(¿+18?) Continuación de La Tormenta

CAPÍTULO 14

-Nada, ni rastro…
-No lo entiendo, ¿qué diablos habrá hecho con el anillo?
-¿Has visto en la ropa sucia? Puede que se le enganchara al vestido o algo. Ayer se lo manchó en el desayuno
-Ya he mirado, pero no está. Será mejor que me vaya olvidando del anillo. –Suspira con frustración.
-Lo siento cielo. He buscado por todo el dormitorio y por el baño de los niños, pero nada.
-Lo sé y gracias por buscar cariño, pero es un hecho, se ha perdido.

Beckett se sentó a su lado en el sofá, con tristeza. Era de noche, los pequeños dormían o leían cuentos en su habitación. Beckett había pasado el día entero trabajando. La desaparición del cuerpo de Josh no había tenido ningún sentido, el cuerpo había sido encontrado exactamente igual que cuando lo encontraron en su casa. No le habían extraído los órganos, como había pensado Castle, ni lo habían lavado, ni le habían quitado la ropa. ¿Para qué diablos se lo habían llevado? Por si fuera poco las seis chicas asesinadas habían pasado a ser siete y ahora los periodistas incluso esperaban a la puerta del loft para obtener alguna respuesta. Con todo eso, la pérdida del anillo y el problema de Castle, Beckett se encontraba estresada. Colocó la cabeza en el pecho de su marido y suspiró. Éste acarició su pelo, en silencio, ninguno tenía ganas de hablar. Una llamada interrumpió sus pensamientos.

-Beckett.
-Hola cariño. ¿Cómo lo llevas?
-Hola Lanie… -La forense había intentado hablar con Castle, pero el escritor se había mostrado como un niño pequeño y se había negado a coger el teléfono. Beckett le había asegurado a su mejor amiga que todo estaba bien, que Castle solo actuaba como lo que era, un crío. –Estoy bien, sólo cansada.
-Y… Castle, ¿sigue enfadado?
-Espera, te lo paso. –A su lado Castle hizo gestos negando exageradamente con la cabeza y con las manos, pero Beckett le obligó a coger el teléfono. Puso un tono de voz muy profesional. –Castle.
-Hola chico escritor. Escucha, sé que estás cabreado, pero quiero pedirte perdón, no lo hice a posta, te lo juro. –Castle iba a decir algo pero la mirada de advertencia de Beckett le hizo suspirar. –Está bien, Lanie, tranquila, no te preocupes.
-Gracias. –Parecía aliviada.
-Solo una cosa… ¿para qué diablos tienes un castrador químico en una morgue? ¿Debo preocuparme por Esposito?

La forense se rio. –Es una historia muy larga, tranquilo, Esposito está a salvo, por ahora.

Ambos rieron. Unos minutos después Castle colgó y Beckett se levantó. –Voy a por las vendas, quítate la camiseta. –Beckett le cambió el vendaje y observó la herida, todo parecía estar bien. Castle sonrió. –Ya no recordaba lo buena enfermera que eras.
-Ya bueno, después del putón que me metiste en casa tuve que aprender. –Dijo con una sonrisa. El hombre cambió el gesto. Su mujer se apresuró a añadir. –Lo siento, perdona Rick.
-Soy yo quien debería pedir perdón. –Jamás se perdonaría haber aceptado a Molly en esa casa. Esa enfermera había estado a punto de costarle su relación con Beckett, y lo que era peor, secuestró a su hija provocado que su mujer se entregara a aquel psicópata. Beckett lo abrazó con fuera, teniendo cuidado con su brazo. –No fue culpa tuya, te lo he dicho muchas veces, no fue culpa tuya. Tú me sacaste de ese infierno Rick, eso es lo único de lo que eres responsable, de salvarme.
-Kate yo… -La capitana lo interrumpió dándole un beso y acariciándolo con ternura. –Vamos a dormir, es tarde.

La mañana siguiente Beckett desayunaba en silencio para no despertar a su familia, era muy temprano. Bebió un sorbo de su café helado cuando sintió como alguien le tiraba de la camisa. –Mami. –Sarah la miraba con mala cara, con gotitas de sudor corriendo por su frente. La mujer suspiró. -¿Qué te pasa cielo?
-Me duele la cabeza. Mucho. –Gimoteó. Beckett la cogió en brazos y la llevó al baño. Le puso el termómetro mientras que palpaba su frente y sus mejillas. Observó el termómetro. 38,3. Besó con cariño a la pequeña y la llevó al dormitorio principal, dejándola en la cama con su padre, que dormía profundamente. –Rick. –Lo llamó suavemente. El hombre ni se inmutó. La capitana suspiró, tenía que irse y no podía dejar a la niña así. –Rick, despierta.
-Mmmmm…

Sarah se revolvió inquieta, las sábanas se le pegaban al cuerpo y le molestaba, pero tenía frío. Beckett fue al botiquín y trajo una pastilla y un vaso de agua. –Tomate esto, nena. –Pero la niña no quería la pastilla, le costaba tragarla. Al final tuvo que pulverizarla y echarla en un vaso de zumo. Se lo tendió mientras que volvía a llamar a Castle. –Rick, despierta, tengo que irme.
-Adiós… -Murmuró adormilado. Castle ya se había acostumbrado a despertar sin su mujer. Ella solía irse en silencio, tras darle un suave beso para no molestarle.
-¡Castle!, ¿quieres hacer el favor de despertar?, ¡tengo prisa!
-Pero… ¿qué pasa? –Se incorporó con los ojos medio cerrados. Beckett señaló a la pequeña rubia que estaba tumbada a su lado. El escritor miró a la niña, notó el sudor y comenzó a comprender. -¿Cuánto?
-38,3. Le he dado una pastilla para el dolor de cabeza y la fiebre. Tengo que irme, avísame con cualquier cosa. –Le dio un beso en los labios y luego besó a la niña, que estaba medio dormida. –Te quiero mi niña.

Unos minutos después Beckett se marchaba y Castle se levantaba, malhumorado. Sarah se había quedado dormida en su cama. El escritor miró el despertador, las seis de la mañana. La niña parecía tranquila, a pesar de que estaba sudando y a veces temblaba. Fue al piso superior a ver a sus otros hijos. Ryan dormía completamente destapado, abrazado a su peluche preferido. Hacía bastante calor así que no lo tapó, solo se aseguró de que el niño no tuviera fiebre también. Luego fue al cuarto de las niñas, pero ambas camas estaban vacías. Escuchó ruidos en la habitación que Beckett usaba como despacho desde que la habían ascendido a capitana. Castle le había sugerido adaptar la habitación de Alexis tras recibir la aprobación de su hija. Al principio se había negado, alegando que el cuarto le pertenecía a su hijastra, pero era tanto el trabajo que tenía que hacer en comisaría que había aceptado para poder pasar más tiempo en casa, aunque fuera trabajando. El despacho estaba completamente desordenado, papeles por el suelo, bolígrafos, la papelera volcada. La niña estaba en sentada en la alfombra, con un libro entre las manos. Castle lo reconoció enseguida y se apresuró a quitárselo de las manos.

–Pero, ¿qué haces tú aquí?
-Buscó el anillo de la abuelita.
-¿En un libro?
-No, pero lo he visto en el escritorio de mamá y estaba abierto.
-¿Y?
-Si mami lo estaba leyendo es que es divertido y yo también quería.

Castle miró a su hija. Miró la página por la que estaba abierto el libro. Tenía que ser esa… -¿Cuánto has leído?
-Mucho, pero no entiendo nada.
-¡Menos mal! –Murmuró aliviado.
-Papi, ¿por qué sale una mujer desnuda en el libro? –Castle miró la portada y suspiró. Definitivamente le esperaba una buena mañana… -Pues… no lo sé cielo, vamos a la cama, es temprano.
-¿Cómo no lo vas a saber? Si es tú libro. –Siempre la última palabra, tenías que salir a tu madre, pensó de mal humor.
-Porque… es un libro para mayores… venga, a dormir.
-¿Papá?
-¿Qué?
-¿Qué es la excitación? –Castle miró a su hija menor y pensó en lo que le haría Beckett si se enteraba de que la niña había leído esa escena.
-La… pues… es cuando sabes que va a pasar algo muy bueno y quieres que pase ya. –Bien, he salido del paso sin problemas.
-¿Cómo cuando es navidad y viene Santa Claus? –Sí, en eso piensan precisamente Heat y Rook, se dijo para sí mismo. –Exacto, eso mismo. Ahora vamos a dormir. -Llevó a la niña de la mano hasta su cuarto, pero en el pasillo la niña se paró. –¿Papá?
-¿Sí?, ¿cielo?
-¿Nikki come hombres? -¿Eh? La miró perplejo. La niña estudió la cara de su padre y fue corriendo a por el libro, abriéndolo por la página que señalizaba el marca páginas y leyó en voz alta. - Continuaron con furia, su pasión correspondía a la de ella mientras se exploraban mutuamente, moviéndose, mordisqueándose, hambrientos. –Miró a su padre. -¿Si tienen hambre, por qué no comen tortitas?

Joder con la niña. Castle le quitó el libro de las manos y lo llevó al despacho. –Se acabaron las preguntas, a dormir.
-Vale… se lo preguntaré a mamá. –Genial, ahora me chantajea una niña de cinco años. Beckett tiene razón, hace conmigo lo que quiere. –Cielo… ¿qué te parece si te duermes y cuando despiertes te hago tortitas de fresa para desayunar? –A la niña le brillaron los ojos y asintió. Se metió en la cama y cerró los ojos. Castle suspiró, miró el desastre que la pequeña había montado en el despacho y empezó a recoger. Pero un llanto lo distrajo. Fue a ver a Sarah, pero la niña seguía dormida.

-¿Papá?
-¡Alexis! –Su hija mayor lo abrazó llorando. ¿Cómo había entrado sin que él se diera cuenta? Se preguntó. La abrazó durante unos segundos y luego la separó con suavidad. –Cielo, ¿qué pasa?

Veinte minutos después Castle seguía escuchando a su hija mayor, que lloraba e hipaba entre palabras y frases sin sentido. Fue a la cocina a por una tila y se la dio. Esperó pacientemente a que la chica se la bebiera y se calmase. Luego le cogió la mano y esperó. –No sé qué hacer papá.
-Cielo, es una pelea, es normal. Pero eso no significa que no te quiera.
-Pero tiene dudas y yo también… ¿y si esas dudas significan que no es el adecuado…? ¿Qué no…?
-¿Dudas? –Castle sonrió con ternura. –Alexis, recuerda lo que me costó que Kate se abriera a mí y ahora míranos.
-Estuvisteis a punto de divorciaros. –Objetó.
-Porque soy imbécil, pero lo importante es que lo superamos y somos felices, ella siempre dudó de que yo fuera el adecuado, no lo dirá jamás, me quiere demasiado para eso, pero yo lo sé.
-Yo le quiero… pero… no sé si quiero casarme papá. –Se sinceró, mirándolo a los ojos. Castle asintió. –No es a mí a quien tienes que decirle esto. Debes hablar con Nathan.
-No quiero hacerle daño.
-Quizás él piense igual, puede que sea muy pronto. Sois muy jóvenes, tenéis tiempo de sobra para ser felices, disfrutar de vuestro noviazgo, que no haya boda no quiere decir que no le quieras.
Alexis no dijo nada, su móvil sonó. –Es él.
-Contesta.
-Hola…
-Sí… estoy bien… ¿ahora?... de acuerdo… te veo ahí… yo también… hemos quedado en Central Park para hablar. –Castle asintió, la besó. –Odio que te hayas hecho tan mayor. –La joven sonrió. –Te quiero papá.



-Beckett.
-Ven a verme, ahora.
-¿qué ocurre?
-Es importante.
-Lanie, ¿qué diablos ocurre?
-¿El pelo que encontramos en la nueva víctima? –Beckett esperó a que siguiera. –Kate, esto no es normal, pero el ADN…
-Lanie, ¿quieres hacer el favor de terminar la frase?
-Es de Castle.

Silencio.

Espero comentarios/ amenazas varias

CAPÍTULO 15 (ADELANTO)

-Kate, tengo miedo. –Beckett apretó con fuerza su mano, la acarició con dulzura, dándole ánimos. La mujer no podía creer como su vida había cambiado tanto en solo tres días y al igual que su marido estaba aterrorizada, pero disimulaba, por él. Escuchó unos pasos tras ella y el sonido de la reja, abriéndose. Sintió como Castle le apretaba con fuerza la mano, dirigiéndole una muda súplica. Lo abrazó, susurrando en su oído. –Te prometo que voy a resolver esto, te sacaré de ahí muy pronto mi amor, confía en mí. –Lo ayudó a levantarse, sin soltar su mano aún. Los dos guardias esperaron, ambos conocían al escritor, conocían a la ex-capitana, sabían que esto era difícil, pero era su trabajo, tenían que hacerlo. Uno de ellos carraspeó. –Capitana… tenemos que…

-Un momento más. –Pidió. El hombre asintió. Ella dirigió la mirada a su marido, que se había quedado sin habla. Beckett lo acarició con suavidad, le sonrío unos segundos y lo besó, desesperada por darle fuerzas. Castle pareció despertar con ese beso y se lo devolvió, con la misma intensidad, hasta que ambos se quedaron sin aire. Luego respiró hondo y asintió, dando un paso adelante. –Estoy listo. –El mismo guardia que había hablado le miró avergonzado, pidiéndole disculpas en silencio. Castle extendió sus brazos, dejando que le pusieran las esposas, luego se volvió unos segundos para mirarla. –Te quiero.
-Yo también. –Susurró.