(+18) La primera noche

Dedicado a Moth 13 que aunque no siga esta historia a mí me ha hecho feliz con la suya.
Como siempre gracias por leer/comentar!


Florencia es como un museo al aire libre. Camines por donde camines encontrarás algo que te llame la atención, que te enamore, que quieras fotografiar. Ahora que la miro, dando vueltas en ese carrusel como una niña no puedo parar de darle al botón de la cámara, fotografiarla de cuerpo entero o acercar el zoom para capturar esa radiante sonrisa. Me recuerda a Alexis cuando la llevé al zoo por primera vez, pero esto es algo nuevo, nunca la había visto sonreír con esa inocencia, como si no hubiera ninguna preocupación en su vida, como si no estuviéramos en esta ciudad huyendo de un asesino. Por primera vez puedo ver a la Kate anterior a la muerte de su madre, risueña y alegre durante el día, apasionada y salvaje durante la noche, es preciosa y hoy le doy gracias a esta plaza de la República, porque aunque parezca imposible, me he enamorado aún más de ella.

El carrusel se para y voy derecha a él, lo beso con ímpetu, como siempre he querido hacer. Parece sorprendido, pero me rodea con sus fuertes brazos y me devuelve el beso. Algunos turistas se paran y nos miran, una anciana sonríe nostálgica, unos niños nos señalan mientras que sus madres les regañan, un guardia nos mira con reprobación. Nos separamos y me sonríe, me acaricia cariñosamente la mejilla y me da un último beso. Lo tomo de la mano y lo llevo hasta el puesto situado en la otra esquina de la plaza, le enseño dos máscaras, para que me ayude a elegir. Me compro una preciosa, con forma de gato, una mitad blanca con un adorno dorado y la otra mitad roja y negra también con dorado. Me la pongo y lo miro con una alegre sonrisa, sé que me estoy comportando como una cría, pero me da igual. Me siento libre en este país donde nadie me conoce, donde enseño mi carnet de conducir con el nombre de Stana Katic. Aquí no soy la dura inspectora de Nueva York, puedo ser quien yo quiera, y hoy me apetece ser una niña. Él me sonríe y me hace una foto, parece que le gusta verme así, disfrutando. Lo tomo de la mano y entramos en una heladería, donde podemos sentarnos y descansar. Castle va a pedir y vuelve con dos granizadas, frescas, de limón. El líquido helado pasa por mi garganta y me hace suspirar, ahuyenta el calor de julio. Él a mi lado vuelve a hacerme otra foto. Dejo un momento la granizada y le miro divertida. -¿No te cansas?

-¿De disfrutar de ti? Nunca. –Me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa. La veo tan feliz, como nunca antes. La cojo de la mano y se la acaricio. Ella mira nuestras manos unidas y luego me mira a los ojos. –Rick, prométeme que cuando volvamos esto seguirá igual. –La acercó y la beso, prometiéndoselo en sus labios. Si de mí dependiera serías feliz siempre Kate, siempre. Pienso para mí mismo, mientras que disfruto del sabor de sus labios, que hoy para variar no saben a cereza, sino a limón.

Otro día más sin tener nada que hacer cuando vuelvo a casa. Todo está limpio, la comida para uno encargada, Milley duerme en su cesta, tras soltar un maullido como saludo. Me ducho y vuelvo al salón a esperar. Otro día sin tener a nadie con quien hablar, otro día en casa después de haber discutido con mis agentes, otro día más echándola de menos mientras que ella estará con su esposa, quizás haciendo el amor. Me pregunto cómo estarán los amantes de Teruel en Florencia. Seguro que mejor que yo, pienso con amargura y envidia. Mientras aquí sigo, intentado encontrar a ese maldito asesino, pero no es fácil, no cuando mi mejor inspectora no está y los otros dos no cooperan, ni siquiera se hablan. Es triste, todos en comisaría lo notan, se echa de menos ese ambiente de complicidad entre ellos, ahora solo hay malas caras y malos modos. Suena el timbre, abro y le doy una propina al repartidor. Le invitaría a comer por tal de no almorzar sola, pero tendré que aguantarme y contentarme con Milley, que ahora que huele a sopa de marisco parece despierta y se acerca a mí. La miro y sonrío con fastidio. –Está bien amiga, compartiremos la comida tú y yo.

Pongo las manos en su vientre y la miro emocionado. Llevo toda la mañana sin sonreír, pero ahora que llego a casa todo cambia. Aquí no hay mal humor ni amargura, solo amor. Ella me sonríe. Un niño o una niña, ¿qué más da?, un bebé, mi preciosa Jenny va a hacerme papá. Todavía no me lo creo. Ha pasado un mes desde que me dio la noticia. –Cariño, vamos a ser papás. –Pocos días después de la pelea con Esposito. Me gustaría compartir mi alegría con mis amigos, pero ella está lejos, a salvo y él… bueno él está lejos también y es lo que más duele, porque aunque ella esté a miles de kilómetros la siento más cerca que a él, al que veo todos los días. Pero ahora eso no importa, solo importan ellos, la beso y la abrazo. Me hace feliz, muy feliz. La quiero y ahora aún más. –Te quiero Kevin. –Susurra. Sonrío, aquí todo está bien, no hay preocupaciones.

Lanie duerme a mi lado mientras que yo veo su cuerpo, desnudo. Está preciosa. Me gustaría decirle muchas cosas, que la quiero, que para mí no es solo sexo, que es mucho más, me da fuerzas, alegrías, ganas de seguir. Pero el miedo me paraliza, quizás ella no sienta lo mismo, quizás solo sea su vía de escape, su modo de esperar a que aparezca alguien que merezca la pena, alguien que no sea un cobarde incapaz de darle un abrazo a su hermano, alguien que no lo llame traidor cuando sabe de sobra que no lo es, que en realidad es un héroe. Quizás es eso lo que me molesta, este maldito orgullo que me dice que me equivoqué y el hizo lo correcto. Quizás es eso, o el hecho de que ahora todos son felices, con las personas a las que quieren, y yo mientras me sigo escondiendo en esta cama, contento con poder abrazarla, besarla y acariciarla, cuando tendría que decirle la verdad, que la quiero.

Come en silencio, me tiene muy preocupada, me gustaría llamar a Richard, pero Gates dice que es peligroso. Me pregunto que le pasará, que es lo que le ha pasado a mi niña. Pero ella no dice nada, solo que está cansada, que será el calor, que no me preocupe. Sé que hay algo más, veo en sus ojos melancolía, culpabilidad, dolor. Me gustaría abrazarla, como cuando era niña y con un abrazo se le iban las penas cuando sus padres discutían y Richard me la traía a casa para evitarle las peleas. Pero Alexis ya no es una niña, es una mujer, lo sé, su cuarto me lo dice. Los libros para la universidad, las fotografías con su novio, esos tacones que tiene siempre en una esquina por si surge la ocasión y esa cajita de preservativos que le he encontrado en su cajón. No puedo evitar sonreír, pensando en lo que dirá mi hijo cuando se entere. Richard vive en su mundo respecto a Alexis, sigue viéndola como una preciosa y delicada niña, pero yo sé muy bien que ya no lo es. Me levanto y la miro con cariño, ella me echa los brazos. La rodeo y la beso en el pelo. Quizás no es una niña, pero el abrazo de un ser querido siempre le quitará el miedo y el dolor, lo sé. La escucho llorar, quisiera preguntarle, pero no lo hago, sé que se cerraría en sí misma, así que me limito a darle mi apoyo en silencio.

La máscara que se compra Beckett es parecida a esta, pero no igual. Me gustaría enseñaros la foto de la verdadera, pero no sé subir fotos propias

Se revuelve inquieta, gimiendo, temblado, gotas de sudor recorren su cuerpo, pronuncia mi nombre. Quisiera despertarla, decirle que estoy aquí, que no ha pasado nada, sé que sueña con la azotea, sueña conmigo, con mi ausencia, porque yo no estaba ese maldito día, y no me lo perdonaré jamás. Empieza a gritar mi nombre, aterrorizada, llorando, siento como si estuviera viendo el momento con mis propios ojos y sigo odiándome por ello, por no haber estado allí, por haberla dejado sola. Quisiera despertarla, pero esta vez no lo haré, no quiero que sufra, odio verla así, pero hoy no la despertaré, dejaré que viva su sueño, tiene que enfrentarse a él, ella misma, sé que es lo que ella quiere. La dejo con su pesadilla, y voy al baño, a por un trapo que empapo en agua fría y dejo en la mesita, esperando. Ella sigue gritando mi nombre, es una tortura, para ella que cree que es real y para mí, que la oigo y me reprocho a mi mismo no ayudarla. Podría despertarla, acabar con su pesadilla, estrecharla entre mis brazos y decirle que la quiero, que nada malo va a pasarle, que no nos vamos a separar. Un nuevo grito me obliga a mirarla y ya no puedo más. He intentado ser fuerte, dejar que se enfrente a ello, pero es superior a mis fuerzas, está sufriendo, mucho y yo no puedo verla así, así que con suavidad la llamo, la acaricio hasta que se incorpora, desorientada, aún asustada, temblando, me mira y se echa a mis brazos. La beso con dulzura, mientras que con el trapo limpio el sudor de su rostro, con mi otra mano froto suavemente su espalda, reconfortándola. Mi voz es suave, como una caricia, quiero que se calme, que se sienta protegida, la oigo llorar, como una niña pequeña, la aprieto con fuerza entre mis brazos. -Shhh, aquí estoy cariño, tranquila, nadie va a hacerte daño, no llores, solo era un sueño, estoy aquí, no llores mi amor.

Nadie va a hacerme daño... me ha tranquilizado con sus palabras y ahora estoy tumbada sobre su pecho, me sigue abrazando, en silencio, su respiración es profunda y tranquila, ahora que estoy bien se ha quedado dormido, después de estar varias horas cuidándome, acariciando mi pelo, mi rostro, mis manos, besándome, hablándome en voz baja, ningún hombre, excepto mi padre, me ha tratado así, en gran parte por mi culpa. Nunca he querido que me protegieran, siempre he necesitado enfrentarme a mis miedos yo sola, con la menor ayuda posible. De niña no quería la lámpara por las noches, ni tampoco que vinieran a leerme un cuento en las noches de tormenta. En el colegio me defendía sin ayuda, si algún niño quería molestar se iba a casa con la cabeza agachada, de la mano de su madre, con algún arañazo en la cara y avergonzado de que le pegase una niña. En el instituto me libraba de los chicos indeseables, o mejor dicho, de los que no me gustaban, era fácil, mis palabras les humillaban y se marchaban entre las risas de los demás. Siempre me he sacado las castañas del fuego, pero esa noche, fría, cuando mi padre se bebió el solo dos botellas de whisky , las primeras de muchas otras, me sentí sola por primera vez. En esos momentos deseé a alguien que me abrazara, que me protegiera, una simple palabra o una caricia hubiera bastado, pero como siempre nadie vino a ayudar. Ahora siento un calor que me abriga y me tranquiliza al mismo tiempo, viene de sus brazos, de su pecho, desnudo y cálido, de sus palabras... no lo reconoceré jamás, ni siquiera delante de él, pero me gusta esta sensación de protección, de amor, de paz...

¿¿¿Demasiado corto??? GRACIAS POR LEER