In dubio pro reo [COMPLETO]
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Por qué siempre se les pone todo cuesta arriba?? Kate no de fría disculparse con el detective y mucho menos seguir la investigación en contra de rick, por que el será tan cabezón??
Ruth Maria- Policia de homicidios
- Mensajes : 565
Fecha de inscripción : 14/11/2012
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Sigue pronto!!!!!!!!! Pobre Beckett a disculparse con slaughter eso si que no! Y menos seguir con el caso de rick! Como le pide que lo olvide asi como asi!!! sigueeee!!!!!
28Caskett- As del póker
- Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 02/05/2013
Edad : 25
Localización : Cd. Juárez
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Siento mucho el retraso, pero esta vez no fue culpa mía. Mi viejo ordenador decidió tomarse la jubilación definitiva y he estado unas cuantas semanas sin poder ni ver series, ni escribir, ni nada... Menos mal que mis padres se compadecieron de mí y decidieron darme por adelantado el nuevo portátil.
Peeeero bueno, no os voy a contar mi vida que sé que no interesa. Aquí os dejo el nuevo capítulo, que espero que guste o que, por lo menos, no lo odiéis mucho.
Ya sabéis, dejadme una pequeña review. ¡Hasta el próximo!
--------------------------------------------------------------------------------
Esto tenía que ser una pesadilla.
El eco del portazo de había dado Beckett seguía retumbando en mi cabeza, torturándome. Todas las palabras que habíamos dicho flotaban en el aire enrarecido del salón, ejerciendo presión, levantándome una fuerte migraña que me había dejado atontado. Seguía caído en el sillón, sin recordar exactamente en qué momento me había sentado.
Me llevé el vaso a la boca, tragando, notando el calor del alcohol bajando por mi garganta, quemándome, calentándome, despejándome poco a poco y, a la vez, sumiéndome en una neblina que adormecía a mi cerebro, silenciaba a mi conciencia, conseguía que me dejara de martirizar susurrándome todo el rato al oído las palabras que tendría que haber dicho, lo que tendría que haber callado, el tono que tendría que haber empleado. Apreté el cristal con fuerza, con rabia.
El vaso estalló en mi mano y me quedé mirando los fragmentos, cómo el líquido ámbar resbalaba entre mis dedos y caía al suelo; pero no me moví, no reaccioné. El cristal me había cortado en varias zonas y las heridas escocían ante el contacto con el alcohol, aun así, seguí sin hacer nada por arreglar la situación.
Recordé vagamente la última vez que había bebido ese whisky. Había sido tras el ataque en la casa del alcalde, después de haber matado a varios del grupo, después de haber salvado a la detective de ser violada. Sacudí la cabeza, quitándome aquello de la cabeza como si mi mente fuera una pizarra y yo estuviera sujetando el borrador. Parecía tan fácil, tan sencillo. Una pasada y todo desaparecerá.
Pero, ¿cómo borras el permanente?
Resoplé, agotado, y reuní las pocas fuerzas que me quedaban para levantarme del sillón e ir hasta la cocina. Tiré los cristales que aún tenía en la mano a la basura y me la lavé bajo el fuerte chorro de agua del grifo, viendo la sangre caer por el desagüe como si no fuera mía, como si fuera la mano de otra persona la que estaba herida y yo solo le estuviera ayudando. Me sequé de cualquier manera con el paño, enroscándomelo alrededor del corte, y cogí otro vaso del armario.
Lo llené de whisky hasta casi la mitad, bebiendo de un trago. Me froté los ojos, dejando caer la cabeza entre las manos, buscando el olvido en el alcohol como tantas veces había hecho tras la muerte de Alexis. Pero esto era diferente. A pesar de estar casi borracho, no dejaba de pensar, no podía parar de darle vueltas.
Seguía sin poder librarme de esa sensación de que todo era una pesadilla, de que si alguien me pellizcaba con fuerza despertaría en la cama, junto al cuerpo desnudo de Beckett, y vería que no había sido más que un mal sueño, algo que podía desterrar de mi cabeza con facilidad y darme la vuelta para seguir durmiendo.
Dormir, sí, eso deberías de estar haciendo, susurró una vocecilla en mi cabeza.
No pude menos que estar de acuerdo y, tras secar el whisky que seguía en el suelo, a mis pies, formando un charco; subí las escaleras dando tumbos, chocando contra las paredes, tratando de encontrar el equilibrio. Abrí la puerta de la habitación dispuesto a hablar, a dejar de lado mi borrachera y poner las cartas sobre la mesa, decir todo lo que no había dicho, aclarar todo lo que había dicho.
Pero me bastó echar un vistazo hacia el lado de la cama de Beckett para darme cuenta de que estaba profundamente dormida. Suspiré con tristeza, viendo todas mis intenciones reducidas a humo, las palabras pesándome en la lengua, quemándome en la garganta. O quizá era el efecto del whisky.
Me desnudé silenciosamente, dejando caer la ropa al suelo sin preocuparme por si quedaba hecha un guiñapo, y trepé a la cama, dejando una prudente distancia entre el cuerpo de la detective y el mío.
No tardé mucho en rendirme al sueño.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
En cuanto la respiración del escritor se hizo profunda y acompasada, Beckett abrió los ojos sin temor alguno a ser pillada. Sabía que se había quedado dormido y, por el olor a whisky que desprendía, no despertaría hasta el día siguiente y con un buen dolor de cabeza.
Se secó una lágrima que había resistido en su mejilla, viniéndole a la memoria su prisa en quitar todas las pruebas de su llanto y fingir que estaba dormida cuando oyó los pasos de Castle por el pasillo. Le había sentido parado frente a ella, mirándola, como debatiendo consigo mismo si despertarla o no. Había sentido su fuerza flaquear, había tenido que luchar con las ganas de abrir los ojos, hacerle ver que no estaba dormida, de atrapar su cara entre sus manos, darle un beso y susurrarle una y otra vez que aquello se iba a arreglar, que lo solucionarían como siempre.
Pero, en cambio, había apretado con más fuerza los párpados y se había tapado la cara con el pelo.
Sabía que eso era definitivo. Tenía bien claro que, por la mañana, haría la maleta y saldría rápidamente de allí. No pensaba disculparse con Slaughter por mucho que fuera un requisito para mantener su trabajo, prefería ser despedida antes que perder la poca dignidad que le quedaba arrastrándose por el perdón de un cerdo que jugaba a ser humano. Sería renunciar a todos los principios que se habían esforzado por inculcarle a lo largo de su infancia.
No le iba a hacer aquello a sus padres.
Negó con la cabeza para darle más énfasis a su decisión y se levantó de la cama, quedando sentada en el borde, pensativa. No sabía qué hacer respecto a la investigación de los robos, no podía seguir con ello si suponía meter a Castle en la cárcel, por mucho que él dijera que estaba dispuesto a pagar por sus crímenes. Ya no era por ser pareja o porque había logrado hacerse un hueco en su corazón, sino porque no sentía que fuera justo. No era él quién debía pagar por aquello.
La principal razón por la que se había unido al cuerpo de policías había sido para hacer cumplir la ley, para buscar justicia para las víctimas a las que les habían arrebatado la voz demasiado pronto. Quería que todo el mundo disfrutara de paz, que vieran a quienes les habían arrebatado un ser querido atrapados tras rejas. Quería que pudieran disfrutar de la tranquilidad que eso aportaba. Y Castle era una víctima más a partir de ahora.
Eso es, pensó, dándose cuenta de que había tenido la solución frente a sus narices todo el rato, si vuelvo a New York tendré el poder suficiente para poder seguir investigando, para poder hacer preguntas y obligarles a darme una respuesta. Encontraré a quienes mataron a Alexis y, de ese modo, Castle no tendrá que ir a la cárcel.
Ahora tenía un motivo más para regresar. Decidió que sería lo que haría a la mañana siguiente. Buscaría el primer vuelo que saliera, llamaría a su jefe y comenzaría a trabajar.
Se tumbó de nuevo en la cama, respetando la distancia impuesta por el escritor, lo correcto dada la situación, y se sumió en un intranquilo sueño.
El zumbido de su teléfono la despertó, se quedó mirando la oscuridad de la habitación, desorientada. ¿Qué hora era? ¿Cuánto tiempo había dormido? Se frotó la cara, tratando de espabilarse, buscando el origen del ruido tan molesto que la había arrancado de una pesadilla. Miró hacia el otro lado de la cama, rezando para que Castle no se despertara. Quería evitar el tener que hablar con él.
El zumbido cesó pero Beckett siguió tratando de buscar su móvil. No recordaba qué había hecho con él, la verdad. La pantalla se iluminó, haciéndole saber que tenía una llamada perdida, ayudándole a encontrarlo. Desbloqueó el iPhone, la fuerte luz dañándole los ojos y obligándole a cerrarlos, parpadeando con rapidez para que se adaptaran cuanto antes.
Antes de que le diera tiempo de ir al listado de llamadas y ver quién trataba de ponerse en contacto con ella, su móvil volvió a zumbar, apareciendo en pantalla la opción de contestar, rechazar o silenciar a aquel "Número Privado".
- Beckett – saludó, frunciendo el ceño.
- Kate, menos mal que contestas – replicó al otro lado de la línea la voz de una mujer joven que le resultaba muy familiar pero a la que no lograba ubicar.
- Perdón, ¿quién eres?
- Catrina Bishop, trabajo en el Centro Médico Jewish – se presentó la joven, dubitativa
- ¡Ah! Claro, claro, estoy todavía algo dormida – se disculpó Kate, aparentando tranquilidad al hablar pero sintiendo que la angustia comenzaba a formar un nudo en su garganta que le impedía respirar.
- Lamento llamarte a esta hora, no pensaba hacerlo pero tu madre me dijo que, debido a tu trabajo, estabas siempre disponible y atenta al móvil.
- Los asesinos no tienen horarios – suspiró.
- Ya imagino…
- Espera, ¿has dicho que mi madre te lo dijo? – aquello la despertó de golpe, sabiendo que algo iba mal. Muy mal. - ¿Qué está pasando, Catrina?
- Kate - la joven suavizó la voz tal y como Beckett lo hacía antes de anunciarle a alguien que un familiar o conocido había muerto.
No, no, no, no, no, por favor, comenzó a recitar mentalmente, al borde del llanto histérico, mientras recorría la habitación con rapidez, recogiendo todas sus cosas y metiéndolas de cualquier forma en la maleta.
- Mi padre… - le falló la voz y tuvo que carraspear antes de seguir - ¿Está bien?
- Verás, su… Su condición ha empeorado.
- ¿Qué? – exclamó la detective, mirando nerviosamente por encima de su hombro a Castle. Éste se revolvió en sueños, pero no se despertó. - ¿Cómo que ha empeorado? El Doctor Williamson me dijo justo lo contrario la última vez que hablé con él, me dijo que había posibilidades de que se despertara.
- Ha sido algo repentino, nos ha cogido a todos por sorpresa – Catrina habló en voz baja con alguien más, tapando el auricular con su mano.
- Katie, cariño.
- ¡Mamá! ¿Qué ha pasado? – preguntó, la desesperación que se había apoderado de ella traspasando a su voz.
- Kate, cálmate, ¿vale?
- ¿Cómo puedes pedirme eso? – Gritó – ¡Es mi padre!
- Y mi marido, no lo olvides.
- ¿Entonces cómo puedes estar tan calmada? – un sollozo rompió su voz, y tuvo que taparse la boca para ahogarlo.
- Cariño, no lo estoy…
- ¿Por qué? – Susurró - ¿Por qué ahora?
- El doctor está tratando de averiguarlo, le están haciendo pruebas y buscando soluciones.
- ¿Se va a…? – cogió aire, incapaz de realizar la pregunta. Decirla en voz alta era como darle vida.
Se hizo el silencio en la otra línea y Beckett pudo oír a su madre respirar entrecortadamente, luchando por mantenerse fuerte.
-Su actividad cerebral ha cesado. Sin alguien que mande las órdenes básicas…
Johanna no dijo más. No hizo falta.
-¿Katie? ¿Sigues ahí?
- Salgo ahora mismo hacia el aeropuerto – replicó, guardando el móvil en el bolsillo trasero del vaquero y cerrando la cremallera de la maleta con brusquedad.
Salió de la habitación y bajó las escaleras con rapidez. Unos minutos más tarde estaba subiendo en un taxi sin mirar una sola vez hacia atrás.
-¿A dónde, señorita?
- Al Grantley Adams – replicó, dejando salir a la dura y fría detective de homicidios y recluyendo tras su muralla a Kate.
Peeeero bueno, no os voy a contar mi vida que sé que no interesa. Aquí os dejo el nuevo capítulo, que espero que guste o que, por lo menos, no lo odiéis mucho.
Ya sabéis, dejadme una pequeña review. ¡Hasta el próximo!
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Capítulo 91:
Esto tenía que ser una pesadilla.
El eco del portazo de había dado Beckett seguía retumbando en mi cabeza, torturándome. Todas las palabras que habíamos dicho flotaban en el aire enrarecido del salón, ejerciendo presión, levantándome una fuerte migraña que me había dejado atontado. Seguía caído en el sillón, sin recordar exactamente en qué momento me había sentado.
Me llevé el vaso a la boca, tragando, notando el calor del alcohol bajando por mi garganta, quemándome, calentándome, despejándome poco a poco y, a la vez, sumiéndome en una neblina que adormecía a mi cerebro, silenciaba a mi conciencia, conseguía que me dejara de martirizar susurrándome todo el rato al oído las palabras que tendría que haber dicho, lo que tendría que haber callado, el tono que tendría que haber empleado. Apreté el cristal con fuerza, con rabia.
El vaso estalló en mi mano y me quedé mirando los fragmentos, cómo el líquido ámbar resbalaba entre mis dedos y caía al suelo; pero no me moví, no reaccioné. El cristal me había cortado en varias zonas y las heridas escocían ante el contacto con el alcohol, aun así, seguí sin hacer nada por arreglar la situación.
Recordé vagamente la última vez que había bebido ese whisky. Había sido tras el ataque en la casa del alcalde, después de haber matado a varios del grupo, después de haber salvado a la detective de ser violada. Sacudí la cabeza, quitándome aquello de la cabeza como si mi mente fuera una pizarra y yo estuviera sujetando el borrador. Parecía tan fácil, tan sencillo. Una pasada y todo desaparecerá.
Pero, ¿cómo borras el permanente?
Resoplé, agotado, y reuní las pocas fuerzas que me quedaban para levantarme del sillón e ir hasta la cocina. Tiré los cristales que aún tenía en la mano a la basura y me la lavé bajo el fuerte chorro de agua del grifo, viendo la sangre caer por el desagüe como si no fuera mía, como si fuera la mano de otra persona la que estaba herida y yo solo le estuviera ayudando. Me sequé de cualquier manera con el paño, enroscándomelo alrededor del corte, y cogí otro vaso del armario.
Lo llené de whisky hasta casi la mitad, bebiendo de un trago. Me froté los ojos, dejando caer la cabeza entre las manos, buscando el olvido en el alcohol como tantas veces había hecho tras la muerte de Alexis. Pero esto era diferente. A pesar de estar casi borracho, no dejaba de pensar, no podía parar de darle vueltas.
Seguía sin poder librarme de esa sensación de que todo era una pesadilla, de que si alguien me pellizcaba con fuerza despertaría en la cama, junto al cuerpo desnudo de Beckett, y vería que no había sido más que un mal sueño, algo que podía desterrar de mi cabeza con facilidad y darme la vuelta para seguir durmiendo.
Dormir, sí, eso deberías de estar haciendo, susurró una vocecilla en mi cabeza.
No pude menos que estar de acuerdo y, tras secar el whisky que seguía en el suelo, a mis pies, formando un charco; subí las escaleras dando tumbos, chocando contra las paredes, tratando de encontrar el equilibrio. Abrí la puerta de la habitación dispuesto a hablar, a dejar de lado mi borrachera y poner las cartas sobre la mesa, decir todo lo que no había dicho, aclarar todo lo que había dicho.
Pero me bastó echar un vistazo hacia el lado de la cama de Beckett para darme cuenta de que estaba profundamente dormida. Suspiré con tristeza, viendo todas mis intenciones reducidas a humo, las palabras pesándome en la lengua, quemándome en la garganta. O quizá era el efecto del whisky.
Me desnudé silenciosamente, dejando caer la ropa al suelo sin preocuparme por si quedaba hecha un guiñapo, y trepé a la cama, dejando una prudente distancia entre el cuerpo de la detective y el mío.
No tardé mucho en rendirme al sueño.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
En cuanto la respiración del escritor se hizo profunda y acompasada, Beckett abrió los ojos sin temor alguno a ser pillada. Sabía que se había quedado dormido y, por el olor a whisky que desprendía, no despertaría hasta el día siguiente y con un buen dolor de cabeza.
Se secó una lágrima que había resistido en su mejilla, viniéndole a la memoria su prisa en quitar todas las pruebas de su llanto y fingir que estaba dormida cuando oyó los pasos de Castle por el pasillo. Le había sentido parado frente a ella, mirándola, como debatiendo consigo mismo si despertarla o no. Había sentido su fuerza flaquear, había tenido que luchar con las ganas de abrir los ojos, hacerle ver que no estaba dormida, de atrapar su cara entre sus manos, darle un beso y susurrarle una y otra vez que aquello se iba a arreglar, que lo solucionarían como siempre.
Pero, en cambio, había apretado con más fuerza los párpados y se había tapado la cara con el pelo.
Sabía que eso era definitivo. Tenía bien claro que, por la mañana, haría la maleta y saldría rápidamente de allí. No pensaba disculparse con Slaughter por mucho que fuera un requisito para mantener su trabajo, prefería ser despedida antes que perder la poca dignidad que le quedaba arrastrándose por el perdón de un cerdo que jugaba a ser humano. Sería renunciar a todos los principios que se habían esforzado por inculcarle a lo largo de su infancia.
No le iba a hacer aquello a sus padres.
Negó con la cabeza para darle más énfasis a su decisión y se levantó de la cama, quedando sentada en el borde, pensativa. No sabía qué hacer respecto a la investigación de los robos, no podía seguir con ello si suponía meter a Castle en la cárcel, por mucho que él dijera que estaba dispuesto a pagar por sus crímenes. Ya no era por ser pareja o porque había logrado hacerse un hueco en su corazón, sino porque no sentía que fuera justo. No era él quién debía pagar por aquello.
La principal razón por la que se había unido al cuerpo de policías había sido para hacer cumplir la ley, para buscar justicia para las víctimas a las que les habían arrebatado la voz demasiado pronto. Quería que todo el mundo disfrutara de paz, que vieran a quienes les habían arrebatado un ser querido atrapados tras rejas. Quería que pudieran disfrutar de la tranquilidad que eso aportaba. Y Castle era una víctima más a partir de ahora.
Eso es, pensó, dándose cuenta de que había tenido la solución frente a sus narices todo el rato, si vuelvo a New York tendré el poder suficiente para poder seguir investigando, para poder hacer preguntas y obligarles a darme una respuesta. Encontraré a quienes mataron a Alexis y, de ese modo, Castle no tendrá que ir a la cárcel.
Ahora tenía un motivo más para regresar. Decidió que sería lo que haría a la mañana siguiente. Buscaría el primer vuelo que saliera, llamaría a su jefe y comenzaría a trabajar.
Se tumbó de nuevo en la cama, respetando la distancia impuesta por el escritor, lo correcto dada la situación, y se sumió en un intranquilo sueño.
El zumbido de su teléfono la despertó, se quedó mirando la oscuridad de la habitación, desorientada. ¿Qué hora era? ¿Cuánto tiempo había dormido? Se frotó la cara, tratando de espabilarse, buscando el origen del ruido tan molesto que la había arrancado de una pesadilla. Miró hacia el otro lado de la cama, rezando para que Castle no se despertara. Quería evitar el tener que hablar con él.
El zumbido cesó pero Beckett siguió tratando de buscar su móvil. No recordaba qué había hecho con él, la verdad. La pantalla se iluminó, haciéndole saber que tenía una llamada perdida, ayudándole a encontrarlo. Desbloqueó el iPhone, la fuerte luz dañándole los ojos y obligándole a cerrarlos, parpadeando con rapidez para que se adaptaran cuanto antes.
Antes de que le diera tiempo de ir al listado de llamadas y ver quién trataba de ponerse en contacto con ella, su móvil volvió a zumbar, apareciendo en pantalla la opción de contestar, rechazar o silenciar a aquel "Número Privado".
- Beckett – saludó, frunciendo el ceño.
- Kate, menos mal que contestas – replicó al otro lado de la línea la voz de una mujer joven que le resultaba muy familiar pero a la que no lograba ubicar.
- Perdón, ¿quién eres?
- Catrina Bishop, trabajo en el Centro Médico Jewish – se presentó la joven, dubitativa
- ¡Ah! Claro, claro, estoy todavía algo dormida – se disculpó Kate, aparentando tranquilidad al hablar pero sintiendo que la angustia comenzaba a formar un nudo en su garganta que le impedía respirar.
- Lamento llamarte a esta hora, no pensaba hacerlo pero tu madre me dijo que, debido a tu trabajo, estabas siempre disponible y atenta al móvil.
- Los asesinos no tienen horarios – suspiró.
- Ya imagino…
- Espera, ¿has dicho que mi madre te lo dijo? – aquello la despertó de golpe, sabiendo que algo iba mal. Muy mal. - ¿Qué está pasando, Catrina?
- Kate - la joven suavizó la voz tal y como Beckett lo hacía antes de anunciarle a alguien que un familiar o conocido había muerto.
No, no, no, no, no, por favor, comenzó a recitar mentalmente, al borde del llanto histérico, mientras recorría la habitación con rapidez, recogiendo todas sus cosas y metiéndolas de cualquier forma en la maleta.
- Mi padre… - le falló la voz y tuvo que carraspear antes de seguir - ¿Está bien?
- Verás, su… Su condición ha empeorado.
- ¿Qué? – exclamó la detective, mirando nerviosamente por encima de su hombro a Castle. Éste se revolvió en sueños, pero no se despertó. - ¿Cómo que ha empeorado? El Doctor Williamson me dijo justo lo contrario la última vez que hablé con él, me dijo que había posibilidades de que se despertara.
- Ha sido algo repentino, nos ha cogido a todos por sorpresa – Catrina habló en voz baja con alguien más, tapando el auricular con su mano.
- Katie, cariño.
- ¡Mamá! ¿Qué ha pasado? – preguntó, la desesperación que se había apoderado de ella traspasando a su voz.
- Kate, cálmate, ¿vale?
- ¿Cómo puedes pedirme eso? – Gritó – ¡Es mi padre!
- Y mi marido, no lo olvides.
- ¿Entonces cómo puedes estar tan calmada? – un sollozo rompió su voz, y tuvo que taparse la boca para ahogarlo.
- Cariño, no lo estoy…
- ¿Por qué? – Susurró - ¿Por qué ahora?
- El doctor está tratando de averiguarlo, le están haciendo pruebas y buscando soluciones.
- ¿Se va a…? – cogió aire, incapaz de realizar la pregunta. Decirla en voz alta era como darle vida.
Se hizo el silencio en la otra línea y Beckett pudo oír a su madre respirar entrecortadamente, luchando por mantenerse fuerte.
-Su actividad cerebral ha cesado. Sin alguien que mande las órdenes básicas…
Johanna no dijo más. No hizo falta.
-¿Katie? ¿Sigues ahí?
- Salgo ahora mismo hacia el aeropuerto – replicó, guardando el móvil en el bolsillo trasero del vaquero y cerrando la cremallera de la maleta con brusquedad.
Salió de la habitación y bajó las escaleras con rapidez. Unos minutos más tarde estaba subiendo en un taxi sin mirar una sola vez hacia atrás.
-¿A dónde, señorita?
- Al Grantley Adams – replicó, dejando salir a la dura y fría detective de homicidios y recluyendo tras su muralla a Kate.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
No me gusta que estén peleados.
Pobre Kate, vaya forma de salir mas acelerada de allí, esperemos que a su padre finalmente no le pase nada peor de lo que ya tiene.
A ver ahora Rick que hace cuando se de cuenta de que está soloby Kate no aparece por ninguna parte.
Experto que puedas continuar pronto, deseando saber que es lo que pasará con el caso.
Pobre Kate, vaya forma de salir mas acelerada de allí, esperemos que a su padre finalmente no le pase nada peor de lo que ya tiene.
A ver ahora Rick que hace cuando se de cuenta de que está soloby Kate no aparece por ninguna parte.
Experto que puedas continuar pronto, deseando saber que es lo que pasará con el caso.
Yaye- Escritor - Policia
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Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Sé que hay gente a la que no le gusta mi idea de separarles, pero no todo puede ser un cuento de Disney. Solo pido que me deis tiempo y no abandonéis la historia solo por esto.
¡Hasta la próxima!
--------------------------------------------------------------------------------
Hacía una semana que había vuelto a New York, la ahora ruidosa, contaminada, superpoblada, fría y lluviosa New York.
Hacía una semana que me acostaba solo y me despertaba solo, que tenía la cama para mí, que estiraba la mano en busca de Beckett y encontraba a la soledad bien latente, impregnando todo lo que me rodeaba, sentada a mi lado en los desayunos, comidas y cenas; paseando junto a mí por la calle. Una semana desde que había abierto los ojos al brillante sol de Barbados y había encontrado el otro lado de la cama vacío, las sábanas frías y su maleta desaparecida al igual que todas sus cosas. Una semana desde que, a pesar de dolor de cabeza, me había levantado de golpe y la había buscado por toda la casa, llamándola al móvil cincuenta veces por lo menos. Una semana desde que había encontrado una hoja arrancada sobre su almohada con un simple "Lo siento" garabateado a toda prisa.
Pensar en ello dolía. Recordar cómo me había sentido, la sensación de que algo dentro de mí se hacía añicos, la falta de aire, el peso sobre mi pecho, mi mano apretada con fuerza alrededor de la bola que había sido la nota de Beckett. El enfado que se había apoderado de mi cuerpo ante la consciencia de que se había marchado sin tener la decencia de, ya no solo aclarar las cosas entre nosotros, sino de despedirse de mí y no irse en medio de la noche como una fugitiva, como si estuviera huyendo. La había tirado a la basura en pleno ataque de rabia, solo para luego recuperarla, cuando ya estaba más calmado, la cabeza palpitándome mientras la estiraba, quitando las arrugas como pude, leyendo una y otra vez lo que había escrito como si, por arte de magia, fuera a aparecer una explicación debajo, un mensaje oculto que no había visto porque no era el momento adecuado.
Pero no había nada. Yo, ni era Harry Potter, ni estábamos en Hogwarts. Solo había dos palabras que se quedaron grabadas en mi retina y ahora me parecía verlas en todos sitios: en el móvil, en la pantalla del ordenador, cuando leía el periódico, en el cine... Dos palabras que me mantenían despierto por la noche, me daban pesadillas, sonaban en mi oído, como un dulce susurro con la voz de la detective que abría la herida que tanto tiempo me costaba cerrar, volvía a hacerme sangrar, se me saltaban las lágrimas y la tristeza y el dolor luchaban con el enfado hasta que alguno de los dos vencía. Y a la mañana siguiente me encontraba con algún que otro vaso roto, estampado contra la pared, o una botella más de whisky vacía en la basura.
Resoplé, sacudiendo la cabeza para librarme de todo aquello, queriendo olvidar, necesitando olvidar para poder encontrar paz, para poder dormir de un tirón por las noches y no estar hecho una mierda a la mañana siguiente, para poder dejar de sentir que tenía un agujero en mi interior y que jamás volvería a estar completo. Pero no había tranquilidad para mí.
Supongo que el no haber vuelto a saber nada de Beckett, dónde estaba, por qué había salido corriendo de esa forma, ni siquiera si estaba bien; no ayudaba. Pero no sabía nada. Quizá era bueno, quizá eso significara que había pasado página y ahora estaba con alguien que realmente la mereciera, alguien que no la obligara a estar continuamente huyendo de la ley ni que, al mirarle, Kate viera un recordatorio más del pasado que la atormentaba. Si ese era el caso, podía aceptarlo, podía vivir con ello porque sabría que ella era feliz.
Observé la lluvia caer al otro lado de la ventana de mi loft. La vida seguía, a pesar de la tormenta, con su bullicio habitual: las sirenas de las ambulancias sonando con fuerza a través del aire que empujaba el agua contra sus parabrisas, la gente corría de saliente en saliente, buscando su protección aunque llegarían a donde fuera que fueran empapados de todos modos. Y yo lo miraba todo desde la comodidad de mi piso, sin participar, una vez más, un simple extraño en una ciudad con más vida que él.
Volví al sillón donde me esperaba en la mesa un vaso de whisky y la nota de Beckett. Pasé un dedo por encima de las letras negras, algo emborronadas por mi práctica habitual de manosearlas y dejé escapar un largo y sonoro suspiro.
Era hora de comenzar a hacer preguntas.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
"El cantante rasgaba su guitarra mientras cantaba con fuerza que, por muy malos que fueran los tiempos actuales, pasarían. Kate sacudía la cabeza al ritmo de la música, tamborileando los dedos sobre el volante como si fuera ella la que tenía el instrumento en sus brazos. Alzó la voz, asegurándose por el rabillo del ojo de que las ventanillas estaban cerradas, no queriendo hacer el ridículo frente a los demás conductores que, al igual que ella, estaban esperando a que el semáforo cambiara de color para continuar su viaje.
Aceleró, reaccionando antes que cualquier otro. Echando un vistazo por el espejo retrovisor, vio su maleta dando tumbos en el asiento trasero, el único lugar donde había podido guardarla ya que el maletero lo llevaba lleno con las cosas que había acumulado a lo largo del trimestre en la universidad. Necesitando una canción algo más movida, fue saltando por el CD que ella misma había grabado con su música preferida del momento hasta que encontró una con suficiente ritmo. Subió el volumen, le encantaba esa sensación de las notas rodeándola y transportándola, que hicieran vibrar los cristales del coche.
Sin preocuparse por si desafinaba, cantó a grito pelado, bailando pero bien atenta a la carretera. Su teléfono comenzó a sonar en el asiento del copiloto, obligándola a apagar la música y a tantear hasta que sus dedos se cerraron alrededor del Nokia. Con pericia, sujetó el móvil al mismo tiempo que sacaba la pequeña antena.
- ¿Digamelón?
- Hola, cariño – saludó su madre al otro lado - ¿Ya estás de camino?
- ¡Hola, cumpleañera! – Contestó Kate con entusiasmo – Sí, llegaré a casa en diez minutos, justo a tiempo para cambiarme y salir a cenar.
- Genial.
- ¿Por qué será que no te noto muy contenta? – Se quedó unos segundos en silencio, apresando su labio inferior entre los dientes con preocupación - ¿Ha pasado algo? ¿Está papá bien?
- No te preocupes, todo bien. Es solo que… Bueno, vamos a tener que aplazar la cena – suspiró Johanna, apenada.
- ¿Qué? Mamá, ¡llevo planeando esto desde hace semanas!
- Lo sé, cariño, pero estamos en medio de un caso muy importante y voy a tener que quedarme hasta tarde hoy.
- Pero…
- Sé que te hacía mucha ilusión y que has viajado solo para esto pero si ganamos este juicio me promoverán a socia de la compañía.
Beckett resopló, perdiendo de golpe todas sus ganas de fiesta. Se rascó la nuca, pensativa.
-Está bien… - se resignó.
- Gracias, Katie. ¿Me haces el favor de avisar a tu padre? Tengo que volver a la reunión.
- Vaaaaaale – contestó la joven, jugando con sus rizos, distraída.
- Te quiero, pequeña.
- Y yo a ti, mamá.
Lanzó un beso al teléfono y lo tiró al asiento del copiloto de nuevo. Pronto estaba aparcando en la plaza de garaje que sus padres tenían, aprovechando que el coche de su madre no la estaba ocupando. Con ciertas dificultades, sacó la gran maleta del asiento trasero y subió hasta la acera traqueteando. Llamó al telefonillo, sin ganas de ponerse a rebuscar en el bolso para buscar las llaves de casa.
- ¿Sí?
- Soy yo, ábreme.
Su padre la atrapó en un fuerte abrazo nada más se abrieron las puertas del ascensor. Le arrebató las bolsas de las manos, hablando animadamente sobre el collar que le había comprado a Johanna y que pensaba darle por la noche, cuando estuvieran comiendo el postre.
- Papá, sobre eso… No vamos a poder hacer la cena hoy.
- ¿Cómo? ¿Por qué? – preguntó su padre, parpadeando con confusión. No hizo falta que Beckett contestara, ya se dio él mismo la respuesta – Tiene trabajo.
- Es su gran oportunidad – dijo la joven mientras pasaba un brazo por los hombros de su padre, frotándole la espalda para tratar de consolarle. Jim sacudió la cabeza, apenado.
Verle tan desilusionado le rompía el corazón, así que Kate dejó caer el bolso con fuerza al suelo, captando la atención de su padre.
-¿Sabes qué? ¡Qué le den a la reserva! Mamá se merece celebrar su cumpleaños, la llevaremos a cenar a Luigi's cuando termine de trabajar.
Los ojos grises de Jim Beckett se iluminaron y una gran sonrisa volvió a aparecer en su rostro. Le dio un beso a su hija en la frente y, ante la insistencia de la joven, fue a buscar su regalo para enseñárselo."
-Katie, cariño, despierta.
La voz de su madre la sacó de su sueño. Lentamente, abrió los ojos, viendo que se había quedado dormida recostada contra la cama de hospital en la que su padre yacía tumbado. Con un quejido, sintiendo todos sus huesos quejarse por la noche pasada sentada en una dura silla de plástico, se desperezó. Solo fue consciente de sus mejillas húmedas cuando Johanna le secó las lágrimas cariñosamente, depositando un beso en la frente de la detective del mismo modo que su padre había hecho en su sueño.
- ¿Tuviste de nuevo la pesadilla?
Beckett negó con la cabeza, recogiéndose los rizos castaños en un moño descuidado.
- ¿Entonces por qué llorabas?
- Estaba recordando lo que pasó antes de… - su voz se fue apagando, sin necesidad de ponerlo en palabras.
- Sabes que no fue tu culpa, ¿verdad?
La detective sacudió de nuevo la cabeza, los sollozos brotando sin control. Su madre suspiró con tristeza y la rodeó con sus brazos, apretándola con fuerza contra su cuerpo.
- ¿Entonces por qué no consigo librarme de este sentimiento de culpa? Yo fui quién lo propuso, mamá. Si no hubiera tenido esa genial idea, quizá papá seguiría con nosotras.
- Cariño, tu padre aún no está muerto.
Beckett no contestó, tampoco podía. Johanna dudó varias veces, abriendo y cerrando la boca, debatiendo consigo misma.
- Kate… - empezó a decir.
Alguien llamó a la puerta suavemente, si no fuera porque la habitación estaba sumida en el más completo silencio, ignorando los constantes pitidos de las máquinas que mantenían a Jim Beckett vivo, probablemente no lo habrían oído. Un hombre joven, de mandíbula cuadrada y pelo oscuro, con unos ojos grises que le recordaron a la detective a los de su padre, pidió permiso para entrar en la habitación. Llevaba una cartilla en la mano en la que apuntó varias cosas mientras merodeaba alrededor de la camilla, comprobando las medidas de las bolsas de suero, y viendo que el respirador automático seguía haciendo funcionar a los pulmones del paciente. Aparentemente conforme, se asomó fuera de la habitación para llamar a una enfermera y escribió unas indicaciones en un papel que le entregó a la mujer, hablando con ella en voz baja.
Entonces se giró hacia madre e hija, que estaban apoyadas la una en la otra como si aquello fuera lo único que las mantenía en pie. Lucían agotadas, tanto física como psicológicamente.
- Soy el Doctor Williamson – se presentó, viendo la sorpresa en los rostros de ambas mujeres. Sonrió de lado levemente, estaba acostumbrado a aquella reacción.
- ¿Cómo está? – preguntó la más joven. Alguna que otra lágrima caía por sus mejillas esporádicamente y retorcía un clínex entre las manos con ansiedad.
- Verán, he de serles sincero… La condición del señor Beckett no es buena, las pruebas realizadas muestran que la actividad cerebral ha cesado totalmente. En otras palabras, ahora mismo, las máquinas son las que le están manteniendo vivo.
Kate ocultó la cabeza en el cuello de su madre y esta la abrazó con fuerza como si con eso fuera a impedir que su hija se desmoronara.
- Sé que no es una decisión fácil y quizá no sea el momento más adecuado pero es mi obligación comunicárselo a pesar de todo. Próximamente deberán decidir si quieren aplicarle la eutanasia o mantenerle así. Dejaré aquí los formularios, – colocó unas hojas a los pies de la camilla y se dirigió a la puerta – rellénenlos cuando estén preparadas.
Con una inclinación de cabeza, el doctor abandonó la habitación. Johanna se sentó en la silla que minutos antes había ocupado su hija y su mirada se posó involuntariamente en los papeles.
- ¿Qué vamos a hacer? – preguntó en apenas un susurro.
Beckett no pudo contestar, la puerta se volvió a abrir, pero esta vez dando paso a un visitante más grato para ambas.
- Kate, oh, dios, ¡lo siento tanto!
La detective se vio sobrepasada de nuevo por los miles de sentimientos que se habían adueñado de su cuerpo y pronto se vio rodeada por los brazos de Lanie, que la apretaron con fuerza contra ella. La forense acarició suavemente su espalda, tratando de frenar sus sollozos, y le susurró palabras de ánimo al oído, sus marrones ojos mostrando tanta tristeza como si fuera su padre el que estaba tumbado en la camilla.
-.-.-.-.-.-.-.-
Una hora más tarde, Lanie aún estaba con ellas en el Centro Médico. Las tres se habían sentado en la habitación y conversaban en voz baja, como si temieran molestar a Jim. La forense tenía la cabeza de su mejor amiga reposando en su hombro y sus manos estaban entrelazadas, sus dedos jugueteando con los de la otra. Johanna las observaba agradeciendo la presencia de la latina, tenía un efecto calmante sobre Beckett, la reconfortaba cuando ella no era capaz de hacerlo.
- Quieren que le desconectemos – estaba comentándole la detective a su amiga con la vista clavada en su padre y en las máquinas que le rodeaban como cazadores acechando a su presa.
- Kate, ¡no digas eso! – la reprendió Johanna. – El Dr. Williamson ha dejado muy claro que es decisión nuestra.
- Lo es, no pueden forzaros – intervino Lanie.
- Da igual, están deseando que marquemos la cruz en la casilla de Eutanasia para librarse de nosotros.
Su madre sacudió la cabeza, decepcionada con sus palabras, pero Beckett la ignoró. Su iPhone, el cual había dejado abandonado en la camilla, comenzó a vibrar ruidosamente, sobresaltando a las tres mujeres.
- Creo que vas a querer contestar esta llamada – comentó Johanna al ver el nombre de la pantalla.
Kate irguió la cabeza y se inclinó hacia delante, tratando de leer, pero no lo veía bien, ella era la que más alejada estaba.
- Yo no estaría tan segura – replicó Lanie haciendo una mueca.
- ¿Quién es?
La forense cogió el iPhone y se lo acercó a la detective, colocándolo recto para que pudiera leer el nombre sin problemas.
Richard Castle solicitaba su presencia al otro lado de la línea.
¡Hasta la próxima!
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Capítulo 92:
Hacía una semana que había vuelto a New York, la ahora ruidosa, contaminada, superpoblada, fría y lluviosa New York.
Hacía una semana que me acostaba solo y me despertaba solo, que tenía la cama para mí, que estiraba la mano en busca de Beckett y encontraba a la soledad bien latente, impregnando todo lo que me rodeaba, sentada a mi lado en los desayunos, comidas y cenas; paseando junto a mí por la calle. Una semana desde que había abierto los ojos al brillante sol de Barbados y había encontrado el otro lado de la cama vacío, las sábanas frías y su maleta desaparecida al igual que todas sus cosas. Una semana desde que, a pesar de dolor de cabeza, me había levantado de golpe y la había buscado por toda la casa, llamándola al móvil cincuenta veces por lo menos. Una semana desde que había encontrado una hoja arrancada sobre su almohada con un simple "Lo siento" garabateado a toda prisa.
Pensar en ello dolía. Recordar cómo me había sentido, la sensación de que algo dentro de mí se hacía añicos, la falta de aire, el peso sobre mi pecho, mi mano apretada con fuerza alrededor de la bola que había sido la nota de Beckett. El enfado que se había apoderado de mi cuerpo ante la consciencia de que se había marchado sin tener la decencia de, ya no solo aclarar las cosas entre nosotros, sino de despedirse de mí y no irse en medio de la noche como una fugitiva, como si estuviera huyendo. La había tirado a la basura en pleno ataque de rabia, solo para luego recuperarla, cuando ya estaba más calmado, la cabeza palpitándome mientras la estiraba, quitando las arrugas como pude, leyendo una y otra vez lo que había escrito como si, por arte de magia, fuera a aparecer una explicación debajo, un mensaje oculto que no había visto porque no era el momento adecuado.
Pero no había nada. Yo, ni era Harry Potter, ni estábamos en Hogwarts. Solo había dos palabras que se quedaron grabadas en mi retina y ahora me parecía verlas en todos sitios: en el móvil, en la pantalla del ordenador, cuando leía el periódico, en el cine... Dos palabras que me mantenían despierto por la noche, me daban pesadillas, sonaban en mi oído, como un dulce susurro con la voz de la detective que abría la herida que tanto tiempo me costaba cerrar, volvía a hacerme sangrar, se me saltaban las lágrimas y la tristeza y el dolor luchaban con el enfado hasta que alguno de los dos vencía. Y a la mañana siguiente me encontraba con algún que otro vaso roto, estampado contra la pared, o una botella más de whisky vacía en la basura.
Resoplé, sacudiendo la cabeza para librarme de todo aquello, queriendo olvidar, necesitando olvidar para poder encontrar paz, para poder dormir de un tirón por las noches y no estar hecho una mierda a la mañana siguiente, para poder dejar de sentir que tenía un agujero en mi interior y que jamás volvería a estar completo. Pero no había tranquilidad para mí.
Supongo que el no haber vuelto a saber nada de Beckett, dónde estaba, por qué había salido corriendo de esa forma, ni siquiera si estaba bien; no ayudaba. Pero no sabía nada. Quizá era bueno, quizá eso significara que había pasado página y ahora estaba con alguien que realmente la mereciera, alguien que no la obligara a estar continuamente huyendo de la ley ni que, al mirarle, Kate viera un recordatorio más del pasado que la atormentaba. Si ese era el caso, podía aceptarlo, podía vivir con ello porque sabría que ella era feliz.
Observé la lluvia caer al otro lado de la ventana de mi loft. La vida seguía, a pesar de la tormenta, con su bullicio habitual: las sirenas de las ambulancias sonando con fuerza a través del aire que empujaba el agua contra sus parabrisas, la gente corría de saliente en saliente, buscando su protección aunque llegarían a donde fuera que fueran empapados de todos modos. Y yo lo miraba todo desde la comodidad de mi piso, sin participar, una vez más, un simple extraño en una ciudad con más vida que él.
Volví al sillón donde me esperaba en la mesa un vaso de whisky y la nota de Beckett. Pasé un dedo por encima de las letras negras, algo emborronadas por mi práctica habitual de manosearlas y dejé escapar un largo y sonoro suspiro.
Era hora de comenzar a hacer preguntas.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
"El cantante rasgaba su guitarra mientras cantaba con fuerza que, por muy malos que fueran los tiempos actuales, pasarían. Kate sacudía la cabeza al ritmo de la música, tamborileando los dedos sobre el volante como si fuera ella la que tenía el instrumento en sus brazos. Alzó la voz, asegurándose por el rabillo del ojo de que las ventanillas estaban cerradas, no queriendo hacer el ridículo frente a los demás conductores que, al igual que ella, estaban esperando a que el semáforo cambiara de color para continuar su viaje.
Aceleró, reaccionando antes que cualquier otro. Echando un vistazo por el espejo retrovisor, vio su maleta dando tumbos en el asiento trasero, el único lugar donde había podido guardarla ya que el maletero lo llevaba lleno con las cosas que había acumulado a lo largo del trimestre en la universidad. Necesitando una canción algo más movida, fue saltando por el CD que ella misma había grabado con su música preferida del momento hasta que encontró una con suficiente ritmo. Subió el volumen, le encantaba esa sensación de las notas rodeándola y transportándola, que hicieran vibrar los cristales del coche.
Sin preocuparse por si desafinaba, cantó a grito pelado, bailando pero bien atenta a la carretera. Su teléfono comenzó a sonar en el asiento del copiloto, obligándola a apagar la música y a tantear hasta que sus dedos se cerraron alrededor del Nokia. Con pericia, sujetó el móvil al mismo tiempo que sacaba la pequeña antena.
- ¿Digamelón?
- Hola, cariño – saludó su madre al otro lado - ¿Ya estás de camino?
- ¡Hola, cumpleañera! – Contestó Kate con entusiasmo – Sí, llegaré a casa en diez minutos, justo a tiempo para cambiarme y salir a cenar.
- Genial.
- ¿Por qué será que no te noto muy contenta? – Se quedó unos segundos en silencio, apresando su labio inferior entre los dientes con preocupación - ¿Ha pasado algo? ¿Está papá bien?
- No te preocupes, todo bien. Es solo que… Bueno, vamos a tener que aplazar la cena – suspiró Johanna, apenada.
- ¿Qué? Mamá, ¡llevo planeando esto desde hace semanas!
- Lo sé, cariño, pero estamos en medio de un caso muy importante y voy a tener que quedarme hasta tarde hoy.
- Pero…
- Sé que te hacía mucha ilusión y que has viajado solo para esto pero si ganamos este juicio me promoverán a socia de la compañía.
Beckett resopló, perdiendo de golpe todas sus ganas de fiesta. Se rascó la nuca, pensativa.
-Está bien… - se resignó.
- Gracias, Katie. ¿Me haces el favor de avisar a tu padre? Tengo que volver a la reunión.
- Vaaaaaale – contestó la joven, jugando con sus rizos, distraída.
- Te quiero, pequeña.
- Y yo a ti, mamá.
Lanzó un beso al teléfono y lo tiró al asiento del copiloto de nuevo. Pronto estaba aparcando en la plaza de garaje que sus padres tenían, aprovechando que el coche de su madre no la estaba ocupando. Con ciertas dificultades, sacó la gran maleta del asiento trasero y subió hasta la acera traqueteando. Llamó al telefonillo, sin ganas de ponerse a rebuscar en el bolso para buscar las llaves de casa.
- ¿Sí?
- Soy yo, ábreme.
Su padre la atrapó en un fuerte abrazo nada más se abrieron las puertas del ascensor. Le arrebató las bolsas de las manos, hablando animadamente sobre el collar que le había comprado a Johanna y que pensaba darle por la noche, cuando estuvieran comiendo el postre.
- Papá, sobre eso… No vamos a poder hacer la cena hoy.
- ¿Cómo? ¿Por qué? – preguntó su padre, parpadeando con confusión. No hizo falta que Beckett contestara, ya se dio él mismo la respuesta – Tiene trabajo.
- Es su gran oportunidad – dijo la joven mientras pasaba un brazo por los hombros de su padre, frotándole la espalda para tratar de consolarle. Jim sacudió la cabeza, apenado.
Verle tan desilusionado le rompía el corazón, así que Kate dejó caer el bolso con fuerza al suelo, captando la atención de su padre.
-¿Sabes qué? ¡Qué le den a la reserva! Mamá se merece celebrar su cumpleaños, la llevaremos a cenar a Luigi's cuando termine de trabajar.
Los ojos grises de Jim Beckett se iluminaron y una gran sonrisa volvió a aparecer en su rostro. Le dio un beso a su hija en la frente y, ante la insistencia de la joven, fue a buscar su regalo para enseñárselo."
-Katie, cariño, despierta.
La voz de su madre la sacó de su sueño. Lentamente, abrió los ojos, viendo que se había quedado dormida recostada contra la cama de hospital en la que su padre yacía tumbado. Con un quejido, sintiendo todos sus huesos quejarse por la noche pasada sentada en una dura silla de plástico, se desperezó. Solo fue consciente de sus mejillas húmedas cuando Johanna le secó las lágrimas cariñosamente, depositando un beso en la frente de la detective del mismo modo que su padre había hecho en su sueño.
- ¿Tuviste de nuevo la pesadilla?
Beckett negó con la cabeza, recogiéndose los rizos castaños en un moño descuidado.
- ¿Entonces por qué llorabas?
- Estaba recordando lo que pasó antes de… - su voz se fue apagando, sin necesidad de ponerlo en palabras.
- Sabes que no fue tu culpa, ¿verdad?
La detective sacudió de nuevo la cabeza, los sollozos brotando sin control. Su madre suspiró con tristeza y la rodeó con sus brazos, apretándola con fuerza contra su cuerpo.
- ¿Entonces por qué no consigo librarme de este sentimiento de culpa? Yo fui quién lo propuso, mamá. Si no hubiera tenido esa genial idea, quizá papá seguiría con nosotras.
- Cariño, tu padre aún no está muerto.
Beckett no contestó, tampoco podía. Johanna dudó varias veces, abriendo y cerrando la boca, debatiendo consigo misma.
- Kate… - empezó a decir.
Alguien llamó a la puerta suavemente, si no fuera porque la habitación estaba sumida en el más completo silencio, ignorando los constantes pitidos de las máquinas que mantenían a Jim Beckett vivo, probablemente no lo habrían oído. Un hombre joven, de mandíbula cuadrada y pelo oscuro, con unos ojos grises que le recordaron a la detective a los de su padre, pidió permiso para entrar en la habitación. Llevaba una cartilla en la mano en la que apuntó varias cosas mientras merodeaba alrededor de la camilla, comprobando las medidas de las bolsas de suero, y viendo que el respirador automático seguía haciendo funcionar a los pulmones del paciente. Aparentemente conforme, se asomó fuera de la habitación para llamar a una enfermera y escribió unas indicaciones en un papel que le entregó a la mujer, hablando con ella en voz baja.
Entonces se giró hacia madre e hija, que estaban apoyadas la una en la otra como si aquello fuera lo único que las mantenía en pie. Lucían agotadas, tanto física como psicológicamente.
- Soy el Doctor Williamson – se presentó, viendo la sorpresa en los rostros de ambas mujeres. Sonrió de lado levemente, estaba acostumbrado a aquella reacción.
- ¿Cómo está? – preguntó la más joven. Alguna que otra lágrima caía por sus mejillas esporádicamente y retorcía un clínex entre las manos con ansiedad.
- Verán, he de serles sincero… La condición del señor Beckett no es buena, las pruebas realizadas muestran que la actividad cerebral ha cesado totalmente. En otras palabras, ahora mismo, las máquinas son las que le están manteniendo vivo.
Kate ocultó la cabeza en el cuello de su madre y esta la abrazó con fuerza como si con eso fuera a impedir que su hija se desmoronara.
- Sé que no es una decisión fácil y quizá no sea el momento más adecuado pero es mi obligación comunicárselo a pesar de todo. Próximamente deberán decidir si quieren aplicarle la eutanasia o mantenerle así. Dejaré aquí los formularios, – colocó unas hojas a los pies de la camilla y se dirigió a la puerta – rellénenlos cuando estén preparadas.
Con una inclinación de cabeza, el doctor abandonó la habitación. Johanna se sentó en la silla que minutos antes había ocupado su hija y su mirada se posó involuntariamente en los papeles.
- ¿Qué vamos a hacer? – preguntó en apenas un susurro.
Beckett no pudo contestar, la puerta se volvió a abrir, pero esta vez dando paso a un visitante más grato para ambas.
- Kate, oh, dios, ¡lo siento tanto!
La detective se vio sobrepasada de nuevo por los miles de sentimientos que se habían adueñado de su cuerpo y pronto se vio rodeada por los brazos de Lanie, que la apretaron con fuerza contra ella. La forense acarició suavemente su espalda, tratando de frenar sus sollozos, y le susurró palabras de ánimo al oído, sus marrones ojos mostrando tanta tristeza como si fuera su padre el que estaba tumbado en la camilla.
-.-.-.-.-.-.-.-
Una hora más tarde, Lanie aún estaba con ellas en el Centro Médico. Las tres se habían sentado en la habitación y conversaban en voz baja, como si temieran molestar a Jim. La forense tenía la cabeza de su mejor amiga reposando en su hombro y sus manos estaban entrelazadas, sus dedos jugueteando con los de la otra. Johanna las observaba agradeciendo la presencia de la latina, tenía un efecto calmante sobre Beckett, la reconfortaba cuando ella no era capaz de hacerlo.
- Quieren que le desconectemos – estaba comentándole la detective a su amiga con la vista clavada en su padre y en las máquinas que le rodeaban como cazadores acechando a su presa.
- Kate, ¡no digas eso! – la reprendió Johanna. – El Dr. Williamson ha dejado muy claro que es decisión nuestra.
- Lo es, no pueden forzaros – intervino Lanie.
- Da igual, están deseando que marquemos la cruz en la casilla de Eutanasia para librarse de nosotros.
Su madre sacudió la cabeza, decepcionada con sus palabras, pero Beckett la ignoró. Su iPhone, el cual había dejado abandonado en la camilla, comenzó a vibrar ruidosamente, sobresaltando a las tres mujeres.
- Creo que vas a querer contestar esta llamada – comentó Johanna al ver el nombre de la pantalla.
Kate irguió la cabeza y se inclinó hacia delante, tratando de leer, pero no lo veía bien, ella era la que más alejada estaba.
- Yo no estaría tan segura – replicó Lanie haciendo una mueca.
- ¿Quién es?
La forense cogió el iPhone y se lo acercó a la detective, colocándolo recto para que pudiera leer el nombre sin problemas.
Richard Castle solicitaba su presencia al otro lado de la línea.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
WOWWW es que no me vas a dar un momento de respiro???? esto no puede ir peor, Jim sin mejorar y el cuervo del médico pidiendo su cuello, será vampiro el tío!!!!!!!!!!.
Espero que Jim le dé una lección y un capón entre las dos orejas, al muy agorero, y sobre todo espero que saques a Jim de todo ese lío. Claro que si de paso me explicas detalladamente qué le pasa y porqué, lo mismo espero un poco más convencida.
Esa llamada la tiene que coger, no puede dejar de lado así a Castle y menos sin que él sepa qué pasa y porqué desapareció de su lado, él tiene que saber y sobre todo tiene que volver para apoyarla, para ser su compañero y salir de este atolladero, y si antes de marcarse le da un guantazo al imbécil del inspector Gachett mejor que mejor.
Aleeee sigue que ya cogiste carrerilla con eso del ordenador nuevo, y no se puede perder la oportunidad, que después las musas se van de vacaciones, jajajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
Espero que Jim le dé una lección y un capón entre las dos orejas, al muy agorero, y sobre todo espero que saques a Jim de todo ese lío. Claro que si de paso me explicas detalladamente qué le pasa y porqué, lo mismo espero un poco más convencida.
Esa llamada la tiene que coger, no puede dejar de lado así a Castle y menos sin que él sepa qué pasa y porqué desapareció de su lado, él tiene que saber y sobre todo tiene que volver para apoyarla, para ser su compañero y salir de este atolladero, y si antes de marcarse le da un guantazo al imbécil del inspector Gachett mejor que mejor.
Aleeee sigue que ya cogiste carrerilla con eso del ordenador nuevo, y no se puede perder la oportunidad, que después las musas se van de vacaciones, jajajajajaja
BESOTESSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
agecastbet- Escritor - Policia
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28Caskett- As del póker
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Localización : Cd. Juárez
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Que duro está siendo todo. La verdad es que es muy fuerte que un médico te de a elegir entre esas dos opciones.
Por qué no quiere cogerle la llamada a Castle???
Espero que puedas continuar pronto.
Por qué no quiere cogerle la llamada a Castle???
Espero que puedas continuar pronto.
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Sigue me encanta!
Pido que no la agas sufrir por favor!
Pido que no la agas sufrir por favor!
Caskett(sariita)- Policia de homicidios
- Mensajes : 576
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Edad : 24
Localización : En el mundo de los sueños
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Capítulo 93:
Los ojos de la detective no se apartaron ni un momento de la foto que aparecía en la pantalla de su iPhone. Recordaba bien ese momento, lo tendría para siempre grabado en la memoria. Había sido un día que se habían escapado a una playa perdida en la costa barbadense y el escritor le estaba contando un chiste en el preciso momento en el que ella le había sacado la foto. Castle salía con los ojos cerrados, la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás para liberar una sincera carcajada, una mano sujetando las RayBan de la detective, las cuales él le había robado al poco de llegar a la playa.
Se habían pasado todo el día allí, sin preocuparse por si alguien les veía porque no había nadie en 10 kilómetros a la redonda, solo bosques y mar. Ambos habían tenido la sensación de estar en una isla desierta.
Mientras Beckett estaba sumida en los recuerdos, el tiempo pasó y Castle dejó de llamarla. Se quedó mirando la –ahora negra- pantalla del móvil, sintiendo la tristeza invadir su cuerpo y la culpa dejarle un sabor amargo en la boca. Eventualmente tendría que ponerse en contacto con él, no podía seguir así eternamente. Castle no se merecía aquello.
Suspiró, arrebatándole el móvil a la forense de las manos y desbloqueándolo.
- Hay algo que no termino de comprender – dijo Johanna rompiendo el silencio que se había apoderado de la habitación.
Como ninguna de las dos jóvenes abrió la boca para hablar, la señora Beckett continuó.
- La última vez que hablamos, bueno, no te había visto así de feliz desde hacía mucho tiempo – atrapó las manos de su hija entre las suyas. - ¿Qué ocurrió?
Lanie apretó los labios, luchando para callarse y dejar que, por una vez, fuera la propia Kate quien diera las explicaciones.
- La vida, mi vida – se corrigió la detective – no es un cuento de Disney – replicó con sorna.
Su iPhone pitó y Beckett apartó la mirada de los ojos de su madre para fijarla en el teléfono. Tenía un WhatsApp.
"Por favor, solo necesito saber que estás bien. Nada más".
Cogió aire con fuerza, reprimiendo las lágrimas.
"No preguntaré nada más ni pediré explicaciones".
Ante el silencio de su hija y su obvia lucha interior, Johanna recurrió a la que sabía que no podría mantenerse callada por mucho tiempo.
- ¿Lanie?
- No… - la forense sacudió la cabeza, mordiéndose la lengua – No diré nada – alzó ambas manos en señal de abstención.
- Mamá – la visó Beckett.
- Cariño, creo que tengo derecho a saberlo, ¿no? Al igual que él – replicó la mujer señalando con un gesto al móvil de su hija.
Ésta frunció el ceño, ladeando la cabeza.
- ¿Quién te dice que…?
- Reconozco la culpa cuando la veo – la cortó Johanna – y tú, Kate, rebosas culpa por cada poro de tu piel.
La detective se mordió el labio inferior, acentuando más el ceño. Desvió la mirada, incómoda, sintiéndose analizada por su madre y su mejor amiga. Y eso la cabreaba. ¿Acaso creían que tenían el derecho de juzgarla?
- No quiero hablar de esto ahora – espetó bruscamente mientras se levantaba de la silla de plástico, empujándola hacia atrás por el impulso.
Salió de la habitación hecha una furia pero teniendo la decencia de no dar un portazo.
-.-.-.-.-.-.-.-
- ¿Señorita? Oiga, señorita, ¿se encuentra bien?
Alguien estaba sacudiendo su hombro con insistencia. Beckett gruñó y alzó la cabeza, cegándose momentáneamente por el resplandor del sol en las cristaleras del comedor del hospital. Se llevó una mano a la cabeza, notando una inminente migraña, y miró a la enfermera que la observaba con preocupación.
- Sí, perdona, debí de quedarme dormida.
Esbozó una leve sonrisa de disculpa y cerró los ojos. Quería volver a estar en un mundo donde nada había pasado, donde seguía siendo una niña inocente.
- ¿Seguro que está bien?
La detective asintió y algunas de las arrugas que se habían formado en la frente de la enfermera desaparecieron. Sus marrones ojos mostraban calidez y compasión.
- Tenga confianza, todo se solucionará – le dio un apretón en el hombro y se fue, dejándola sola.
Apoyó la cabeza en la mesa, recuperando la postura con la que se había quedado dormida. Estaba exhausta y, sin embargo, la sola idea de dormir le revolvía el estómago. Temía a las pesadillas, le aterrorizaba el momento en el que sus párpados se volvían demasiado pesados como para mantenerlos abiertos porque sabía con total certeza lo que le esperaba. No había olvido, no había paz o descanso; solo monstruos agazapados en las sombras esperando al momento idóneo para salir a perseguirla.
Unas voces familiares la sacaron de su ensueño. Se irguió, levantándose de la silla y encaminándose hacia la entrada de la cafetería, donde su madre y Lanie estaban paradas.
- ¿Cómo crees que se lo tomara? – alcanzó a oír la detective.
Pero Johanna no contestó a la pregunta, se limitó a darle un codazo en las costillas a la forense, avisándola de que se mantuviera callada. Kate entrecerró los ojos, observándolas cuidadosamente en busca de algún signo que delatara lo que estaban tramando.
- ¿Pasa algo? – inquirió tranquilamente, haciendo como que no había oído nada.
- No – se apresuró a contestar su mejor amiga. La abogada apretó los labios, arrepintiéndose de haber confiado en Lanie.
- Estábamos preocupadas por ti – dijo, impasible - Te fuiste hace una hora de la habitación.
- Lo siento, me quedé dormida en la cafetería.
- Cariño, deberías irte a casa, descansar un poco – le aconsejó su madre mientras le sujetaba un mechón de pelo tras la oreja.
La detective negó con la cabeza.
- Quiero estar al lado de papá, pasar las últimas horas con él antes de dejarle ir.
- Kate – intervino Lanie, frunciendo el ceño - ¿Estás diciendo…?
La joven las miró fijamente a los ojos y asintió con determinación.
- Sí, creo que deberíamos aplicar la eutanasia. He estado investigando y la muerte cerebral es irreversible… Quizá suene egoísta, pero no quiero verle así, no quiero que siga vivo solo porque unas máquinas le ayudan.
La forense le dio un cariñoso apretón, mostrándole su apoyo. Ella lo había tenido que estudiar en la universidad, de hecho, de no ser por los avances médicos, Jim Beckett ya estaría muerto.
- Tu padre hubiera detestado vivir así – susurró Johanna.
Kate asintió, parpadeando con fuerza para desempañar sus ojos. Agachó la cabeza, refugiándose tras una cascada de rizos castaños mientras luchaba por mantener la compostura. Aguanta un poco más, se dijo a sí misma, apretando la mandíbula.
- Si me disculpáis… - les dio un beso a ambas en la mejilla y las observó sentarse en una de las muchas mesas blancas de la cafetería antes de coger el ascensor hacia la habitación 147.
Se bajó en el segundo piso y recorrió silenciosamente el largo pasillo enmoquetado, pasando frente a miles de puertas, todas escondiendo a un enfermo tras ellas, todas susurrando sus historias. Su padre siempre le decía que cada objeto tiene una vida y que, si estabas callada y prestabas mucha atención, él mismo te lo contaría, murmuraría quién fue su dueño, quién le hizo el arañazo del lateral, etc. "Todo tiene su porqué, Katie" solía decirle mientras ella estaba cómodamente sentada en su regazo.
Siguió caminando, notando que, con cada paso, su fuerza se disipaba. Cuánto más cerca estaba de su destino, más sentía la imperiosa necesidad de llorar, más le quemaba el nudo de la garganta. Se apoyó contra la pared color crema, resbalando hasta quedar sentada en el suelo, la gruesa moqueta azul pálido amortiguando su caída. Se abrazó las rodillas con fuerza como si eso le impidiera romperse, como si mitigara el dolor que sentía en el pecho. Hundió la cabeza en los brazos y rompió a llorar, los sollozos la sacudían, silenciosos; mientras las lágrimas caían como una cascada por sus mejillas, imparables.
Llevaba mucho tiempo reprimiéndose.
Ya habían pasado unos veinte minutos cuando un ruido dentro de la habitación de su padre captó su atención. Irguió la cabeza, secándose las lágrimas con la manga de la sudadera sin importarle si la manchaba con los restos de rímel que debían de quedarle. Se levantó de un salto, mareándose ligeramente. Con cuidado, apoyó una oreja en la puerta, tratando de averiguar si el ruido había sido en otra habitación o en otro piso, rezando interiormente para que así fuera, no tenía ganas de ponerse a pelear con un intruso.
Y entonces lo oyó claramente.
Había alguien ahí dentro. Es más, había alguien hablando con su padre.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Capítulo 94:
Me sentía bastante estúpido allí parado.
Para empezar, no sabía ni qué estaba haciendo allí. Había recibido un mensaje de texto, un SMS, de esos que ya no se usan excepto cuando las compañías telefónicas te quieren enviar promociones inútiles; con una dirección, un número de habitación y una sola frase "Busca respuestas, chico escritor".
No había sabido cómo reaccionar. ¿Era sobre Beckett? ¿Había pasado algo? ¿O estaba relacionado con la investigación de Barbados? También había pensado en la posibilidad de que fuera una trampa, pero no podía pensar en alguien que se tomara tantas molestias para secuestrarme, menos aun dejando pruebas en los registros telefónicos. Era de tontos.
Así que había abierto el Google Maps y había investigado la dirección. Cuál fue mi sorpresa al ver un nombre que me resultaba extrañamente familiar, un nombre que al principio no conseguía saber de qué me sonaba pero que al final hizo que todas las piezas encajaran. Nervioso, había cogido una caja de zapatos y metido ahí toda una serie de papeles, registros, y uno de mis muchos teléfonos desechables; y sin entretenerme más o pararme a pensar las cosas seriamente, había salido por la puerta del loft, protegiéndome de la lluvia con un paraguas, buscando desesperadamente un taxi libre.
Y allí estaba, en la habitación, escuchando el suave pitido de las máquinas, el zumbido del respirador, observando con sospecha al hombre que yacía tumbado en la cama de hospital. Decidí moverme, hacer algo, dejar de ser una absurda figura inmóvil. Cogí una de las sillas de plástico que estaba formando un triángulo con otras dos más y la acerqué a la camilla, tratando de no hacer ruido para no despertar al enfermo aunque algo en su aspecto y en los múltiples tubos que le rodeaban me decían que era una posibilidad bastante remota.
Observé la delgada y frágil muñeca del hombre, tratando de leer el nombre que había escrito en la pulsera informativa.
Jim Beckett.
Sentí la garganta seca de golpe y aparté la mirada, abrumado. De todos los escenarios que había imaginado sobre el porqué de la reticencia de Kate a la hora de hablar de su padre, aquel no había sido uno de ellos.
- ¿Hola? – pregunté, dubitativo, inclinándome sobre él ligeramente para tratar de ver un parpadeo, un movimiento, algo que me diera una pista – No… No sé si me estás escuchando, sino, pareceré un completo idiota – resoplé, rascándome la nuca. – Supongo que no me mandaste tú el mensaje…
En la habitación reinó el más completo silencio y yo me revolví en la silla, incómodo, arrancándole varios crujidos.
- La verdad es que no he preparado nada, no tengo un guion que seguir. Salí tan precipitadamente de casa que ni pensé en qué diría cuando por fin viera a… - me interrumpí, pensativo – Aunque tampoco esperaba encontrarme con su padre – murmuré, hablando más para mí mismo que para él.
Entonces la puerta se abrió de golpe, asustándome. Me levanté de un salto, tirando la silla del impulso. Ante el estrépito del plástico golpeando el suelo, me giré hacia el señor Beckett, rezando para que siguiera durmiendo.
- Tranquilo, no se va a despertar – habló una suave voz a mi espalda.
Me tensé, reconociéndola al segundo. ¿Cómo no iba a hacerlo? Me volví para mirarla, sin saber muy bien qué esperar, ni siquiera tenía claro cómo me sentía ante la perspectiva de poder preguntarle todas las preguntas que me estaban atormentando desde mi vuelta a New York.
- Kate… - susurré inconscientemente.
Ella rehuyó mi mirada y tampoco hizo un solo gesto para acercarse a mí, continuó apoyada contra el marco de la puerta, los brazos cruzados en el pecho en actitud defensiva, su menudo cuerpo oculto bajo una sudadera varias tallas más grandes de color azul marino con letras desgastadas en la pechera. El silencio se instauró entre los dos, pesado, como una losa atada a mi cuello.
- ¿Cómo me has encontrado? – preguntó la detective al final, clavando sus ligeramente enrojecidos ojos en los míos.
- Me mandaron un mensaje de texto con la dirección y la habitación.
Pude ver un destello de reconocimiento cruzar por el verde avellana de su mirada, al igual que una mueca contenida. Supe que ella sabía quiénes habían sido las o los responsables de aquello y que ya se encargaría de echarles la bronca, ahora, de momento, tenía que lidiar conmigo.
- ¿Cómo estás? – inquirí con notable preocupación.
Ella contuvo una risa sarcástica y sacudió la cabeza.
- Normalmente, cuando se va a visitar a un enfermo, se pregunta por su estado, no por el de los familiares.
- Te prometí que no haría más preguntas que esa.
Beckett clavó de nuevo su mirada en mí, tratando de discernir si le estaba tomando el pelo, pero solo pudo encontrar sinceridad. Estaba dispuesto a renunciar a la curiosidad para mantener mi promesa. Suspiró y casi noté un vacío en el aire cuando la muralla tras la que se había escondido desaparecía. Recorrió en pocos pasos la distancia que nos separaba y envolvió sus brazos alrededor de mi cintura, enterrando la cara en mi pecho, apretándome con fuerza.
Aquello me pilló por sorpresa y tardé en contestar. Sentí su acelerado corazón contra mi estómago, sus lágrimas mojándome el jersey; pero, sobre todo, sentí todo su sufrimiento, su dolor. Y no pude evitar maldecirla, una sola vez, por haberme apartado de su lado y no haberme dejado estar junto a ella en esos momentos. Le di un suave beso en el pelo, inhalando ese olor a cerezas que tanto había echado de menos, y la aparté de mí, obligándola a sentarse.
- Tendrías que habérmelo dicho – murmuré frotándome las manos.
- Tendría que haber hecho y dicho muchas cosas, pero no lo hice y ya no hay vuelta atrás.
- No pretendo reprochártelo – añadí sorprendido por la amargura de su voz.
- Lo sé – suspiró. Frunció el ceño, masajeándose el puente de la nariz antes de volver a encararme – Perdón.
No dije nada, tampoco sabía bien por qué se estaba disculpando.
- No debí marcharme de aquella forma ni ignorar tus llamadas, no te merecías eso.
Seguí callado, sabiendo que mi opinión no era necesaria en esos momentos. Beckett tampoco dijo nada, subió las rodillas a la silla y se abrazó a sí misma como si fuera la única forma que tenía para mantenerse entera. Después de casi diez minutos de completo silencio, únicamente roto por el constante sonido de las máquinas, la detective volvió a hablar con apenas un hilo de voz.
- Pasó la noche del 4 de febrero, el cumpleaños de mi madre. – No cambió de postura y yo contuve la respiración, consciente de la importancia de aquel momento – Yo llevaba semanas preparando una cena de regalo, tenía las reservas hechas, lo había dejado todo atado antes de viajar hasta New York desde Stanford. Cuando estaba casi llegando a mi casa recibí una llamada de mi madre y me dijo que estaban en medio de un gran caso, su gran oportunidad para ser socia, y que la reunión se alargaría hasta bien tarde así que no podríamos ir a la cena. Al contárselo a mi padre… - apretó la mandíbula, frunciendo el ceño como si el simple recuerdo le doliera – Le vi tan desilusionado que no pude soportarlo. Yo era su niñita, su Katie, pocas veces le había decepcionado y no quería volver a hacerlo; así que le propuse esperar hasta que mi madre terminara su reunión y entonces iríamos a buscarla al trabajo y cenaríamos en Luigi's.
Y así lo hicimos. Esperamos hasta las once la noche, cuando mi madre le hizo una llamada perdida a mi padre para dejarnos saber que ya estaba libre. Le dijimos que esperara en la oficina a que llegáramos. Yo fui la que insistí para ir andando, quería caminar, respirar el aire de invierno neoyorkino, recordar las calles que había paseado año tras año; y, además, sabía que mi padre no podía resistirse a mis ojos de cachorrito… – Una sonrisa fugaz cruzó por su cara mientras sus ojos se fijaban en el hombre que yacía en la cama, seguramente, bastante diferente al que ella estaba viendo en sus recuerdos. – Nunca se nos ocurrió que fuera una mala idea ir caminando, total, nunca había habido incidentes por esa zona, era un área llena de oficinas de abogados, bien vigilada. ¿Qué peligro podía haber? Estábamos a unos edificios de distancia cuando noté que había un chico con una sudadera que nos seguía. No era que fuera al mismo sitio que nosotros sino que cogía las mismas calles y no nos quitaba el ojo de encima pero, cuando te girabas para mirarlo, siempre disimulaba. Mi instinto me gritaba que estábamos en peligro.
Recuerdo que apreté el brazo de mi padre y se lo susurré al oído, diciéndole que no mirara. Pero, como siempre ocurre cuando dices esas palabras, giró la cabeza bruscamente para ver si lo que le estaba contaba era cierto. El chico debió de darse cuenta de que le habíamos pillado porque… Silbó o hizo un ruido raro, no lo sé; el caso es que lo próximo que vimos fue a cinco chicos aparecer de la nada y rodearnos antes de que pudiéramos parpadear. Entre todos nos empujaron hacia un callejón cercano. Nunca olvidaré el chasquido de las navajas al chocar con el tope, las luces de la calle iluminando la hoja como si quisieran alertarnos. Pero ya era demasiado tarde. Uno de ellos me agarró cuando vio mis intenciones de gritar, y me tapó la boca con su mano enguantada mientras su otro brazo paraba todos los golpes que, inútilmente, intentaba lanzarle. Mi padre les suplicó que no me hicieran daño y ellos le dijeron que tirara al suelo cualquier cosa de valor que tuviera. Mientras uno me agarraba, otro se acercó y me cacheó, tirando mi cartera, mi móvil y cualquier joya que se me había ocurrido ponerme.
Yo no dejaba de patalear y el chico que me estaba tapando la boca no dejaba de murmurarme al oído que me estuviera quieta, que iba a empeorar las cosas. Pero no le hice caso. Conseguí morderle la mano y pedí ayuda a gritos mientras les duraba la sorpresa. Mi padre le dio un puñetazo al que tenía más cerca y una patada en la rodilla a otro, la cual sonó como una rama partida a la mitad. – Se estremeció con repulsión – Los otros tres reaccionaron y el más corpulento se abalanzó sobre mí. Caímos al suelo y me di un golpe en la cabeza contra el cemento que me dejó atontada, además de la patada que me propinó el chico antes de quitarse de encima de mí e ir a golpear a mi padre. Cinco de ellos formaron un círculo a su alrededor y se dedicaron a pasárselo como si fuera una pelota de fútbol hasta que cayó… - se le quebró la voz y tuvo que sacudir la cabeza, luchando por continuar – Cayó al suelo, sin fuerzas, pero la lluvia de patadas siguió y yo… Yo no podía hacer nada más que verlo todo desde el suelo, el mundo girando más rápido de lo normal, con náuseas y problemas para respirar. Les vi… Les vi matarle a golpes conmigo a unos pasos de distancia.
Mis gritos alertaron a los guardias de seguridad de un edificio y llegaron corriendo, espantando a todos los chicos excepto a uno, el que me había sujetado en primer lugar, el que no había participado en la paliza, el que me había aconsejado que me quedara quieta. Se acercó a mi padre y trató de despertarle, nunca olvidaré la desesperación de su voz cuando vio que no respondía. Yo me arrastré hacia ellos y grité su nombre hasta que me dolió la garganta. Mi madre llegó un rato más tarde, con los tacones en la mano y a la carrera, justo para ver como metían a mi padre en una ambulancia y salían corriendo hacia el hospital mientras a mí me sujetaban varios paramédicos. Al final tuvieron que sedarme y lo siguiente que recuerdo es despertar en una habitación de hospital, con un vendaje en el abdomen y otro en la cabeza. Diagnóstico: dos costillas rotas, un golpe en la cabeza que me mantendría en observación hasta que vieran que no había efectos secundarios y una brecha aquí – se apartó un poco el pelo y, justo en la raíz, pude ver el tejido cicatrizado encima de la sien.
Pero mi padre… - agachó la cabeza, ocultándose tras los rizos. Se secó una lágrima de la mejilla y alzó la mirada, rabia destellando en ella – Tenía el cuerpo lleno de contusiones, varias costillas rotas así como el cúbito. Lo peor fueron los golpes que se llevó en la cabeza, fueron tan violentos que le causaron un traumatismo craneoencefálico. Como nos informó el doctor, los hay de varios grados y mi padre tenía uno severo, es decir, de ingresar en la UCI y rezar para que sobreviviera. Nos informamos sobre los traumatismos, pedimos segundas, terceras y hasta décimas opiniones y todos nos dijeron lo mismo: la recuperación era remota, prolongada y, normalmente, no era completa. Básicamente, pocos son los pacientes que sobreviven. Sin embargo, contra todo pronóstico, sobrevivió, si consideras vivir estar rodeado de tubos y en coma. Respiraba por él solo, su corazón latía por sí mismo, y eso era suficiente para nosotras, nos daba una posibilidad, un resquicio de esperanza.
Hasta hace unas semanas, cuando su actividad cerebral cesó de golpe.
Tragué saliva, todavía sin asimilar del todo lo que me había contado. Era mucha información…
- ¿Está…? – pregunté sin valor para terminar.
- Sí, solo le mantienen "vivo" las máquinas.
- ¿Y qué vais a hacer?
- Dejarle ir. No le gustaría estar así para el resto de su vida.
Asentí, pensativo.
- ¿Y los chicos?
- En la cárcel con cadena perpetua.
- ¿Les cogieron?
- Sí, el chico que nos ayudó nos proporcionó sus nombres y direcciones. Dijo que era la primera vez que iba con ellos y que no sabía que harían eso, él pensaba que solo le obligarían a seguirnos y dar la señal.
- ¿Y qué fue de él? ¿Seguís en contacto?
- Ese chico… - las comisuras de sus labios se curvaron con cariño – Ese chico es Esposito, Castle. Tenía 20 años cuando pasó todo y se metió en el servicio militar nada más terminó su condena. Quién me iba a decir a mí que años más tarde me lo encontraría en la brigada de Robos…
- Wow, eso sí que no me lo esperaba – repliqué quitándome las manos de la boca, a donde las había llevado en plena sorpresa.
Su sonrisa desapareció lentamente y fue reemplazada por la tristeza.
- Lo más raro es que estoy preparada, ¿sabes?
Supe de inmediato a qué se refería y cogí una de sus manos entre las mías. Nuestros dedos se entrelazaron automáticamente y de manera inconsciente, acostumbrados a ello.
- Llevas mucho tiempo llorándole, Kate.
Asintió suavemente, parpadeando para librarse de las lágrimas.
- Sin embargo, no lo hace menos doloroso – confesó en un susurro ahogado.
- Claro que no… - la atraje hacia mi cuerpo, abrazándonos con fuerza.
Y ese vacío, ese agujero que sentía en el pecho desde que había vuelto a New York desapareció. Nos separamos ligeramente, mirándonos a los ojos, sintiendo nuestra atracción tirando del uno hacia el otro. Beckett se puso de puntillas para besarme pero vio algo en mis ojos que la echó para atrás. Se alejó de mí, cruzando de nuevo los brazos pero esta vez como protección.
- ¿Por qué estás realmente aquí, Castle? – preguntó con la voz fría como el acero.
Suspiré, notando sus sospechas. Giré sobre mis talones, acercándome a la ventana, donde había dejado la caja. La cogí de la repisa y se la tendí a la detective, que la sujetó entre sus manos como si fuera una bomba o algo peligroso. Miró la tapa con la confusión escrita en su cara.
- Vengo a entregarme, Beckett – contesté finalmente.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Wow, menudos capítulos. Finalmente Kate ha optado por desconectar a su padre, una dura decisión que ha tenido que tomar. Creovue cuando se juntan Lanie y Johana son temibles, a la prueba está que le mandaron un mensaje a Rick. Me ha gustado que Kate se haya sincerado finalmente con Rick y le haya contado la historia de su padre. A ver como base toma ahora el que quiera entregarse.
Espero que puedas continuar pronto
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Yaye- Escritor - Policia
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Estoy intentando actualizar lo más de seguido que puedo. Muchas gracias por las reviews y vuestro apoyo.
¡Espero que os guste! ¡Hasta el próximo capítulo!
- Vengo a entregarme, Beckett – contesté finalmente.
Su cara fue de total incomprensión. Abrió y cerró la boca varias veces, frunciendo el ceño, tratando de encontrar las palabras, pero la sorpresa y el desconcierto eran tales que no era capaz de hablar.
- ¿Cómo? – susurró moviendo la cabeza, incrédula.
- No es el mejor momento, lo sé, y siento decírtelo ahora pero… Estoy cansado de esta vida, estoy harto de estar mirando constantemente por encima de mi hombro, sentir el miedo comiéndome por dentro, miedo a que alguien como tú sume dos más dos y se dé cuenta de que soy yo el que está detrás de los robos. Y sé que es egoísta por mi parte pedirte esto precisamente a ti, precisamente ahora, sé que podría haberme entregado en cualquier comisaria… - me encogí de hombros como si no supiera exactamente el porqué de mis acciones. – Creo que te corresponde a ti ponerme las esposas…
- Castle – su voz me advirtió de que era mejor quedarme callado un rato.
Se llevó una mano a la cabeza, masajeándose las sienes con un gesto de dolor.
- No sabía nada de esto, Beckett – abarqué con un gesto vago la habitación de hospital.
Ella soltó una risa escéptica.
- Claro… ¿Estás intentando hacerme quedar a mí como la culpable de todo?
- ¿Qué? ¡No! ¡Por supuesto que no!
- ¿Entonces? Sí, viniste aquí porque mi madre es demasiado cotilla como para no meterse en mis asuntos, sin saber qué te esperaba detrás de esa puerta, pero nadie te puso una pistola en la cabeza para forzarte a venir, Castle.
- De haber sabido por lo que estabas pasando habría salido a buscarte mucho antes, Beckett, para que no pasaras por esto sola. Pero no tenía ni idea. Simplemente pensé que lo habías superado y no querías saber nada más de mí.
- ¿Crees que es tan fácil olvidarlo todo, que con darte la espalda ya lo habría superado? Pues no. Y tampoco fui a buscar a nadie para que me ayudara – espetó.
Abrí la boca para replicar pero vi el destello de dolor que escondían sus ojos. Y todo cobró sentido.
- Esta no eres tú hablando sino tu enfado, Beckett – empecé a decir, calmándola.
- ¡No hagas como si me conocieras!
- Kate… - sacudí la cabeza, suspirando con tristeza – No quiero discutir contigo, ¿vale?
- Pues no lo hagas, ya sabes dónde tienes la salida – me dio la espalda, levantando la barbilla con orgullo, cruzándose de brazos con fuerza.
La ignoré y coloqué mi mano suavemente sobre su hombro, sintiendo su tensión.
- Espero que algún día puedas perdonarme por ser tan, egoísta, quizá; pero si alguien tiene que arrestarme prefiero que seas tú. Lo siento. – Y era verdad. Me dolía el pecho aun sabiendo que era lo correcto, que era hora de hacerlo. – Quédate la caja, contiene todas las pruebas que tengo en mi poder, creo que serán suficientes para cualquier juez con tres dedos de frente. Cuando estés más calmada, dáselas a Esposito o… no sé, tú eres la experta en esto de detener a los malos.
- No lo hagas… - susurró sin volverse.
- Es hora de hacer justicia, Kate.
- Eres tú el que la merece, no el que tiene que sufrirla.
Me reí sin fuerzas.
- Estaré esperando a que llames a mi puerta, sabes que siempre he fantaseado con nosotros y las esposas.
Una débil sonrisa apareció en su cara, no la vi pero la leí en su lenguaje corporal, en cómo giró la cabeza para ocultármela. Justo entonces Lanie y Johanna abrieron la puerta y se quedaron paradas en el umbral, sin saber qué hacer.
- Perdón, pensamos que habríais terminado ya – se disculpó la abogada recorriendo con su mirada la cara de su hija, preocupada. Entonces fijó sus verdes ojos en mí y sentí como si estuviera leyendo directamente dentro de mí. Aparté la mirada, cohibido.
- No pasa nada, yo ya me iba.
Centré de nuevo mi atención en la detective y fue como si aún estuviéramos solos en la habitación.
- ¿Estarás bien? – pregunté.
- ¿Te refieres a antes o después de tener que arrestarte? – replicó ella con dureza.
Suspiré, dolido. La rodeé y la obligué a mirarme.
- Lo digo en serio, Kate, necesito saberlo.
- ¿Para qué?
- Minimizar el dolor, no sé, llámalo X.
La detective apartó la mirada por unos segundos y la volvió a fijar en la mía, directa, sincera.
- Supongo que sí – trató de esbozar una sonrisa.
- Entonces supongo que tendré que contentarme con eso.
Acaricié su mejilla con infinito cariño y me incliné hasta depositar un suave y breve beso en sus labios, apenas un roce.
- Cuídate, por favor – susurré contra su piel.
Ella asintió, demasiado sobrepasada por las emociones para hablar. Le lancé una última mirada antes de alejarme, intercambiando un quedo "gracias" con las dos mujeres que seguían allí paradas presenciando toda la escena. Se hicieron a un lado, dejándome salir. Me paré en el umbral, sintiendo el irrefrenable impulso de girarme y mirarla por última vez, comprobar si me estaba observando, si realmente estaba bien. Pero me vino a la mente la historia de Orfeo, como un simple vistazo por encima del hombro le arruinó la vida, y fui consciente de que, si miraba, no sería capaz de pasar la puerta e irme tranquilamente.
Así que respiré hondo y di un paso. Luego otro. Y otro más. Me concentré en poner un pie frente al anterior, sin mirar a dónde iba, solo teniendo la certeza de lo que dejaba atrás.
-.-.-.-.-.-.-.-
Abrí un ojo a la luz de la mañana, molesto por el resplandor. Me tapé la cara con ambas manos, conteniendo la respiración solo para dejarla ir en un sonoro resoplido. Sabía a la perfección qué día era sin necesidad alguna de mirar el calendario. El hombro me ardía como si la bala siguiera dentro de él y se estuviera iluminando como una luz de neón, un recordatorio más del vuelco que había dado mi vida en un abrir y cerrar de ojos.
Me erguí, suspirando, rascándome la nuca al mismo tiempo que caminaba a tientas hacia el baño. Desconecte el iPhone del cargador y me miré al espejo. Las ojeras seguían allí, las pequeñas arruguitas al borde de mis ojos también, y no precisamente por reírme mucho. Me peiné el pelo con los dedos, mojándolos un poco en agua para que no se erizaran y aproveché para lavarme la cara. La incipiente barba me raspaba los dedos pero no me molesté en afeitarme, siempre me habían dicho que me quedaba mejor así.
Desayuné con tranquilidad mientras miraba por la ventana, llevándome la cuchara cargada de cereales y leche a la boca de manera automática, sin pensar en lo que hacía, sin tener hambre en realidad, simplemente alimentándome porque mi conciencia me decía que no podía exigirle a Beckett que se cuidara si yo no hacía lo mismo.
Kate…
Habían pasado cuatro días desde que había ido al hospital y todavía no se había presentado en mi puerta con una orden de arresto. No sabía muy bien cómo tomarme aquello. ¿Era una señal de que no pensaba hacer nada o de que ahora mismo en su vida había demasiados problemas como para preocuparse por mí? La verdad era que evitaba pensar en ella porque si no el dolor volvía como un puñal que nunca se cansaba de clavarse en mi pecho una y otra vez, sediento de sangre. O más bien de sufrimiento.
Sacudí la cabeza, dejándola en blanco de la mejor forma que era capaz y dejé el cuenco medio lleno en el fregadero junto a un vaso con marcas de whisky que aún no había guardado en el lavavajillas y más platos con residuos de comida. Debería recoger un poco la casa, pensé mientras giraba sobre mis talones, observando el desorden que se había adueñado del salón. ¿Para qué?, replicó otra voz. Me encogí de hombros, no esperaba visita y yo había vivido en peores condiciones.
Sin pararme a pensarlo un segundo más, salí por la puerta del loft mientras me guardaba el móvil y las llaves en el bolsillo. Saludé al portero y giré hacia la izquierda, recorriendo un camino que mis pies se sabían de memoria ya.
- Lo de siempre, ¿verdad?
Sonreí de lado y asentí. La señora Adams correspondió mi sonrisa y salió de detrás del mostrador para coger mi pedido. Respiré hondo, mareándome ligeramente con la fuerte mezcla de olores de las flores que adornaban cada esquina, pared y suelo como les era posible. Acaricié los pétalos de las rosas rojas que la mujer había dejado encima del mostrador mientras buscaba el papel para envolverlas, y sentí como la tristeza correspondiente a esa fecha se apoderaba de mí de golpe, dejándome débil, haciendo que me tuviera que apoyar contra el frío granito para mantenerme en pie.
- ¿Se encuentra bien, señor Castle? – preguntó la señora Adams con un destello de preocupación en sus ojos grisáceos.
- Sí, sí, es… - hice un gesto con la mano para señalar todas las flores que se extendían como un mar a mi espalda – No comprendo cómo no se marea estando aquí todo el día.
- Ah, llega un momento en el que ya no las hueles.
- Qué suerte – comenté.
- No realmente – la mujer dejó la tijera con la que estaba rizando el papel en un bote y me entregó las rosas con una sonrisa triste – Lo más bello de las flores no llega por la vista o el tacto, sino por el olfato. Hay millones de flores rojas, amarillas, azules, suaves, rugosas… pero ninguna olerá igual. No olor como el de las rosas rosas, o las margaritas, o los tulipanes. Son como huellas dactilares – acarició con rostro nostálgico unas nomeolvides que había encima del mostrador, en cola para ser envueltas. Me maravilló la pasión que sentía aquella mujer mayor por algo que a nosotros nos parecía tan mundano, tan corriente que ni le dábamos la importancia que quizá merecía.
Pagué por mi ramo y me despedí de la señora Adams con la promesa de volver al próximo año. Nada más salir de la tienda miré hacia el cielo, viendo las amenazadoras nubes grises cubriendo New York. Una gota me cayó en la mejilla, como una lágrima, y la sequé con un gesto contrariado: no había cogido el paraguas. Paré un taxi antes de que comenzara el aguacero y se volviera misión imposible y pronto estaba frenando frente a una gran verja negra.
Caminé a grandes zancadas bajo el chaparrón, esquivando charcos formados en la grava y manchándome los vaqueros con barro. Con cada paso que me acercaba a mi destino, el peso en mi pecho crecía, la tristeza aumentaba como un pozo sin fondo y el nudo de mi garganta se apretaba con más fuerza, casi ahogándome. Y entonces vi el granito a mis pies, las letras se desenfocaron ante mi vista y el ritual de cada visita comenzó.
Me acuclillé, depositando con todo el cuidado del mundo las rosas sobre el mojado césped mientras notaba las lágrimas, calientes en contraste con la lluvia fría que caía sin parar, resbalando por mis mejillas. Acaricié los grabados de la tumba, leyendo con los dedos algo que me sabía de memoria: "Alexis Castle". Me levanté de nuevo, cerrando los ojos, con la cabeza gacha, notando el agua resbalarme por el pelo y la ropa. Pero no me importaba. No era consciente del frío, solo de mi dolor, de mi luto, de la pérdida que aún no había superado.
Era el aniversario de su muerte. Un año más sin ella, sin mi pequeña calabaza, sin esos ojos azules cristalinos que te miraban y parecían leer a través de ti a pesar de su corta edad, sin esa risa musical que conseguía contagiarme incluso cuando estaba enfadado con ella, sin su vocecita aguda…
Cinco años desde que le arrebataron el sentido a mi vida.
Estaba tan ensimismado en auto-compadecerme que no oí el ruido de la lluvia al rebotar contra el plástico de un paraguas, no oí el taconeo en la grava a mi espalda. Podría haberse quedado detrás de mí, en silencio, todo el rato, que no me habría enterado.
Pero una mano se posó con suavidad en mi hombro, cálida contra el frío que desprendía mi cuerpo. Y antes de que pudiera sobresaltarme, una voz, su voz, me llamó.
- Richard…
Giré sobre mis talones, demasiado sorprendido para hablar. Me encontré con unos ojos del mismo azul que los míos que me miraban con franqueza. Los labios pintados en carmín se curvaron en una sonrisa que llevaba años sin ver, al igual que los rizos pelirrojos tan cuidadosamente peinados y recogidos como siempre. Vestía un precioso vestido suelto de flores combinado con unos tacones negros, más bajos que los que solía llevar cuando yo era pequeño, y un chubasquero a juego con los colores del vestido.
- Madre – musité.
La Martha Rodgers de hacía unos años no habría hecho lo que hizo la que ahora estaba parada frente a mí. Sin preocuparse por lo empapada que estaba mi ropa, me atrajo hacia ella para darme un fuerte abrazo, una mano sujetando el paraguas sobre nosotros mientras la otra apretaba mi chaqueta, como si ella estuviera tan necesitada de aquella muestra de cariño como yo. Correspondí a su abrazo, enterrando mi cara en el hueco de su cuello como solía hacer cuando era pequeño, aspirando su aroma, seguía siendo el mismo, Chanel Nº5.
Y lloré sobre su hombro dejando salir todo lo que tenía reprimido desde que desperté aquella mañana, todavía borracho, y encontré su habitación vacía y una nota en la encimera de la cocina como toda despedida.
¡Espero que os guste! ¡Hasta el próximo capítulo!
Capítulo 95:
- Vengo a entregarme, Beckett – contesté finalmente.
Su cara fue de total incomprensión. Abrió y cerró la boca varias veces, frunciendo el ceño, tratando de encontrar las palabras, pero la sorpresa y el desconcierto eran tales que no era capaz de hablar.
- ¿Cómo? – susurró moviendo la cabeza, incrédula.
- No es el mejor momento, lo sé, y siento decírtelo ahora pero… Estoy cansado de esta vida, estoy harto de estar mirando constantemente por encima de mi hombro, sentir el miedo comiéndome por dentro, miedo a que alguien como tú sume dos más dos y se dé cuenta de que soy yo el que está detrás de los robos. Y sé que es egoísta por mi parte pedirte esto precisamente a ti, precisamente ahora, sé que podría haberme entregado en cualquier comisaria… - me encogí de hombros como si no supiera exactamente el porqué de mis acciones. – Creo que te corresponde a ti ponerme las esposas…
- Castle – su voz me advirtió de que era mejor quedarme callado un rato.
Se llevó una mano a la cabeza, masajeándose las sienes con un gesto de dolor.
- No sabía nada de esto, Beckett – abarqué con un gesto vago la habitación de hospital.
Ella soltó una risa escéptica.
- Claro… ¿Estás intentando hacerme quedar a mí como la culpable de todo?
- ¿Qué? ¡No! ¡Por supuesto que no!
- ¿Entonces? Sí, viniste aquí porque mi madre es demasiado cotilla como para no meterse en mis asuntos, sin saber qué te esperaba detrás de esa puerta, pero nadie te puso una pistola en la cabeza para forzarte a venir, Castle.
- De haber sabido por lo que estabas pasando habría salido a buscarte mucho antes, Beckett, para que no pasaras por esto sola. Pero no tenía ni idea. Simplemente pensé que lo habías superado y no querías saber nada más de mí.
- ¿Crees que es tan fácil olvidarlo todo, que con darte la espalda ya lo habría superado? Pues no. Y tampoco fui a buscar a nadie para que me ayudara – espetó.
Abrí la boca para replicar pero vi el destello de dolor que escondían sus ojos. Y todo cobró sentido.
- Esta no eres tú hablando sino tu enfado, Beckett – empecé a decir, calmándola.
- ¡No hagas como si me conocieras!
- Kate… - sacudí la cabeza, suspirando con tristeza – No quiero discutir contigo, ¿vale?
- Pues no lo hagas, ya sabes dónde tienes la salida – me dio la espalda, levantando la barbilla con orgullo, cruzándose de brazos con fuerza.
La ignoré y coloqué mi mano suavemente sobre su hombro, sintiendo su tensión.
- Espero que algún día puedas perdonarme por ser tan, egoísta, quizá; pero si alguien tiene que arrestarme prefiero que seas tú. Lo siento. – Y era verdad. Me dolía el pecho aun sabiendo que era lo correcto, que era hora de hacerlo. – Quédate la caja, contiene todas las pruebas que tengo en mi poder, creo que serán suficientes para cualquier juez con tres dedos de frente. Cuando estés más calmada, dáselas a Esposito o… no sé, tú eres la experta en esto de detener a los malos.
- No lo hagas… - susurró sin volverse.
- Es hora de hacer justicia, Kate.
- Eres tú el que la merece, no el que tiene que sufrirla.
Me reí sin fuerzas.
- Estaré esperando a que llames a mi puerta, sabes que siempre he fantaseado con nosotros y las esposas.
Una débil sonrisa apareció en su cara, no la vi pero la leí en su lenguaje corporal, en cómo giró la cabeza para ocultármela. Justo entonces Lanie y Johanna abrieron la puerta y se quedaron paradas en el umbral, sin saber qué hacer.
- Perdón, pensamos que habríais terminado ya – se disculpó la abogada recorriendo con su mirada la cara de su hija, preocupada. Entonces fijó sus verdes ojos en mí y sentí como si estuviera leyendo directamente dentro de mí. Aparté la mirada, cohibido.
- No pasa nada, yo ya me iba.
Centré de nuevo mi atención en la detective y fue como si aún estuviéramos solos en la habitación.
- ¿Estarás bien? – pregunté.
- ¿Te refieres a antes o después de tener que arrestarte? – replicó ella con dureza.
Suspiré, dolido. La rodeé y la obligué a mirarme.
- Lo digo en serio, Kate, necesito saberlo.
- ¿Para qué?
- Minimizar el dolor, no sé, llámalo X.
La detective apartó la mirada por unos segundos y la volvió a fijar en la mía, directa, sincera.
- Supongo que sí – trató de esbozar una sonrisa.
- Entonces supongo que tendré que contentarme con eso.
Acaricié su mejilla con infinito cariño y me incliné hasta depositar un suave y breve beso en sus labios, apenas un roce.
- Cuídate, por favor – susurré contra su piel.
Ella asintió, demasiado sobrepasada por las emociones para hablar. Le lancé una última mirada antes de alejarme, intercambiando un quedo "gracias" con las dos mujeres que seguían allí paradas presenciando toda la escena. Se hicieron a un lado, dejándome salir. Me paré en el umbral, sintiendo el irrefrenable impulso de girarme y mirarla por última vez, comprobar si me estaba observando, si realmente estaba bien. Pero me vino a la mente la historia de Orfeo, como un simple vistazo por encima del hombro le arruinó la vida, y fui consciente de que, si miraba, no sería capaz de pasar la puerta e irme tranquilamente.
Así que respiré hondo y di un paso. Luego otro. Y otro más. Me concentré en poner un pie frente al anterior, sin mirar a dónde iba, solo teniendo la certeza de lo que dejaba atrás.
-.-.-.-.-.-.-.-
Abrí un ojo a la luz de la mañana, molesto por el resplandor. Me tapé la cara con ambas manos, conteniendo la respiración solo para dejarla ir en un sonoro resoplido. Sabía a la perfección qué día era sin necesidad alguna de mirar el calendario. El hombro me ardía como si la bala siguiera dentro de él y se estuviera iluminando como una luz de neón, un recordatorio más del vuelco que había dado mi vida en un abrir y cerrar de ojos.
Me erguí, suspirando, rascándome la nuca al mismo tiempo que caminaba a tientas hacia el baño. Desconecte el iPhone del cargador y me miré al espejo. Las ojeras seguían allí, las pequeñas arruguitas al borde de mis ojos también, y no precisamente por reírme mucho. Me peiné el pelo con los dedos, mojándolos un poco en agua para que no se erizaran y aproveché para lavarme la cara. La incipiente barba me raspaba los dedos pero no me molesté en afeitarme, siempre me habían dicho que me quedaba mejor así.
Desayuné con tranquilidad mientras miraba por la ventana, llevándome la cuchara cargada de cereales y leche a la boca de manera automática, sin pensar en lo que hacía, sin tener hambre en realidad, simplemente alimentándome porque mi conciencia me decía que no podía exigirle a Beckett que se cuidara si yo no hacía lo mismo.
Kate…
Habían pasado cuatro días desde que había ido al hospital y todavía no se había presentado en mi puerta con una orden de arresto. No sabía muy bien cómo tomarme aquello. ¿Era una señal de que no pensaba hacer nada o de que ahora mismo en su vida había demasiados problemas como para preocuparse por mí? La verdad era que evitaba pensar en ella porque si no el dolor volvía como un puñal que nunca se cansaba de clavarse en mi pecho una y otra vez, sediento de sangre. O más bien de sufrimiento.
Sacudí la cabeza, dejándola en blanco de la mejor forma que era capaz y dejé el cuenco medio lleno en el fregadero junto a un vaso con marcas de whisky que aún no había guardado en el lavavajillas y más platos con residuos de comida. Debería recoger un poco la casa, pensé mientras giraba sobre mis talones, observando el desorden que se había adueñado del salón. ¿Para qué?, replicó otra voz. Me encogí de hombros, no esperaba visita y yo había vivido en peores condiciones.
Sin pararme a pensarlo un segundo más, salí por la puerta del loft mientras me guardaba el móvil y las llaves en el bolsillo. Saludé al portero y giré hacia la izquierda, recorriendo un camino que mis pies se sabían de memoria ya.
- Lo de siempre, ¿verdad?
Sonreí de lado y asentí. La señora Adams correspondió mi sonrisa y salió de detrás del mostrador para coger mi pedido. Respiré hondo, mareándome ligeramente con la fuerte mezcla de olores de las flores que adornaban cada esquina, pared y suelo como les era posible. Acaricié los pétalos de las rosas rojas que la mujer había dejado encima del mostrador mientras buscaba el papel para envolverlas, y sentí como la tristeza correspondiente a esa fecha se apoderaba de mí de golpe, dejándome débil, haciendo que me tuviera que apoyar contra el frío granito para mantenerme en pie.
- ¿Se encuentra bien, señor Castle? – preguntó la señora Adams con un destello de preocupación en sus ojos grisáceos.
- Sí, sí, es… - hice un gesto con la mano para señalar todas las flores que se extendían como un mar a mi espalda – No comprendo cómo no se marea estando aquí todo el día.
- Ah, llega un momento en el que ya no las hueles.
- Qué suerte – comenté.
- No realmente – la mujer dejó la tijera con la que estaba rizando el papel en un bote y me entregó las rosas con una sonrisa triste – Lo más bello de las flores no llega por la vista o el tacto, sino por el olfato. Hay millones de flores rojas, amarillas, azules, suaves, rugosas… pero ninguna olerá igual. No olor como el de las rosas rosas, o las margaritas, o los tulipanes. Son como huellas dactilares – acarició con rostro nostálgico unas nomeolvides que había encima del mostrador, en cola para ser envueltas. Me maravilló la pasión que sentía aquella mujer mayor por algo que a nosotros nos parecía tan mundano, tan corriente que ni le dábamos la importancia que quizá merecía.
Pagué por mi ramo y me despedí de la señora Adams con la promesa de volver al próximo año. Nada más salir de la tienda miré hacia el cielo, viendo las amenazadoras nubes grises cubriendo New York. Una gota me cayó en la mejilla, como una lágrima, y la sequé con un gesto contrariado: no había cogido el paraguas. Paré un taxi antes de que comenzara el aguacero y se volviera misión imposible y pronto estaba frenando frente a una gran verja negra.
Caminé a grandes zancadas bajo el chaparrón, esquivando charcos formados en la grava y manchándome los vaqueros con barro. Con cada paso que me acercaba a mi destino, el peso en mi pecho crecía, la tristeza aumentaba como un pozo sin fondo y el nudo de mi garganta se apretaba con más fuerza, casi ahogándome. Y entonces vi el granito a mis pies, las letras se desenfocaron ante mi vista y el ritual de cada visita comenzó.
Me acuclillé, depositando con todo el cuidado del mundo las rosas sobre el mojado césped mientras notaba las lágrimas, calientes en contraste con la lluvia fría que caía sin parar, resbalando por mis mejillas. Acaricié los grabados de la tumba, leyendo con los dedos algo que me sabía de memoria: "Alexis Castle". Me levanté de nuevo, cerrando los ojos, con la cabeza gacha, notando el agua resbalarme por el pelo y la ropa. Pero no me importaba. No era consciente del frío, solo de mi dolor, de mi luto, de la pérdida que aún no había superado.
Era el aniversario de su muerte. Un año más sin ella, sin mi pequeña calabaza, sin esos ojos azules cristalinos que te miraban y parecían leer a través de ti a pesar de su corta edad, sin esa risa musical que conseguía contagiarme incluso cuando estaba enfadado con ella, sin su vocecita aguda…
Cinco años desde que le arrebataron el sentido a mi vida.
Estaba tan ensimismado en auto-compadecerme que no oí el ruido de la lluvia al rebotar contra el plástico de un paraguas, no oí el taconeo en la grava a mi espalda. Podría haberse quedado detrás de mí, en silencio, todo el rato, que no me habría enterado.
Pero una mano se posó con suavidad en mi hombro, cálida contra el frío que desprendía mi cuerpo. Y antes de que pudiera sobresaltarme, una voz, su voz, me llamó.
- Richard…
Giré sobre mis talones, demasiado sorprendido para hablar. Me encontré con unos ojos del mismo azul que los míos que me miraban con franqueza. Los labios pintados en carmín se curvaron en una sonrisa que llevaba años sin ver, al igual que los rizos pelirrojos tan cuidadosamente peinados y recogidos como siempre. Vestía un precioso vestido suelto de flores combinado con unos tacones negros, más bajos que los que solía llevar cuando yo era pequeño, y un chubasquero a juego con los colores del vestido.
- Madre – musité.
La Martha Rodgers de hacía unos años no habría hecho lo que hizo la que ahora estaba parada frente a mí. Sin preocuparse por lo empapada que estaba mi ropa, me atrajo hacia ella para darme un fuerte abrazo, una mano sujetando el paraguas sobre nosotros mientras la otra apretaba mi chaqueta, como si ella estuviera tan necesitada de aquella muestra de cariño como yo. Correspondí a su abrazo, enterrando mi cara en el hueco de su cuello como solía hacer cuando era pequeño, aspirando su aroma, seguía siendo el mismo, Chanel Nº5.
Y lloré sobre su hombro dejando salir todo lo que tenía reprimido desde que desperté aquella mañana, todavía borracho, y encontré su habitación vacía y una nota en la encimera de la cocina como toda despedida.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Que triste, ,, otro año mas sin su pequeña..... Pobre. Y kate sufriendo por su padre. Sera demasiado duro que sea ella quien le ponga las esposasy lo meta en la carcel.....
Caskett(sariita)- Policia de homicidios
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Que triste... sigue prontp espero que se arreglen las cosas!! Escribes muuy bien !
28Caskett- As del póker
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Espero que Kate no le haga caso y guarde a buen recaudo todas esas pruebas para así lograr atrapar a los que los atacaron a ellos y que el no se entregue.
Continúa pronto.
Continúa pronto.
Yaye- Escritor - Policia
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Delta5- Escritor - Policia
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Awwww Sigue cuanto antes por favor , y soluciona todo plss .
Aylin_NYPD- Actor en Broadway
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Aquí os traigo la continuación (por fin empieza la acción ¡wiiii!). ¡Espero que os guste! Hacédmelo saber en una review, s'il vous plaît.
Me sentía entumecido y congelado.
Me arrebujé en la manta que me había dado mi madre, acurrucándome en el sillón como un niño pequeño mientras la observaba ir y venir en la cocina, preparándome una infusión caliente, abriendo armarios y cogiendo lo que necesitaba con una familiaridad que casi hacía parecer que nunca se había ido. Pero sí que lo había hecho, me había dejado solo cuando más la necesitaba; aunque no la culpaba, de haber estado en su lugar yo también habría huido de mí. En aquella época ni vivía ni dejaba vivir.
Se sentó a mi lado, apartando con mirada reprobatoria los periódicos atrasados que estaban esparcidos por el sillón, y me tendió una humeante taza de cerámica. Con un gesto de agradecimiento, la cogí con ambas manos, calentándome con ella y notando que, poco a poco, dejaba de temblar. Me bebí el té sorbito a sorbito, tratando de mantener mi boca ocupada para no tener que ser el primero en romper el ensordecedor silencio que se había hecho en el salón. Mi madre retorció las manos en su regazo con nerviosismo y recordé que, cuando era pequeño y ella me llevaba al teatro, el director siempre le decía que dejara de hablar con las manos. Aquel recuerdo me sacó una sonrisa nostálgica.
Cuando el silencio ya parecía gritarme para que lo rompiera, deposité la taza en la mesita del centro y encaré a la mujer pelirroja que estaba sentada a mi lado con la mirada perdida.
- ¿Por qué has vuelto? ¿Por qué ahora?
- Siempre vengo a New York este día – confesó, fijando sus cristalinos ojos azules en los míos.
Contuve un estremecimiento.
- ¿Las margaritas naranjas son tuyas? – pregunté en un susurro. Todos los años, cuando hacía mi peregrinaje habitual a la tumba de Alexis en el aniversario de su muerte, encontraba un ramo de flores descansando en la hierba. Jamás se me había ocurrido pensar que era mi madre la que las dejaba allí.
Ella no asintió, no hizo falta, su cara hablaba por sí sola.
- ¿Y nunca se te ocurrió venir a verme? – le reproché sin poder evitar que el dolor traspasara a mi voz.
Agachó la cabeza solo para volver a alzarla con un deje de su antiguo ego, recuperando parcialmente la vitalidad que yo recordaba.
- Richard, no sabes la de veces que mis pies me guiaban solos hasta la puerta del loft, ni cuántas veces me he quedado parada con el puño en alto, a punto de llamar. – Alzó el dedo índice, mandándome callar – Perdí a mi única nieta y, aunque sé que tú crees que el dolor no es el mismo, sí lo es; y también perdí a mi único hijo. Te fallé y es algo que nunca me he perdonado. Por eso me fui, no por tu culpa, si es lo que crees, sino porque no podía soportar verte en esas condiciones, más borracho que vivo.
- Tú no tuviste la culpa.
- ¡Sí la tuve! Podría haber luchado contigo, haberte escondido todas las botellas y obligado a ir a un grupo de ayuda; sin embargo lo que hice fue llenar el carrito de la compra de whisky para ti.
Resoplé ante la exageración de mi madre, ella siempre había tenido tendencia a dramatizar. Y aunque su mirada derrochaba sinceridad, sabía que parte de ella estaba actuando un poco, quizá por temor a que estuviera enfadado con ella por haberme abandonado de esa manera, o quizá lo hacía sin ser consciente.
- Madre, debes saber que no te guardo rencor alguno por haberte ido.
Su rostro mostró una ligera sorpresa, pero pronto fue sustituida por una sonrisa radiante. Y, por segunda vez en aquel día, me atrapó entre sus brazos para darme un fuerte abrazo cargado de gratitud. Cuando nos separamos, fue como si el tiempo no hubiera pasado, como si Alexis aun siguiera viva. La complicidad que siempre habíamos tenido estaba de vuelta.
- Así que, cuéntame, ¿qué ha sido de la gran Martha Rodgers durante todos estos años? – pregunté recostándome contra el respaldo, poniéndome cómodo para el relato de mi madre que, seguro, estaría cargado de noviazgos fugaces y números rojos.
- Oh, no, querido, créeme que no quieres saberlo – desechó la pelirroja con un gesto de la mano. – Ahora eres tú el que importa.
Abrí los ojos bruscamente, arqueando las cejas.
- ¿Quién eres y qué has hecho con mi madre?
Se echó a reír, dándome un suave golpe con el dorso de la mano. Mi sonrisa fue desvaneciéndose poco a poco mientras mi cerebro iba ordenando la historia que me tocaba relatar.
- Quizá quieras coger una copa de vino antes – sugerí, medio serio, medio bromeando.
Mi madre entrecerró los ojos y apoyó la barbilla en la mano, reposando el brazo sobre el respaldo, la otra sujetando sus piernas encogidas. Suspiré, mirando las pelotillas de aquel viejo pantalón de chándal.
- ¿Un resumen rápido? Me convertí en ladrón para vengarme, una detective lo descubrió e intentó cazarme pero no lo consiguió, entonces nos vimos obligados a trabajar juntos en Barbados, tuvimos un pequeño pero mágico romance hasta que la burbuja estalló y volvimos a aquí, nuestros caminos separados y ella teniendo en su poder todas las pruebas necesarias para encarcelarme por una larga temporada.
Lo dije todo de carrerilla, sin pararme un solo segundo porque en cuanto me concediera un momento de duda, sería mi perdición. Al terminar, respiré hondo y miré a mi madre. Tenía el mismo rostro que cuando yo hacía una trastada en el teatro y ella lo sabía pero no decía nada ante los demás. El tiempo pasaba pero ella seguía sin moverse o reaccionar. Entonces, casi cinco minutos más tarde, se levantó del sillón con un suspiro de hastío. Me giré, ligeramente asustado ante la posibilidad de que saliera corriendo, pero ella solo sacó una copa del armario, abrió una botella de vino y volvió a sentarse frente a mí.
- Ahora sí que puedes continuar – dijo haciendo un gesto con la mano y dando un trago.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
- ¿Kate?
La voz de su madre se coló a través de la puerta del baño, sacando a la detective de su trance. Se aclaró la garganta y murmuró un "ahora salgo" para tranquilizarla. Echó un vistazo a su reflejo, nada contenta con lo que veía. Tenía unas pronunciadas ojeras, imposibles de tapar por mucho corrector que se echara; y lucía pálida y demacrada, como si llevara días sin dormir, una suposición bastante certera. Sus rizos estaban alborotados y encrespados por la cantidad de electricidad estática que transmitían las sillas de plástico en las que se pasaban el día sentadas. La forense le había dicho que en otras habitaciones había cómodos y mullidos sillones, pero que todo dependía de cuánto estabas dispuesto a pagar, a lo cual la detective había contestado con un gruñido. Cogió un cepillo que había traído su madre en una de sus pocas escapadas a casa y se peinó el pelo, tratando de parecerse menos a aquella princesa de Disney, la de la película "Brave". Se lavó la cara para espabilarse y salió del baño, sonriendo un poco a su madre. Johanna pasó un brazo sobre los hombros de su hija, apretándola contra su cuerpo en un gesto de apoyo y cariño. Le acarició la espalda reconfortantemente, agradeciendo que se hubiera quitado aquella fea sudadera azul marino descolorido que había llevado durante los últimos días. La abogada siempre había discutido con su marido para que la tirara pero él siempre conseguía escaquearse de un modo u otro y, cuando Beckett creció, se apoderó de aquella prenda de ropa y se la llevó a Stanford, donde Johanna le perdió la pista.
Madre e hija se pararon frente a la puerta de la habitación 147, mirando con fijeza la madera como si pudieran ver lo que había al otro lado. En realidad, podían. Habían pasado tanto tiempo allí dentro que podían guiarse con los ojos cerrados.
- ¿Estás lista? Sabes que siempre podemos retrasarlo…
- Mamá – la acalló la detective, posando sus manos sobre las de su madre, notando su ligero temblor. – Es la hora – dijo suavemente.
La abogada asintió, conforme. Respiró hondo y giró la manilla de la puerta.
La primera en entrar fue Kate, aspirando el olor a hospital impregnado en cada rincón. Se acercó, dubitativa al principio, pero con seguridad luego, hasta la cama de su padre, y le observó. Vio su piel pálida, sus ojos cerrados, el pelo gris que él siempre había mantenido bien cortado algo más largo de lo que le habría gustado. Bajó por su rostro, obviando el tubo blanco que desaparecía por la boca de su padre y que era lo que hacía que su pecho siguiera subiendo y bajando lentamente. Su mirada se fijó en la mano de Jim, que yacía sin vida a un lado de su cuerpo, con un pulsímetro sujeto a su dedo índice.
Agarró su mano, entrelazando sus dedos con cariño, acariciando a su padre con el pulgar. Volvió a mirarle, deseando que estuviera despierto para poder ver por última vez sus ojos grisáceos, brillantes.
- Adiós, papá – se despidió con un susurro, inclinándose para darle un beso en la mejilla. – Espero que, donde quiera que estés, puedas ver destellos verdes en cada puesta de sol.
Johanna se acercó a la cama, se había quedado unos pasos atrás para darle algo de espacio a su hija. Acarició con inmensa ternura a su marido, pasando una mano por su pelo. Se inclinó sobre él, dándole el último beso en los labios y susurró un "te quiero" que quedó ahogado por las lágrimas. Su mano viajó de manera inconsciente hasta su cuello, donde comenzó a juguetear con el collar que llevaba puesto desde aquella fatídica noche. Beckett rodeó a su madre con su brazo libre y depositó un beso en su pelo.
Justo entonces apareció el Dr. Williamson en la puerta. Alzó una mano para llamar aunque estuviera abierta. Ambas mujeres se giraron para mirarle y el parecido entre madre e hija fue más claro que nunca. Apartó la mirada, fijándola en la tablilla que llevaba entre las manos, comprobando una vez más que estaba todo cubierto y firmado.
- Cuando ustedes digan – dijo suavizando su voz.
Beckett apretó su mano sobre la de su padre, casi esperando que este hiciera algo, moviera un dedo, guiñara ligeramente los párpados. Algo, cualquier cosa, simplemente dejarles ver que todavía no las había abandonado, que seguía luchando por ellas. Pero no fue así. Pasó un minuto y su padre no mostró signo alguno de estar vivo. Sin soltar su mano, clavo sus almendrados ojos en los del doctor, asintiendo con la cabeza ligeramente.
Madre e hija observaron, apoyadas la una en la otra, cómo el doctor iba pulsando los interruptores de las máquinas una a una, los pitidos quedando súbitamente silenciados. El pecho de Jim Beckett dejó de moverse y la detective ya no pudo sentir el pulso de su muñeca.
Respiró hondo, soltando poco a poco la mano de su padre, casi imaginando que este se levantaba, una imagen casi transparente y con un ligero brillo, les sonreía con cariño, su cara arrugándose, y emprendía el camino hacia donde fuera que los muertos iban. No derramó lágrimas, tenía la sensación de que ya no le quedaban, y recordó lo que Castle le había dicho. "Llevas llorándole mucho tiempo". Debía ser eso…
Se sentó en una silla y observó entrar y salir a las enfermeras, desenganchándole las máquinas y llevándoselas fuera de la habitación, lavándole suavemente con una esponja húmeda, peinándole, etc. Fue testigo de todo el ajetreo pero sin ser totalmente consciente de lo que estaba pasando.
Después de lo que le parecieron unos segundos, pero que tenía que haber sido más tiempo, Johanna apoyó una mano en el hombro de su hija, sacándola del trance en el que se había sumido.
- Cariño, vete a casa y descansa.
- No, papá… - graznó, su voz ronca después de estar horas sin hablar.
La abogada sacudió la cabeza, echando una mirada por encima de su hombro a la camilla.
- Dentro de una hora o así vendrán los de la funeraria a llevárselo, no hay nada más que puedas hacer aquí.
La detective parpadeó, mirando a su madre, las palabras siendo procesadas lentamente por su cerebro. Finalmente, asintió con brusquedad, levantándose, sintiéndose entumecida. Se despidió vagamente de todos los presentes y salió de la habitación sin ser realmente consciente de lo que estaba haciendo o hacia dónde estaba yendo.
Al salir a la calle, el frío aire tormentoso le golpeó en la cara, la lluvia cayendo sobre ella como si alguien hubiera tirando un cubo de agua sobre su cabeza. Corrió hasta que encontró un portal y se metió, protegiéndose del agua mientras trataba de orientarse. Un señor mayor con bastón y un pañuelo en el cuello salió del edificio y miró a la detective con preocupación.
- ¿Se encuentra bien? – inquirió, escrutando a la joven que yacía apoyada contra la pared del portal, con la cabeza entre las manos. - ¿Señorita? – le tocó un brazo y Beckett dio un brinco, asustada. No se había dado cuenta de que estaba hablando con ella. - ¿Quiere que llame a alguien? ¿Una ambulancia? – preguntó el señor.
- No, no, gracias. Yo… Estoy bien – contestó la detective, tiritando. – Gracias.
Sin decir nada más salió corriendo del portal y no paró hasta que llegó a su apartamento. Las piernas le ardían, le gritaban que descansara, que no las forzara, pero ella las ignoró y aceleró aún más, tratando de dejar todos los problemas detrás, correr más rápido que ellos. Sacó las llaves de su casa del bolsillo de la sudadera y la recibió el olor a piso cerrado, a polvo. Entró en el salón sintiendo a la soledad caminando a su lado.
Sin pensar en nada más fue a su habitación y recordó que su madre tenía su maleta en el coche. Haciendo un recordatorio mental para llamarla y pedirle que se la trajera, abrió el armario y buscó ropa calentita. Cogió unos gruesos leggins, una sudadera y una camiseta básica blanca; y se cambió con rapidez, echando la ropa empapada al cesto de la ropa sucia. Entrando poco a poco en calor, palpó sus bolsillos en busca de su móvil. Lo recuperó de los vaqueros que había echado a lavar y volvió al salón.
La caja de zapatos de Castle atrapó su mirada irremediablemente, casi parecía tener un cartel de neón que tiraba de ella para abrirla y mirar lo que había en su interior. Antes de hacerlo, cogió una copa y se sirvió un poco de vino, recuperando ese viejo hábito que había echado de menos. Ella era más una chica de vino que de cerveza o cualquier otra bebida alcohólica.
Su despacho estaba igual de ordenado que siempre, las carpetas en montones y su portátil reposando apagado en un lateral de la mesa. Se dirigió hacia una caja marrón como las que usaban en la comisaria para guardar los casos y llevarlos al archivo y sus ojos resbalaron por las letras que ella misma había escrito en la tapa: Richard Castle. Allí guardaba todas las pruebas que había ido acumulando contra el escritor, ninguna válida hasta el momento. Cogió la pesada caja de cartón y la llevó al salón, dejándola sobre el suelo, entre el sillón en el que ella estaba sentada y la mesita del centro. Quitó la tapa y esparramó su contenido sobre la mesa, catalogando las cosas en grupos para saber dónde buscar en caso de necesidad. Entonces, con un suspiro de resignación, abrió la caja que el propio Castle le había dado y miró lo que había dentro: hojas, una máscara de Linterna Verde y un teléfono desechable.
Dio un trago a su copa de vino y alargó la mano para empezar a leer las pruebas que el escritor había dejado allí.
Pero alguien llamó a su puerta, parándola a medio camino. Alzó la cabeza, confusa. No esperaba visita… Haciendo una mueca de incomprensión, se levantó del sillón y abrió la puerta de la entrada. Miró a ambos lados del pasillo pero no había nadie. Resopló, maldiciendo al bromista de turno, y estaba a punto de volver a cerrar cuando algo captó su atención. Alguien, presumiblemente el que había llamado, había dejado un sobre en su felpudo.
Se agachó a cogerlo, girándolo entre sus manos para ver si había alguna dirección o algo escrito. Nada, estaba impoluto. Su ceño se acentuó aún más, todos sus instintos de policía gritándole que no lo abriera, que llamara a Esposito o Ryan. Decidió ignorarlos y le dio la espalda a la puerta, todavía abierta, de su casa. Colocó el sobre a contraluz y vio que contenía lo que parecía una hoja.
- ¿Qué demon…? – sus palabras murieron en su garganta, sus ojos abriéndose como platos cuando se vio a sí misma en la foto que había dentro del sobre. Parpadeó varias veces, sacudiéndose el estupor.
Era ella, en su apartamento, parada en el recibidor y mirando hacia el lado contrario a donde estaba colocada la cámara.
Y entonces algo más captó atención: la sudadera azul marino, los vaqueros, su pelo, etc., estaban empapados.
Dejó caer el sobre al suelo, asustada, girando sobre sí misma para buscar a quién fuera que le había sacado la foto. Su mano se dirigió automáticamente a su cadera para desenfundar la Glock pero solo encontró aire. No tenía su pistola con ella, estaba en la maleta, en el coche de su madre. Sin moverse de donde estaba, se estrujó el cerebro, tratando de recordar dónde había metido la de repuesto.
El cajón de la entrada.
Corrió hacia allí pero alguien se tiró sobre ella, provocando que la detective cayera al suelo por el impulso del golpe, arrastrando con ella a quién le había atacado. Sucedió todo muy rápido y no pudo desembarazarse del agarre de su atacante para amortiguar el golpe con las manos. Cayeron de lateral, la detective quedándose sin respiración, dándose contra el suelo en la cabeza. El mundo se volvió borroso y comenzó a girar a su alrededor. Gimió, luchando contra el mareo que la impedía moverse.
Entonces sintió el peso de un cuerpo sobre el suyo, unas manos de acero apresando sus muñecas. Beckett se revolvió, pataleando, y una rodilla alcanzó la espalda de su atacante, pillándole desprevenido y lanzándole sobre ella. Oyó un gruñido, vio un destello blanco y entonces le llegó un olor dulzón a la nariz. Intentó desembarazarse de nuevo y pero solo consiguió seguir tumbada sobre su espalda.
Entonces un paño mojado le tapó la nariz y la boca, asfixiándola. El hombre se sentó a horcajadas sobre ella, atapando sus piernas y sus manos, dejándola indefensa. Todo lo que podía hacer era retorcerse y eso no conseguía que respirara. Con ojos llorosos, la nariz ardiéndole y la boca impregnada de aquel líquido asqueroso, consiguió reconocer a su atacante.
Una extraña pesadez se apoderó de su cuerpo, de repente sus brazos pesaban mucho, como si llevara piedras atadas, y sus piernas no le respondían. El hombre la soltó y jugueteó con la fotografía de la detective mientras ella solo podía observarle, impotente, tratando de vencer el sueño, de permanecer consciente.
- Tú me haces una foto, y yo te hago otra a ti – hablo él con un impecable acento americano.
Beckett gruñó, sacudiendo la cabeza, negándose a cerrar los ojos. Pero el cloroformo podía más que ella y, poco a poco, la negrura se extendió por los bordes de su visión hasta sumirla en la más absoluta oscuridad.
El hombre vio que por fin se había rendido al efecto de la droga y tiró la foto al suelo. Sacó su móvil del bolsillo y esperó a que contestaran. Solo le hizo falta murmurar dos palabras en ruso, en seguida dos hombres anchos de espaldas aparecieron por la puerta abierta del loft y, entre los dos, cargaron a la detective inconsciente. El líder se sacudió los pantalones negros del traje, quitándose el polvo de encima y se tiró de los puños de la camisa para colocárselos bien de nuevo, no había esperado que la detective ofreciera tanta resistencia, pensó que estaría devastada por su pérdida y sin energías.
Se puso las gafas de sol y salió del apartamento, cerrando tras él con llave, usando la copia que la vecina tan amablemente le había prestado.
Capítulo 96:
Me sentía entumecido y congelado.
Me arrebujé en la manta que me había dado mi madre, acurrucándome en el sillón como un niño pequeño mientras la observaba ir y venir en la cocina, preparándome una infusión caliente, abriendo armarios y cogiendo lo que necesitaba con una familiaridad que casi hacía parecer que nunca se había ido. Pero sí que lo había hecho, me había dejado solo cuando más la necesitaba; aunque no la culpaba, de haber estado en su lugar yo también habría huido de mí. En aquella época ni vivía ni dejaba vivir.
Se sentó a mi lado, apartando con mirada reprobatoria los periódicos atrasados que estaban esparcidos por el sillón, y me tendió una humeante taza de cerámica. Con un gesto de agradecimiento, la cogí con ambas manos, calentándome con ella y notando que, poco a poco, dejaba de temblar. Me bebí el té sorbito a sorbito, tratando de mantener mi boca ocupada para no tener que ser el primero en romper el ensordecedor silencio que se había hecho en el salón. Mi madre retorció las manos en su regazo con nerviosismo y recordé que, cuando era pequeño y ella me llevaba al teatro, el director siempre le decía que dejara de hablar con las manos. Aquel recuerdo me sacó una sonrisa nostálgica.
Cuando el silencio ya parecía gritarme para que lo rompiera, deposité la taza en la mesita del centro y encaré a la mujer pelirroja que estaba sentada a mi lado con la mirada perdida.
- ¿Por qué has vuelto? ¿Por qué ahora?
- Siempre vengo a New York este día – confesó, fijando sus cristalinos ojos azules en los míos.
Contuve un estremecimiento.
- ¿Las margaritas naranjas son tuyas? – pregunté en un susurro. Todos los años, cuando hacía mi peregrinaje habitual a la tumba de Alexis en el aniversario de su muerte, encontraba un ramo de flores descansando en la hierba. Jamás se me había ocurrido pensar que era mi madre la que las dejaba allí.
Ella no asintió, no hizo falta, su cara hablaba por sí sola.
- ¿Y nunca se te ocurrió venir a verme? – le reproché sin poder evitar que el dolor traspasara a mi voz.
Agachó la cabeza solo para volver a alzarla con un deje de su antiguo ego, recuperando parcialmente la vitalidad que yo recordaba.
- Richard, no sabes la de veces que mis pies me guiaban solos hasta la puerta del loft, ni cuántas veces me he quedado parada con el puño en alto, a punto de llamar. – Alzó el dedo índice, mandándome callar – Perdí a mi única nieta y, aunque sé que tú crees que el dolor no es el mismo, sí lo es; y también perdí a mi único hijo. Te fallé y es algo que nunca me he perdonado. Por eso me fui, no por tu culpa, si es lo que crees, sino porque no podía soportar verte en esas condiciones, más borracho que vivo.
- Tú no tuviste la culpa.
- ¡Sí la tuve! Podría haber luchado contigo, haberte escondido todas las botellas y obligado a ir a un grupo de ayuda; sin embargo lo que hice fue llenar el carrito de la compra de whisky para ti.
Resoplé ante la exageración de mi madre, ella siempre había tenido tendencia a dramatizar. Y aunque su mirada derrochaba sinceridad, sabía que parte de ella estaba actuando un poco, quizá por temor a que estuviera enfadado con ella por haberme abandonado de esa manera, o quizá lo hacía sin ser consciente.
- Madre, debes saber que no te guardo rencor alguno por haberte ido.
Su rostro mostró una ligera sorpresa, pero pronto fue sustituida por una sonrisa radiante. Y, por segunda vez en aquel día, me atrapó entre sus brazos para darme un fuerte abrazo cargado de gratitud. Cuando nos separamos, fue como si el tiempo no hubiera pasado, como si Alexis aun siguiera viva. La complicidad que siempre habíamos tenido estaba de vuelta.
- Así que, cuéntame, ¿qué ha sido de la gran Martha Rodgers durante todos estos años? – pregunté recostándome contra el respaldo, poniéndome cómodo para el relato de mi madre que, seguro, estaría cargado de noviazgos fugaces y números rojos.
- Oh, no, querido, créeme que no quieres saberlo – desechó la pelirroja con un gesto de la mano. – Ahora eres tú el que importa.
Abrí los ojos bruscamente, arqueando las cejas.
- ¿Quién eres y qué has hecho con mi madre?
Se echó a reír, dándome un suave golpe con el dorso de la mano. Mi sonrisa fue desvaneciéndose poco a poco mientras mi cerebro iba ordenando la historia que me tocaba relatar.
- Quizá quieras coger una copa de vino antes – sugerí, medio serio, medio bromeando.
Mi madre entrecerró los ojos y apoyó la barbilla en la mano, reposando el brazo sobre el respaldo, la otra sujetando sus piernas encogidas. Suspiré, mirando las pelotillas de aquel viejo pantalón de chándal.
- ¿Un resumen rápido? Me convertí en ladrón para vengarme, una detective lo descubrió e intentó cazarme pero no lo consiguió, entonces nos vimos obligados a trabajar juntos en Barbados, tuvimos un pequeño pero mágico romance hasta que la burbuja estalló y volvimos a aquí, nuestros caminos separados y ella teniendo en su poder todas las pruebas necesarias para encarcelarme por una larga temporada.
Lo dije todo de carrerilla, sin pararme un solo segundo porque en cuanto me concediera un momento de duda, sería mi perdición. Al terminar, respiré hondo y miré a mi madre. Tenía el mismo rostro que cuando yo hacía una trastada en el teatro y ella lo sabía pero no decía nada ante los demás. El tiempo pasaba pero ella seguía sin moverse o reaccionar. Entonces, casi cinco minutos más tarde, se levantó del sillón con un suspiro de hastío. Me giré, ligeramente asustado ante la posibilidad de que saliera corriendo, pero ella solo sacó una copa del armario, abrió una botella de vino y volvió a sentarse frente a mí.
- Ahora sí que puedes continuar – dijo haciendo un gesto con la mano y dando un trago.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
- ¿Kate?
La voz de su madre se coló a través de la puerta del baño, sacando a la detective de su trance. Se aclaró la garganta y murmuró un "ahora salgo" para tranquilizarla. Echó un vistazo a su reflejo, nada contenta con lo que veía. Tenía unas pronunciadas ojeras, imposibles de tapar por mucho corrector que se echara; y lucía pálida y demacrada, como si llevara días sin dormir, una suposición bastante certera. Sus rizos estaban alborotados y encrespados por la cantidad de electricidad estática que transmitían las sillas de plástico en las que se pasaban el día sentadas. La forense le había dicho que en otras habitaciones había cómodos y mullidos sillones, pero que todo dependía de cuánto estabas dispuesto a pagar, a lo cual la detective había contestado con un gruñido. Cogió un cepillo que había traído su madre en una de sus pocas escapadas a casa y se peinó el pelo, tratando de parecerse menos a aquella princesa de Disney, la de la película "Brave". Se lavó la cara para espabilarse y salió del baño, sonriendo un poco a su madre. Johanna pasó un brazo sobre los hombros de su hija, apretándola contra su cuerpo en un gesto de apoyo y cariño. Le acarició la espalda reconfortantemente, agradeciendo que se hubiera quitado aquella fea sudadera azul marino descolorido que había llevado durante los últimos días. La abogada siempre había discutido con su marido para que la tirara pero él siempre conseguía escaquearse de un modo u otro y, cuando Beckett creció, se apoderó de aquella prenda de ropa y se la llevó a Stanford, donde Johanna le perdió la pista.
Madre e hija se pararon frente a la puerta de la habitación 147, mirando con fijeza la madera como si pudieran ver lo que había al otro lado. En realidad, podían. Habían pasado tanto tiempo allí dentro que podían guiarse con los ojos cerrados.
- ¿Estás lista? Sabes que siempre podemos retrasarlo…
- Mamá – la acalló la detective, posando sus manos sobre las de su madre, notando su ligero temblor. – Es la hora – dijo suavemente.
La abogada asintió, conforme. Respiró hondo y giró la manilla de la puerta.
La primera en entrar fue Kate, aspirando el olor a hospital impregnado en cada rincón. Se acercó, dubitativa al principio, pero con seguridad luego, hasta la cama de su padre, y le observó. Vio su piel pálida, sus ojos cerrados, el pelo gris que él siempre había mantenido bien cortado algo más largo de lo que le habría gustado. Bajó por su rostro, obviando el tubo blanco que desaparecía por la boca de su padre y que era lo que hacía que su pecho siguiera subiendo y bajando lentamente. Su mirada se fijó en la mano de Jim, que yacía sin vida a un lado de su cuerpo, con un pulsímetro sujeto a su dedo índice.
Agarró su mano, entrelazando sus dedos con cariño, acariciando a su padre con el pulgar. Volvió a mirarle, deseando que estuviera despierto para poder ver por última vez sus ojos grisáceos, brillantes.
- Adiós, papá – se despidió con un susurro, inclinándose para darle un beso en la mejilla. – Espero que, donde quiera que estés, puedas ver destellos verdes en cada puesta de sol.
Johanna se acercó a la cama, se había quedado unos pasos atrás para darle algo de espacio a su hija. Acarició con inmensa ternura a su marido, pasando una mano por su pelo. Se inclinó sobre él, dándole el último beso en los labios y susurró un "te quiero" que quedó ahogado por las lágrimas. Su mano viajó de manera inconsciente hasta su cuello, donde comenzó a juguetear con el collar que llevaba puesto desde aquella fatídica noche. Beckett rodeó a su madre con su brazo libre y depositó un beso en su pelo.
Justo entonces apareció el Dr. Williamson en la puerta. Alzó una mano para llamar aunque estuviera abierta. Ambas mujeres se giraron para mirarle y el parecido entre madre e hija fue más claro que nunca. Apartó la mirada, fijándola en la tablilla que llevaba entre las manos, comprobando una vez más que estaba todo cubierto y firmado.
- Cuando ustedes digan – dijo suavizando su voz.
Beckett apretó su mano sobre la de su padre, casi esperando que este hiciera algo, moviera un dedo, guiñara ligeramente los párpados. Algo, cualquier cosa, simplemente dejarles ver que todavía no las había abandonado, que seguía luchando por ellas. Pero no fue así. Pasó un minuto y su padre no mostró signo alguno de estar vivo. Sin soltar su mano, clavo sus almendrados ojos en los del doctor, asintiendo con la cabeza ligeramente.
Madre e hija observaron, apoyadas la una en la otra, cómo el doctor iba pulsando los interruptores de las máquinas una a una, los pitidos quedando súbitamente silenciados. El pecho de Jim Beckett dejó de moverse y la detective ya no pudo sentir el pulso de su muñeca.
Respiró hondo, soltando poco a poco la mano de su padre, casi imaginando que este se levantaba, una imagen casi transparente y con un ligero brillo, les sonreía con cariño, su cara arrugándose, y emprendía el camino hacia donde fuera que los muertos iban. No derramó lágrimas, tenía la sensación de que ya no le quedaban, y recordó lo que Castle le había dicho. "Llevas llorándole mucho tiempo". Debía ser eso…
Se sentó en una silla y observó entrar y salir a las enfermeras, desenganchándole las máquinas y llevándoselas fuera de la habitación, lavándole suavemente con una esponja húmeda, peinándole, etc. Fue testigo de todo el ajetreo pero sin ser totalmente consciente de lo que estaba pasando.
Después de lo que le parecieron unos segundos, pero que tenía que haber sido más tiempo, Johanna apoyó una mano en el hombro de su hija, sacándola del trance en el que se había sumido.
- Cariño, vete a casa y descansa.
- No, papá… - graznó, su voz ronca después de estar horas sin hablar.
La abogada sacudió la cabeza, echando una mirada por encima de su hombro a la camilla.
- Dentro de una hora o así vendrán los de la funeraria a llevárselo, no hay nada más que puedas hacer aquí.
La detective parpadeó, mirando a su madre, las palabras siendo procesadas lentamente por su cerebro. Finalmente, asintió con brusquedad, levantándose, sintiéndose entumecida. Se despidió vagamente de todos los presentes y salió de la habitación sin ser realmente consciente de lo que estaba haciendo o hacia dónde estaba yendo.
Al salir a la calle, el frío aire tormentoso le golpeó en la cara, la lluvia cayendo sobre ella como si alguien hubiera tirando un cubo de agua sobre su cabeza. Corrió hasta que encontró un portal y se metió, protegiéndose del agua mientras trataba de orientarse. Un señor mayor con bastón y un pañuelo en el cuello salió del edificio y miró a la detective con preocupación.
- ¿Se encuentra bien? – inquirió, escrutando a la joven que yacía apoyada contra la pared del portal, con la cabeza entre las manos. - ¿Señorita? – le tocó un brazo y Beckett dio un brinco, asustada. No se había dado cuenta de que estaba hablando con ella. - ¿Quiere que llame a alguien? ¿Una ambulancia? – preguntó el señor.
- No, no, gracias. Yo… Estoy bien – contestó la detective, tiritando. – Gracias.
Sin decir nada más salió corriendo del portal y no paró hasta que llegó a su apartamento. Las piernas le ardían, le gritaban que descansara, que no las forzara, pero ella las ignoró y aceleró aún más, tratando de dejar todos los problemas detrás, correr más rápido que ellos. Sacó las llaves de su casa del bolsillo de la sudadera y la recibió el olor a piso cerrado, a polvo. Entró en el salón sintiendo a la soledad caminando a su lado.
Sin pensar en nada más fue a su habitación y recordó que su madre tenía su maleta en el coche. Haciendo un recordatorio mental para llamarla y pedirle que se la trajera, abrió el armario y buscó ropa calentita. Cogió unos gruesos leggins, una sudadera y una camiseta básica blanca; y se cambió con rapidez, echando la ropa empapada al cesto de la ropa sucia. Entrando poco a poco en calor, palpó sus bolsillos en busca de su móvil. Lo recuperó de los vaqueros que había echado a lavar y volvió al salón.
La caja de zapatos de Castle atrapó su mirada irremediablemente, casi parecía tener un cartel de neón que tiraba de ella para abrirla y mirar lo que había en su interior. Antes de hacerlo, cogió una copa y se sirvió un poco de vino, recuperando ese viejo hábito que había echado de menos. Ella era más una chica de vino que de cerveza o cualquier otra bebida alcohólica.
Su despacho estaba igual de ordenado que siempre, las carpetas en montones y su portátil reposando apagado en un lateral de la mesa. Se dirigió hacia una caja marrón como las que usaban en la comisaria para guardar los casos y llevarlos al archivo y sus ojos resbalaron por las letras que ella misma había escrito en la tapa: Richard Castle. Allí guardaba todas las pruebas que había ido acumulando contra el escritor, ninguna válida hasta el momento. Cogió la pesada caja de cartón y la llevó al salón, dejándola sobre el suelo, entre el sillón en el que ella estaba sentada y la mesita del centro. Quitó la tapa y esparramó su contenido sobre la mesa, catalogando las cosas en grupos para saber dónde buscar en caso de necesidad. Entonces, con un suspiro de resignación, abrió la caja que el propio Castle le había dado y miró lo que había dentro: hojas, una máscara de Linterna Verde y un teléfono desechable.
Dio un trago a su copa de vino y alargó la mano para empezar a leer las pruebas que el escritor había dejado allí.
Pero alguien llamó a su puerta, parándola a medio camino. Alzó la cabeza, confusa. No esperaba visita… Haciendo una mueca de incomprensión, se levantó del sillón y abrió la puerta de la entrada. Miró a ambos lados del pasillo pero no había nadie. Resopló, maldiciendo al bromista de turno, y estaba a punto de volver a cerrar cuando algo captó su atención. Alguien, presumiblemente el que había llamado, había dejado un sobre en su felpudo.
Se agachó a cogerlo, girándolo entre sus manos para ver si había alguna dirección o algo escrito. Nada, estaba impoluto. Su ceño se acentuó aún más, todos sus instintos de policía gritándole que no lo abriera, que llamara a Esposito o Ryan. Decidió ignorarlos y le dio la espalda a la puerta, todavía abierta, de su casa. Colocó el sobre a contraluz y vio que contenía lo que parecía una hoja.
- ¿Qué demon…? – sus palabras murieron en su garganta, sus ojos abriéndose como platos cuando se vio a sí misma en la foto que había dentro del sobre. Parpadeó varias veces, sacudiéndose el estupor.
Era ella, en su apartamento, parada en el recibidor y mirando hacia el lado contrario a donde estaba colocada la cámara.
Y entonces algo más captó atención: la sudadera azul marino, los vaqueros, su pelo, etc., estaban empapados.
Dejó caer el sobre al suelo, asustada, girando sobre sí misma para buscar a quién fuera que le había sacado la foto. Su mano se dirigió automáticamente a su cadera para desenfundar la Glock pero solo encontró aire. No tenía su pistola con ella, estaba en la maleta, en el coche de su madre. Sin moverse de donde estaba, se estrujó el cerebro, tratando de recordar dónde había metido la de repuesto.
El cajón de la entrada.
Corrió hacia allí pero alguien se tiró sobre ella, provocando que la detective cayera al suelo por el impulso del golpe, arrastrando con ella a quién le había atacado. Sucedió todo muy rápido y no pudo desembarazarse del agarre de su atacante para amortiguar el golpe con las manos. Cayeron de lateral, la detective quedándose sin respiración, dándose contra el suelo en la cabeza. El mundo se volvió borroso y comenzó a girar a su alrededor. Gimió, luchando contra el mareo que la impedía moverse.
Entonces sintió el peso de un cuerpo sobre el suyo, unas manos de acero apresando sus muñecas. Beckett se revolvió, pataleando, y una rodilla alcanzó la espalda de su atacante, pillándole desprevenido y lanzándole sobre ella. Oyó un gruñido, vio un destello blanco y entonces le llegó un olor dulzón a la nariz. Intentó desembarazarse de nuevo y pero solo consiguió seguir tumbada sobre su espalda.
Entonces un paño mojado le tapó la nariz y la boca, asfixiándola. El hombre se sentó a horcajadas sobre ella, atapando sus piernas y sus manos, dejándola indefensa. Todo lo que podía hacer era retorcerse y eso no conseguía que respirara. Con ojos llorosos, la nariz ardiéndole y la boca impregnada de aquel líquido asqueroso, consiguió reconocer a su atacante.
Una extraña pesadez se apoderó de su cuerpo, de repente sus brazos pesaban mucho, como si llevara piedras atadas, y sus piernas no le respondían. El hombre la soltó y jugueteó con la fotografía de la detective mientras ella solo podía observarle, impotente, tratando de vencer el sueño, de permanecer consciente.
- Tú me haces una foto, y yo te hago otra a ti – hablo él con un impecable acento americano.
Beckett gruñó, sacudiendo la cabeza, negándose a cerrar los ojos. Pero el cloroformo podía más que ella y, poco a poco, la negrura se extendió por los bordes de su visión hasta sumirla en la más absoluta oscuridad.
El hombre vio que por fin se había rendido al efecto de la droga y tiró la foto al suelo. Sacó su móvil del bolsillo y esperó a que contestaran. Solo le hizo falta murmurar dos palabras en ruso, en seguida dos hombres anchos de espaldas aparecieron por la puerta abierta del loft y, entre los dos, cargaron a la detective inconsciente. El líder se sacudió los pantalones negros del traje, quitándose el polvo de encima y se tiró de los puños de la camisa para colocárselos bien de nuevo, no había esperado que la detective ofreciera tanta resistencia, pensó que estaría devastada por su pérdida y sin energías.
Se puso las gafas de sol y salió del apartamento, cerrando tras él con llave, usando la copia que la vecina tan amablemente le había prestado.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Ooohhhh nooooo, no lo puedes dejar así, eso es tortura de una escritora a sus lectores. Continua pronto porfavoor, me ha gustado mucho. Besoos
Aylin_NYPD- Actor en Broadway
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
OMG!!! Sigue!! Me encanta!! Como lo dejas asi!!
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Ay dios!! Y esos ahora quienes son?? Los mismos que atacaron a Castle y mataron a su hija?? Espero que Castle se de cuenta de que algo pasa y ayude en su búsqueda
Impaciente por saber que pasa
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Yaye- Escritor - Policia
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Capítulo 97:
- Vaya…
Esa fue la única palabra que salió de los labios de mi madre cuando terminé de contarle todo. Miré por la ventana del salón, ya era de noche. Un vistazo al reloj del horno me bastó para saber que se nos había pasado el tiempo volando. Sentía la garganta seca así que me levanté para beber un vaso de agua mientras mi madre seguía digiriendo toda la información que le acababa de soltar como una bomba, o más bien un chorro de agua sin fin.
La pelirroja clavó sus azules ojos en mí en cuanto me senté de nuevo frente a ella.
- ¿Eso es todo? – preguntó.
- ¿Quieres más? – repliqué arqueando una ceja, retándola.
Ella alzó las manos, rindiéndose.
- Así que Richard Castle por fin conoce lo que es el amor…
- Madre, de todo lo que te he contado, ¿solo te has quedado con eso? – protesté mientras le rellenaba la copa de vino.
Martha sonrió con agradecimiento y me guiñó un ojo.
- Es lo más relevante – contestó con sencillez.
Fruncí el ceño.
- ¿Has escuchado la historia que te he contado o no?
- Sí, hijo, sí.
- ¿Y no te preocupa, no sé, que vaya a ir a la cárcel?
- No.
Su rotundidad fue tal que me quedé pasmado por unos segundos. Parpadeé, incrédulo, y mi rostro debió de mostrar decepción o dolor porque sacudió la cabeza y depositó la copa en la mesa antes de explicarse.
- No me preocupa por el simple hecho de que sé que esa jovencita no te va a meter entre rejas.
- Madre, la estoy forzando yo.
- Pero es ella la que tiene todas las pruebas ahora. Piénsalo, Richard, ¿por qué esperar cuatro… – miró hacia el reloj del horno y se corrigió – perdón, cinco días para venir a por ti?
- Está demasiado preocupada por su padre.
- Su padre está muerto – ante mi mirada fulminante, se encogió de hombros suavemente – Lo siento, eso ha sido irrespetuoso.
- De todos modos… - intenté rebatir pero me hizo callar con un dedo.
- Pongamos que, como dices tú, está liada con el asunto de su padre. ¿Cuánto le llevaría llamar a alguno de sus compañeros y decírselo? ¿Cinco minutos? – Volvió a pararme cuando se lo fui a discutir – Katherine Beckett está demasiado pillada como para ser el motivo de su encarcelamiento.
- ¿Pillada? ¿A qué te refieres?
Mi madre contuvo una sonrisa y sacudió la cabeza con diversión.
- Oh, Richard, querido, eres tan ciego cuando se trata de sentimientos… Esa joven está enamorada de ti al igual que tú lo estás de ella.
- No… - dejé que mi voz se apagara, demasiado desconcertado como para pelear.
- La cuestión es, ¿vas a hacer algo antes de que sea demasiado tarde?
Se levantó del sillón depositando un beso en mi mejilla y me dio unos suaves golpecitos en la pierna, dejándome allí, pensativo, mientras subía las escaleras en busca de su antiguo cuarto. La oí exclamar algo antes de que cerrara la puerta y se me escapó una sonrisa. Miré a mí alrededor y tuve la sensación de que la huella de la soledad se había desvanecido, de que los colores parecían súbitamente más brillantes de lo normal.
Con un suspiro de cansancio, me incorporé y llevé los vasos al fregadero, donde se juntaron a la pequeña pila de vajilla sucia, esperando a que tuviera las ganas de lavarlo todo. Fui a mi habitación rascándome la nuca y mi mirada se quedó parada en mi iPhone que descansaba, silencioso, en la mesilla. Mis dedos hormiguearon de anticipación, ansiando cogerlo y marcar el número que ya me sabía de memoria por tanto tenerlo en llamadas recientes; por mandar y recibir mensajes; por dudar, como en ese momento, con el botón verde a tan solo unos centímetros de distancia de mi pulgar, debatiendo los pros y los contras para terminar bloqueando el móvil y dejándolo lejos de mi alcance para no volver a recaer.
Me quedé ahí parado unos minutos, luchando conmigo mismo, decidiendo que no era la hora correcta, que lo haría al día siguiente. Convenciéndome de que era lo más racional y prometiéndome que no me escaquearía, que incluso obligaría a mi madre a hacerme llamar si era necesario; me metí entre las frías sábanas con un suspiro de alivio. Observé las sombras danzar en el techo, jugando con la luz roja de mi reloj despertador. Giré hacia el lado izquierdo de la cama, el que Beckett ocupaba cuando dormíamos juntos en Barbados, y reflexioné sobre lo que me había dicho mi madre. ¿Podía ser cierto que Kate se había enamorado? La veía tan fría, tan impenetrable, protegida detrás de esas altas y gruesas murallas… Casi parecía imposible y, sin embargo, muchas veces había demostrado ser capaz de hacer cosas que yo había creído imposibles.
Había logrado que volviera a confiar en la justicia, me hizo volver a creer en la magia del día a día, en el amor. Hizo que volviera a sentir.
Alrededor de una hora más tarde me quedé dormido, todavía pensando en lo mismo, y soñé con ella.
-.-.-.-.-.-.-.-
Johanna Beckett miró por vigesimoquinta vez en esa mañana su móvil, esperando que, cuando se iluminara la pantalla, hubiera un mensaje o una llamada perdida de su hija que se le hubiera pasado por alto. Sentía que algo no iba bien con Kate, y eso la tenía con los nervios a flor de piel, era incapaz de concentrarse en las declaraciones que estaba repasando y tenía el juicio después de comer, apenas unas horas que normalmente pasaba mirando y remirando sus notas y convertida en un huracán que iba de aquí para allá comprobando que todo estuviera en orden y listo.
Sin embargo, ahí estaba ella, sentada en la silla sin poder parar de menear la pierna en un tic incontrolable. Sus dedos tamborileaban al ritmo de una canción invisible y su ceño estaba profundamente fruncido, añadiendo más arrugas de preocupación a su frente. Se mordía el labio inferior mientras miraba sin mirar los papeles que tenía extendidos frente a ella.
Resoplando, cogió el móvil y marcó un número, esperando que su hija tuviera la decencia de contestar. Aquella era la… ¿Novena? ¿Décima? Vez que llamaba y no obtenía más que el frío saludo del contes…
Hola, si estás escuchando esto es porque ahora mismo no puedo cogerte. Ya sabes qué hacer cuando oigas el pitido.
La abogada volvió a resoplar, haciendo una mueca de odio hacia la voz de su hija que surgía a través del altavoz. Miró el reloj, eran las doce del mediodía, no era normal que Kate estuviera aún dormida, como muy tarde siempre se levantaba a las once y media, incluso a pesar de todo lo que había pasado. Y mucho menos siendo un día de diario. Sintiendo una mordida de angustia, recuperó el móvil de la mesa y marcó un número diferente.
Los bips sonaban y nadie respondía. Iba a colgar cuando…
- Dr. Parish.
- ¿Lanie?
- Oh, Johanna – se podía notar en su tono de voz que le sorprendía la llamada.
- Contestaste tan seria que no te reconocí – se disculpó la señora Beckett, atrapando el labio inferior entre sus dientes.
- Sí, es que me pillas en medio de una autopsia.
- Perdona, si quieres te llamo en otro momento.
La forense debió de detectar algo en la voz de la abogada porque desechó la idea inmediatamente.
- ¿Ocurre algo?
- No, es solo que… - Johanna suspiró - ¿Has sabido algo de Kate?
Se hizo un silencio al otro lado de la línea mientras Lanie hacía memoria.
- Me mandó un mensaje cuando llegó a casa diciéndome que ya estaba todo hecho y que se iba a dormir. ¿Por qué? ¿No la encuentras?
- Sí, bueno, no me contesta a las llamadas.
- Qué raro… - musitó la latina.
- Lo sé. Supongo que seguirá dormida.
- Puede ser, si quieres pruebo yo.
- Gracias, Lanie – la abogada sintió que se le quitaba un peso de encima. – Si te contesta dile que tengo yo su maleta, su pistola y su placa.
La forense se quedó un rato callada, tanto que Johanna pensó que se había cortado la llamada.
- ¿Sigues ahí?
- Sí, perdona, es que me extraña que no haya ido a buscarlo ya sí tiene allí la placa. ¿Por qué no llamas a Esposito? Quizá él sepa algo, quizá esté trabajando.
La señora Beckett le agradeció a la mejor amiga de su hija la ayuda y colgó, marcando inmediatamente el número que le había proporcionado Lanie. Tras una breve conversación, le quedó que Kate no estaba trabajando y que sus compañeros no habían oído noticias sobre ella desde que su capitán les avisó que volvía desde Barbados. Preocupada, solo se le ocurrió llamar a una persona más.
Era una posibilidad remota pero prefería probar antes que quedarse con la duda.
-.-.-.-.-.-.-.-
El timbre del teléfono me despertó de golpe de una pesadilla.
Sudoroso y tembloroso, alargué una mano hacia la mesilla, escuchando mi espalda crujir y quejarse por tener los músculos agarrotados. Todavía con los últimos restos del sueño rondando en mi memoria y arrancándome escalofríos, tanteé el mueble hasta que mis dedos se cerraron alrededor del iPhone, acercándomelo a la cara para ver quién me llamaba.
La luz de la pantalla me cegó, mis ojos acostumbrados a la oscuridad protestaron ante el súbito ramalazo de luz. Entrecerré los párpados y contesté a ciegas.
- ¿Sí?
- ¿Eres Richard Castle? – preguntó una voz femenina.
Abrí un ojo, extrañado. ¿Era una broma o qué?
- Mmm… La última vez que lo comprobé, sí.
- Soy Johanna – hubo un momento de duda antes de que la mujer dijera su apellido – Beckett.
Aquello me espabiló totalmente. Me levanté de la cama con brusquedad, mareándome.
- ¿Le ha pasado algo a Kate? – espeté.
- Erm, esperaba que me ayudaras a contestar a esa pregunta.
- ¿Yo? ¿Cómo? ¿Ha desaparecido?
- No estoy segura. Llevo toda la tarde de ayer y esta mañana llamándola y no me contesta. Ni Lanie ni sus compañeros detectives saben nada de ella y se me ocurrió…
- Que quizá yo sí sabía algo.
Johanna asintió al otro lado de la línea. Me pasé una mano por el pelo, alborotándolo más aún.
- ¿Ha ido alguien a su apartamento? – inquirí.
- No, todos están trabajando y yo tengo un juicio dentro de media hora.
- Vale, no se preocupe, voy yo.
- ¿Estás seguro? Sé que tuvisteis una historia y…
- Precisamente por eso, señora Beckett, me preocupo por su hija casi más que por mí mismo.
- Muchas gracias, Castle.
- No se dan.
Colgué, tirando con rapidez el móvil a la cama. Entré en el vestidor y cogí unos vaqueros, una camiseta de linterna verde y una cazadora. Vistiéndome con rapidez, al echarme un vistazo en el espejo, no pude evitar fijarme en la ironía de mi elección. Me dirigí a la cocina, donde mi madre estaba trasteando con las sartenes y manchando más de lo que luego limpiaría.
- Madre, me voy.
- Oh, esperaba que pudiéramos desayunar juntos…
- Lo sé, lo siento – volví corriendo a la habitación para coger mi iPhone y me metí las llaves en el bolsillo.
- ¿Ocurre algo, Richard? – preguntó con preocupación, calándome con la misma facilidad con la que era capaz de saber si había cogido chuches de la cocina cuando era pequeño. Una sola mirada le bastaba.
- Beckett ha desaparecido.
- ¿Qué? ¿Cuándo?
- Entre hoy y ayer.
- Ayer y hoy – me corrigió.
- Lo que sea, no tengo tiempo para pararme a pensar en lo que digo – repliqué. Con una mueca, tratando de suavizar mi contestación, me giré y le lancé un beso desde el marco de la puerta.
Sin esperar su reacción, cerré, quizá con demasiada fuerza, y salí corriendo hacia el garaje.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Interesante... continuaaa porfiis
Aylin_NYPD- Actor en Broadway
- Mensajes : 187
Fecha de inscripción : 03/09/2013
Localización : madrid
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Parece que Johana se ha dado cuenta de que algo ha tenido que pasar y ha movilizado a tod@s. Espero que den cuanto antes con ella.
Espero que puedas continuar pronto.
Espero que puedas continuar pronto.
Yaye- Escritor - Policia
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Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
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