In dubio pro reo [COMPLETO]
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Wow. Buenos motivos le ha dado Kate para no haber leído todo su expediente y no conocer lo sucedido con Alexis. Ahora la pobre tiene miedo a regresar y seguir con el caso, es normal después de lo bien que están juntos, no quiere tener que meterlo en la cárcel por encontrar algo que lo inculpe, ains, que mal lo va a pasar
Espero que puedas continuar pronto.
Espero que puedas continuar pronto.
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
genial el capitulo me encanto! pobres la realidad le vaya llegando de apoco esperemos k puedan ir preparandose para tal momento sin tener k separarse como pareja! continua tan pronto puedas!
cururi- As del póker
- Mensajes : 447
Fecha de inscripción : 15/03/2013
Edad : 36
Localización : World Citizen
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Lo que pide castle le demuestra que es una persona integra!! Jamás dejara que kate esconda pruebas solo por salvarlo a el, llevas la historia demasiado bien, escribes escelente!!
Ruth Maria- Policia de homicidios
- Mensajes : 565
Fecha de inscripción : 14/11/2012
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
menudo dilema tiene ahora Kate,si es que la mujer se nos ha enamorao!!!!a ver que pasa ahora...
nusky- Ayudante de policia
- Mensajes : 61
Fecha de inscripción : 24/09/2013
Edad : 46
Localización : miña terra galega
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Vaya escribes muy bien sigue pronto me encanta la relacion que estan llevando ellos dos escribes muy bien!!!
28Caskett- As del póker
- Mensajes : 454
Fecha de inscripción : 02/05/2013
Edad : 25
Localización : Cd. Juárez
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
wooow que problema tienen....
Caskett(sariita)- Policia de homicidios
- Mensajes : 576
Fecha de inscripción : 25/10/2013
Edad : 24
Localización : En el mundo de los sueños
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
No porque la haces sufrir pq tanto que le costo abrirse a el, estoy de acuerdo con ella mejor que ni regresen para que? Ahi donde estan les va bien ¿no? Continua pronto pf
Verispu- As del póker
- Mensajes : 437
Fecha de inscripción : 24/06/2013
Edad : 46
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28Caskett- As del póker
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Fecha de inscripción : 02/05/2013
Edad : 25
Localización : Cd. Juárez
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Intentaré sacar tiempo de donde pueda esta Semana Santa para actualizar más seguidamente, pero no puedo prometer nada. Los estudios van primero, desgraciadamente ¡Espero que os guste!
- ¡Sí que lo es! Ahora que te he encontrado… ¿Crees que voy a dejarte marchar? – gritó la detective, con sus ojos encendidos y brillantes por las lágrimas contenidas.
Mi corazón se saltó un latido antes de lanzarse a una apresurada carrera. Busqué sus ojos, necesitaba una señal, algo que me dijera que iba completamente en serio, que no tenía intención alguna de dejarme ir. Pero ella rehuía mi mirada, refugiándose en el fuego que ardía con fuerza en la chimenea. Observé el juego que las llamas hacían en su cara, embelleciéndola más, si era posible.
Me acerqué a ella lentamente, midiendo su reacción, pero cuando solo nos separaban unos centímetros, Beckett se separó bruscamente, poniéndose de pie y encarándome con rabia.
- No voy a permitirlo – espetó con la mandíbula apretada.
- No puedes hacer nada – murmuré tristemente.
- Pero tú sí que puedes, no me dejes seguir con el caso, haz que me sancionen o algo así – siguió diciendo.
- ¡No puedo hacer eso! No puedo dejar que cargues con la culpa de algo que he hecho yo.
- Rick, ¡deja ese estúpido código de honor! – Gritó – ¿Crees que sí voy soportar meterte en la cárcel? ¿Crees que con ese peso sí puedo cargar? No voy a permitirlo – repitió, separando las palabras para dejar que calaran hondo.
- Lo siento… Cuando volvamos a New York, las cosas cambiarán.
- ¿Te vas a rendir así? ¿Sin más?
Me encogí de hombros, sabiendo que no había vuelta atrás. Había reflexionado mucho sobre ese tema y era la única solución para acabar con todo de una vez por todas.
- Entonces jamás tendríamos que haber empezado esta relación.
Se me cortó la respiración de golpe, como si me hubieran pegado un puñetazo en el estómago. La miré con sorpresa, con dolor, y ella me devolvió la mirada con lágrimas cayéndole por las mejillas y sus ojos almendrados brillantes por la rabia.
- ¿Qué dices? – susurré.
- Nunca tendría que haber confiado en ti.
- ¿Por qué dices eso? – pregunté, horrorizado, tratando de acercarme a ella. Pero la detective seguía huyendo de mi toque.
- ¡Porque al final me abandonarás! ¡Como todos! Te irás y me dejarás peor de lo que estaba. Realmente pensé que al estar tan jodido como yo serías diferente, pero no… Y lo peor es que me has hecho confiar en ti, creer en que podíamos tener algo, solo para dejarme al final.
- No… - se me quebró la voz. ¿Acaso no había hecho precisamente eso? ¿Qué clase de monstruo era? – No quería… No quiero hacerte daño, Kate.
- ¿Entonces por qué te empeñas en ir a la cárcel?
- ¡En New York soy un criminal!
- ¡Pues no volvamos nunca! – propuso, pero yo ya estaba negando con la cabeza.
- ¿Y obligarte a renunciar a todo por mí, a dejar atrás a tu familia y amigos, un trabajo que te apasiona, a ser fugitivos, siempre huyendo? Eso no es lo que quiero para ti… Te mereces algo mejor.
- ¿Y cómo crees que voy a vivir si me dejas? – Replicó, dejándose caer de rodillas frente a mí, acariciando mi mejilla con la punta de sus dedos - ¿Crees que eso es vida? ¿Después de probar esto?
Sacudí la cabeza, luchando contra las lágrimas que se amontonaban en mis ojos, amenazando con caer.
- No lo hagas más difícil de lo que ya es – supliqué con la voz rota.
- No podría, Castle… - continuó Beckett, haciendo caso omiso a mi petición - No me pidas que me olvide de todo y siga como si nada hubiera pasado, porque no puedo.
Entonces, me vino a la mente algo que me había dicho mi madre después de la muerte de Alexis, cuando yo había tratado de apartarla de mi lado para que no me viera en ese estado.‹‹¿Por qué alejas a las personas de tu lado? ¿Crees que no han visto cosas peores? Si han estado junto a ti hasta ahora, es inútil tratar de apartarlas, porque significa que se preocupan lo suficiente como para volver una y otra vez.››
Parpadeé varias veces mientras la miraba fijamente a los ojos. Agarré su mano y la mantuve contra mi mejilla, reposando la cabeza ligeramente en ella, disfrutando de su tacto. Beckett dejó escapar una sonrisa temblorosa y se secó las lágrimas. Yo entrelacé mis dedos con los suyos, impidiéndole seguir, y fui besando cada resquicio de su cara para eliminar el rastro del llanto. Nos besamos lentamente, mis labios con sabor a sal, sellando un pacto, una promesa. La recosté en la alfombra y yo me tumbé encima de ella, con cuidado de no dejar todo mi peso sobre su cuerpo para no aplastarla.
Recorrí con mis manos sus curvas hasta encontrar el nudo del albornoz y lo deshice, despojándola de la suave prenda, quedando ambos tumbados sobre ella. Besé su cuello con cariño, acariciándola con mis labios, trazando un camino por cada centímetro de piel al que podía acceder, dejando que Beckett me quitara el albornoz y que nuestros cuerpos estuvieran en contacto, piel con piel, sin nada que interfiriera. Dejé un húmedo reguero a lo largo de su abdomen hasta llegar al ombligo, donde me entretuve un poco más, jugueteando con la lengua y deleitándome ante su forma de arquear la espalda para facilitarme las cosas. Enredó sus largas piernas con las mías, y me pasó una mano por el pelo, dejando que los suaves mechones le hicieran cosquillas en los dedos, atrayendo de vez en cuando mi boca a la suya para besarnos y decirnos sin hablar todo lo que había quedado sin decir, dos palabras que ninguno había tenido el valor de expresar en voz alta pero que habían estado bien presentes durante toda la discusión, flotando entre ambos.
Si nuestros anteriores encuentros sexuales habían estado dominados por el hambre y la pasión, ahora reinaba el cariño. Estábamos haciendo el amor en el sentido más estricto de la expresión. Hundí la cara en el hueco de su cuello, inundando mi nariz con su dulce aroma a cerezas, notando en el pecho el acelerado latir de su corazón, acompasado con el mío. Entrelazamos los dedos, acariciándonos con cariño, enredados en un lío de piernas, sin saber dónde acababa nuestro cuerpo y empezaba el del otro.
- No puedo dejarte – confesé contra la erizada piel de su cuello. La detective apretó sus dedos alrededor de los míos, en una señal de que me estaba escuchando y me acarició con el pulgar, trazando círculos en el dorso de mi mano. Atrajo mis labios hacia los suyos y me besó con infinita lentitud. Un beso con sabor a sonrisa. Me levanté sobre los codos para poder verla, sus ojos todavía brillantes por las recientes lágrimas, su cuerpo dispuesto bajo el mío, su seria mirada que lo decía todo y a la vez no decía nada. – No sé qué me has dado, pero soy adicto a ti, Katherine Houghton Beckett.
Las palabras me ardían en la boca, luchando por salir, golpeando la parte interior de mis labios, tirando de mi lengua. Quería hacerlo, quería decirle que la quería. Pero aquel segundo de duda fue mi perdición… El momento pasó y me lo tuve que tragar, guardándolo para otro momento.
El fuego de la habitación, la mullida alfombra que nos sirvió de cama, las copas abandonadas a un lado, fueron testigo de nuestra pasión, de cómo seguían las dos palabras danzando entre ambos, interpretando la danza de dos cuerpos hechos el uno para el otro, entrelazados de manera que no se sabía quién era quién, haciendo el amor. Con palabras de cariño susurradas en los labios, risas entre beso y beso, caricias interminables. Quizás no tuviéramos el valor de darle voz, pero si dejábamos hablar a nuestros cuerpos, ellos sabían bien qué hacer. Aquella noche se nos olvidó la pasión, se nos olvidó la tensión sexual que había entre ambos, como una corriente eléctrica que hacía que saltaran chispas cada vez que nos tocábamos. Se nos olvidó quiénes éramos, por qué habíamos discutido, dónde estábamos. Simplemente nos entregamos el uno al otro como si no hubiera mañana, como decía aquella vieja canción que a mi madre le encantaba cantar cuando llevaba unas copas de más: ‹‹Bésame, bésame mucho, como si fuera esta nochela última vez.Bésame, bésame mucho, que tengo miedo a perderte, perderte después››.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
Desperté el primero a la mañana siguiente… ¿O era por la tarde ya? La verdad es que no lo sabía y tampoco me importaba mucho. La noche anterior nos habíamos dormido a las tantas, casi cuando el sol comenzaba a salir por el horizonte, entre besos y caricias, nos habíamos quedado despiertos, tumbados en brazos del otro en la alfombra, hablando hasta que nuestras gargantas habían dicho basta y nuestros bostezos ya no se podían reprimir. Habíamos hablado de todo y de nada, nos habíamos contado mil historias y a la vez ninguna.
Y ahora que examinaba la situación a la luz de la mañana, me daba cuenta de que la promesa que había hecho la noche anterior tenía mucha parte de verdad y mucha de mentira. No podía dejarla, al igual que el simple pensamiento de hacerle daño me hacía daño a mí, pero tampoco podía obligarla a estar huyendo constantemente, a cambiar por completo su vida, a renunciar a todo. Era pedirle demasiado para alguien que le había dado tan poco. Y, sin embargo, sería capaz de hacer todo eso y más con tal de pasar el resto de mi vida con ella.
Su pelo, alborotado después de toda la actividad nocturna, me hacía cosquillas en el pecho, impulsado por las lentas respiraciones de Beckett, que metía y sacaba aire de sus pulmones, con su cabeza apoyada en mi pecho y sus piernas entrelazadas con las mías. Nuestras manos, unas todavía agarradas, mientras que la otra mía jugueteaba con sus rizos, enrollándolos y desenrollándolos en mi dedo mientras la veía dormir. Cuando estaba así, soñando, era cuando realmente aparentaba la edad que tenía, cuando realmente era ella. No tenía ninguna máscara puesta, ningún muro protegiéndola, y por eso me encantaba observarla, porque veía a la verdadera Kate, a la que habría tenido la oportunidad de conocer de haber ocurrido todo una década antes, a la que la vida había obligado a cambiar demasiado pronto.
Y yo no quería hacerle lo mismo. No quería tener que hacerla renunciar a su madre, a despedirse de ella para siempre. Tampoco quería apartarla de la gente que la había cuidado en el mundo de los homicidios, su mejor amiga y sus compañeros, que actuaban muy a menudo como sus hermanos mayores, sus protectores. Algo me retuvo, algo que impidió que siguiera con mis divagaciones, el hecho de que yo ya diera por hecho automáticamente que no tenía padre. Beckett nunca le había mencionado más que una vez, camino a Barbados, e inmediatamente se había callado y cambiado de tema.
La detective se removió entre mis brazos, gimiendo, y entonces se despertó de golpe, gritando y cogiendo aire como si no hubiera respirado desde hacía tiempo, alejándose de mí al incorporarse bruscamente. Miró a su alrededor, asustada, sin reconocer la habitación, con una mano en el pecho mientras trataba de calmarse, agitando la cabeza para librarse de los últimos restos de la pesadilla. Acaricié su tensa espalda pero Beckett se alejó de mi tacto, asustada, buscando quién era el que la había tocado.
- Tranquila – susurré – Era solo un sueño.
Su respiración fue relajándose poco a poco y volvió a acurrucarse contra mí, ocultando su cara en el hueco de mi cuello mientras yo le acariciaba el pelo suavemente, volviendo a jugar con sus mechones. Cuando consiguió librarse del mal regusto del sueño, salió de su escondite y me dio un beso de agradecimiento. Recorrí con las yemas de mis dedos su mejilla y sonreí cuando ella se mordió el labio inferior.
- ¿Puedo hacerte una pregunta personal? – inquirí, poniendo cara de travieso.
- Claro – contestó, ladeando su cuerpo para poder verme mejor la cara, rozando su piel desnuda con la mía.
- ¿Por qué nunca hablas de tu padre?
La sonrisa juguetona de su rostro desapareció con brusquedad, al igual que todos sus gestos cariñosos. Frunció el ceño y en sus ojos pude ver cómo se alzaba la barrera al mismo tiempo que ella se alejaba de mí y se cubría con el albornoz, como si de repente tuviera vergüenza de estar desnuda frente a mí, aunque yo sabía bien que eso era solo un acto reflejo, tapar las cosas que te incomodan, dejarlas a un lado y olvidarlas.
- No es algo que te incumba – espetó, saliendo de la habitación con un portazo.
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Capítulo 81:
[color][font]- ¡Sí que lo es! Ahora que te he encontrado… ¿Crees que voy a dejarte marchar? – gritó la detective, con sus ojos encendidos y brillantes por las lágrimas contenidas.
Mi corazón se saltó un latido antes de lanzarse a una apresurada carrera. Busqué sus ojos, necesitaba una señal, algo que me dijera que iba completamente en serio, que no tenía intención alguna de dejarme ir. Pero ella rehuía mi mirada, refugiándose en el fuego que ardía con fuerza en la chimenea. Observé el juego que las llamas hacían en su cara, embelleciéndola más, si era posible.
Me acerqué a ella lentamente, midiendo su reacción, pero cuando solo nos separaban unos centímetros, Beckett se separó bruscamente, poniéndose de pie y encarándome con rabia.
- No voy a permitirlo – espetó con la mandíbula apretada.
- No puedes hacer nada – murmuré tristemente.
- Pero tú sí que puedes, no me dejes seguir con el caso, haz que me sancionen o algo así – siguió diciendo.
- ¡No puedo hacer eso! No puedo dejar que cargues con la culpa de algo que he hecho yo.
- Rick, ¡deja ese estúpido código de honor! – Gritó – ¿Crees que sí voy soportar meterte en la cárcel? ¿Crees que con ese peso sí puedo cargar? No voy a permitirlo – repitió, separando las palabras para dejar que calaran hondo.
- Lo siento… Cuando volvamos a New York, las cosas cambiarán.
- ¿Te vas a rendir así? ¿Sin más?
Me encogí de hombros, sabiendo que no había vuelta atrás. Había reflexionado mucho sobre ese tema y era la única solución para acabar con todo de una vez por todas.
- Entonces jamás tendríamos que haber empezado esta relación.
Se me cortó la respiración de golpe, como si me hubieran pegado un puñetazo en el estómago. La miré con sorpresa, con dolor, y ella me devolvió la mirada con lágrimas cayéndole por las mejillas y sus ojos almendrados brillantes por la rabia.
- ¿Qué dices? – susurré.
- Nunca tendría que haber confiado en ti.
- ¿Por qué dices eso? – pregunté, horrorizado, tratando de acercarme a ella. Pero la detective seguía huyendo de mi toque.
- ¡Porque al final me abandonarás! ¡Como todos! Te irás y me dejarás peor de lo que estaba. Realmente pensé que al estar tan jodido como yo serías diferente, pero no… Y lo peor es que me has hecho confiar en ti, creer en que podíamos tener algo, solo para dejarme al final.
- No… - se me quebró la voz. ¿Acaso no había hecho precisamente eso? ¿Qué clase de monstruo era? – No quería… No quiero hacerte daño, Kate.
- ¿Entonces por qué te empeñas en ir a la cárcel?
- ¡En New York soy un criminal!
- ¡Pues no volvamos nunca! – propuso, pero yo ya estaba negando con la cabeza.
- ¿Y obligarte a renunciar a todo por mí, a dejar atrás a tu familia y amigos, un trabajo que te apasiona, a ser fugitivos, siempre huyendo? Eso no es lo que quiero para ti… Te mereces algo mejor.
- ¿Y cómo crees que voy a vivir si me dejas? – Replicó, dejándose caer de rodillas frente a mí, acariciando mi mejilla con la punta de sus dedos - ¿Crees que eso es vida? ¿Después de probar esto?
Sacudí la cabeza, luchando contra las lágrimas que se amontonaban en mis ojos, amenazando con caer.
- No lo hagas más difícil de lo que ya es – supliqué con la voz rota.
- No podría, Castle… - continuó Beckett, haciendo caso omiso a mi petición - No me pidas que me olvide de todo y siga como si nada hubiera pasado, porque no puedo.
Entonces, me vino a la mente algo que me había dicho mi madre después de la muerte de Alexis, cuando yo había tratado de apartarla de mi lado para que no me viera en ese estado.‹‹¿Por qué alejas a las personas de tu lado? ¿Crees que no han visto cosas peores? Si han estado junto a ti hasta ahora, es inútil tratar de apartarlas, porque significa que se preocupan lo suficiente como para volver una y otra vez.››
Parpadeé varias veces mientras la miraba fijamente a los ojos. Agarré su mano y la mantuve contra mi mejilla, reposando la cabeza ligeramente en ella, disfrutando de su tacto. Beckett dejó escapar una sonrisa temblorosa y se secó las lágrimas. Yo entrelacé mis dedos con los suyos, impidiéndole seguir, y fui besando cada resquicio de su cara para eliminar el rastro del llanto. Nos besamos lentamente, mis labios con sabor a sal, sellando un pacto, una promesa. La recosté en la alfombra y yo me tumbé encima de ella, con cuidado de no dejar todo mi peso sobre su cuerpo para no aplastarla.
Recorrí con mis manos sus curvas hasta encontrar el nudo del albornoz y lo deshice, despojándola de la suave prenda, quedando ambos tumbados sobre ella. Besé su cuello con cariño, acariciándola con mis labios, trazando un camino por cada centímetro de piel al que podía acceder, dejando que Beckett me quitara el albornoz y que nuestros cuerpos estuvieran en contacto, piel con piel, sin nada que interfiriera. Dejé un húmedo reguero a lo largo de su abdomen hasta llegar al ombligo, donde me entretuve un poco más, jugueteando con la lengua y deleitándome ante su forma de arquear la espalda para facilitarme las cosas. Enredó sus largas piernas con las mías, y me pasó una mano por el pelo, dejando que los suaves mechones le hicieran cosquillas en los dedos, atrayendo de vez en cuando mi boca a la suya para besarnos y decirnos sin hablar todo lo que había quedado sin decir, dos palabras que ninguno había tenido el valor de expresar en voz alta pero que habían estado bien presentes durante toda la discusión, flotando entre ambos.
Si nuestros anteriores encuentros sexuales habían estado dominados por el hambre y la pasión, ahora reinaba el cariño. Estábamos haciendo el amor en el sentido más estricto de la expresión. Hundí la cara en el hueco de su cuello, inundando mi nariz con su dulce aroma a cerezas, notando en el pecho el acelerado latir de su corazón, acompasado con el mío. Entrelazamos los dedos, acariciándonos con cariño, enredados en un lío de piernas, sin saber dónde acababa nuestro cuerpo y empezaba el del otro.
- No puedo dejarte – confesé contra la erizada piel de su cuello. La detective apretó sus dedos alrededor de los míos, en una señal de que me estaba escuchando y me acarició con el pulgar, trazando círculos en el dorso de mi mano. Atrajo mis labios hacia los suyos y me besó con infinita lentitud. Un beso con sabor a sonrisa. Me levanté sobre los codos para poder verla, sus ojos todavía brillantes por las recientes lágrimas, su cuerpo dispuesto bajo el mío, su seria mirada que lo decía todo y a la vez no decía nada. – No sé qué me has dado, pero soy adicto a ti, Katherine Houghton Beckett.
Las palabras me ardían en la boca, luchando por salir, golpeando la parte interior de mis labios, tirando de mi lengua. Quería hacerlo, quería decirle que la quería. Pero aquel segundo de duda fue mi perdición… El momento pasó y me lo tuve que tragar, guardándolo para otro momento.
El fuego de la habitación, la mullida alfombra que nos sirvió de cama, las copas abandonadas a un lado, fueron testigo de nuestra pasión, de cómo seguían las dos palabras danzando entre ambos, interpretando la danza de dos cuerpos hechos el uno para el otro, entrelazados de manera que no se sabía quién era quién, haciendo el amor. Con palabras de cariño susurradas en los labios, risas entre beso y beso, caricias interminables. Quizás no tuviéramos el valor de darle voz, pero si dejábamos hablar a nuestros cuerpos, ellos sabían bien qué hacer. Aquella noche se nos olvidó la pasión, se nos olvidó la tensión sexual que había entre ambos, como una corriente eléctrica que hacía que saltaran chispas cada vez que nos tocábamos. Se nos olvidó quiénes éramos, por qué habíamos discutido, dónde estábamos. Simplemente nos entregamos el uno al otro como si no hubiera mañana, como decía aquella vieja canción que a mi madre le encantaba cantar cuando llevaba unas copas de más: ‹‹Bésame, bésame mucho, como si fuera esta nochela última vez.Bésame, bésame mucho, que tengo miedo a perderte, perderte después››.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
Desperté el primero a la mañana siguiente… ¿O era por la tarde ya? La verdad es que no lo sabía y tampoco me importaba mucho. La noche anterior nos habíamos dormido a las tantas, casi cuando el sol comenzaba a salir por el horizonte, entre besos y caricias, nos habíamos quedado despiertos, tumbados en brazos del otro en la alfombra, hablando hasta que nuestras gargantas habían dicho basta y nuestros bostezos ya no se podían reprimir. Habíamos hablado de todo y de nada, nos habíamos contado mil historias y a la vez ninguna.
Y ahora que examinaba la situación a la luz de la mañana, me daba cuenta de que la promesa que había hecho la noche anterior tenía mucha parte de verdad y mucha de mentira. No podía dejarla, al igual que el simple pensamiento de hacerle daño me hacía daño a mí, pero tampoco podía obligarla a estar huyendo constantemente, a cambiar por completo su vida, a renunciar a todo. Era pedirle demasiado para alguien que le había dado tan poco. Y, sin embargo, sería capaz de hacer todo eso y más con tal de pasar el resto de mi vida con ella.
Su pelo, alborotado después de toda la actividad nocturna, me hacía cosquillas en el pecho, impulsado por las lentas respiraciones de Beckett, que metía y sacaba aire de sus pulmones, con su cabeza apoyada en mi pecho y sus piernas entrelazadas con las mías. Nuestras manos, unas todavía agarradas, mientras que la otra mía jugueteaba con sus rizos, enrollándolos y desenrollándolos en mi dedo mientras la veía dormir. Cuando estaba así, soñando, era cuando realmente aparentaba la edad que tenía, cuando realmente era ella. No tenía ninguna máscara puesta, ningún muro protegiéndola, y por eso me encantaba observarla, porque veía a la verdadera Kate, a la que habría tenido la oportunidad de conocer de haber ocurrido todo una década antes, a la que la vida había obligado a cambiar demasiado pronto.
Y yo no quería hacerle lo mismo. No quería tener que hacerla renunciar a su madre, a despedirse de ella para siempre. Tampoco quería apartarla de la gente que la había cuidado en el mundo de los homicidios, su mejor amiga y sus compañeros, que actuaban muy a menudo como sus hermanos mayores, sus protectores. Algo me retuvo, algo que impidió que siguiera con mis divagaciones, el hecho de que yo ya diera por hecho automáticamente que no tenía padre. Beckett nunca le había mencionado más que una vez, camino a Barbados, e inmediatamente se había callado y cambiado de tema.
La detective se removió entre mis brazos, gimiendo, y entonces se despertó de golpe, gritando y cogiendo aire como si no hubiera respirado desde hacía tiempo, alejándose de mí al incorporarse bruscamente. Miró a su alrededor, asustada, sin reconocer la habitación, con una mano en el pecho mientras trataba de calmarse, agitando la cabeza para librarse de los últimos restos de la pesadilla. Acaricié su tensa espalda pero Beckett se alejó de mi tacto, asustada, buscando quién era el que la había tocado.
- Tranquila – susurré – Era solo un sueño.
Su respiración fue relajándose poco a poco y volvió a acurrucarse contra mí, ocultando su cara en el hueco de mi cuello mientras yo le acariciaba el pelo suavemente, volviendo a jugar con sus mechones. Cuando consiguió librarse del mal regusto del sueño, salió de su escondite y me dio un beso de agradecimiento. Recorrí con las yemas de mis dedos su mejilla y sonreí cuando ella se mordió el labio inferior.
- ¿Puedo hacerte una pregunta personal? – inquirí, poniendo cara de travieso.
- Claro – contestó, ladeando su cuerpo para poder verme mejor la cara, rozando su piel desnuda con la mía.
- ¿Por qué nunca hablas de tu padre?
La sonrisa juguetona de su rostro desapareció con brusquedad, al igual que todos sus gestos cariñosos. Frunció el ceño y en sus ojos pude ver cómo se alzaba la barrera al mismo tiempo que ella se alejaba de mí y se cubría con el albornoz, como si de repente tuviera vergüenza de estar desnuda frente a mí, aunque yo sabía bien que eso era solo un acto reflejo, tapar las cosas que te incomodan, dejarlas a un lado y olvidarlas.
- No es algo que te incumba – espetó, saliendo de la habitación con un portazo.
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Después de todo lo que hablaron por la noche y decirle que no quería perderlo y que estaba dispuesta a estar todo el tiempo huyendo para estar con él, no sé por qué reacciona así ante la pregunta. Se referiria a eso cuándo comentó que al final él también la abandonaría como todos??
Espero que puedas continuar pronto.
Espero que puedas continuar pronto.
Yaye- Escritor - Policia
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Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Típico de kate esconder su pasado, debería tener ya cierta confianza con rick después de todo el ya se sinceró con ella
Ruth Maria- Policia de homicidios
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Fecha de inscripción : 14/11/2012
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Capítulo 82:
¿Qué acababa de pasar? Sacudí la cabeza, manteniendo la esperanza de que aquello solo fuera un mal sueño, que todavía estuviera dormido y que, al despertar, Beckett siguiera en mi pecho. Pero cuando volví a abrir los ojos, además de estar mareado, todo seguía igual.Me paré unos segundos a reflexionar sobre aquello. Comprendía que algo hubiera pasado con su padre y que no fuera su tema preferido, pero tampoco lo era para mí el asesinato de Alexis y se lo había contado todo, aunque no fuera de su incumbencia. Sí, me había dolido que me dijese eso, pero por encima de todo me había dolido su reacción. ¿Acaso no confiaba en mí? ¿No tenía pruebas suficientes?
Noté como la rabia iba creciendo lentamente en mi interior y respiré hondo varias veces para volver a enjaularla, como el animal peligroso que era. Me vestí con rapidez y salí en busca de la detective para tener una merecida charla.
La encontré en la piscina, sentada en el borde, ataviada con su camisa vaquera y los shorts. Movía las piernas con lentitud dentro del agua, observando las ondas pero sin verlas realmente, con la cabeza muy lejos de allí.
- ¿Qué demonios te pasa? – pregunté, sobresaltándola.
Beckett sacó las piernas de la piscina y se giró para encararme.
- ¿A mí? – replicó.
- No veo que haya nadie más en esta habitación así que… Sí, a ti. – saqué mi lado irónico, usándolo de armadura para protegerme, como aprendí a hacer años atrás.
- No lo sé, Castle, quizá tú lo sepas.
- ¡Entonces no estaría preguntándote! – Abrí los brazos para expresar mi frustración y ella contestó frunciendo el ceño.
- Hay cosas que no necesitas saber. Cosas que me incumben a mí y solo a mí.
- Espera – la corté, con una risa fría. Sacudí la cabeza, incrédulo – Después de todo lo que me dijiste anoche sobre ser pareja, sobre tener una vida juntos… ¿Ahora me vienes con esas?
- A veces las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas – contestó, mirándome fijamente, pero con unos ojos que no eran los suyos, eran los de otra persona completamente diferente, una persona que carecía de compasión y sentimientos.
- ¡Y una mierda!
- Castle…
- No – atajé – No quiero que salga por tu boca una sola mentira más. Déjate de muros, de armaduras, deja de esconderte, porque es lo que estás haciendo. Esto no es protección, Beckett, es huir de lo que puede herirte. – hice una pausa, buscando en sus ojos una señal de cambio – Alguien me dijo una vez que no podíamos estar muertos por dentro, que sentir el miedo y el dolor ya implica sentir algo, así que no hagas esto.
- Hay… - le tembló la voz y tuvo que parar de hablar, respirando hondo, armándose de valor – Hay cosas que es mejor no recordar, ¿sabes?
- Ja, ¿me lo dices o me lo cuentas? – contesté con ironía. – Mira, no es algo de lo que quieras hablar, vale, lo pillo; y, aunque no lo comparta, lo respetaré. Pero has reaccionado de manera exagerada.
- ¿¡Qué?! – exclamó, sin poder creérselo. Su voz se elevó unas cuantas octavas, cargada de irritación - ¡Sabes que es un tema delicado!
- ¿Cómo voy a saberlo si no nunca me cuentas nada, Kate? No sé absolutamente nada de ti.
- ¡Eso es mentira!
- ¿Ah, sí? Ilumíname, por favor.
Ella apretó los labios hasta formar una fina línea, blancos por la fuerza que estaba aplicando. Tragó saliva y bajó la mirada, rindiéndose, aceptando que tenía razón.
- Ya decía yo… - comenté.
- Pero eso no significa que no me conozcas, Castle. Lo haces, más que mucha gente – dijo, mirándome con los ojos bien abiertos.
- No sé si creerte. A veces… A veces siento que, cada vez que trato de mirar en tu interior, solo veo negrura.
- Por algo será – murmuró Beckett amargamente.
- Tú no eres así.
Nos quedamos unos instantes en silencio antes de que ella volviera a hablar:
– Siento haberte contestado así. Y el portazo – añadió.
- Voy a tener que hablar con Rob para que arregle las corrientes de aire de la casa – bromeé, sacándole una pequeña sonrisa que se desvaneció demasiado pronto.
- ¿Qué por qué nunca hablo de mi padre? Porque trae recuerdos no deseados, recuerdos de los que llevo huyendo lo que parece una eternidad, los mismos que me persiguen en las pesadillas y los que me han hecho ser quien soy. Y – dijo antes de que yo pudiera interrumpirla – sé que en algún momento tendré que afrontarlos, no hace falta que me lo recuerdes, pero ahora – suspiró - simplemente… me falta valor…
- En realidad te iba a preguntar si querías el número de mi loquero.
Ella se río y sacudió la cabeza, acercándose a mí y rodeando mi cuello con sus brazos. Apoyó la frente en mi pecho y dejó escapar un sonoro suspiro mientras yo le daba un beso en el pelo, aspirando su aroma a cerezas.
- Menuda racha llevamos – murmuró.
- Bueno, se dice que las tres cuartas partes de una relación son las peleas entre ambos constituyentes.
- ¿Y la otra que falta?
- Los polvos de reconciliación – sonreí traviesamente – Dicen que son alucinantes.
- ¿Qué haría yo sin ti? – preguntó Kate retóricamente, riéndose y robándome un beso.
- ¿Enloquecer, quizá? Si no me encargo de eso antes – contesté, liberándome de su agarré y empujándola por los hombros.
Tropezó hacia atrás y cayó de espaldas en la piscina, ropa incluida.
- ¡RICHARD CASTLE! – Gritó nada más salir a la superficie - ¡YO TE MATO!
- Te la debía – dije entre carcajadas mientras la veía subir las escaleras de la piscina chorreando, con cara de Terminator, sus ojos reluciendo por el enfado.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
Por fin las cosas nos iban bien. Hacía ya tres semanas que habíamos vuelto a nuestra casita, aunque ambos echábamos de menos las veladas en la piscina. Podíamos ir cuando quisiéramos pero no era lo mismo, no cuando hay espectadores de diversas edades dispuestos a retorcerte una oreja ante un comentario fuera de contexto o algo parecido.
Cuando el alcalde había llegado con su familia, se habían quejado de la absoluta pérdida de tiempo de aquel viaje, ya que reconocer el cuadro robado podría haberlo hecho la aseguradora que habían contratado al comprarlo. Rob había llegado despotricando sobre la incompetencia policial y, al ver el mohín en la cara de Beckett, se disculpó y trató de arreglarlo diciendo que ‹‹menos mal que hay agentes competentes, como tus compañeros››. Había sido algo cantoso pero efectivo. El caso es que solo les habían hecho pasarse horas encerrados en la comisaria respondiendo a las mismas preguntas una y otra vez, solo que efectuadas de manera diferente para despistar, con la intención de corroborar sus coartadas, tanto en la noche del robo de la pieza como en el ataque sufrido en Barbados.
- Espera, ¿os preguntaron por el atraco? – había preguntado Beckett, totalmente desconcertada.
- Sí, ¿por? – había contestado el alcalde, sin ver el problema.
- No, nada – la detective había mentido, quitándole importancia con un encogimiento de hombros – Es raro, ya que les pilla bastante fuera de su jurisdicción.
- Encontrarían sospechoso que les hubieran atacado dos veces en un breve lapso de tiempo – había añadido yo, desviando la atención del tema pero deseando saber que sospechaba Kate.
Finalmente, me había contado que era raro que unos departamentos se metieran en las investigaciones de otros, sobre todos porque había un reglamento que prohibía interferir en los caso de los compañeros, sin importar de dónde fueran éstos. Podían suspenderte y hasta llegar a quitarte la placa como te pillaran husmeando. A pesar de todo, nuestra pizarra casera seguía como antes, pero yo sabía que algo se me escapaba, algo nos faltaba, algo importante.
Así que ahí estaba yo, vestido con unos calzoncillos que había atinado a recoger del suelo, esquivando el resto de prendas que habíamos dejado por el camino; con una taza de café recién hecho en las manos, los ojos legañosos por el cansancio y el pelo revuelto por nuestras actividades nocturnas. Me estaba muriendo de sueño pero no podía dormir porque había algo que no dejaba de rondarme por la cabeza, un cabo suelto que se nos había pasado por algo en algún momento.
- Vaya, alguien se ha caído de la cama esta mañana – comentó Beckett, rodeándome con sus brazos por la espalda, sus senos acariciándome a través de la fina tela de mi camisa. Apoyó su barbilla en mi hombro y me robó la taza para dar un sobo, poniendo cara de asco – Puaj, ¿estás tomando café solo?
- Necesitaba mantenerme despierto – contesté, encogiéndome de hombros. – ¿No tienes la sensación de que nos estamos saltando algo?
- Llevo con esa sensación desde que empezamos el caso.
- Es solo que… Tengo el presentimiento de que ese algo nos llevaría a la solución, pero no logro averiguar qué es.
- ¿Has oído hablar alguna vez de los siete pecados de la memoria?
- ¿Es algún tipo de mandamiento para los psicólogos? – bromeé, tratando de ocultar mi desconcierto por el cambio de tema.
- No, tonto – se río Beckett, sentándose en mi regazo y rodeando mi cuello con sus brazos – Es un libro de psicología, sí, pero es para tratar de aumentar la memoria. El caso es que uno de esos pecados son los bloqueos.
- Uy, de eso sé mucho, ¿qué escritor no ha sufrido bloqueos?
- No literarios, sino de la memoria. Son los causantes de la expresión ‹‹lo tengo en la punta de la lengua››, y, cuanto más te esfuerces en recuperar esa información, más la perderás. – me dio un golpecito en la punta de la nariz – Así que no pienses en ello, ya te vendrá la iluminación.
- ¿Divina?
- Memorial.
- Eso no existe – repliqué con cierto retintín.
- Oh, cállate y bésame – ordenó Beckett, sellando mis labios con los suyos.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Oh, ya pensaba yo que la pelea sería mayor. La verdad es que después de que Rick le hubiese contado todo a cerca de su hija, ella también le debería haber contado lo de su padre, ya que ambos son recuerdos dolorosos que siempre los persiguen, no solo los de ella.
Espero que den pronto con esa pista que se les escapa y puedan solucionar ya el caso.
A la espera del siguiente
Espero que den pronto con esa pista que se les escapa y puedan solucionar ya el caso.
A la espera del siguiente
Yaye- Escritor - Policia
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
menos mal que no fue una pelea tan fuerte!
Caskett(sariita)- Policia de homicidios
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
buenisimo como siempre continua pronto porfis!
cururi- As del póker
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Me encanta que asi como se pelean se reconcilian! Todo fuera como eso. Como sera su regreso a Nueva York si es que hay regreso. Me encanto continua pf.
Verispu- As del póker
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Bueno, aquí os traigo un capi más bien light. Desde que empece este fic, tenía ganas de escribir esta escena, así que, aunque no sea mucha cosa, ¡espero que os guste!
- No, un poco más a la derecha. – Me moví y vi como la detective negaba con la cabeza – Castle, tú derecha, no mi derecha – me regañó.
- Perdone usted.
Rectifiqué mi posición y Beckett asintió, secándose con la manga de la camiseta una gota de sudor que le caía por la sien. Continuamos con lo nuestro lentamente, moviéndonos con algo de imprecisión, jadeando por el esfuerzo. Los dedos me dolían y se me estaban escurriendo por culpa del calor.
- Para, para – pedí, y enseguida Kate dejó de andar.
Solté la colchoneta, estirando las manos para relajarlas, y me las sequé en los vaqueros. Le indiqué que ya podíamos seguir y volví a agarrarla, caminando de espaldas y con la cabeza girada lo máximo que me lo permitía el cuello, vigilando todos los lados a la vez para no caerme y no golpear nada. Llegamos con las escaleras y, entre gruñidos, instrucciones y sudor, mucho sudor, logramos subir la colchoneta al segundo piso. La dejé apoyada contra la pared mientras Beckett saltaba para agarrar la cuerdecita de las escaleras de la buhardilla, demasiado estrechas y con aspecto de frágiles. Tragué saliva, rezando interiormente para conseguir hacer aquello sin accidente alguno.
Lo habíamos conseguido. Ese proyecto que yo había desarrollado poco a poco en mi mente, más seguro a medida que más lo afianzaba, ahora estaba materializado en una gruesa colchoneta, además de en un saco de boxeo colgado de las vigas del techo de la buhardilla. Nuestro pequeño gimnasio estaba listo, y así serviría para los demás inquilinos del apartamento. Al principio, cuando se lo habíamos comentado a Rob, bueno, más bien se lo había comentado yo porque Beckett había escurrido el bulto; se había mostrado más bien escéptico con la idea, pero solo había hecho falta un poco de mi labia para abrirle los ojos.
El saco de boxeo había sido fácil de encontrar, un día con el Jeep de compras y los guantes, vendas y argollas resistentes a su peso habían caído en la cesta. Con la colchoneta nos las habíamos visto y deseado, pero finalmente habíamos contactado con un ex gimnasta que vendía una de segunda mano. Tenía unos pocos bultos, pero daba igual, con tal de que amortiguara las caídas…
- ¡Por fin! – grité, dejándola caer con fuerza al suelo, encogiéndome ante el golpe, casi esperando que se hiciera un agujero en el suelo.
La detective resopló, tumbándose en ella, y usó la parte baja de la camiseta para secarse el sudor del cuello y la cara. Hacía mucho calor, y habíamos vivido una odisea con la maldita colchoneta.
- Castle – protestó cuando me tiré encima, besando su liso abdomen.
- ¿Qué? – pregunté con cara de inocente.
- Aquí no.
- ¡Venga ya! ¡Es tan buen sitio como cualquier otro!
Ella se río cuando le hice cosquillas sin querer y, al ver que yo no tenía intención alguna de parar, situó sus piernas al lado de mis caderas y, con un movimiento brusco, cambió nuestras posiciones, quedando Beckett encima ahora. Sonrió con picardía y sujetó mis muñecas contra la blanda superficie, inmovilizándome.
- Queda inaugurada la colchoneta – comentó.
- No todavía.
Moví un brazo y ella perdió uno de sus puntos de apoyo, así que aproveche su desequilibrio para empujarla hacia un lado, lejos de mí. Rodó sobre sí misma y se agazapó en una esquina, mirándome con diversión pero con los ojos calculadores.
- ¿Estás seguro de querer hacer esto?
- Te voy a machacar – contesté, quitándome la camiseta para tener más libertad de movimientos.
- Como tú quieras – me retó ella, deshaciéndose de sus deportivas y dando suaves saltos mientras movía en cuello en círculos, calentando.
Giramos alrededor de la colchoneta, midiéndonos mutuamente, tratando de averiguar dónde tenía el otro el punto débil. Nos colocamos en el centro, con las rodillas flexionadas, y yo simplemente esperé ese ataque que tenía que estar por venir. Y así fue. La detective adelantó una pierna, enganchándola con mi pie y tirando de él con fuerza, haciéndome caer; pero lo que no previó es que yo me la llevara conmigo, tirándola por encima para que cayera de espaldas. Se le escapó el aire de golpe de los pulmones y apretó las manos en puños, incorporándose rápidamente.
Nos enzarzamos en una pelea en la que ninguno de los dos lograba ponerse por delante, no importaba cuantas veces nos tiráramos, nos volvíamos a levantar con las fuerzas renovadas y una nueva estrategia en la mente. Rodamos mil veces, tropezamos otras mil más, pero el buen humor jamás nos abandonaba.
- Eres más duro de lo que esperaba – jadeó la detective, consiguiendo quedar encima de mí. Apoyó sus manos en mis hombros para retenerme contra el suelo, pero hice una mueca de dolor y la sorpresa cruzó por su cara, tornándose en reconocimiento. Liberó mi hombro izquierdo, preocupada – Perdona, ¿te sigue doliendo?
- A veces da guerra – contesté, sacudiendo la cabeza para despejarme.
Aprovechando que estaba distraída, rodeé su cuerpo con mis brazos y piernas, convirtiéndome en un pulpo, y la tiré al suelo, rodando por la colchoneta hasta que nos paramos en el borde.
- Eso es trampa.
- Nunca establecimos las reglas – comenté, juguetón, besando su cuello con ganas. Ella gimió y se retorció, tratando de liberarse de mi agarre, pero fallando. – Mmmm… No gusta eso de sentirse dominada, ¿verdad?
- Sin las esposas no tiene gracia – replicó, sin picarse.
Alcé la cabeza para mirarla, tratando de averiguar si iba en serio o no.
- ¿Qué? – preguntó ante mi insistente mirada.
- ¿Lo has probado alguna vez?
- Rick, no sabes ni la mitad de cosas que he hecho… Tengo una Beckett rebelde, ¿sabes? – ronroneó ella mordiendo mi oreja.
Tragué saliva, teniendo la certera sensación de que mi juego acababa de tornarse en mi contra. Había cierta imagen en mi mente, que incluía esposas, una cama y una detective completamente desnuda, que se negaba a irse y era bastante distrayente. Casi podía imaginarme la situación…
- Castle, espero que lo que estoy notando en mi cintura no sea tu soldadito – dijo Kate, sacándome de mi fantasía sexual, la cual ahora necesitaba desesperadamente cumplir. Ante mi risita, protestó, incrédula - ¡Por dios! ¡Si no hemos hecho nada!
- Ya sabes que me vuelves loco – murmuré mientras la besaba con ganas, liberándola de mi agarre para que pudiera usar los brazos. Empujó mi nuca para ahondar más el beso y pasó sus manos por mi espalda, clavando las uñas de una forma para nada dolorosa. Tiró de mi cuerpo hacia el suyo, arqueando la espalda para tener pleno contacto.
Le quité la camiseta de tirantes, notando que hacía rato que me estorbaba, y besé la piel que quedaba libre del sujetador, acariciando con mis manos. Teníamos la piel pegajosa a causa del sudor, y era una sensación rara. Beckett me separó, empujándome por el pecho.
- Para… - jadeó cuando vio que yo no me daba cuenta de sus intenciones. Me alejé, confuso – Voy a… - resopló, abanicándose con las manos. Estaba claro que su temperatura corporal estaba algo más alta de lo normal.
Sonreí de lado, subiendo y bajando las cejas sugerentemente, observándola levantarse con las mejillas ruborizadas. Me tendió la mano y tiró de mí para levantarme.
- Sigamos en la ducha – entrelazó sus dedos con los míos y bajamos las escaleras a toda prisa, el deseo devorándonos por dentro.
Capítulo 83:
- ¿Así? – pregunté, resoplando para apartarme el flequillo de la cara.- No, un poco más a la derecha. – Me moví y vi como la detective negaba con la cabeza – Castle, tú derecha, no mi derecha – me regañó.
- Perdone usted.
Rectifiqué mi posición y Beckett asintió, secándose con la manga de la camiseta una gota de sudor que le caía por la sien. Continuamos con lo nuestro lentamente, moviéndonos con algo de imprecisión, jadeando por el esfuerzo. Los dedos me dolían y se me estaban escurriendo por culpa del calor.
- Para, para – pedí, y enseguida Kate dejó de andar.
Solté la colchoneta, estirando las manos para relajarlas, y me las sequé en los vaqueros. Le indiqué que ya podíamos seguir y volví a agarrarla, caminando de espaldas y con la cabeza girada lo máximo que me lo permitía el cuello, vigilando todos los lados a la vez para no caerme y no golpear nada. Llegamos con las escaleras y, entre gruñidos, instrucciones y sudor, mucho sudor, logramos subir la colchoneta al segundo piso. La dejé apoyada contra la pared mientras Beckett saltaba para agarrar la cuerdecita de las escaleras de la buhardilla, demasiado estrechas y con aspecto de frágiles. Tragué saliva, rezando interiormente para conseguir hacer aquello sin accidente alguno.
Lo habíamos conseguido. Ese proyecto que yo había desarrollado poco a poco en mi mente, más seguro a medida que más lo afianzaba, ahora estaba materializado en una gruesa colchoneta, además de en un saco de boxeo colgado de las vigas del techo de la buhardilla. Nuestro pequeño gimnasio estaba listo, y así serviría para los demás inquilinos del apartamento. Al principio, cuando se lo habíamos comentado a Rob, bueno, más bien se lo había comentado yo porque Beckett había escurrido el bulto; se había mostrado más bien escéptico con la idea, pero solo había hecho falta un poco de mi labia para abrirle los ojos.
El saco de boxeo había sido fácil de encontrar, un día con el Jeep de compras y los guantes, vendas y argollas resistentes a su peso habían caído en la cesta. Con la colchoneta nos las habíamos visto y deseado, pero finalmente habíamos contactado con un ex gimnasta que vendía una de segunda mano. Tenía unos pocos bultos, pero daba igual, con tal de que amortiguara las caídas…
- ¡Por fin! – grité, dejándola caer con fuerza al suelo, encogiéndome ante el golpe, casi esperando que se hiciera un agujero en el suelo.
La detective resopló, tumbándose en ella, y usó la parte baja de la camiseta para secarse el sudor del cuello y la cara. Hacía mucho calor, y habíamos vivido una odisea con la maldita colchoneta.
- Castle – protestó cuando me tiré encima, besando su liso abdomen.
- ¿Qué? – pregunté con cara de inocente.
- Aquí no.
- ¡Venga ya! ¡Es tan buen sitio como cualquier otro!
Ella se río cuando le hice cosquillas sin querer y, al ver que yo no tenía intención alguna de parar, situó sus piernas al lado de mis caderas y, con un movimiento brusco, cambió nuestras posiciones, quedando Beckett encima ahora. Sonrió con picardía y sujetó mis muñecas contra la blanda superficie, inmovilizándome.
- Queda inaugurada la colchoneta – comentó.
- No todavía.
Moví un brazo y ella perdió uno de sus puntos de apoyo, así que aproveche su desequilibrio para empujarla hacia un lado, lejos de mí. Rodó sobre sí misma y se agazapó en una esquina, mirándome con diversión pero con los ojos calculadores.
- ¿Estás seguro de querer hacer esto?
- Te voy a machacar – contesté, quitándome la camiseta para tener más libertad de movimientos.
- Como tú quieras – me retó ella, deshaciéndose de sus deportivas y dando suaves saltos mientras movía en cuello en círculos, calentando.
Giramos alrededor de la colchoneta, midiéndonos mutuamente, tratando de averiguar dónde tenía el otro el punto débil. Nos colocamos en el centro, con las rodillas flexionadas, y yo simplemente esperé ese ataque que tenía que estar por venir. Y así fue. La detective adelantó una pierna, enganchándola con mi pie y tirando de él con fuerza, haciéndome caer; pero lo que no previó es que yo me la llevara conmigo, tirándola por encima para que cayera de espaldas. Se le escapó el aire de golpe de los pulmones y apretó las manos en puños, incorporándose rápidamente.
Nos enzarzamos en una pelea en la que ninguno de los dos lograba ponerse por delante, no importaba cuantas veces nos tiráramos, nos volvíamos a levantar con las fuerzas renovadas y una nueva estrategia en la mente. Rodamos mil veces, tropezamos otras mil más, pero el buen humor jamás nos abandonaba.
- Eres más duro de lo que esperaba – jadeó la detective, consiguiendo quedar encima de mí. Apoyó sus manos en mis hombros para retenerme contra el suelo, pero hice una mueca de dolor y la sorpresa cruzó por su cara, tornándose en reconocimiento. Liberó mi hombro izquierdo, preocupada – Perdona, ¿te sigue doliendo?
- A veces da guerra – contesté, sacudiendo la cabeza para despejarme.
Aprovechando que estaba distraída, rodeé su cuerpo con mis brazos y piernas, convirtiéndome en un pulpo, y la tiré al suelo, rodando por la colchoneta hasta que nos paramos en el borde.
- Eso es trampa.
- Nunca establecimos las reglas – comenté, juguetón, besando su cuello con ganas. Ella gimió y se retorció, tratando de liberarse de mi agarre, pero fallando. – Mmmm… No gusta eso de sentirse dominada, ¿verdad?
- Sin las esposas no tiene gracia – replicó, sin picarse.
Alcé la cabeza para mirarla, tratando de averiguar si iba en serio o no.
- ¿Qué? – preguntó ante mi insistente mirada.
- ¿Lo has probado alguna vez?
- Rick, no sabes ni la mitad de cosas que he hecho… Tengo una Beckett rebelde, ¿sabes? – ronroneó ella mordiendo mi oreja.
Tragué saliva, teniendo la certera sensación de que mi juego acababa de tornarse en mi contra. Había cierta imagen en mi mente, que incluía esposas, una cama y una detective completamente desnuda, que se negaba a irse y era bastante distrayente. Casi podía imaginarme la situación…
- Castle, espero que lo que estoy notando en mi cintura no sea tu soldadito – dijo Kate, sacándome de mi fantasía sexual, la cual ahora necesitaba desesperadamente cumplir. Ante mi risita, protestó, incrédula - ¡Por dios! ¡Si no hemos hecho nada!
- Ya sabes que me vuelves loco – murmuré mientras la besaba con ganas, liberándola de mi agarre para que pudiera usar los brazos. Empujó mi nuca para ahondar más el beso y pasó sus manos por mi espalda, clavando las uñas de una forma para nada dolorosa. Tiró de mi cuerpo hacia el suyo, arqueando la espalda para tener pleno contacto.
Le quité la camiseta de tirantes, notando que hacía rato que me estorbaba, y besé la piel que quedaba libre del sujetador, acariciando con mis manos. Teníamos la piel pegajosa a causa del sudor, y era una sensación rara. Beckett me separó, empujándome por el pecho.
- Para… - jadeó cuando vio que yo no me daba cuenta de sus intenciones. Me alejé, confuso – Voy a… - resopló, abanicándose con las manos. Estaba claro que su temperatura corporal estaba algo más alta de lo normal.
Sonreí de lado, subiendo y bajando las cejas sugerentemente, observándola levantarse con las mejillas ruborizadas. Me tendió la mano y tiró de mí para levantarme.
- Sigamos en la ducha – entrelazó sus dedos con los míos y bajamos las escaleras a toda prisa, el deseo devorándonos por dentro.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Jajajajaja, Beckett debería sacar mas a menudo a su Beckett rebelde, eso volvería loco a Castle
Te ha quedado muy bien el capítulo.
Te ha quedado muy bien el capítulo.
Yaye- Escritor - Policia
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Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Cuando la continuación. No nos hagas esperar mucho. Me gustado mucho
masomi03- Escritor novato
- Mensajes : 27
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
sigue! me encanta
Caskett(sariita)- Policia de homicidios
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Sigue pronto me encanta tu fic
28Caskett- As del póker
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Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
¡Aquí estoy de vuelta! No os hagáis ilusiones, es una aparición esporádica, pero espero que os endulce algo la espera
Este capi va dedicado a guiguita, para que vea que no me he olvidado de la historia y que no pienso dejarla tirada; y también a mi sinsajo, que ya echaba de menos que escribiera. ¡Un saludo a todos! ¡Espero que os guste!
"[…] - Vaya, vaya, vaya. El señor Castle, supongo – dijo un hombre de mediana edad, entrando por la puerta, manteniéndose astutamente fuera de mi campo de visión.
- ¿Y Alexis? ¿Está bien? – dije, como contestación.
El hombre miró a uno de sus esbirros, quien sacudió la cabeza y señaló el despacho. El recién llegado pareció enfurecerse, por el tono de voz que usaba, ya que no era capaz de entender su idioma. Parecía ruso. O alemán…
[…] Se hizo el silencio al otro lado de la línea por bastante rato, tanto que casi me dieron ganas de preguntar por si se había cortado la comunicación y no me había dado cuenta. Finalmente, se oyó un crujido y un suspiro.
- Está bien, avísame cuando estés de vuelta en la ciudad. Realmente no confío en nadie más para este trabajo.
- […] Siempre había ido de banda en banda, haciendo trabajillos varios, hasta que encontró un "trabajo" estable en New York bajo el mando de uno de los gordos de la mafia, como él siempre decía.
- ¿Quién era? ¿Alguna vez se lo dijo?
Amanda negó con la cabeza.
- Nunca, decía que eran tipos peligrosos y no quería meterme en líos. El caso es que una de las misiones que tuvo que hacer en New York no salió según lo planeado, no mataron a quien tenían que matar – de repente, la mirada de la mujer se fijó en mí, haciéndome estremecer – y el jefazo se dedicó a ir matando a cada uno de los componentes del grupo.
[…] - ¿Le contó por qué se habían complicado las cosas?
- Solo dijo que había alguien más metido en el juego, alguien con quien no contaban.
- ¿No le dio nombres o alguna pista? – insistió Beckett.
- Solo que era una mujer.
[…] - Ryan – contestó el irlandés rápidamente.
- Hola, soy yo, Castle.
- Ah, eh, hola. ¿Necesitas algo?
- Sí, ¿puedes investigar a una mujer llamada Amanda Sckuss?"
Desperté de golpe, parpadeando para acostumbrar mis ojos a la oscuridad de la habitación, mientras mi cabeza era un bullir de recuerdos que se repetían en un bucle sin fin, como una canción que tiene pulsado el replay. Pero, a pesar de eso, sentía que por fin algo había hecho click, que por fin tenía un hilo firme del que tirar para comenzar a desenredar aquella maraña de hechos si aparente conexión entre ellos.
Salí de un salto de la cama, silenciosamente para no despertar a la detective, y me puse unos pantalones de chándal por no bajar desnudo. Encendí la luz del salón y me paré frente a la pizarra, esperando a que mi portátil amaneciera. No sabía qué hora era, tampoco me importaba, estaba en plena iluminación divina, como había bromeado con Beckett. Había logrado escapar de ese limbo en el que se encontraba mi cerebro, que sabía que algo importante se nos estaba pasando por alto, pero no lograba averiguar el qué. Por fin lo tenía.
Abrí un documento de Word, sujetando el portátil con una mano mientras con la otra recorría los post-its de la pared, buscando lo que necesitaba y despegándolo. Los coloqué encima de la mesa, uno a uno, en orden de acontecimientos: el asesinato de Alexis, la visita a Amanda Sckuss… Cogí el paquete de folios que habíamos comprado Beckett y yo, y un rotulador negro. Deposité suavemente el ordenador en la mesa, enchufándole el cargador para que no se apagara, y comencé a escribir con rapidez todo lo que había recordado, tratando de buscarle un sentido. El hombre que lideraba el grupo que atacó mi casa y asesinó a Alexis estaba relacionado con la charla que mantuvimos con Amanda, cuando nos contó que estaban matando uno a uno a los miembros de dicho grupo. El recuerdo de sus ojos marrones desvaídos fijos en mi cara al decir que se habían equivocado de víctima seguía muy nítido, aunque algo lo hubiera bloqueado temporalmente. Amanda también nos había dicho que el plan inicial de Ian había cambiado porque había entrado en el juego alguien a quien no se esperaban, una mujer.
Saqué un folio y comencé a llenarlo de anotaciones: en la esquina superior izquierda escribí "grupo de asesinos" y lo uní con una flecha al nombre de Amanda Sckuss, con mayúsculas. Con un corchete, junté las cosas importantes que nos había contado la mujer de Ian: la persecución, el asesinato equivocado y la mujer, donde escribí entre paréntesis "Beckett". Si mis sospechas eran ciertas, la señora Sckuss sabía mucho más de lo que dejaba entrever, de ahí que le hubiera pedido a Ryan que la investigara. Saqué otra flecha para poner "¿Quién es?" y grandes interrogantes. Mi instinto me decía que no me fiara de las apariencias, y aquella mujer me daba muchas malas vibraciones. No solo sabía lo del asesinato de Alexis, que tendría que haber sido yo; sino que estaba al tanto de mi asociación con la detective y nuestro papel en todo este lío. Sería tonto si no la viera como una amenaza.
Pero lo que no conseguía hilar con ningún otro recuerdo era la llamada que había recibido, la del hombre pidiendo mis servicios para un robo. No sabía por qué mi cerebro había sacado a relucir aquello, no tenía relación alguna. ¿O sí? ¿Estaba tratando de decirme algo a mí mismo y no era consciente? Sacudí la cabeza, cansado. Tenía que establecer prioridades.
Cogí mi móvil y busqué en marcación rápida el número que necesitaba. Escuché como los tonos de sucedían y nadie contestaba, paseando con nerviosismo alrededor de la mesa del salón.
- ¿Esposito? – contestó una voz adormilada, pareciendo más una pregunta que un saludo.
- Hola, soy Castle.
- ¿Castle? ¿Acaso sabes la hora que es?
- Mmmm… No.
- Tío, son las cinco de la mañana – se quejó el latino, sonando ya más despejado - ¿Qué quieres?
- ¿Recuerdas que le pedí a Ryan que investigara a Amanda Sckuss y lo hiciste tú?
- Sí, llamé a Beckett para contarle lo que tenía.
- Exactamente. ¿Puedes contármelo ahora a mí, por favor? – pedí, cruzando los dedos.
- ¿Qué os pasa a vosotros dos? – Exclamó Esposito, receloso - ¿No puedes preguntarle a ella?
- Es que está durmiendo.
- Ah, claro, y yo no – rezongó el detective. Suspiró audiblemente antes de volver a hablar – No había nada raro, Castle. Es de origen venezolano, con doble ciudadanía conseguida al casarse con Ian Sckuss, de familia humilde. No tiene antecedentes en ningún país, trabajadora, sus papeles parecen estar en orden y paga los impuestos.
- Suena a ciudadana ejemplar…
- Lo es. Ahora, ¿puedo volver a dormirme? Algunos mañana trabajamos.
- ¿Eh? Ah, sí. Gracias, Esposito.
Colgué el móvil y lo dejé bocabajo en la mesa, observando la carcasa negra que tenía como protección. No me creía nada de lo que me había dicho el detective. No porque él me estuviera engañando, sino porque sonaba todo demasiado bonito para una inmigrante ilegal. Me froté la mandíbula, notando la incipiente barba rasparme los dedos y me quedé mirando la pantalla del ordenador lo que parecieron horas.
Cuando dieron las siete, cogí de nuevo el móvil y marqué otro número. Había otro cabo suelto necesitado de confirmación.
- Perlmutter – contestó el forense con voz hastiada.
- Ems, Doctor Perlmutter, soy Richard Castle. ¿Me recuerda?
- ¡Aaah! ¿¡Cómo olvidarle?! – No supe cómo tomarme ese comentario así que opté por callarme y esperar a que él dijera algo más - ¿Necesita algo o va a tenerme escuchando un teléfono en silencio todo el día?
- Sí, perdone. Necesito un favor, pero no sé si estará dispuesto a ayudarme.
- ¿Está relacionado con el caso del que les echaron?
- …Sí – contesté, dubitativo.
- Entonces dígame qué necesita. Si puedo fastidiar al detective Slaughter, me apuntaré a lo que sea. – repuso el forense con diversión.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
- ¿Tú no duermes? – inquirió la detective a mi espalda, dándome un suave beso en el cuello antes de abrir la nevera para buscar su desayuno.
- Dormir está sobrevalorado – bromeé, bebiendo mi café.
- ¿Pesadillas?
- No, es por el caso.
- ¿Sigues con eso? Ya te dije que no puedes pensar en ello, Castle, lo empeorarás.
- En realidad – alcé un dedo, mandándola esperar. Corrí al salón para buscar el folio y regresé a la cocina con aire triunfante – ya lo tengo.
- ¿Lo descubriste? – preguntó ella, sorprendida, dejando la taza en la encimera y arrebatándome el folio. Su ceño fue frunciéndose a medida que iba leyendo lo que tenía anotado. - ¿Qué demonios…?
- ¿No tienes la sensación de que todo encaja?
- Castle, ¿estás diciendo que la que está detrás de todo esto es Amanda Sckuss? – su mostro denotaba preocupación.
- A ver, de momento son todo conjeturas pero… Sí.
- Hablé con Espo y no había nada raro en su vida.
- ¡Precisamente por eso! – Exclamé, pasándome con la ilusión - ¿No te parece que tiene una vida demasiado Disney para ser un inmigrante ilegal? Quiero decir, la chica viene desde Venezuela y no tiene ni un solo antecedente.
- ¿Y?
- ¡Carece de sentido! Si este fuera mi libro, Amanda no tendría ni un duro cuando llegó a los Estados Unidos. No tendría alojamiento, ni comida, nada. Tendría que pagar la deuda contraída con los que la colaron ilegalmente, a no ser que ya la tuviera pagada. Una mujer en esas condiciones termina siendo puta o camello – expliqué apresuradamente, gesticulando mucho como cuando me ponía nervioso.
- Pero estamos en la vida real, no en uno de tus libros, Castle – replicó Beckett.
- ¡Precisamente! La vida es muy retorcida, Kate. Ya no hay solidaridad, nadie le habría dado de comer o la habría dejado dormir en su casa. Sí, podría haber mendigado, pero, seamos realistas, la gente no da más que cascajo inservible, no llega ni para una hamburguesa de un euro del McDonald's. Así que habría acabado vendiendo su cuerpo, a hombres o a las drogas, elige la opción que más te guste, pero el caso es que, temporalmente, se habría dedicado a actividades ilegales.
- Podrían no haberla cogido.
- Te concedo esa posibilidad, por muy remota que sea. Una mujer con tan pocos recursos, dedicándose a eso, no habría tenido quien cuidara de ella o la protegiera.
- Una mujer que ha pasado todo lo que tú dices sabría cuidarse por sí misma.
- Vale, bien argumentado. De todos modos, no podría haber evitado coger algún catarro, por no mencionar otras enfermedades, viviendo en semejantes condiciones. ¿Cómo es que no existe registro alguno con su nombre?
- No lo sé, Castle – suspiró Kate, frotándose la cara – Quizá, y solo quizá, asumiendo que lo que estás diciendo sea cierto, podría ser que su chulo o el jefe del cártel de drogas tuviera a su servicio algún médico para evitar, precisamente, registros públicos.
- ¿Realmente crees que un chulo o un camello se preocupa lo suficiente de sus chicas para ponerles un servicio médico privado?
- Dicho así, no, pero tampoco es imposible, se han visto cosas más sorprendentes.
- Jamás de los jamases – dije, sacudiendo la cabeza para darle más énfasis – Más tratándose de inmigrantes ilegales.
- ¿Entonces qué estás sugiriendo? – preguntó la detective con la sombra de la sospecha en su rostro.
- Mi teoría es que Amanda Sckuss no existe.
Este capi va dedicado a guiguita, para que vea que no me he olvidado de la historia y que no pienso dejarla tirada; y también a mi sinsajo, que ya echaba de menos que escribiera. ¡Un saludo a todos! ¡Espero que os guste!
Capítulo 84:
"[…] - Vaya, vaya, vaya. El señor Castle, supongo – dijo un hombre de mediana edad, entrando por la puerta, manteniéndose astutamente fuera de mi campo de visión.
- ¿Y Alexis? ¿Está bien? – dije, como contestación.
El hombre miró a uno de sus esbirros, quien sacudió la cabeza y señaló el despacho. El recién llegado pareció enfurecerse, por el tono de voz que usaba, ya que no era capaz de entender su idioma. Parecía ruso. O alemán…
[…] Se hizo el silencio al otro lado de la línea por bastante rato, tanto que casi me dieron ganas de preguntar por si se había cortado la comunicación y no me había dado cuenta. Finalmente, se oyó un crujido y un suspiro.
- Está bien, avísame cuando estés de vuelta en la ciudad. Realmente no confío en nadie más para este trabajo.
- […] Siempre había ido de banda en banda, haciendo trabajillos varios, hasta que encontró un "trabajo" estable en New York bajo el mando de uno de los gordos de la mafia, como él siempre decía.
- ¿Quién era? ¿Alguna vez se lo dijo?
Amanda negó con la cabeza.
- Nunca, decía que eran tipos peligrosos y no quería meterme en líos. El caso es que una de las misiones que tuvo que hacer en New York no salió según lo planeado, no mataron a quien tenían que matar – de repente, la mirada de la mujer se fijó en mí, haciéndome estremecer – y el jefazo se dedicó a ir matando a cada uno de los componentes del grupo.
[…] - ¿Le contó por qué se habían complicado las cosas?
- Solo dijo que había alguien más metido en el juego, alguien con quien no contaban.
- ¿No le dio nombres o alguna pista? – insistió Beckett.
- Solo que era una mujer.
[…] - Ryan – contestó el irlandés rápidamente.
- Hola, soy yo, Castle.
- Ah, eh, hola. ¿Necesitas algo?
- Sí, ¿puedes investigar a una mujer llamada Amanda Sckuss?"
Desperté de golpe, parpadeando para acostumbrar mis ojos a la oscuridad de la habitación, mientras mi cabeza era un bullir de recuerdos que se repetían en un bucle sin fin, como una canción que tiene pulsado el replay. Pero, a pesar de eso, sentía que por fin algo había hecho click, que por fin tenía un hilo firme del que tirar para comenzar a desenredar aquella maraña de hechos si aparente conexión entre ellos.
Salí de un salto de la cama, silenciosamente para no despertar a la detective, y me puse unos pantalones de chándal por no bajar desnudo. Encendí la luz del salón y me paré frente a la pizarra, esperando a que mi portátil amaneciera. No sabía qué hora era, tampoco me importaba, estaba en plena iluminación divina, como había bromeado con Beckett. Había logrado escapar de ese limbo en el que se encontraba mi cerebro, que sabía que algo importante se nos estaba pasando por alto, pero no lograba averiguar el qué. Por fin lo tenía.
Abrí un documento de Word, sujetando el portátil con una mano mientras con la otra recorría los post-its de la pared, buscando lo que necesitaba y despegándolo. Los coloqué encima de la mesa, uno a uno, en orden de acontecimientos: el asesinato de Alexis, la visita a Amanda Sckuss… Cogí el paquete de folios que habíamos comprado Beckett y yo, y un rotulador negro. Deposité suavemente el ordenador en la mesa, enchufándole el cargador para que no se apagara, y comencé a escribir con rapidez todo lo que había recordado, tratando de buscarle un sentido. El hombre que lideraba el grupo que atacó mi casa y asesinó a Alexis estaba relacionado con la charla que mantuvimos con Amanda, cuando nos contó que estaban matando uno a uno a los miembros de dicho grupo. El recuerdo de sus ojos marrones desvaídos fijos en mi cara al decir que se habían equivocado de víctima seguía muy nítido, aunque algo lo hubiera bloqueado temporalmente. Amanda también nos había dicho que el plan inicial de Ian había cambiado porque había entrado en el juego alguien a quien no se esperaban, una mujer.
Saqué un folio y comencé a llenarlo de anotaciones: en la esquina superior izquierda escribí "grupo de asesinos" y lo uní con una flecha al nombre de Amanda Sckuss, con mayúsculas. Con un corchete, junté las cosas importantes que nos había contado la mujer de Ian: la persecución, el asesinato equivocado y la mujer, donde escribí entre paréntesis "Beckett". Si mis sospechas eran ciertas, la señora Sckuss sabía mucho más de lo que dejaba entrever, de ahí que le hubiera pedido a Ryan que la investigara. Saqué otra flecha para poner "¿Quién es?" y grandes interrogantes. Mi instinto me decía que no me fiara de las apariencias, y aquella mujer me daba muchas malas vibraciones. No solo sabía lo del asesinato de Alexis, que tendría que haber sido yo; sino que estaba al tanto de mi asociación con la detective y nuestro papel en todo este lío. Sería tonto si no la viera como una amenaza.
Pero lo que no conseguía hilar con ningún otro recuerdo era la llamada que había recibido, la del hombre pidiendo mis servicios para un robo. No sabía por qué mi cerebro había sacado a relucir aquello, no tenía relación alguna. ¿O sí? ¿Estaba tratando de decirme algo a mí mismo y no era consciente? Sacudí la cabeza, cansado. Tenía que establecer prioridades.
Cogí mi móvil y busqué en marcación rápida el número que necesitaba. Escuché como los tonos de sucedían y nadie contestaba, paseando con nerviosismo alrededor de la mesa del salón.
- ¿Esposito? – contestó una voz adormilada, pareciendo más una pregunta que un saludo.
- Hola, soy Castle.
- ¿Castle? ¿Acaso sabes la hora que es?
- Mmmm… No.
- Tío, son las cinco de la mañana – se quejó el latino, sonando ya más despejado - ¿Qué quieres?
- ¿Recuerdas que le pedí a Ryan que investigara a Amanda Sckuss y lo hiciste tú?
- Sí, llamé a Beckett para contarle lo que tenía.
- Exactamente. ¿Puedes contármelo ahora a mí, por favor? – pedí, cruzando los dedos.
- ¿Qué os pasa a vosotros dos? – Exclamó Esposito, receloso - ¿No puedes preguntarle a ella?
- Es que está durmiendo.
- Ah, claro, y yo no – rezongó el detective. Suspiró audiblemente antes de volver a hablar – No había nada raro, Castle. Es de origen venezolano, con doble ciudadanía conseguida al casarse con Ian Sckuss, de familia humilde. No tiene antecedentes en ningún país, trabajadora, sus papeles parecen estar en orden y paga los impuestos.
- Suena a ciudadana ejemplar…
- Lo es. Ahora, ¿puedo volver a dormirme? Algunos mañana trabajamos.
- ¿Eh? Ah, sí. Gracias, Esposito.
Colgué el móvil y lo dejé bocabajo en la mesa, observando la carcasa negra que tenía como protección. No me creía nada de lo que me había dicho el detective. No porque él me estuviera engañando, sino porque sonaba todo demasiado bonito para una inmigrante ilegal. Me froté la mandíbula, notando la incipiente barba rasparme los dedos y me quedé mirando la pantalla del ordenador lo que parecieron horas.
Cuando dieron las siete, cogí de nuevo el móvil y marqué otro número. Había otro cabo suelto necesitado de confirmación.
- Perlmutter – contestó el forense con voz hastiada.
- Ems, Doctor Perlmutter, soy Richard Castle. ¿Me recuerda?
- ¡Aaah! ¿¡Cómo olvidarle?! – No supe cómo tomarme ese comentario así que opté por callarme y esperar a que él dijera algo más - ¿Necesita algo o va a tenerme escuchando un teléfono en silencio todo el día?
- Sí, perdone. Necesito un favor, pero no sé si estará dispuesto a ayudarme.
- ¿Está relacionado con el caso del que les echaron?
- …Sí – contesté, dubitativo.
- Entonces dígame qué necesita. Si puedo fastidiar al detective Slaughter, me apuntaré a lo que sea. – repuso el forense con diversión.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
- ¿Tú no duermes? – inquirió la detective a mi espalda, dándome un suave beso en el cuello antes de abrir la nevera para buscar su desayuno.
- Dormir está sobrevalorado – bromeé, bebiendo mi café.
- ¿Pesadillas?
- No, es por el caso.
- ¿Sigues con eso? Ya te dije que no puedes pensar en ello, Castle, lo empeorarás.
- En realidad – alcé un dedo, mandándola esperar. Corrí al salón para buscar el folio y regresé a la cocina con aire triunfante – ya lo tengo.
- ¿Lo descubriste? – preguntó ella, sorprendida, dejando la taza en la encimera y arrebatándome el folio. Su ceño fue frunciéndose a medida que iba leyendo lo que tenía anotado. - ¿Qué demonios…?
- ¿No tienes la sensación de que todo encaja?
- Castle, ¿estás diciendo que la que está detrás de todo esto es Amanda Sckuss? – su mostro denotaba preocupación.
- A ver, de momento son todo conjeturas pero… Sí.
- Hablé con Espo y no había nada raro en su vida.
- ¡Precisamente por eso! – Exclamé, pasándome con la ilusión - ¿No te parece que tiene una vida demasiado Disney para ser un inmigrante ilegal? Quiero decir, la chica viene desde Venezuela y no tiene ni un solo antecedente.
- ¿Y?
- ¡Carece de sentido! Si este fuera mi libro, Amanda no tendría ni un duro cuando llegó a los Estados Unidos. No tendría alojamiento, ni comida, nada. Tendría que pagar la deuda contraída con los que la colaron ilegalmente, a no ser que ya la tuviera pagada. Una mujer en esas condiciones termina siendo puta o camello – expliqué apresuradamente, gesticulando mucho como cuando me ponía nervioso.
- Pero estamos en la vida real, no en uno de tus libros, Castle – replicó Beckett.
- ¡Precisamente! La vida es muy retorcida, Kate. Ya no hay solidaridad, nadie le habría dado de comer o la habría dejado dormir en su casa. Sí, podría haber mendigado, pero, seamos realistas, la gente no da más que cascajo inservible, no llega ni para una hamburguesa de un euro del McDonald's. Así que habría acabado vendiendo su cuerpo, a hombres o a las drogas, elige la opción que más te guste, pero el caso es que, temporalmente, se habría dedicado a actividades ilegales.
- Podrían no haberla cogido.
- Te concedo esa posibilidad, por muy remota que sea. Una mujer con tan pocos recursos, dedicándose a eso, no habría tenido quien cuidara de ella o la protegiera.
- Una mujer que ha pasado todo lo que tú dices sabría cuidarse por sí misma.
- Vale, bien argumentado. De todos modos, no podría haber evitado coger algún catarro, por no mencionar otras enfermedades, viviendo en semejantes condiciones. ¿Cómo es que no existe registro alguno con su nombre?
- No lo sé, Castle – suspiró Kate, frotándose la cara – Quizá, y solo quizá, asumiendo que lo que estás diciendo sea cierto, podría ser que su chulo o el jefe del cártel de drogas tuviera a su servicio algún médico para evitar, precisamente, registros públicos.
- ¿Realmente crees que un chulo o un camello se preocupa lo suficiente de sus chicas para ponerles un servicio médico privado?
- Dicho así, no, pero tampoco es imposible, se han visto cosas más sorprendentes.
- Jamás de los jamases – dije, sacudiendo la cabeza para darle más énfasis – Más tratándose de inmigrantes ilegales.
- ¿Entonces qué estás sugiriendo? – preguntó la detective con la sombra de la sospecha en su rostro.
- Mi teoría es que Amanda Sckuss no existe.
Última edición por lovecastlebeckett el Dom Mayo 18, 2014 8:32 am, editado 2 veces
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Capítulo 85:
- Mi teoría es que Amanda Sckuss no existe.
Era precisamente lo que la detective esperaba oír, pude verlo en su rostro. Apretó los labios con preocupación, pero no parecía preocupada por mis palabras, sino por mí, lo cual carecía de sentido.
- Rick… - me llamó con suavidad.
- No estoy loco – repliqué con brusquedad, alejándome de ella - Sé lo que estás pensando.
- No lo creo – masculló.
- Estás pensando que me estoy lanzando al vacío, cazando fantasmas, que he visto una incongruencia y ya creo que está todo causado por eso. Pero no es así, Kate. – La miré con ojos suplicantes, deseoso de que me comprendiera.
- Veo lo que estás tratando de decir, entiendo tus razonamientos, tienen lógica, de veras que sí – se mordió la mejilla, dubitativa – Pero también sé que cuando llevas buscando venganza tanto tiempo estás dispuesto a saltarle a la yugular a cualquier persona que parezca sospechosa.
- ¡No!
- Castle, no tienes pruebas de nada. No puedes ir a la comisaria y pedir que la arresten porque estaría libre a los dos segundos. Si quieres construir un caso contra ella busca pruebas, consigue algo que demuestre que realmente Amanda Sckuss no existe y esa mujer es otra persona. Mientras tanto, vamos a tener que explorar otras posibilidades.
- O sea, que no piensas ayudarme.
- No estoy diciendo eso…
- Es precisamente lo que estás tratando de decirme, Kate. Piensas que la chica simplemente tuvo un golpe de suerte y no pasó por nada de lo que te acabo de decir. Vale, respeto tu escepticismo, buscaré las pruebas por mí mismo.
Tiré el resto de café al fregadero y dejé la taza allí, saliendo de la cocina con rapidez antes de que la detective pudiera detenerme. La oí llamarme pero no me paré a encararla. Si no creía en mí, en que tuviera razón, pues no pensaba forzarla a ayudarme, ya era mayorcito para valerme por mí mismo.
Además, había quedado con alguien.
Me puse la cazadora de cuero mientras salía por la puerta y me abroché el casco de la moto, encendiéndola.
- ¡Castle! – Gritó Beckett, parada en el umbral de la puerta, en pijama todavía - ¿A dónde vas?
- A cazar fantasmas – contesté antes de soltar el freno y salir disparado por la carretera.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
Disminuí la velocidad a medida que me iba acercando al punto de encuentro, apagando la moto cuando aún me quedaban unos metros para llegar, sin querer que el ruido del motor alertara a los múltiples uniformados reunidos en la comisaria. Me había quedado bien claro la última vez que estuve allí que no sería bienvenido una segunda vez.
Rodeé el edificio principal, calándome la gorra de béisbol más aún y subiéndome las gafas de sol, a pesar de que sabía que así llamaría más la atención y parecería sospechoso. Yo solo rezaba para que, de todos los policías que pudieran fijarse en mí, no fuera Slaughter el que lo hiciera.
Caminé con rapidez por la parte trasera de la comisaria y llegué a la puerta de garaje de la que me había hablado Perlmutter. Estaba abierta, tal y como prometió. La empujé, agradeciendo que estuviera bien engrasada, y me colé silenciosamente, pasando al lado de unos hombres que descargaban cadáveres de la furgoneta negra de la morgue sin que se dieran cuenta de mi presencia. Quizá no iba a cazar fantasmas, sino a convertirme en uno de ellos. Me colé entre ambos furgones y atravesé unas tiras de grueso plástico que colgaban del techo a modo de cortina de flecos.
- ¿Doctor Perlmutter? – susurré a un volumen lo bastante alto como para que se me oyera.
- ¡Ya llegaste! – exclamó, quitándose los guantes ensangrentados.
Oí ruidos por donde había entrado y supuse que serían los hombres trayendo al cadáver, así que, para cuando el forense se hubo girado para mirarme, yo ya no estaba allí, sino que estaban entrando los técnicos con una camilla metálica. Le preguntaron dónde tenían que dejarle y el doctor les indicó un depósito libre, aprovechando que ambos hombres estaban ocupados para mirar a su alrededor, buscándome.
Esperé hasta que se fueron y salí de mi escondite al mismo tiempo que Perlmutter pasaba por allí.
- ¡Ah! ¡Menudo susto! – exclamó, llevándose una mano al pecho.
- Perdone – murmuré, tratando de aguantarme la risa.
Me hizo un gesto con la mano para que le siguiera y entramos en un pequeño despacho, que seguía oliendo a muerto y desinfectante, pero que por lo menos tenía algo de color y decoración, lo que le daba cierta alegría a un lugar tan severo como la morgue. Se sentó en una ancha silla y rebuscó entre los montones de informes que tenía esparcidos por la mesa.
- Tiene que estar por aquí, un momento.
- ¿Necesita ayuda? – pregunté cinco minutos después.
- No, no, soy el único que puede hacer de este desorden algo con sentido – contestó, mirándome desde detrás de sus gruesos cristales, con los ojos ampliados por las gafas. - ¡Eureka! – exclamó, blandiendo un grupo de carpetas marrones.
- ¿Está todo lo que le pedí?
- ¿Acaso dudas de mí? – inquirió, alzando una espesamente poblada ceja. Miré de nuevo el caos de su mesa y me tragué lo que pensaba. Negué con la cabeza y tuve la decencia de no comprobar que lo que me había dado era lo correcto.
- Muchas gracias, doctor Perlmutter. Sé que se la está jugando al ayudarme.
- Sinceramente, muchacho, tú vas a hacer más uso de esa información que el incompetente de Slaughter.
- Me halaga.
- Pues que no lo haga, es fácil superar a ese detective – contestó el hombrecillo bordemente. Se quedó pensativo, como dudando de si decirme algo o no. – A veces me da la sensación de que es corrupto…
- ¿Cómo? – exclamé, interesado y preocupado a partes iguales.
- ¡Perlmutter! – bramó el detective Slaughter en la sala de autopsias.
- Hablando del rey de Roma… - el forense puso los ojos en blanco y sacudió su mano para indicarme que me fuera.
Volví a las sombras, deslizándome por ellas y sintiéndome como en casa, un elemento donde sabía lo que podía pasar y qué podía esperarme. Aunque mi instinto me urgía a salir de allí lo más rápido posible, me demoré un poco, tratando de escuchar la conversación entre el detective y el doctor.
- ¿…dónde estabas?
- En mi despacho, tengo derecho a un descanso – contestó Perlmutter.
- …las narices. ¿Estabas solo? – la voz de Slaughter iba y venía, como si estuviera paseando por la sala - …oír a alguien salir.
- Se llaman alucinaciones.
- …mierda, Perlmutter – replicó el detective, cabreado – Como me entere… con Castle… considerarte despedido.
Aquello era suficiente, no quería meter al forense en más líos. Salí rápidamente por la puerta del garaje, cerrándola detrás de mí, pero en lugar de ir a buscar mi moto, crucé la calle y entré en la primera cafetería que encontré. Me senté en una de las mesas más alejadas de la entrada para poder controlar quién venía y escabullirme si era necesario. Se me acercó una camarera joven, pelirroja y con los ojos azules que se habría parecido a Alexis si ésta hubiera vivido para llegar a la veintena. Me la quedé mirando fijamente, paralizado, y ella carraspeó, incómoda.
- ¿Puedo ayudarle en algo, señor?
- ¿Eh? Sí, perdona, es que me recuerdas mucho a mi hija – sonreí de lado a modo de disculpa, apartando la mirada de ella a duras penas para centrarla en la carta. Teniendo en cuenta que no había desayunado, estaba hambriento – Quiero unas tortitas con nata y un café americano.
- Enseguida – contestó la chica, guiñando los ojos al sonreír.
Dejé las carpetas encima de la mesa, con cuidado de comprobar que no estuviera manchada, y extendí el contenido de una de ellas, dándole la vuelta a la foto de uno de los muertos en el ataque a la casa del alcalde para que nadie pudiera reconocerlo. Paseé la mirada por el informe de su autopsia, leyendo sin leer, esperando que mis ojos se toparan con algo relevante que les hiciera detenerse.
Cerré los documentos cuando la camarera me trajo las tortitas y, al servirme el café, se fijó en el emblema de las carpetas.
- ¿Es policía? – preguntó con curiosidad.
- Mmmm… Colaboro con ellos, soy un consultante.
- ¿Como el de la serie de televisión?
- Exactamente – contesté, con la sombra de una sonrisa en los labios. Yo también veía esa serie.
Volví a repasar todo mientras desayunaba, dejando la carpeta más importante de última. La abrí con curiosidad, encontrándome con fotocopias de las notas del detective Slaughter y todos los policías que colaboraban junto a él en el caso. Allí estaban las declaraciones de Beckett, de Rob y su mujer, incluso la de Jace y la mía, con anotaciones vagas e imprecisas que dejaban muchos detalles sin pulir y preguntas sin hacer. También había fotos de los cadáveres tal y como los encontraron, información relativa a ellos, sus expedientes, fotos de la casa, entrevistas a los múltiples trabajadores del alcalde, etc. En definitiva, tenía en mi poder toda lo que existía relacionado con el caso.
Ahora podía empezar a trabajar.
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
Cuanto se echaba de menos esta historia
Parece que Rick ha encontrado una pista sobre la que ir tirando para poder resolver ya todo. Yo creo que Pelrmutter no va muy mal encaminado al decir que Slaughter puede ser corrupto, si no, por que tanto empeño en sacarlos del caso tan pronto??
Espero que puedas continuar pronto.
Parece que Rick ha encontrado una pista sobre la que ir tirando para poder resolver ya todo. Yo creo que Pelrmutter no va muy mal encaminado al decir que Slaughter puede ser corrupto, si no, por que tanto empeño en sacarlos del caso tan pronto??
Espero que puedas continuar pronto.
Yaye- Escritor - Policia
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Localización : Huelva
Re: In dubio pro reo [COMPLETO]
después de tanto tiempo sin saber nada de esta historia ,ya me has vuelto a enganchar.....a ver que consigue saber ahora que tiene en su poder la nueva información ...me agrada saber que no piensas abandonar la historia aunque tardes e actualizar
nusky- Ayudante de policia
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