener que cachearle, señor.
- Vale – resopló. – Pero hágalo rápido, por favor.
Diez minutos más tarde, Sam Smith estaba dándole vueltas a la anilla entre los dedos y pensando de dónde había salido, subiendo a la carrera por las escaleras, ya que el ascensor parecía haber enloquecido e ignoraba su llamada, por mucho que hubiera golpeado el botón. Llegó a la tercera planta resollando solo para encontrársela totalmente vacía. Funcionarios, luego se quejan porque les bajan el sueldo, murmuró para sí mismo con desagrado.
Justo cuando pensaba que tendría que ponerse a buscar a un policía que le indicara dónde estaba su cliente, escuchó a una mujer cantando en la sala de descanso. Se encaminó hacia allí, agradecido de encontrarse con una señora mayor preparándose tranquilamente un café. Tenía la sospecha de que los uniformados estaban compinchados para hacerle su estancia imposible.
- Perdone… – interrumpió a la pelirroja, que se giró hacia él fingiendo no haberle visto.
- ¡Jovencito, menudo susto me has dado! – exclamó Martha llevándose una mano al pecho. – Con el corazón tan débil que tengo yo, es lo que me faltaba.
- Lo lamento, no pretendía…
- ¡Hombre, eso espero! No es de buen gusto ir asustando a la gente por diversión. – le cortó la actriz con un gesto airado. – Ayúdeme a sentarme, por favor, me tiemblan las piernas.
El abogado se precipitó hacia ella, agarrándola del antebrazo y guiándola hasta una silla.
- Prepárame un café, ya que estás, creo que me ha bajado la tensión de golpe.
- Verá, es que…
- Nononono, no me vengas con excusas, es lo mínimo que puedes hacer ya que eres el causante.
Desdichado de mí, se compadeció Sam. Con los hombros hundidos, se acercó a la máquina y obedeció a todas las peticiones de aquella extravagante mujer. Para cuando le dejó ir, una puerta azul al fondo de la estancia diáfana donde estaban colocadas todas las mesas se abrió y William Bracken salió, sudoroso y pálido, de ella acompañado por dos detectives con el triunfo escrito en la cara.
Abogado y cliente se metieron el ascensor, que mágicamente ya funcionaba, y desaparecieron de la vista de Ryan, Esposito y Martha. Solo entonces los detectives comenzaron a subir en pequeños grupos y ocupar sus mesas de trabajo.
- No sé qué has hecho, pero muchas gracias – habló el primero mirando a la actriz. Esta se encogió de hombros despreocupadamente.
- Nunca me he alegrado más de no aparentar los cincuenta años que tengo – comentó con sencillez tocándose la cara. Entonces sonrió y ambos detectives supieron que les estaba tomando el pelo. - ¿Conseguisteis sacarle algo a esa rata?
- Tsss, una pequeña amenaza y cantó como un canario – replicó el latino con diversión y suficiencia.
- ¿Pero algo útil?
- Eso es confidencial – contestó Ryan con seriedad antes de acercarse a la pelirroja y susurrar – Tienen topos por todos sitios.
Martha asintió con comprensión y se cerró los labios e hizo un gesto de tirar la llave sobre su hombro. Ambos detectives compartieron una mirada y el rubio escribió algo en una nota antes de dársela a la actriz con disimulo, luego se encogieron de hombros como si sintieran no poder compartir nada más con ella y fueron a sus mesas.
La señora Rodgers apretó el trozo de papel contra la palma de su mano y fue al baño. Cerró la puerta tras ella, asegurándose tres veces de que los demás cubículos estaban vacíos, y desdobló la hoja, descifrando con facilidad la larguirucha letra del irlandés.
"Creemos saber dónde están".
"[…] Una fragancia dulce inundó mis fosas nasales y sentí el calor de otro cuerpo humano alcanzar el mío cuando la mujer se inclinó sobre mi hombro.
- Hola de nuevo, Ricky – ronroneó en mi oído. […]"
- Cynthia – murmuré, la sorpresa traspasando mi voz de manera inconfundible.
- ¿Sorprendido, eh? Seguro que en ningún momento sospechaste de mí… - comentó ella con diversión.
Eso me hizo recordar una conversación que Beckett y yo habíamos mantenido el día que habíamos ido a la mansión de los Gabriel.
"- Por favor, ¿de veras crees que la he encandilado? Ella sabía dónde se estaba metiendo. Y si me llama para otra cosa que no sea información, ¿qué más da?
- ¿Qué más da? ¡Estamos en una investigación! ¡Podría ser sospechosa, Castle!
Solté una carcajada.
- Como si esa mujer fuese capaz de matar a alguien con esas uñas y esos tacones.
- Eso no lo sabes y, hasta que no la descartemos, no vas a hacer nada."
Tragué saliva con dificultad sin querer mirar a la detective para no ver su cara de "te lo dije". Sin embargo, terminé haciéndolo y me sorprendió ver que Beckett mantenía el rostro impasible con la misma máscara que le había visto utilizar en Nueva York, cuando solo era una detective de Robos con un cuerpazo a la que quería meter en mi cama y luego olvidar.
Sacudí la cabeza, necesitaba centrarme.
- Tu hermano… - comencé a decir, pero una carcajada de la rubia me cortó de golpe. Se secó una lágrima inexistente de la comisura del ojo e intercambio una mirada divertida con el hombre trajeado.
- ¿Has oído eso, Jerry? – el aludido se acercó a ella, sonriendo ampliamente, y Beckett y yo intercambiamos miradas de confusión. - ¡Oh, por favor, os tomaba por mejores detectives! ¿Confiasteis en la palabra de una extraña que os abrió la puerta y dijo ser Cynthia Gabriel?
Ninguno de nosotros dijo nada pero nuestro silencio respondió por sí solo. Ella soltó una carcajada más sincera que la anterior y sacudió la cabeza con incredulidad.
- Royce, enséñales una foto de la verdadera señora Gabriel – ordenó sentándose en el sillón de terciopelo rojo. Cruzo las piernas, metidas dentro de un pantalón de seda negro, y apoyó el codo en el reposabrazos mirándonos con interés.
El chico del tatuaje del dragón sacó una foto del bolsillo y la puso frente a nuestras narices. Oh, sí, ahora veía el parecido con Alexandre… Pero entonces… ¿Quién era aquella mujer rubia sentada frente a nosotras? ¿Quién nos había secuestrado?
- Mi nombre es Kelly Nieman y soy pelirroja natural – soltó ella de golpe, sus penetrantes ojos verdes oscilando entre los míos y los de Kate. – Os cuento esto porque no hay riesgo alguno de que sobreviváis tras nuestra charla.
- ¿Entonces por qué molestarse en hablar con nosotros? – preguntó Beckett calmadamente. No pude evitar sentir admiración por la forma en la que conseguía mantener la mente fría incluso en las peores situaciones.
- ¿Sinceramente? Dirigir una de las organizaciones ilegales más grandes es aburrido – se encogió de hombros con indiferencia. – Y aunque mi marido – señaló hacia el hombre trajeado – hace todo lo que puede para mantenerme entretenida, no es suficiente.
- Así que somos tus marionetas – intervine.
- Oh, yo no lo pondría así. – exclamó Kelly. – Sois mis invitados.
- Forzosos – añadió Jerry con una sonrisa siniestra.
La mujer ladeó la cabeza y correspondió la sonrisa de su pareja.
- Y como hoy me he despertado generosa, he mandado que os suban. Supongo que tendréis preguntas que hacerme.
No tienes ni idea, pensé.
- ¿Por qué nosotros? – inquirió Beckett. A pesar de la obviedad de la pregunta, esperé con intranquilidad la respuesta.
- Verás, os encuentro interesantes. He estado observándoos y he de decir que no logro comprenderos totalmente, menos aún vuestra relación. Soy capaz de descifrar a los seres humanos en un abrir y cerrar de ojos, les leo con la misma facilidad con la que respiro; sin embargo, vosotros sois un misterio en algunos aspectos… Tenéis química, salta a la vista, pero habéis luchado contra ella tozudamente. He de decir que he estado a punto de darme por vencida con vosotros varias veces. ¿Qué lo impidió? – frunció el ceño como si necesitara reflexionar profundamente para contestarse. – Bueno, veros teniendo sexo es excitante.
Me quedé petrificado. Aquella mujer nos había observado haciendo nuestra vida, peleando y reconciliándonos. Era perturbador. Pero saber que también nos había visto en la intimidad, en momentos en los que pensábamos que solo estábamos nosotros dos… Me daba escalofríos. Cuadré la mandíbula y reanudé con más ímpetu los intentos de librarme de la abrazadera que apresaba mis muñecas.
- Además, – continuó Kelly. – Castle y yo tenemos nuestra historia.
Me tensé al oírle decir eso y solté aire por la nariz ruidosamente. Ella se levantó y se acercó a mí con paso casi salvaje, me recordaba a un felino que se agazapa entre las hierbas a la espera de que su presa se despiste lo suficiente para saltarle al cuello.
- Estás muy callado, Ricky – ronroneó acariciándome la cara. – Vamos, seguro que te estás muriendo por preguntar.
- ¿Por qué? – pregunté a media voz. - ¿Por qué matar a mi hija? ¿Por qué perseguirme hasta Barbados? ¿Por qué hacerte pasar por Cynthia?
Sus rojos labios se curvaron en una sonrisa y se apartó bruscamente de mí para acercarse a la detective. Me tensé más aún, tanto que temía que mi cuerpo se rompiera como la cuerda de una guitarra, y el chico del tatuaje de dragón afianzó su agarre, empujándome contra la silla con dureza. La rubia ladeó la cabeza, agachada frente a Beckett, y enredó uno de sus pálidos dedos en un rizo castaño de Kate.
- Tienes una belleza inigualable – murmuró contemplándola con ligera admiración. – Imperfecta, pero impactante. – la detective aguantó, impasible, como si no estuviera hablando con ella. – Puedo comprender qué ha visto en ti – hizo un gesto con la cabeza hacia mí. – aunque no lo comparta.
Giró sobre sus tacones y retomó su posición en el sillón, palmeando el espacio libre a su derecha para que su marido se sentara. Este obedeció y me di cuenta de que, aunque pudiera parecer un simple subordinado, más bien era el que manejaba los trapos sucios de ambos mientras su mujer se quedaba en casa aburrida.
- Dijiste que contestarías a nuestras preguntas – hablé y la firmeza de mi voz me sorprendió. No estaba rogando, estaba exigiendo. – Así que, adelante, estoy esperando a que me cuentes el porqué de todo esto.
Kelly Nieman giró ligeramente la cabeza y observó, abstraída, la ventana tapada por plástico. Entonces suspiró y clavó sus ojos verdes en los míos.
- Está bien. – se encogió de hombros ligeramente para afianzar la impresión de que lo hacía porque quería y no porque la estuviera obligando. – Mi nombre de nacimiento era Kelly Nikólayev pero, por razones obvias, me lo cambié por uno más americano en cuanto pisé los Estados Unidos. Pasas más desapercibida, ¿sabes?, la gente desconfía de inmediato cuando oyen un apellido extranjero. Mi padre es un pez gordo de la mafia rusa que está encantado de que su única hija decidiera seguir su camino – sonrió amargamente, pero fue un gesto tan fugaz, que me hizo dudar de su había pasado realmente o lo había imaginado. – así que está encantado de hacer tratos conmigo. Él me proporciona chicas y drogas, yo le mando dinero. Tenemos una relación de lo más sana… – bromeó, y aunque solo su marido soltó una carcajada, a ella pareció bastarle. – Con treinta y cinco años ya era la líder de una importante red de tráfico, pero me hacía falta alguien que pudiera ensuciarse las manos sin temer las consecuencias. Fue ahí cuando conocí a Jerry.
» Huyendo de la ley, simpático y cariñoso conmigo, el primer hombre que no se acercaba a mí por mi identidad sino por lo que podía ofrecerle. Necesitaba desaparecer del mapa, librarse de los cargos de asesinato que hacían que fuera uno de los hombres más buscados del momento… - se interrumpió para mirar a su marido y sonrió con diversión. - ¿Cómo te llamaban los policías?
- El 3XA, triple asesino – replicó Jerry, orgulloso. – Tenía gancho.
La mujer asintió y prosiguió con su relato.
- Juntos expandimos mi red, él me sugirió aliarme con la trata de blancas de mi padre, allí en Rusia, para conseguir prostitutas. "No habrá que pagarles" me dijiste – ambos se miraron – "Con darles un sitio donde dormir y un poco de comida basta". Resultó ser todo un éxito y gente de las grandes esferas acudía a mí para un poco de diversión nocturna, o diurna, había de todo. Entonces comenzamos con los bares de apuestas, las partidas ilegales, el blanqueo de dinero… En un abrir y cerrar de ojos, nos habíamos convertido en los padres de un gran imperio. Hombres y mujeres, niños y niñas, a todos les interesaba lo que les ofrecíamos.
» Pero pronto la excitación dio paso al aburrimiento. Ya no corríamos riesgos porque teníamos a la gente correcta sobornada, ya no había negocios nuevos que me llamaran la atención lo suficiente. Perdí el interés… Hasta que un día Jerry llegó de uno de nuestros garitos, el Blue Dragon, farfullando algo sobre un escritor de pacotilla que nos estaba desplumando. Verás, el mundo de las partidas ilegales y las apuestas tiene una regla muy básica: nunca pierdas. Conseguimos gente dotada, el tipo de gente al que tienen prohibida la entrada a los casinos, y les damos la posibilidad de jugar un día sí y otro también. "Podéis hacer trampas" les dices, "lo que sea", añades, "pero no pierdas". Es simple y sencillo. Esa gente trabaja para ti a comisión y se sientan de incógnito en las mesas, ganan partida tras partida y luego te dan el dinero de millones de desgraciados que pensaron que podrían ganar. Está todo controlado, dejan que unas manos se las lleven los clientes, pero, al final, quién más dinero se lleva somos nosotros. La gente no sospecha, le echan la culpa a la mala suerte y vuelven al día siguiente, como moscas a la miel. Era un sistema que nos había funcionado a la perfección hasta que llegaste tú – sus desapasionados ojos volvieron a clavarse en los míos y una chispa se encendió tras el verde de su mirada. Curiosidad. Morbo.
» Tenía que verte con mis propios ojos, así que al día siguiente acompañé a Jerry al Blue Dragon y te observé durante toda la noche. Ganabas mano tras mano a nuestra gente sin siquiera parpadear, sin ser consciente de que les estabas haciendo sudar porque luego tendrían que rendir cuentas conmigo. Te consentí que volvieras una y otra vez, dejé que siguieras ganando hasta que amasaste una gran fortuna. Cuando Jerry me expuso su preocupación, decidí que ya te habías divertido bastante y le mandé a él junto a un grupo de hombres para que te mataran. No era algo personal, solo negocios; si te permitía seguir así, habría salido perjudicada y otros hombres se habrían envalentonado lo suficiente como para causarme problemas. Era una lección, no solo para ti, sino para todos los demás clientes.
- Cogí a siete hombres, los más despiadados, – continuó el marido. Esa parte la sabía él mejor que Kelly. – los que yo sabía que apretarían el gatillo con solo un parpadeo mío. Quizá ese fue mi error, o quizá lo fue mi elección de esperar fuera. El caso es que, cuando oí la pistola, sentí que algo iba mal. ¿Por qué no habían usado silenciador? Eso fue lo primero que me pregunté antes de ordenarles que me dejaran pasar. Tú… – me señaló con un gesto de cabeza y mis pulmones se atrofiaron. Estaba temblando ligeramente pero esperaba que no se dieran cuenta. - Te encontré en el suelo del salón, con una herida en el hombro y me gritaste algo sobre tu hija. Yo no tenía ni idea de qué me estabas hablando y, cuando me enteré, tuve que contenerme para no matarles a todos; aunque al final decidí que la muerte de tu pequeño retoño sería una lección lo suficientemente dura como para hacerte comprender que, si ponías un pie en alguno de nuestros locales de nuevo, el siguiente serías tú.
La mano de Royce se endureció sobre mi hombro. Apreté la mandíbula hasta que me dolieron los dientes y luché para controlar los violentos temblores que recorrían mi cuerpo. Sentía la mirada de Beckett clavada en mí, ardiente, preocupada, frustrada.
» Y así fue – intervino la rubia. – Nos hicimos cargo de que la investigación sobre tu hija se estancara, nos ocupamos de eliminar pruebas y sobornar a las personas indicadas. Borramos nuestro rastro y dejamos que la gente concluyera que había sido un robo que había salido mal. Solo tú sabías la verdad. Desapareciste por cinco años, dejaste de estar en las noticias. Tus libros seguían siendo best-sellers pero nadie sabía dónde estaba Richard Castle, nadie sabía cuándo ibas a seguir escribiendo. Pensamos que, si bien no estabas muerto, habías sido inteligente y te habías marchado de los Estados Unidos. ¿Quién sabe? Quizá incluso te habías cambiado de nombre, vuelto a casar y vivías felizmente en una casa de dos pisos en España. Quizá seguías escribiendo bajo un pseudónimo. Para bien o para mal, estabas fuera de nuestras vidas, y eso era lo único que nos importaba.
» Tendríamos que habernos dado cuenta de que era un calma falsa. La calma que precede a la tormenta. En cuanto Miss Beckett comenzó a revolver en el caso de los robos de piezas de arte, de alguna manera, tu nombre volvió a aparecer en los periódicos. Nos asustamos y comenzamos a investigarte de nuevo solo para descubrir que eras tú realmente el que estaba robando, ¡hasta trabajaste para nosotros! Uno de los hombres que había participado en el asesinato de tu hija comenzó a tener remordimientos y nos vimos obligados a empezar a matarles a todos. Poco a poco. Entonces Petrov Kovitski e Ian Sckuss contactaron con nosotros desde Barbados, a donde habían huido para protegerse. Eran los dos eslabones perdidos del grupo original. Se les había ocurrido un plan para atraerte a Barbados y acabar el trabajo que les habíamos mandado en un principio.
» Pero no contábamos con la presencia de la Detective. Sabíamos que la muerte de un miembro de la policía sería extensamente investigada y que nos pondría en riesgo, así que tratamos de disuadirles pero estaban tan asustados que no nos escucharon. Ellos consiguieron hombres y atacaron la casa del alcalde creyendo que vosotros os hospedabais allí. A partir de ahí todo comenzó a ir de mal en peor. Conseguimos que pusieran al Detective Slaughter al cargo del caso, de manera que lo teníamos controlado. O eso creíamos. – hizo una pausa y alternó su mirada entre Beckett y yo. – Tenéis una horrible manía, ¿sabéis?, y es la de seguir investigando a pesar de todas las piedras que os tirábamos en el camino. Me vi obligada a hacer acto de presencia para, si no frenaros, por lo menos haceros perseguiros la cola tontamente. El día que visitasteis a Alexandre Gabriel, concerté una cita y aproveché que él había salido a atender una llamada para hacerme pasar por su hermana. – Se giró hacia su marido con una sonrisa de diversión - ¿Ves, cariño? Te dije que era una buena actriz.
» Os mandé tras la novia inexistente de Ian. Lo planeé todo detalladamente: compré una caravana a su nombre; cogí a la chica, una pobre drogadicta que apenas tenía comida que llevarse a la boca, e hice que se aprendiera una historia de memoria; lo único que necesitasteis fue un empujoncito, y Cynthia Gabriel estuvo encantada de dároslo. Organicé una fiesta para poneros el uno en contra del otro pero al final terminé juntándoos definitivamente. Hice todo lo que se me ocurrió y ni con esas dejasteis de investigar.
Se levantó hasta un mueble de madera de roble en el que yo no había reparado antes cuando inspeccioné la habitación. Cogió una licorera y echó hielos en dos vasos antes de servir una generosa dosis de líquido transparente. Al volver hacia el sillón, le tendió uno de los vasos a su marido, que le sonrió con agradecimiento; y ella fue a beber pero se paró a la mitad y frunció el ceño.
- La gota que colmó el vaso fueron las fotos que Katherine le sacó a mi marido cuando estaba dándole un sobre con dinero a ese detective barbadense. Supimos que teníamos que actuar sí o sí, así que os tendimos una trampa. – Soltó un suspiro, alzó la mirada y pude ver un destello perverso en sus ojos verdes cuando se fijaron brevemente en mí antes de posarse en Beckett.- Querida… – dijo con gravedad, su rostro transformándose en una máscara de compasión – ¡Lamento tanto tu pérdida!
Kate palideció de golpe y su fría calma se desmoronó a medida que leía entre líneas las palabras de Kelly Nieman y su insinuación calaba hondo en ella.
Antes de dejaros leer, quiero aclarar un par de cosas. Lo primero es un fallo que tuve en el capítulo anterior, puse que Barbados pertenecía a ... Sé que no es así, pero puse una cosa, lo cambié luego, y no me paré a releer lo que había escrito; ahí mi gran metedura de pata. Lo segundo es que, todavía no sé el número exacto de capítulos que le quedan a esta historia, pero calculo habrá dos o tres más y ya habrá terminado.
Lo tercero: Bracken no es como en la serie. En Castle sabe que tiene el control y eso hace que no le tenga miedo, que no se preocupe por las amenazas de Beckett hasta que no fue demasiado tarde. Aquí es solo un eslabón de una frágil cadena. Su identidad desconocida es lo que le proporciona un pequeño poder, y ahora que no tiene eso, sabe que es cuestión de tiempo antes de que alguien venga a deshacerse de él. Quiero aclarar esto para que no me digáis luego que Bracken no es así.
Y ya está, os dejo leer. ¡Disfrutad!
-x-
Capítulo 102:
"[…] Su alias es Maddox, trabaja para un tal Jerry Tyson."
- ¿Qué propones que hagamos?
Ambos detectives estaban sentados en la sala de descanso en compañía de Martha Rodgers, quien, fiel a su palabra, se había mantenido ocupada leyendo y tomando taza tras taza de café. La pregunta de Esposito colgaba en el aire, sus ojos marrones clavados en la cara pensativa de su compañero. Tenían al Senador Bracken esperando en la sala de interrogatorios y, aunque querían actuar antes de que llegara su abogado, se lo estaban tomando con calma para hacerle sudar un poco.
- No lo sé – Ryan volvió a mirar las hojas esparcidas por la mesa. Informes sobre robos informático, pirateos, entradas de hackers en páginas con ato nivel de seguridad… Todos los delitos tenían la firma de un único hombre: Maddox. Mandíbula cuadrada, pelo escaso y oscilando entre el castaño y el rubio, de mirada directa. Despiadado y rápido, para cuando se querían dar cuenta, él ya se había hecho con lo que quería y se había protegido con virus y encriptaciones. Era un profesional que estaba bajo la protección de Jerry Tyson, un tipo con amor a los trajes y un gran número de acusaciones en la participación de operaciones con droga, prostitución y trata de blancas. Sus desapasionados ojos azules parecían taladrar al irlandés, quien tenía la sensación de que, se pusiera como se pusiera, le seguían. – Y nos estamos quedando sin tiempo – masculló con frustración echando un vistazo al reloj de la pared.
En cualquier momento aparecería el abogado de Bracken y se les iría todo al garete.
- ¿Lo hacemos a la vieja escuela? – inquirió Esposito con una sonrisa traviesa en la cara. Su compañero le miró con confusión y eso ensanchó su sonrisa. – Me pido hacer de poli malo.
A Ryan se le iluminaron los ojos y recogió las fotos de ambos hombres de la mesa mientras se levantaba. Ambos detectives se encaminaron a la puerta a paso rápido pero Martha les detuvo.
- ¿Detectives? – llamó su atención suavemente. – Dejad que me encargue yo del abogado – les guiñó un ojo y, sin saber bien porqué, Ryan y Espo compadecieron al pobre hombre.
El latino asintió y guio a su compañero hasta la puerta cerrada de la sala de interrogatorios dos. Habían subido ligeramente la temperatura para poner más nervioso a Bracken.
- ¿Preparado?
- Nací preparado – replicó Ryan con determinación.
Esposito transformó su cara en una máscara de dureza y frialdad y abrió de golpe la puerta, sobresaltando al hombre que esperaba impacientemente sentado en una dura silla de plástico en su interior. El sudor corría por su cara y se había quitado la americana y la corbata, esta última la tenía enrollada en la mano.
- ¡Llevo media hora esperando! ¡Soy un hombre ocupado, detectives, no pueden…!
- Ahora mismo hasta un basurero tendría más derechos que tú, Bracken – espetó el latino. No se sentó, sino que se quedó de pie, rondando por la habitación con los brazos cruzados en el pecho de forma que se le marcaran los bíceps.
El irlandés, por su parte, colgó la americana tranquilamente del respaldo de la silla y se sentó en ella, frente al Senador, esbozando una sonrisa afable.
- Qué calor hace aquí, ¿no? Se habrá roto el aire acondicionado… - se aflojó un poco el nudo de la corbata y colocó con suavidad las fotos encima de la mesa. – Senador, seré franco con usted. Se enfrenta, como mínimo, a veinte años en la cárcel, si no le condenan a cadena perpetua.
- Que deberían – masculló Esposito lo suficientemente alto como para que se escuchara.
- …Pero eso puede cambiar – continuó Ryan como si su compañero no hubiera dicho nada. Abrió las manos en actitud conciliadora y arqueó las cejas.
- No… - Carraspeó y volvió a intentarlo. – No comprendo.
El rubio tuvo que tragarse la risa cuando vio el bote que dio el Senador ante el ruido que produjeron las manos de Esposito cayendo con fuerza sobre la mesa. El golpe retumbó por toda la sala pero el latino no dejó que su sospechoso se recuperara del susto, rodeó la mesa y pegó su cara a la de Bracken.
- Escúchame bien, Senador – pronunció el título de tal forma que lo hizo sonar como un insulto. – Mi compañero aquí presente, – hizo un gesto hacia Ryan – quiere proponerte un trato, así que, si tienes algo ahí dentro – golpeó con un dedo índice la sien del hombre – lo aceptarás sin dudar ni tratar de imponer tus propias condiciones.
- ¿Y si no? – preguntó Bracken con la boca seca.
- Si no… - comenzó a decir el irlandés.
- Si no – le cortó Esposito llevando su papel de poli malo al extremo – le pediré que abandone la sala y tendremos tú y yo una conversación privada. Sin cámaras, sin micrófonos.
- ¡No puedes hace eso! – balbuceó.
- Yo de ti no le tentaría – intervino Ryan suavemente.
- ¿Escuchaste a mi compañero? – se acercó al oído del Senador y convirtió su voz en un susurro. - ¿Crees que has conocido lo que es el miedo? ¿Crees que has experimentado lo peor del ser humano? Entonces eres un iluso porque, tú y yo,… – siguió sus palabras señalando con un dedo. -…solo acabamos de conocernos.
Tan bruscamente como se había acercado, se alejó, dejando a Bracken anonadado en su sitio. De espaldas al sospechoso, intercambió un guiño con el otro detective y se apoyó despreocupadamente contra el espejo de la sala, cruzándose de brazos de nuevo.
El resto estaba en las manos de Ryan.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
Sam Smith entró apresuradamente en la comisaría 12. Conocía al Senador William Bracken lo suficiente como para saber que le iba a matar por haberse retrasado una hora, pero teniendo en cuenta que se encontraba en una reunión al otro lado de Nueva York cuando recibió una llamada de su secretaria balbuceando entre sollozos algo relacionado con policías, arresto y 12; había llegado lo más rápido que había podido.
- ¡Eh, oiga! ¡No puede pasar! ¡Oiga, señor!
Como el policía seguía gritándole, el abogado decidió que no podía ignorarle sin acabar el también detenido así que se paró en medio del vestíbulo que tan desesperadamente había tratado de cruzar pasando desapercibido. Una fuerte mano cayó sobre su hombro, haciéndole trastabillar, y encaró la cara de enfado del recepcionista.
- ¿Está sordo o qué? Tiene que pasar primero por recepción – dijo señalando hacia la mesa del lateral.
- Perdone, llego tarde y…
- Me da igual, señor, es algo obligatorio.
Ambos hombres se encaminaron a la mesa y el uniformado se sentó en su silla, cogiendo una hoja con pegatinas.
- ¿Qué le trae a la doce? – inquirió con parsimonia. El traje, maletín y Rolex de oro le hacían tener una idea aproximada de a qué se dedicaba.
- Soy el abogado de un detenido. – Smith frunció el ceño mientras veía como el policía trataba inútilmente de levantar una de las esquinas de la pegatina. - ¿Me deja intentarlo?
El recepcionista miró a la hoja, luego al abogado y de vuelta a la hoja; entonces se encogió de hombros y se la entregó. Las impecables uñas de Sam encontraron una esquina levantada y despegó la pegatina con aire triunfal. Se la pegó en la pechera de la camisa, hizo una inclinación de cabeza hacia el policía y salió corriendo hacia el ascensor.
- ¡Ey, abogado! – le llamó de nuevo el uniformado. Resoplando, el aludido se giró otra vez para ver que estaba señalando hacia el detector de metales. – Tiene que pasar por ahí primero.
- ¡Por dios bendito, no llevo ninguna pistola escondida! – Aunque la próxima vez me lo pensaré, se dijo a sí mismo mientras se acercaba a la máquina.
- Oiga, yo solo estoy haciendo mi trabajo, que es seguir el reglamento. – el recepcionista se encogió de hombros despreocupadamente. No mentía pero tampoco era totalmente sincero. Existía una política inquebrantable entre colegas: si entraba un abogado por las puertas, había que retenerle el máximo tiempo posible.
Así que tropezó y chocó contra él, aprovechando para deslizar una anilla metálica de las que sujetan las llaves en el bolsillo de su traje. El abogado no se dio cuenta y solo tamborileó impacientemente con el pie en el suelo mientras el recepcionista encendía el detector de metales y le hacía pasar tras despojarse de todo lo que pudiera pitar. Pero la anilla no la sacó.
- No entiendo por qué pito – masculló el hombre tras pasar por tercera vez.
- Voy a tener que cachearle, señor.
- Vale – resopló. – Pero hágalo rápido, por favor.
Diez minutos más tarde, Sam Smith estaba dándole vueltas a la anilla entre los dedos y pensando de dónde había salido, subiendo a la carrera por las escaleras, ya que el ascensor parecía haber enloquecido e ignoraba su llamada, por mucho que hubiera golpeado el botón. Llegó a la tercera planta resollando solo para encontrársela totalmente vacía. Funcionarios, luego se quejan porque les bajan el sueldo, murmuró para sí mismo con desagrado.
Justo cuando pensaba que tendría que ponerse a buscar a un policía que le indicara dónde estaba su cliente, escuchó a una mujer cantando en la sala de descanso. Se encaminó hacia allí, agradecido de encontrarse con una señora mayor preparándose tranquilamente un café. Tenía la sospecha de que los uniformados estaban compinchados para hacerle su estancia imposible.
- Perdone… – interrumpió a la pelirroja, que se giró hacia él fingiendo no haberle visto.
- ¡Jovencito, menudo susto me has dado! – exclamó Martha llevándose una mano al pecho. – Con el corazón tan débil que tengo yo, es lo que me faltaba.
- Lo lamento, no pretendía…
- ¡Hombre, eso espero! No es de buen gusto ir asustando a la gente por diversión. – le cortó la actriz con un gesto airado. – Ayúdeme a sentarme, por favor, me tiemblan las piernas.
El abogado se precipitó hacia ella, agarrándola del antebrazo y guiándola hasta una silla.
- Prepárame un café, ya que estás, creo que me ha bajado la tensión de golpe.
- Verá, es que…
- Nononono, no me vengas con excusas, es lo mínimo que puedes hacer ya que eres el causante.
Desdichado de mí, se compadeció Sam. Con los hombros hundidos, se acercó a la máquina y obedeció a todas las peticiones de aquella extravagante mujer. Para cuando le dejó ir, una puerta azul al fondo de la estancia diáfana donde estaban colocadas todas las mesas se abrió y William Bracken salió, sudoroso y pálido, de ella acompañado por dos detectives con el triunfo escrito en la cara.
Abogado y cliente se metieron el ascensor, que mágicamente ya funcionaba, y desaparecieron de la vista de Ryan, Esposito y Martha. Solo entonces los detectives comenzaron a subir en pequeños grupos y ocupar sus mesas de trabajo.
- No sé qué has hecho, pero muchas gracias – habló el primero mirando a la actriz. Esta se encogió de hombros despreocupadamente.
- Nunca me he alegrado más de no aparentar los cincuenta años que tengo – comentó con sencillez tocándose la cara. Entonces sonrió y ambos detectives supieron que les estaba tomando el pelo. - ¿Conseguisteis sacarle algo a esa rata?
- Tsss, una pequeña amenaza y cantó como un canario – replicó el latino con diversión y suficiencia.
- ¿Pero algo útil?
- Eso es confidencial – contestó Ryan con seriedad antes de acercarse a la pelirroja y susurrar – Tienen topos por todos sitios.
Martha asintió con comprensión y se cerró los labios e hizo un gesto de tirar la llave sobre su hombro. Ambos detectives compartieron una mirada y el rubio escribió algo en una nota antes de dársela a la actriz con disimulo, luego se encogieron de hombros como si sintieran no poder compartir nada más con ella y fueron a sus mesas.
La señora Rodgers apretó el trozo de papel contra la palma de su mano y fue al baño. Cerró la puerta tras ella, asegurándose tres veces de que los demás cubículos estaban vacíos, y desdobló la hoja, descifrando con facilidad la larguirucha letra del irlandés.
"Creemos saber dónde están".
-.-.-.-.-.-.-.-
"[…] Una fragancia dulce inundó mis fosas nasales y sentí el calor de otro cuerpo humano alcanzar el mío cuando la mujer se inclinó sobre mi hombro.
- Hola de nuevo, Ricky – ronroneó en mi oído. […]"
- Cynthia – murmuré, la sorpresa traspasando mi voz de manera inconfundible.
- ¿Sorprendido, eh? Seguro que en ningún momento sospechaste de mí… - comentó ella con diversión.
Eso me hizo recordar una conversación que Beckett y yo habíamos mantenido el día que habíamos ido a la mansión de los Gabriel.
"- Por favor, ¿de veras crees que la he encandilado? Ella sabía dónde se estaba metiendo. Y si me llama para otra cosa que no sea información, ¿qué más da?
- ¿Qué más da? ¡Estamos en una investigación! ¡Podría ser sospechosa, Castle!
Solté una carcajada.
- Como si esa mujer fuese capaz de matar a alguien con esas uñas y esos tacones.
- Eso no lo sabes y, hasta que no la descartemos, no vas a hacer nada."
Tragué saliva con dificultad sin querer mirar a la detective para no ver su cara de "te lo dije". Sin embargo, terminé haciéndolo y me sorprendió ver que Beckett mantenía el rostro impasible con la misma máscara que le había visto utilizar en Nueva York, cuando solo era una detective de Robos con un cuerpazo a la que quería meter en mi cama y luego olvidar.
Sacudí la cabeza, necesitaba centrarme.
- Tu hermano… - comencé a decir, pero una carcajada de la rubia me cortó de golpe. Se secó una lágrima inexistente de la comisura del ojo e intercambio una mirada divertida con el hombre trajeado.
- ¿Has oído eso, Jerry? – el aludido se acercó a ella, sonriendo ampliamente, y Beckett y yo intercambiamos miradas de confusión. - ¡Oh, por favor, os tomaba por mejores detectives! ¿Confiasteis en la palabra de una extraña que os abrió la puerta y dijo ser Cynthia Gabriel?
Ninguno de nosotros dijo nada pero nuestro silencio respondió por sí solo. Ella soltó una carcajada más sincera que la anterior y sacudió la cabeza con incredulidad.
- Royce, enséñales una foto de la verdadera señora Gabriel – ordenó sentándose en el sillón de terciopelo rojo. Cruzo las piernas, metidas dentro de un pantalón de seda negro, y apoyó el codo en el reposabrazos mirándonos con interés.
El chico del tatuaje del dragón sacó una foto del bolsillo y la puso frente a nuestras narices. Oh, sí, ahora veía el parecido con Alexandre… Pero entonces… ¿Quién era aquella mujer rubia sentada frente a nosotras? ¿Quién nos había secuestrado?
- Mi nombre es Kelly Nieman y soy pelirroja natural – soltó ella de golpe, sus penetrantes ojos verdes oscilando entre los míos y los de Kate. – Os cuento esto porque no hay riesgo alguno de que sobreviváis tras nuestra charla.
- ¿Entonces por qué molestarse en hablar con nosotros? – preguntó Beckett calmadamente. No pude evitar sentir admiración por la forma en la que conseguía mantener la mente fría incluso en las peores situaciones.
- ¿Sinceramente? Dirigir una de las organizaciones ilegales más grandes es aburrido – se encogió de hombros con indiferencia. – Y aunque mi marido – señaló hacia el hombre trajeado – hace todo lo que puede para mantenerme entretenida, no es suficiente.
- Así que somos tus marionetas – intervine.
- Oh, yo no lo pondría así. – exclamó Kelly. – Sois mis invitados.
- Forzosos – añadió Jerry con una sonrisa siniestra.
La mujer ladeó la cabeza y correspondió la sonrisa de su pareja.
- Y como hoy me he despertado generosa, he mandado que os suban. Supongo que tendréis preguntas que hacerme.
No tienes ni idea, pensé.
- ¿Por qué nosotros? – inquirió Beckett. A pesar de la obviedad de la pregunta, esperé con intranquilidad la respuesta.
- Verás, os encuentro interesantes. He estado observándoos y he de decir que no logro comprenderos totalmente, menos aún vuestra relación. Soy capaz de descifrar a los seres humanos en un abrir y cerrar de ojos, les leo con la misma facilidad con la que respiro; sin embargo, vosotros sois un misterio en algunos aspectos… Tenéis química, salta a la vista, pero habéis luchado contra ella tozudamente. He de decir que he estado a punto de darme por vencida con vosotros varias veces. ¿Qué lo impidió? – frunció el ceño como si necesitara reflexionar profundamente para contestarse. – Bueno, veros teniendo sexo es excitante.
Me quedé petrificado. Aquella mujer nos había observado haciendo nuestra vida, peleando y reconciliándonos. Era perturbador. Pero saber que también nos había visto en la intimidad, en momentos en los que pensábamos que solo estábamos nosotros dos… Me daba escalofríos. Cuadré la mandíbula y reanudé con más ímpetu los intentos de librarme de la abrazadera que apresaba mis muñecas.
- Además, – continuó Kelly. – Castle y yo tenemos nuestra historia.
Me tensé al oírle decir eso y solté aire por la nariz ruidosamente. Ella se levantó y se acercó a mí con paso casi salvaje, me recordaba a un felino que se agazapa entre las hierbas a la espera de que su presa se despiste lo suficiente para saltarle al cuello.
- Estás muy callado, Ricky – ronroneó acariciándome la cara. – Vamos, seguro que te estás muriendo por preguntar.
- ¿Por qué? – pregunté a media voz. - ¿Por qué matar a mi hija? ¿Por qué perseguirme hasta Barbados? ¿Por qué hacerte pasar por Cynthia?
Sus rojos labios se curvaron en una sonrisa y se apartó bruscamente de mí para acercarse a la detective. Me tensé más aún, tanto que temía que mi cuerpo se rompiera como la cuerda de una guitarra, y el chico del tatuaje de dragón afianzó su agarre, empujándome contra la silla con dureza. La rubia ladeó la cabeza, agachada frente a Beckett, y enredó uno de sus pálidos dedos en un rizo castaño de Kate.
- Tienes una belleza inigualable – murmuró contemplándola con ligera admiración. – Imperfecta, pero impactante. – la detective aguantó, impasible, como si no estuviera hablando con ella. – Puedo comprender qué ha visto en ti – hizo un gesto con la cabeza hacia mí. – aunque no lo comparta.
Giró sobre sus tacones y retomó su posición en el sillón, palmeando el espacio libre a su derecha para que su marido se sentara. Este obedeció y me di cuenta de que, aunque pudiera parecer un simple subordinado, más bien era el que manejaba los trapos sucios de ambos mientras su mujer se quedaba en casa aburrida.
- Dijiste que contestarías a nuestras preguntas – hablé y la firmeza de mi voz me sorprendió. No estaba rogando, estaba exigiendo. – Así que, adelante, estoy esperando a que me cuentes el porqué de todo esto.
Kelly Nieman giró ligeramente la cabeza y observó, abstraída, la ventana tapada por plástico. Entonces suspiró y clavó sus ojos verdes en los míos.
- Está bien. – se encogió de hombros ligeramente para afianzar la impresión de que lo hacía porque quería y no porque la estuviera obligando. – Mi nombre de nacimiento era Kelly Nikólayev pero, por razones obvias, me lo cambié por uno más americano en cuanto pisé los Estados Unidos. Pasas más desapercibida, ¿sabes?, la gente desconfía de inmediato cuando oyen un apellido extranjero. Mi padre es un pez gordo de la mafia rusa que está encantado de que su única hija decidiera seguir su camino – sonrió amargamente, pero fue un gesto tan fugaz, que me hizo dudar de su había pasado realmente o lo había imaginado. – así que está encantado de hacer tratos conmigo. Él me proporciona chicas y drogas, yo le mando dinero. Tenemos una relación de lo más sana… – bromeó, y aunque solo su marido soltó una carcajada, a ella pareció bastarle. – Con treinta y cinco años ya era la líder de una importante red de tráfico, pero me hacía falta alguien que pudiera ensuciarse las manos sin temer las consecuencias. Fue ahí cuando conocí a Jerry.
» Huyendo de la ley, simpático y cariñoso conmigo, el primer hombre que no se acercaba a mí por mi identidad sino por lo que podía ofrecerle. Necesitaba desaparecer del mapa, librarse de los cargos de asesinato que hacían que fuera uno de los hombres más buscados del momento… - se interrumpió para mirar a su marido y sonrió con diversión. - ¿Cómo te llamaban los policías?
- El 3XA, triple asesino – replicó Jerry, orgulloso. – Tenía gancho.
La mujer asintió y prosiguió con su relato.
- Juntos expandimos mi red, él me sugirió aliarme con la trata de blancas de mi padre, allí en Rusia, para conseguir prostitutas. "No habrá que pagarles" me dijiste – ambos se miraron – "Con darles un sitio donde dormir y un poco de comida basta". Resultó ser todo un éxito y gente de las grandes esferas acudía a mí para un poco de diversión nocturna, o diurna, había de todo. Entonces comenzamos con los bares de apuestas, las partidas ilegales, el blanqueo de dinero… En un abrir y cerrar de ojos, nos habíamos convertido en los padres de un gran imperio. Hombres y mujeres, niños y niñas, a todos les interesaba lo que les ofrecíamos.
» Pero pronto la excitación dio paso al aburrimiento. Ya no corríamos riesgos porque teníamos a la gente correcta sobornada, ya no había negocios nuevos que me llamaran la atención lo suficiente. Perdí el interés… Hasta que un día Jerry llegó de uno de nuestros garitos, el Blue Dragon, farfullando algo sobre un escritor de pacotilla que nos estaba desplumando. Verás, el mundo de las partidas ilegales y las apuestas tiene una regla muy básica: nunca pierdas. Conseguimos gente dotada, el tipo de gente al que tienen prohibida la entrada a los casinos, y les damos la posibilidad de jugar un día sí y otro también. "Podéis hacer trampas" les dices, "lo que sea", añades, "pero no pierdas". Es simple y sencillo. Esa gente trabaja para ti a comisión y se sientan de incógnito en las mesas, ganan partida tras partida y luego te dan el dinero de millones de desgraciados que pensaron que podrían ganar. Está todo controlado, dejan que unas manos se las lleven los clientes, pero, al final, quién más dinero se lleva somos nosotros. La gente no sospecha, le echan la culpa a la mala suerte y vuelven al día siguiente, como moscas a la miel. Era un sistema que nos había funcionado a la perfección hasta que llegaste tú – sus desapasionados ojos volvieron a clavarse en los míos y una chispa se encendió tras el verde de su mirada. Curiosidad. Morbo.
» Tenía que verte con mis propios ojos, así que al día siguiente acompañé a Jerry al Blue Dragon y te observé durante toda la noche. Ganabas mano tras mano a nuestra gente sin siquiera parpadear, sin ser consciente de que les estabas haciendo sudar porque luego tendrían que rendir cuentas conmigo. Te consentí que volvieras una y otra vez, dejé que siguieras ganando hasta que amasaste una gran fortuna. Cuando Jerry me expuso su preocupación, decidí que ya te habías divertido bastante y le mandé a él junto a un grupo de hombres para que te mataran. No era algo personal, solo negocios; si te permitía seguir así, habría salido perjudicada y otros hombres se habrían envalentonado lo suficiente como para causarme problemas. Era una lección, no solo para ti, sino para todos los demás clientes.
- Cogí a siete hombres, los más despiadados, – continuó el marido. Esa parte la sabía él mejor que Kelly. – los que yo sabía que apretarían el gatillo con solo un parpadeo mío. Quizá ese fue mi error, o quizá lo fue mi elección de esperar fuera. El caso es que, cuando oí la pistola, sentí que algo iba mal. ¿Por qué no habían usado silenciador? Eso fue lo primero que me pregunté antes de ordenarles que me dejaran pasar. Tú… – me señaló con un gesto de cabeza y mis pulmones se atrofiaron. Estaba temblando ligeramente pero esperaba que no se dieran cuenta. - Te encontré en el suelo del salón, con una herida en el hombro y me gritaste algo sobre tu hija. Yo no tenía ni idea de qué me estabas hablando y, cuando me enteré, tuve que contenerme para no matarles a todos; aunque al final decidí que la muerte de tu pequeño retoño sería una lección lo suficientemente dura como para hacerte comprender que, si ponías un pie en alguno de nuestros locales de nuevo, el siguiente serías tú.
La mano de Royce se endureció sobre mi hombro. Apreté la mandíbula hasta que me dolieron los dientes y luché para controlar los violentos temblores que recorrían mi cuerpo. Sentía la mirada de Beckett clavada en mí, ardiente, preocupada, frustrada.
» Y así fue – intervino la rubia. – Nos hicimos cargo de que la investigación sobre tu hija se estancara, nos ocupamos de eliminar pruebas y sobornar a las personas indicadas. Borramos nuestro rastro y dejamos que la gente concluyera que había sido un robo que había salido mal. Solo tú sabías la verdad. Desapareciste por cinco años, dejaste de estar en las noticias. Tus libros seguían siendo best-sellers pero nadie sabía dónde estaba Richard Castle, nadie sabía cuándo ibas a seguir escribiendo. Pensamos que, si bien no estabas muerto, habías sido inteligente y te habías marchado de los Estados Unidos. ¿Quién sabe? Quizá incluso te habías cambiado de nombre, vuelto a casar y vivías felizmente en una casa de dos pisos en España. Quizá seguías escribiendo bajo un pseudónimo. Para bien o para mal, estabas fuera de nuestras vidas, y eso era lo único que nos importaba.
» Tendríamos que habernos dado cuenta de que era un calma falsa. La calma que precede a la tormenta. En cuanto Miss Beckett comenzó a revolver en el caso de los robos de piezas de arte, de alguna manera, tu nombre volvió a aparecer en los periódicos. Nos asustamos y comenzamos a investigarte de nuevo solo para descubrir que eras tú realmente el que estaba robando, ¡hasta trabajaste para nosotros! Uno de los hombres que había participado en el asesinato de tu hija comenzó a tener remordimientos y nos vimos obligados a empezar a matarles a todos. Poco a poco. Entonces Petrov Kovitski e Ian Sckuss contactaron con nosotros desde Barbados, a donde habían huido para protegerse. Eran los dos eslabones perdidos del grupo original. Se les había ocurrido un plan para atraerte a Barbados y acabar el trabajo que les habíamos mandado en un principio.
» Pero no contábamos con la presencia de la Detective. Sabíamos que la muerte de un miembro de la policía sería extensamente investigada y que nos pondría en riesgo, así que tratamos de disuadirles pero estaban tan asustados que no nos escucharon. Ellos consiguieron hombres y atacaron la casa del alcalde creyendo que vosotros os hospedabais allí. A partir de ahí todo comenzó a ir de mal en peor. Conseguimos que pusieran al Detective Slaughter al cargo del caso, de manera que lo teníamos controlado. O eso creíamos. – hizo una pausa y alternó su mirada entre Beckett y yo. – Tenéis una horrible manía, ¿sabéis?, y es la de seguir investigando a pesar de todas las piedras que os tirábamos en el camino. Me vi obligada a hacer acto de presencia para, si no frenaros, por lo menos haceros perseguiros la cola tontamente. El día que visitasteis a Alexandre Gabriel, concerté una cita y aproveché que él había salido a atender una llamada para hacerme pasar por su hermana. – Se giró hacia su marido con una sonrisa de diversión - ¿Ves, cariño? Te dije que era una buena actriz.
» Os mandé tras la novia inexistente de Ian. Lo planeé todo detalladamente: compré una caravana a su nombre; cogí a la chica, una pobre drogadicta que apenas tenía comida que llevarse a la boca, e hice que se aprendiera una historia de memoria; lo único que necesitasteis fue un empujoncito, y Cynthia Gabriel estuvo encantada de dároslo. Organicé una fiesta para poneros el uno en contra del otro pero al final terminé juntándoos definitivamente. Hice todo lo que se me ocurrió y ni con esas dejasteis de investigar.
Se levantó hasta un mueble de madera de roble en el que yo no había reparado antes cuando inspeccioné la habitación. Cogió una licorera y echó hielos en dos vasos antes de servir una generosa dosis de líquido transparente. Al volver hacia el sillón, le tendió uno de los vasos a su marido, que le sonrió con agradecimiento; y ella fue a beber pero se paró a la mitad y frunció el ceño.
- La gota que colmó el vaso fueron las fotos que Katherine le sacó a mi marido cuando estaba dándole un sobre con dinero a ese detective barbadense. Supimos que teníamos que actuar sí o sí, así que os tendimos una trampa. – Soltó un suspiro, alzó la mirada y pude ver un destello perverso en sus ojos verdes cuando se fijaron brevemente en mí antes de posarse en Beckett.- Querida… – dijo con gravedad, su rostro transformándose en una máscara de compasión – ¡Lamento tanto tu pérdida!
Kate palideció de golpe y su fría calma se desmoronó a medida que leía entre líneas las palabras de Kelly Nieman y su insinuación calaba hondo en ella.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Sigue me encanta que triste que ya se vaya a terminar Pero nimodo continua me encanta tu fic!!!! Sigue
28Caskett- As del póker
- Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 02/05/2013
Edad : 25
Localización : Cd. Juárez
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Me encanta!!!, por fin conocemos toda la historia de por qué van tras ellos. Menuda historia has montado
Sé, o eso espero, que se salvarán, pero no veo la hora en que lleguen Rayan y Expo y los liberen de una vez.
Espero que puedas continuar pronto.
Sé, o eso espero, que se salvarán, pero no veo la hora en que lleguen Rayan y Expo y los liberen de una vez.
Espero que puedas continuar pronto.
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Ya estás de vueltaaaa... bien por míiiiiiii, jajajajajajaja claro que me has dejado fría con eso de que quedan sólo dos o tres capítulos... jooooo que pena, claro que si los haces un poquito más largos, lo mismo me animo un poco, jajajajajajaja
Bueno no importa, la verdad es que la historia ha estado maravillosamente escrita y en ningún momento has defraudado las expectativas que nos creabas, al contrario has ido superándolas todas con creces así que no tengo ningún pero que poner. Aunque he de decir que echaré de menos esta historia cuando termine, pues es de lo mejorcito que he leído por aquí, y mira que he leído... relatos estupendos. Para mí eres una de mis favoritas, entre mis favoritas.
Al menos ya que vas a terminar espero que lo hagas continuado pues si me haces esperar mucho, mi curiosidad terminará conmigo, antes de que lo hagas tú con el fic, jajajajajaja
Ya estoy esperando, para seguir leyendo, pues con casi todos los cabos atados, después de este capítulo, y después de haber sufrido tanto, espero que me des unos capítulos de gloria, jajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
Bueno no importa, la verdad es que la historia ha estado maravillosamente escrita y en ningún momento has defraudado las expectativas que nos creabas, al contrario has ido superándolas todas con creces así que no tengo ningún pero que poner. Aunque he de decir que echaré de menos esta historia cuando termine, pues es de lo mejorcito que he leído por aquí, y mira que he leído... relatos estupendos. Para mí eres una de mis favoritas, entre mis favoritas.
Al menos ya que vas a terminar espero que lo hagas continuado pues si me haces esperar mucho, mi curiosidad terminará conmigo, antes de que lo hagas tú con el fic, jajajajajaja
Ya estoy esperando, para seguir leyendo, pues con casi todos los cabos atados, después de este capítulo, y después de haber sufrido tanto, espero que me des unos capítulos de gloria, jajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
agecastbet- Escritor - Policia
- Mensajes : 2971
Fecha de inscripción : 27/12/2012
Localización : En la colina del loco - Madrid
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
¡Hola a todos!
Hoy voy con prisa así que no me ha dado tiempo a repasar que todo estuviera escrito correctamente. Disculpadme si encontráis alguna falta de ortografía o algo mal escrito.
Espero que os guste.
"Creemos saber dónde están".
Entre la multitud de información inútil que Bracken les había proporcionado estaba el recuerdo borroso de una visita a una casa en los Hamptons. Una mansión. Recordaba que Tyson, al que había identificado como uno de los líderes de la red de drogas, había aparecido un día frente a la puerta de su casa victoriana en un barrio tranquilo de Manhattan y le había arrastrado amistosamente hasta un todoterreno negro del estilo que el propio Senador usaba para transportar la mercancía. Las ventanas estaban tintadas de manera que los de fuera no vieran qué había dentro pero los de dentro tampoco podían ver qué había fuera, así que Bracken no podía asegurar al cien por cien que estuvieran en los Hamptons; sin embargo, parecía bastante seguro.
"– Si no veías nada, ¿cómo lo sabes? – preguntó el latino con aire intimidatorio.
- Porque era un día de mal tiempo, con mucho aire, y olía a mar.
- ¿Reconociste algo de los alrededores?
- No…
- ¡Claro que no! – Masculló Esposito cabreado. - ¡Menudo inútil!
- No reconocí nada… – continuó Bracken entre dientes, las aletas de la nariz dilatadas por la rabia. - …porque a la casa se accedía por un largo camino polvoriento lleno de baches y rodeado por un bosque. Para cuando bajé del coche, los árboles nos rodeaban.
- ¿Hubo algo que llamara especialmente su atención, Senador? – intervino Ryan suavemente, sus límpidos ojos azules clavados en los del hombre sentado frente a él. Adoptó una expresión amigable e interesada. - ¿Vio el número de la casa o algo distintivo que pueda ayudarnos a localizarla?
El interrogado negó con la cabeza y se miró las manos con pesar.
- Sé que tenía una reja porque el coche se detuvo un momento y el copiloto se bajó a abrirla. La casa estaba como… abandonada. Las plantas crecían descontroladamente y las paredes estaban manchadas de musgo, con la pintura desgastada. Se notaba que, o bien no les preocupaba su aspecto, o no la usaban mucho. Algunas ventanas estaban tapiadas con tablas de madera y otras cubiertas con plásticos, como si no quisieran que se viera nada desde dentro – reflexionó el Senador con el ceño fruncido.
- Continué. ¿Cómo era por dentro?
- Vieja, casi sin amueblar y, los pocos muebles que había, estaban tapados con sábanas. El suelo de baldosas blancas y negras, tenían un piano, una gran lámpara de araña… - chascó los dedos - ¡Y un sillón de terciopelo rojo!
- Pero eso sería en una habitación, ¿no? – inquirió el irlandés intercambiando una discreta mirada de confusión con su compañero, que se había situado detrás de Bracken. Este asintió vigorosamente.
- Un gran salón, al estilo medieval. Fue la única habitación en la que estuve, sin contar el baño. Oh, también había un biombo en una esquina de la habitación, uno con… Creo que eran flamencos.
- Hablarías de algo con Tyson, ¿no? ¿O estuviste callado durante toda la visita? – Esposito se sentó en el borde de la mesa, de espaldas a su compañero.
- Negocios, solo negocios. – Se apresuró a contestar el Senador.
- Haga memoria, ¿no le comentó algo fuera de lo normal? – le presionó el rubio.
- No, es muy cuidadoso. Siempre habla ruso cuando estoy cerca y no quiere que me entere, fue él quien me dio el móvil desechable para contactarle y nunca lo contesta personalmente. De hecho… - Bracken se quedó callado de golpe, perdido en sus pensamientos.
- ¿De hecho qué? – espetó el moreno inclinándose sobre él.
- De hecho, – volvió a decir el Senador alzando la mirada hacia el detective Esposito – aquella fue la segunda vez que le vi en todos nuestros años de negocios juntos.
- ¿Cómo es eso? – Al latino se le olvidó mantener su papel de poli malo.
- La primera vez fue cuando acudí al Blue Dragon – ante la mención del bar, ambos compañeros intercambiaron una mirada - y solicité hablar con el dueño para hacerle una oferta. Sus matones me arrastraron hasta el patio trasero y allí estaba él, solo una sombra malamente iluminada. La segunda vez fue hace unos meses cuando me llevó a los Hamptons. No me había dado cuenta hasta ahora pero fue algo bastante extraño.
- ¿Le dijo en algún momento su motivo para concertar aquella "cita"?
- Comentó que eran tiempos difíciles y necesitaba asegurarse de que la gente que trabajaba para él era de fiar, pero pensé que se refería a los recientes chivatazos que habían hecho caer algunos cárteles de drogas.
- ¿Profirió alguna amenaza contra usted o su familia? – continuó interrogando Ryan. Esposito se mantuvo callado, esperando que su mera presencia bastara para poner nervioso al Senador.
- Detective, estos hombres son delincuentes, yo soy delincuente. – Remarcó Bracken antes de que el moreno tuviera oportunidad de hacerlo. – Las amenazas son tan normales como lo es saludar a un conocido cuando te encuentras con él.
- Tiene razón – concedió el irlandés con un asentimiento. - ¿Algo más que recuerde ahora y no haya mencionado anteriormente?
Espo se chascó los nudillos ruidosamente y se inclinó hacia su sospechoso arqueando las cejas con interés. Este negó con la cabeza, tragando saliva, y volvió a negar con la cabeza como asegurándose de que había quedado claro.
- ¿Eres creyente? – preguntó de golpe el latino sobresaltando al Senador.
- Sí – replicó este, confuso.
- Pues ya puedes empezar a rezar para que consigamos coger Tyson – se alejó de él y abrió la puerta de la sala de interrogatorios, agradeciendo la corriente de aire fresco que se coló dentro. Ryan se levantó de la silla, recogió sus papeles y miró cómo Bracken seguía dándole vueltas al comentario de su compañero.
- Pero… Tenemos un trato, ¿no? Yo confieso y vosotros hablaríais a mi favor. – Se levantó y acompañó a ambos detectives fuera de la sala. - ¿No? – preguntó de nuevo al ver que ninguno de los dos contestaba y que sendas sonrisas adornaban sus caras.
- Uy, ¿no te lo dije? – Ryan abrió mucho los ojos y frunció la frente con expresión de inocencia y culpabilidad. – Fallo mío…
- Tío, ya te vale – Esposito le dio un suave golpe en el hombro, empujándole.
- ¿No dijiste el qué? – Bracken estaba perdido y confundido.
- Ese trato solo es válido si conseguimos atrapar a Tyson – contestó el irlandés sin poder ocultar por más tiempo su sonrisa.
El Senador vio a su abogado acercándose a ellos hecho un manojo de nervios pero se había quedado sin palabras y no se le ocurrió gritarle. Ambos detectives se marcharon y Esposito le dio unas suaves palmaditas de consuelo en el hombro."
El tiempo pasaba y Ryan cada vez estaba más desesperado. Su compañero y él se estaban turnando para escanear con el Google Maps todas las casas rodeadas de bosque y con aspecto de abandonadas que encontraron en los Hamptons. Era una tarea lenta y ardua, ambos acabaron con las espaldas doloridas de inclinarse hacia la pantalla y los ojos enrojecidos. Además, tenían que actuar con secretismo. Bracken les había contado todo sobre las extravagantes cantidades de dinero con las que sobornaban a jueces, policías y políticos; cualquiera con el poder suficiente como para suponer una amenaza para ellos. Concertaban una cita y dejaban caer una cifra escrita sobre la mesa de la persona en cuestión, y era tal la cifra, que tenían la seguridad de que nadie en su sano juicio la rechazaría jamás. Y aunque el Senador no conocía la identidad de los sobornados porque de eso se encargaba Jerry Tyson, sí le constaba su existencia.
Así que ahora tenían la mosca tras la oreja. Cualquier uniformado excesivamente amable, cualquier detective que pasara junto a ellos y tratara de mirar qué estaban haciendo… Desconfiaban hasta de sus propias sombras.
El irlandés estaba tan concentrado en lo que estaba haciendo que no oyó a su compañero hasta que este no cerró la tapa de su portátil con fuerza y se lo arrebató de las manos.
- ¡Eh! – exclamó.
- Tío, ¿no me escuchaste o qué? Viene Demming.
Ryan palideció y se apresuró a esconder el Mac en su funda, y esta, bajo la mesa. Ambos se sentaron en sus respectivas sillas y fingieron que estaban profundamente concentrado en la pila de informes que habían dejado abandonadas a un lateral ante la prioritaria necesidad de encontrar a Castle y Beckett lo más pronto posible. Y con vida.
- No podría haberse quedado para siempre en Boston… - masculló Esposito para sí mismo cuando vio pasar a su capitán con aire de superioridad.
La puerta de su despacho se cerró con un golpe y la sala diáfana entera pareció suspirar de alivio. Como las cortinas del despacho estaban corridas, los detectives volvieron a charlar y circular por entre las mesas. El latino se impulsó hasta situarse al lado de su compañero.
- ¿Su conferencia no duraba un día más? – preguntó este.
El rubio asintió y luego se encogió de hombros.
- ¿Qué vamos a hacer? – preguntó entonces.
- Pienso entrar en su despacho y dejarle las cosas claras.
- ¿Ahora mismo?
- No podemos perder más tiempo – contestó Esposito mirando a su compañero. La angustia se leía claramente en sus marrones ojos y eso sorprendió a Ryan.
- ¿Compañeros? – replicó cerrando la mano en un puño y alzándola.
- Compañeros – contestó el moreno chocando sus manos.
Ambos detectives se dirigieron al despacho de su jefe y esperaron hasta que este les indicó que podían pasar.
- Hombre, Ryan, Esposito, ya estabais tardando – comentó Demming cuando les vio traspasar el umbral.
- Capitán, creemos que es mejor ponerle al corriente y no vernos obligados a trabajar a sus espaldas – dijo el irlandés sin perder la calma ni el respeto. Le gustara o no, Tom seguía siendo su superior.
Este arqueó las cejas con ligera sorpresa y se repantigó en la silla a la espera.
- Señor, hablo por mí y no por mi compañero cuando digo que no le estoy pidiendo permiso y que seguiré investigando incluso si me saca del caso… – habló Esposito.
- Yo lo secundo – interrumpió Ryan.
- …pero supongo que le habrán puesto al corriente de que la detective Beckett ha desaparecido – continuó el moreno sin inmutarse. Sabía que su amigo diría eso pero no había querido meterle en un lío innecesariamente.
El capitán de la unidad de Robos asintió como si hubiera sabido desde el principio de que iba la cosa. Sin embargo, no pudo evitar soltar un resoplido sarcástico y cruzarse de brazos mientras pensaba qué contestar.
- Detectives, me consta de que ya se está investigando su desaparición. – ambos compañeros intercambiaron miradas escépticas que Demming decidió ignorar. – Así que vuelvan a los informes que les encargué que revisaran y dejen que los profesionales hagan su trabajo.
- Creí haber dejado claro que no estábamos pidiendo permiso sino constando un hecho. Vamos a seguir con este caso porque Beckett es nuestra compañera, nuestra amiga.
- Y yo creí que esto – saltó el capitán señalando la placa que reposaba sobre su mesa y que indicaba su rango – dejaba bien claro a quién debéis lealtad.
- Arg, ¡esto no es cuestión de lealtad, Demming! – protestó Ryan para sorpresa de los otros dos hombres. – Estamos hablando de vidas que están en peligro, las vidas de amigos nuestros.
- Como si son las vidas del dueño del bar de la esquina, estáis fuera del caso, ambos.
- Eso no va a pararnos y lo sabes – el irlandés cuadró hombros y alzó la barbilla. Todo él desprendía autoridad.
- ¿Ah, no? – Tom asintió lentamente y se encogió de hombros – Vale, vosotros os lo habéis buscado. Dadme vuestras placas y armas – ordenó señalando su mesa desnuda -, quedáis suspendidos hasta nuevo aviso.
Si el capitán había esperado que con esa amenaza la determinación de los dos amigos flaqueara, se equivocó. Vio cómo la rabia bullía tras los ojos de ambos pero se mantuvo impasible. Era necesario, debía pararle los pies.
Esposito entrecerró los ojos mientras escrutaba al que, hacía tiempo, había sido su compañero, su amigo. Hacía tiempo, los cuatro habían sido una piña, un pequeño pero efectivo equipo que peinaba las calles y metía delincuentes tras las rejas todos los días. Los cuatro tenían un impecable sentido de la justicia y no dejaban que nadie les dijera lo contrario. Entonces, el viejo capitán se jubiló y el puesto quedó vacío. Todos los del departamento de Robos se presentaron a los exámenes pero fue Beckett la que más impresionó al comisario. Su nota fue la más alta con diferencia y su manera de contestar a las preguntas de la junta hizo que le ofrecieran a ella ser la capitana de la unidad, puesto que ella, a pesar de estar muy agradecida, terminó por rechazar porque sabía que estar tras una mesa no era para ella. Beckett había nacido para estar en el núcleo de la acción, liderando un equipo y derribando puertas a patadas para perseguir criminales.
Así que, de rebote, le había tocado a Tom Demming, el segundo con mejor nota. Todos habían creído que su ascenso a capitán no le cambiaría, pero fue traspasar el umbral de despacho y se convirtió en un auténtico capullo. Estaba molesto por ser el segundo plato de la junta, de haber conseguido aquel puesto porque Beckett lo había rechazado. Decidió que iba a hacer sus trabajos más complicados pidiéndoles que entregaran informe tras informe, poniendo trabas y obligándoles a hacer horas de más innecesarias.
- Si estas van a ser las nuevas reglas – dijo entonces – no quiero seguir aquí. Me hice policía para conseguir justicia para las víctimas y no para hacerle la pelota al prepotente de mi capitán.
Con un golpe, dejó su placa y pistola sobre la mesa de Demming y dio un paso atrás, todavía evaluando a su excapitán.
- ¿Sabes qué te digo, Demming? – Ryan le miró con repulsión mientras desenganchaba la funda de la Glock del cinturón. – Solías ser legal, pero el poder te ha vuelto gilipollas. – tiró ambas cosas al lado de las de su amigo y se colocó a su lado.
- Dejó de importarme vuestra opinión sobre mí largo tiempo atrás. – confesó Tom fríamente. – Y por mucho que me gustaría ver cómo encontráis ahora a Beckett sin acceso a vuestros recursos habituales, ya no trabajáis aquí así que… Fuera de aquí.
Esposito cerró las manos en puños cuando sintió la mano del irlandés sobre su hombro, frenándole de cometer alguna tontería. Salió del despacho dándose el lujo de cerrar a su espalda de un portazo, haciendo temblar todos los cristales. Ambos sintieron los ojos de todos los presentes clavados en ellos y supieron que habían hablado en voz tan alta que se habían enterado de la discusión sin necesidad de cotillear. Con paso cansino, los casi cuatro días sin dormir pasándoles factura ahora, se encaminaron hombro con hombro hacia el ascensor.
Justo cuando las puertas se iban a cerrar, una mano estirada se coló entre ellas, frenándolas. Ambas placas metálicas se abrieron de nuevo para dar paso a la figura de Martha Rodgers, elegante a pesar del vestido arrugado y las bolsas bajo los ojos. Llevaba puesto su chubasquero y agarraba con fuerza su bolso, como la primera vez que Ryan la había visto. Entró con ellos en el ascensor y esperó a que las puertas estuvieran cerradas para girarse hacia ellos con una chispa de diversión en sus ojos azules.
- He pensado que, ya que no trabajáis allí, era inútil que me quedara. – comentó con un ligero encogimiento de hombros.
Esposito suspiró y el irlandés bajó la mirada al suelo, abochornado.
- Lo siento, así nos va a ser más complicado encontrarles pero lo conseguiremos. – se disculpó rascándose la nuca y alborotándose el rubio pelo.
- No les dejaremos a su suerte – sentenció el latino con seriedad.
Martha no pudo aguantarse y soltó una suave risita. Se llevó una mano a la boca que no ocultó su gran sonrisa.
- No estéis así de deprimidos, me hacéis sentir mal por jugar con vosotros.
Ambos compañeros intercambiaron una mirada confusa y volvieron a fijar sus ojos en la pelirroja, que estaba abriendo su bolso de marca.
- Veréis, cuando oí los gritos no pude evitar juntarme al resto de detectives y escuchar la pelea – explicó haciendo unos círculos con la mano como si fuera una parte de la historia que no tenía mucha importancia. – Supe que las cosas no iban a acabar bien así que decidí hacer uso del móvil que me regaló Richard hace años y que siempre me decía que algún día me salvaría de un apuro. – Sacó el iPhone y lo movió hasta que encontró la distancia adecuada para ver bien. Desbloqueó la pantalla y navegó por el menú con el índice. Entonces profirió una exclamación y les enseñó a los detectives su genial idea. – Saqué fotos de todo lo que teníais colgado en la pizarra, espero que sea suficiente.
- ¿Suficiente? ¡Nos acabas de salvar! – exclamó Ryan con entusiasmo. Con eso, las notas del interrogatorio de Bracken he llevaba en el bolsillo interior de la americana y un buen ordenador serían capaces de encontrarles.
Solo necesitaban tiempo.
"– ¡Lamento tanto tu pérdida!
Kate palideció de golpe y su fría calma se desmoronó a medida que leía entre líneas las palabras de Kelly Nieman y su insinuación calaba hondo en ella."
Oí a Beckett respirar bruscamente a mi derecha y me tensé en la silla. No había que tener un premio Nobel para anticipar su reacción.
- No… - dijo a media voz.
- ¿Qué? Perdona, querida, tendrás que hablar más alto si quieres que te oiga – dijo Kelly con petulancia.
- ¡NO! – gritó la detective. El guarda calvo cada vez tenía más problemas para mantenerla sentada en la silla pero ninguno de los dos cabecillas del grupo parecía muy preocupado por ello. Se notaba que no la conocían bien.
Me concentré en deslizar mis muñecas por la abrazadera de plástico. Había conseguido sacar la mano derecha hasta el talón de la mano, pero necesitaría liberar como mínimo el pulgar si quería librarme de ellas.
Y tenía que ser rápido.
- ¿No qué? – inquirió la rubia tras dar un sorbo a su vodka con hielo. Estaba jugando con Kate y esta lo sabía, pero estaba tan enfadada que no le importó seguirle el rollo.
- ¡Tú mataste a mi padre!
- Oh, no deberías hacer tales acusaciones sin pruebas, cariño – ronroneó. – Además, ¿no hablaste con el bueno del Doctor Williamson? El debió decirte que la causa de la muerte fue el cese de la actividad cerebral – ladeó la cabeza y arqueó las cejas en un gesto inocente. - ¿No?
Por toda respuesta, Beckett gruñó y forcejó contra el agarre del calvo.
- Yo de ti no intentaría escaparme - comentó Kelly con voz suave – No es aconsejable hacer enfadar a Brutus.
Oh, el famoso Brutus. Eso explicaba por qué me caía tan mal.
- Tampoco es aconsejable enfadarme a mí – amenazó la detective. Si las miradas matasen, Kelly Nieman estaría en ese momento más que muerta. Los ojos, normalmente verde avellana, de la detective se habían vuelto casi marrones oscuro y relucían de una manera tan siniestra que hasta a mí me daba escalofríos.
Pero, tanto marido como mujer, se limitaron a reírse y tomarse la amenaza en vano. Noté como mi pulgar estaba casi suelto, pero tenía que pensar en una forma de librarme de las manos de Royce, que me empujaban contra la silla con una fuerza inquebrantable. Quizá si…
Un grito, de advertencia y dolor, cortó el hilo de mis pensamientos. Me congelé, olvidando momentáneamente mis planes de escapada. Todos los presentes nos giramos para ver a Beckett librándose, de alguna forma que yo no había visto, del agarre de Brutus y utilizando la silla como arma, estampándosela contra la cara. El guarda cayó de rodillas al suelo antes de golpearse de bruces contra las baldosas, manchándolas de sangre. Aproveché la distracción para balancearme hacia un lado, empujando el brazo izquierdo de mi silla con todo mi peso. El hombre del tatuaje del dragón no lo vio venir y, para cuando me quiso sujetar, yo ya estaba rodando por el suelo. Con el impulso de la caída conseguí liberar la mano derecha de la abrazadera, que se deslizó, libre, por mi brazo hasta aterrizar en mi zapato. La tiré lejos de mí de una patada y busqué a Kate con la mirada.
Para entonces, Jerry había saltado frente a su mujer, protegiéndola medianamente con su cuerpo mientras gritaba a pleno pulmón la misma palabra en ruso. Supuse que estaría llamando al resto de sus guardas. Eso me hizo acordarme del californiano justo cuando uno de sus brazos apresó mi cuello, aplicando fuerza hasta que no pude respirar. Los pulmones me ardían, una espesa niebla negra comenzó a aparecer por los bordes de mi visión y sentí que las piernas me fallaban. Intenté una última vez liberarme de su agarre pero mis brazos pesaban como si estuvieran hechos de plomo.
- No soy tu enemigo – me susurró al oído.
Cabeceé, sin saber si había sido verdad o si me lo estaba imaginando por culpa de la falta de oxígeno. Oí el ruido de las pesadas botas de los guardias corriendo por el pasillo, los cargadores siendo introducidos en las pistolas y sus gritos en ruso. Este es el fin, me dije. Hasta aquí has llegado, Castle.
Pero Beckett no estaba dispuesta a rendirse. Con un grito, descargó toda la fuerza que sus brazos tenían en la pata de su silla rota, usándola como bate para golpear una de las piernas de Royce. Este gimió en mi oído y ambos caímos al suelo. Me arrastré como pude lejos de él mientras oía el sonido hueco de la pata impactando de nuevo contra algo compacto. Sin querer mirar, luchando por meter aire a través de mi magullada garganta, me coloqué de rodillas sobre el suelo. Un brazo de la detective me rodeó la cintura y se pasó el otro mío sobre el cuello.
- Vamos, Rick, ayúdame – susurró con urgencia.
Reuní toda la fuerza que fui capaz, la habitación dándome vueltas, y me levanté. Con paso tembloroso, Beckett me arrastró hasta una de las paredes de la sala.
- Ven… - Dolía. Hablar dolía.
Golpeé el brazo de Kate para llamar su atención y señalé hacia las ventanas. Ella asintió y cambió el rumbo para dirigirnos hacia allí. Me apoyé contra la pared, notando que las piernas ya comenzaban a obedecerme, sin dejar de mirar a la detective, quien estaba tratando de encontrar uno de los extremos del plástico que cubría la ventana.
Una mancha negra captó mi atención por el rabillo del ojo y volví la cabeza a tiempo para ver a cuatro o cinco matones quitando sincronizadamente el pestillo a las pistolas semi-automáticas que llevaban.
Grité algo sin ser consciente de haber pensado en hablar siquiera. Agarré la cintura de Beckett con los brazos mientras usaba mi impulso para romper el cristal en el preciso momento en el que la primera ráfaga de balas llovía sobre nosotros. Kate soltó una exclamación de sorpresa y ambos atravesamos una mezcla de plástico, cristales y balas sin saber qué nos esperaba al otro lado.
Hoy voy con prisa así que no me ha dado tiempo a repasar que todo estuviera escrito correctamente. Disculpadme si encontráis alguna falta de ortografía o algo mal escrito.
Espero que os guste.
-x-
Capítulo 103:
"Creemos saber dónde están".
Entre la multitud de información inútil que Bracken les había proporcionado estaba el recuerdo borroso de una visita a una casa en los Hamptons. Una mansión. Recordaba que Tyson, al que había identificado como uno de los líderes de la red de drogas, había aparecido un día frente a la puerta de su casa victoriana en un barrio tranquilo de Manhattan y le había arrastrado amistosamente hasta un todoterreno negro del estilo que el propio Senador usaba para transportar la mercancía. Las ventanas estaban tintadas de manera que los de fuera no vieran qué había dentro pero los de dentro tampoco podían ver qué había fuera, así que Bracken no podía asegurar al cien por cien que estuvieran en los Hamptons; sin embargo, parecía bastante seguro.
"– Si no veías nada, ¿cómo lo sabes? – preguntó el latino con aire intimidatorio.
- Porque era un día de mal tiempo, con mucho aire, y olía a mar.
- ¿Reconociste algo de los alrededores?
- No…
- ¡Claro que no! – Masculló Esposito cabreado. - ¡Menudo inútil!
- No reconocí nada… – continuó Bracken entre dientes, las aletas de la nariz dilatadas por la rabia. - …porque a la casa se accedía por un largo camino polvoriento lleno de baches y rodeado por un bosque. Para cuando bajé del coche, los árboles nos rodeaban.
- ¿Hubo algo que llamara especialmente su atención, Senador? – intervino Ryan suavemente, sus límpidos ojos azules clavados en los del hombre sentado frente a él. Adoptó una expresión amigable e interesada. - ¿Vio el número de la casa o algo distintivo que pueda ayudarnos a localizarla?
El interrogado negó con la cabeza y se miró las manos con pesar.
- Sé que tenía una reja porque el coche se detuvo un momento y el copiloto se bajó a abrirla. La casa estaba como… abandonada. Las plantas crecían descontroladamente y las paredes estaban manchadas de musgo, con la pintura desgastada. Se notaba que, o bien no les preocupaba su aspecto, o no la usaban mucho. Algunas ventanas estaban tapiadas con tablas de madera y otras cubiertas con plásticos, como si no quisieran que se viera nada desde dentro – reflexionó el Senador con el ceño fruncido.
- Continué. ¿Cómo era por dentro?
- Vieja, casi sin amueblar y, los pocos muebles que había, estaban tapados con sábanas. El suelo de baldosas blancas y negras, tenían un piano, una gran lámpara de araña… - chascó los dedos - ¡Y un sillón de terciopelo rojo!
- Pero eso sería en una habitación, ¿no? – inquirió el irlandés intercambiando una discreta mirada de confusión con su compañero, que se había situado detrás de Bracken. Este asintió vigorosamente.
- Un gran salón, al estilo medieval. Fue la única habitación en la que estuve, sin contar el baño. Oh, también había un biombo en una esquina de la habitación, uno con… Creo que eran flamencos.
- Hablarías de algo con Tyson, ¿no? ¿O estuviste callado durante toda la visita? – Esposito se sentó en el borde de la mesa, de espaldas a su compañero.
- Negocios, solo negocios. – Se apresuró a contestar el Senador.
- Haga memoria, ¿no le comentó algo fuera de lo normal? – le presionó el rubio.
- No, es muy cuidadoso. Siempre habla ruso cuando estoy cerca y no quiere que me entere, fue él quien me dio el móvil desechable para contactarle y nunca lo contesta personalmente. De hecho… - Bracken se quedó callado de golpe, perdido en sus pensamientos.
- ¿De hecho qué? – espetó el moreno inclinándose sobre él.
- De hecho, – volvió a decir el Senador alzando la mirada hacia el detective Esposito – aquella fue la segunda vez que le vi en todos nuestros años de negocios juntos.
- ¿Cómo es eso? – Al latino se le olvidó mantener su papel de poli malo.
- La primera vez fue cuando acudí al Blue Dragon – ante la mención del bar, ambos compañeros intercambiaron una mirada - y solicité hablar con el dueño para hacerle una oferta. Sus matones me arrastraron hasta el patio trasero y allí estaba él, solo una sombra malamente iluminada. La segunda vez fue hace unos meses cuando me llevó a los Hamptons. No me había dado cuenta hasta ahora pero fue algo bastante extraño.
- ¿Le dijo en algún momento su motivo para concertar aquella "cita"?
- Comentó que eran tiempos difíciles y necesitaba asegurarse de que la gente que trabajaba para él era de fiar, pero pensé que se refería a los recientes chivatazos que habían hecho caer algunos cárteles de drogas.
- ¿Profirió alguna amenaza contra usted o su familia? – continuó interrogando Ryan. Esposito se mantuvo callado, esperando que su mera presencia bastara para poner nervioso al Senador.
- Detective, estos hombres son delincuentes, yo soy delincuente. – Remarcó Bracken antes de que el moreno tuviera oportunidad de hacerlo. – Las amenazas son tan normales como lo es saludar a un conocido cuando te encuentras con él.
- Tiene razón – concedió el irlandés con un asentimiento. - ¿Algo más que recuerde ahora y no haya mencionado anteriormente?
Espo se chascó los nudillos ruidosamente y se inclinó hacia su sospechoso arqueando las cejas con interés. Este negó con la cabeza, tragando saliva, y volvió a negar con la cabeza como asegurándose de que había quedado claro.
- ¿Eres creyente? – preguntó de golpe el latino sobresaltando al Senador.
- Sí – replicó este, confuso.
- Pues ya puedes empezar a rezar para que consigamos coger Tyson – se alejó de él y abrió la puerta de la sala de interrogatorios, agradeciendo la corriente de aire fresco que se coló dentro. Ryan se levantó de la silla, recogió sus papeles y miró cómo Bracken seguía dándole vueltas al comentario de su compañero.
- Pero… Tenemos un trato, ¿no? Yo confieso y vosotros hablaríais a mi favor. – Se levantó y acompañó a ambos detectives fuera de la sala. - ¿No? – preguntó de nuevo al ver que ninguno de los dos contestaba y que sendas sonrisas adornaban sus caras.
- Uy, ¿no te lo dije? – Ryan abrió mucho los ojos y frunció la frente con expresión de inocencia y culpabilidad. – Fallo mío…
- Tío, ya te vale – Esposito le dio un suave golpe en el hombro, empujándole.
- ¿No dijiste el qué? – Bracken estaba perdido y confundido.
- Ese trato solo es válido si conseguimos atrapar a Tyson – contestó el irlandés sin poder ocultar por más tiempo su sonrisa.
El Senador vio a su abogado acercándose a ellos hecho un manojo de nervios pero se había quedado sin palabras y no se le ocurrió gritarle. Ambos detectives se marcharon y Esposito le dio unas suaves palmaditas de consuelo en el hombro."
El tiempo pasaba y Ryan cada vez estaba más desesperado. Su compañero y él se estaban turnando para escanear con el Google Maps todas las casas rodeadas de bosque y con aspecto de abandonadas que encontraron en los Hamptons. Era una tarea lenta y ardua, ambos acabaron con las espaldas doloridas de inclinarse hacia la pantalla y los ojos enrojecidos. Además, tenían que actuar con secretismo. Bracken les había contado todo sobre las extravagantes cantidades de dinero con las que sobornaban a jueces, policías y políticos; cualquiera con el poder suficiente como para suponer una amenaza para ellos. Concertaban una cita y dejaban caer una cifra escrita sobre la mesa de la persona en cuestión, y era tal la cifra, que tenían la seguridad de que nadie en su sano juicio la rechazaría jamás. Y aunque el Senador no conocía la identidad de los sobornados porque de eso se encargaba Jerry Tyson, sí le constaba su existencia.
Así que ahora tenían la mosca tras la oreja. Cualquier uniformado excesivamente amable, cualquier detective que pasara junto a ellos y tratara de mirar qué estaban haciendo… Desconfiaban hasta de sus propias sombras.
El irlandés estaba tan concentrado en lo que estaba haciendo que no oyó a su compañero hasta que este no cerró la tapa de su portátil con fuerza y se lo arrebató de las manos.
- ¡Eh! – exclamó.
- Tío, ¿no me escuchaste o qué? Viene Demming.
Ryan palideció y se apresuró a esconder el Mac en su funda, y esta, bajo la mesa. Ambos se sentaron en sus respectivas sillas y fingieron que estaban profundamente concentrado en la pila de informes que habían dejado abandonadas a un lateral ante la prioritaria necesidad de encontrar a Castle y Beckett lo más pronto posible. Y con vida.
- No podría haberse quedado para siempre en Boston… - masculló Esposito para sí mismo cuando vio pasar a su capitán con aire de superioridad.
La puerta de su despacho se cerró con un golpe y la sala diáfana entera pareció suspirar de alivio. Como las cortinas del despacho estaban corridas, los detectives volvieron a charlar y circular por entre las mesas. El latino se impulsó hasta situarse al lado de su compañero.
- ¿Su conferencia no duraba un día más? – preguntó este.
El rubio asintió y luego se encogió de hombros.
- ¿Qué vamos a hacer? – preguntó entonces.
- Pienso entrar en su despacho y dejarle las cosas claras.
- ¿Ahora mismo?
- No podemos perder más tiempo – contestó Esposito mirando a su compañero. La angustia se leía claramente en sus marrones ojos y eso sorprendió a Ryan.
- ¿Compañeros? – replicó cerrando la mano en un puño y alzándola.
- Compañeros – contestó el moreno chocando sus manos.
Ambos detectives se dirigieron al despacho de su jefe y esperaron hasta que este les indicó que podían pasar.
- Hombre, Ryan, Esposito, ya estabais tardando – comentó Demming cuando les vio traspasar el umbral.
- Capitán, creemos que es mejor ponerle al corriente y no vernos obligados a trabajar a sus espaldas – dijo el irlandés sin perder la calma ni el respeto. Le gustara o no, Tom seguía siendo su superior.
Este arqueó las cejas con ligera sorpresa y se repantigó en la silla a la espera.
- Señor, hablo por mí y no por mi compañero cuando digo que no le estoy pidiendo permiso y que seguiré investigando incluso si me saca del caso… – habló Esposito.
- Yo lo secundo – interrumpió Ryan.
- …pero supongo que le habrán puesto al corriente de que la detective Beckett ha desaparecido – continuó el moreno sin inmutarse. Sabía que su amigo diría eso pero no había querido meterle en un lío innecesariamente.
El capitán de la unidad de Robos asintió como si hubiera sabido desde el principio de que iba la cosa. Sin embargo, no pudo evitar soltar un resoplido sarcástico y cruzarse de brazos mientras pensaba qué contestar.
- Detectives, me consta de que ya se está investigando su desaparición. – ambos compañeros intercambiaron miradas escépticas que Demming decidió ignorar. – Así que vuelvan a los informes que les encargué que revisaran y dejen que los profesionales hagan su trabajo.
- Creí haber dejado claro que no estábamos pidiendo permiso sino constando un hecho. Vamos a seguir con este caso porque Beckett es nuestra compañera, nuestra amiga.
- Y yo creí que esto – saltó el capitán señalando la placa que reposaba sobre su mesa y que indicaba su rango – dejaba bien claro a quién debéis lealtad.
- Arg, ¡esto no es cuestión de lealtad, Demming! – protestó Ryan para sorpresa de los otros dos hombres. – Estamos hablando de vidas que están en peligro, las vidas de amigos nuestros.
- Como si son las vidas del dueño del bar de la esquina, estáis fuera del caso, ambos.
- Eso no va a pararnos y lo sabes – el irlandés cuadró hombros y alzó la barbilla. Todo él desprendía autoridad.
- ¿Ah, no? – Tom asintió lentamente y se encogió de hombros – Vale, vosotros os lo habéis buscado. Dadme vuestras placas y armas – ordenó señalando su mesa desnuda -, quedáis suspendidos hasta nuevo aviso.
Si el capitán había esperado que con esa amenaza la determinación de los dos amigos flaqueara, se equivocó. Vio cómo la rabia bullía tras los ojos de ambos pero se mantuvo impasible. Era necesario, debía pararle los pies.
Esposito entrecerró los ojos mientras escrutaba al que, hacía tiempo, había sido su compañero, su amigo. Hacía tiempo, los cuatro habían sido una piña, un pequeño pero efectivo equipo que peinaba las calles y metía delincuentes tras las rejas todos los días. Los cuatro tenían un impecable sentido de la justicia y no dejaban que nadie les dijera lo contrario. Entonces, el viejo capitán se jubiló y el puesto quedó vacío. Todos los del departamento de Robos se presentaron a los exámenes pero fue Beckett la que más impresionó al comisario. Su nota fue la más alta con diferencia y su manera de contestar a las preguntas de la junta hizo que le ofrecieran a ella ser la capitana de la unidad, puesto que ella, a pesar de estar muy agradecida, terminó por rechazar porque sabía que estar tras una mesa no era para ella. Beckett había nacido para estar en el núcleo de la acción, liderando un equipo y derribando puertas a patadas para perseguir criminales.
Así que, de rebote, le había tocado a Tom Demming, el segundo con mejor nota. Todos habían creído que su ascenso a capitán no le cambiaría, pero fue traspasar el umbral de despacho y se convirtió en un auténtico capullo. Estaba molesto por ser el segundo plato de la junta, de haber conseguido aquel puesto porque Beckett lo había rechazado. Decidió que iba a hacer sus trabajos más complicados pidiéndoles que entregaran informe tras informe, poniendo trabas y obligándoles a hacer horas de más innecesarias.
- Si estas van a ser las nuevas reglas – dijo entonces – no quiero seguir aquí. Me hice policía para conseguir justicia para las víctimas y no para hacerle la pelota al prepotente de mi capitán.
Con un golpe, dejó su placa y pistola sobre la mesa de Demming y dio un paso atrás, todavía evaluando a su excapitán.
- ¿Sabes qué te digo, Demming? – Ryan le miró con repulsión mientras desenganchaba la funda de la Glock del cinturón. – Solías ser legal, pero el poder te ha vuelto gilipollas. – tiró ambas cosas al lado de las de su amigo y se colocó a su lado.
- Dejó de importarme vuestra opinión sobre mí largo tiempo atrás. – confesó Tom fríamente. – Y por mucho que me gustaría ver cómo encontráis ahora a Beckett sin acceso a vuestros recursos habituales, ya no trabajáis aquí así que… Fuera de aquí.
Esposito cerró las manos en puños cuando sintió la mano del irlandés sobre su hombro, frenándole de cometer alguna tontería. Salió del despacho dándose el lujo de cerrar a su espalda de un portazo, haciendo temblar todos los cristales. Ambos sintieron los ojos de todos los presentes clavados en ellos y supieron que habían hablado en voz tan alta que se habían enterado de la discusión sin necesidad de cotillear. Con paso cansino, los casi cuatro días sin dormir pasándoles factura ahora, se encaminaron hombro con hombro hacia el ascensor.
Justo cuando las puertas se iban a cerrar, una mano estirada se coló entre ellas, frenándolas. Ambas placas metálicas se abrieron de nuevo para dar paso a la figura de Martha Rodgers, elegante a pesar del vestido arrugado y las bolsas bajo los ojos. Llevaba puesto su chubasquero y agarraba con fuerza su bolso, como la primera vez que Ryan la había visto. Entró con ellos en el ascensor y esperó a que las puertas estuvieran cerradas para girarse hacia ellos con una chispa de diversión en sus ojos azules.
- He pensado que, ya que no trabajáis allí, era inútil que me quedara. – comentó con un ligero encogimiento de hombros.
Esposito suspiró y el irlandés bajó la mirada al suelo, abochornado.
- Lo siento, así nos va a ser más complicado encontrarles pero lo conseguiremos. – se disculpó rascándose la nuca y alborotándose el rubio pelo.
- No les dejaremos a su suerte – sentenció el latino con seriedad.
Martha no pudo aguantarse y soltó una suave risita. Se llevó una mano a la boca que no ocultó su gran sonrisa.
- No estéis así de deprimidos, me hacéis sentir mal por jugar con vosotros.
Ambos compañeros intercambiaron una mirada confusa y volvieron a fijar sus ojos en la pelirroja, que estaba abriendo su bolso de marca.
- Veréis, cuando oí los gritos no pude evitar juntarme al resto de detectives y escuchar la pelea – explicó haciendo unos círculos con la mano como si fuera una parte de la historia que no tenía mucha importancia. – Supe que las cosas no iban a acabar bien así que decidí hacer uso del móvil que me regaló Richard hace años y que siempre me decía que algún día me salvaría de un apuro. – Sacó el iPhone y lo movió hasta que encontró la distancia adecuada para ver bien. Desbloqueó la pantalla y navegó por el menú con el índice. Entonces profirió una exclamación y les enseñó a los detectives su genial idea. – Saqué fotos de todo lo que teníais colgado en la pizarra, espero que sea suficiente.
- ¿Suficiente? ¡Nos acabas de salvar! – exclamó Ryan con entusiasmo. Con eso, las notas del interrogatorio de Bracken he llevaba en el bolsillo interior de la americana y un buen ordenador serían capaces de encontrarles.
Solo necesitaban tiempo.
-.-.-.-.-.-.-
"– ¡Lamento tanto tu pérdida!
Kate palideció de golpe y su fría calma se desmoronó a medida que leía entre líneas las palabras de Kelly Nieman y su insinuación calaba hondo en ella."
Oí a Beckett respirar bruscamente a mi derecha y me tensé en la silla. No había que tener un premio Nobel para anticipar su reacción.
- No… - dijo a media voz.
- ¿Qué? Perdona, querida, tendrás que hablar más alto si quieres que te oiga – dijo Kelly con petulancia.
- ¡NO! – gritó la detective. El guarda calvo cada vez tenía más problemas para mantenerla sentada en la silla pero ninguno de los dos cabecillas del grupo parecía muy preocupado por ello. Se notaba que no la conocían bien.
Me concentré en deslizar mis muñecas por la abrazadera de plástico. Había conseguido sacar la mano derecha hasta el talón de la mano, pero necesitaría liberar como mínimo el pulgar si quería librarme de ellas.
Y tenía que ser rápido.
- ¿No qué? – inquirió la rubia tras dar un sorbo a su vodka con hielo. Estaba jugando con Kate y esta lo sabía, pero estaba tan enfadada que no le importó seguirle el rollo.
- ¡Tú mataste a mi padre!
- Oh, no deberías hacer tales acusaciones sin pruebas, cariño – ronroneó. – Además, ¿no hablaste con el bueno del Doctor Williamson? El debió decirte que la causa de la muerte fue el cese de la actividad cerebral – ladeó la cabeza y arqueó las cejas en un gesto inocente. - ¿No?
Por toda respuesta, Beckett gruñó y forcejó contra el agarre del calvo.
- Yo de ti no intentaría escaparme - comentó Kelly con voz suave – No es aconsejable hacer enfadar a Brutus.
Oh, el famoso Brutus. Eso explicaba por qué me caía tan mal.
- Tampoco es aconsejable enfadarme a mí – amenazó la detective. Si las miradas matasen, Kelly Nieman estaría en ese momento más que muerta. Los ojos, normalmente verde avellana, de la detective se habían vuelto casi marrones oscuro y relucían de una manera tan siniestra que hasta a mí me daba escalofríos.
Pero, tanto marido como mujer, se limitaron a reírse y tomarse la amenaza en vano. Noté como mi pulgar estaba casi suelto, pero tenía que pensar en una forma de librarme de las manos de Royce, que me empujaban contra la silla con una fuerza inquebrantable. Quizá si…
Un grito, de advertencia y dolor, cortó el hilo de mis pensamientos. Me congelé, olvidando momentáneamente mis planes de escapada. Todos los presentes nos giramos para ver a Beckett librándose, de alguna forma que yo no había visto, del agarre de Brutus y utilizando la silla como arma, estampándosela contra la cara. El guarda cayó de rodillas al suelo antes de golpearse de bruces contra las baldosas, manchándolas de sangre. Aproveché la distracción para balancearme hacia un lado, empujando el brazo izquierdo de mi silla con todo mi peso. El hombre del tatuaje del dragón no lo vio venir y, para cuando me quiso sujetar, yo ya estaba rodando por el suelo. Con el impulso de la caída conseguí liberar la mano derecha de la abrazadera, que se deslizó, libre, por mi brazo hasta aterrizar en mi zapato. La tiré lejos de mí de una patada y busqué a Kate con la mirada.
Para entonces, Jerry había saltado frente a su mujer, protegiéndola medianamente con su cuerpo mientras gritaba a pleno pulmón la misma palabra en ruso. Supuse que estaría llamando al resto de sus guardas. Eso me hizo acordarme del californiano justo cuando uno de sus brazos apresó mi cuello, aplicando fuerza hasta que no pude respirar. Los pulmones me ardían, una espesa niebla negra comenzó a aparecer por los bordes de mi visión y sentí que las piernas me fallaban. Intenté una última vez liberarme de su agarre pero mis brazos pesaban como si estuvieran hechos de plomo.
- No soy tu enemigo – me susurró al oído.
Cabeceé, sin saber si había sido verdad o si me lo estaba imaginando por culpa de la falta de oxígeno. Oí el ruido de las pesadas botas de los guardias corriendo por el pasillo, los cargadores siendo introducidos en las pistolas y sus gritos en ruso. Este es el fin, me dije. Hasta aquí has llegado, Castle.
Pero Beckett no estaba dispuesta a rendirse. Con un grito, descargó toda la fuerza que sus brazos tenían en la pata de su silla rota, usándola como bate para golpear una de las piernas de Royce. Este gimió en mi oído y ambos caímos al suelo. Me arrastré como pude lejos de él mientras oía el sonido hueco de la pata impactando de nuevo contra algo compacto. Sin querer mirar, luchando por meter aire a través de mi magullada garganta, me coloqué de rodillas sobre el suelo. Un brazo de la detective me rodeó la cintura y se pasó el otro mío sobre el cuello.
- Vamos, Rick, ayúdame – susurró con urgencia.
Reuní toda la fuerza que fui capaz, la habitación dándome vueltas, y me levanté. Con paso tembloroso, Beckett me arrastró hasta una de las paredes de la sala.
- Ven… - Dolía. Hablar dolía.
Golpeé el brazo de Kate para llamar su atención y señalé hacia las ventanas. Ella asintió y cambió el rumbo para dirigirnos hacia allí. Me apoyé contra la pared, notando que las piernas ya comenzaban a obedecerme, sin dejar de mirar a la detective, quien estaba tratando de encontrar uno de los extremos del plástico que cubría la ventana.
Una mancha negra captó mi atención por el rabillo del ojo y volví la cabeza a tiempo para ver a cuatro o cinco matones quitando sincronizadamente el pestillo a las pistolas semi-automáticas que llevaban.
Grité algo sin ser consciente de haber pensado en hablar siquiera. Agarré la cintura de Beckett con los brazos mientras usaba mi impulso para romper el cristal en el preciso momento en el que la primera ráfaga de balas llovía sobre nosotros. Kate soltó una exclamación de sorpresa y ambos atravesamos una mezcla de plástico, cristales y balas sin saber qué nos esperaba al otro lado.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Anda que... la que has organizado en poco rato, jajajajaja y dices que sólo faltaban un par de capítulos, pues ya me contarás cómo van a ser para que esto se quede todo resuelto.
Por Dios qué tensión, como sigas mucho tiempo así, creo que no voy a sobrevivir a la historia, jajajajajaja
Muy interesante, muy bien escrita, con una historia que engancha en las primeras frases, para luego torturarte la mayor parte del tiempo, eso sí he de reconocer que ha habido algún que otro rato más que entretenido y sobre todo desternillante con estos dos, jajajajajajaja pero cuando te pones en plan dramático, me dejas el corazón como un higo chumbo, jajajajajaja
Bueno lo dicho que sigas y cuanto antes mejor que esto no puede soportarse mucho más sin sufrir algún... bueno eso jajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
Por Dios qué tensión, como sigas mucho tiempo así, creo que no voy a sobrevivir a la historia, jajajajajaja
Muy interesante, muy bien escrita, con una historia que engancha en las primeras frases, para luego torturarte la mayor parte del tiempo, eso sí he de reconocer que ha habido algún que otro rato más que entretenido y sobre todo desternillante con estos dos, jajajajajajaja pero cuando te pones en plan dramático, me dejas el corazón como un higo chumbo, jajajajajaja
Bueno lo dicho que sigas y cuanto antes mejor que esto no puede soportarse mucho más sin sufrir algún... bueno eso jajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
agecastbet- Escritor - Policia
- Mensajes : 2971
Fecha de inscripción : 27/12/2012
Localización : En la colina del loco - Madrid
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Cada vez está mas emocionante . ¿a dónde llevará la ventana por la que han salido? Esperemos que logren finalmente escapar y que por fin atrapen a todos esos maleantes.
Continúa pronto, deseando saber que pasará jejejejeje.
Continúa pronto, deseando saber que pasará jejejejeje.
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
El viernes tenía el capítulo ya listo para subirlo, pero tuvimos que salir hacia Madrid antes de tiempo y no podía actualizar hasta que no hubiera colocado todas mis cosas en el piso nuevo. Así que, lo siento por la tardanza. Os dejo leer ^_^
Martha abrió la puerta gris y granate del loft de su hijo notando una ligera opresión en el pecho. Una oleada de aire viciado y polvo les recibió e hizo toser.
- Creo recordar que Richard tenía un proyector – dijo la actriz mientras entraba en el piso y dejaba su bolso colgado de las escaleras. Ambos detectives la siguieron algo más inseguros, sintiendo que, de algún modo, estaban allanando el espacio privado de otra persona. – Lo compró para ver películas como en el cine sin tener que pagar el dinero de la entrada.
Esposito se despistó mirando los libros que adornaban ambas estanterías, franqueando la entrada al despacho del escritor. Sobre la mesa reposaba su ordenador portátil con la pantalla levantada. La pelirroja lo cogió y tuvo que reprimir un escalofrío, entregándoselo cuanto antes a Ryan.
- Por aquí, detectives.
Con la actriz de guía, los hombres salieron de nuevo al salón y se sentaron en la barra de la cocina a trabajar mientras Martha pululaba por detrás, abriendo armarios y sacando platos.
- ¿Cuánto hace que no coméis? – inquirió con una ceja enarcada.
- Yo compré una barrita Mars en la máquina esta mañana – contestó el irlandés sin apartar la vista de la pantalla y tecleando a toda velocidad.
- Yo comí unos Risquetos – se encogió de hombros el latino conectando el iPhone de la pelirroja al ordenador.
- ¡Eso no puede calificarse de comida! Os prepararé unos sándwiches.
- No hace falta…
- No – Martha alzó una mano cortando de golpe la protesta del rubio. – No es algo que se pueda discutir.
Necesitaba mantenerse ocupada y cocinar siempre la había ayudado. Además, así evitaba estar mirando el reloj de la cocina cada cinco minutos.
En ese preciso momento, Esposito le echó un vistazo a su reloj de muñeca y no pudo evitar una mueca.
- ¿Cuánto crees que tardarás en encontrar la casa?
- Poco – replicó Ryan sin dejar de escanear el Google Maps. – Había adelantado la mitad antes de que Demming llegara.
- ¿Aproximadamente? – insistió el latino.
- ¿Si te callas y me dejas trabajar? Diez minutos, veinte como mucho.
Espo asintió y cerró la boca. El tiempo corría inexorablemente y no sabían en qué estado se encontraban Castle y Beckett. Tenían que ser rápidos.
Veinticinco minutos más tarde, Ryan gritó en la cocina y Martha dejó caer un vaso de cristal al suelo por el susto.
Esposito bajó corriendo las escaleras, había ido al baño y justo estaba tirando de la cadena cuando había oído a su compañero. Abrochándose todavía el cinturón, se recolocó la camiseta y, con solo una mirada, ambos detectives se comunicaron.
- ¿Dónde? – preguntó el latino simplemente.
- 41.030684, - 72.316195.
Ryan cogió las llaves del coche de encima del montón de papeles que se habían convertido las fotos que la actriz había hecho. Sus ojos azules revolotearon por encima y pareció olvidarse de la prisa que llevaba.
- Espo, ¿qué hacemos con esto?
- ¿Qué? – preguntó su compañero con confusión. No entendía a qué venía esa pregunta, lo primordial era encontrar a Beckett y Castle.
- Me refiero a que no se lo podemos dar a un juez así como así, son todas nuestras pruebas, nuestras notas… Lo necesitaremos en el caso.
- ¿Y?
- Pues que ¿en quién podemos confiar y en quién no? – se le estaba agotando la paciencia. ¿Y si aquello era mucho más grande de lo que habían pensado en un primer momento? Alguien con el suficiente poder para sobornar a quien quisiera, era alguien terriblemente peligroso.
Esposito se paró a reflexionar en lo que había dicho el irlandés. Sabía que llevaba razón pero no entendía la necesidad de resolver ese problema en ese preciso momento y no esperar a tener a sus compañeros sanos y salvos en casa. Cambió el peso intermitentemente de un pie a otro, sus cejas juntándose hasta parecer casi la misma.
- No lo sé pero podemos discutirlo más tarde, ¿no crees? – replicó haciendo tintinear las llaves que el otro detective le había lanzado segundos antes.
Ryan ya estaba negando la cabeza incluso sin haber escuchado lo que el latino tenía que decirle.
- No me fío dejando estas pruebas aquí – se giró hacia la pelirroja, que les escuchaba atentamente desde detrás de la isla de la cocina, los cristales esparcidos aún a sus pies. – No por ti, Martha, sino porque no sabemos a quién nos enfrentamos. ¿Y si nos han seguido y aprovechan que hemos salido para entrar a robarnos evidencias?
El latino se irguió de golpe. Esa era una posibilidad bastante probable que no había considerado, ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Miró a la actriz y vio la sombra de temor que cruzaba por su cara a pesar de todos sus intentos de disimularla. No podían exponerla a ese riesgo. Se rascó la nuca, pensativo, y entonces una luz se encendió en su cabeza.
- Creo que sé de un juez que preferiría morir antes que ser corrupto. – Dijo con una ligera sonrisa.
- ¿Quién? – inquirió su compañero debatiéndose entre la urgencia y la esperanza.
- La dama de hierro.
Los ojos azules de Ryan se abrieron como platos y su rostro se relajó considerablemente. Echó un vistazo al reloj: habían perdido casi diez minutos.
Esposito le leyó la mente.
- No podemos hacer las dos cosas a la vez. – Constató.
- ¡Maldita sea! – farfulló el irlandés con frustración.
¿Qué hacían, asegurar sus pruebas y la vida de Martha o salvar a sus amigos?
La pelirroja pareció procesar toda la conversación y parpadeó varias veces como despertando de un sueño.
- Yo lo haré.
- ¿Qué? – exclamaron ambos detectives a la vez.
- Yo le llevaré los papeles al juez.
- Martha, es peligroso… - empezó a decir Ryan para disuadirla.
- No me digas eso cuando vosotros estáis a punto de ir a una casa medio abandonada para rescatar a mi hijo y a la detective Beckett. – Le cortó la actriz con un gesto de la mano. – Es lo mínimo que puedo hacer.
Se deshizo el nudo del delantal que se había puesto para proteger su vestido y ordenó el montón de impresos. Los guardó en su bolso de marca, calzándose los tacones al mismo tiempo y se paró frente a la puerta cerrada del loft para mirar a ambos hombres.
- No hay tiempo que perder – les recordó asiendo con fuerza el manillar. - ¿A dónde tengo que ir?
Minutos más tarde estaba bajándose del taxi frente a un edificio gris de aspecto frío y señorial. Entró, aprovechando que un vecino salía en ese momento, y se paró frente a los buzones buscando el apellido que Esposito le había escrito en un post-it: Gates. Piso cuarto, puerta B.
Llamó al ascensor y subió en la lenta máquina tamborileando el pie contra el suelo con impaciencia. Cuando un pitido anunció que había llegado a su destino, abrió la puerta de color marrón metálico de un empujón y buscó inmediatamente el piso adecuado.
Con los nudillos, golpeó varias veces y timbró otras dos veces más para asegurarse de que acudían con rapidez.
La puerta se abrió para dar paso a un hombre de color con rostro afable. Sus mejillas regordetas se estiraron al mismo tiempo que su cara adoptaba una expresión de sorpresa que pronto fue reemplazada por una de confusión cuando la mujer pelirroja vestida con un chubasquero que tan insistentemente había llamado a su puerta le empujaba hacia dentro y cerraba tras ella con un suspiro de alivio.
- Creo que no me han seguido, le pedí al taxista que diera varias vueltas innecesarias. – Resopló mientras se peinaba bien un pelo que se había despegado de su flequillo.
- Pe-perdone, ¿quién es usted?
- Martha Rodgers, pero eso ahora mismo no importa. Necesito su ayuda.
- ¿Mi ayuda?
- Sí, su ayuda, ¿acaso no me ha oído? – La actriz pasó la mirada por el hombre de baja estatura y su expresión de estupor - ¿Es usted sordo? – Inquirió vocalizando de más.
- ¡No! – exclamó él. – Si viene a venderme un audífono, debe saber que no me interesa – se dirigió a la puerta y posó una mano sobre el manillar para abrirla – Así que ya puede marcharse d…
- ¡No abra! – Martha se abalanzó sobre él, empujando con todo su cuerpo.
- Oiga, voy a llamar a la policía como no se vaya – amenazó el hombre señalándola con un dedo regordete.
- Señor Gates, necesito su ayuda. Mis amigos detectives necesitan su ayuda – se corrigió.
- ¿Señor…? ¿Cómo me ha llamado?
- Gates. – Ahora la confundida era Martha.
- Yo no… Señora, creo que está usted confundiéndose de persona.
- Pero en el buzón ponía…
El hombre la dejó hablando sola al meterse en un pasillo a la derecha del recibidor. La actriz oyó su voz retumbar en el pequeño piso pero no pudo distinguir bien lo que decía ni con quién estaba hablando. Entonces el miedo la paralizó. ¿Y si Esposito y Ryan se habían equivocado y sí era corrupto? ¿Y si en ese preciso momento estaba hablando con los asesinos que la secuestrarían y llevarían junto a su hijo? Oh, sí, a Richard eso le haría mucha gracia.
Estaba a punto de marcharse corriendo de la casa cuando unos tacones resonaron por el mismo pasillo por el cual el hombre había desaparecido. Martha giró para encarar a quien fuera que se estuviera acercando a ella y se sorprendió al encontrarse con una mujer de baja estatura, con piel marrón chocolate y pelo moreno. Tenía un rostro que habría resultado atractivo de no ser por el ceño permanentemente fruncido y su expresión de dureza. Los ojos azules de la actriz tropezaron con los perspicaces de la mujer y, de pronto, Martha sintió que no había nada que temer.
- ¿Quién es usted? – preguntó la morena con una voz sorprendentemente dulce.
- Martha Rodgers, vengo en nombre de los detectives Ryan y Esposito, de la comisaría…
- Doce, lo sé, pero creo haber oído que ya no tienen derecho al rango de detectives.
- Sí, bueno… - empezó a explicar la pelirroja.
- Dejémonos de rodeos y vayamos al grano, señora Rodgers – la cortó fríamente la mujer. - ¿Por qué está aquí?
- Necesitamos su ayuda con un caso. Tengo entendido que es usted jueza, señora Gates.
- ¿Y por qué yo precisamente?
Martha no se paró a pensarlo dos veces.
- Porque sabemos que podemos confiar en ti.
Victoria Gates se sorprendió ante aquella respuesta para nada esperada. Analizó más detalladamente a la mujer parada en el recibidor de su casa y vio los signos de su ansiedad por mucho que fuera una maestra en enmascararlos. Sus manos temblaban ligeramente y tenía la actitud de una presa que sabía que el cazador estaba observando todos y cada uno de sus movimientos, era consciente de que el final estaba cerca pero no sabía cómo ni cuándo ni por dónde esperarlo.
- Está bien – habló por fin la jueza. – Pasemos a mi despacho.
"Kate soltó una exclamación de sorpresa y ambos atravesamos una mezcla de plástico, cristales y balas sin saber qué nos esperaba al otro lado."
Sentí que mi estómago se quedaba en tierra firme cuando ya no hubo nada que nos sujetara. La gravedad nos reclamó y caímos cual peso pesado al suelo. Mi hombro izquierdo fue lo primero en tocar tierra y un dolor lacerante me recorrió el cuerpo entero cuando afiancé mi abrazo sobre Beckett.
Sujeté su cabeza contra mi pecho, tratando de protegerla lo máximo posible, y ambos caímos rodando por una ladera boscosa llena de ramas rotas, piedras y zarzas. Las plantas me arañaron las manos y cara, pero en lo único en lo que podía pensar era en dejar de dar vueltas y en Kate.
Al final, mi espalda chocó bruscamente contra el tronco de un árbol, frenándonos de golpe. Proferí un quejido, sintiendo todo el brazo izquierdo insensible. Era como si no pudiera sentir más dolor del que ya recorría mi cuerpo. Las heridas de las zarzas me sangraban y escocían, y el hombro que probablemente me había dislocado hacía que mi mente derivara por los bordes de la inconsciencia.
Pero solo podía pensar en Beckett.
- Kate – murmuré entre dientes, gruñendo al tratar de deslizarme de debajo de ella. - ¡Kate! – ahora la urgencia teñía mi voz ante su falta de respuesta.
Rodeé su cara entre mis manos y golpeé suavemente su mejilla. Sus ojos estaban cerrados y, afortunadamente, su cara se había librado de ser arañada por las plantas. La sacudí otra vez, esta vez con más ímpetu, no sabía dónde estábamos o si nos perseguían.
- Kate, vamos, ¡despierta!
Examiné su cuerpo en busca de una herida grave. Respiraba con la profundidad de una persona dormida y eso me tranquilizó, además de la constatación de que ninguna bala había alcanzado su cuerpo ni tenía huesos rotos, aparentemente. Entonces un hilillo de sangre cayendo de su sien llamó mi atención y vi una brecha en su cabeza. Apreté los dientes, se había golpeado la cabeza a pesar de todos mis intentos de protegerla.
- Kate, cariño, tienes que despertar – susurré volviendo a golpear su mejilla. La tumbé con cuidado de no dejarla sobre una piedra o zarza y me arrodillé a su lado ignorando el lacerante dolor de mi brazo izquierdo. Miré a nuestro alrededor pero los árboles me ocultaban la casa. Aunque eso me proporcionaba algo de alivio, sabía que no les costaría mucho encontrarnos si nos quedábamos allí. - ¡Kate! ¡Vamos! – Pasé un brazo bajo sus piernas pero en cuanto intenté levantar su peso, un grito de dolor se escapó de mis labios y tuve que volver a dejarla sobre el suelo. – Kate, no puedo llevarte, ¡por favor! – Lágrimas de impotencia picaban en mis ojos.
Oí ladridos de perro y gritos en ruso. Volví a intentarlo con el mismo resultado. No podía con ella, tenía el brazo izquierdo inutilizado. Mierdamierdamierdamierda.
- ¡Kate! – grité zarandeándola sin ningún cuidado.
Gimió suavemente y sus párpados temblaron. Casi lloré de alivio, pero la llamé una y otra vez sin descanso sabiendo que no podía dejar que cayera de nuevo en la inconsciencia. No sabía qué tipo de contusión tenía y podía ser peligroso para ella que se durmiera. Podía no volver a despertarse.
- Nos están persiguiendo.
Fueron las palabras mágicas. Sus ojos verdes se abrieron de golpe y se incorporó con brusquedad, aunque se llevó una mano a la cabeza y gruñó. Vi cómo enfocaba lo que nos rodeaba y fruncía el ceño cuando tropezó con mi cara.
- ¡Dios mío, Castle! – exclamó olvidándose de su mareo. Sus manos volaron hacia mí, sin saber bien qué hacer, pero acabaron abrazándome. Mi grito de dolor la hizo separarse, el miedo oscureciendo su cara. - ¿Qué ocurre? ¿Te alcanzó una bala?
- No, me debí de dislocar el hombro con la caída.
Su cara mostró comprensión y buscó inconscientemente la ladera por la que habíamos rodado, pero los árboles la ocultaban de nuestra vista. El aire trajo consigo los gritos en ruso y ella palideció.
- ¿Puedes caminar? – inquirió mientras ella misma usaba el árbol como apoyo para levantarse.
- Más me vale – mascullé. Doblé el brazo izquierdo contra mi pecho y me incorporé. Dolía, pero había experimentado cosas peores. Asentí para hacerle ver a la detective que me encontraba bien y ella entrelazó sus dedos con los de mi mano derecha, guiándome hacia el interior del bosque.
Corrimos entre los árboles, saltando ramas caídas y esquivando zarzas traicioneras. Tropezábamos constantemente debido a nuestras lesiones, Beckett todavía se encontraba algo mareada y su paso era bastante inestable, pero apoyándonos el uno en el otro conseguimos avanzar más o menos rápido. Los ladridos de perro estaban cada vez más cerca sin importar hacia dónde nos dirigiésemos.
Entonces un gran muro de piedra apareció de golpe tras unos matorrales y chocamos contra él.
- No… - susurró Beckett con desesperación.
Pasó las manos a lo largo de la pared, en busca de algo a lo que pode agarrarse para atravesarlo, pero era liso e infranqueable. Por si la altura del muro no era una medida disuasoria, unos pinchos metálicos adornaban la parte superior, reluciendo de manera amenazante bajo los rayos de sol que se colaban por entre las ramas de los árboles.
- Kate, se están acercando – avisé sin apartar la vista del bosque que se extendía a nuestras espaldas, casi esperando que un perro rabioso saltara en cualquier momento con los dientes por delante.
- Tiene que haber una manera de salir de aquí…
- Kate.
- Una verja o algo…
- ¡Kate! ¡Olvídalo, se nos están echando encima! – corté sin ningún miramiento su desvarío e ignoré su mirada furibunda. – No encontraremos otra salida si estamos muertos.
Apretó los labios hasta formar una fina línea con ellos y volvimos a escondernos tras los árboles.
- Castle, espera… - me frenó ella frunciendo el ceño y ladeando la cabeza.
- Beckett…
- Sshh, he oído algo. – Me tapó la boca con un labio y ambos nos agazapamos tras unas ramas bajas.
Tres guardas entraron en el sendero, si se le podía llamar así, donde nosotros habíamos estado hacía menos de un minuto. Pisaban con cautela pero sus gruesas botas eran bastante ruidosas y, gracias a dios, no llevaban perros con ellos.
- ¿Qué hacemos? – vocalicé sin pronunciar palabra alguna.
La detective analizó a los tres hombres y se comunicó conmigo por señas. Yo me encargaba de uno y ella de los otros dos. Sacudí la cabeza, sin estar de acuerdo con ese plan, pero ella se llevó una mano a la cadera y señaló mi brazo izquierdo. Vale, sí, estaba lisiado y era poco útil. Me encogí de hombros, resignado. Beckett apartó algunas ramas para poder planear su ataque y yo me deslicé, silencioso como una sombra, hasta esconderme tras el grueso tronco de un roble. Los guardas todavía no habían llegado hasta donde estábamos nosotros, les quedaban unos pocos pasos.
De árbol en árbol, cruce hacia el otro lado y le hice señas a Kate para que supiera dónde estaba y cuál de los tres me pedía yo. Miré al suelo y revolví entre las hojas caídas hasta que mi pie golpeó una piedra, la cual agarré bien con la mano derecha, apretando los dedos hasta que se me pusieron blancos. Me tensé a la espera de que nos sobrepasaran.
Pero Beckett se adelantó y saltó desde detrás de los matorrales, derribando al que le tenía más cerca. Ambos cayeron al suelo en medio de una maraña de pies y brazos. Sabiendo que tenía que actuar inmediatamente si quería evitar que uno de los dos restantes disparara a la detective, rodeé el tronco del árbol y golpeé la cabeza del guarda que me quedaba más cerca con toda la fuerza que fui capaz de reunir. Oí un espantoso crujido cuando la piedra hizo contacto contra el cráneo y el hombre cayó al suelo sin tiempo para proferir quejido alguno. Tiré la piedra al suelo, asqueado, y lancé el puño sin más dilación contra la mandíbula del único guarda que quedaba en pie. Él apenas trastabilló unos pasos hacia atrás, ni se inmutó, y movió la boca mientras clavaba sus desapasionados ojos grises en los míos. Me invadió el frío cuando el seguro de la pistola chascó.
- ¿Últimas palabras? – preguntó marcando la "r" en exceso.
Abrí la boca para contestar justo cuando una rama descendía con fuerza sobre la espalda del ruso. Este masculló una palabrota y se dobló hacia delante, cayendo de rodillas frente a mí.
- Dulces sueños – repliqué con una sonrisa torcida mientras cogía impulso y le daba una patada.
Mi mirada se encontró con la de Kate, que respiraba entrecortadamente, todavía con la gruesa rama entre las manos. Afianzó su mano sobre el palo e hizo un gesto con la cabeza hacia los árboles. Yo me limité a asentir y abandonamos ese pequeño claro, dejando a los tres guardas inconscientes – o muertos – detrás. Desde dentro del bosque, seguimos el muro a la espera de encontrar una verja por la que poder escapar. Nos encontramos con varios guardas más, pero teníamos el factor sorpresa a nuestro favor así que fueron fáciles de despachar a pesar de que ambos estábamos agotados, hambrientos y heridos. Nos movíamos con más lentitud que los guardas y, sin embargo, conseguimos librarnos de ser descubiertos.
Entonces…
- ¡Castle, la verja! – exclamó Beckett señalando hacia una abertura.
Efectivamente, los árboles se cortaban abruptamente para dar paso a un polvoriento camino. Y ahí estaba la verja, de hierro forjado negro y extremos puntiagudos.
- Kate, no sé…
Pero ella ya había salido corriendo.
Seguí sus pasos maldiciendo interiormente. No me gustaba aquello, no conseguía librarme de la sensación de que todo era demasiado fácil. ¿Cómo podíamos habernos librado tan sencillamente de asesinos profesionales? ¿Dónde estaban los perros que habíamos oído antes? ¿Por qué no nos disparaban directamente? Había gato encerrado y no conseguía descubrir su porqué. Mitad de mi cabeza estaba embotada por el dolor y causaba que la otra mitad no fuera capaz de pensar correctamente por sí sola. Apreté los dientes y salí del abrigo que nos proporcionaban los árboles.
Me quedé paralizado a medio paso: un pie todavía en el bosque y el otro en el camino. El aire levantaba polvo y me picaba en los ojos, así que los entrecerré y contemplé el espectáculo que se extendía frente a mí: Tyson estaba agarrando a Beckett, un brazo cruzado sobre sus hombros y la pistola descansando tranquilamente contra la sien de la detective, cuyo rostro estaba contraído por la rabia. Frente a ellos, Kelly me miraba con diversión, una mano apoyada en su cadera y la otra apuntándome con una semi-automática.
- Sabía que no podías estar muy lejos – comentó con la sonrisa traspasándole a la voz. Sus rojos labios se curvaron en una expresión siniestra y movió la pistola para indicarme que me acercara.
Alcé el brazo derecho con la palma de la mano estirada.
- ¿Puede una de vuestras mayores cualidades ser, al mismo tiempo, vuestro mayor defecto? – reflexionó en voz alta dando la impresión de que nos estaba ignorando. Sin embargo, no iba a tentar a la suerte y comprobarlo tratando de huir. – Yo misma os contestaré: sí. Creéis que siempre vais a salir victoriosos… Bueno, pues dejadme aclararos una cosa, esta – señaló con la Glock al suelo – es la vida real y aquí los malos también ganan. La justicia que tanto intentáis impartir no es más que una ilusión, una mentira del Gobierno para mantenernos contentos. No existe, está tan corrupta como el propio ser humano y, ¿sabéis por qué? Porque él la inventó y él la corrompió con su ansia de controlar todo. Va en nuestra naturaleza – se encogió de hombros con simpleza.
Entonces pareció fijarse realmente en nosotros.
- Miraros: heridos, manchados de tierra, desaliñados, con la ropa rota. ¿Es esa la imagen que una persona que busca impartir justicia o la de una persona derrotada por la maldad? – Se quedó callada unos segundos como si esperara una respuesta – No contestéis, todos sabemos cuál de las dos opciones es.
Como Beckett estaba bien apresada en el agarre de su marido, Kelly no se paró a mirarla dos veces, giró sobre sus tacones levantando una nube de polvo tras sus pasos, acercándose a mí hasta quedar a tan solo unos centímetros de distancia. De no haber tenido mi brazo herido doblado sobre el pecho, nuestras narices habrían estado prácticamente rozándose. Entrecerró los ojos y ladeó la cabeza como si me encontrara inmensamente interesante pero a la vez incomprensible.
- ¿Quieres que te cuente algo realmente gracioso? – No contesté, vi en su mirada que no quería que lo hiciera. Alcé la barbilla con orgullo y endurecí mi mandíbula hasta que me dolieron los dientes. – Estaba dispuesta a perdonarte, Ricky – confesó. Hizo un movimiento con la pistola que me sobresaltó, pero se contentó con acariciar mi mejilla con el cañón. – Lo sé, habría sido una tremenda estupidez y, sin embargo, estaba considerando esa remota posibilidad mientras os relataba mi historia. Podría haberse hecho realidad pero… - torció el gesto – Deberías controlarla mejor – comentó señalando con un gesto de cabeza hacia la detective, que la fulminó con la mirada como toda respuesta.
- No la trates como si fuera un perro al que hubiera que educar – repliqué. Me sorprendió la firmeza de mi voz cuando todo yo estaba temblando.
- Más bien una perra – murmuró Tyson.
Beckett se revolvió y yo di un paso hacia adelante con aire amenazador. Pero una mano se posó en mi pecho, frenándome, y me centré de nuevo en la rubia. Estaba negando con la cabeza.
- Me da pena tener que hacer esto pero no me habéis dejado otra opción… - suspiró con demasiada teatralidad como para ser cierto y, en un movimiento tan rápido que no lo vi venir, colocó la pistola bajo mi mandíbula.
El frío acero del cañón me mordió la piel del cuello mientras mi cabeza se veía forzada a levantarse.
- Adiós, Ricky.
El sonido de una pistola al dispararse retumbó por el camino polvoriento, llevando su eco al bosque y haciéndolo resonar de árbol en árbol.
-x-
Capítulo 104:
Martha abrió la puerta gris y granate del loft de su hijo notando una ligera opresión en el pecho. Una oleada de aire viciado y polvo les recibió e hizo toser.
- Creo recordar que Richard tenía un proyector – dijo la actriz mientras entraba en el piso y dejaba su bolso colgado de las escaleras. Ambos detectives la siguieron algo más inseguros, sintiendo que, de algún modo, estaban allanando el espacio privado de otra persona. – Lo compró para ver películas como en el cine sin tener que pagar el dinero de la entrada.
Esposito se despistó mirando los libros que adornaban ambas estanterías, franqueando la entrada al despacho del escritor. Sobre la mesa reposaba su ordenador portátil con la pantalla levantada. La pelirroja lo cogió y tuvo que reprimir un escalofrío, entregándoselo cuanto antes a Ryan.
- Por aquí, detectives.
Con la actriz de guía, los hombres salieron de nuevo al salón y se sentaron en la barra de la cocina a trabajar mientras Martha pululaba por detrás, abriendo armarios y sacando platos.
- ¿Cuánto hace que no coméis? – inquirió con una ceja enarcada.
- Yo compré una barrita Mars en la máquina esta mañana – contestó el irlandés sin apartar la vista de la pantalla y tecleando a toda velocidad.
- Yo comí unos Risquetos – se encogió de hombros el latino conectando el iPhone de la pelirroja al ordenador.
- ¡Eso no puede calificarse de comida! Os prepararé unos sándwiches.
- No hace falta…
- No – Martha alzó una mano cortando de golpe la protesta del rubio. – No es algo que se pueda discutir.
Necesitaba mantenerse ocupada y cocinar siempre la había ayudado. Además, así evitaba estar mirando el reloj de la cocina cada cinco minutos.
En ese preciso momento, Esposito le echó un vistazo a su reloj de muñeca y no pudo evitar una mueca.
- ¿Cuánto crees que tardarás en encontrar la casa?
- Poco – replicó Ryan sin dejar de escanear el Google Maps. – Había adelantado la mitad antes de que Demming llegara.
- ¿Aproximadamente? – insistió el latino.
- ¿Si te callas y me dejas trabajar? Diez minutos, veinte como mucho.
Espo asintió y cerró la boca. El tiempo corría inexorablemente y no sabían en qué estado se encontraban Castle y Beckett. Tenían que ser rápidos.
Veinticinco minutos más tarde, Ryan gritó en la cocina y Martha dejó caer un vaso de cristal al suelo por el susto.
Esposito bajó corriendo las escaleras, había ido al baño y justo estaba tirando de la cadena cuando había oído a su compañero. Abrochándose todavía el cinturón, se recolocó la camiseta y, con solo una mirada, ambos detectives se comunicaron.
- ¿Dónde? – preguntó el latino simplemente.
- 41.030684, - 72.316195.
Ryan cogió las llaves del coche de encima del montón de papeles que se habían convertido las fotos que la actriz había hecho. Sus ojos azules revolotearon por encima y pareció olvidarse de la prisa que llevaba.
- Espo, ¿qué hacemos con esto?
- ¿Qué? – preguntó su compañero con confusión. No entendía a qué venía esa pregunta, lo primordial era encontrar a Beckett y Castle.
- Me refiero a que no se lo podemos dar a un juez así como así, son todas nuestras pruebas, nuestras notas… Lo necesitaremos en el caso.
- ¿Y?
- Pues que ¿en quién podemos confiar y en quién no? – se le estaba agotando la paciencia. ¿Y si aquello era mucho más grande de lo que habían pensado en un primer momento? Alguien con el suficiente poder para sobornar a quien quisiera, era alguien terriblemente peligroso.
Esposito se paró a reflexionar en lo que había dicho el irlandés. Sabía que llevaba razón pero no entendía la necesidad de resolver ese problema en ese preciso momento y no esperar a tener a sus compañeros sanos y salvos en casa. Cambió el peso intermitentemente de un pie a otro, sus cejas juntándose hasta parecer casi la misma.
- No lo sé pero podemos discutirlo más tarde, ¿no crees? – replicó haciendo tintinear las llaves que el otro detective le había lanzado segundos antes.
Ryan ya estaba negando la cabeza incluso sin haber escuchado lo que el latino tenía que decirle.
- No me fío dejando estas pruebas aquí – se giró hacia la pelirroja, que les escuchaba atentamente desde detrás de la isla de la cocina, los cristales esparcidos aún a sus pies. – No por ti, Martha, sino porque no sabemos a quién nos enfrentamos. ¿Y si nos han seguido y aprovechan que hemos salido para entrar a robarnos evidencias?
El latino se irguió de golpe. Esa era una posibilidad bastante probable que no había considerado, ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Miró a la actriz y vio la sombra de temor que cruzaba por su cara a pesar de todos sus intentos de disimularla. No podían exponerla a ese riesgo. Se rascó la nuca, pensativo, y entonces una luz se encendió en su cabeza.
- Creo que sé de un juez que preferiría morir antes que ser corrupto. – Dijo con una ligera sonrisa.
- ¿Quién? – inquirió su compañero debatiéndose entre la urgencia y la esperanza.
- La dama de hierro.
Los ojos azules de Ryan se abrieron como platos y su rostro se relajó considerablemente. Echó un vistazo al reloj: habían perdido casi diez minutos.
Esposito le leyó la mente.
- No podemos hacer las dos cosas a la vez. – Constató.
- ¡Maldita sea! – farfulló el irlandés con frustración.
¿Qué hacían, asegurar sus pruebas y la vida de Martha o salvar a sus amigos?
La pelirroja pareció procesar toda la conversación y parpadeó varias veces como despertando de un sueño.
- Yo lo haré.
- ¿Qué? – exclamaron ambos detectives a la vez.
- Yo le llevaré los papeles al juez.
- Martha, es peligroso… - empezó a decir Ryan para disuadirla.
- No me digas eso cuando vosotros estáis a punto de ir a una casa medio abandonada para rescatar a mi hijo y a la detective Beckett. – Le cortó la actriz con un gesto de la mano. – Es lo mínimo que puedo hacer.
Se deshizo el nudo del delantal que se había puesto para proteger su vestido y ordenó el montón de impresos. Los guardó en su bolso de marca, calzándose los tacones al mismo tiempo y se paró frente a la puerta cerrada del loft para mirar a ambos hombres.
- No hay tiempo que perder – les recordó asiendo con fuerza el manillar. - ¿A dónde tengo que ir?
Minutos más tarde estaba bajándose del taxi frente a un edificio gris de aspecto frío y señorial. Entró, aprovechando que un vecino salía en ese momento, y se paró frente a los buzones buscando el apellido que Esposito le había escrito en un post-it: Gates. Piso cuarto, puerta B.
Llamó al ascensor y subió en la lenta máquina tamborileando el pie contra el suelo con impaciencia. Cuando un pitido anunció que había llegado a su destino, abrió la puerta de color marrón metálico de un empujón y buscó inmediatamente el piso adecuado.
Con los nudillos, golpeó varias veces y timbró otras dos veces más para asegurarse de que acudían con rapidez.
La puerta se abrió para dar paso a un hombre de color con rostro afable. Sus mejillas regordetas se estiraron al mismo tiempo que su cara adoptaba una expresión de sorpresa que pronto fue reemplazada por una de confusión cuando la mujer pelirroja vestida con un chubasquero que tan insistentemente había llamado a su puerta le empujaba hacia dentro y cerraba tras ella con un suspiro de alivio.
- Creo que no me han seguido, le pedí al taxista que diera varias vueltas innecesarias. – Resopló mientras se peinaba bien un pelo que se había despegado de su flequillo.
- Pe-perdone, ¿quién es usted?
- Martha Rodgers, pero eso ahora mismo no importa. Necesito su ayuda.
- ¿Mi ayuda?
- Sí, su ayuda, ¿acaso no me ha oído? – La actriz pasó la mirada por el hombre de baja estatura y su expresión de estupor - ¿Es usted sordo? – Inquirió vocalizando de más.
- ¡No! – exclamó él. – Si viene a venderme un audífono, debe saber que no me interesa – se dirigió a la puerta y posó una mano sobre el manillar para abrirla – Así que ya puede marcharse d…
- ¡No abra! – Martha se abalanzó sobre él, empujando con todo su cuerpo.
- Oiga, voy a llamar a la policía como no se vaya – amenazó el hombre señalándola con un dedo regordete.
- Señor Gates, necesito su ayuda. Mis amigos detectives necesitan su ayuda – se corrigió.
- ¿Señor…? ¿Cómo me ha llamado?
- Gates. – Ahora la confundida era Martha.
- Yo no… Señora, creo que está usted confundiéndose de persona.
- Pero en el buzón ponía…
El hombre la dejó hablando sola al meterse en un pasillo a la derecha del recibidor. La actriz oyó su voz retumbar en el pequeño piso pero no pudo distinguir bien lo que decía ni con quién estaba hablando. Entonces el miedo la paralizó. ¿Y si Esposito y Ryan se habían equivocado y sí era corrupto? ¿Y si en ese preciso momento estaba hablando con los asesinos que la secuestrarían y llevarían junto a su hijo? Oh, sí, a Richard eso le haría mucha gracia.
Estaba a punto de marcharse corriendo de la casa cuando unos tacones resonaron por el mismo pasillo por el cual el hombre había desaparecido. Martha giró para encarar a quien fuera que se estuviera acercando a ella y se sorprendió al encontrarse con una mujer de baja estatura, con piel marrón chocolate y pelo moreno. Tenía un rostro que habría resultado atractivo de no ser por el ceño permanentemente fruncido y su expresión de dureza. Los ojos azules de la actriz tropezaron con los perspicaces de la mujer y, de pronto, Martha sintió que no había nada que temer.
- ¿Quién es usted? – preguntó la morena con una voz sorprendentemente dulce.
- Martha Rodgers, vengo en nombre de los detectives Ryan y Esposito, de la comisaría…
- Doce, lo sé, pero creo haber oído que ya no tienen derecho al rango de detectives.
- Sí, bueno… - empezó a explicar la pelirroja.
- Dejémonos de rodeos y vayamos al grano, señora Rodgers – la cortó fríamente la mujer. - ¿Por qué está aquí?
- Necesitamos su ayuda con un caso. Tengo entendido que es usted jueza, señora Gates.
- ¿Y por qué yo precisamente?
Martha no se paró a pensarlo dos veces.
- Porque sabemos que podemos confiar en ti.
Victoria Gates se sorprendió ante aquella respuesta para nada esperada. Analizó más detalladamente a la mujer parada en el recibidor de su casa y vio los signos de su ansiedad por mucho que fuera una maestra en enmascararlos. Sus manos temblaban ligeramente y tenía la actitud de una presa que sabía que el cazador estaba observando todos y cada uno de sus movimientos, era consciente de que el final estaba cerca pero no sabía cómo ni cuándo ni por dónde esperarlo.
- Está bien – habló por fin la jueza. – Pasemos a mi despacho.
-.-.-.-.-.-.-
"Kate soltó una exclamación de sorpresa y ambos atravesamos una mezcla de plástico, cristales y balas sin saber qué nos esperaba al otro lado."
Sentí que mi estómago se quedaba en tierra firme cuando ya no hubo nada que nos sujetara. La gravedad nos reclamó y caímos cual peso pesado al suelo. Mi hombro izquierdo fue lo primero en tocar tierra y un dolor lacerante me recorrió el cuerpo entero cuando afiancé mi abrazo sobre Beckett.
Sujeté su cabeza contra mi pecho, tratando de protegerla lo máximo posible, y ambos caímos rodando por una ladera boscosa llena de ramas rotas, piedras y zarzas. Las plantas me arañaron las manos y cara, pero en lo único en lo que podía pensar era en dejar de dar vueltas y en Kate.
Al final, mi espalda chocó bruscamente contra el tronco de un árbol, frenándonos de golpe. Proferí un quejido, sintiendo todo el brazo izquierdo insensible. Era como si no pudiera sentir más dolor del que ya recorría mi cuerpo. Las heridas de las zarzas me sangraban y escocían, y el hombro que probablemente me había dislocado hacía que mi mente derivara por los bordes de la inconsciencia.
Pero solo podía pensar en Beckett.
- Kate – murmuré entre dientes, gruñendo al tratar de deslizarme de debajo de ella. - ¡Kate! – ahora la urgencia teñía mi voz ante su falta de respuesta.
Rodeé su cara entre mis manos y golpeé suavemente su mejilla. Sus ojos estaban cerrados y, afortunadamente, su cara se había librado de ser arañada por las plantas. La sacudí otra vez, esta vez con más ímpetu, no sabía dónde estábamos o si nos perseguían.
- Kate, vamos, ¡despierta!
Examiné su cuerpo en busca de una herida grave. Respiraba con la profundidad de una persona dormida y eso me tranquilizó, además de la constatación de que ninguna bala había alcanzado su cuerpo ni tenía huesos rotos, aparentemente. Entonces un hilillo de sangre cayendo de su sien llamó mi atención y vi una brecha en su cabeza. Apreté los dientes, se había golpeado la cabeza a pesar de todos mis intentos de protegerla.
- Kate, cariño, tienes que despertar – susurré volviendo a golpear su mejilla. La tumbé con cuidado de no dejarla sobre una piedra o zarza y me arrodillé a su lado ignorando el lacerante dolor de mi brazo izquierdo. Miré a nuestro alrededor pero los árboles me ocultaban la casa. Aunque eso me proporcionaba algo de alivio, sabía que no les costaría mucho encontrarnos si nos quedábamos allí. - ¡Kate! ¡Vamos! – Pasé un brazo bajo sus piernas pero en cuanto intenté levantar su peso, un grito de dolor se escapó de mis labios y tuve que volver a dejarla sobre el suelo. – Kate, no puedo llevarte, ¡por favor! – Lágrimas de impotencia picaban en mis ojos.
Oí ladridos de perro y gritos en ruso. Volví a intentarlo con el mismo resultado. No podía con ella, tenía el brazo izquierdo inutilizado. Mierdamierdamierdamierda.
- ¡Kate! – grité zarandeándola sin ningún cuidado.
Gimió suavemente y sus párpados temblaron. Casi lloré de alivio, pero la llamé una y otra vez sin descanso sabiendo que no podía dejar que cayera de nuevo en la inconsciencia. No sabía qué tipo de contusión tenía y podía ser peligroso para ella que se durmiera. Podía no volver a despertarse.
- Nos están persiguiendo.
Fueron las palabras mágicas. Sus ojos verdes se abrieron de golpe y se incorporó con brusquedad, aunque se llevó una mano a la cabeza y gruñó. Vi cómo enfocaba lo que nos rodeaba y fruncía el ceño cuando tropezó con mi cara.
- ¡Dios mío, Castle! – exclamó olvidándose de su mareo. Sus manos volaron hacia mí, sin saber bien qué hacer, pero acabaron abrazándome. Mi grito de dolor la hizo separarse, el miedo oscureciendo su cara. - ¿Qué ocurre? ¿Te alcanzó una bala?
- No, me debí de dislocar el hombro con la caída.
Su cara mostró comprensión y buscó inconscientemente la ladera por la que habíamos rodado, pero los árboles la ocultaban de nuestra vista. El aire trajo consigo los gritos en ruso y ella palideció.
- ¿Puedes caminar? – inquirió mientras ella misma usaba el árbol como apoyo para levantarse.
- Más me vale – mascullé. Doblé el brazo izquierdo contra mi pecho y me incorporé. Dolía, pero había experimentado cosas peores. Asentí para hacerle ver a la detective que me encontraba bien y ella entrelazó sus dedos con los de mi mano derecha, guiándome hacia el interior del bosque.
Corrimos entre los árboles, saltando ramas caídas y esquivando zarzas traicioneras. Tropezábamos constantemente debido a nuestras lesiones, Beckett todavía se encontraba algo mareada y su paso era bastante inestable, pero apoyándonos el uno en el otro conseguimos avanzar más o menos rápido. Los ladridos de perro estaban cada vez más cerca sin importar hacia dónde nos dirigiésemos.
Entonces un gran muro de piedra apareció de golpe tras unos matorrales y chocamos contra él.
- No… - susurró Beckett con desesperación.
Pasó las manos a lo largo de la pared, en busca de algo a lo que pode agarrarse para atravesarlo, pero era liso e infranqueable. Por si la altura del muro no era una medida disuasoria, unos pinchos metálicos adornaban la parte superior, reluciendo de manera amenazante bajo los rayos de sol que se colaban por entre las ramas de los árboles.
- Kate, se están acercando – avisé sin apartar la vista del bosque que se extendía a nuestras espaldas, casi esperando que un perro rabioso saltara en cualquier momento con los dientes por delante.
- Tiene que haber una manera de salir de aquí…
- Kate.
- Una verja o algo…
- ¡Kate! ¡Olvídalo, se nos están echando encima! – corté sin ningún miramiento su desvarío e ignoré su mirada furibunda. – No encontraremos otra salida si estamos muertos.
Apretó los labios hasta formar una fina línea con ellos y volvimos a escondernos tras los árboles.
- Castle, espera… - me frenó ella frunciendo el ceño y ladeando la cabeza.
- Beckett…
- Sshh, he oído algo. – Me tapó la boca con un labio y ambos nos agazapamos tras unas ramas bajas.
Tres guardas entraron en el sendero, si se le podía llamar así, donde nosotros habíamos estado hacía menos de un minuto. Pisaban con cautela pero sus gruesas botas eran bastante ruidosas y, gracias a dios, no llevaban perros con ellos.
- ¿Qué hacemos? – vocalicé sin pronunciar palabra alguna.
La detective analizó a los tres hombres y se comunicó conmigo por señas. Yo me encargaba de uno y ella de los otros dos. Sacudí la cabeza, sin estar de acuerdo con ese plan, pero ella se llevó una mano a la cadera y señaló mi brazo izquierdo. Vale, sí, estaba lisiado y era poco útil. Me encogí de hombros, resignado. Beckett apartó algunas ramas para poder planear su ataque y yo me deslicé, silencioso como una sombra, hasta esconderme tras el grueso tronco de un roble. Los guardas todavía no habían llegado hasta donde estábamos nosotros, les quedaban unos pocos pasos.
De árbol en árbol, cruce hacia el otro lado y le hice señas a Kate para que supiera dónde estaba y cuál de los tres me pedía yo. Miré al suelo y revolví entre las hojas caídas hasta que mi pie golpeó una piedra, la cual agarré bien con la mano derecha, apretando los dedos hasta que se me pusieron blancos. Me tensé a la espera de que nos sobrepasaran.
Pero Beckett se adelantó y saltó desde detrás de los matorrales, derribando al que le tenía más cerca. Ambos cayeron al suelo en medio de una maraña de pies y brazos. Sabiendo que tenía que actuar inmediatamente si quería evitar que uno de los dos restantes disparara a la detective, rodeé el tronco del árbol y golpeé la cabeza del guarda que me quedaba más cerca con toda la fuerza que fui capaz de reunir. Oí un espantoso crujido cuando la piedra hizo contacto contra el cráneo y el hombre cayó al suelo sin tiempo para proferir quejido alguno. Tiré la piedra al suelo, asqueado, y lancé el puño sin más dilación contra la mandíbula del único guarda que quedaba en pie. Él apenas trastabilló unos pasos hacia atrás, ni se inmutó, y movió la boca mientras clavaba sus desapasionados ojos grises en los míos. Me invadió el frío cuando el seguro de la pistola chascó.
- ¿Últimas palabras? – preguntó marcando la "r" en exceso.
Abrí la boca para contestar justo cuando una rama descendía con fuerza sobre la espalda del ruso. Este masculló una palabrota y se dobló hacia delante, cayendo de rodillas frente a mí.
- Dulces sueños – repliqué con una sonrisa torcida mientras cogía impulso y le daba una patada.
Mi mirada se encontró con la de Kate, que respiraba entrecortadamente, todavía con la gruesa rama entre las manos. Afianzó su mano sobre el palo e hizo un gesto con la cabeza hacia los árboles. Yo me limité a asentir y abandonamos ese pequeño claro, dejando a los tres guardas inconscientes – o muertos – detrás. Desde dentro del bosque, seguimos el muro a la espera de encontrar una verja por la que poder escapar. Nos encontramos con varios guardas más, pero teníamos el factor sorpresa a nuestro favor así que fueron fáciles de despachar a pesar de que ambos estábamos agotados, hambrientos y heridos. Nos movíamos con más lentitud que los guardas y, sin embargo, conseguimos librarnos de ser descubiertos.
Entonces…
- ¡Castle, la verja! – exclamó Beckett señalando hacia una abertura.
Efectivamente, los árboles se cortaban abruptamente para dar paso a un polvoriento camino. Y ahí estaba la verja, de hierro forjado negro y extremos puntiagudos.
- Kate, no sé…
Pero ella ya había salido corriendo.
Seguí sus pasos maldiciendo interiormente. No me gustaba aquello, no conseguía librarme de la sensación de que todo era demasiado fácil. ¿Cómo podíamos habernos librado tan sencillamente de asesinos profesionales? ¿Dónde estaban los perros que habíamos oído antes? ¿Por qué no nos disparaban directamente? Había gato encerrado y no conseguía descubrir su porqué. Mitad de mi cabeza estaba embotada por el dolor y causaba que la otra mitad no fuera capaz de pensar correctamente por sí sola. Apreté los dientes y salí del abrigo que nos proporcionaban los árboles.
Me quedé paralizado a medio paso: un pie todavía en el bosque y el otro en el camino. El aire levantaba polvo y me picaba en los ojos, así que los entrecerré y contemplé el espectáculo que se extendía frente a mí: Tyson estaba agarrando a Beckett, un brazo cruzado sobre sus hombros y la pistola descansando tranquilamente contra la sien de la detective, cuyo rostro estaba contraído por la rabia. Frente a ellos, Kelly me miraba con diversión, una mano apoyada en su cadera y la otra apuntándome con una semi-automática.
- Sabía que no podías estar muy lejos – comentó con la sonrisa traspasándole a la voz. Sus rojos labios se curvaron en una expresión siniestra y movió la pistola para indicarme que me acercara.
Alcé el brazo derecho con la palma de la mano estirada.
- ¿Puede una de vuestras mayores cualidades ser, al mismo tiempo, vuestro mayor defecto? – reflexionó en voz alta dando la impresión de que nos estaba ignorando. Sin embargo, no iba a tentar a la suerte y comprobarlo tratando de huir. – Yo misma os contestaré: sí. Creéis que siempre vais a salir victoriosos… Bueno, pues dejadme aclararos una cosa, esta – señaló con la Glock al suelo – es la vida real y aquí los malos también ganan. La justicia que tanto intentáis impartir no es más que una ilusión, una mentira del Gobierno para mantenernos contentos. No existe, está tan corrupta como el propio ser humano y, ¿sabéis por qué? Porque él la inventó y él la corrompió con su ansia de controlar todo. Va en nuestra naturaleza – se encogió de hombros con simpleza.
Entonces pareció fijarse realmente en nosotros.
- Miraros: heridos, manchados de tierra, desaliñados, con la ropa rota. ¿Es esa la imagen que una persona que busca impartir justicia o la de una persona derrotada por la maldad? – Se quedó callada unos segundos como si esperara una respuesta – No contestéis, todos sabemos cuál de las dos opciones es.
Como Beckett estaba bien apresada en el agarre de su marido, Kelly no se paró a mirarla dos veces, giró sobre sus tacones levantando una nube de polvo tras sus pasos, acercándose a mí hasta quedar a tan solo unos centímetros de distancia. De no haber tenido mi brazo herido doblado sobre el pecho, nuestras narices habrían estado prácticamente rozándose. Entrecerró los ojos y ladeó la cabeza como si me encontrara inmensamente interesante pero a la vez incomprensible.
- ¿Quieres que te cuente algo realmente gracioso? – No contesté, vi en su mirada que no quería que lo hiciera. Alcé la barbilla con orgullo y endurecí mi mandíbula hasta que me dolieron los dientes. – Estaba dispuesta a perdonarte, Ricky – confesó. Hizo un movimiento con la pistola que me sobresaltó, pero se contentó con acariciar mi mejilla con el cañón. – Lo sé, habría sido una tremenda estupidez y, sin embargo, estaba considerando esa remota posibilidad mientras os relataba mi historia. Podría haberse hecho realidad pero… - torció el gesto – Deberías controlarla mejor – comentó señalando con un gesto de cabeza hacia la detective, que la fulminó con la mirada como toda respuesta.
- No la trates como si fuera un perro al que hubiera que educar – repliqué. Me sorprendió la firmeza de mi voz cuando todo yo estaba temblando.
- Más bien una perra – murmuró Tyson.
Beckett se revolvió y yo di un paso hacia adelante con aire amenazador. Pero una mano se posó en mi pecho, frenándome, y me centré de nuevo en la rubia. Estaba negando con la cabeza.
- Me da pena tener que hacer esto pero no me habéis dejado otra opción… - suspiró con demasiada teatralidad como para ser cierto y, en un movimiento tan rápido que no lo vi venir, colocó la pistola bajo mi mandíbula.
El frío acero del cañón me mordió la piel del cuello mientras mi cabeza se veía forzada a levantarse.
- Adiós, Ricky.
El sonido de una pistola al dispararse retumbó por el camino polvoriento, llevando su eco al bosque y haciéndolo resonar de árbol en árbol.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Hay dios, cómo lo dejas así?? Me va a dar algo!!! Que sean Expo y Rayan los que han disparado contra ellos y por fin puedan liberarlois de esa panda de locos
Deseando leer la continuación.
Deseando leer la continuación.
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Aleee, otra vez a mediassssss, pero qué paciencia hay que tener, xd.
¿Pero porqué nos tienes que dejar así otra vezzzzzzzzzzzzz a caso no te da lo mismo continuar un poquito y no dejarnos con el corazón en un hilo?. Yo desde luego de seguir así no se si voy a resistirlo mucho tiempo, que ya tengo una edad, xd
Al menos sigue pronto que me tienes en un Ayyyyy, esto no se puede resistir.
Si te has venido a Madrid, te doy la bienvenida, aquí todos los que vienen son bien recibidos y nos gusta que nos visiten tanto como que se queden a acompañarnos, jajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
¿Pero porqué nos tienes que dejar así otra vezzzzzzzzzzzzz a caso no te da lo mismo continuar un poquito y no dejarnos con el corazón en un hilo?. Yo desde luego de seguir así no se si voy a resistirlo mucho tiempo, que ya tengo una edad, xd
Al menos sigue pronto que me tienes en un Ayyyyy, esto no se puede resistir.
Si te has venido a Madrid, te doy la bienvenida, aquí todos los que vienen son bien recibidos y nos gusta que nos visiten tanto como que se queden a acompañarnos, jajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
agecastbet- Escritor - Policia
- Mensajes : 2971
Fecha de inscripción : 27/12/2012
Localización : En la colina del loco - Madrid
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Me has dejado super intrigadisima me encanta tu fic sigue!! No mates a Rick pero sigue yaa!!!!
28Caskett- As del póker
- Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 02/05/2013
Edad : 25
Localización : Cd. Juárez
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Siento muchísimo haber tardado tanto, no entraba en mis planes iniciales, en serio, sino no os habría dejado así de colgados con el capítulo anterior. Han sido dos semanas de mucho ajetreo, cansancio y adaptación así que os ruego que me disculpéis por este gran retraso al traeros esta penúltima entrega.
Espero que la espera mereciera la pena. ¡Disfrutad!
------------------------------------------------------------------------------------------------
Cerré los ojos en cuanto vi el dedo de Kelly tensarse sobre el gatillo. Escuché el grito de Beckett pero no reaccioné.
Estaba paralizado.
Mil y un pensamientos pasaron a la velocidad del rayo por mi cabeza y por fin comprendí el significado de esa expresión que dice "ver pasar tu vida ante tus ojos". Un torbellino de imágenes inundaron mi mente: recuerdos, felices y amargos; remordimientos; mentiras… En menos de lo que se tarda en respirar analicé toda mi vida y me di cuenta de que había sido un tonto cegado por el ansia de venganza. Había desaprovechado mis "mejores años".
Y ahora estaba ahí parado a la espera de mi muerte.
Pero no llegaba.
Abrí un ojo ante el sonido de la semi-automática cayendo al suelo. Kelly Nieman lucía una expresión de estupor, mirándome como si no terminara de comprender lo que acababa de suceder. El claro entero pareció contener la respiración mientras todos mirábamos a la rubia.
Sus labios, de un color intenso, se abrieron un poco para hablar pero ninguna palabra salió de ellos, solo un débil borboteo. Un hilillo de sangre se deslizó por la comisura de sus labios y se llevó una mano a la zona. Sus dedos entraron en contacto con la sangre, manchándose, sus ojos abriéndose como platos al mirar qué tenía. Cuando volvió a intentar hablar, el líquido los impregnó cubriendo el rojo del pintalabios.
Observé con los ojos abiertos de par en par como ella tosía, escupiendo más sangre el suelo, todavía con expresión aturdida.
- ¡Kelly! – gritó Tyson soltando a Beckett y corriendo hacia su mujer.
Llegó a ella justo para sujetarla. Ambos se arrodillaron sobre el polvoriento camino, la rubia en brazos de su marido, que no sabía qué hacer.
- Kelly, cariño… - musitó contra su cabello.
La detective no aprovechó para huir, estaba clavada en el mismo sitio en el que Jerry la había dejado, pálida del susto, incrédula, confundida. Nuestros ojos se encontraron y no pude evitar estremecerme y verme forzado a apartar la mirada. Entonces vi la gran mancha roja que se extendía sin piedad por la parte trasera de la blusa gris perla, antes tan impoluta y ahora con un agujero de bala. Alcé la mirada y recorrí la lindera del bosque en busca del tirador que me había salvado la vida.
O quizá había sido un fallo de puntería.
- Kate – susurré tratando de que Tyson no me oyera. Sus ojos verde avellana estaban turbados, todavía mostrando el miedo que había sentido segundos antes cuando había creído que me iban a matar. – Kate, tenemos que irnos de aquí.
- ¿Qué? – preguntó, aturdida.
- Vayámonos ahora que no nos está prestando atención – alargué la mano hacia la detective con la intención de que ella la cogiera y marcharnos juntos al bosque, pero Beckett la miró sin comprender aún el porqué de mi urgencia por marcharnos.
Un movimiento captó mi atención por el rabillo del ojo y me coloqué de forma que encarara a la persona que se acercaba hacia nosotros corriendo entre los árboles pero mi cuerpo cubriera al de Beckett en un último intento de protegerla. Ignoré sus protestas y me tensé a la espera de que hiciera acto de presencia mi salvador. El hombre, vestido de negro como los guardas, salió al camino y dejó atrás el camuflaje que le ofrecía el bosque. Los músculos del brazo derecho se le marcaban notablemente al tener la pistola fuertemente agarrada. Su rostro estaba crispado en una mueca que no supe discernir si era de concentración o reproche, pero sí que reflejó claramente la satisfacción que le produjo ver a la pareja de casados en el suelo.
Mi sorpresa se acentuó cuando mi mirada tropezó con su cara. Inmediatamente, aunque sin ser consciente de ello, busqué su distintivo tatuaje de un dragón que ocupaba casi todo su brazo derecho: comenzaba en el hombro y la cola se extendía hasta el antebrazo. Recordé lo que me había susurrado al oído antes de que aquella locura comenzara…
- Te dije que no era tu enemigo – comentó el joven californiano con actitud relajada. Sin embargo, a mí no me engañaba, la tensión de sus hombros y los dedos apretados sobre la empuñadura de la pistola decían otra cosa muy diferente: estaba preparado para disparar en cualquier momento.
- Y al mismo tiempo intentabas ahogarme así que perdóname si no confié en ti. – Repuse sin cambiar ni un milímetro mi pose agazapada frente al cuerpo de la detective.
- No iba a matarte, solo pretendía que te quedaras inconsciente.
- ¿Para qué?
- Para que no intervinieras mientras intentaba salvarle el culo a tu amiguita – señaló con la Glock a Beckett, que gruñó por toda respuesta.
- ¿Por qué? – Aquella pregunta realizada con apenas un hilo de voz se alzó por encima del rugido de aire entre los árboles, atrayendo nuestra atención en el hombre arrodillado frente al cuerpo sin vida de su esposa. Su traje estaba manchado de polvo, su camisa blanca salpicada con sangre, su rostro demacrado transmitía una tristeza inigualable. De no haber sabido la verdadera identidad de Jerry Tyson, habría sentido lástima por él.
Pero no era el caso.
- ¿Por qué nos has traicionado? – Volvió a inquirir, esta vez con un deje de rabia.
- Nunca os juré lealtad – contestó Royce duramente.
- ¿Pretendes que me crea esa gilipollez? – Tyson se levantó y se encontró con tres pistolas apuntándole pero no pareció importarle. - ¿Quién te ha comprado?
El californiano esbozó una fugaz sonrisa torcida que hizo que me fijara realmente, y por primera vez, en él. Yo le echaba treinta y pocos años, sin embargo, su pelo, de un castaño claro y cortado a cepillo, ya lucía unas prominentes entradas. Tenía una mandíbula angulosa que le daba cierto aspecto de dureza a una cara más bien hecha para sonreír. Sus ojos, por el otro lado, eran clásicos – marrones – pero con la capacidad de expresar todo lo que pasaba por su cabeza con una claridad asombrosa.
- Créeme que no es por el dinero, eso no serviría ni para sobornar al más facilón, ¿verdad, detective?
La pregunta nos desconcertó a todos, aunque a Beckett la que más. Entrecerró los ojos mientras analizaba a Royce de arriba abajo como sopesando si le conocía de algo. Fue el hombre que acababa de perder a su mujer el que ató los cabos con más rapidez.
- ¿Eres un poli? – preguntó escupiendo casi la palabra, destilando odio.
- Tres años infiltrado en vuestra organización y ni sospechasteis. – Se encogió de hombros y el dragón pareció moverse con él retorciendo el cuerpo.
Ahora todo cobraba sentido: su trato más cuidadoso pero lo suficientemente brusco como para no levantar sospechas, mis abrazaderas más sueltas de lo que deberían, su intento de ayudarnos, que matara a Kelly…
Era un policía. Era de los nuestros.
Los ojos verde avellana de Beckett tropezaron con los míos y pude ver reflejado el alivio que sentía yo en ellos.
Estábamos salvados, por increíble que pareciera después de todo por lo que habíamos pasado.
Los oídos me zumbaban y me costaba enfocar la mirada por culpa del dolor. Todavía llevaba el brazo izquierdo firmemente apretado contra el pecho, el derecho sujetándolo y, a la vez, apuntando con la pistola de Nieman a Jerry. Los cortes que me adornaban la cara y las manos escocían pero era algo soportable comparado con las lacerantes punzadas de mi hombro dislocado. Mi cerebro cada vez trabajaba con más lentitud, sumiéndose poco a poco en la neblina de la inconsciencia. Me temblaban las rodillas, amenazando con dejar de sujetarme en cualquier momento.
En realidad me temblaba el cuerpo entero y no sabía cuándo había empezado.
Noté cómo los efectos de la adrenalina, lo que me había mantenido en movimiento y había hecho el dolor soportable, comenzaban a disiparse. Lentamente pero no lo suficientemente lento como para aguantar más.
- ¡Quieto! – gritó Beckett entre dientes, devolviéndome a la realidad, dándome unos segundos más de claridad.
Sacudí la cabeza y luché por centrarme. Estaba infinitamente exhausto, hasta el punto de que el polvoriento camino parecía el lugar más cómodo del mundo para dejarme caer y dormir hasta que mi cuerpo dijera "¡Basta!". Apreté la mandíbula diciéndome a mí mismo que tenía que aguantar un poco más. Solo un poco más.
Fijé mi atención en Tyson para mantenerme alerta. Este me miraba fijamente como si sintiera los problemas que estaba teniendo para seguir consciente. Ladeó la cabeza cuando nuestros ojos se encontraron, esbozó una sonrisa siniestra dando un paso al frente, reduciendo la distancia entre el cañón de mi pistola y su pecho.
- ¿Cansado, Richard? – inquirió, un brillo perverso cruzando por sus ojos, iluminándolos por una fracción de segundo antes de que volvieran a su marrón desinteresado habitual. – Apuesto a que ahora mismo no serías capaz de apretar ese gatillo.
Otro paso hacia mí.
- Puede que yo no, pero hay dos personas más ansiosas por dispararte – contesté a duras penas.
Noté la mirada fugaz que Kate me lanzó. Supe que me estaba evaluando, comprobando si Jerry decía la verdad o solo trataba de despistarnos para atacar.
Él se encogió de hombros con despreocupación, lo que hizo que la hombrera desgarrada de su traje siguiera su movimiento con un pequeño salto.
Otro paso.
- No te acerques más. – La voz de Beckett sonaba salvaje.
Aguanta. Solo un poco más. Jerry Tyson hizo caso omiso y avanzó un paso, ahora su pecho casi tocaba el cañón de mi Glock, unos centímetros de distancia evitaban que su camisa salpicada de sangre rozara el metal de la pistola.
- He dicho que te estés quieto – La detective reajustó su posición y vi su dedo temblar por el esfuerzo de contenerse y no apretar el gatillo.
El hombre plantado frente a mí comenzó a desabotonarse la camisa, alzó ambas manos lentamente cuando hubo terminado y rodeó las mías, tirando de mí hasta que la pistola se apoyó totalmente en su pecho desnudo. Contuvo una mueca cuando el frío acero mordió su piel pero no se apartó ni un solo milímetro. Me soltó, dejando que sus manos reposaran tranquilamente a ambos lados de su cuerpo.
Arqueó una ceja invitadoramente.
- Vamos – me animó.
Negué con la cabeza manteniendo una expresión neutra que no transmitiera lo mucho que había soñado con un momento así.
- ¿Por qué no? Apuesto a que todas tus fantasías comienzan así… – Me había leído la mente una vez más. - …teniéndome en el punto de mira, desarmado, desnudo, y nunca mejor dicho. Tú tienes todo el poder y yo ninguno.
- No voy a matarte, Tyson – Hablar claramente me costaba pero hice un último esfuerzo. Solo un poco más.
- Te arrebaté la cosa más importante en tu vida. Te forcé a ser quien eres. ¿Me vas a decir que no vas a aprovechar la oportunidad de vengarte? – Inquirió con una frialdad absoluta. Pero había algo más, casi…
Decepción. Sí, eso era lo que veía en sus ojos. No le iba a dar lo que él más deseaba en este momento.
Decidí cambiar las tornas.
- Contéstame tú a mí – dije haciendo un suave gesto para señalarle con la cabeza. - ¿Por qué quieres que te mate?
Soltó una carcajada amarga.
- ¿Que por qué…? – sacudió la cabeza como si no mereciera la pena repetir mi pregunta. – ¿Qué me queda a mí ahora? Han matado a la única razón de mi existencia.
No pude evitar apreciar el romanticismo de sus palabras, defecto de escritor. Sin embargo, asuntos más urgentes ocuparon mi mente cuando mi vista se tornó negra por unos breves instantes. Entrecerré los ojos, parpadeando varias veces, enfocando la cara del hombre parado frente a mí, los árboles del fondo. Se me estaba acabando el tiempo, había llegado más rápido de lo que pensaba al límite de mis fuerzas.
Solo un poco más, me grité interiormente.
- ¿Sabes que estoy en contra de la pena de muerte? – solté de repente.
El cambio de tema fue tan brusco que los tres se me quedaron mirando con perplejidad, sin comprender qué tenía eso que ver con la conversación que habíamos estado manteniendo un rato atrás. Royce se había movido y entraba en mi campo de visión, por lo que pude ver su expresión de duda, su intento de comprobar si estaba en mi sano juicio. Kate, en cambio, ladeó la cabeza y me miró fugazmente con curiosidad.
- ¿Y eso que más me da? – espetó Jerry.
- Debería – repliqué. - ¿Y por qué? Te lo explicaré. Considero que la pena de muerte no es una condena sino un regalo.
- Tío, – me interrumpió Royce socarronamente – creo que nuestras definiciones de pena de muerte no son las mismas.
- Déjame terminar – pedí mirándole brevemente. Él se limitó a asentir y hacer un encogimiento de hombros antes de recuperar su expresión adusta. – Es un regalo porque los criminales que se enfrentan a dicha condena no merecen el alivio de la muerte. Se libran de cumplir cadena perpetua pagando por sus crímenes. El Gobierno cree que les está castigando cuando, en realidad, les está salvando. – Los ojos marrones de Tyson se iluminaron con comprensión. – Así que, contestando a tu pregunta inicial, no. Por mucho que sueñe con apretar el gatillo y verte desangrarte en el suelo, una muerte lenta y dolorosa que hiciera que te arrepintieras de tener el valor suficiente para arrebatarme a mi niña pequeña. Por mucho que desee meterte una bala en un riñón, en el estómago, en el cerebro… Suficiente para hacerte sufrir lo que te queda de miserable vida, pero no tanto como para matarte. Por mucho que fantasee con machacarte los huesos a patadas hasta volvértelos polvo. – Clavé el cañón de la pistola en su pecho desnudo y su mueca de dolor satisfizo mi lado morboso. Beckett se tensó a mi lado, temiendo que se me cruzaran los cables y decidiera llevar a cabo mi última amenaza, lista para saltar y frenarme en cualquier momento. Pero no fue necesario. Bajé mi voz hasta convertirla en casi un susurro apenas audible por encima del silbar del aire, sin embargo, Tyson me escuchaba claramente. – Te libraría de un destino mucho peor que me encargaré personalmente de que sufras. La peor cárcel del mundo, la celda más fría e inhabitable, compañeros con gusto por ricachones americanos. Haré lo que haga falta para convertir lo que te queda de vida en un infierno. Y cuando creas que nada más puede pasarte, que has tocado fondo; te enseñaré que, después de lo malo, siempre espera algo peor. Te llevaré hasta tu límite, tanto que buscarás el amparo de la locura para poder sobrevivir; tanto que rezarás para que alguien te mate, cosa que, ya ahora, te aseguro que no pasará. Es más, te prometo, ¡te juro!, que llegarás a tal extremo que desearás no haber conocido jamás a Kelly Nieman.
- ¡Eso nunca! – exclamó Tyson, pero su voz temblorosa le delató. Por fin había conseguido que ese hombre, siempre tan imperturbable, supiera lo que era el miedo y probara el sabor metálico que dejaba en la boca.
- Oh, sí, créeme – le aseguré. Tragó saliva notablemente y supe qué era lo que veía. Veía a un hombre que ya había sufrido demasiado, al que había llevado él mismo a su límite y que ya no estaba dispuesto a soportar más. Veía a un hombre capaz de lo que fuera con tal de verle sufrir tanto como él le había hecho sufrir. Sabía que, de algún modo u otro, se las apañaría para hacer cumplir todas y cada una de sus palabras. – Desearás no haberla conocido, no haberte enamorado, que no hubiera aceptado tu proposición de matrimonio. Desearás poder volver atrás en el tiempo para cambiar tu pasado y conformarte con ser un asesino fugitivo de la ley. Porque entonces nunca habrías tropezado con Kelly, nunca te habrías aliado con ella. Nuestros caminos nunca se habrían cruzado y no estaríamos aquí ahora mismo. Quizá te hubiera tocado pasar tu tiempo en la cárcel, pero habría sido un precio a pagar aceptable porque sería un jardín de infancia comparado con donde yo te voy a meter.
- No. No puedes hacer eso, hay protocolos, reglas gubernamentales…
- Tengo al mejor abogado de la ciudad – repliqué con confianza.
- Da igu…
Su pobre intento de auto-serenarse se vio cortado a la mitad por el estridente sonido de un coche derrapando en la entrada al encontrarse bruscamente con las rejas. Las luces rojas y azules policiales nos iluminaron, cegándonos momentáneamente. En un acto reflejo, alcé la mano izquierda en un intento de protegerme los ojos pero un latigazo de dolor me recorrió el cuerpo entero y me hizo tambalearme en el sitio. Sentí la fuerte mano de Royce sobre mi brazo bueno, estabilizándome. La cabeza me daba vueltas y sentía náuseas. Oía gritos distorsionados, imágenes borrosas, polvo levantándose.
Entonces sonaron una ráfaga de disparos que me dejaron helado. No veía nada. No oía nada.
Me serené lo suficiente como para atisbar al joven californiano todavía agarrándome, era lo único que me mantenía en pie. Busqué la figura de la detective y distinguí sus gritos por encima del sonido de las balas.
- ¡Beckett! – exclamó una voz familiar. Rebusqué en mi cabeza, desempolvando recuerdos, liberándolos de la espesa neblina de la inconsciencia.
- Castle, ¿estás bien? – Ahí estaba Ryan mirándome con preocupación. No me paré a pensar en el aspecto que tenía, solo que el detective estaba parado en el sitio que segundos antes, para mí, pero que debía de haber sido más tiempo, había ocupado Jerry Tyson.
- ¿Dónde está? – grité sintiendo el histerismo apoderarse de mí. - ¿Dónde está? – repetí tan alto que me dolió la garganta.
El irlandés se hizo a un lado y, a través de la nube de polvo, pude entrever una figura negra desplomada en el suelo. Nononononono. No, por favor. Que no sea él. Corrí hacia el cuerpo y me dejé caer de rodillas sobre la gravilla del camino cuando distinguí el caro traje americano, ahora casi blanquecino por la suciedad.
- No – mascullé con incredulidad mientras tiraba como podía del cuerpo sin vida para darle la vuelta y colocarlo bocarriba.
Mi mirada tropezó con los ojos inertes de Tyson, ahora más desvaídos que nunca. Sabía que estaba muerto y que no había vuelta atrás, había visto la multitud de heridas de bala que adornaban su espalda como un mosaico burlón. Aun así, me negaba a creerlo.
- ¡Despierta, cabrón! – grité golpeándole con el puño derecho. - ¡Vamos! ¡Levántate y enfréntate a mí! – Al ver que las patadas no surtían efecto, volví a derrumbarme junto a él y comencé a practicarle los primeros auxilios. Con una sola mano, la única útil que tenía, ejercí presión rítmicamente sobre su pecho mientras contaba para mí mismo. - ¡VAMOS! – bramé. La garganta me raspaba. El hombro me dolía ahora más que nunca. Pero nada más importaba.
Por un buen rato, traté de devolverle la vida a la persona a la que había soñado con matar múltiples veces.
Entonces, alguien se arrodilló suavemente a mi lado. No me tocó ni me habló, se quedó ahí a la espera de que yo reaccionara. Moví las piernas sobre el suelo, levantando polvo, sentado en pleno camino junto al cuerpo de Jerry Tyson. Había dejado caer la cabeza en una mano y no cambié la posición a pesar de que mi voz sonaba ahogada.
- Se ha ido – dije roncamente. – Se ha salido con la suya y se ha salvado mientras yo… - dejé que las palabras murieran en mi garganta, cogiendo aire antes de atreverme a expresarlas en voz alta. - ¿Yo qué he conseguido a cambio de cinco años de sufrimiento?
Beckett se mantuvo en silencio por unos segundos, reflexionando profundamente.
- Sigues con vida, eso es más de lo que él puede decir – hizo un gesto vago con la cabeza para señalar al cuerpo inerte que seguía tirado en el suelo a unos centímetros de nosotros.
- Eso no es suficiente… – ladeé la cabeza para mirarla - ¿Soy estúpido por sentirme así?
La detective me mantuvo la mirada un rato antes de apartarla y fijarla en una hormiga aventurera que estaba cruzando entre ambos.
- No – suspiró finalmente. – No eres estúpido.
Asentí con suavidad y ella captó el mensaje. Se levantó, sacudiéndose los pantalones un poco para retirar el polvo y me tendió la mano para ayudarme. La acepté pero no me sentía con fuerzas suficientes como para sonreírle con agradecimiento, me limité a apretar sus dedos entre los míos y eso fue suficiente para Kate. Tiró de mí hasta incorporarme y sostuve el peso de mi cuerpo por mí solo durante unos segundos.
Entonces las piernas me fallaron definitivamente, la vista se me nubló y la negrura se abalanzó sobre mí como un monstruo que espera a que su presa esté desprevenida para atacar. Me sentí caer pero en ningún momento choqué contra el suelo porque yo ya me había abandonado a la inconsciencia y estaba flotando, reposando en un mullido mar de nubes interminable. Oí el grito de Beckett pero mis labios no respondieron cuando intenté sonreírle para que no se preocupara.
Estaba bien, solo necesitaba descansar un poco…
- ¡Madre! – llamé bien alto para que me oyera desde el piso de arriba.
Esperé a que bajara y observe mi reflejo. Llevaba un bonito traje negro nuevo, ya que había adelgazado durante los tres días de secuestro y los cinco que había pasado alimentándome de la comida mediocre, tirando a mala, que me traían a las enfermeras de la cafetería.
Había recibido múltiples visitas en mi corta estancia en el hospital, la cual había alargado lo estrictamente necesario, es decir, lo suficiente como para que me recolocaran el hombro, curaran y desinfectaran mis heridas, me hicieran pruebas para descartar lesiones internas y el dolor remitiera un poco.
Esposito y Ryan se habían pasado para contarme los avances del caso: Gates se había unido a la causa y había hecho un par de llamadas a sus contactos en Asuntos Internos, así que ahora tenían a dos Hombres de Negro metidos en la comisaria haciendo entrevistas personales y despidiendo a todo el que diera muestras de estar corrupto. Tom Demming, ex-capitán del Departamento de Robos, había acabado en la calle por obstrucción a la justicia y le habían vuelto a ofrecer el puesto a Kate, quien, por segunda vez, lo había rechazado; y, ahora, tenían al tercer mejor clasificado en las pruebas como capitán temporal en caso de que la junta encontrara a alguien mejor. El caso de Alexis por fin lucía un bonito "Cerrado" en la tapa y ahora descansaba en una nueva estantería del archivo junto a todos los informes sobre el desmantelamiento de la red de drogas y tráfico de personas de Kelly Nieman y Jerry Tyson, también conocido como el 3XA, asesinatos que se habían dado por cerrados ahora que estaba muerto. Ambos cuerpos estaban todavía en la morgue a la espera de que algún familiar diera señales de vida y les dijera qué querían que hicieran con ellos.
Un huracán pelirrojo a medio vestir atravesó mi despacho e irrumpió en mi habitación, sobresaltándome.
- ¡Richard, me asustaste! – exclamó cuando me vio parado frente al espejo, sano y salvo.
- Perdón – bajé la mirada, fingiendo arrepentimiento.
Pero era mi madre a quien intentaba engañar, algo imposible. Soltó una carcajada y se acercó a mí con el desparpajo de alguien que nunca se ha ido. No parecía que hubiésemos estado años separados sin casi hablarnos y eso me encantaba, esa sensación de familiaridad, de cariño. El saber que cuando llegaba a casa de dar un paseo o hablar con mi editora no iba a encontrar un loft vacío sino música de piano saliendo por debajo de la puerta y una copa de vino en la isla de la cocina esperando por mí. Ahora siempre charlábamos un rato antes de irnos a dormir, sin tele, sin radio, solo nosotros y nuestras anécdotas.
Ella había sido la segunda persona a la que había visto nada más despertar en el hospital cinco días atrás. Ella había sido la que se había quedado conmigo y a la que me había visto forzado a mandar a casa para que se duchara, cambiara de ropa y tuviera una o dos noches de sueño en una cama decente y no una dura silla de plástico.
Y la primera persona…
- Ey, despierta – Martha cascó los dedos frente a mí, sacándome de mi trance. – Vamos a llegar tarde como no te apures – me regañó.
- ¡Pero si yo ya estoy! – exclamé mirándome de nuevo en el espejo. Sí, estaba listo, solo me quedaba que me ayudara a elegir el color de la corbata y me la anudara ella ya que tenía que llevar una hombrera, la cual me había puesto por encima del traje, y que mantenía mi brazo pegado al costado mediante una banda que me cruzaba el pecho.
La pelirroja giró sobre sus talones enfundados en medias finas negras y se señaló la espalda. Procedí a subirle la cremallera del vestido como siempre había hecho de pequeño y entonces sostuve en alto la corbata azul marino muy oscuro y otra negra. Mi madre sopesó ambas y retiró la azul de mi mano, pasándola alrededor de mi cuello y obligándome a agacharme un poco para poder levantarme el cuello de la camisa y recolocarlo. Cuando hubo terminado, admiré su trabajo en el espejo.
- ¿Cómo…? – pregunté rozando con las puntas de los dedos de mi mano derecha las cinco capas diferentes que tenía el nudo.
- Lo aprendí el otro día, se llama Eldredge y está bastante de moda. Es elegante, ¿verdad? – No me miró para comprobar qué le contestaba, siguió aplicándose una segunda capa de rímel y pintándose los labios de un rojo apagado. Tras comprobar que no se le había corrido nada giró sobre sí misma haciendo que su vestido negro volara a su alrededor. - ¿Qué tal?
- Estás preciosa, madre – le contesté con sinceridad. Miré fugazmente el reloj y asentí. – Justo a tiempo.
- Te lo he dicho, querido, Martha Rodgers nunca llega tarde.
- Ya, repíteme eso cuando entremos en el cine a mitad de la película otra vez por tu culpa.
Ambos nos dirigimos al ascensor de mi edificio y bajamos discutiendo amenamente si había sido realmente por sus ganas de llevar el conjunto nuevo que acababa de comprarse o por mi insistencia en pararme a firmar los pechos de todas las mujeres con las que nos habíamos cruzado.
- Yo digo que fue un empate – dijo la actriz con aire conciliador mientras nos sentábamos en el taxi. – Solo que tú saliste mejor parado que yo.
- ¿Y eso cómo? – inquirí. El taxista arrancó, mirándonos medio expectante.
- Porque conseguiste los números de todas esas mujeres, aunque sigo con mi teoría de que solo se acercaron a ti porque vieron tu Ferrari y supusieron que eras famoso.
- ¡Qué dices! Madre, ¡sabían mi nombre!
- Usarían el cacharro este – replicó la pelirroja sacudiendo su iPhone peligrosamente. Frené su mano para que no lanzara el móvil por la ventana abierta y la dejé de nuevo en su regazo.
- Si no les importa – intervino entonces el taxista con un poco de fastidio - ¿me pueden decir a dónde les tengo que llevar?
- Sí, perdone, al cementerio de Trinity Church – contesté haciendo una nota mental de dejarle una buena propina al hombre.
Unos suaves toques en la ventana la sacaron de su trance. Alzó la cabeza y dejó de mirar sus dedos juguetear con la alianza de su padre, la cual llevaba siempre colgada de una cadena de plata al cuello. Presionó un botón y ojo el suave zumbido de la ventanilla al bajarse.
- Cariño, ¿estás bien? – preguntó su madre con una sonrisa dulce en su rostro.
Asintió con aire distraído.
La detective todavía podía ver la sombra de la angustia que había pasado Johanna Beckett al enterarse de que su hija había sido secuestrada. Su rostro tenía unas cuantas arrugas más, en su pelo castaño habían aparecido cuatro canas más según la abogada y tenía profundas ojeras bajo sus ojos, signo de las noches sin dormir antes y después de la vuelta de Kate a Nueva York, ya que Johanna había insistido en acompañar a su hija durante su espera en el hospital.
Beckett había vuelto prácticamente intacta de su cautiverio, sobre todo en comparación con Castle. Un par de heridas en los brazos y manos producidas por las zarzas y ramas, las rozaduras de las muñecas que, desafortunadamente, se le habían infectado un poco, y un golpe en la cabeza que no había producido ninguna lesión cerebral ni había hecho que mostrara efectos secundarios. La enfermera le había explicado mientras le retiraba la sangre seca de la cara y el cuello, que las heridas de la cabeza sangran mucho, de ahí que siempre parezcan peor de lo que eran. Al final, había resultado ser una pequeña brecha que había necesitado dos puntos. Sin embargo, a pesar de su positivo diagnóstico, la detective había insistido en quedarse en el hospital hasta que Castle despertara.
Ella había sido la única en la habitación cuando sus ojos azules parpadearon bajo las fuertes luces y trataron de reconocer dónde se encontraba. Kate recordaba a la perfección qué párrafo de Calor Desnudo le había estado leyendo en ese preciso momento, cómo él lo había reconocido y había sonreído tontamente.
- Creí haber entendido que no eras fan – le había dicho él con su voz ronca de recién despierto.
- Y no lo soy, solo del género – había replicado ella correspondiendo a su sonrisa con una dulce y tremendamente alegre.
- Ya, puede que esté drogado y haya un unicornio sentado junto a ti pero no me la cuelas – había replicado Castle dándose golpecitos en un lado de la nariz tras señalar una silla vacía al lado de la detective.
Esa había sido la única vez que había hablado. Después, el escritor se había visto envuelto en una vorágine de morfina, tratamientos, pruebas y declaraciones con los de Asuntos Internos. Siempre terminaba exhausto y, para cuando Beckett regresaba de sus propias entrevistas con la Jueza Gates y gente importante de la jerarquía del Departamento de Policía de Nueva York, le encontraba durmiendo profundamente en su cama, así que se marchaba sin hacer ruido para no despertarle con la promesa de volver en otro momento.
Pero entonces su madre le había comentado que no habían celebrado el funeral de Jim a la espera de que Beckett volviera sana y salva. La noticia la había dejado algo trastocada y se había sorprendido a sí misma al debatir si ir o no. Para ella, su padre las había dejado cuando cayó en coma y vieron que no iba a despertar, ese había sido el momento en el que Kate se había despedido de él y había hecho las paces, medianamente, con su marcha. Había sido el momento en el que se había colgado el anillo al cuello para recordar la vida que había perdido, la vida a la que rendía homenaje todos los días antes de traspasar el precinto policial de una escena del crimen.
Así que la posibilidad de asistir a una ceremonia para volver a decirle adiós le resultaba doloroso. Ya había sido duro hacerlo una vez como para tener que repetirlo y, esta vez, enfrente de todos los amigos y familiares que ellos invitaran. Quería hacerlo para darle un entierro digno a su padre, para ofrecerles la oportunidad a todos los que le conocieron de despedirse, porque sabía que si no asistía se quedaría para siempre con la mosca tras la oreja, con esa sensación de que se perdió una parte importante del morir de un ser querido. Y, sin embargo, estar parada frente a un ataúd cerrado en el que ella sabía que estaba el cuerpo de su padre… Le producía náuseas con solo pensarlo.
- ¿Estás segura de esto? – preguntó Johanna al ver los ojos llorosos y perdidos de su hija mientras esta salía de su Crown Victoria y cerraba el coche con llave. Entrelazó su brazo con el de ella, chocando hombros, y ambas se encaminaron césped abajo.
- No – confesó Beckett. ¿Qué sentido tenía mentir si se notaba a la legua que no era así? – Pero ya no hay vuelta atrás – suspiró.
- Siempre puedes ir a dar un paseo, cariño, no te sientas forzada si no estás preparada – acarició con suavidad la suave mejilla de la detective y esta cerró los ojos brevemente ante su contacto.
Entonces sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa temblorosa.
- Claro, no hay mejor sitio para pasear que un cementerio – bromeó con debilidad.
Su madre se río con ella y le dio un suave empujón con el hombro. Madre e hija se quedaron paradas en lo alto de la colina y observaron a la pequeña congregación de personas vestidas de negro con flores coloridas en las manos y repartiéndose las catorce sillas blancas que los encargados del cementerio habían colocado al lado del agujero y el ataúd de Jim Beckett.
- Oh, se me olvidaron los lirios en el coche – exclamó Johanna dándose una palmada en la frente.
- No pasa nada, voy yo a por ellos – repuso Kate aliviada por poder retrasar el momento de descender la colina hacia aquellas personas que le darían el pésame una y otra vez. – Tú ve bajando, no está bien que la esposa llegue tarde, sospecharán de ti.
- ¿De mí?
- De que le mataste para quedarte con su seguro de vida.
- Oh… ¿Necesito abogado?
- Tú sola te bastas – se río la joven sacudiendo la cabeza. Pasada la broma, vio que su madre todavía parecía reticente a marcharse sola. – Venga, dame las llaves y atiende a los invitados, puedo ver desde aquí que el cura se está impacientando.
- Está bien – accedió la abogada. Depositó un beso en la mejilla de la detective y luego le borró con el pulgar la mancha de pintalabios. – Pero no llegues muy tarde no vaya a ser que sospechen de ti entonces.
- Tranquila, seré rápida – la tranquilizó con una sonrisa mientras le cogía las llaves a su madre.
Ambas mujeres comenzaron a andar en direcciones opuestas, una hacia el entierro de su marido y la otra, huyendo del mismo, hacia el coche. Cuando llegó al viejo Peugeot verde botella de Johanna, lo abrió y recuperó el ramo de lirios del asiento trasero comprobando que no se hubieran marchitado por el calor. Al cerrar la puerta, observó el reflejo distorsionado que esta le mostraba: alta, delgada, con un vestido de encaje negro de manga francesa y cuello redondo. Había pasado de los tacones, bien consciente del infierno que es caminar con ellos por césped, y se había decantado por unas bonitas, y muy usadas, bailarinas negras.
Un coche rugió tras ella y vio el reflejo de un taxi que paró unos metros más adelante. Una mujer muy elegante vestida de negro y con una mata de pelo pelirroja muy llamativa se bajó por el lado derecho sin dejar de hablar con el otro ocupante, que se había quedado regazado.
- Ya le dije que no cogiera esa Avenida porque a estas horas siempre está llena de atasco… - protestaba la mujer poniéndose unas gafas de sol. – No, no es que quiera llevar la razón, querido, es que habríamos llegado antes si… Oh.
La mujer se interrumpió al ver a Beckett y esta sintió que debía acercarse a saludar.
- Katherine – la recibió la pelirroja cuando hubo llegado frente a ella. Le dio un rápido abrazo y susurró al oído de la detective. – Dejémonos de pésames, vas a recibir muchos hoy – alzó la voz de nuevo – Qué día tan bonito para decir adiós, ¿verdad?
- Gracias – Y Kate lo dijo de todo corazón.
La actriz replicó con un guiño de ojo.
- Richard, querido, voy yendo.
El escritor asintió mientras se peleaba con el cinturón y se deslizaba por los asientos hasta la puerta que su madre había dejado abierta. Salió un poco torpemente y el taxi arrancó dejándoles sumidos en medio de una nube de polvo. Beckett guio a Castle hacia el césped y ambos caminaron lentamente en silencio, el uno al lado del otro, sin sentir la necesidad de llenar el aire con palabras.
- No sabía si ibas a venir – dijo finalmente la detective rascándose la nuca.
- Yo tampoco – confesó el escritor mirándola fijamente. No llevaba gafas y Kate tampoco, por lo que los ojos de ambos se encontraron, verde intenso contra azul pálido.
La detective fue consciente de que estaban dando un rodeo innecesario pero no trató de corregir el rumbo en ningún momento, quería, necesitaba, esos minutos a solas con él.
- Estás muy guapa, Kate – La voz de Castle era baja pero dulce.
- Tú también – admitió Beckett con una sonrisa ladeada.
- Gracias, no sabes lo que me he peleado para meter el brazo por el hueco – señaló hacia la hombrera que sostenía su hombro dislocado.
- Es cierto, ¿cómo vas?
- Bueno, cada día duele menos, lo peor es por la noche, todavía tengo la costumbre de rodar por la cama.
Kate asintió con reconocimiento, ella lo había experimentado, y cuando ambos se miraron de nuevo, sus sonrisas languidecieron un poco.
- ¿Cómo vas tú? – inquirió Castle rozando su brazo con la yema de los dedos.
La detective se encogió de hombres y agachó la mirada sobrepasada por el deseo extremo de llorar. Sacudió la cabeza y sintió la mano buena del escritor en su barbilla obligándola gentilmente a mirarle.
- Aunque ahora mismo no te lo parezca, es lo mejor – le dijo con suavidad.
- Lo sé, en el fondo, lo sé.
En ese momento llegó el turno de Castle de rehuir la mirada de la joven, claramente luchando consigo mismo sobre si decir algo o callárselo.
- Dilo – le obligó Kate.
- No.
- Castle, dilo.
- No es apropiado decirlo ahora, ¿vale? Es egoísta y no. Hoy estoy aquí por ti y ya está.
Beckett se tragó la sonrisa. Si solo no fuera tan fácil de leer en algunos momentos… Pero llevaba lo que le preocupaba escrito en la cara.
- ¿Sabes qué cosa más curiosa ha ocurrido en mi casa? – ante la expresión de confusión del escritor no pudo aguantarse por más tiempo y exhibió una gran sonrisa. – Verás, el gato de la vecina debió de entrar por la ventana y estropeó todas las pruebas que me diste y las que yo tenía.
- El gato… - repitió Castle, claramente, sin tragárselo.
- Sí, el muy condenado.
- ¿Y qué ha pasado con todo?
- Triturado todo, hecho pedacitos. Vamos, ni que una máquina lo hubiera hecho.
- Comprendo…
- Así que tu caso ahora mismo está aplicando el "In Dubio Pro Reo".
El escritor arqueó las cejas con curiosidad antes de que una expresión de comprensión cruzara por su rostro.
- A veces se me olvida que querías entrar en el Tribunal Superior. – Comentó.
No lo dijo pero no hacía falta, se le veía claramente aliviado.
- Kate – la llamó. Habían llegado al borde de la colina y desde allí podían ver al cura en pleno sermón. – Siento haber puesto tanta responsabilidad sobre ti, nunca tendría que haberlo hecho… - suspiró rascándose la nuca con aspecto culpable. – Dios, fue estúpido creer que…
- ¿Que qué? – le instó Beckett.
- Fue estúpido por mi parte creer que podría vivir tranquilo en la cárcel, pero la sola idea de dejarte atrás… - sacudió la cabeza como si no encontrara palabras para describir lo que le hacía sentir. – Kate, yo… - resopló, restregando la hierba bajo la punta del zapato con nerviosismo. – Yo…
La detective se acercó a él con cuidado de no aplastar su brazo herido y buscó su mirada. Sus ojos azules mostraban la vergüenza que sentía por no ser capaz de expresarse.
- Para ser escritor eres bastante parco a la hora de hablar – comentó con una sonrisa dulce.
Él soltó una risa nerviosa y volvió a rascarse la nuca.
- Lo que quiero decirte es que…
Al atascarse nuevamente, Kate decidió que iba a dejar de hacerle sufrir cuando ella ya sabía qué quería decirle. Lo veía en su mirada, en la dulzura de su roce, en la sinceridad de su sonrisa. Cuidadosamente, atrajo su cuerpo hacia el de ella y juntó sus labios en un beso cargado de todo lo que nada más que un beso podía expresar.
Llegado el momento, esas dos palabras que el escritor luchaba por pronunciar saldrían con la facilidad con la que el corazón late.
Cuando se separaron, apoyaron la frente en la del otro con los ojos cerrados y compartiendo el aire. Entonces Castle esbozó una sonrisa completamente tranquila.
- Gracias – susurró.
- Siempre – replicó Beckett entrelazando sus dedos con los de la mano buena del escritor antes de tirar de él para abrazarle y dirigirse, juntos, colina abajo.
Espero que la espera mereciera la pena. ¡Disfrutad!
------------------------------------------------------------------------------------------------
Capítulo 105:
Cerré los ojos en cuanto vi el dedo de Kelly tensarse sobre el gatillo. Escuché el grito de Beckett pero no reaccioné.
Estaba paralizado.
Mil y un pensamientos pasaron a la velocidad del rayo por mi cabeza y por fin comprendí el significado de esa expresión que dice "ver pasar tu vida ante tus ojos". Un torbellino de imágenes inundaron mi mente: recuerdos, felices y amargos; remordimientos; mentiras… En menos de lo que se tarda en respirar analicé toda mi vida y me di cuenta de que había sido un tonto cegado por el ansia de venganza. Había desaprovechado mis "mejores años".
Y ahora estaba ahí parado a la espera de mi muerte.
Pero no llegaba.
Abrí un ojo ante el sonido de la semi-automática cayendo al suelo. Kelly Nieman lucía una expresión de estupor, mirándome como si no terminara de comprender lo que acababa de suceder. El claro entero pareció contener la respiración mientras todos mirábamos a la rubia.
Sus labios, de un color intenso, se abrieron un poco para hablar pero ninguna palabra salió de ellos, solo un débil borboteo. Un hilillo de sangre se deslizó por la comisura de sus labios y se llevó una mano a la zona. Sus dedos entraron en contacto con la sangre, manchándose, sus ojos abriéndose como platos al mirar qué tenía. Cuando volvió a intentar hablar, el líquido los impregnó cubriendo el rojo del pintalabios.
Observé con los ojos abiertos de par en par como ella tosía, escupiendo más sangre el suelo, todavía con expresión aturdida.
- ¡Kelly! – gritó Tyson soltando a Beckett y corriendo hacia su mujer.
Llegó a ella justo para sujetarla. Ambos se arrodillaron sobre el polvoriento camino, la rubia en brazos de su marido, que no sabía qué hacer.
- Kelly, cariño… - musitó contra su cabello.
La detective no aprovechó para huir, estaba clavada en el mismo sitio en el que Jerry la había dejado, pálida del susto, incrédula, confundida. Nuestros ojos se encontraron y no pude evitar estremecerme y verme forzado a apartar la mirada. Entonces vi la gran mancha roja que se extendía sin piedad por la parte trasera de la blusa gris perla, antes tan impoluta y ahora con un agujero de bala. Alcé la mirada y recorrí la lindera del bosque en busca del tirador que me había salvado la vida.
O quizá había sido un fallo de puntería.
- Kate – susurré tratando de que Tyson no me oyera. Sus ojos verde avellana estaban turbados, todavía mostrando el miedo que había sentido segundos antes cuando había creído que me iban a matar. – Kate, tenemos que irnos de aquí.
- ¿Qué? – preguntó, aturdida.
- Vayámonos ahora que no nos está prestando atención – alargué la mano hacia la detective con la intención de que ella la cogiera y marcharnos juntos al bosque, pero Beckett la miró sin comprender aún el porqué de mi urgencia por marcharnos.
Un movimiento captó mi atención por el rabillo del ojo y me coloqué de forma que encarara a la persona que se acercaba hacia nosotros corriendo entre los árboles pero mi cuerpo cubriera al de Beckett en un último intento de protegerla. Ignoré sus protestas y me tensé a la espera de que hiciera acto de presencia mi salvador. El hombre, vestido de negro como los guardas, salió al camino y dejó atrás el camuflaje que le ofrecía el bosque. Los músculos del brazo derecho se le marcaban notablemente al tener la pistola fuertemente agarrada. Su rostro estaba crispado en una mueca que no supe discernir si era de concentración o reproche, pero sí que reflejó claramente la satisfacción que le produjo ver a la pareja de casados en el suelo.
Mi sorpresa se acentuó cuando mi mirada tropezó con su cara. Inmediatamente, aunque sin ser consciente de ello, busqué su distintivo tatuaje de un dragón que ocupaba casi todo su brazo derecho: comenzaba en el hombro y la cola se extendía hasta el antebrazo. Recordé lo que me había susurrado al oído antes de que aquella locura comenzara…
- Te dije que no era tu enemigo – comentó el joven californiano con actitud relajada. Sin embargo, a mí no me engañaba, la tensión de sus hombros y los dedos apretados sobre la empuñadura de la pistola decían otra cosa muy diferente: estaba preparado para disparar en cualquier momento.
- Y al mismo tiempo intentabas ahogarme así que perdóname si no confié en ti. – Repuse sin cambiar ni un milímetro mi pose agazapada frente al cuerpo de la detective.
- No iba a matarte, solo pretendía que te quedaras inconsciente.
- ¿Para qué?
- Para que no intervinieras mientras intentaba salvarle el culo a tu amiguita – señaló con la Glock a Beckett, que gruñó por toda respuesta.
- ¿Por qué? – Aquella pregunta realizada con apenas un hilo de voz se alzó por encima del rugido de aire entre los árboles, atrayendo nuestra atención en el hombre arrodillado frente al cuerpo sin vida de su esposa. Su traje estaba manchado de polvo, su camisa blanca salpicada con sangre, su rostro demacrado transmitía una tristeza inigualable. De no haber sabido la verdadera identidad de Jerry Tyson, habría sentido lástima por él.
Pero no era el caso.
- ¿Por qué nos has traicionado? – Volvió a inquirir, esta vez con un deje de rabia.
- Nunca os juré lealtad – contestó Royce duramente.
- ¿Pretendes que me crea esa gilipollez? – Tyson se levantó y se encontró con tres pistolas apuntándole pero no pareció importarle. - ¿Quién te ha comprado?
El californiano esbozó una fugaz sonrisa torcida que hizo que me fijara realmente, y por primera vez, en él. Yo le echaba treinta y pocos años, sin embargo, su pelo, de un castaño claro y cortado a cepillo, ya lucía unas prominentes entradas. Tenía una mandíbula angulosa que le daba cierto aspecto de dureza a una cara más bien hecha para sonreír. Sus ojos, por el otro lado, eran clásicos – marrones – pero con la capacidad de expresar todo lo que pasaba por su cabeza con una claridad asombrosa.
- Créeme que no es por el dinero, eso no serviría ni para sobornar al más facilón, ¿verdad, detective?
La pregunta nos desconcertó a todos, aunque a Beckett la que más. Entrecerró los ojos mientras analizaba a Royce de arriba abajo como sopesando si le conocía de algo. Fue el hombre que acababa de perder a su mujer el que ató los cabos con más rapidez.
- ¿Eres un poli? – preguntó escupiendo casi la palabra, destilando odio.
- Tres años infiltrado en vuestra organización y ni sospechasteis. – Se encogió de hombros y el dragón pareció moverse con él retorciendo el cuerpo.
Ahora todo cobraba sentido: su trato más cuidadoso pero lo suficientemente brusco como para no levantar sospechas, mis abrazaderas más sueltas de lo que deberían, su intento de ayudarnos, que matara a Kelly…
Era un policía. Era de los nuestros.
Los ojos verde avellana de Beckett tropezaron con los míos y pude ver reflejado el alivio que sentía yo en ellos.
Estábamos salvados, por increíble que pareciera después de todo por lo que habíamos pasado.
Los oídos me zumbaban y me costaba enfocar la mirada por culpa del dolor. Todavía llevaba el brazo izquierdo firmemente apretado contra el pecho, el derecho sujetándolo y, a la vez, apuntando con la pistola de Nieman a Jerry. Los cortes que me adornaban la cara y las manos escocían pero era algo soportable comparado con las lacerantes punzadas de mi hombro dislocado. Mi cerebro cada vez trabajaba con más lentitud, sumiéndose poco a poco en la neblina de la inconsciencia. Me temblaban las rodillas, amenazando con dejar de sujetarme en cualquier momento.
En realidad me temblaba el cuerpo entero y no sabía cuándo había empezado.
Noté cómo los efectos de la adrenalina, lo que me había mantenido en movimiento y había hecho el dolor soportable, comenzaban a disiparse. Lentamente pero no lo suficientemente lento como para aguantar más.
- ¡Quieto! – gritó Beckett entre dientes, devolviéndome a la realidad, dándome unos segundos más de claridad.
Sacudí la cabeza y luché por centrarme. Estaba infinitamente exhausto, hasta el punto de que el polvoriento camino parecía el lugar más cómodo del mundo para dejarme caer y dormir hasta que mi cuerpo dijera "¡Basta!". Apreté la mandíbula diciéndome a mí mismo que tenía que aguantar un poco más. Solo un poco más.
Fijé mi atención en Tyson para mantenerme alerta. Este me miraba fijamente como si sintiera los problemas que estaba teniendo para seguir consciente. Ladeó la cabeza cuando nuestros ojos se encontraron, esbozó una sonrisa siniestra dando un paso al frente, reduciendo la distancia entre el cañón de mi pistola y su pecho.
- ¿Cansado, Richard? – inquirió, un brillo perverso cruzando por sus ojos, iluminándolos por una fracción de segundo antes de que volvieran a su marrón desinteresado habitual. – Apuesto a que ahora mismo no serías capaz de apretar ese gatillo.
Otro paso hacia mí.
- Puede que yo no, pero hay dos personas más ansiosas por dispararte – contesté a duras penas.
Noté la mirada fugaz que Kate me lanzó. Supe que me estaba evaluando, comprobando si Jerry decía la verdad o solo trataba de despistarnos para atacar.
Él se encogió de hombros con despreocupación, lo que hizo que la hombrera desgarrada de su traje siguiera su movimiento con un pequeño salto.
Otro paso.
- No te acerques más. – La voz de Beckett sonaba salvaje.
Aguanta. Solo un poco más. Jerry Tyson hizo caso omiso y avanzó un paso, ahora su pecho casi tocaba el cañón de mi Glock, unos centímetros de distancia evitaban que su camisa salpicada de sangre rozara el metal de la pistola.
- He dicho que te estés quieto – La detective reajustó su posición y vi su dedo temblar por el esfuerzo de contenerse y no apretar el gatillo.
El hombre plantado frente a mí comenzó a desabotonarse la camisa, alzó ambas manos lentamente cuando hubo terminado y rodeó las mías, tirando de mí hasta que la pistola se apoyó totalmente en su pecho desnudo. Contuvo una mueca cuando el frío acero mordió su piel pero no se apartó ni un solo milímetro. Me soltó, dejando que sus manos reposaran tranquilamente a ambos lados de su cuerpo.
Arqueó una ceja invitadoramente.
- Vamos – me animó.
Negué con la cabeza manteniendo una expresión neutra que no transmitiera lo mucho que había soñado con un momento así.
- ¿Por qué no? Apuesto a que todas tus fantasías comienzan así… – Me había leído la mente una vez más. - …teniéndome en el punto de mira, desarmado, desnudo, y nunca mejor dicho. Tú tienes todo el poder y yo ninguno.
- No voy a matarte, Tyson – Hablar claramente me costaba pero hice un último esfuerzo. Solo un poco más.
- Te arrebaté la cosa más importante en tu vida. Te forcé a ser quien eres. ¿Me vas a decir que no vas a aprovechar la oportunidad de vengarte? – Inquirió con una frialdad absoluta. Pero había algo más, casi…
Decepción. Sí, eso era lo que veía en sus ojos. No le iba a dar lo que él más deseaba en este momento.
Decidí cambiar las tornas.
- Contéstame tú a mí – dije haciendo un suave gesto para señalarle con la cabeza. - ¿Por qué quieres que te mate?
Soltó una carcajada amarga.
- ¿Que por qué…? – sacudió la cabeza como si no mereciera la pena repetir mi pregunta. – ¿Qué me queda a mí ahora? Han matado a la única razón de mi existencia.
No pude evitar apreciar el romanticismo de sus palabras, defecto de escritor. Sin embargo, asuntos más urgentes ocuparon mi mente cuando mi vista se tornó negra por unos breves instantes. Entrecerré los ojos, parpadeando varias veces, enfocando la cara del hombre parado frente a mí, los árboles del fondo. Se me estaba acabando el tiempo, había llegado más rápido de lo que pensaba al límite de mis fuerzas.
Solo un poco más, me grité interiormente.
- ¿Sabes que estoy en contra de la pena de muerte? – solté de repente.
El cambio de tema fue tan brusco que los tres se me quedaron mirando con perplejidad, sin comprender qué tenía eso que ver con la conversación que habíamos estado manteniendo un rato atrás. Royce se había movido y entraba en mi campo de visión, por lo que pude ver su expresión de duda, su intento de comprobar si estaba en mi sano juicio. Kate, en cambio, ladeó la cabeza y me miró fugazmente con curiosidad.
- ¿Y eso que más me da? – espetó Jerry.
- Debería – repliqué. - ¿Y por qué? Te lo explicaré. Considero que la pena de muerte no es una condena sino un regalo.
- Tío, – me interrumpió Royce socarronamente – creo que nuestras definiciones de pena de muerte no son las mismas.
- Déjame terminar – pedí mirándole brevemente. Él se limitó a asentir y hacer un encogimiento de hombros antes de recuperar su expresión adusta. – Es un regalo porque los criminales que se enfrentan a dicha condena no merecen el alivio de la muerte. Se libran de cumplir cadena perpetua pagando por sus crímenes. El Gobierno cree que les está castigando cuando, en realidad, les está salvando. – Los ojos marrones de Tyson se iluminaron con comprensión. – Así que, contestando a tu pregunta inicial, no. Por mucho que sueñe con apretar el gatillo y verte desangrarte en el suelo, una muerte lenta y dolorosa que hiciera que te arrepintieras de tener el valor suficiente para arrebatarme a mi niña pequeña. Por mucho que desee meterte una bala en un riñón, en el estómago, en el cerebro… Suficiente para hacerte sufrir lo que te queda de miserable vida, pero no tanto como para matarte. Por mucho que fantasee con machacarte los huesos a patadas hasta volvértelos polvo. – Clavé el cañón de la pistola en su pecho desnudo y su mueca de dolor satisfizo mi lado morboso. Beckett se tensó a mi lado, temiendo que se me cruzaran los cables y decidiera llevar a cabo mi última amenaza, lista para saltar y frenarme en cualquier momento. Pero no fue necesario. Bajé mi voz hasta convertirla en casi un susurro apenas audible por encima del silbar del aire, sin embargo, Tyson me escuchaba claramente. – Te libraría de un destino mucho peor que me encargaré personalmente de que sufras. La peor cárcel del mundo, la celda más fría e inhabitable, compañeros con gusto por ricachones americanos. Haré lo que haga falta para convertir lo que te queda de vida en un infierno. Y cuando creas que nada más puede pasarte, que has tocado fondo; te enseñaré que, después de lo malo, siempre espera algo peor. Te llevaré hasta tu límite, tanto que buscarás el amparo de la locura para poder sobrevivir; tanto que rezarás para que alguien te mate, cosa que, ya ahora, te aseguro que no pasará. Es más, te prometo, ¡te juro!, que llegarás a tal extremo que desearás no haber conocido jamás a Kelly Nieman.
- ¡Eso nunca! – exclamó Tyson, pero su voz temblorosa le delató. Por fin había conseguido que ese hombre, siempre tan imperturbable, supiera lo que era el miedo y probara el sabor metálico que dejaba en la boca.
- Oh, sí, créeme – le aseguré. Tragó saliva notablemente y supe qué era lo que veía. Veía a un hombre que ya había sufrido demasiado, al que había llevado él mismo a su límite y que ya no estaba dispuesto a soportar más. Veía a un hombre capaz de lo que fuera con tal de verle sufrir tanto como él le había hecho sufrir. Sabía que, de algún modo u otro, se las apañaría para hacer cumplir todas y cada una de sus palabras. – Desearás no haberla conocido, no haberte enamorado, que no hubiera aceptado tu proposición de matrimonio. Desearás poder volver atrás en el tiempo para cambiar tu pasado y conformarte con ser un asesino fugitivo de la ley. Porque entonces nunca habrías tropezado con Kelly, nunca te habrías aliado con ella. Nuestros caminos nunca se habrían cruzado y no estaríamos aquí ahora mismo. Quizá te hubiera tocado pasar tu tiempo en la cárcel, pero habría sido un precio a pagar aceptable porque sería un jardín de infancia comparado con donde yo te voy a meter.
- No. No puedes hacer eso, hay protocolos, reglas gubernamentales…
- Tengo al mejor abogado de la ciudad – repliqué con confianza.
- Da igu…
Su pobre intento de auto-serenarse se vio cortado a la mitad por el estridente sonido de un coche derrapando en la entrada al encontrarse bruscamente con las rejas. Las luces rojas y azules policiales nos iluminaron, cegándonos momentáneamente. En un acto reflejo, alcé la mano izquierda en un intento de protegerme los ojos pero un latigazo de dolor me recorrió el cuerpo entero y me hizo tambalearme en el sitio. Sentí la fuerte mano de Royce sobre mi brazo bueno, estabilizándome. La cabeza me daba vueltas y sentía náuseas. Oía gritos distorsionados, imágenes borrosas, polvo levantándose.
Entonces sonaron una ráfaga de disparos que me dejaron helado. No veía nada. No oía nada.
Me serené lo suficiente como para atisbar al joven californiano todavía agarrándome, era lo único que me mantenía en pie. Busqué la figura de la detective y distinguí sus gritos por encima del sonido de las balas.
- ¡Beckett! – exclamó una voz familiar. Rebusqué en mi cabeza, desempolvando recuerdos, liberándolos de la espesa neblina de la inconsciencia.
- Castle, ¿estás bien? – Ahí estaba Ryan mirándome con preocupación. No me paré a pensar en el aspecto que tenía, solo que el detective estaba parado en el sitio que segundos antes, para mí, pero que debía de haber sido más tiempo, había ocupado Jerry Tyson.
- ¿Dónde está? – grité sintiendo el histerismo apoderarse de mí. - ¿Dónde está? – repetí tan alto que me dolió la garganta.
El irlandés se hizo a un lado y, a través de la nube de polvo, pude entrever una figura negra desplomada en el suelo. Nononononono. No, por favor. Que no sea él. Corrí hacia el cuerpo y me dejé caer de rodillas sobre la gravilla del camino cuando distinguí el caro traje americano, ahora casi blanquecino por la suciedad.
- No – mascullé con incredulidad mientras tiraba como podía del cuerpo sin vida para darle la vuelta y colocarlo bocarriba.
Mi mirada tropezó con los ojos inertes de Tyson, ahora más desvaídos que nunca. Sabía que estaba muerto y que no había vuelta atrás, había visto la multitud de heridas de bala que adornaban su espalda como un mosaico burlón. Aun así, me negaba a creerlo.
- ¡Despierta, cabrón! – grité golpeándole con el puño derecho. - ¡Vamos! ¡Levántate y enfréntate a mí! – Al ver que las patadas no surtían efecto, volví a derrumbarme junto a él y comencé a practicarle los primeros auxilios. Con una sola mano, la única útil que tenía, ejercí presión rítmicamente sobre su pecho mientras contaba para mí mismo. - ¡VAMOS! – bramé. La garganta me raspaba. El hombro me dolía ahora más que nunca. Pero nada más importaba.
Por un buen rato, traté de devolverle la vida a la persona a la que había soñado con matar múltiples veces.
Entonces, alguien se arrodilló suavemente a mi lado. No me tocó ni me habló, se quedó ahí a la espera de que yo reaccionara. Moví las piernas sobre el suelo, levantando polvo, sentado en pleno camino junto al cuerpo de Jerry Tyson. Había dejado caer la cabeza en una mano y no cambié la posición a pesar de que mi voz sonaba ahogada.
- Se ha ido – dije roncamente. – Se ha salido con la suya y se ha salvado mientras yo… - dejé que las palabras murieran en mi garganta, cogiendo aire antes de atreverme a expresarlas en voz alta. - ¿Yo qué he conseguido a cambio de cinco años de sufrimiento?
Beckett se mantuvo en silencio por unos segundos, reflexionando profundamente.
- Sigues con vida, eso es más de lo que él puede decir – hizo un gesto vago con la cabeza para señalar al cuerpo inerte que seguía tirado en el suelo a unos centímetros de nosotros.
- Eso no es suficiente… – ladeé la cabeza para mirarla - ¿Soy estúpido por sentirme así?
La detective me mantuvo la mirada un rato antes de apartarla y fijarla en una hormiga aventurera que estaba cruzando entre ambos.
- No – suspiró finalmente. – No eres estúpido.
Asentí con suavidad y ella captó el mensaje. Se levantó, sacudiéndose los pantalones un poco para retirar el polvo y me tendió la mano para ayudarme. La acepté pero no me sentía con fuerzas suficientes como para sonreírle con agradecimiento, me limité a apretar sus dedos entre los míos y eso fue suficiente para Kate. Tiró de mí hasta incorporarme y sostuve el peso de mi cuerpo por mí solo durante unos segundos.
Entonces las piernas me fallaron definitivamente, la vista se me nubló y la negrura se abalanzó sobre mí como un monstruo que espera a que su presa esté desprevenida para atacar. Me sentí caer pero en ningún momento choqué contra el suelo porque yo ya me había abandonado a la inconsciencia y estaba flotando, reposando en un mullido mar de nubes interminable. Oí el grito de Beckett pero mis labios no respondieron cuando intenté sonreírle para que no se preocupara.
Estaba bien, solo necesitaba descansar un poco…
-.-.-.-.-.-.-
- ¡Madre! – llamé bien alto para que me oyera desde el piso de arriba.
Esperé a que bajara y observe mi reflejo. Llevaba un bonito traje negro nuevo, ya que había adelgazado durante los tres días de secuestro y los cinco que había pasado alimentándome de la comida mediocre, tirando a mala, que me traían a las enfermeras de la cafetería.
Había recibido múltiples visitas en mi corta estancia en el hospital, la cual había alargado lo estrictamente necesario, es decir, lo suficiente como para que me recolocaran el hombro, curaran y desinfectaran mis heridas, me hicieran pruebas para descartar lesiones internas y el dolor remitiera un poco.
Esposito y Ryan se habían pasado para contarme los avances del caso: Gates se había unido a la causa y había hecho un par de llamadas a sus contactos en Asuntos Internos, así que ahora tenían a dos Hombres de Negro metidos en la comisaria haciendo entrevistas personales y despidiendo a todo el que diera muestras de estar corrupto. Tom Demming, ex-capitán del Departamento de Robos, había acabado en la calle por obstrucción a la justicia y le habían vuelto a ofrecer el puesto a Kate, quien, por segunda vez, lo había rechazado; y, ahora, tenían al tercer mejor clasificado en las pruebas como capitán temporal en caso de que la junta encontrara a alguien mejor. El caso de Alexis por fin lucía un bonito "Cerrado" en la tapa y ahora descansaba en una nueva estantería del archivo junto a todos los informes sobre el desmantelamiento de la red de drogas y tráfico de personas de Kelly Nieman y Jerry Tyson, también conocido como el 3XA, asesinatos que se habían dado por cerrados ahora que estaba muerto. Ambos cuerpos estaban todavía en la morgue a la espera de que algún familiar diera señales de vida y les dijera qué querían que hicieran con ellos.
Un huracán pelirrojo a medio vestir atravesó mi despacho e irrumpió en mi habitación, sobresaltándome.
- ¡Richard, me asustaste! – exclamó cuando me vio parado frente al espejo, sano y salvo.
- Perdón – bajé la mirada, fingiendo arrepentimiento.
Pero era mi madre a quien intentaba engañar, algo imposible. Soltó una carcajada y se acercó a mí con el desparpajo de alguien que nunca se ha ido. No parecía que hubiésemos estado años separados sin casi hablarnos y eso me encantaba, esa sensación de familiaridad, de cariño. El saber que cuando llegaba a casa de dar un paseo o hablar con mi editora no iba a encontrar un loft vacío sino música de piano saliendo por debajo de la puerta y una copa de vino en la isla de la cocina esperando por mí. Ahora siempre charlábamos un rato antes de irnos a dormir, sin tele, sin radio, solo nosotros y nuestras anécdotas.
Ella había sido la segunda persona a la que había visto nada más despertar en el hospital cinco días atrás. Ella había sido la que se había quedado conmigo y a la que me había visto forzado a mandar a casa para que se duchara, cambiara de ropa y tuviera una o dos noches de sueño en una cama decente y no una dura silla de plástico.
Y la primera persona…
- Ey, despierta – Martha cascó los dedos frente a mí, sacándome de mi trance. – Vamos a llegar tarde como no te apures – me regañó.
- ¡Pero si yo ya estoy! – exclamé mirándome de nuevo en el espejo. Sí, estaba listo, solo me quedaba que me ayudara a elegir el color de la corbata y me la anudara ella ya que tenía que llevar una hombrera, la cual me había puesto por encima del traje, y que mantenía mi brazo pegado al costado mediante una banda que me cruzaba el pecho.
La pelirroja giró sobre sus talones enfundados en medias finas negras y se señaló la espalda. Procedí a subirle la cremallera del vestido como siempre había hecho de pequeño y entonces sostuve en alto la corbata azul marino muy oscuro y otra negra. Mi madre sopesó ambas y retiró la azul de mi mano, pasándola alrededor de mi cuello y obligándome a agacharme un poco para poder levantarme el cuello de la camisa y recolocarlo. Cuando hubo terminado, admiré su trabajo en el espejo.
- ¿Cómo…? – pregunté rozando con las puntas de los dedos de mi mano derecha las cinco capas diferentes que tenía el nudo.
- Lo aprendí el otro día, se llama Eldredge y está bastante de moda. Es elegante, ¿verdad? – No me miró para comprobar qué le contestaba, siguió aplicándose una segunda capa de rímel y pintándose los labios de un rojo apagado. Tras comprobar que no se le había corrido nada giró sobre sí misma haciendo que su vestido negro volara a su alrededor. - ¿Qué tal?
- Estás preciosa, madre – le contesté con sinceridad. Miré fugazmente el reloj y asentí. – Justo a tiempo.
- Te lo he dicho, querido, Martha Rodgers nunca llega tarde.
- Ya, repíteme eso cuando entremos en el cine a mitad de la película otra vez por tu culpa.
Ambos nos dirigimos al ascensor de mi edificio y bajamos discutiendo amenamente si había sido realmente por sus ganas de llevar el conjunto nuevo que acababa de comprarse o por mi insistencia en pararme a firmar los pechos de todas las mujeres con las que nos habíamos cruzado.
- Yo digo que fue un empate – dijo la actriz con aire conciliador mientras nos sentábamos en el taxi. – Solo que tú saliste mejor parado que yo.
- ¿Y eso cómo? – inquirí. El taxista arrancó, mirándonos medio expectante.
- Porque conseguiste los números de todas esas mujeres, aunque sigo con mi teoría de que solo se acercaron a ti porque vieron tu Ferrari y supusieron que eras famoso.
- ¡Qué dices! Madre, ¡sabían mi nombre!
- Usarían el cacharro este – replicó la pelirroja sacudiendo su iPhone peligrosamente. Frené su mano para que no lanzara el móvil por la ventana abierta y la dejé de nuevo en su regazo.
- Si no les importa – intervino entonces el taxista con un poco de fastidio - ¿me pueden decir a dónde les tengo que llevar?
- Sí, perdone, al cementerio de Trinity Church – contesté haciendo una nota mental de dejarle una buena propina al hombre.
-.-.-.-.-.-.-.-
Unos suaves toques en la ventana la sacaron de su trance. Alzó la cabeza y dejó de mirar sus dedos juguetear con la alianza de su padre, la cual llevaba siempre colgada de una cadena de plata al cuello. Presionó un botón y ojo el suave zumbido de la ventanilla al bajarse.
- Cariño, ¿estás bien? – preguntó su madre con una sonrisa dulce en su rostro.
Asintió con aire distraído.
La detective todavía podía ver la sombra de la angustia que había pasado Johanna Beckett al enterarse de que su hija había sido secuestrada. Su rostro tenía unas cuantas arrugas más, en su pelo castaño habían aparecido cuatro canas más según la abogada y tenía profundas ojeras bajo sus ojos, signo de las noches sin dormir antes y después de la vuelta de Kate a Nueva York, ya que Johanna había insistido en acompañar a su hija durante su espera en el hospital.
Beckett había vuelto prácticamente intacta de su cautiverio, sobre todo en comparación con Castle. Un par de heridas en los brazos y manos producidas por las zarzas y ramas, las rozaduras de las muñecas que, desafortunadamente, se le habían infectado un poco, y un golpe en la cabeza que no había producido ninguna lesión cerebral ni había hecho que mostrara efectos secundarios. La enfermera le había explicado mientras le retiraba la sangre seca de la cara y el cuello, que las heridas de la cabeza sangran mucho, de ahí que siempre parezcan peor de lo que eran. Al final, había resultado ser una pequeña brecha que había necesitado dos puntos. Sin embargo, a pesar de su positivo diagnóstico, la detective había insistido en quedarse en el hospital hasta que Castle despertara.
Ella había sido la única en la habitación cuando sus ojos azules parpadearon bajo las fuertes luces y trataron de reconocer dónde se encontraba. Kate recordaba a la perfección qué párrafo de Calor Desnudo le había estado leyendo en ese preciso momento, cómo él lo había reconocido y había sonreído tontamente.
- Creí haber entendido que no eras fan – le había dicho él con su voz ronca de recién despierto.
- Y no lo soy, solo del género – había replicado ella correspondiendo a su sonrisa con una dulce y tremendamente alegre.
- Ya, puede que esté drogado y haya un unicornio sentado junto a ti pero no me la cuelas – había replicado Castle dándose golpecitos en un lado de la nariz tras señalar una silla vacía al lado de la detective.
Esa había sido la única vez que había hablado. Después, el escritor se había visto envuelto en una vorágine de morfina, tratamientos, pruebas y declaraciones con los de Asuntos Internos. Siempre terminaba exhausto y, para cuando Beckett regresaba de sus propias entrevistas con la Jueza Gates y gente importante de la jerarquía del Departamento de Policía de Nueva York, le encontraba durmiendo profundamente en su cama, así que se marchaba sin hacer ruido para no despertarle con la promesa de volver en otro momento.
Pero entonces su madre le había comentado que no habían celebrado el funeral de Jim a la espera de que Beckett volviera sana y salva. La noticia la había dejado algo trastocada y se había sorprendido a sí misma al debatir si ir o no. Para ella, su padre las había dejado cuando cayó en coma y vieron que no iba a despertar, ese había sido el momento en el que Kate se había despedido de él y había hecho las paces, medianamente, con su marcha. Había sido el momento en el que se había colgado el anillo al cuello para recordar la vida que había perdido, la vida a la que rendía homenaje todos los días antes de traspasar el precinto policial de una escena del crimen.
Así que la posibilidad de asistir a una ceremonia para volver a decirle adiós le resultaba doloroso. Ya había sido duro hacerlo una vez como para tener que repetirlo y, esta vez, enfrente de todos los amigos y familiares que ellos invitaran. Quería hacerlo para darle un entierro digno a su padre, para ofrecerles la oportunidad a todos los que le conocieron de despedirse, porque sabía que si no asistía se quedaría para siempre con la mosca tras la oreja, con esa sensación de que se perdió una parte importante del morir de un ser querido. Y, sin embargo, estar parada frente a un ataúd cerrado en el que ella sabía que estaba el cuerpo de su padre… Le producía náuseas con solo pensarlo.
- ¿Estás segura de esto? – preguntó Johanna al ver los ojos llorosos y perdidos de su hija mientras esta salía de su Crown Victoria y cerraba el coche con llave. Entrelazó su brazo con el de ella, chocando hombros, y ambas se encaminaron césped abajo.
- No – confesó Beckett. ¿Qué sentido tenía mentir si se notaba a la legua que no era así? – Pero ya no hay vuelta atrás – suspiró.
- Siempre puedes ir a dar un paseo, cariño, no te sientas forzada si no estás preparada – acarició con suavidad la suave mejilla de la detective y esta cerró los ojos brevemente ante su contacto.
Entonces sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa temblorosa.
- Claro, no hay mejor sitio para pasear que un cementerio – bromeó con debilidad.
Su madre se río con ella y le dio un suave empujón con el hombro. Madre e hija se quedaron paradas en lo alto de la colina y observaron a la pequeña congregación de personas vestidas de negro con flores coloridas en las manos y repartiéndose las catorce sillas blancas que los encargados del cementerio habían colocado al lado del agujero y el ataúd de Jim Beckett.
- Oh, se me olvidaron los lirios en el coche – exclamó Johanna dándose una palmada en la frente.
- No pasa nada, voy yo a por ellos – repuso Kate aliviada por poder retrasar el momento de descender la colina hacia aquellas personas que le darían el pésame una y otra vez. – Tú ve bajando, no está bien que la esposa llegue tarde, sospecharán de ti.
- ¿De mí?
- De que le mataste para quedarte con su seguro de vida.
- Oh… ¿Necesito abogado?
- Tú sola te bastas – se río la joven sacudiendo la cabeza. Pasada la broma, vio que su madre todavía parecía reticente a marcharse sola. – Venga, dame las llaves y atiende a los invitados, puedo ver desde aquí que el cura se está impacientando.
- Está bien – accedió la abogada. Depositó un beso en la mejilla de la detective y luego le borró con el pulgar la mancha de pintalabios. – Pero no llegues muy tarde no vaya a ser que sospechen de ti entonces.
- Tranquila, seré rápida – la tranquilizó con una sonrisa mientras le cogía las llaves a su madre.
Ambas mujeres comenzaron a andar en direcciones opuestas, una hacia el entierro de su marido y la otra, huyendo del mismo, hacia el coche. Cuando llegó al viejo Peugeot verde botella de Johanna, lo abrió y recuperó el ramo de lirios del asiento trasero comprobando que no se hubieran marchitado por el calor. Al cerrar la puerta, observó el reflejo distorsionado que esta le mostraba: alta, delgada, con un vestido de encaje negro de manga francesa y cuello redondo. Había pasado de los tacones, bien consciente del infierno que es caminar con ellos por césped, y se había decantado por unas bonitas, y muy usadas, bailarinas negras.
Un coche rugió tras ella y vio el reflejo de un taxi que paró unos metros más adelante. Una mujer muy elegante vestida de negro y con una mata de pelo pelirroja muy llamativa se bajó por el lado derecho sin dejar de hablar con el otro ocupante, que se había quedado regazado.
- Ya le dije que no cogiera esa Avenida porque a estas horas siempre está llena de atasco… - protestaba la mujer poniéndose unas gafas de sol. – No, no es que quiera llevar la razón, querido, es que habríamos llegado antes si… Oh.
La mujer se interrumpió al ver a Beckett y esta sintió que debía acercarse a saludar.
- Katherine – la recibió la pelirroja cuando hubo llegado frente a ella. Le dio un rápido abrazo y susurró al oído de la detective. – Dejémonos de pésames, vas a recibir muchos hoy – alzó la voz de nuevo – Qué día tan bonito para decir adiós, ¿verdad?
- Gracias – Y Kate lo dijo de todo corazón.
La actriz replicó con un guiño de ojo.
- Richard, querido, voy yendo.
El escritor asintió mientras se peleaba con el cinturón y se deslizaba por los asientos hasta la puerta que su madre había dejado abierta. Salió un poco torpemente y el taxi arrancó dejándoles sumidos en medio de una nube de polvo. Beckett guio a Castle hacia el césped y ambos caminaron lentamente en silencio, el uno al lado del otro, sin sentir la necesidad de llenar el aire con palabras.
- No sabía si ibas a venir – dijo finalmente la detective rascándose la nuca.
- Yo tampoco – confesó el escritor mirándola fijamente. No llevaba gafas y Kate tampoco, por lo que los ojos de ambos se encontraron, verde intenso contra azul pálido.
La detective fue consciente de que estaban dando un rodeo innecesario pero no trató de corregir el rumbo en ningún momento, quería, necesitaba, esos minutos a solas con él.
- Estás muy guapa, Kate – La voz de Castle era baja pero dulce.
- Tú también – admitió Beckett con una sonrisa ladeada.
- Gracias, no sabes lo que me he peleado para meter el brazo por el hueco – señaló hacia la hombrera que sostenía su hombro dislocado.
- Es cierto, ¿cómo vas?
- Bueno, cada día duele menos, lo peor es por la noche, todavía tengo la costumbre de rodar por la cama.
Kate asintió con reconocimiento, ella lo había experimentado, y cuando ambos se miraron de nuevo, sus sonrisas languidecieron un poco.
- ¿Cómo vas tú? – inquirió Castle rozando su brazo con la yema de los dedos.
La detective se encogió de hombres y agachó la mirada sobrepasada por el deseo extremo de llorar. Sacudió la cabeza y sintió la mano buena del escritor en su barbilla obligándola gentilmente a mirarle.
- Aunque ahora mismo no te lo parezca, es lo mejor – le dijo con suavidad.
- Lo sé, en el fondo, lo sé.
En ese momento llegó el turno de Castle de rehuir la mirada de la joven, claramente luchando consigo mismo sobre si decir algo o callárselo.
- Dilo – le obligó Kate.
- No.
- Castle, dilo.
- No es apropiado decirlo ahora, ¿vale? Es egoísta y no. Hoy estoy aquí por ti y ya está.
Beckett se tragó la sonrisa. Si solo no fuera tan fácil de leer en algunos momentos… Pero llevaba lo que le preocupaba escrito en la cara.
- ¿Sabes qué cosa más curiosa ha ocurrido en mi casa? – ante la expresión de confusión del escritor no pudo aguantarse por más tiempo y exhibió una gran sonrisa. – Verás, el gato de la vecina debió de entrar por la ventana y estropeó todas las pruebas que me diste y las que yo tenía.
- El gato… - repitió Castle, claramente, sin tragárselo.
- Sí, el muy condenado.
- ¿Y qué ha pasado con todo?
- Triturado todo, hecho pedacitos. Vamos, ni que una máquina lo hubiera hecho.
- Comprendo…
- Así que tu caso ahora mismo está aplicando el "In Dubio Pro Reo".
El escritor arqueó las cejas con curiosidad antes de que una expresión de comprensión cruzara por su rostro.
- A veces se me olvida que querías entrar en el Tribunal Superior. – Comentó.
No lo dijo pero no hacía falta, se le veía claramente aliviado.
- Kate – la llamó. Habían llegado al borde de la colina y desde allí podían ver al cura en pleno sermón. – Siento haber puesto tanta responsabilidad sobre ti, nunca tendría que haberlo hecho… - suspiró rascándose la nuca con aspecto culpable. – Dios, fue estúpido creer que…
- ¿Que qué? – le instó Beckett.
- Fue estúpido por mi parte creer que podría vivir tranquilo en la cárcel, pero la sola idea de dejarte atrás… - sacudió la cabeza como si no encontrara palabras para describir lo que le hacía sentir. – Kate, yo… - resopló, restregando la hierba bajo la punta del zapato con nerviosismo. – Yo…
La detective se acercó a él con cuidado de no aplastar su brazo herido y buscó su mirada. Sus ojos azules mostraban la vergüenza que sentía por no ser capaz de expresarse.
- Para ser escritor eres bastante parco a la hora de hablar – comentó con una sonrisa dulce.
Él soltó una risa nerviosa y volvió a rascarse la nuca.
- Lo que quiero decirte es que…
Al atascarse nuevamente, Kate decidió que iba a dejar de hacerle sufrir cuando ella ya sabía qué quería decirle. Lo veía en su mirada, en la dulzura de su roce, en la sinceridad de su sonrisa. Cuidadosamente, atrajo su cuerpo hacia el de ella y juntó sus labios en un beso cargado de todo lo que nada más que un beso podía expresar.
Llegado el momento, esas dos palabras que el escritor luchaba por pronunciar saldrían con la facilidad con la que el corazón late.
Cuando se separaron, apoyaron la frente en la del otro con los ojos cerrados y compartiendo el aire. Entonces Castle esbozó una sonrisa completamente tranquila.
- Gracias – susurró.
- Siempre – replicó Beckett entrelazando sus dedos con los de la mano buena del escritor antes de tirar de él para abrazarle y dirigirse, juntos, colina abajo.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Biennnnnnn ya se terminó la era del terror, el matrimonio diabólico ha desaparecido de la faz de la tierraaaaaaaaaaaaaaa, jajajajajajaja
Me encantan los gatos, jajajaja no sé porqué, jajajajaja lo mismo es porque tengo tres en casa. Y desde luego puedo decir que Kate tiene razón, cuando se ponen a la faena, no dejan títere con cabeza, o revistas enteras hechas jirones que viene a ser lo mismo, jajajajajja
Bueno parece que entre ellos no hay más barreras que derribar y al parecer no tienen problemas más que a la hora de vestirse Castle debido al cabestrillo, jajajajajaja. Solo falta saber cómo rematarás la historia, pues esto no va a dar mucho más de si, ellos lo tienen claro, parece que van a seguir lo que iniciaron y no tienen nada que impida que así lo hagan, jajajajaja eso sí que es meritorio después de ver su trayectoria. Al menos todo parece ir acomodándose, recuperando su pulso normal y aunque hay personas que no volverán a estar con ellos, físicamente, sí que lo estarán siempre en sus corazones, donde no desaparecerán ni con el paso del tiempo.
Me encantó este capítulo, ha sido toda una aclaración de lo que ha sucedido con el caso, pero a pesar de su comportamiento no hay nada finiquitado entre la pareja, así que espero que decidan de una vez vivir juntos, ya que lo han estado haciendo como pareja desde que iniciaron la misión. Pero eso nos lo tendrás que contar tú, jajajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
Me encantan los gatos, jajajaja no sé porqué, jajajajaja lo mismo es porque tengo tres en casa. Y desde luego puedo decir que Kate tiene razón, cuando se ponen a la faena, no dejan títere con cabeza, o revistas enteras hechas jirones que viene a ser lo mismo, jajajajajja
Bueno parece que entre ellos no hay más barreras que derribar y al parecer no tienen problemas más que a la hora de vestirse Castle debido al cabestrillo, jajajajajaja. Solo falta saber cómo rematarás la historia, pues esto no va a dar mucho más de si, ellos lo tienen claro, parece que van a seguir lo que iniciaron y no tienen nada que impida que así lo hagan, jajajajaja eso sí que es meritorio después de ver su trayectoria. Al menos todo parece ir acomodándose, recuperando su pulso normal y aunque hay personas que no volverán a estar con ellos, físicamente, sí que lo estarán siempre en sus corazones, donde no desaparecerán ni con el paso del tiempo.
Me encantó este capítulo, ha sido toda una aclaración de lo que ha sucedido con el caso, pero a pesar de su comportamiento no hay nada finiquitado entre la pareja, así que espero que decidan de una vez vivir juntos, ya que lo han estado haciendo como pareja desde que iniciaron la misión. Pero eso nos lo tendrás que contar tú, jajajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
agecastbet- Escritor - Policia
- Mensajes : 2971
Fecha de inscripción : 27/12/2012
Localización : En la colina del loco - Madrid
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Bien!!! por fin fueron rescatados y están a salvo . No me esperaba para nada que hubiese un infiltrado en la banda, aunque dado que nunca remataba nada, era de sospechar, jejejejejeje.
Me encanta el gato de la vecina, ¿mira que colarse y ponerse a jugar justo con esa documentación? Jajajajajajajaja, pero así mejor, y mucho más cuando han culpado de todos esos robos a la misma banda que los secuestró.
Me ha gustado mucho el capítulo, a la espera del siguiente, aunque me de pena de que sea el último.
Me encanta el gato de la vecina, ¿mira que colarse y ponerse a jugar justo con esa documentación? Jajajajajajajaja, pero así mejor, y mucho más cuando han culpado de todos esos robos a la misma banda que los secuestró.
Me ha gustado mucho el capítulo, a la espera del siguiente, aunque me de pena de que sea el último.
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Sigue!!
Me ha encantado que bueno que ya no están secuestrados y todo se arreglo
Espero con ansias la continuación !!! Me encanto " Un dubio pro Reo" jaja ese condenado gato :PP
Me ha encantado que bueno que ya no están secuestrados y todo se arreglo
Espero con ansias la continuación !!! Me encanto " Un dubio pro Reo" jaja ese condenado gato :PP
28Caskett- As del póker
- Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 02/05/2013
Edad : 25
Localización : Cd. Juárez
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
¿Recordáis que esta historia comenzaba con Castle y Beckett en la comisaria investigando un caso y que el resto es algo que Castle se imagina al pensar qué habría ocurrido con él si el atraco fallido que había vivido hubiera salido de otro modo? Quería dejarlo claro por si se os había olvidado.
Otra cosa, este epílogo está dividido en dos partes: la primera es el final de la historia que Castle imagina y la segunda (después de la -x-) es una continuación del primer capítulo.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Cuatro meses más tarde…
Me dolía la espalda y tenía el culo cuadrado de estar tanto tiempo sentado en aquella dura silla de plástico, llegando hasta el punto de que no sabía cómo colocarme, pero la sonrisa seguía firmemente colocada en mi rostro y era sincera.
Al fin y al cabo, yo no era el único que llevaba tres horas allí.
- Hola – saludé por quincuagésima vez en el día. - ¿Cómo te llamas? – alcé la mirada del nuevo libro, el mismo todo el rato, que acababan de dejar en la mesa frente a mí.
- Lucy. – Una brillante sonrisa adornó la cara pecosa de una joven pelirroja.
- Oh, qué nombre más bonito – Su rostro adquirió un matiz rojizo cuando el rubor se extendió por sus mejillas y se ocultó tras una cortina de pelo momentáneamente. Terminé la dedicatoria y le tendí mi último best-seller. – Aquí tienes, ha sido todo un placer.
La jovencita volvió a sonrojarse y se fue a juntarse con otra amiga dando saltitos de emoción y abriendo la tapa del libro para leer lo que le había escrito. Una última mirada hacia mí y desapareció por la puerta con un tintineo.
- Hola, ¿cómo te llamas?
- Alex – Esta vez era una morena, alta y delgada, con gafas de pasta negra y penetrantes ojos azules.
- Todo un placer conocerte – repliqué acercándole el libro a través de la mesa.
- Igualmente. – Una última sonrisa ladeada, recolocarse las gafas, y la morena se había ido y ahora había frente a mí otra mujer.
- Buenas, ¿cómo te llamas?
- Melinda.
- Natalie.
- Josh.
- Samantha.
- Jack.
Toda una sucesión de caras y nombres pasaron frente a mí, unos tras otros, y yo les fui diciendo lo típico mientras me concentraba en encontrar palabras originales para animarles a perseguir sus sueños o simplemente asegurarme de que volvieran a la misma librería, a otra sesión de firmas, con otro libro nuevo. Llegó un momento en el que la portada de "Calor Mortal" se volvió borrosa ante mis ojos, los colores rojizos y negros mezclándose y perdiendo las figuras que enmarcaban. Llegó un momento en el que repetí tópicos a mis fans y usé las mismas dedicatorias solo que con diferentes nombres. Llegó un momento en el que dejé de escucharles contarme cómo les había ayudado en un mal momento o cómo eran mis fans número uno. Sus voces se volvieron monótonas, indiferentes al ruido de fondo.
Cogí el iPhone para ver si Beckett me había enviado algún mensaje pero la pantalla permanecía vacía, el móvil mudo. Fruncí el ceño, habíamos quedado en que me avisaría cuando saliera de la comisaria al medio día. Entonces un libro aterrizó con más fuerza de la necesaria sobre mi mesa y cuando medio alcé la vista noté que la librería se había quedado prácticamente vacía.
- ¿Puedes firmarme en el pecho?
Esa pregunta la había escuchado muchas veces pero no con la voz de Kate ni su manera particular de arrastrar las palabras ni su ronronear sensual. Se me cayó la mandíbula mientras ella se apoyaba sobre los antebrazos en la mesa alta con una sonrisa traviesa.
- He captado tu atención totalmente, ¿eh?
- Siempre te he encontrado cautivadora – contesté encogiéndome de hombros.
Ella soltó una carcajada y masculló un "pelota" contra mis labios antes de juntarlos en un beso demasiado breve para mi gusto. Se separó sin poder evitar mirar a nuestro alrededor vergonzosamente, mordiéndose el labio inferior y ocultando su rostro tras sus rizos castaños.
- ¿Qué tal su día, detective? – pregunté recogiéndole el pelo tras una oreja.
- Aburrido, hemos estado toda la mañana rellenando informes – hizo una mueca. - ¿Y el tuyo? ¿Has conseguido el número de muchas?
Resoplé e hice un gesto de incredulidad.
- ¿Acaso has leído la dedicatoria del principio del libro?
- Todavía no te has dignado a firmarlo, chico escritor.
- Tú léela – ordené abriendo la gruesa tapa y pasando hojas vacías hasta encontrar la que quería.
Beckett cogió el libro con cierto aire de resignación que se desvaneció rápidamente cuando leyó lo que había escrito.
- "Para mi siempre, haces que salvar al mundo sea mágico". Oh, Castle, serás…
Sin que lo viera venir, agarró las solapas de mi camisa y tiró de mí. Posé las puntas de los dedos sobre la mesa para no perder el equilibrio mientras ella rodeaba mi cuello con sus brazos, fuertemente, y unía nuestros labios, esta vez sin ningún tipo de reparo ni vergüenza. No se paró a pensar en los que nos rodeaban, ni siquiera en los tres o cuatro periodistas que quedaban en la librería para tener una exclusiva del retorno de Richard Castle. Cerró los ojos y se dejó llevar al mismo tiempo que yo hacía lo mismo. Nuestros labios se fundieron en unos solos que se movían al mismo ritmo y pronunciaban las mismas palabras silenciosas, que sentían igual. Nos separamos para coger aire y compartimos un último beso, más breve, antes de apoyar la frente en la del otro tratando de calmar nuestras respiraciones aceleradas.
- Te quiero, lo sabes, ¿verdad? – susurró. No era la primera vez que me lo decía pero conseguía estremecerme cada vez que me lo recordaba.
- Lo sé – dije en el mismo tono.
Su sonrisa se ensanchó y se apartó alisando mi camisa con ambas manos.
- Entonces… ¿Sigues queriendo otra dedicatoria? – inquirí abriendo y cerrando nerviosamente el Edding negro de punta fina que había estado usando toda la mañana. Llevé disimuladamente la mano al bolsillo del pantalón donde descansaba un fino aro de plata que ahora parecía pesarme más que nunca. Lo escondí en mi puño cerrado a la espera de la respuesta de la detective.
- ¡Claro! – exclamó ella con entusiasmo, girando el libro en mi dirección.
Me incliné sobre él y destapé el rotulador garabateando al rápidamente con mi letra alargada y desgarbada pero medianamente legible. Cuidando que Kate no me viera, dejé lo que tan secretamente guardaba desde hacía unas semanas bajo lo que había escrito.
Beckett giró de nuevo el libro y pasó las hojas. Entonces ahogo un grito con la mano y se me quedó mirando con una expresión de sorpresa inigualable.
¿Quieres casarte conmigo? RC.
Cogió el anillo que tan cuidadosamente había escogido con ayuda de mi madre. Le temblaban las manos y tenía los ojos llorosos.
- Kate, si no… - empecé a decir temiendo haberme precipitado.
- Sí – susurró. Notando que casi no se la había oído, carraspeó y repitió más alto. – Sí. Sí, Rick, ¡claro que sí!
Me abrazó con fuerza y yo respondí inmediatamente todavía sin creerme lo afortunado que era por tenerla en mi vida. De manera permanente a partir de ahora.
- Castle – llamó Beckett cascando los dedos frente a la cara del escritor. Ya había probado sacudiendo una mano ante su mirada perdida pero no había dado resultado. – Ey, Castle – sacudió uno de sus hombros.
- ¿Mmm? – murmuró saliendo de su ensoñación. Parpadeó varias veces, se notaba aletargado, como si se hubiera quedado dormido y no hubiera sido consciente de ello. La cabeza le daba vueltas, todavía inmersa en la fantasía que se había imaginado; pero cuando su mirada tropezó con las fotos sangrientas de la escena del crimen colgadas de la pizarra, se le olvidó momentáneamente y recordó su propia experiencia.
- Es tarde – dijo la detective apilando los papeles que había tenido esparcidos por la mesa.
- ¿Muy tarde?
- Las diez y media.
- ¡Dios, se me ha pasado volando! – exclamó Castle levantándose y ayudando a Beckett.
- Mmm, es cierto que te has quedado muy callado – observó Kate ladeando la cabeza. - ¿Te encuentras bien?
- Sí, sí, es solo que…
- Has estado recordando, ¿no? – inquirió ella mientras se ponía la americana. Se sacó los rizos atrapados bajo la chaqueta y dejó que cayeran libremente por su espalda. Castle perdió momentáneamente el hilo de la conversación al recordar el tacto del pelo de Beckett enredado entre sus dedos.
- No, - carraspeó - la verdad es que no. Al contarte lo que me ocurrió pues, ¿cómo decirlo? Mi mente de escritor creó un universo paralelo.
- Aaah – asintió la detective – Eso lo explica todo. – Recogió su bolsa y juntos se encaminaron hacia el ascensor.
- ¿Explica el qué? – la atosigó sin intención alguna de dejar pasar su comentario.
- Tu cara de embobado. No quise mencionarlo antes por miedo a que sonara insensible pero ahora que me has dicho eso…
- ¿Qué? – exclamó Castle con la voz unas octavas más aguda. - ¡No tenía cara de embobado!
- Sí la tenías, estuve hasta tentada de sacarte una foto. – río Beckett disfrutando de la preocupación que mostró el escritor.
- No lo hiciste, ¿verdad?
- Eso nunca lo sabrás – replicó misteriosamente.
Las puertas del ascensor se cerraron y transcurrieron unos minutos en silencio mientras descendían las plantas acompañados únicamente de música ambiental. Kate se mordió el labio inferior tratando de controlar la curiosidad y Castle se quedó perdido en sus pensamientos una vez más. Un "plín" les avisó de que habían llegado a la planta cero y cruzaron la recepción vacía a paso rápido.
- Así que… - comenzó Beckett sin poder resistirse más. - ¿Qué ocurría en tu universo paralelo?
Los ojos azules del escritor se iluminaron como lo hacen los de un niño pequeño en una mañana de Navidad al bajar y ver el árbol lleno de regalos.
- Pues verás, yo me había relacionado con una mafia al ir a uno de sus locales a jugar póker y les había hecho perder dinero así que mandaron a un grupo a mi casa para matarme, pero mataron a Alexis en mi lugar. Entonces me convertí en una persona miserable que buscaba el olvido en el fondo de las botellas de whisky hasta que un día decidí hacerme ladrón para vengarme.
- Perdona, ¿has dicho que te convertiste en ladrón? – preguntó Kate con la carcajada atragantada.
- Sí, ¿por qué lo encuentras tan divertido? – Inquirió a su vez Castle con el ceño fruncido mientras veía a la detective reírse.
- No, por nada – mintió ella secándose una lágrima. Carraspeó y siguieron caminando hombro con hombro hasta su Crown Victoria. Beckett sacó las llaves del bolsillo y se quedó mirando la expresión de decepción de su compañero sin poder evitar sentirse un poco culpable. Tomando una decisión, se guardó de nuevo las llaves y sonrió. - ¿Por qué no me sigues contando lo que ocurría mientras comemos unas hamburguesas en Remy's?
El escritor fingió pensárselo.
- Vale, pero no vale reírse otra vez.
- Lo intentaré.
- Es una historia muy buena en realidad, y tú también sales.
Eso captó la total atención de la detective.
- ¿Ah, sí? – Castle no supo discernir si el tono de Beckett era de curiosidad o de ligera amenaza.
- Eras Detective de Robos y estuviste a esto – puso el pulgar y el índice a una distancia de unos pocos centímetros – de pillarme por los robos. Me odiabas…
- Bueno, eso es lo único que se ajusta a la realidad – bromeó ella dándole un suave golpe con el hombro. El escritor sujetó la puerta del Remy's para que ella pasara primero y la siguió de cerca agradeciendo el soplo de aire caliente y el olor a frito del bar.
Se sentaron en su mesa habitual, la del fondo, y como el camarero ya les conocía por muchas noches celebradas allí, no hizo falta que pidieran, pronto tenían sus vasos de Coca-Cola sobre la mesa, fríos y burbujeantes. Castle dio un sorbo a su bebida antes de continuar con la historia.
- Nos fuimos juntos a Barbados a investigar un caso y allí pasaron cosas.
La forma en la que el escritor había dicho "cosas", su tono y su mirada, hizo que Kate sospechara.
- ¿Qué clase de cosas? – inquirió mirándole con los ojos entrecerrados.
- Oh, bueno, ya sabes…
- Castle – insistió ella.
- Tú y yo, eso pasó.
Beckett se atragantó con la bebida y tosió un buen rato hasta que fue capaz de respirar con normalidad otra vez. Se quedó callada a la espera de que el camarero dejara todos los platos sobre la mesa y la cesta de patatas con queso y beicon, y una vez volvieron a estar solos, le lazó una mirada fulminante a Castle.
- Dijiste que habías creado un universo paralelo, no una fantasía erótica.
- Hice un mix – contestó él sin dejarse amedrentar. – Verás, es como en mis libros. Los asesinatos son lo principal pero entre medias siempre se desarrolla una historia romántica entre los protagonistas que es lo que le aporta chispa al libro.
- Castle, estás comparando a personajes ficticios con nosotros – protestó la detective.
- Personajes ficticios basados en nosotros – apuntó el escritor señalándola con el dedo índice.
- Eso es como decirme que cuando escribes escenas entre Nikki y Rook te lo imaginas con… Oh. – Kate no terminó la oración, no le hizo falta. Miró al hombre sentado frente a ella en busca de una negación pero se encontró con unas cejas arqueadas de manera sugerente. Sacudió la cabeza y cogió una patata bien pringada de queso. – ¿Me vas a contar qué ocurre al final o qué?
- Claro, claro. Nosotros rompemos y volvemos a Nueva York por caminos separados. – La detective le lanzó una significativa mirada que Castle decidió ignorar. – Entonces te secuestran y yo me pongo como loco a buscarte hasta que presiono a la gente adecuada y terminan secuestrándome a mí también.
- Qué rescatador más eficaz.
- Por favor, los comentarios sarcásticos guárdatelos para el final.
- Perdón.
- Bien, estamos allí como tres días antes de que nos lleven frente a los cabecillas de la mafia, a los cuales ya conocíamos porque nos habíamos tropezado con ellos en Barbados pero con diferentes identidades. Así que nos explican el porqué de todo y nos dicen que van a matarnos pero, de alguna manera, nos las apañamos para escapar. Con algo de ayuda, acaban muertos los dos y nosotros solo con heridas leves.
- ¿Y ya está? – preguntó Beckett con sorpresa ante el silencio del escritor. - ¿Qué ocurre con nosotros? – en seguida lamentó haber hecho esa pregunta, más que nada por la sonrisilla de suficiencia que se le dibujó a Castle en la cara.
- Ahora sigo – contestó él con la boca llena de hamburguesa. – Me estaba muriendo de hambre. – Terminó de masticar y se limpió la boca con la servilleta antes de darle otro trago a su bebida y continuar mientras comía patatas. – Vale, la razón de que estuvieras en Robos y no en Homicidios era que tu madre nunca había sido asesinada sino tu padre. Una noche en la que ibais paseando, habías sufrido un atraco y tu padre se había sumido en un coma del que nunca despertó. Cuando Ryan y Esposito nos rescataron, tu madre y tú celebrasteis su funeral. Yo fui también y estuvimos hablando las cosas.
- ¿Y…?
- Básicamente te dije que te quería y que no pretendía, o estaba dispuesto, a perderte – Castle mantuvo en todo momento el contacto visual con Kate mientras decía estas palabras. – Tú me perdonaste y comenzamos a salir seriamente. Volví a escribir y publiqué un nuevo libro que se convirtió en best-seller, cómo no, - la detective puso los ojos en blanco ante ese comentario. – y entonces, el día de su estreno, viniste a visitarme a la librería y me pediste que te firmara un libro. Ya te había gustado mucho mi dedicatoria pero aun así querías que te lo firmara. – se encogió de hombros antes de volver a trabar su mirada con la de Beckett. – Era el momento adecuado, así que saqué a escondidas el anillo que te había comprado y lo escondí entre las hojas para que cuando leyeras la petición de matrimonio que había escrito a modo de dedicatoria te encontraras con el anillo.
- ¿Y qué contesté? – preguntó la detective a media voz tras unos segundos de silencio.
- Sí. Dijiste que sí y me hiciste el hombre más feliz del mundo.
Volvieron a quedarse callados y Kate carraspeó mientras parpadeaba para eliminar las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos. Esbozó una sonrisa temblorosa y su mirada tropezó con los ojos azules de Castle, unos ojos que transmitían mucho.
- Pero eso, claramente, fue en mi universo paralelo – dijo el escritor respondiendo a su sonrisa y centrando su atención en su hamburguesa a medio comer.
- Claramente – susurró la detective.
- Aunque…
- ¿Qué? – le empujó Beckett, intrigada. Esperanzada.
- Aunque será solo cuestión de tiempo que algo parecido ocurra en la realidad.
Castle guiñó un ojo y siguió con su cena, el kétchup derramándose por un lateral y pringándole los dedos. Beckett le observó con una mezcla de diversión y cariño y le creyó totalmente.
Era solo cuestión de tiempo.
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Y hasta aquí hemos llegado.
Que sepáis que este ha sido un capítulo muy agridulce, quería escribirlo y a la vez quería posponerlo el mayor tiempo posible. Esta historia comenzó siendo una idea bastante loca que se me ocurrió un día cualquiera viendo la televisión y jamás pensé que llegaría a lo que ha llegado. No solo ha evolucionado ella, yo también he evolucionado, he mejorado capítulo a capítulo (en cuanto a forma de escribir).
Así que quiero dar un enorme GRACIAS a todos los que os habéis tomado un rato cada día para leer, a los que me habéis dejado una review capítulo tras capítulo o los que me amenazabais con cualquier cosa que se os ocurría con tal de hacerme actualizar. En serio, muchísimas gracias, esto ha sido posible por vosotros. Este fanfic es mi pequeño bebé, el que me hace sentir orgullosa día tras día cuando la gente me reconoce como la que escribe In Dubio Pro Reo. Volveré con más historias. No sé cuándo, ni con qué, pero volveré (muy 3XA, lo sé).
Y me despido con 61,053 lecturas hasta el momento sin contar las del Foro.
Un abrazo muy grande,
Raquel.
Otra cosa, este epílogo está dividido en dos partes: la primera es el final de la historia que Castle imagina y la segunda (después de la -x-) es una continuación del primer capítulo.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Epílogo:
Cuatro meses más tarde…
Me dolía la espalda y tenía el culo cuadrado de estar tanto tiempo sentado en aquella dura silla de plástico, llegando hasta el punto de que no sabía cómo colocarme, pero la sonrisa seguía firmemente colocada en mi rostro y era sincera.
Al fin y al cabo, yo no era el único que llevaba tres horas allí.
- Hola – saludé por quincuagésima vez en el día. - ¿Cómo te llamas? – alcé la mirada del nuevo libro, el mismo todo el rato, que acababan de dejar en la mesa frente a mí.
- Lucy. – Una brillante sonrisa adornó la cara pecosa de una joven pelirroja.
- Oh, qué nombre más bonito – Su rostro adquirió un matiz rojizo cuando el rubor se extendió por sus mejillas y se ocultó tras una cortina de pelo momentáneamente. Terminé la dedicatoria y le tendí mi último best-seller. – Aquí tienes, ha sido todo un placer.
La jovencita volvió a sonrojarse y se fue a juntarse con otra amiga dando saltitos de emoción y abriendo la tapa del libro para leer lo que le había escrito. Una última mirada hacia mí y desapareció por la puerta con un tintineo.
- Hola, ¿cómo te llamas?
- Alex – Esta vez era una morena, alta y delgada, con gafas de pasta negra y penetrantes ojos azules.
- Todo un placer conocerte – repliqué acercándole el libro a través de la mesa.
- Igualmente. – Una última sonrisa ladeada, recolocarse las gafas, y la morena se había ido y ahora había frente a mí otra mujer.
- Buenas, ¿cómo te llamas?
- Melinda.
- Natalie.
- Josh.
- Samantha.
- Jack.
Toda una sucesión de caras y nombres pasaron frente a mí, unos tras otros, y yo les fui diciendo lo típico mientras me concentraba en encontrar palabras originales para animarles a perseguir sus sueños o simplemente asegurarme de que volvieran a la misma librería, a otra sesión de firmas, con otro libro nuevo. Llegó un momento en el que la portada de "Calor Mortal" se volvió borrosa ante mis ojos, los colores rojizos y negros mezclándose y perdiendo las figuras que enmarcaban. Llegó un momento en el que repetí tópicos a mis fans y usé las mismas dedicatorias solo que con diferentes nombres. Llegó un momento en el que dejé de escucharles contarme cómo les había ayudado en un mal momento o cómo eran mis fans número uno. Sus voces se volvieron monótonas, indiferentes al ruido de fondo.
Cogí el iPhone para ver si Beckett me había enviado algún mensaje pero la pantalla permanecía vacía, el móvil mudo. Fruncí el ceño, habíamos quedado en que me avisaría cuando saliera de la comisaria al medio día. Entonces un libro aterrizó con más fuerza de la necesaria sobre mi mesa y cuando medio alcé la vista noté que la librería se había quedado prácticamente vacía.
- ¿Puedes firmarme en el pecho?
Esa pregunta la había escuchado muchas veces pero no con la voz de Kate ni su manera particular de arrastrar las palabras ni su ronronear sensual. Se me cayó la mandíbula mientras ella se apoyaba sobre los antebrazos en la mesa alta con una sonrisa traviesa.
- He captado tu atención totalmente, ¿eh?
- Siempre te he encontrado cautivadora – contesté encogiéndome de hombros.
Ella soltó una carcajada y masculló un "pelota" contra mis labios antes de juntarlos en un beso demasiado breve para mi gusto. Se separó sin poder evitar mirar a nuestro alrededor vergonzosamente, mordiéndose el labio inferior y ocultando su rostro tras sus rizos castaños.
- ¿Qué tal su día, detective? – pregunté recogiéndole el pelo tras una oreja.
- Aburrido, hemos estado toda la mañana rellenando informes – hizo una mueca. - ¿Y el tuyo? ¿Has conseguido el número de muchas?
Resoplé e hice un gesto de incredulidad.
- ¿Acaso has leído la dedicatoria del principio del libro?
- Todavía no te has dignado a firmarlo, chico escritor.
- Tú léela – ordené abriendo la gruesa tapa y pasando hojas vacías hasta encontrar la que quería.
Beckett cogió el libro con cierto aire de resignación que se desvaneció rápidamente cuando leyó lo que había escrito.
- "Para mi siempre, haces que salvar al mundo sea mágico". Oh, Castle, serás…
Sin que lo viera venir, agarró las solapas de mi camisa y tiró de mí. Posé las puntas de los dedos sobre la mesa para no perder el equilibrio mientras ella rodeaba mi cuello con sus brazos, fuertemente, y unía nuestros labios, esta vez sin ningún tipo de reparo ni vergüenza. No se paró a pensar en los que nos rodeaban, ni siquiera en los tres o cuatro periodistas que quedaban en la librería para tener una exclusiva del retorno de Richard Castle. Cerró los ojos y se dejó llevar al mismo tiempo que yo hacía lo mismo. Nuestros labios se fundieron en unos solos que se movían al mismo ritmo y pronunciaban las mismas palabras silenciosas, que sentían igual. Nos separamos para coger aire y compartimos un último beso, más breve, antes de apoyar la frente en la del otro tratando de calmar nuestras respiraciones aceleradas.
- Te quiero, lo sabes, ¿verdad? – susurró. No era la primera vez que me lo decía pero conseguía estremecerme cada vez que me lo recordaba.
- Lo sé – dije en el mismo tono.
Su sonrisa se ensanchó y se apartó alisando mi camisa con ambas manos.
- Entonces… ¿Sigues queriendo otra dedicatoria? – inquirí abriendo y cerrando nerviosamente el Edding negro de punta fina que había estado usando toda la mañana. Llevé disimuladamente la mano al bolsillo del pantalón donde descansaba un fino aro de plata que ahora parecía pesarme más que nunca. Lo escondí en mi puño cerrado a la espera de la respuesta de la detective.
- ¡Claro! – exclamó ella con entusiasmo, girando el libro en mi dirección.
Me incliné sobre él y destapé el rotulador garabateando al rápidamente con mi letra alargada y desgarbada pero medianamente legible. Cuidando que Kate no me viera, dejé lo que tan secretamente guardaba desde hacía unas semanas bajo lo que había escrito.
Beckett giró de nuevo el libro y pasó las hojas. Entonces ahogo un grito con la mano y se me quedó mirando con una expresión de sorpresa inigualable.
¿Quieres casarte conmigo? RC.
Cogió el anillo que tan cuidadosamente había escogido con ayuda de mi madre. Le temblaban las manos y tenía los ojos llorosos.
- Kate, si no… - empecé a decir temiendo haberme precipitado.
- Sí – susurró. Notando que casi no se la había oído, carraspeó y repitió más alto. – Sí. Sí, Rick, ¡claro que sí!
Me abrazó con fuerza y yo respondí inmediatamente todavía sin creerme lo afortunado que era por tenerla en mi vida. De manera permanente a partir de ahora.
- x –
- Castle – llamó Beckett cascando los dedos frente a la cara del escritor. Ya había probado sacudiendo una mano ante su mirada perdida pero no había dado resultado. – Ey, Castle – sacudió uno de sus hombros.
- ¿Mmm? – murmuró saliendo de su ensoñación. Parpadeó varias veces, se notaba aletargado, como si se hubiera quedado dormido y no hubiera sido consciente de ello. La cabeza le daba vueltas, todavía inmersa en la fantasía que se había imaginado; pero cuando su mirada tropezó con las fotos sangrientas de la escena del crimen colgadas de la pizarra, se le olvidó momentáneamente y recordó su propia experiencia.
- Es tarde – dijo la detective apilando los papeles que había tenido esparcidos por la mesa.
- ¿Muy tarde?
- Las diez y media.
- ¡Dios, se me ha pasado volando! – exclamó Castle levantándose y ayudando a Beckett.
- Mmm, es cierto que te has quedado muy callado – observó Kate ladeando la cabeza. - ¿Te encuentras bien?
- Sí, sí, es solo que…
- Has estado recordando, ¿no? – inquirió ella mientras se ponía la americana. Se sacó los rizos atrapados bajo la chaqueta y dejó que cayeran libremente por su espalda. Castle perdió momentáneamente el hilo de la conversación al recordar el tacto del pelo de Beckett enredado entre sus dedos.
- No, - carraspeó - la verdad es que no. Al contarte lo que me ocurrió pues, ¿cómo decirlo? Mi mente de escritor creó un universo paralelo.
- Aaah – asintió la detective – Eso lo explica todo. – Recogió su bolsa y juntos se encaminaron hacia el ascensor.
- ¿Explica el qué? – la atosigó sin intención alguna de dejar pasar su comentario.
- Tu cara de embobado. No quise mencionarlo antes por miedo a que sonara insensible pero ahora que me has dicho eso…
- ¿Qué? – exclamó Castle con la voz unas octavas más aguda. - ¡No tenía cara de embobado!
- Sí la tenías, estuve hasta tentada de sacarte una foto. – río Beckett disfrutando de la preocupación que mostró el escritor.
- No lo hiciste, ¿verdad?
- Eso nunca lo sabrás – replicó misteriosamente.
Las puertas del ascensor se cerraron y transcurrieron unos minutos en silencio mientras descendían las plantas acompañados únicamente de música ambiental. Kate se mordió el labio inferior tratando de controlar la curiosidad y Castle se quedó perdido en sus pensamientos una vez más. Un "plín" les avisó de que habían llegado a la planta cero y cruzaron la recepción vacía a paso rápido.
- Así que… - comenzó Beckett sin poder resistirse más. - ¿Qué ocurría en tu universo paralelo?
Los ojos azules del escritor se iluminaron como lo hacen los de un niño pequeño en una mañana de Navidad al bajar y ver el árbol lleno de regalos.
- Pues verás, yo me había relacionado con una mafia al ir a uno de sus locales a jugar póker y les había hecho perder dinero así que mandaron a un grupo a mi casa para matarme, pero mataron a Alexis en mi lugar. Entonces me convertí en una persona miserable que buscaba el olvido en el fondo de las botellas de whisky hasta que un día decidí hacerme ladrón para vengarme.
- Perdona, ¿has dicho que te convertiste en ladrón? – preguntó Kate con la carcajada atragantada.
- Sí, ¿por qué lo encuentras tan divertido? – Inquirió a su vez Castle con el ceño fruncido mientras veía a la detective reírse.
- No, por nada – mintió ella secándose una lágrima. Carraspeó y siguieron caminando hombro con hombro hasta su Crown Victoria. Beckett sacó las llaves del bolsillo y se quedó mirando la expresión de decepción de su compañero sin poder evitar sentirse un poco culpable. Tomando una decisión, se guardó de nuevo las llaves y sonrió. - ¿Por qué no me sigues contando lo que ocurría mientras comemos unas hamburguesas en Remy's?
El escritor fingió pensárselo.
- Vale, pero no vale reírse otra vez.
- Lo intentaré.
- Es una historia muy buena en realidad, y tú también sales.
Eso captó la total atención de la detective.
- ¿Ah, sí? – Castle no supo discernir si el tono de Beckett era de curiosidad o de ligera amenaza.
- Eras Detective de Robos y estuviste a esto – puso el pulgar y el índice a una distancia de unos pocos centímetros – de pillarme por los robos. Me odiabas…
- Bueno, eso es lo único que se ajusta a la realidad – bromeó ella dándole un suave golpe con el hombro. El escritor sujetó la puerta del Remy's para que ella pasara primero y la siguió de cerca agradeciendo el soplo de aire caliente y el olor a frito del bar.
Se sentaron en su mesa habitual, la del fondo, y como el camarero ya les conocía por muchas noches celebradas allí, no hizo falta que pidieran, pronto tenían sus vasos de Coca-Cola sobre la mesa, fríos y burbujeantes. Castle dio un sorbo a su bebida antes de continuar con la historia.
- Nos fuimos juntos a Barbados a investigar un caso y allí pasaron cosas.
La forma en la que el escritor había dicho "cosas", su tono y su mirada, hizo que Kate sospechara.
- ¿Qué clase de cosas? – inquirió mirándole con los ojos entrecerrados.
- Oh, bueno, ya sabes…
- Castle – insistió ella.
- Tú y yo, eso pasó.
Beckett se atragantó con la bebida y tosió un buen rato hasta que fue capaz de respirar con normalidad otra vez. Se quedó callada a la espera de que el camarero dejara todos los platos sobre la mesa y la cesta de patatas con queso y beicon, y una vez volvieron a estar solos, le lazó una mirada fulminante a Castle.
- Dijiste que habías creado un universo paralelo, no una fantasía erótica.
- Hice un mix – contestó él sin dejarse amedrentar. – Verás, es como en mis libros. Los asesinatos son lo principal pero entre medias siempre se desarrolla una historia romántica entre los protagonistas que es lo que le aporta chispa al libro.
- Castle, estás comparando a personajes ficticios con nosotros – protestó la detective.
- Personajes ficticios basados en nosotros – apuntó el escritor señalándola con el dedo índice.
- Eso es como decirme que cuando escribes escenas entre Nikki y Rook te lo imaginas con… Oh. – Kate no terminó la oración, no le hizo falta. Miró al hombre sentado frente a ella en busca de una negación pero se encontró con unas cejas arqueadas de manera sugerente. Sacudió la cabeza y cogió una patata bien pringada de queso. – ¿Me vas a contar qué ocurre al final o qué?
- Claro, claro. Nosotros rompemos y volvemos a Nueva York por caminos separados. – La detective le lanzó una significativa mirada que Castle decidió ignorar. – Entonces te secuestran y yo me pongo como loco a buscarte hasta que presiono a la gente adecuada y terminan secuestrándome a mí también.
- Qué rescatador más eficaz.
- Por favor, los comentarios sarcásticos guárdatelos para el final.
- Perdón.
- Bien, estamos allí como tres días antes de que nos lleven frente a los cabecillas de la mafia, a los cuales ya conocíamos porque nos habíamos tropezado con ellos en Barbados pero con diferentes identidades. Así que nos explican el porqué de todo y nos dicen que van a matarnos pero, de alguna manera, nos las apañamos para escapar. Con algo de ayuda, acaban muertos los dos y nosotros solo con heridas leves.
- ¿Y ya está? – preguntó Beckett con sorpresa ante el silencio del escritor. - ¿Qué ocurre con nosotros? – en seguida lamentó haber hecho esa pregunta, más que nada por la sonrisilla de suficiencia que se le dibujó a Castle en la cara.
- Ahora sigo – contestó él con la boca llena de hamburguesa. – Me estaba muriendo de hambre. – Terminó de masticar y se limpió la boca con la servilleta antes de darle otro trago a su bebida y continuar mientras comía patatas. – Vale, la razón de que estuvieras en Robos y no en Homicidios era que tu madre nunca había sido asesinada sino tu padre. Una noche en la que ibais paseando, habías sufrido un atraco y tu padre se había sumido en un coma del que nunca despertó. Cuando Ryan y Esposito nos rescataron, tu madre y tú celebrasteis su funeral. Yo fui también y estuvimos hablando las cosas.
- ¿Y…?
- Básicamente te dije que te quería y que no pretendía, o estaba dispuesto, a perderte – Castle mantuvo en todo momento el contacto visual con Kate mientras decía estas palabras. – Tú me perdonaste y comenzamos a salir seriamente. Volví a escribir y publiqué un nuevo libro que se convirtió en best-seller, cómo no, - la detective puso los ojos en blanco ante ese comentario. – y entonces, el día de su estreno, viniste a visitarme a la librería y me pediste que te firmara un libro. Ya te había gustado mucho mi dedicatoria pero aun así querías que te lo firmara. – se encogió de hombros antes de volver a trabar su mirada con la de Beckett. – Era el momento adecuado, así que saqué a escondidas el anillo que te había comprado y lo escondí entre las hojas para que cuando leyeras la petición de matrimonio que había escrito a modo de dedicatoria te encontraras con el anillo.
- ¿Y qué contesté? – preguntó la detective a media voz tras unos segundos de silencio.
- Sí. Dijiste que sí y me hiciste el hombre más feliz del mundo.
Volvieron a quedarse callados y Kate carraspeó mientras parpadeaba para eliminar las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos. Esbozó una sonrisa temblorosa y su mirada tropezó con los ojos azules de Castle, unos ojos que transmitían mucho.
- Pero eso, claramente, fue en mi universo paralelo – dijo el escritor respondiendo a su sonrisa y centrando su atención en su hamburguesa a medio comer.
- Claramente – susurró la detective.
- Aunque…
- ¿Qué? – le empujó Beckett, intrigada. Esperanzada.
- Aunque será solo cuestión de tiempo que algo parecido ocurra en la realidad.
Castle guiñó un ojo y siguió con su cena, el kétchup derramándose por un lateral y pringándole los dedos. Beckett le observó con una mezcla de diversión y cariño y le creyó totalmente.
Era solo cuestión de tiempo.
FIN
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Y hasta aquí hemos llegado.
Que sepáis que este ha sido un capítulo muy agridulce, quería escribirlo y a la vez quería posponerlo el mayor tiempo posible. Esta historia comenzó siendo una idea bastante loca que se me ocurrió un día cualquiera viendo la televisión y jamás pensé que llegaría a lo que ha llegado. No solo ha evolucionado ella, yo también he evolucionado, he mejorado capítulo a capítulo (en cuanto a forma de escribir).
Así que quiero dar un enorme GRACIAS a todos los que os habéis tomado un rato cada día para leer, a los que me habéis dejado una review capítulo tras capítulo o los que me amenazabais con cualquier cosa que se os ocurría con tal de hacerme actualizar. En serio, muchísimas gracias, esto ha sido posible por vosotros. Este fanfic es mi pequeño bebé, el que me hace sentir orgullosa día tras día cuando la gente me reconoce como la que escribe In Dubio Pro Reo. Volveré con más historias. No sé cuándo, ni con qué, pero volveré (muy 3XA, lo sé).
Y me despido con 61,053 lecturas hasta el momento sin contar las del Foro.
Un abrazo muy grande,
Raquel.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Felicidades por el precioso fic espero que agas otro igual o si se puede mejor ★★
castle_always_annarodgers- Actor en Broadway
- Mensajes : 249
Fecha de inscripción : 27/06/2014
Edad : 28
Localización : barcelona
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Excelente final!!! Sobre todo el final del del universo paralelo que se había montado Rick, con la esperanza de que en el real pasara en un futuro lo mismo y parece ser que a Kate le sucede lo mismo después de que se lo haya contado.
Muchas gracias por compartir esta historia, ha sido una aventura poderte leer capítulo a capítulo.
(P.D: espero que puedas continuar con el fic de "Cuentas pendies")
Muchas gracias por compartir esta historia, ha sido una aventura poderte leer capítulo a capítulo.
(P.D: espero que puedas continuar con el fic de "Cuentas pendies")
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Heyyyyy, inmenso final, me ha gustado muchísimo que la historia fuese el pensamiento de Castle en un universo paralelo, en el que suceden innumerables peripecias a nuestra pareja favorita. Eso sí dejando la promesa de un compromiso futuro entre ambos, con la aquiescencia de Kate, lo que me hace suponer que está más que de acuerdo, jajajajaja eso sí hay que ver lo que le da de sí el tiempo de espera en la comisaría a Castle que ha sido capaz de pensar y escribir en su cabeza, todo un best-seller, jajajajajajajaja Una de dos o lleva en la comisaría una eternidad, o es el hombre más rápido de pensamiento de la historia de la humanidad, jajajajajajajajaja
Al menos Kate no ha declinado la oferta que la ha hecho Rick de una pronta petición... de casamiento, jajajajajajaja lo que me hace pensar que están juntos y enamorados tal y como sucedión en la serie original.
En fin hay que felicitarte por tu bebé, que ya debe de ser un hombretón, jajajajajaja no solo por lo que duró la historia, sino porque en ella creciste como escritora y mejoraste muy mucho tu idea loca, así que el bebé está recién graduado, jajajajajaja. Sólo espero que antes de iniciar otra historia, nos remates la que tienes aún sin terminar, aparcada en un rincón y de la cual me gustaría conocer el final, eso sí pronto si puede ser, jajajajajaja
MUCHAS GRACIAS POR UNA OBRA DEL CALIBRE DE IN DUBIO PRO REO, para mí una de las escogidas de entre lo mejor de este foro, una historia sin comparación que merecería ser impresa en un auténtico libro, jajajajajajaja no desmerecería ni un poquito, he leído novelas de calidad muy inferior.
No te olvides de nosotros y sigue escribiendo pronto, que como te relajes no encontrarás el momento de seguir escribiendo y sería una lástima, porque lo haces realmente bien.
HASTA SIEMPRE... BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
Al menos Kate no ha declinado la oferta que la ha hecho Rick de una pronta petición... de casamiento, jajajajajajaja lo que me hace pensar que están juntos y enamorados tal y como sucedión en la serie original.
En fin hay que felicitarte por tu bebé, que ya debe de ser un hombretón, jajajajajaja no solo por lo que duró la historia, sino porque en ella creciste como escritora y mejoraste muy mucho tu idea loca, así que el bebé está recién graduado, jajajajajaja. Sólo espero que antes de iniciar otra historia, nos remates la que tienes aún sin terminar, aparcada en un rincón y de la cual me gustaría conocer el final, eso sí pronto si puede ser, jajajajajaja
MUCHAS GRACIAS POR UNA OBRA DEL CALIBRE DE IN DUBIO PRO REO, para mí una de las escogidas de entre lo mejor de este foro, una historia sin comparación que merecería ser impresa en un auténtico libro, jajajajajajaja no desmerecería ni un poquito, he leído novelas de calidad muy inferior.
No te olvides de nosotros y sigue escribiendo pronto, que como te relajes no encontrarás el momento de seguir escribiendo y sería una lástima, porque lo haces realmente bien.
HASTA SIEMPRE... BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
agecastbet- Escritor - Policia
- Mensajes : 2971
Fecha de inscripción : 27/12/2012
Localización : En la colina del loco - Madrid
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Genial !!!
Me encanto todo el fic no tengo palabras para expresarlo maravillosamente bien desarrollado, la manera en como has envuelto todo jeje me encanto realmente me gustaria y te agradeceria mucho ai siguieras escribiendo muchos muchos mas fics realmente me gusta mucho como lo haces...
yo comence a leer In dubio pro reo cuando ya habia una pagina 24 pero me lo lei y me encanto desde que comenze a leerlo despues pues a esperar a la actualizacion y de hay lo fui siguiendo mr hubiera gustado estar desde el comienzo pero en fin
una maravillosa historia es reflejo de una biena autora...
Saludos y besos
Grecia. 28Caskett
Me encanto todo el fic no tengo palabras para expresarlo maravillosamente bien desarrollado, la manera en como has envuelto todo jeje me encanto realmente me gustaria y te agradeceria mucho ai siguieras escribiendo muchos muchos mas fics realmente me gusta mucho como lo haces...
yo comence a leer In dubio pro reo cuando ya habia una pagina 24 pero me lo lei y me encanto desde que comenze a leerlo despues pues a esperar a la actualizacion y de hay lo fui siguiendo mr hubiera gustado estar desde el comienzo pero en fin
una maravillosa historia es reflejo de una biena autora...
Saludos y besos
Grecia. 28Caskett
28Caskett- As del póker
- Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 02/05/2013
Edad : 25
Localización : Cd. Juárez
Página 20 de 20. • 1 ... 11 ... 18, 19, 20
Temas similares
» If only (COMPLETO)
» Mirame.. Cap 9 (Completo)
» Beckett, what do you want ? Nuevo capitulo!! (Cap. 6, 1ºra parte)
» Fui..... sin saber lo que pasaría.
» Sol y Luna. Cap. 6 (Completo). FIC Stanathan.
» Mirame.. Cap 9 (Completo)
» Beckett, what do you want ? Nuevo capitulo!! (Cap. 6, 1ºra parte)
» Fui..... sin saber lo que pasaría.
» Sol y Luna. Cap. 6 (Completo). FIC Stanathan.
Foro Castle :: OffTopic :: Fan Fics
Página 20 de 20.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.