(+18) Amo del Universo - ÚLTIMOS CAPÍTULOS Y EPÍLOGO

Capítulo 7

-¿Está segura?
-No señor, no estoy segura, pero ahora mismo no se me ocurre otra posibilidad.
-Bien, consiga el nombre de ese tío. Y encuentre pruebas que puedan confirmar su teoría.
-Sí, señor.

Salí del despacho cerrando con suavidad. Me dirigí a la sala de descanso, donde Esposito y Ryan estaban sentados, mirando unos papeles.

-¿Ya los tenéis?
-Aquí están. Este es el listado de llamadas que se hicieron desde el fijo de la víctima. Pero no hay ningún número que se repita de una forma que llame la atención.
-Él le regaló un móvil, las llamadas las haría desde allí.
-Hemos mirado en su apartamento, pero no hemos encontrado el móvil.
-Llamad a la amiga. Que os de el número. Podemos localizar el teléfono.
-Bien.

Mientras que Esposito y Ryan se ocupaban de localizar el móvil de la víctima, busqué en mi ordenador información sobre el sadomasoquismo. No estaba segura de que las marcas de latigazos y ligaduras estuvieran relacionadas con ese tipo de prácticas sexuales, pero era la única explicación que se me ocurría tras saber que la mujer llamaba “amo” a su pareja. Quizás por eso no se resistió, puede que la muerte de la joven hubiera sido un accidente durante uno de los juegos, aunque esas marcas… sabía de personas que disfrutaban sintiendo dolor, eso les llevaba al placer, pero del sado a la tortura había una gran diferencia. Dudaba mucho que Celia hubiera sentido placer con esos azotes, no, aquellos latigazos no se habían dado para procurar placer, eran marcas de odio.

-¿El templo del dolor?, ¿Azotes de placer? –Esposito se asomó por encima de mi hombro, inclinándose. –Vaya Beckett, no me esperaba esto de ti.
-Cállate. ¿Habéis localizado el móvil?
-Sí. Ryan ha ido a por él. Entonces, ¿crees que esto tiene que ver con el sado?
-No lo sé, puede que sí, tal vez me equivoque. Tenemos que encontrar al tío con el que ella salía.
-Ryan y yo nos ocuparemos de eso, tú deberías irte ya. No creo que Lanie tenga muchas ganas de esperar…
-Tienes razón, pero avisadme cuando lo encontréis.
-Descuida.

Me levanté y cogí mi chaqueta, sonriendo cuando vi como Esposito se sentaba en mi silla y echaba un vistazo a las páginas web.

-Apaga el ordenador cuando te aburras –el asintió sin apartar la cabeza del monitor, haciendo un gesto de dolor al escuchar el chasquido de un látigo que saldría de algún vídeo de las páginas.



-A ver si lo he entendido… te lleva a su bar, a un reservado, te dice que no se arrepiente de lo que te dijo, ¿y luego aparece en tu casa para seguir la conversación?
-Es un arrogante.

Lanie me había llevado a un nuevo restaurante de comida mexicana que habían abierto cerca de la morgue. Mientras que esperábamos nuestros burritos disfrutábamos de una bandeja de nachos con varias salsas, acompañando la comida de unas cervezas.

-¿Y qué pasó en tu casa?, ¿Qué quería?

Le resumí lo sucedido, sintiendo como me ponía colorada al recordar cómo él se me había acercado, susurrándome al oído. Lanie cogió su cerveza y se tomó lo que quedaba de un trago.

-Vaya… sabe lo que se hace.
-Sí…
-¿Y qué vas a hacer? –preguntó mientras que mojaba un nacho en el guacamole. La miré frunciendo el ceño -.Por dios Kate, me he puesto cachonda sólo con oír lo ocurrido, me imagino cómo te dejó él a ti. ¿Cuándo vas a volver a verle?
-No voy a volver a verle. Lanie es un maldito ar…
-Sí, es un arrogante, pero no me digas que no quieres saber qué cosas que te haría.
-Eso es otra… a saber qué quería decir.
-Pregúntaselo.
-¿Estás loca?
-A veces no te entiendo. Está bueno, es atractivo y entre los dos hay química sexual. Sólo con hablar ya estuvo a punto de hacer que te…
-¿Te importaría bajar la voz? –la interrumpí.
-Kate, llevas siete meses sin sexo y de repente te ha caído del cielo un tío que te arrancaría las bragas y te pondría contra la puerta en cinco segundos. ¿A qué esperas para llamarle?
-No creo que sea sexo lo único que quiera -confesé. Lanie me miró extrañada, le había dicho que él no estaba interesado en las relaciones sentimentales, no entendía que más podría desear el escritor.
-¿Y qué más puede querer?
-No lo sé.
-¿Por qué no lo averiguas?
-Porque no sé si quiero saberlo. Además, estamos hablando de un tío al que no conozco. ¿Y si es un acosador? Tiene toda la pinta…
-Le pegarías una patada en los huevos y lo encerrarías en el calabozo. No creo que sea eso lo que te preocupe.
-Muy bien, señorita “te conozco mejor que tú misma”, ¿qué es lo que me preocupa?
-Que realmente quiera más de ti. Reconócelo Kate, si él te hubiera dicho que sólo quiere sexo no te lo pensarías tanto. Pero siempre haces lo mismo, cuando te piden algo más, escapas.
-No quiere compromiso, estoy segura –dije, ignorando que me acababa de llamar cobarde.
-Entonces, llámalo y pregúntale que es lo que quiere de ti. Te acaba de conocer, dudo mucho que quiera algo más que sexo.
-No es sólo eso. No me gusta ese tipo de hombres.
-¿Qué tipo?
-Esos que se creen… amos del universo.

Antes de que ella pudiera contestar, Esposito me mandó un mensaje al móvil, diciéndome que habían localizado las llamadas y que habían encontrado a nuestro posible asesino. Le dije que fueran a por él y que lo llevasen a comisaría pero como testigo, no como sospechoso, no teníamos nada contra él. Le dirigí a mi amiga una mirada de disculpa.

-Está bien, vete, pero esta conversación aún no ha terminado.
-Gracias Lanie.
-¿Gracias? –me miró extrañada.
-Por escucharme. Necesitaba esta charla, aunque no lo reconociera.
-De nada, para eso estamos, te llamaré luego, voy a hacerle un segundo examen a Celia Gómez.
-Bien.



-Troy Stewart –dejé la carpeta con su historial sobre la mesa de interrogatorios y me senté. Él me miró enfadado.
-¿Se puede saber qué quiere de mí? Soy un hombre muy ocupado.
-Tengo que hacerle unas preguntas.
-¿Sobre qué?
-¿Conoce a esta chica? –le enseñé una foto de la víctima. Al verla parpadeó un par de veces, desconcertado.
-Celia… ¿le ha ocurrido algo?
-La han asesinado –contesté con frialdad.
-No puede ser –susurró -. No es posible. ¿Qué ha ocurrido? –bramó, enfurecido.
-Cálmese. La encontramos esta mañana, la asesinaron de madrugada, estrangulada.
-¿Saben quien ha sido?
-Esperábamos que usted nos lo dijera.
-¿Por qué tendría que saberlo? –preguntó, cabreado.
-¿Mantenía una relación con la víctima? –le pregunté directamente, sin rodeos. Me miró durante unos segundos, sopesando su respuesta, asintió lentamente.

-¿Desde cuándo?
-Empezamos… hace unos dos meses…
-¿Le hacía regalos a menudo?
-¿Cómo dice?
-Una amiga de Celia nos ha confirmado que usted era muy generoso con ella, le compró un coche, ropa, un móvil…
-¿Qué tiene de malo gastar dinero en tu pareja?
-Nada, ¿pero sabe que puede significar eso para una inspectora de homicidios? Que usted sentía algo muy profundo hacia la víctima, además también sabemos que era muy controlador, quizás ella quiso dejarlo y…
-¡No se atreva a terminar esa frase! -gritó levantándose de la silla. Lo miré impasible.
-Siéntese.

Me miró furioso, resoplando. Se sentó lentamente, apretando el puño.

-¿Cuándo fue la última vez que la vio?
-Anoche.
-¿A qué hora fue eso?
-Sobre la una.
-¿Mantuvieron relaciones sexuales?
-Sí.
-¿Usaron protección?
-Tomaba anticonceptivos.
-Dice que se fue sobre la una… el forense ha determinado la hora de la muerte entre las dos y las tres ¿sabe a dónde se fue?
-Ella no se fue.
-¿Qué quiere decir?
-A la una se fue a su dormitorio y yo me fui al despacho, a trabajar. Me acosté sobre las tres de la mañana, ni siquiera sabía que ella ya no estaba en casa.
-¿Su dormitorio?, ¿no dormían juntos?
-No.
-¿Por qué?
-¿Qué importa eso? –preguntó, molesto.
-Conteste a la pregunta.
-¡Que le jodan!, no me han leído mis derechos y por tanto no estoy detenido, así que no tengo porque aguantar esto.

Se levantó de nuevo, yendo hasta la puerta.

-Intento resolver el asesinato de su novia ¿No quiere saber qué le pasó a Celia? –le pregunté antes de que se fuera.
-Lo averiguaré yo mismo, sin su ayuda.
-Sólo una cosa más –le pedí. Soltó un bufido y me miró, esperando.
-Celia tenía marcas de ligaduras y de latigazos, ¿sabe algo de eso?

Me miró con tristeza, asintió.

-Yo se las infringí… -murmuró.

-Troy, no digas una palabra más.

Miré sorprendida al hombre que acababa de llegar. No podía ser. Richard Castle.

Me he quitado tres trabajos de encima y me siento menos agobiada, además esto me relaja a la hora de estudiar. Puede que mañana suba otro de este fic y suba el siguiente de la Academia el miércoles.
Muchas gracias a todos por vuestra opinión sobre la dirección que llevará este fic y por vuestra paciencia.
Gracias a Andrés por los ánimos para los exámenes y también para los fic.

Perdón por el retraso, (trabajos y esas cosas). El de la Academia está en proceso.


Entré con él en la sala de observación y lo empujé contra la pared, furiosa.

-¿Qué diablos haces aquí?, ¿y quién te crees que eres para hablarle a un sospechoso?
-He venido para hablar con el capitán –contestó con frialdad -.Y el hombre al que estabas interrogando es amigo mío. Lo estabas acosando sin la presencia de su abogado.
-No lo acosaba y no ha pedido un abogado ¿Y cómo qué es amigo tuyo? ¿a qué te refieres?
-Amigo. Persona que te importa con quien mantienes relaciones sociales y afectivas sin ningún interés romántico o lazo familiar. Deberías tener alguno, alegran bastante la vida.

En ese momento podría haber sacado mi arma y haberle disparado, pero me contuve. Richard se separó de la pared y se dirigió a la puerta, pero yo le cogí del brazo.

-¿A dónde crees que vas?
-A asegurarme de que Troy pida un abogado antes de que tú intentes destrozar su vida.
-¡Destrozar su vida! ¿Tienes idea de por qué está aquí?
-Sé que Celia ha muerto –contestó fríamente.
-Y parece que no te importa mucho que sea tu amigo el que la ha matado.
-Te equivocas, inspectora. Troy es inocente.
-Ya le has oído. Esa mujer tenía marcas en la espalda, marcas de latigazos y él ha confesado. ¿Cómo puedes defenderle?
-¿Por qué no le preguntas de qué son esas marcas?, puede que te lleves una sorpresa.
-¿Por qué no me lo dices tú?, parece que sabes mucho sobre este tema.
-¿Ahora me vas a acusar a mí?, ahórratelo Kate, sólo harías el ridículo –me espetó.
-Mira, no voy a seguir perdiendo el tiempo, tengo un crimen que resolver.
-Lo resolverías más rápido si buscases al culpable en vez de ensañarte con mi amigo.
-Gracias por tu consejo –contesté fríamente -.Pero por ahora voy a guiarme por mi instinto.
-Como quieras, es una lástima… cuando me dijeron que eras la mejor en esto creía que tenían razón.
-Siento haberte decepcionado -repliqué.

Salí de la sala de observación sintiendo como me hervía la sangre. Ryan se acercó a mí y me dijo que Troy Stewart había pedido un abogado. Asentí con amargura, ahora tendría que esperar a que viniese el letrado para poder interrogarle. Richard salió de la sala y me miró con desdén, antes de entrar en el despacho del capitán. Me acerqué a la puerta para intentar oír algo, pero Montgomery me dirigió una mirada de advertencia a través de la ventana. Fruncí el ceño y fui a mi escritorio. Tenía que centrarme en el caso.

-Beckett –alcé la mirada; Esposito me tendió una carpeta.
-Son los análisis del semen. Lanie necesitará una muestra para comparar, o mejor dicho, dos.
-¿Dos?
-Sí, Celia mantuvo relaciones con dos hombres antes de morir.
-Ya veo… ese sería un motivo para matarla –comenté.
-Espero que el abogado no tarde mucho. Ese cabrón tiene que pagar por lo que le ha hecho a esa chica.
Asentí, estando de acuerdo con él. Sin darme cuenta dirigí una mirada airada hacia la ventana del capitán, por donde podía ver al escritor.



-Veo que ha pedido un abogado. ¿Está asustado, señor Stewart?
-Que quede claro que mi cliente sólo está aquí en calidad de testigo, así que haga el favor de ahorrarse esos comentarios –el abogado me lanzó una mirada envenenada, pero lo ignoré.
-Celia Gómez fue atada, azotada y estrangulada. ¿Por qué la mató?
-Vámonos.
-¡Yo no lo hice! La até y la azoté, pero no le hice ningún daño.
-¿Qué no le hizo ningún daño? –lo miré con incredulidad, sintiendo como volvía a temblar de rabia -¿Acaso no se dio cuenta mientras qué la torturaba del dolor que le infringía? ¿Cómo puede decir que no le hizo daño?
-No contestes a nada más.
-Ella lo deseaba.
-No me diga –bufé.
-Es la verdad. Nuestra relación no era…
-¿Normal?
-Típica –contestó -.Pero para nosotros sí era normal.

Así que tenía razón, pensé. Una relación sadomasoquista. Eso explicaba muchas cosas, pero no todas. Las relaciones de ese tipo se basaban en el dolor, pero una cosa era el dolor y otra la tortura.

-Bien, vayamos desde el principio. ¿Qué tipo de relación mantenían usted y la señorita Gómez?
-No éramos una pareja. Yo era su amo y ella mi sumisa.

No pude evitar hacer un gesto de desagrado al oír esas palabras, él me miró con frialdad.

-No me juzgue inspectora. Celia aceptaba su papel de buen grado, no se piense que la obligaba a someterse.
-¿Las heridas fueron provocadas durante una de sus… sesiones?
-Sí.
-Dudo mucho que ella sintiera ningún placer con eso.
-Celia soportaba muy bien el dolor, le encantaba, siempre me pedía más y yo se lo daba. Pero tiene razón, eso fue demasiado. Cuando dijo la palabra de seguridad ya me había pasado de la raya –dijo, sin ningún arrepentimiento.
-¿Y ella se quedó en su apartamento?, ¿no huyó? –pregunté con escepticismo.
-¿Huir? ¿Por qué iba a huir? Ella estaba bien, le curé las heridas y la dejé en su dormitorio para que descansara. Me pidió perdón y me aseguró que no volvería a pasar.
-Espere un momento –lo frené -.¿Ella le pidió perdón?
-Sí.
-¿Por qué?
-Por no cumplir las reglas –contestó como si fuera obvio.
-¿Intenta decirme que la culpa fue de Celia?
-Ella debió decir la palabra de seguridad al notar que estaba pasando los límites, pero no lo hizo, no lo suficientemente rápido. Le pregunté el motivo y me dijo que no quería decepcionarme. Me enfadé bastante.
-¿Cómo dice?
-Nuestra relación, por llamarlo de alguna manera, se basaba en la confianza. Celia debía haber tenido la suficiente confianza en mí como para frenarme en su momento, pero no lo hizo porque pensaba que me decepcionaría. Traicionó mi confianza. Estuve a punto de abandonarla, pero me suplicó que no lo hiciera.

No pude evitar sentir asco por ese hombre. Lo decía todo como si fuera lógico, cómo si realmente Celia tuviera la culpa de esa situación.
-¿Otra vez me está juzgando inspectora? –lo miré sorprendida, yo no había dicho nada en voz alta, -.No hace falta que lo diga, se lo noto en la mirada.
-¿Qué pasó después?
-Ya se lo he dicho. Celia se fue a su dormitorio y yo me fui a mi despacho.
-Entonces no tiene ninguna idea de con quien se acostó ella esa noche, además de usted –comenté, intentado hablar con indiferencia, para ver su reacción, que sorprendentemente no fue la que yo esperaba.
-Claro que lo sé, puedo darle el nombre, si quiere.
-¿De quién se trata?
-Richard. Richard Castle.