Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
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Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Después de casi dos meses de “silencio” por mi parte, vuelvo de nuevo con una historia.
Esta locura es fruto de un pequeño reto personal entre Estrella (Meln) y yo. Aclarar que es un reto personal, no una competición.
Nuestra enajenación mental nos llevará desde hoy hasta el día del primer capítulo de la sexta temporada, a escribir dos historias diferentes que parten de un mismo comienzo, el final de la quinta temporada. Estrella os guiará por un mundo y yo por otro, sabemos que habrá cosas parecidas, otras que no lo serán en absoluto (aprovecho Estrella para darte las gracias por ceder y dejarme a mí esa idea común).
Tenemos un objetivo, y es que cada uno de los capítulos que publiquemos lunes a lunes, contenga alrededor de cinco mil palabras ¿Lo conseguiremos? Contamos con vuestros ánimos para hacerlo.
Publicaremos a la vez, es decir, mismo día, misma hora (o lo intentaremos) más o menos serán unos 18 capítulos, puede que alguno más (si nos sobra imaginación y nos faltan semanas) o puede que alguno menos (esa idea no me seduce, jejeje).
Esperamos que os entretengan las noches de los lunes y que os hagamos pasar mejor las largas semanas que quedan hasta el comienzo de la sexta. Si alguna semana no podemos subir nada, os rogamos lo entendáis y nos perdonéis.
Ambas historias (conocemos cada una la idea general de la otra) serán distintas a lo habitual, quizá sorprendentes, quizá no. A algunas personas sabemos desde antes de publicar, que no os gustarán, pero la imaginación es así y jugamos con ella.
Puede que os desorientemos con los cambios en la forma de escribir, al menos por mi parte, dado que no será mi estilo y tono habitual (y me huelo que el de Estrella tampoco será su tono habitual). Espero, por mi parte, no defraudaros y que tal y como pasó el año pasado con mi primera historia, os entretenga en verano. Estrella no os defraudará, ella es… simplemente… ella: imaginación al poder y “al lío”
Así que, Estrella, todo mi apoyo y ánimo para que escribas lo que tienes en esa mente tan prodigiosa y tan llena de imaginación y gracias por apoyar esta demencia y hacerla posible (será difícil, te advierto).
Y después de esta breve aclaración, subiré mi primer capítulo y os invitó a leer el de Estrella titulado “Nuevos tiempos”.
¡Ah! Y por favor, dadnos una oportunidad, trabajaremos duro para conseguir nuestra meta.
Gracias por leer.
Esta locura es fruto de un pequeño reto personal entre Estrella (Meln) y yo. Aclarar que es un reto personal, no una competición.
Nuestra enajenación mental nos llevará desde hoy hasta el día del primer capítulo de la sexta temporada, a escribir dos historias diferentes que parten de un mismo comienzo, el final de la quinta temporada. Estrella os guiará por un mundo y yo por otro, sabemos que habrá cosas parecidas, otras que no lo serán en absoluto (aprovecho Estrella para darte las gracias por ceder y dejarme a mí esa idea común).
Tenemos un objetivo, y es que cada uno de los capítulos que publiquemos lunes a lunes, contenga alrededor de cinco mil palabras ¿Lo conseguiremos? Contamos con vuestros ánimos para hacerlo.
Publicaremos a la vez, es decir, mismo día, misma hora (o lo intentaremos) más o menos serán unos 18 capítulos, puede que alguno más (si nos sobra imaginación y nos faltan semanas) o puede que alguno menos (esa idea no me seduce, jejeje).
Esperamos que os entretengan las noches de los lunes y que os hagamos pasar mejor las largas semanas que quedan hasta el comienzo de la sexta. Si alguna semana no podemos subir nada, os rogamos lo entendáis y nos perdonéis.
Ambas historias (conocemos cada una la idea general de la otra) serán distintas a lo habitual, quizá sorprendentes, quizá no. A algunas personas sabemos desde antes de publicar, que no os gustarán, pero la imaginación es así y jugamos con ella.
Puede que os desorientemos con los cambios en la forma de escribir, al menos por mi parte, dado que no será mi estilo y tono habitual (y me huelo que el de Estrella tampoco será su tono habitual). Espero, por mi parte, no defraudaros y que tal y como pasó el año pasado con mi primera historia, os entretenga en verano. Estrella no os defraudará, ella es… simplemente… ella: imaginación al poder y “al lío”
Así que, Estrella, todo mi apoyo y ánimo para que escribas lo que tienes en esa mente tan prodigiosa y tan llena de imaginación y gracias por apoyar esta demencia y hacerla posible (será difícil, te advierto).
Y después de esta breve aclaración, subiré mi primer capítulo y os invitó a leer el de Estrella titulado “Nuevos tiempos”.
¡Ah! Y por favor, dadnos una oportunidad, trabajaremos duro para conseguir nuestra meta.
Gracias por leer.
Última edición por Anver el Lun Sep 23, 2013 8:56 am, editado 20 veces
Anver- Policia de homicidios
- Mensajes : 711
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Localización : Madrid
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Parece que va a ser una locura !!me encanta la idea!! Suerte chicas.
Zeny_Mackenzie- Moderador
- Mensajes : 1226
Fecha de inscripción : 07/06/2011
Edad : 41
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Bueno estere esperando haber que se os ocurre y Mucha suerte
ZOMAtitos&Oreos- Autor de best-seller
- Mensajes : 863
Fecha de inscripción : 02/02/2013
Edad : 25
Localización : Con los ZOMAtes parlantes XD
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Seguro que os queda genial!!
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Antes de comenzar, necesito hacer una dedicatoria (o varias):
Dedicado por encima de todo a aquell@s que me leéis, sin vosotros, no hay razón para escribir.
Dedicado a quienes me animáis a seguir haciéndolo: Alba, Sil y Estrella.
Dedicado a vosotr@s, los que os escondéis tras duras corazas forjadas a base de decepciones y dolor. Puede que os proteja pero os estáis olvidando de algo: de vivir.
Y ahora la parte más emotiva para mí, dedicado a mi tía, que jamás leerá nada aquí, ni se imagina que escribo, y quizá cuando acabe de hacerlo, ni siquiera este ya entre nosotros. Dedicado a tí tía, esperando que tu partida esté cargada de paz y ausencia de dolor.
******************************************
CAPITULO 1. DECISIONES Y DECEPCIONES.
Ella le miró con incredulidad y pánico. En ningún momento se imaginó que él iba a pedirle que se casaran. Llegó hasta allí con la única intención de decirle que se marcharía a DC y dejaría toda su vida para luchar por una oportunidad que sin esperarla le habían ofrecido y no podía dejar escapar.
Conforme iban pasando los segundos, él empezó a intuir que la respuesta no iba a ser la que él estaba esperando, y su inicial cara de seriedad fue tornándose en tristeza. Unos días antes había estado a punto de morir junto a ella. En ese momento comprendió que tan sólo había perdido cinco años de su vida afectiva luchando por ella.
Kate abrió la boca, volviéndola a cerrar sin poder decir nada.
Él la vio tragar saliva. Y se levantó sacudiendo con su mano izquierda la rodilla que instantes antes tuvo en tierra y guardando en su bolsillo el anillo que le había ofrecido.
- Lo comprendo Kate – le dijo apenado sosteniendo su mirada.
- Castle… yo… - atinó a decir finalmente ella.
- Por favor – cortó él – no digas nada. Será mejor que no me digas nada – dijo inclinándose sobre ella y dándole un beso sobre la frente – perdóname.
- Castle no es por ti – contestó rápidamente Kate – es…
- Lo sé – se adelantó él – es tu vida, siempre ha sido tu vida. Espero que al menos siga ocupando un lugar como amigo en ella – dijo mientras comenzaba a dar pasos hacia atrás – te llamaré para saber qué tal en tu nuevo trabajo – dijo girándose y comenzando a alejarse de allí mirando el suelo.
Ella le miró mientras se alejaba, sin poder evitar que una lágrima se deslizase por su mejilla. Se sentía como si estuviese en una lavadora que comenzaba a centrifugar. Notaba una sensación de abismo dentro de su estómago, como si se rompiese por dentro.
Él levantó la cabeza cuando vio como la primera lágrima le caía en su zapato. Las imágenes del parque empezaron a emborronarse tras la cortina húmeda que se formaba en su retina. Aceleró el paso intentando salir de allí cuanto antes, aunque no sabía muy bien hacia dónde iba, pues había dejado la puerta por la que había entrado tras de sí y no pensaba volver a aquellos columpios.
Acababa de volver a romperse y esta vez tenía la sensación que jamás volvería a recuperarse. Se sentía traicionado. Siempre había confiado en la sinceridad de ella, ahora se replanteaba si todos aquellos besos habían sido verdad. Sonrió sacudiendo la cabeza cuando recordó cómo ella le había dicho “Rick… te quiero” parada sobre aquella plataforma.
Katherine se inclinó hacia delante, balanceando ligeramente su cuerpo en el columpio. No tenía claro si salir corriendo detrás de él, al que aún veía alejarse, o volver a comisaría para hablar con los que habían sido hasta entonces sus compañeros. Suspiró sin saber qué camino debía tomar. La voz de Gates resonó en su mente “habría matado por una oportunidad así cuando tenía tu edad”. Sonrío al recordar las palabras de su padre “tu madre estaría orgullosa, demonios, yo estoy orgulloso”. La imagen de Montgomery sonriéndola apareció de repente y como un resorte se levantó del columpio andando hacía su coche. Hablaría con los chicos, con Gates, recogería sus cosas y se tomaría unos días antes de marcharse a la que sería su nueva ciudad.
Richard salió del parque y paró un taxi dispuesto a llegar cuanto antes a su casa. Se iría de viaje. Aún tenía miedo por Alexis y sin que ella se enterase, iría a San José, la capital de Costa Rica para estar lo más cerca de ella por si le ocurría algo. Le diría únicamente a Martha que iba a tomarse unas vacaciones en el caribe antes del lanzamiento de su nueva novela. Sería creíble. Haría eso. Sí. Lo había decidido. Se limpió los ojos y sonrió.
UNA SEMANA DESPUÉS…
***
Martha le miraba en silencio mientras él iba dejando sobre su cama la ropa que iba a meter en la pequeña maleta.
- Richard…
- Madre – cortó él – no puedo estancarme. Tomaré el sol, descansaré y quizá incluso me divierta con alguna mujer o con varias – dijo seriamente mientras Martha negaba con la cabeza – cuando vuelva estaré preparado para el lanzamiento del nuevo libro y para retomar mi vida donde la dejé hace cinco años.
- Cariño, escúchame...
- ¿Quién sabe? – se preguntó casi para sí mismo – quizá encuentre allí la fuente de inspiración para mi siguiente libro, que evidentemente no será ninguno de la saga Heat. Es el lugar ideal para imaginar historias de contrabandistas, redes de prostitución, terratenientes mafiosos…
- No quiero que sufras hijo – se atrevió a decir por fin Martha.
- Eso es imposible madre – dijo acercándose a ella con los brazos abiertos para abrazarla – porque ya lo estoy haciendo y no puedo hacer nada más para remediarlo.
- ¿No crees que deberíais volver a hablar antes de que Katherine se vaya a Washington?- preguntó Martha.
- ¿Para que? – dijo mientras la mecía entre sus brazos – fue suficiente con ver su cara y no tener respuesta. No me ama como yo a ella. Puede que yo le haya gustado, pero ya lo dijo una vez “con eso no basta” y no puedo perseguirla el resto de su vida, ni sería justo para ella, ni para mí.
- Está bien hijo – contestó Martha separándose para mirarle – no me gusta que vayas solo. No estaré tranquila.
- Prométeme que no me llamarás cada día madre – le dijo con media sonrisa.
- No puedo prometerte eso – contestó ella haciendo un gesto con su mano en el aire – eres mi único hijo, el amor de mi vida y me preocupas.
- Tranquila madre – le dijo mientras guardaba parte de la ropa en la maleta – al menos en estos últimos años aprendí a cuidarme, no me meteré en líos, lo prometo.
- Créeme muchacho – dijo Martha – que te puedas meter en líos no es lo que me preocupa en este momento.
Él la miró con media sonrisa. Si había alguien que le quería de verdad e incondicionalmente hiciese lo que hiciese, era Martha. Ella era la única que sabía hasta que punto tenía roto el corazón.
Pese a que no pudo cuidar de él durante gran parte de su infancia, el simple hecho de no renunciar a él cuando supo que estaba embarazada, había sido suficiente para demostrarle todo su amor, y esa fue su enseñanza, gracias a Martha él había luchado por Alexis.
- Richard – dijo Martha saliendo de la habitación.
- ¿Madre? – contestó él.
- No le diré a Alexis que estarás en Costa Rica – le dijo caminando hacía la cocina – o seguro que se sentirá vigilada.
- ¿Cómo sabes….? – preguntó casi riendo.
- Soy tu madre – contestó ella desde la sala – y a mí también me tranquiliza que estés cerca de Alexis después de todo lo que pasó.
- Entonces cuento con tu ayuda si llama a casa y no estoy – dijo él mientras asomaba medio cuerpo por la puerta de su habitación.
- Guardaré tu secreto – le confirmó Martha
- No le digas nada de Beckett –pidió – cuando ambos volvamos de viaje se lo diré yo.
Martha asintió en silencio. Conocía a su nieta. Se preocuparía por su padre si llegaba a saber que Katherine le había rechazado y se había ido a otra ciudad y quizás renunciase a su viaje por estar junto a él.
Richard terminó de meter su escaso equipaje en la maleta y la cerró.
- Sigo pensando que llevas poco equipaje para seis semanas – le dijo Martha al verle dejar la maleta junto a la puerta.
- Compraré lo que necesite allí – le dijo divertido – ya sabes, tendré que ponerme al día con la moda.
Martha negó con la cabeza. Evidentemente, Richard estaba convencido de volver a ser el mujeriego que era antes y ese viaje también tendría esa finalidad, la de olvidar a Katherine acostándose con cualquier mujer que se le antojase.
- ¿A que hora sale tu avión? – preguntó Martha
- A las ocho de la mañana – contestó él.
- Espero que no coincidas con Alexis en el aeropuerto – advirtió Martha.
- Su avión sale una hora antes y la acompañaremos – contestó él.
- ¿Yo también? – preguntó Martha molesta por tener que madrugar.
- ¿Y que quieres que haga con la maleta? – dijo él – tendremos que dejarla en el coche y en cuanto ella salga volveré para cogerla y tú volverás aquí con el coche.
- Espero que todo salga bien – dijo Martha.
- Saldrá bien – contestó él – y ahora me marcho, he quedado en la editorial, pasaré a buscarte a las siete para ir a cenar con Alexis – dijo mientras cogía la maleta para llevarla hasta su coche.
Richard bajo hasta su portal, saludando al conserje para dirigirse al garaje donde guardaba su coche.
- ¿Se marcha de viaje señor Castle? – preguntó Henry - ¿necesita que le ayude con el equipaje?
- No gracias Henry, sólo es esta maleta – le contestó – me voy de viaje, pero guárdame el secreto con Alexis – le dijo guiñándole un ojo.
- No se preocupe – contestó divertido el joven.
- Henry – dijo parándose en la puerta - ¿cuidarás que mi madre no haga ninguna fiesta en casa?
- Señor… - contestó el joven algo impotente pues no era la primera vez que Martha organizaba fiestas en ausencia del escritor.
- Tú sólo llama a la policía y diles que hacen mucho ruido – le dijo mientras se acercaba al joven y le deslizaba un par de billetes en el bolsillo de su chaqueta – seguro que lo harán y nadie sabrá nunca que les llamaste tú.
- No se preocupe señor Castle – dijo Henry sonriendo.
Richard metió la maleta en su coche y tras pensarlo detenidamente se montó y lo sacó del garaje. Tomó la calle Bowery hasta llegar a la tercera avenida, y enfiló hacia la calle cuarenta y dos, para coger el túnel de Queens, conduciendo después por la vía rápida Queens Midtown, donde a punto estuvo de dar la vuelta hacia su casa, pensando que sería una mala idea, pero no pudo evitarlo, y finalmente cogió el desvío de la vía rápida de Brooklyn Queens hasta el aeropuerto de La Guardia.
Aparcó su coche, se colocó una gorra de beisbol negra y unas gafas oscuras y accedió a la terminal de salidas. Javi le había llamado un par de días antes, para intentar convencerle y que les acompañase a despedirse de ella. Pero él se negó. Javi no sabía que Beckett le había rechazado, simplemente pensaba que era una pelea de enamorados como cualquier otra. Sin darse cuenta, el detective había citado en la conversación el número de vuelo y Richard sólo tuvo que buscar en internet la hora de salida del mismo.
Ahora estaba allí y no tenía intención de hablar con Kate, estaba demasiado dolido como para poder hacerlo sin desmoronarse delante de ella y suplicarle para que lo intentasen de nuevo o al menos para pedirle que se tomasen un tiempo y no fuese un rotundo no. Sabía que si hablaba con ella acabaría por pedírselo. Y no iba a hacerlo. Tenía que ser fuerte, tenía que admitir el rechazo y luchar por su futuro. Tan sólo quería verla sonreír una vez más. Necesitaba abrazarla y besarla como si fuese a acabar el mundo, pero se conformaría con ver su sonrisa de lejos. Quizá incluso oír alguna carcajada, o la magia de su propio nombre en sus labios. Esto le iba a costar más de lo que creía. Estaba enamorado perdidamente de esa mujer y ella no le correspondía.
Richard caminó hasta los terminales de facturación, buscándola con la mirada. La vio a lo lejos, era inconfundible, destacaba del resto por su altura y delgadez, incluso parecía que en la última semana había adelgazado aún más. Se pegó a la pared contraria y fue acercándose para admirarla mejor. Ella iba vestida con unos pantalones vaqueros ajustados, sus altísimas botas de tacón y una cazadora de cuero negro. Estaba sola y revisaba su IPhone constantemente. Richard sacó su teléfono del bolsillo y tuvo la tentación de enviarle un Whatsapp, pero lo descartó de inmediato. No estaban juntos. Ella le había rechazado. Era estúpido al pensar que quizá ella estaba esperando una llamada suya, un mensaje, un saludo… Se había ilusionado tontamente. Ni siquiera le había dicho que la habían aceptado en aquel puesto, era cierto que él no la había dejado hablar, pero ella no había dado ninguna muestra de querer hacerlo. Se apoyó en la pared y siguió observándola. No podía imaginar como iba a ser a partir de ese momento su vida sin poder mirarla. Notó como una lágrima se deslizaba por su cara. No entendía como podía tener aún el suficiente líquido en el cuerpo como para poder seguir llorando.
Notaba la boca seca, el corazón acelerado, sus piernas flaquear y ese gran abismo que crecía y crecía dentro de su abdomen. Estaba roto. Totalmente roto. Y por mucho que intentase disimular y hacer creer a Martha que saldría de aquella, dentro de sus pensamientos sabía que había tocado fondo y si alguna vez llegaba a salir nada volvería a ser como antes. Beckett no era Kyra, ni Meredith, ni Gina… Katherine era ella, la única mujer por la que había estado dispuesto a cambiar de vida, a luchar y a morir por ella. Y había hecho las tres cosas, cambiar de vida, luchar por ella y casi morir a su lado. Sabía que jamás volvería a amar a nadie como a ella. Era la mujer de su vida y se estaba escapando. Y por mucho que le doliese, tenía que admitir que lo mejor que podía hacer era dejar que se fuese, que luchase por ser la mejor investigadora del planeta, que encontrase a un hombre al que de verdad consiguiese amar, que cumpliese con aquello que le había confesado al poco de conocerla “no estoy dispuesta a intentarlo varias veces, en el matrimonio prefiero una vez y listo”.
Richard sonrío tristemente para sí. Estaba claro que él no era su candidato para toda la vida. La vio llegar hasta el mostrador y entregar la documentación a una atractiva auxiliar que tras comprobar la misma etiquetó su equipaje y le dio un empujoncito para que éste desapareciese por la cinta de transporte. Vio como sonreía a la auxiliar. Su deseo se había cumplido. Sonreía.
Se encaminó hasta los arcos de seguridad y él tuvo que moverse para no perderla de vista. En cuanto pasase por ese control, ya no volvería a verla… quizás jamás. Se paró un instante dejando pasar al chico que iba tras ella. Se giró mirando a su alrededor. Richard se escondió lo justo tras una columna para no verse sorprendido y la vio suspirar. Ya no había vuelta atrás.
Mostró su tarjeta de embarque al personal de seguridad y comenzó a vaciar sus bolsillos en la bandeja de plástico que pasaría por rayos x. Se quitó la chaqueta de cuero dejándola en la bandeja y pasó por el arco de seguridad, poniendo sus pies en las marcas y extendiendo sus brazos sobre la cabeza mientras el escáner la revisaba. El operario de seguridad le hizo una señal y ella recuperó la bandeja con sus pertenencias.
Cada vez le costaba más observarla, un grupo de estudiantes llegaron a tropel hasta el arco de seguridad y tuvo que acercarse más para poder ver como se volvía a poner su chaqueta, metía sus pertenencias en sus bolsillos y miraba de nuevo su IPhone. De pronto levantó la mirada escudriñando la gran sala, como si buscase a alguien. Richard volvió a esconderse esta vez tras el grupo de adolescentes pero sin dejar de observarla. Creyó observar un atisbo de tristeza en su mirada justo unos instantes antes de darse la vuelta y desaparecer para siempre hacia las puertas de embarque.
Y él lloró. Volvió a llorar de nuevo como cada una de las noches de la última semana. Y el abismo de su abdomen seguía abriéndose con cada lágrima.
***
Ella cerraba la puerta del que había sido su apartamento y le entregaba la llave al casero, dándole las gracias por entender su rápida partida después de verificar que no quedaba nada de su propiedad en aquel sitio. Sus muebles y todo aquello que no podía de momento llevarse a Washington, habían sido trasladados a un guardamuebles con la intención de recuperarlo en cuanto estuviese instalada. Por el momento se alojaría en un hotel que la oficina federal le costearía durante su primer mes en la ciudad. Un mes, ese era el plazo para encontrar casa.
Arrastró su pesada maleta hasta el ascensor y miró su IPhone. Aún le quedaban seis horas para que saliese su vuelo.
Le dejó el equipaje al conserje, que la miró con tristeza, realmente era una inquilina agradable que jamás le había dado problemas. Esperaba que quien ocupase de nuevo aquel piso fuese como ella.
Se paró en la acera junto al portal y tomó aire. Olía a Nueva York, a su casa. Decidió pasear hasta Central Park, despedirse en silencio de sus rincones favoritos en la ciudad. La próxima vez que la viese sería por visita o quizá por trabajo. Adoraba su ciudad. El ruido lejano de las sirenas de policía, el silencioso murmullo de los transeúntes, el tráfico…
Se adentró en el gran parque por la Calle 59 con la Quinta Avenida. Bajó por las escaleras hasta acceder a la zona del estanque. Iría hasta el tiovivo donde de pequeña había subido tantas veces bajo la atenta mirada de sus padres. Se despediría de la estatua de Alicia en el país de las maravillas y del embarcadero donde apenas unos días antes Richard casi se cayó al agua cuando perdió el equilibrio al subir a una de las barcas y a ella le dio un ataque de risa. No quería pensar en él, pero irremediablemente le venía a la mente una y otra vez.
Paseó por los caminos, apenas cruzándose con algún visitante, casi todos turistas con sus cámaras en las manos, madres con sus hijos o neoyorkinos haciendo deporte. Era primavera en Nueva York, aunque una ligera brisa fresca le recordaba que esa ciudad, tenía más invierno que cualquier otra estación. Echaría en falta el húmedo frío de la ciudad, DC estaba más al sur y su clima era más seco. En su camino, decenas de gorriones se adelantaban a su paso, poniéndose frente a ella, esperando que les echase comida. Katherine sonrío. Iba a echar mucho de menos todo aquello. Rodeó el lago, observando las ardillas que tímidamente se acercaban hasta ella, mirándola con tristeza, como si supiesen que iba a tardar bastante en volver por allí. Se sentó un momento en un banco frente al puente del arco.
Y volvió a pensar en él. Richard había hecho decenas de fotos de ambos sobre ese puente, “el más romántico del parque” según le dijo.
Su IPhone comenzó a sonar y lo buscó en sus bolsillos.
- Hola Lanie – contestó.
- ¿Dónde estás? – preguntó la forense sin saludar.
- Paseando – dijo sin más ella.
- Javi va hacia tu casa para llevarte al aeropuerto – advirtió Lanie.
- ¡No! – dijo casi en un grito – Lanie os he dicho que no quiero que vengáis ninguno. Ya nos despedimos ayer. No soportaría volver a hacerlo.
- Pero chica ¿cómo vas a ir hasta el aeropuerto? – preguntó sumisa Lanie
- Tomaré un taxi – contestó ella – como cualquier otra persona Lanie.
- No me parece bien que tomes un taxi teniendo amigos – dijo Lanie negando con la cabeza a Javi que estaba a su lado.
- Lanie por favor, respetad mi decisión – suplicó – no me lo pongáis más difícil.
- ¿Castle…? – preguntó con miedo Lanie.
- No he vuelto a hablar con él – contestó ella con los ojos vidriosos.
- Kate, cariño, deberías llamarle – aconsejó la forense – no puedes marcharte así…
- No quiero hacerle más daño Lanie – confesó – ahora no puedo…
- Al menos ¿eso significa que quizá podáis arreglarlo? – preguntó esperanzada.
- No lo creo Lanie. No le contesté – dijo ella – no le dije nada… y eso fue peor que decirle que no.
- ¿Quieres que salga de aquí y vaya a llevarte yo al aeropuerto? – le dijo notando el tono de tristeza de su amiga.
- No Lanie, de verdad – aseguró – ni siquiera he dejado que vaya mi padre. Ahora no tengo fuerzas para despedirme de ninguno de vosotros. Pero sé que nos veremos pronto.
- Ya te he dicho que tienes mi casa cada vez que quieras darte una vuelta por aquí – aseguró.
- Lo sé Lanie – contestó con media sonrisa – supongo que al final tendrás que pedirme que no vuelva tan a menudo.
- Eso espero Kate – confesó la forense – si te olvidases de nosotros…
- Eso no va a pasar – contestó rápidamente ella – además, hay la misma distancia de Nueva York a Washington que de Washington a Nueva York.
- Si con eso quieres decir que tengo que ir yo a verte… - dijo la forense – recuerda que tengo sueldo de funcionaria y no puedo permitirme el lujo de viajar continuamente en avión.
- Sólo son cuatro horas en coche Lanie – le dijo ella riendo.
- Claro… por eso tú vas en avión – contestó con sorna – sabes que odio conducir.
- Lanie… tengo que colgar – dijo ella tras unos segundos de silencio – llama a Javi y que vuelva a comisaría o Gates le regañará.
- Lo haré – contestó Lanie con tristeza - ¿me llamarás cuando llegues a tu hotel?
- Me vas a llamar pesada porque pienso llamarte a todas horas – advirtió ella.
- Dejaré todo lo que esté haciendo – la animó ella – para contestarte.
- Lanie…
- Adiós Kate…
- Te llamaré… -dijo cortando la comunicación y limpiando una lágrima de su cara.
Elevó la cabeza mirando el tímido sol que se escondía a ratos detrás de las nubes. Aún estaba a tiempo de echarse atrás. Malditas despedidas.
Se levantó del banco y comenzó a andar para salir del parque. Saldría por la zona de Strawberry Fields, la dedicada a la memoria de John Lennon, donde una vez más, se paró junto al mosaico conmemorativo, regalo de la ciudad de Nápoles, en el que se leía “IMAGINE”, casi cubierto de flores y recuerdos que los fans aún dejaban allí. Divisó la salida del parque, tomaría el metro en la estación de la Calle 72 y cogería la línea B del metro hasta la estación de Rockefeller Center.
Accedió a la angosta estación y se sentó en uno de los estrechos asientos de madera pegados a la pared. Dejó pasar el primer convoy que paró en la estación, y que era de la línea C. Volvió a mirar su IPhone y al descubrir que en aquella estación tenía cobertura, envió un WhatsApp a Lanie dándole las gracias por preocuparse por ella.
Subió al siguiente convoy y se dejó caer sobre uno de los asientos. No era habitual que ella viajase en metro. Su, hasta entonces trabajo, le obligaba a tener su coche oficial preparado y cerca. Le había dado mucha pena tener que dejarlo en el aparcamiento oficial frente a la doce. Quizá en su nuevo trabajo se vería obligada a comprar un coche. En DC no tenían los problemas de aparcamiento que tenían en Manhattan. Irremediablemente de nuevo, volvieron a su mente situaciones vividas con Richard durante los últimos meses, y sonrío al recordar cómo, en un frenazo del convoy mientras ambos se dirigían al cine, a ella se le cayó al suelo su vaso de café, poniendo perdidos los caros zapatos del escritor, que le recordó que él no había elegido ir en metro, pero que aprovechó la situación para abrazarla contra él por si volvía a repetirse.
Caminó hasta la pequeña pista de patinaje de hielo. En esta ocasión no pudo evitar que una lágrima rodase por su cara recordando las últimas navidades en las que patinó allí junto a su madre y ambas resbalaron por el congelado suelo sin parar de reír intentando levantarse. Se sentó en un banco del pequeño jardín frente a la pista. Ese lugar y el cementerio de Green Wood en Brooklyn, donde estaba enterrada Johana Beckett, eran los sitios donde ella solía buscar la paz y los recuerdos de su madre. El día anterior había pasado la mañana en Green Wood, llorando en silencio frente a la lápida que le recordaba en latín que “la verdad lo vencía todo”. Verdad que ella no supo respetar y que ahora le llevaba a un viaje sin retorno sin el único hombre que le había demostrado en más de una ocasión que estaría a su lado “siempre”.
Sacó de nuevo su IPhone, tenía que marcharse ya. Caminó hasta la Quinta Avenida, esperando que su último día le deparase la suerte de poder encontrar un taxi libre lo más rápido posible. Y la ciudad la contestó enviándole un Ford Escape Híbrido que paraba junto a ella y del que salía a toda prisa un joven trajeado cartera en mano.
Pidió al taxista que le esperase mientras recogía su equipaje, que el conserje no la dejó llevar, y depositó el mismo en el maletero del coche. Se despidió del amable conserje y pidió al taxista que se dirigiese al aeropuerto de La Guardia, pasando primero por la Quinta Avenida con la Calle veintidós, necesitaba volver a ver el edificio Flatiron antes de marcharse.
Tras contemplar desde el coche el edificio, atravesó Manhattan con dirección a Queens intentando retener en su retina la mayor cantidad posible de imágenes.
- ¿Se marcha por mucho tiempo señorita? – preguntó el taxista tras observar por el retrovisor la tristeza de sus ojos.
- Para siempre – confesó ella sin poder evitar que las lágrimas apareciesen en sus ojos resbalando por sus mejillas.
- No se preocupe señorita – le dijo el taxista entregándole una caja de pañuelos de papel – todas las despedidas traen irremediablemente un nuevo saludo.
- Gracias – le dijo ella cogiendo la caja y limpiándose los ojos – seguro que sí.
El taxista le entregó su maleta con una gran sonrisa y ella accedió a la terminal del aeropuerto. Buscó el mostrador de su vuelo y se posicionó tras el último viajero, sacando de su pequeña mochila de viaje el billete y la documentación que tendría que entregar a la rubia auxiliar que no parecía tener mucha prisa, dada la decena de personas que tenía aún por delante.
Pensó en las palabras que Lanie le había dicho un par de horas antes y buscó su IPhone en el bolsillo, revisándolo y buscando el número del escritor. En el último instante no se atrevió a marcar. No podía hacerlo. El sólo hecho de pensar en volver a oír su voz le había abierto de nuevo la brecha en su estómago. Esa que apenas había dejado que probase bocado en los últimos días.
Luchó contra ella misma varias veces, sacando constantemente su IPhone para llamarle, y volviendo a guardarlo al comprender que él no merecía que le diese falsas esperanzas, aunque en el fondo, lo que más deseaba en ese momento era perderse entre sus brazos con la promesa de volver a verse en unos días.
Por fin llegó hasta el mostrador, la joven muchacha se excusó por la tardanza indicándola que el sistema no funcionaba correctamente y tras comprobar su documentación y pegar la etiqueta en la maleta, le devolvió de nuevo la documentación excusándose de nuevo por la tardanza, arrancando una leve sonrisa de su cara.
Se encaminó hasta el arco de seguridad, sintiéndose observada. Se paró en seco y miró a su alrededor en la gran sala. Esperaba que a Lanie no se le hubiese ocurrido venir en el último momento, aunque secretamente buscaba la presencia de Richard. No reconoció a nadie y tras suspirar para intentar coger fuerzas con el aire que entraba en sus pulmones, entregó su documentación al personal de seguridad. Cogió una bandeja de plástico en la que vació sus bolsillos y depositó su cazadora. El personal de seguridad la indicó que era su turno en el escáner y tras colocar sus pies en las marcas y cruzar sus manos en la nuca, traspasó la zona de seguridad recuperando sus objetos personales.
Se puso la chaqueta y volvió a revisar su IPhone. ¿Sabría él que se marchaba? Seguro que no. De haberlo sabido sin duda habría ido a decirle adiós. De nuevo sintió esa sensación extraña de sentirse vigilada y volvió a mirar hacia la sala, pero un grupo de jóvenes estudiantes se agolpaban junto al arco y no la dejaban ver mucho más allá.
Si su escritor hubiese aparecido por allí, sin duda ella se habría arrepentido y habría dado marcha atrás. Pero no era el caso. Con tristeza, se dio media vuelta y se encaminó a las puertas de embarque con los ojos llenos de lágrimas.
***
Javi volvió a marcar de nuevo el número de Richard sin obtener respuesta.
- No lo coge tío – le dijo a Kevin.
- Yo tampoco tendría ganas de hablar – contestó el detective.
- Creo que me pasé con él cuando le llamé para que nos acompañase al aeropuerto – confesó el hispano – pero no tenía ni idea que ella le había rechazado – se excusó.
- ¿Y si llamamos a Martha? – preguntó el rubio – no quiero pensar que pueda estar por ahí emborrachándose o haciendo alguna tontería.
- Si no contesta en un par de horas – dijo mirando su reloj – llamaré a Alexis si hace falta.
Ambos detectives volvieron a su trabajo. Javi miró la mesa de la que había sido su compañera. Aún estaba la silla de Richard a su lado. Y no sería él quién se atreviese a llevársela. Que lo hiciese otro. Negó con la cabeza preguntándose como podían haber acabado así sus dos amigos.
El pitido de su móvil le sacó de sus pensamientos. Era un WhatsApp del escritor, indicándole que estaba cenando con su madre y con Alexis y no podía coger el teléfono.
El moreno le contestó excusándose por molestarle y preguntándole si podrían verse al día siguiente.
La cara de Javi cambió por completo al recibir la contestación del escritor.
- ¡Kevin! – le dijo a su compañero – Richard dice que se marcha mañana dos meses al Caribe, dice que tiene que poner sus ideas en claro y que nos desea buen verano, aunque no cree que vuelva a trabajar con nosotros.
- Tío… las cosas se ponen feas – contestó Kevin y el moreno asintió en silencio.
Un nuevo pitido alertó a Javi que revisó el mensaje.
- Me pide que no le cuente a Lanie ni a Beckett que estará fuera – leyó el detective.
- Seré mudo – dijo Kevin.
- Supongo que merece que le guardemos el secreto – aseguró Javi contestándole que lo haría así – esto no me gusta nada tío. Ya nada volverá a ser igual – dijo apenado.
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G R A C I A S por leer hasta aqui.
Gracias Natalia, no sé que haría sin tus correcciones.
Intentaré que todos los capítulos estén diferenciados en tres o cuatro partes, la primera común, una pequeña introducción, después la parte de Richard, luego la de Katherine y finalmente (cuando la haya) una parte de uno o varios de los personajes secundarios, a los que no quiero ni dejar atrás ni olvidar.
Hasta el lunes!!!
Dedicado por encima de todo a aquell@s que me leéis, sin vosotros, no hay razón para escribir.
Dedicado a quienes me animáis a seguir haciéndolo: Alba, Sil y Estrella.
Dedicado a vosotr@s, los que os escondéis tras duras corazas forjadas a base de decepciones y dolor. Puede que os proteja pero os estáis olvidando de algo: de vivir.
Y ahora la parte más emotiva para mí, dedicado a mi tía, que jamás leerá nada aquí, ni se imagina que escribo, y quizá cuando acabe de hacerlo, ni siquiera este ya entre nosotros. Dedicado a tí tía, esperando que tu partida esté cargada de paz y ausencia de dolor.
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CAPITULO 1. DECISIONES Y DECEPCIONES.
Ella le miró con incredulidad y pánico. En ningún momento se imaginó que él iba a pedirle que se casaran. Llegó hasta allí con la única intención de decirle que se marcharía a DC y dejaría toda su vida para luchar por una oportunidad que sin esperarla le habían ofrecido y no podía dejar escapar.
Conforme iban pasando los segundos, él empezó a intuir que la respuesta no iba a ser la que él estaba esperando, y su inicial cara de seriedad fue tornándose en tristeza. Unos días antes había estado a punto de morir junto a ella. En ese momento comprendió que tan sólo había perdido cinco años de su vida afectiva luchando por ella.
Kate abrió la boca, volviéndola a cerrar sin poder decir nada.
Él la vio tragar saliva. Y se levantó sacudiendo con su mano izquierda la rodilla que instantes antes tuvo en tierra y guardando en su bolsillo el anillo que le había ofrecido.
- Lo comprendo Kate – le dijo apenado sosteniendo su mirada.
- Castle… yo… - atinó a decir finalmente ella.
- Por favor – cortó él – no digas nada. Será mejor que no me digas nada – dijo inclinándose sobre ella y dándole un beso sobre la frente – perdóname.
- Castle no es por ti – contestó rápidamente Kate – es…
- Lo sé – se adelantó él – es tu vida, siempre ha sido tu vida. Espero que al menos siga ocupando un lugar como amigo en ella – dijo mientras comenzaba a dar pasos hacia atrás – te llamaré para saber qué tal en tu nuevo trabajo – dijo girándose y comenzando a alejarse de allí mirando el suelo.
Ella le miró mientras se alejaba, sin poder evitar que una lágrima se deslizase por su mejilla. Se sentía como si estuviese en una lavadora que comenzaba a centrifugar. Notaba una sensación de abismo dentro de su estómago, como si se rompiese por dentro.
Él levantó la cabeza cuando vio como la primera lágrima le caía en su zapato. Las imágenes del parque empezaron a emborronarse tras la cortina húmeda que se formaba en su retina. Aceleró el paso intentando salir de allí cuanto antes, aunque no sabía muy bien hacia dónde iba, pues había dejado la puerta por la que había entrado tras de sí y no pensaba volver a aquellos columpios.
Acababa de volver a romperse y esta vez tenía la sensación que jamás volvería a recuperarse. Se sentía traicionado. Siempre había confiado en la sinceridad de ella, ahora se replanteaba si todos aquellos besos habían sido verdad. Sonrió sacudiendo la cabeza cuando recordó cómo ella le había dicho “Rick… te quiero” parada sobre aquella plataforma.
Katherine se inclinó hacia delante, balanceando ligeramente su cuerpo en el columpio. No tenía claro si salir corriendo detrás de él, al que aún veía alejarse, o volver a comisaría para hablar con los que habían sido hasta entonces sus compañeros. Suspiró sin saber qué camino debía tomar. La voz de Gates resonó en su mente “habría matado por una oportunidad así cuando tenía tu edad”. Sonrío al recordar las palabras de su padre “tu madre estaría orgullosa, demonios, yo estoy orgulloso”. La imagen de Montgomery sonriéndola apareció de repente y como un resorte se levantó del columpio andando hacía su coche. Hablaría con los chicos, con Gates, recogería sus cosas y se tomaría unos días antes de marcharse a la que sería su nueva ciudad.
Richard salió del parque y paró un taxi dispuesto a llegar cuanto antes a su casa. Se iría de viaje. Aún tenía miedo por Alexis y sin que ella se enterase, iría a San José, la capital de Costa Rica para estar lo más cerca de ella por si le ocurría algo. Le diría únicamente a Martha que iba a tomarse unas vacaciones en el caribe antes del lanzamiento de su nueva novela. Sería creíble. Haría eso. Sí. Lo había decidido. Se limpió los ojos y sonrió.
UNA SEMANA DESPUÉS…
***
Martha le miraba en silencio mientras él iba dejando sobre su cama la ropa que iba a meter en la pequeña maleta.
- Richard…
- Madre – cortó él – no puedo estancarme. Tomaré el sol, descansaré y quizá incluso me divierta con alguna mujer o con varias – dijo seriamente mientras Martha negaba con la cabeza – cuando vuelva estaré preparado para el lanzamiento del nuevo libro y para retomar mi vida donde la dejé hace cinco años.
- Cariño, escúchame...
- ¿Quién sabe? – se preguntó casi para sí mismo – quizá encuentre allí la fuente de inspiración para mi siguiente libro, que evidentemente no será ninguno de la saga Heat. Es el lugar ideal para imaginar historias de contrabandistas, redes de prostitución, terratenientes mafiosos…
- No quiero que sufras hijo – se atrevió a decir por fin Martha.
- Eso es imposible madre – dijo acercándose a ella con los brazos abiertos para abrazarla – porque ya lo estoy haciendo y no puedo hacer nada más para remediarlo.
- ¿No crees que deberíais volver a hablar antes de que Katherine se vaya a Washington?- preguntó Martha.
- ¿Para que? – dijo mientras la mecía entre sus brazos – fue suficiente con ver su cara y no tener respuesta. No me ama como yo a ella. Puede que yo le haya gustado, pero ya lo dijo una vez “con eso no basta” y no puedo perseguirla el resto de su vida, ni sería justo para ella, ni para mí.
- Está bien hijo – contestó Martha separándose para mirarle – no me gusta que vayas solo. No estaré tranquila.
- Prométeme que no me llamarás cada día madre – le dijo con media sonrisa.
- No puedo prometerte eso – contestó ella haciendo un gesto con su mano en el aire – eres mi único hijo, el amor de mi vida y me preocupas.
- Tranquila madre – le dijo mientras guardaba parte de la ropa en la maleta – al menos en estos últimos años aprendí a cuidarme, no me meteré en líos, lo prometo.
- Créeme muchacho – dijo Martha – que te puedas meter en líos no es lo que me preocupa en este momento.
Él la miró con media sonrisa. Si había alguien que le quería de verdad e incondicionalmente hiciese lo que hiciese, era Martha. Ella era la única que sabía hasta que punto tenía roto el corazón.
Pese a que no pudo cuidar de él durante gran parte de su infancia, el simple hecho de no renunciar a él cuando supo que estaba embarazada, había sido suficiente para demostrarle todo su amor, y esa fue su enseñanza, gracias a Martha él había luchado por Alexis.
- Richard – dijo Martha saliendo de la habitación.
- ¿Madre? – contestó él.
- No le diré a Alexis que estarás en Costa Rica – le dijo caminando hacía la cocina – o seguro que se sentirá vigilada.
- ¿Cómo sabes….? – preguntó casi riendo.
- Soy tu madre – contestó ella desde la sala – y a mí también me tranquiliza que estés cerca de Alexis después de todo lo que pasó.
- Entonces cuento con tu ayuda si llama a casa y no estoy – dijo él mientras asomaba medio cuerpo por la puerta de su habitación.
- Guardaré tu secreto – le confirmó Martha
- No le digas nada de Beckett –pidió – cuando ambos volvamos de viaje se lo diré yo.
Martha asintió en silencio. Conocía a su nieta. Se preocuparía por su padre si llegaba a saber que Katherine le había rechazado y se había ido a otra ciudad y quizás renunciase a su viaje por estar junto a él.
Richard terminó de meter su escaso equipaje en la maleta y la cerró.
- Sigo pensando que llevas poco equipaje para seis semanas – le dijo Martha al verle dejar la maleta junto a la puerta.
- Compraré lo que necesite allí – le dijo divertido – ya sabes, tendré que ponerme al día con la moda.
Martha negó con la cabeza. Evidentemente, Richard estaba convencido de volver a ser el mujeriego que era antes y ese viaje también tendría esa finalidad, la de olvidar a Katherine acostándose con cualquier mujer que se le antojase.
- ¿A que hora sale tu avión? – preguntó Martha
- A las ocho de la mañana – contestó él.
- Espero que no coincidas con Alexis en el aeropuerto – advirtió Martha.
- Su avión sale una hora antes y la acompañaremos – contestó él.
- ¿Yo también? – preguntó Martha molesta por tener que madrugar.
- ¿Y que quieres que haga con la maleta? – dijo él – tendremos que dejarla en el coche y en cuanto ella salga volveré para cogerla y tú volverás aquí con el coche.
- Espero que todo salga bien – dijo Martha.
- Saldrá bien – contestó él – y ahora me marcho, he quedado en la editorial, pasaré a buscarte a las siete para ir a cenar con Alexis – dijo mientras cogía la maleta para llevarla hasta su coche.
Richard bajo hasta su portal, saludando al conserje para dirigirse al garaje donde guardaba su coche.
- ¿Se marcha de viaje señor Castle? – preguntó Henry - ¿necesita que le ayude con el equipaje?
- No gracias Henry, sólo es esta maleta – le contestó – me voy de viaje, pero guárdame el secreto con Alexis – le dijo guiñándole un ojo.
- No se preocupe – contestó divertido el joven.
- Henry – dijo parándose en la puerta - ¿cuidarás que mi madre no haga ninguna fiesta en casa?
- Señor… - contestó el joven algo impotente pues no era la primera vez que Martha organizaba fiestas en ausencia del escritor.
- Tú sólo llama a la policía y diles que hacen mucho ruido – le dijo mientras se acercaba al joven y le deslizaba un par de billetes en el bolsillo de su chaqueta – seguro que lo harán y nadie sabrá nunca que les llamaste tú.
- No se preocupe señor Castle – dijo Henry sonriendo.
Richard metió la maleta en su coche y tras pensarlo detenidamente se montó y lo sacó del garaje. Tomó la calle Bowery hasta llegar a la tercera avenida, y enfiló hacia la calle cuarenta y dos, para coger el túnel de Queens, conduciendo después por la vía rápida Queens Midtown, donde a punto estuvo de dar la vuelta hacia su casa, pensando que sería una mala idea, pero no pudo evitarlo, y finalmente cogió el desvío de la vía rápida de Brooklyn Queens hasta el aeropuerto de La Guardia.
Aparcó su coche, se colocó una gorra de beisbol negra y unas gafas oscuras y accedió a la terminal de salidas. Javi le había llamado un par de días antes, para intentar convencerle y que les acompañase a despedirse de ella. Pero él se negó. Javi no sabía que Beckett le había rechazado, simplemente pensaba que era una pelea de enamorados como cualquier otra. Sin darse cuenta, el detective había citado en la conversación el número de vuelo y Richard sólo tuvo que buscar en internet la hora de salida del mismo.
Ahora estaba allí y no tenía intención de hablar con Kate, estaba demasiado dolido como para poder hacerlo sin desmoronarse delante de ella y suplicarle para que lo intentasen de nuevo o al menos para pedirle que se tomasen un tiempo y no fuese un rotundo no. Sabía que si hablaba con ella acabaría por pedírselo. Y no iba a hacerlo. Tenía que ser fuerte, tenía que admitir el rechazo y luchar por su futuro. Tan sólo quería verla sonreír una vez más. Necesitaba abrazarla y besarla como si fuese a acabar el mundo, pero se conformaría con ver su sonrisa de lejos. Quizá incluso oír alguna carcajada, o la magia de su propio nombre en sus labios. Esto le iba a costar más de lo que creía. Estaba enamorado perdidamente de esa mujer y ella no le correspondía.
Richard caminó hasta los terminales de facturación, buscándola con la mirada. La vio a lo lejos, era inconfundible, destacaba del resto por su altura y delgadez, incluso parecía que en la última semana había adelgazado aún más. Se pegó a la pared contraria y fue acercándose para admirarla mejor. Ella iba vestida con unos pantalones vaqueros ajustados, sus altísimas botas de tacón y una cazadora de cuero negro. Estaba sola y revisaba su IPhone constantemente. Richard sacó su teléfono del bolsillo y tuvo la tentación de enviarle un Whatsapp, pero lo descartó de inmediato. No estaban juntos. Ella le había rechazado. Era estúpido al pensar que quizá ella estaba esperando una llamada suya, un mensaje, un saludo… Se había ilusionado tontamente. Ni siquiera le había dicho que la habían aceptado en aquel puesto, era cierto que él no la había dejado hablar, pero ella no había dado ninguna muestra de querer hacerlo. Se apoyó en la pared y siguió observándola. No podía imaginar como iba a ser a partir de ese momento su vida sin poder mirarla. Notó como una lágrima se deslizaba por su cara. No entendía como podía tener aún el suficiente líquido en el cuerpo como para poder seguir llorando.
Notaba la boca seca, el corazón acelerado, sus piernas flaquear y ese gran abismo que crecía y crecía dentro de su abdomen. Estaba roto. Totalmente roto. Y por mucho que intentase disimular y hacer creer a Martha que saldría de aquella, dentro de sus pensamientos sabía que había tocado fondo y si alguna vez llegaba a salir nada volvería a ser como antes. Beckett no era Kyra, ni Meredith, ni Gina… Katherine era ella, la única mujer por la que había estado dispuesto a cambiar de vida, a luchar y a morir por ella. Y había hecho las tres cosas, cambiar de vida, luchar por ella y casi morir a su lado. Sabía que jamás volvería a amar a nadie como a ella. Era la mujer de su vida y se estaba escapando. Y por mucho que le doliese, tenía que admitir que lo mejor que podía hacer era dejar que se fuese, que luchase por ser la mejor investigadora del planeta, que encontrase a un hombre al que de verdad consiguiese amar, que cumpliese con aquello que le había confesado al poco de conocerla “no estoy dispuesta a intentarlo varias veces, en el matrimonio prefiero una vez y listo”.
Richard sonrío tristemente para sí. Estaba claro que él no era su candidato para toda la vida. La vio llegar hasta el mostrador y entregar la documentación a una atractiva auxiliar que tras comprobar la misma etiquetó su equipaje y le dio un empujoncito para que éste desapareciese por la cinta de transporte. Vio como sonreía a la auxiliar. Su deseo se había cumplido. Sonreía.
Se encaminó hasta los arcos de seguridad y él tuvo que moverse para no perderla de vista. En cuanto pasase por ese control, ya no volvería a verla… quizás jamás. Se paró un instante dejando pasar al chico que iba tras ella. Se giró mirando a su alrededor. Richard se escondió lo justo tras una columna para no verse sorprendido y la vio suspirar. Ya no había vuelta atrás.
Mostró su tarjeta de embarque al personal de seguridad y comenzó a vaciar sus bolsillos en la bandeja de plástico que pasaría por rayos x. Se quitó la chaqueta de cuero dejándola en la bandeja y pasó por el arco de seguridad, poniendo sus pies en las marcas y extendiendo sus brazos sobre la cabeza mientras el escáner la revisaba. El operario de seguridad le hizo una señal y ella recuperó la bandeja con sus pertenencias.
Cada vez le costaba más observarla, un grupo de estudiantes llegaron a tropel hasta el arco de seguridad y tuvo que acercarse más para poder ver como se volvía a poner su chaqueta, metía sus pertenencias en sus bolsillos y miraba de nuevo su IPhone. De pronto levantó la mirada escudriñando la gran sala, como si buscase a alguien. Richard volvió a esconderse esta vez tras el grupo de adolescentes pero sin dejar de observarla. Creyó observar un atisbo de tristeza en su mirada justo unos instantes antes de darse la vuelta y desaparecer para siempre hacia las puertas de embarque.
Y él lloró. Volvió a llorar de nuevo como cada una de las noches de la última semana. Y el abismo de su abdomen seguía abriéndose con cada lágrima.
***
Ella cerraba la puerta del que había sido su apartamento y le entregaba la llave al casero, dándole las gracias por entender su rápida partida después de verificar que no quedaba nada de su propiedad en aquel sitio. Sus muebles y todo aquello que no podía de momento llevarse a Washington, habían sido trasladados a un guardamuebles con la intención de recuperarlo en cuanto estuviese instalada. Por el momento se alojaría en un hotel que la oficina federal le costearía durante su primer mes en la ciudad. Un mes, ese era el plazo para encontrar casa.
Arrastró su pesada maleta hasta el ascensor y miró su IPhone. Aún le quedaban seis horas para que saliese su vuelo.
Le dejó el equipaje al conserje, que la miró con tristeza, realmente era una inquilina agradable que jamás le había dado problemas. Esperaba que quien ocupase de nuevo aquel piso fuese como ella.
Se paró en la acera junto al portal y tomó aire. Olía a Nueva York, a su casa. Decidió pasear hasta Central Park, despedirse en silencio de sus rincones favoritos en la ciudad. La próxima vez que la viese sería por visita o quizá por trabajo. Adoraba su ciudad. El ruido lejano de las sirenas de policía, el silencioso murmullo de los transeúntes, el tráfico…
Se adentró en el gran parque por la Calle 59 con la Quinta Avenida. Bajó por las escaleras hasta acceder a la zona del estanque. Iría hasta el tiovivo donde de pequeña había subido tantas veces bajo la atenta mirada de sus padres. Se despediría de la estatua de Alicia en el país de las maravillas y del embarcadero donde apenas unos días antes Richard casi se cayó al agua cuando perdió el equilibrio al subir a una de las barcas y a ella le dio un ataque de risa. No quería pensar en él, pero irremediablemente le venía a la mente una y otra vez.
Paseó por los caminos, apenas cruzándose con algún visitante, casi todos turistas con sus cámaras en las manos, madres con sus hijos o neoyorkinos haciendo deporte. Era primavera en Nueva York, aunque una ligera brisa fresca le recordaba que esa ciudad, tenía más invierno que cualquier otra estación. Echaría en falta el húmedo frío de la ciudad, DC estaba más al sur y su clima era más seco. En su camino, decenas de gorriones se adelantaban a su paso, poniéndose frente a ella, esperando que les echase comida. Katherine sonrío. Iba a echar mucho de menos todo aquello. Rodeó el lago, observando las ardillas que tímidamente se acercaban hasta ella, mirándola con tristeza, como si supiesen que iba a tardar bastante en volver por allí. Se sentó un momento en un banco frente al puente del arco.
Y volvió a pensar en él. Richard había hecho decenas de fotos de ambos sobre ese puente, “el más romántico del parque” según le dijo.
Su IPhone comenzó a sonar y lo buscó en sus bolsillos.
- Hola Lanie – contestó.
- ¿Dónde estás? – preguntó la forense sin saludar.
- Paseando – dijo sin más ella.
- Javi va hacia tu casa para llevarte al aeropuerto – advirtió Lanie.
- ¡No! – dijo casi en un grito – Lanie os he dicho que no quiero que vengáis ninguno. Ya nos despedimos ayer. No soportaría volver a hacerlo.
- Pero chica ¿cómo vas a ir hasta el aeropuerto? – preguntó sumisa Lanie
- Tomaré un taxi – contestó ella – como cualquier otra persona Lanie.
- No me parece bien que tomes un taxi teniendo amigos – dijo Lanie negando con la cabeza a Javi que estaba a su lado.
- Lanie por favor, respetad mi decisión – suplicó – no me lo pongáis más difícil.
- ¿Castle…? – preguntó con miedo Lanie.
- No he vuelto a hablar con él – contestó ella con los ojos vidriosos.
- Kate, cariño, deberías llamarle – aconsejó la forense – no puedes marcharte así…
- No quiero hacerle más daño Lanie – confesó – ahora no puedo…
- Al menos ¿eso significa que quizá podáis arreglarlo? – preguntó esperanzada.
- No lo creo Lanie. No le contesté – dijo ella – no le dije nada… y eso fue peor que decirle que no.
- ¿Quieres que salga de aquí y vaya a llevarte yo al aeropuerto? – le dijo notando el tono de tristeza de su amiga.
- No Lanie, de verdad – aseguró – ni siquiera he dejado que vaya mi padre. Ahora no tengo fuerzas para despedirme de ninguno de vosotros. Pero sé que nos veremos pronto.
- Ya te he dicho que tienes mi casa cada vez que quieras darte una vuelta por aquí – aseguró.
- Lo sé Lanie – contestó con media sonrisa – supongo que al final tendrás que pedirme que no vuelva tan a menudo.
- Eso espero Kate – confesó la forense – si te olvidases de nosotros…
- Eso no va a pasar – contestó rápidamente ella – además, hay la misma distancia de Nueva York a Washington que de Washington a Nueva York.
- Si con eso quieres decir que tengo que ir yo a verte… - dijo la forense – recuerda que tengo sueldo de funcionaria y no puedo permitirme el lujo de viajar continuamente en avión.
- Sólo son cuatro horas en coche Lanie – le dijo ella riendo.
- Claro… por eso tú vas en avión – contestó con sorna – sabes que odio conducir.
- Lanie… tengo que colgar – dijo ella tras unos segundos de silencio – llama a Javi y que vuelva a comisaría o Gates le regañará.
- Lo haré – contestó Lanie con tristeza - ¿me llamarás cuando llegues a tu hotel?
- Me vas a llamar pesada porque pienso llamarte a todas horas – advirtió ella.
- Dejaré todo lo que esté haciendo – la animó ella – para contestarte.
- Lanie…
- Adiós Kate…
- Te llamaré… -dijo cortando la comunicación y limpiando una lágrima de su cara.
Elevó la cabeza mirando el tímido sol que se escondía a ratos detrás de las nubes. Aún estaba a tiempo de echarse atrás. Malditas despedidas.
Se levantó del banco y comenzó a andar para salir del parque. Saldría por la zona de Strawberry Fields, la dedicada a la memoria de John Lennon, donde una vez más, se paró junto al mosaico conmemorativo, regalo de la ciudad de Nápoles, en el que se leía “IMAGINE”, casi cubierto de flores y recuerdos que los fans aún dejaban allí. Divisó la salida del parque, tomaría el metro en la estación de la Calle 72 y cogería la línea B del metro hasta la estación de Rockefeller Center.
Accedió a la angosta estación y se sentó en uno de los estrechos asientos de madera pegados a la pared. Dejó pasar el primer convoy que paró en la estación, y que era de la línea C. Volvió a mirar su IPhone y al descubrir que en aquella estación tenía cobertura, envió un WhatsApp a Lanie dándole las gracias por preocuparse por ella.
Subió al siguiente convoy y se dejó caer sobre uno de los asientos. No era habitual que ella viajase en metro. Su, hasta entonces trabajo, le obligaba a tener su coche oficial preparado y cerca. Le había dado mucha pena tener que dejarlo en el aparcamiento oficial frente a la doce. Quizá en su nuevo trabajo se vería obligada a comprar un coche. En DC no tenían los problemas de aparcamiento que tenían en Manhattan. Irremediablemente de nuevo, volvieron a su mente situaciones vividas con Richard durante los últimos meses, y sonrío al recordar cómo, en un frenazo del convoy mientras ambos se dirigían al cine, a ella se le cayó al suelo su vaso de café, poniendo perdidos los caros zapatos del escritor, que le recordó que él no había elegido ir en metro, pero que aprovechó la situación para abrazarla contra él por si volvía a repetirse.
Caminó hasta la pequeña pista de patinaje de hielo. En esta ocasión no pudo evitar que una lágrima rodase por su cara recordando las últimas navidades en las que patinó allí junto a su madre y ambas resbalaron por el congelado suelo sin parar de reír intentando levantarse. Se sentó en un banco del pequeño jardín frente a la pista. Ese lugar y el cementerio de Green Wood en Brooklyn, donde estaba enterrada Johana Beckett, eran los sitios donde ella solía buscar la paz y los recuerdos de su madre. El día anterior había pasado la mañana en Green Wood, llorando en silencio frente a la lápida que le recordaba en latín que “la verdad lo vencía todo”. Verdad que ella no supo respetar y que ahora le llevaba a un viaje sin retorno sin el único hombre que le había demostrado en más de una ocasión que estaría a su lado “siempre”.
Sacó de nuevo su IPhone, tenía que marcharse ya. Caminó hasta la Quinta Avenida, esperando que su último día le deparase la suerte de poder encontrar un taxi libre lo más rápido posible. Y la ciudad la contestó enviándole un Ford Escape Híbrido que paraba junto a ella y del que salía a toda prisa un joven trajeado cartera en mano.
Pidió al taxista que le esperase mientras recogía su equipaje, que el conserje no la dejó llevar, y depositó el mismo en el maletero del coche. Se despidió del amable conserje y pidió al taxista que se dirigiese al aeropuerto de La Guardia, pasando primero por la Quinta Avenida con la Calle veintidós, necesitaba volver a ver el edificio Flatiron antes de marcharse.
Tras contemplar desde el coche el edificio, atravesó Manhattan con dirección a Queens intentando retener en su retina la mayor cantidad posible de imágenes.
- ¿Se marcha por mucho tiempo señorita? – preguntó el taxista tras observar por el retrovisor la tristeza de sus ojos.
- Para siempre – confesó ella sin poder evitar que las lágrimas apareciesen en sus ojos resbalando por sus mejillas.
- No se preocupe señorita – le dijo el taxista entregándole una caja de pañuelos de papel – todas las despedidas traen irremediablemente un nuevo saludo.
- Gracias – le dijo ella cogiendo la caja y limpiándose los ojos – seguro que sí.
El taxista le entregó su maleta con una gran sonrisa y ella accedió a la terminal del aeropuerto. Buscó el mostrador de su vuelo y se posicionó tras el último viajero, sacando de su pequeña mochila de viaje el billete y la documentación que tendría que entregar a la rubia auxiliar que no parecía tener mucha prisa, dada la decena de personas que tenía aún por delante.
Pensó en las palabras que Lanie le había dicho un par de horas antes y buscó su IPhone en el bolsillo, revisándolo y buscando el número del escritor. En el último instante no se atrevió a marcar. No podía hacerlo. El sólo hecho de pensar en volver a oír su voz le había abierto de nuevo la brecha en su estómago. Esa que apenas había dejado que probase bocado en los últimos días.
Luchó contra ella misma varias veces, sacando constantemente su IPhone para llamarle, y volviendo a guardarlo al comprender que él no merecía que le diese falsas esperanzas, aunque en el fondo, lo que más deseaba en ese momento era perderse entre sus brazos con la promesa de volver a verse en unos días.
Por fin llegó hasta el mostrador, la joven muchacha se excusó por la tardanza indicándola que el sistema no funcionaba correctamente y tras comprobar su documentación y pegar la etiqueta en la maleta, le devolvió de nuevo la documentación excusándose de nuevo por la tardanza, arrancando una leve sonrisa de su cara.
Se encaminó hasta el arco de seguridad, sintiéndose observada. Se paró en seco y miró a su alrededor en la gran sala. Esperaba que a Lanie no se le hubiese ocurrido venir en el último momento, aunque secretamente buscaba la presencia de Richard. No reconoció a nadie y tras suspirar para intentar coger fuerzas con el aire que entraba en sus pulmones, entregó su documentación al personal de seguridad. Cogió una bandeja de plástico en la que vació sus bolsillos y depositó su cazadora. El personal de seguridad la indicó que era su turno en el escáner y tras colocar sus pies en las marcas y cruzar sus manos en la nuca, traspasó la zona de seguridad recuperando sus objetos personales.
Se puso la chaqueta y volvió a revisar su IPhone. ¿Sabría él que se marchaba? Seguro que no. De haberlo sabido sin duda habría ido a decirle adiós. De nuevo sintió esa sensación extraña de sentirse vigilada y volvió a mirar hacia la sala, pero un grupo de jóvenes estudiantes se agolpaban junto al arco y no la dejaban ver mucho más allá.
Si su escritor hubiese aparecido por allí, sin duda ella se habría arrepentido y habría dado marcha atrás. Pero no era el caso. Con tristeza, se dio media vuelta y se encaminó a las puertas de embarque con los ojos llenos de lágrimas.
***
Javi volvió a marcar de nuevo el número de Richard sin obtener respuesta.
- No lo coge tío – le dijo a Kevin.
- Yo tampoco tendría ganas de hablar – contestó el detective.
- Creo que me pasé con él cuando le llamé para que nos acompañase al aeropuerto – confesó el hispano – pero no tenía ni idea que ella le había rechazado – se excusó.
- ¿Y si llamamos a Martha? – preguntó el rubio – no quiero pensar que pueda estar por ahí emborrachándose o haciendo alguna tontería.
- Si no contesta en un par de horas – dijo mirando su reloj – llamaré a Alexis si hace falta.
Ambos detectives volvieron a su trabajo. Javi miró la mesa de la que había sido su compañera. Aún estaba la silla de Richard a su lado. Y no sería él quién se atreviese a llevársela. Que lo hiciese otro. Negó con la cabeza preguntándose como podían haber acabado así sus dos amigos.
El pitido de su móvil le sacó de sus pensamientos. Era un WhatsApp del escritor, indicándole que estaba cenando con su madre y con Alexis y no podía coger el teléfono.
El moreno le contestó excusándose por molestarle y preguntándole si podrían verse al día siguiente.
La cara de Javi cambió por completo al recibir la contestación del escritor.
- ¡Kevin! – le dijo a su compañero – Richard dice que se marcha mañana dos meses al Caribe, dice que tiene que poner sus ideas en claro y que nos desea buen verano, aunque no cree que vuelva a trabajar con nosotros.
- Tío… las cosas se ponen feas – contestó Kevin y el moreno asintió en silencio.
Un nuevo pitido alertó a Javi que revisó el mensaje.
- Me pide que no le cuente a Lanie ni a Beckett que estará fuera – leyó el detective.
- Seré mudo – dijo Kevin.
- Supongo que merece que le guardemos el secreto – aseguró Javi contestándole que lo haría así – esto no me gusta nada tío. Ya nada volverá a ser igual – dijo apenado.
************************************************
G R A C I A S por leer hasta aqui.
Gracias Natalia, no sé que haría sin tus correcciones.
Intentaré que todos los capítulos estén diferenciados en tres o cuatro partes, la primera común, una pequeña introducción, después la parte de Richard, luego la de Katherine y finalmente (cuando la haya) una parte de uno o varios de los personajes secundarios, a los que no quiero ni dejar atrás ni olvidar.
Hasta el lunes!!!
Anver- Policia de homicidios
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Localización : Madrid
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Que decir que no haya dicho ya.
Me encanta como comienza esta historia.
Ya estoy deseando que llegue el dia 27 para poder leer.
Gracias por la parte que me toca de dedicatoria.
me encanta la historia, te lo he dicho?
jajajaja
Me encanta como comienza esta historia.
Ya estoy deseando que llegue el dia 27 para poder leer.
Gracias por la parte que me toca de dedicatoria.
me encanta la historia, te lo he dicho?
jajajaja
meln- As del póker
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Fecha de inscripción : 20/10/2012
Edad : 51
Localización : madrid
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
diosss aqui tambien necesito otro clinex jejeje
uuuh ultimamente me vuelvo muy sensible... debe ser el tiempo jajaja
me encanta la idea que habeis tenido y bueno esperando impaciente la continuación... otra fan mass aqui esperando impaciente jejej sigueeee prontooo plisss que ya quiero saber que pasara!!! ¡nos vemos!
besotesss
uuuh ultimamente me vuelvo muy sensible... debe ser el tiempo jajaja
me encanta la idea que habeis tenido y bueno esperando impaciente la continuación... otra fan mass aqui esperando impaciente jejej sigueeee prontooo plisss que ya quiero saber que pasara!!! ¡nos vemos!
besotesss
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Chica me has hecho llorar,espero que no sea tan dolorosa la sexta temporada.Espero el lunes con animos,ahora le hecho un vistazo al fic de tu amiga.
Invitado- Invitado
castle&beckett..cris- Escritor - Policia
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Edad : 33
Localización : Menorca..I LOVE NEW YORK..NYPD..RICK CASTLE & KATE BECKETT
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Joo como Estrella los separó pensé que los mantendrías juntos....Buen comienzo, triste, pero bueno.
Zeny_Mackenzie- Moderador
- Mensajes : 1226
Fecha de inscripción : 07/06/2011
Edad : 41
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Wowww!!! esta genial. que ganas de que llegue el proximo luneees!!!
alcalde100- Ayudante de policia
- Mensajes : 128
Fecha de inscripción : 18/03/2013
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Entre las dos os habéis propuesto hacerme llorar ? Será que ando algo sensible y vosotras hacéis historias que llegan de verdad.
Ha esta hora debería estar a punto de irme a la cama, y sin embargo estoy aquí, mo he podido evitar entrar después de leer tu historia.
Gracias por la dedicatoria y gracias por compartir esta idea, es preciosa. Aunque estas semanas no me veas por aquí, estaré leyendo en la sombra y disfrutando de esta maravilla.
Besos!
Ha esta hora debería estar a punto de irme a la cama, y sin embargo estoy aquí, mo he podido evitar entrar después de leer tu historia.
Gracias por la dedicatoria y gracias por compartir esta idea, es preciosa. Aunque estas semanas no me veas por aquí, estaré leyendo en la sombra y disfrutando de esta maravilla.
Besos!
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
, hay que penita me ha dado también este, al final también se ha ido sola y en este sin siquiera contestar a la petición, y yo que pensaba que tú los dejarias juntos!! Espero que no estén mucho tiempo separados.
A la espera del lunes para el siguiente capi.
A la espera del lunes para el siguiente capi.
Yaye- Escritor - Policia
- Mensajes : 1751
Fecha de inscripción : 05/06/2012
Localización : Huelva
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
me gusta este fic, lo empezaste bien ...aunque ya sufrimos desde el principio jajaja
Espero q lo continues
Espero q lo continues
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Que decir, que no hayan dicho ya; maravilloso, los lunes vuelven a tener sentido
choleck- Escritor - Policia
- Mensajes : 1967
Fecha de inscripción : 07/06/2012
Localización : en la parra
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
esta genial felicidades un abrazoo muy fuerte a seguir trabajando besos
nany25- Actor en Broadway
- Mensajes : 167
Fecha de inscripción : 16/03/2013
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
esto es genial su pequeño gran reto es de lo mejor y las mayores beneficiadas somos las lectoras asi k muchas gracia spor entretenernos por todo este paro de verano para ustedes, invierno para mi.
espero con ancias poder leerlas denuevo el lunes por lo menos asi vuelve a tener gracias que sea lunes
espero con ancias poder leerlas denuevo el lunes por lo menos asi vuelve a tener gracias que sea lunes
cururi- As del póker
- Mensajes : 447
Fecha de inscripción : 15/03/2013
Edad : 36
Localización : World Citizen
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Increíble comienzo, aunque un poco triste
Ahora volveré a tener ganas de que llegen los lunes
Ahora volveré a tener ganas de que llegen los lunes
forever23- As del póker
- Mensajes : 382
Fecha de inscripción : 09/09/2012
Edad : 32
Localización : Bilbao
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Tu tambien los separas entre tu y Estrella me voy a deprimir, y no voy a poder pensar `positivamente con respecto a la sexta temporada.
Me encanta continua que esto se pone interesante.
Me encanta continua que esto se pone interesante.
_Caskett_- Escritor - Policia
- Mensajes : 2936
Fecha de inscripción : 22/01/2013
Localización : en un mundo feliz
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Esperando el proximo lunes!!!!
colombianita- Ayudante de policia
- Mensajes : 78
Fecha de inscripción : 03/05/2013
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Leer tus historias alimentan mi alma. Gracias por compartir todo lo que escribís, siempre decís que no soy objetiva, explícame como puedo serlo después de leer algo así?
Gracias por la dedicatoria, pero sobre todo por ser mi amiga y estar siempre. Espero poder estarlo para ti también.
Gracias!!!!!!!!!!!!!!! No puedo esperar al lunes
Gracias por la dedicatoria, pero sobre todo por ser mi amiga y estar siempre. Espero poder estarlo para ti también.
Gracias!!!!!!!!!!!!!!! No puedo esperar al lunes
silvanalino- Escritor - Policia
- Mensajes : 2439
Fecha de inscripción : 01/12/2010
Edad : 51
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Ana, no puedo decirte otra cosa que enhorabuena por este proyecto que tenéis Estrella y tú.
Me has tocado una espinita de esa "coraza" como has mencionado en la dedicatoria... y me has hecho llorar con amargura por recuerdos. Pero la verdad que es que es gratificante que una lectura pueda hacerte sentir lo que me has hecho sentir.
Enhorabuena de nuevo, y esperando mañana el siguiente.
Me has tocado una espinita de esa "coraza" como has mencionado en la dedicatoria... y me has hecho llorar con amargura por recuerdos. Pero la verdad que es que es gratificante que una lectura pueda hacerte sentir lo que me has hecho sentir.
Enhorabuena de nuevo, y esperando mañana el siguiente.
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Gracias a todos por vuestros comentarios.
Y por supuesto, gracias simplemente por leer. Recuerda que es tuyo y que sin tu lectura no seguiría.
Lo prometido es deuda y aquí van algo más de cinco mil palabras... (Estrella no te saltes las reglas, dijimos al menos cinco mil)
Este capítulo va dedicado a tod@s los que estáis de exámenes y aún así pasáis por aquí a leer. ¡Ánimo!
************
CAPITULO 2. UN NUEVO DESTINO.
Martha se despidió de su hijo con un gran abrazo. Apenas unos minutos antes se había despedido de su nieta, y dos días antes había llorado mientras despedía a Katherine junto a Jim, Lanie, Javi, Kevin, Jenny y algunos de los chicos de la doce, en la pequeña fiesta que entre todos le habían preparado en la cafetería cercana a la comisaría donde solían almorzar. El gran ausente ese día fue Richard. Hasta Gates había acudido y había obsequiado a Katherine con una pequeña placa conmemorativa de agradecimiento por todos los años de servicio prestados.
Martha pensó en la etapa de la vida que estaba viviendo ¿sería ya la etapa de las despedidas? Odiaba pensarlo, siempre lo había evitado, pero irremediablemente y según pasaban los años, se iba acercando al destino final de todo ser vivo.
Sonrió dándose cuenta de todos los días que la vida le había regalado. No estaba preparada para tanta tristeza, ni mucho menos para despedidas, y no iba a pensar en ello ahora.
Se colocó el pelo y entró en el coche, echando una última mirada a su hijo que se alejaba arrastrando su equipaje con paso ligero hasta la terminal de salidas número cuatro.
Esperaba que Katherine reconsiderase su decisión y su hijo consiguiese pasar el resto de su vida junto a ella. Martha sabía de sobra que él jamás había sentido tanto amor por alguien como lo hacía por la joven y verle con el corazón totalmente destrozado y huyendo por no poder afrontar el no tenerla estaba matándola como madre. Y en el fondo sabía que la detective pasaba por el mismo trance que su hijo. Ambos eran idiotas.
Pensó en Alexander, o Richard, o como realmente se llamase el padre de su hijo, y en aquel día, cuarenta y dos años atrás, cuando descubrió la nota de despedida que le había dejado en la almohada. Tal vez hoy no estaría con él, tal vez sí. Pero él no dejó que ella lo descubriese por sí misma, la abandonó antes con excusas absurdas que hasta unos meses atrás no había llegado a comprender y gracias a que fue su propio hijo quien tuvo que contarle la verdadera historia de su padre.
Y ahora recordaba su historia al pensar en la de ellos, abandonar el amor por un trabajo era lo que le parecía que estaba haciendo Katherine. Sólo esperaba que cuando ella se diese cuenta de sus sentimientos reales, no fuese demasiado tarde para ambos, conocía a su hijo y cómo podía llevar a cabo una decisión hasta el final, sin importarle el daño que podía hacerse a sí mismo y a quién le rodease.
Marcó un número en su móvil y traspasó la llamada al manos libres del coche. Tras dos o tres tonos una voz contestó.
- Hola Martha – dijo Jim - ¿Qué tal estas?
- Hola Jim. Sólo te llamaba para saber si Katherine llegó bien a DC – dijo ella apenada.
- Sí – contestó él – llamó anoche desde su hotel. Martha yo…
- Lo sé Jim – cortó Martha – yo también lo lamento.
- Katie nunca había llegado tan lejos con nadie – dijo él – tal vez se equivoque.
- Yo estoy segura que es un tremendo error – aseguró Martha – Richard jamás ha sentido por nadie lo que siente por Katherine.
- ¿Qué tal está él? – se interesó Jim.
- Destrozado – afirmó – tanto que se ha marchado a un viaje absurdo seis semanas.
- Lo lamento – dijo Jim casi en un susurro – estaba mucho más tranquilo sabiendo que tenía a alguien preocupándose por ella y cuidándola. Era agradable ver a mi hija reír y olvidarse de ir a Green Wood todas las semanas. Yo sé que le quiere Martha – añadió.
- Lo sé Jim – dijo ella – Richard tenía que habérselo pedido mucho antes, pero tuvo miedo de asustarla. Le preocupaba volver a fracasar antes incluso de casarse. Y al final ha sido así.
- Comprendo… además ella siempre ha sido poco expresiva con sus sentimientos– aseguró el hombre – supongo que eso también tendrá que ver.
- Bueno Jim – dijo Martha para finalizar la conversación – gracias por atenderme.
- Puedes llamarme siempre que quieras – aseguró – incluso podemos ir a tomar un café y lamentarnos juntos.
- Estaría encantada – dijo ella sonriendo y recordando las diferencias que tuvieron en su primera cena como suegros.
- Pues llámame cuando tengas un rato – le dijo él – y no jueguen los Yankees, claro – le dijo con sorna provocando una pequeña carcajada de Martha.
- Jim, una última cosa – pidió.
- Tú dirás – animó él.
- No le digas a Katherine que Richard se ha ido – confesó – me hizo prometer que no se lo diría.
- No te preocupes Martha – dijo él – lo que menos me apetece ahora es hacer que Katie se sienta aún peor por haberle dejado. Algún día se dará cuenta ella sola.
- Es una gran oportunidad, no podía hacer otra cosa – confesó Martha fríamente.
- Bueno – dijo él – seguro que Richard la habría seguido a cualquier lugar donde decidiese ir.
- De eso puedes estar seguro – confirmó Martha – te llamaré Jim. Gracias de nuevo.
Martha pulsó el botón de finalización de la comunicación y se abstrajo en el denso tráfico y su camino de vuelta.
- ¡Creo en ellos, que demonios! – dijo en voz alta decidiendo que no iba a permanecer quieta, y que tiraría de los chicos de la doce para hacer todo lo posible y juntarles de nuevo.
***
Richard llegó al aeropuerto internacional de San José siete horas después de dejar a Martha en Nueva York. Tras esperar su turno y enseñar su documentación al personal de aduanas del aeropuerto, salió arrastrando su maleta y buscando en las pantallas informativas si el vuelo de Alexis había llegado correctamente. Sonrío al pensar que su pequeña gran mujer no se imaginaba que estaba siguiendo sus pasos y eso le hacía sentirse emocionado. Era como cuando jugaban al láser tag, escondiéndose de ella sin perderla de vista.
Una voz masculina le sacó de sus pensamientos.
- ¿Necesita transporte señor? – le dijo en inglés un joven rubio con la piel dorada por el sol.
- Sí – le contestó de inmediato Richard con una sonrisa a la que el joven correspondió enseguida.
- ¿Me deja llevar su maleta, señor? – le preguntó tendiéndole la mano para que se la entregase.
Richard siguió al joven hasta la salida y este le guío hasta una pequeña rotonda donde tenía aparcado prácticamente encima de la acera, un todo terreno Mitsubishi Montero cuya portezuela trasera abrió e introdujo la maleta de su nuevo cliente.
- ¿Dónde quiere que le lleve señor? – preguntó el joven abriendo una de las puertas de atrás para que Richard subiese.
- Prefiero ir delante – le dijo Richard – si no te importa.
- En absoluto – le dijo el joven mientras cerraba la puerta y le abría la del acompañante.
- Vamos a… - dijo Richard sacando de su bolsillo un papel y leyéndolo – Hotel Presidente ¿sabes dónde está? – preguntó
- Claro señor – aseguró el joven con una sonrisa – buena elección.
- Estupendo – contestó Richard - ¿Cómo te llamas?
- Leo – contestó el joven – Leonardo Coppi. Mis abuelos son italianos –aclaró.
- Entiendo – dijo Richard tendiéndole la mano – Rick, Richard Castle, los míos son estadounidenses – dijo seguro de sí mismo.
El joven estrechó su mano y puso en marcha el coche, saliendo de la zona aeroportuaria en dirección a la ciudad.
- ¿De dónde es? – preguntó tras unos minutos de silencio entre ambos.
- De Nueva York – contestó Richard.
- ¿Qué le trae por Costa Rica? ¿Turismo? – preguntó curioso Leo.
- Si te digo la verdad, persigo a una mujer – contestó – la quiero demasiado como para dejarla sola.
- ¡Vaya! – exclamó Leo – la fama la tenemos los mediterráneos…
- Desde el primer momento que la vi supe que no podría vivir sin ella – le confesó Richard – he pasado tantos buenos momentos a su lado… - hizo una pausa – aunque a veces hemos regañado me quiere incondicionalmente – aseguró – y ahora resulta que lleva casi un año queriendo vivir su vida dejándome de lado…
- Eso no está bien – dijo Leo negando con la cabeza.
- Así que decidí viajar detrás de ella sin que lo sepa – continuó Richard – simplemente para estar seguro que todo va bien y que si me necesita a su lado, estaré lo antes posible.
- Tiene que merecer mucho la pena para recorrer tantos kilómetros sin que ella sepa que está aquí… - dijo el joven pensativo.
- ¡Oh! – exclamó Richard – ya lo creo que lo merece. Es muy inteligente, responsable, guapa, sincera y sabe que con un abrazo consigue de mí todo lo que quiere…
Richard miró al joven con media sonrisa. Comprobó que éste se había quedado pensativo. Supuso que pensaría que estaba loco persiguiendo a una mujer que le alejaba de su lado viajando tan lejos. Torció el gesto en una media sonrisa, si Leo supiese que el verdadero amor de su vida le había abandonado por un trabajo a cuatrocientos escasos kilómetros…
- Supongo que te extrañará que la persiga ¿verdad? – preguntó Richard al fin.
- ¿Sinceramente? – preguntó Leo – Sí, me resulta extraño, pero veo tantas cosas extrañas en esta vida que no me sorprende que lo haga.
- Lo entenderás algún día Leo – aseguró Richard – cuando seas padre – le dijo suspirando. Esa mujer que me trae de cabeza es mi hija de diecinueve años – aclaró comprobando la cara de sorpresa de Leo – ha venido en viaje de estudios a no sé qué zona de la selva… y me preocupa –añadió.
- Amor de padre – le dijo riendo – ahora lo entiendo. ¿Su mujer le ha enviado?
- La madre de Alexis y yo estamos divorciados desde hace siglos – aclaró bufando – a ella no le preocupa en absoluto.
- Y ¿en qué parte de la selva está su hija? – preguntó el joven.
- En un sitio llamado Palo… Palo algo – dijo Richard intentando hacer memoria.
- Palo Verde – terminó Leo.
- Si, eso me suena – dijo Richard.
- Tienen un programa internacional de estudios – dijo Leo – conozco bien el lugar, llevo a muchos clientes.
- ¿Está muy lejos de aquí? – preguntó Richard
- Tres horas en coche – aseguró el joven.
- ¿Así que me llevarías? – preguntó Richard.
- Le llevaré a recorrer toda Costa Rica si usted quiere – le dijo sonriendo.
- Eso no estaría mal ya que estoy aquí – dijo Richard pensando que podría sacar todo tipo de ideas de ese viaje.
Veinte minutos después Richard se acercaba a la recepción del Hotel Presidente arrastrando su pequeña maleta y memorizando en su IPhone el teléfono de Leo. Se quedaría un par de días en la capital y pensaría seriamente la propuesta del joven para hacerle de guía personal en el país. Mientras esperaba su turno en la recepción, ojeó los folletos que le había dado Leo y que le mostraban las maravillas de aquel país: selvas, volcanes, paradisiacas playas…
El recepcionista, un estirado cincuentón de piel tostada, se dirigió a él en español. Richard le indicó que no hablaba español y el hombre le pidió en que esperase un momento mientras realizaba una llamada. Instantes después una joven sonriente le miraba mientras accedía al puesto de recepción.
- Buenos días – le dijo en un perfecto inglés cuyo acento no identificó.
- Buenos días, tengo una reserva – le dijo mientras le entregaba su pasaporte y una tarjeta de crédito.
- Muy bien señor – contestó la chica – permítame que compruebe sus datos.
La joven, a la que Richard escrutó detenidamente mientras tecleaba rápidamente en el ordenador, no parecía nativa del país. Era casi tan alta como él, rozaría la treintena, tenía unos profundos ojos verdes y un pelo largo, liso y casi albino, su tez era excepcionalmente blanca y sobre su nariz se escondía alguna que otra peca a medio disimular por su maquillaje. Sus ojos fueron hasta la chapa identificativa de la joven: Lena. Intentó adivinar su procedencia, pero desconocía el origen de ese nombre.
Lena le devolvió su documentación con una larga sonrisa.
- ¿Puede firmar aquí por favor?
- Claro – le dijo Richard dedicándole una de sus mejores sonrisas ladeadas.
La joven le entregó la llave magnética de la habitación y él, sin abandonar su mirada, rozó intencionadamente los dedos de la joven al cogerla, observando su reacción y sonriendo para sí. Estaba claro que no había perdido sus habilidades como seductor. Lena le mostró en un tríptico los detalles del hotel, los servicios de spa, el casino, el gimnasio y los dos restaurantes de los que disponía.
- Si necesita cualquier cosa, no dude en preguntar por mí – le dijo la chica – mi nombre es Lena y estaré encantada de poder ayudarle.
- Gracias Lena – contestó él poniendo su mejor sonrisa de eterno conquistador – te buscaré.
Richard se dejó caer boca arriba en la amplia cama en cuanto entró en la suite. Se quedó pensativo mirando el techo de la habitación. ¿Qué estaría haciendo ella en ese mismo instante? Miró su reloj, eran las cinco de la tarde, en Washington serían las siete. Quizá con un poco de suerte había terminado su primer día de trabajo.
Se levantó de la cama y se acercó al amplio ventanal, que le ofrecía unas excepcionales vistas de la ciudad. Intentó localizar sin éxito el modesto hotel donde Alexis pasaría aquella noche acompañada del resto de su grupo. Sabía que había elegido la misma zona de la ciudad y que podría encontrarse con ella si salía, pero a la vez, lo había hecho justo para poder comprobar que a su pelirroja favorita le iba bien, por eso decidió que tomaría una ducha y saldría a cenar por los alrededores y para acercarse lo suficiente al hotel de Alexis e intentar verla.
Mientras bajaba en el ascensor, pensó que era el momento de pedir a Lena que le recomendase algún restaurante y se colocó el flequillo mientras revisaba su imagen en el gran espejo del fondo.
Cuando las puertas se abrieron, observó como la joven atendía a una pareja de turistas, sin duda centroeuropeos por sus rasgos y corpulencia, bastante quemados por el sol y que seguían con interés las indicaciones que ella les daba. Se acercó despacio y pudo distinguir lo que le pareció era una conversación en alemán.
- ¿En que puedo ayudarle señor Castle? – le preguntó Lena con una gran sonrisa después de despedir a la pareja de alemanes.
- ¿Me podrías recomendar algún restaurante para cenar algo? – le preguntó.
Tras diez minutos de explicaciones por parte de Lena y de flirteo por parte de él, salió del hotel en dirección a la cercana Avenida Uno, donde se encontraba el hotel “La Cuesta” donde se alojaba su hija. Miró varias cruces que Lena le había dibujado en el básico mapa y decidió que cenaría en cualquier sitio desde el que pudiese vigilar la entrada del hotel, de todas formas, no había prestado atención de las recomendaciones gastronómicas de la joven, estaba más pendiente de trasmitirle su interés por ella que por la comida.
Minutos después tomaba asiento en una mesa junto a la ventana de una pequeña cafetería frente al hotel de Alexis. Pidió una cerveza y un tamal, y cuando estaba degustando, el que a su parecer, era uno de los mejores cafés que había probado, divisó la anaranjada cabeza de su hija entre un grupo de jóvenes que se acercaban al hotel.
La vio reír junto al resto, mientras que uno de los muchachos les relataba algo gesticulando en exceso. Se pararon junto a la puerta del hotel unos minutos, desapareciendo por la puerta tras lo que suponía era una despedida para descansar y prepararse para el siguiente día.
Terminó su café, pagó lo que le indicaba en una nota el camarero al que no entendía, y salió del local en dirección a su propio hotel.
Poco a poco iba anocheciendo y una suave y templada brisa lo envolvía todo. Volvió a pensar en ella. Suspiró. Lo que daría por dormir a su lado aquella noche.
****
Ella revisó por última vez la imagen que le devolvía el espejo. Pensó que sin duda acabaría aburriéndose de chaquetas negras y abotonadas camisas blancas. Sujetó con una horquilla un pequeño mechón rebelde que se había escapado de su recogido pelo. Chasqueó la lengua y salió del baño tomando su maletín. Al menos vivir en un hotel le permitiría no tener que preocuparse por limpiar ni arreglar nada.
Salió de la habitación mirando el reloj de su padre. Había quedado en media hora con Peter, un abogado amigo de su padre al que recordaba de cuando era niña, que vivía en la cercana Baltimore y que la acompañaría y asesoraría antes de firmar el contrato de su nuevo trabajo.
Se preguntó en silencio qué tipo de cláusulas contendría aquel documento cuando el propio subdirector Freedman le había recomendado que acudiese acompañada de un abogado. Esperaba que en ninguna de ellas se especificase que debía trabajar las veinticuatro horas del día, siete días a la semana, aunque por otro lado, en ese momento quizá era lo único que necesitaba. Olvidarse del mundo centrándose en su nuevo trabajo.
- ¿Katie? – le preguntó el hombre al ver como ella se acercaba.
- Peter – contestó sonriendo – no has cambiado nada sigues como te recordaba.
- No mientas a un anciano – la reprendió – esto ya no es lo que era – le dijo señalando su gran calvicie y su prominente barriga – en cambio tú… mírate… estás preciosa.
- Supongo que esto – le dijo señalándole la barriga- se debe a que la vida no te ha tratado tan mal - le dijo ella correspondiendo al abrazo que el hombre le daba.
- ¿Sabes? – dijo alejándose para mirarla mejor – te pareces mucho a tú madre, eres el vivo retrato de Johanna – le dijo con un punto de tristeza.
- Bueno, eso es lo que me dicen, aunque yo no estoy tan segura – contestó con amargura ella.
- Créeme – dijo Peter sonriendo queriendo quitarle hierro – mejor que te parezcas a tu madre que al sinvergüenza de Jim. Dime ¿Cómo le va a tu padre? – preguntó.
- Ya sabes, en su mundo de trabajo – contestó ella.
- ¿Qué ha pasado con el equipo de beisbol que entrenaba? –se interesó él.
- Sigue con esos niños, se divierte pero no ganan ni un partido –le dijo riendo.
- Bien Katie – dijo – vayamos a ver cómo es ese contrato – dijo haciendo un gesto con la mano para que ella accediese al edificio del FBI.
- Gracias por venir Peter – le dijo ella pasando por la puerta giratoria.
- No debes darlas – respondió él – cuento con tu padre y él conmigo.
- Aun así venir desde Baltimore… - contestó ella mientras se acercaba al mostrador de recepción entregando su documentación al agente de seguridad que les hizo un gesto con la cabeza a modo de escueto saludo.
- Bah, es menos de una hora en coche – contestó él entregando también su documentación al agente.
Les entregaron identificaciones que tuvieron que colocar visibles pinzadas sobre su ropa, junto a un impreso donde figuraba la planta, el despacho y un pequeño plano de cómo llegar hasta el despacho donde en cinco minutos tenían la cita.
Cuatro minutos después y mientras ambos esperaban sentados en un extremo de una gran mesa de madera de color oscuro, hizo su entrada el subdirector Freedman acompañado de una mujer afroamericana de mediana edad a la que les presentó como Elisabeth Jackson, del departamento de recursos humanos.
La mujer comenzó a dar una pequeña explicación de la confidencialidad a la que debía someterse aquella reunión por ambas partes. Les tendió a ambos una copia del contrato, indicándoles que podían hacer cualquier anotación sobre el mismo. Les indicó que la reunión estaba siendo grabada por las cámaras de seguridad y que cualquier intento por copiar o hacer alguna fotografía del mismo con sus móviles sería motivo para cancelar la reunión y que el puesto no le fuese asignado. Se les garantizó que la grabación era únicamente de su imagen.
El subdirector Freedman por su parte, advirtió a Katherine que si no estaba completamente segura de lo que iba a firmar, entendería que rechazase el puesto de trabajo.
Tras varios minutos, Freedman y Jackson les dejaron solos para que leyesen y aclarasen los puntos entre ellos, prometiendo volver una hora después. Les indicó que tenían a su disposición la máquina de café que descansaba sobre una mesa en un rincón de la sala.
- Me estoy empezando a asustar – dijo ella a Peter en cuanto ambos agentes salieron de la sala.
- No creo que sea para tanto – le dijo Peter ojeando el contrato con rapidez - ¿sabías que no podrás abandonar este trabajo hasta que pasen dos años? – le preguntó consciente de que había dejado toda su vida en Nueva York y por lo que había hablado con Jim, tenía una relación sentimental un poco en el aire.
- No – dijo Katherine buscando esa parte.
- Aquí – le dijo él mostrándole un párrafo - ¿tienes algún problema con eso?
- No – dijo ella después de dudar unos segundos – supongo que si he llegado hasta aquí es para quedarme.
- Bien – dijo él – si te parece, lee tu copia y yo iré leyendo la mía. Cualquier duda que tengas, para y la aclaramos.
Ella asintió y comenzó a leer con tranquilidad. Tal y como le había dicho Peter, debía mantenerse en aquel puesto durante dos años, sin poder abandonarlo excepto por motivos médicos o excepcionales que pudiesen justificarlo. Por un momento pensó en Richard. Si en algún momento pensaba arrepentirse, con esto no había vuelta atrás. Tragó silenciosamente saliva y siguió leyendo.
Los tres primeros meses de trabajo estaría acompañada por otros agentes de su mismo nivel, observando y aprendiendo para después pasar a hacerlo con otros agentes de rango inferior que la ayudarían en sus casos.
Por fin entendió cúal era el motivo por el que los agentes federales no hacían comentario alguno sobre ningún caso cuando en ocasiones se habían cruzado y habían trabajado juntos. Las cláusulas sobre la confidencialidad especificaban que podían encarcelarles de por vida si se destapaban secretos que afectasen a la seguridad nacional. Richard había comentado ese tipo de situaciones en alguna ocasión fantaseando sobre espionaje y seguridad nacional, y ella siempre le había dicho que exageraba.
Aparte de tener que mantener silencio sobre los datos de cualquier persona investigada, tenía que hacerlo también sobre los medios utilizados para ello, software, intervención telefónica, grabaciones, datos biológicos… esto último le pareció tan de ciencia ficción que no pudo remediar sonreír al pensar que tipo de frase utilizaría Richard si estuviese leyendo esa cláusula.
Le sorprendió gratamente la cifra que figuraba en el apartado correspondiente a su salario. Casi triplicaba su sueldo como detective en Nueva York. Dietas, gastos, traslados, tiempos de descanso… todo le parecía correcto.
Los horarios de trabajo en otro momento podrían haberle molestado, pero ahora, le parecieron una delicia. Dedicación plena durante las veinticuatro horas hasta la resolución o cierre de un caso. Aunque eso podría volverse en su contra si no encontraba una solución más o menos rápida y necesitaba tiempo libre, pero en ese momento justo lo que necesitaba para olvidar a Richard era mantenerse ocupada al cien por cien.
Viajar cuando y donde fuese indispensable por el medio más rápido, acudir a los juicios que fuesen necesarios incluso aunque ya no prestase servicio como agente, siempre y cuando fuese requerida para ello y en cualquier ciudad del país.
Normas sobre vestimenta, normas sobre relaciones íntimas con otros agentes con los que trabajase, normas sobre trato con los superiores, normas sobre el trato con otros cuerpos de seguridad del país…
Peter y ella revisaban en silencio el contrato. Ella se levantó y sirvió café para ambos.
- ¿Todo claro? – preguntó Peter.
- Es abrumador – contestó ella.
- Bueno, puede parecer que si firmas ahí – le dijo señalando la línea de puntos – pierdes la libertad de ser tu misma. La cuestión Katie es… ¿Quieres de verdad este trabajo?
Ella le sostuvo la mirada durante eternos segundos. Por su mente pasaron mil situaciones con sus amigos, con su padre, con sus compañeros de trabajo y por supuesto con Richard.
- Sí Peter… quiero este trabajo – le dijo por fin – no me malinterpretes, ser detective de homicidios en Nueva York ha sido mejor de lo que pensé cuando entré en la academia, era mi objetivo y lo cumplí. Pero esto… – continuó – estar aquí en este puesto, me permitirá dar solución a casos que como policía no me ha estado permitido. Y eso es un reto que no puedo dejar pasar.
- Bien… - contestó Peter tras mirarla por unos segundos – yo tengo un par de objeciones.
- Adelante – le dijo ella.
- No entiendo la cláusula que no te permite dejar este puesto en dos años – le dijo.
- Peter eso…
- Déjame acabar – cortó él y ella viajó hasta el momento en el que Richard la cortó de la misma forma para pedir que se casase con él – has vivido desde que naciste en Nueva York, tienes allí tus amigos, tu familia, el que hasta ahora era tu trabajo ¿Dos años obligada a no poder renunciar a este puesto? ¿Qué ocurrirá si este puesto no cubre las expectativas que te has planteado? Deberíamos rebatir esto – le dijo sinceramente.
- Vale… haz una anotación – le pidió ella - ¿Cuál es la otra objeción?
- Tendrás que someterte a revisiones médicas y psicológicas, al comienzo del trabajo y cada seis meses y a requerimiento de tus superiores cuando lo consideren y con los profesionales asignados para ello – le dijo.
- Bueno, entiendo que tenga que ser así – le dijo ella pensativa no entendiendo el problema.
- No veo que por aquí ponga por ningún sitio que esa información es absolutamente confidencial y no podrá ser revelada – le dijo – ¿quieres que tu información médica y psicológica pueda ser revisada por cualquiera?
- ¡No! – dijo ella pensando en sus largas jornadas de trabajo con el doctor Burke – claro que no.
- Pues deberíamos rebatir este punto - informó Peter.
- Bien… ¿algo más?
- La parte del salario supongo que ya la habías hablado en la entrevista – dijo – no hay mucho que hacer al respecto y las dietas y gastos cumplen las normativas.
- No lo había hablado – confesó ella – me interesaba más el puesto que el salario y me ha parecido correcto.
A la hora convenida Freedman y Jackson volvieron al despacho. Peter les comentó sus observaciones y ambos agentes se miraron entre sí.
- Podemos rebajar de dos a un año, pero la renuncia prematura a este puesto no está contemplada en nuestras normas – dijo la mujer – la verdadera comprensión de los nuevos agentes a su puesto de trabajo se produce tras un período largo de trabajo, la elección y formación de cada agente conlleva un gran esfuerzo y trámites por parte de la agencia, no podemos permitirnos que abandonen antes de comprender bien sus objetivos.
Peter miró a Katherine que le asintió levemente.
- Bien, modifiquen y que sea un año – dijo él - ¿Qué ocurre con los informes médicos de mi cliente?
- Modificaremos esa cláusula – dijo la mujer – los informes son confidenciales y el personal médico tan sólo informará si el agente es o no es apto para seguir en su puesto.
Una hora después, Katherine estampó su firma en cuatro copias del contrato modificado según las indicaciones de Peter y se despidió de él con un abrazo y la promesa de llamarle cada vez que lo necesitase.
El resto de la mañana lo invirtió en pasar los distintos reconocimientos médicos y psicológicos, en la toma de fotografías para la identificación de la que no podría separarse, en su examen de tiro, la entrega de su arma, su nuevo teléfono móvil, su nuevo portátil y cuando por fin llegó la hora del almuerzo, sintió que en su primer día de trabajo no había hecho absolutamente nada.
- ¡Hola! ¿Beckett, verdad? – preguntó una voz masculina detrás de ella.
- Sí – dijo volviéndose y pensando dónde tendría que ir en ese momento.
- Aaron Hollman – le dijo tendiéndole la mano.
- Katherine Beckett – contestó ella correspondiendo al saludo.
- Freedman me ha dicho que estarías aquí – le dijo – me ha pedido que te enseñe nuestra zona de trabajo, las instalaciones y nuestros sistemas informáticos. Soy uno de tus compañeros.
- Bien – contestó ella recogiendo su maletín – te sigo.
- Primero iremos a comer – le dijo mostrando lo que a ella le pareció una bonita sonrisa – estoy hambriento ¿tú no?
- La verdad es que sí – contestó algo tímida.
Aaron la condujo hasta el exterior del edificio, anduvieron unos minutos hasta que llegaron a un típico restaurante veinticuatro horas llamado Tick Tock , con mesas y bancos multicolores de imitación a piel y él la indicó que tomase asiento en una de las mesas junto a la ventana. Katherine entendió que él era asiduo allí en cuanto la camarera, una pelirroja cincuentona, le saludó llamándole por su nombre y sirviéndole directamente un vaso de gaseosa.
Ella observó sus facciones detenidamente mientras hablaban sobre sus respectivas procedencias, esperando su comida. Aaron era un tipo atractivo, de duras facciones, ojos azules y pelo oscuro. Mediría alrededor de un metro noventa y bajo su camisa se adivinaban trabajados músculos. Ella calculó que tendría entre treinta y cinco y cuarenta años.
- ¿Tienes novio? – preguntó Aaron mientras se llevaba un trozo de carne a la boca.
- No – contestó algo sorprendida ella y mirando sus manos para descubrir si él tenía algún anillo en sus dedos - ¿y tú?
- ¿Novio? – preguntó riendo – de momento no… tal vez algún día decida que me atrae alguno, pero de momento soy hetero – le dijo con una gran sonrisa.
- Novia – rectificó ella chasqueando la lengua encajando la broma.
- Tampoco – contestó rápido mientras la miraba fijamente y ella sintió que se ruborizaba.
Volvieron al edificio del FBI y Aaron la condujo hasta el tercer piso, que era la planta destinada a su departamento, y le mostró su despacho. Ella no esperaba poder tener un despacho propio.
Le pareció enorme, aunque en realidad, no era gran cosa, era una pequeña estancia con una mesa de trabajo, luz natural, un monitor, un teléfono, lo que parecía un cómodo sillón de oficina con ruedas, dos sillas de confidente, un pequeño armario de puertas correderas junto a un sofá de dos plazas y dos plantas que necesitaban cuidados intensivos. Olía a pintura y a madera. Y en la puerta ponía su nombre.
- Está recién pintado – aclaró Aaron – y los muebles son nuevos. Mathew, era demasiado clásico.
- ¿Y dónde está ahora Mathew? – preguntó ella.
- En Miami, o eso espero – contestó él – siempre decía que cuando se jubilase se retiraría a pescar a Miami.
- ¡Ah! – exclamó ella – entiendo.
- Ven, será mejor que te presente al resto y comencemos con el sistema – le dijo Aaron mostrándole la puerta.
Pasaron la tarde entre presentaciones de compañeros y el aprendizaje del sistema informático. Cuando llegaron las seis y media, Aaron le dijo que era hora de irse. Si no tenían caso, su horario era más relajado. Se ofreció a llevarla hasta su hotel, pero ella se negó argumentando que estaba cerca, cosa que el agente aceptó, pues el hotel donde estaba ella, era el mismo al que había ido él cuando comenzó ese trabajo, dos años antes.
Ella salió a la calle y observó la gran mole que era aquel edificio y bufó. Ésa sería su nueva casa y seguramente pasaría allí más tiempo que en ninguna otra parte. Se encaminó a paso ligero hacia su hotel. Tenía ganas de llegar y tomar un baño, pediría algo rápido para cenar y se acostaría. Aún no había empezado a trabajar, pero se sentía cansada, muy cansada.
Katherine se dejó caer boca arriba en la amplia cama en cuanto entró en la habitación del hotel. Se quedó pensativa mirando el techo. ¿Qué estaría haciendo él en ese mismo instante? Miró el reloj de su padre, eran las siete de la tarde. Quizá él estaría trabajando en su novela, estaba a punto de publicarla, o tal vez estaría paseando por el puente de Brooklyn, desde dónde le gustaba ver como atardecía sobre Manhattan…
Sin que ninguno lo supiese, a esa misma hora y a miles de kilómetros de distancia sus pensamientos se sincronizaban, al igual que pasaba con la resolución de sus casos…
****
Gates observaba a sus dos detectives a través de los cristales de su despacho. No tenía muy claro qué debía hacer con ellos.
El equipo estaba roto, y aunque cuando ella llegó a la doce, ambos detectives trabajaron juntos y sin Beckett durante el tiempo de la recuperación de ella, no estaba segura si debía poner a Esposito al frente de ambos con otro detective que les ayudase, es decir, el hispano en el puesto de Beckett, o si por el contrario debía dejarles como estaban y asignar el puesto de Beckett a ese detective de homicidios de Queens que había pedido el traslado y tenía tan buenas recomendaciones.
Se dio la vuelta y volvió a sentarse en su silla, quitándose las gafas y masajeándose el puente de su nariz.
Se alegraba mucho por Beckett, esa mujer sería capaz de llegar a donde se propusiese, pero en el fondo lamentaba, y mucho, su marcha.
Y luego estaba el escritor… solía ponerla de los nervios, pero había demostrado ser un colaborador efectivo que ponía una nota de humor entre sus muchachos.
El trabajo en homicidios era duro y tener a alguien tan payaso como Richard Castle contando disparatadas historias sobre cada uno de los casos, quitándoles hierro, parecía hacer que éste fuese más llevadero para los chicos.
Pero también él se había marchado y ahora para su sorpresa, hasta ella le echaba de menos.
Recordaba cómo les oía a lo lejos imaginando versiones de los casos, cómo Ryan solía ponerse del lado del escritor, mientras Esposito, siempre fiel a su jefa, lo hacía al de ella. Ninguno sospechaba que ella les oía a través de la ranura del panel de madera de su despacho, que no encajaba bien en el soporte de metal, y que ella sujetaba con un estante para que no cayese. En un principio llamó al personal de mantenimiento, pero cuando comprobó lo útil que era aquella ranura para poder escuchar lo que sus detectives hablaban, aunque no llegase a entender todo, decidió que no lo arreglarían.
Levantó la vista y volvió a ver a sus muchachos. Parecían huérfanos. Después del verano tomaría una decisión, ahora no tenía demasiadas ganas de hacerles pasar un mal rato poniendo a otro en lugar de Beckett, ni tenía la certeza que Esposito pudiese hacerse cargo del trabajo de Beckett.
En cuanto al escritor, dejaría pasar algún tiempo y ella misma le llamaría. Sabía que nada volvería a ser igual sin Beckett allí, pero si él quería seguir colaborando con ellos, ella no le pondría objeción alguna.
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FIN DEL CAPITULO 2.
G R A C I A S por leer hasta aquí. Espero no defraudar a nadie.
De nuevo, Natalia, gracias por tus correcciones.
Y por supuesto, gracias simplemente por leer. Recuerda que es tuyo y que sin tu lectura no seguiría.
Lo prometido es deuda y aquí van algo más de cinco mil palabras... (Estrella no te saltes las reglas, dijimos al menos cinco mil)
Este capítulo va dedicado a tod@s los que estáis de exámenes y aún así pasáis por aquí a leer. ¡Ánimo!
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CAPITULO 2. UN NUEVO DESTINO.
Martha se despidió de su hijo con un gran abrazo. Apenas unos minutos antes se había despedido de su nieta, y dos días antes había llorado mientras despedía a Katherine junto a Jim, Lanie, Javi, Kevin, Jenny y algunos de los chicos de la doce, en la pequeña fiesta que entre todos le habían preparado en la cafetería cercana a la comisaría donde solían almorzar. El gran ausente ese día fue Richard. Hasta Gates había acudido y había obsequiado a Katherine con una pequeña placa conmemorativa de agradecimiento por todos los años de servicio prestados.
Martha pensó en la etapa de la vida que estaba viviendo ¿sería ya la etapa de las despedidas? Odiaba pensarlo, siempre lo había evitado, pero irremediablemente y según pasaban los años, se iba acercando al destino final de todo ser vivo.
Sonrió dándose cuenta de todos los días que la vida le había regalado. No estaba preparada para tanta tristeza, ni mucho menos para despedidas, y no iba a pensar en ello ahora.
Se colocó el pelo y entró en el coche, echando una última mirada a su hijo que se alejaba arrastrando su equipaje con paso ligero hasta la terminal de salidas número cuatro.
Esperaba que Katherine reconsiderase su decisión y su hijo consiguiese pasar el resto de su vida junto a ella. Martha sabía de sobra que él jamás había sentido tanto amor por alguien como lo hacía por la joven y verle con el corazón totalmente destrozado y huyendo por no poder afrontar el no tenerla estaba matándola como madre. Y en el fondo sabía que la detective pasaba por el mismo trance que su hijo. Ambos eran idiotas.
Pensó en Alexander, o Richard, o como realmente se llamase el padre de su hijo, y en aquel día, cuarenta y dos años atrás, cuando descubrió la nota de despedida que le había dejado en la almohada. Tal vez hoy no estaría con él, tal vez sí. Pero él no dejó que ella lo descubriese por sí misma, la abandonó antes con excusas absurdas que hasta unos meses atrás no había llegado a comprender y gracias a que fue su propio hijo quien tuvo que contarle la verdadera historia de su padre.
Y ahora recordaba su historia al pensar en la de ellos, abandonar el amor por un trabajo era lo que le parecía que estaba haciendo Katherine. Sólo esperaba que cuando ella se diese cuenta de sus sentimientos reales, no fuese demasiado tarde para ambos, conocía a su hijo y cómo podía llevar a cabo una decisión hasta el final, sin importarle el daño que podía hacerse a sí mismo y a quién le rodease.
Marcó un número en su móvil y traspasó la llamada al manos libres del coche. Tras dos o tres tonos una voz contestó.
- Hola Martha – dijo Jim - ¿Qué tal estas?
- Hola Jim. Sólo te llamaba para saber si Katherine llegó bien a DC – dijo ella apenada.
- Sí – contestó él – llamó anoche desde su hotel. Martha yo…
- Lo sé Jim – cortó Martha – yo también lo lamento.
- Katie nunca había llegado tan lejos con nadie – dijo él – tal vez se equivoque.
- Yo estoy segura que es un tremendo error – aseguró Martha – Richard jamás ha sentido por nadie lo que siente por Katherine.
- ¿Qué tal está él? – se interesó Jim.
- Destrozado – afirmó – tanto que se ha marchado a un viaje absurdo seis semanas.
- Lo lamento – dijo Jim casi en un susurro – estaba mucho más tranquilo sabiendo que tenía a alguien preocupándose por ella y cuidándola. Era agradable ver a mi hija reír y olvidarse de ir a Green Wood todas las semanas. Yo sé que le quiere Martha – añadió.
- Lo sé Jim – dijo ella – Richard tenía que habérselo pedido mucho antes, pero tuvo miedo de asustarla. Le preocupaba volver a fracasar antes incluso de casarse. Y al final ha sido así.
- Comprendo… además ella siempre ha sido poco expresiva con sus sentimientos– aseguró el hombre – supongo que eso también tendrá que ver.
- Bueno Jim – dijo Martha para finalizar la conversación – gracias por atenderme.
- Puedes llamarme siempre que quieras – aseguró – incluso podemos ir a tomar un café y lamentarnos juntos.
- Estaría encantada – dijo ella sonriendo y recordando las diferencias que tuvieron en su primera cena como suegros.
- Pues llámame cuando tengas un rato – le dijo él – y no jueguen los Yankees, claro – le dijo con sorna provocando una pequeña carcajada de Martha.
- Jim, una última cosa – pidió.
- Tú dirás – animó él.
- No le digas a Katherine que Richard se ha ido – confesó – me hizo prometer que no se lo diría.
- No te preocupes Martha – dijo él – lo que menos me apetece ahora es hacer que Katie se sienta aún peor por haberle dejado. Algún día se dará cuenta ella sola.
- Es una gran oportunidad, no podía hacer otra cosa – confesó Martha fríamente.
- Bueno – dijo él – seguro que Richard la habría seguido a cualquier lugar donde decidiese ir.
- De eso puedes estar seguro – confirmó Martha – te llamaré Jim. Gracias de nuevo.
Martha pulsó el botón de finalización de la comunicación y se abstrajo en el denso tráfico y su camino de vuelta.
- ¡Creo en ellos, que demonios! – dijo en voz alta decidiendo que no iba a permanecer quieta, y que tiraría de los chicos de la doce para hacer todo lo posible y juntarles de nuevo.
***
Richard llegó al aeropuerto internacional de San José siete horas después de dejar a Martha en Nueva York. Tras esperar su turno y enseñar su documentación al personal de aduanas del aeropuerto, salió arrastrando su maleta y buscando en las pantallas informativas si el vuelo de Alexis había llegado correctamente. Sonrío al pensar que su pequeña gran mujer no se imaginaba que estaba siguiendo sus pasos y eso le hacía sentirse emocionado. Era como cuando jugaban al láser tag, escondiéndose de ella sin perderla de vista.
Una voz masculina le sacó de sus pensamientos.
- ¿Necesita transporte señor? – le dijo en inglés un joven rubio con la piel dorada por el sol.
- Sí – le contestó de inmediato Richard con una sonrisa a la que el joven correspondió enseguida.
- ¿Me deja llevar su maleta, señor? – le preguntó tendiéndole la mano para que se la entregase.
Richard siguió al joven hasta la salida y este le guío hasta una pequeña rotonda donde tenía aparcado prácticamente encima de la acera, un todo terreno Mitsubishi Montero cuya portezuela trasera abrió e introdujo la maleta de su nuevo cliente.
- ¿Dónde quiere que le lleve señor? – preguntó el joven abriendo una de las puertas de atrás para que Richard subiese.
- Prefiero ir delante – le dijo Richard – si no te importa.
- En absoluto – le dijo el joven mientras cerraba la puerta y le abría la del acompañante.
- Vamos a… - dijo Richard sacando de su bolsillo un papel y leyéndolo – Hotel Presidente ¿sabes dónde está? – preguntó
- Claro señor – aseguró el joven con una sonrisa – buena elección.
- Estupendo – contestó Richard - ¿Cómo te llamas?
- Leo – contestó el joven – Leonardo Coppi. Mis abuelos son italianos –aclaró.
- Entiendo – dijo Richard tendiéndole la mano – Rick, Richard Castle, los míos son estadounidenses – dijo seguro de sí mismo.
El joven estrechó su mano y puso en marcha el coche, saliendo de la zona aeroportuaria en dirección a la ciudad.
- ¿De dónde es? – preguntó tras unos minutos de silencio entre ambos.
- De Nueva York – contestó Richard.
- ¿Qué le trae por Costa Rica? ¿Turismo? – preguntó curioso Leo.
- Si te digo la verdad, persigo a una mujer – contestó – la quiero demasiado como para dejarla sola.
- ¡Vaya! – exclamó Leo – la fama la tenemos los mediterráneos…
- Desde el primer momento que la vi supe que no podría vivir sin ella – le confesó Richard – he pasado tantos buenos momentos a su lado… - hizo una pausa – aunque a veces hemos regañado me quiere incondicionalmente – aseguró – y ahora resulta que lleva casi un año queriendo vivir su vida dejándome de lado…
- Eso no está bien – dijo Leo negando con la cabeza.
- Así que decidí viajar detrás de ella sin que lo sepa – continuó Richard – simplemente para estar seguro que todo va bien y que si me necesita a su lado, estaré lo antes posible.
- Tiene que merecer mucho la pena para recorrer tantos kilómetros sin que ella sepa que está aquí… - dijo el joven pensativo.
- ¡Oh! – exclamó Richard – ya lo creo que lo merece. Es muy inteligente, responsable, guapa, sincera y sabe que con un abrazo consigue de mí todo lo que quiere…
Richard miró al joven con media sonrisa. Comprobó que éste se había quedado pensativo. Supuso que pensaría que estaba loco persiguiendo a una mujer que le alejaba de su lado viajando tan lejos. Torció el gesto en una media sonrisa, si Leo supiese que el verdadero amor de su vida le había abandonado por un trabajo a cuatrocientos escasos kilómetros…
- Supongo que te extrañará que la persiga ¿verdad? – preguntó Richard al fin.
- ¿Sinceramente? – preguntó Leo – Sí, me resulta extraño, pero veo tantas cosas extrañas en esta vida que no me sorprende que lo haga.
- Lo entenderás algún día Leo – aseguró Richard – cuando seas padre – le dijo suspirando. Esa mujer que me trae de cabeza es mi hija de diecinueve años – aclaró comprobando la cara de sorpresa de Leo – ha venido en viaje de estudios a no sé qué zona de la selva… y me preocupa –añadió.
- Amor de padre – le dijo riendo – ahora lo entiendo. ¿Su mujer le ha enviado?
- La madre de Alexis y yo estamos divorciados desde hace siglos – aclaró bufando – a ella no le preocupa en absoluto.
- Y ¿en qué parte de la selva está su hija? – preguntó el joven.
- En un sitio llamado Palo… Palo algo – dijo Richard intentando hacer memoria.
- Palo Verde – terminó Leo.
- Si, eso me suena – dijo Richard.
- Tienen un programa internacional de estudios – dijo Leo – conozco bien el lugar, llevo a muchos clientes.
- ¿Está muy lejos de aquí? – preguntó Richard
- Tres horas en coche – aseguró el joven.
- ¿Así que me llevarías? – preguntó Richard.
- Le llevaré a recorrer toda Costa Rica si usted quiere – le dijo sonriendo.
- Eso no estaría mal ya que estoy aquí – dijo Richard pensando que podría sacar todo tipo de ideas de ese viaje.
Veinte minutos después Richard se acercaba a la recepción del Hotel Presidente arrastrando su pequeña maleta y memorizando en su IPhone el teléfono de Leo. Se quedaría un par de días en la capital y pensaría seriamente la propuesta del joven para hacerle de guía personal en el país. Mientras esperaba su turno en la recepción, ojeó los folletos que le había dado Leo y que le mostraban las maravillas de aquel país: selvas, volcanes, paradisiacas playas…
El recepcionista, un estirado cincuentón de piel tostada, se dirigió a él en español. Richard le indicó que no hablaba español y el hombre le pidió en que esperase un momento mientras realizaba una llamada. Instantes después una joven sonriente le miraba mientras accedía al puesto de recepción.
- Buenos días – le dijo en un perfecto inglés cuyo acento no identificó.
- Buenos días, tengo una reserva – le dijo mientras le entregaba su pasaporte y una tarjeta de crédito.
- Muy bien señor – contestó la chica – permítame que compruebe sus datos.
La joven, a la que Richard escrutó detenidamente mientras tecleaba rápidamente en el ordenador, no parecía nativa del país. Era casi tan alta como él, rozaría la treintena, tenía unos profundos ojos verdes y un pelo largo, liso y casi albino, su tez era excepcionalmente blanca y sobre su nariz se escondía alguna que otra peca a medio disimular por su maquillaje. Sus ojos fueron hasta la chapa identificativa de la joven: Lena. Intentó adivinar su procedencia, pero desconocía el origen de ese nombre.
Lena le devolvió su documentación con una larga sonrisa.
- ¿Puede firmar aquí por favor?
- Claro – le dijo Richard dedicándole una de sus mejores sonrisas ladeadas.
La joven le entregó la llave magnética de la habitación y él, sin abandonar su mirada, rozó intencionadamente los dedos de la joven al cogerla, observando su reacción y sonriendo para sí. Estaba claro que no había perdido sus habilidades como seductor. Lena le mostró en un tríptico los detalles del hotel, los servicios de spa, el casino, el gimnasio y los dos restaurantes de los que disponía.
- Si necesita cualquier cosa, no dude en preguntar por mí – le dijo la chica – mi nombre es Lena y estaré encantada de poder ayudarle.
- Gracias Lena – contestó él poniendo su mejor sonrisa de eterno conquistador – te buscaré.
Richard se dejó caer boca arriba en la amplia cama en cuanto entró en la suite. Se quedó pensativo mirando el techo de la habitación. ¿Qué estaría haciendo ella en ese mismo instante? Miró su reloj, eran las cinco de la tarde, en Washington serían las siete. Quizá con un poco de suerte había terminado su primer día de trabajo.
Se levantó de la cama y se acercó al amplio ventanal, que le ofrecía unas excepcionales vistas de la ciudad. Intentó localizar sin éxito el modesto hotel donde Alexis pasaría aquella noche acompañada del resto de su grupo. Sabía que había elegido la misma zona de la ciudad y que podría encontrarse con ella si salía, pero a la vez, lo había hecho justo para poder comprobar que a su pelirroja favorita le iba bien, por eso decidió que tomaría una ducha y saldría a cenar por los alrededores y para acercarse lo suficiente al hotel de Alexis e intentar verla.
Mientras bajaba en el ascensor, pensó que era el momento de pedir a Lena que le recomendase algún restaurante y se colocó el flequillo mientras revisaba su imagen en el gran espejo del fondo.
Cuando las puertas se abrieron, observó como la joven atendía a una pareja de turistas, sin duda centroeuropeos por sus rasgos y corpulencia, bastante quemados por el sol y que seguían con interés las indicaciones que ella les daba. Se acercó despacio y pudo distinguir lo que le pareció era una conversación en alemán.
- ¿En que puedo ayudarle señor Castle? – le preguntó Lena con una gran sonrisa después de despedir a la pareja de alemanes.
- ¿Me podrías recomendar algún restaurante para cenar algo? – le preguntó.
Tras diez minutos de explicaciones por parte de Lena y de flirteo por parte de él, salió del hotel en dirección a la cercana Avenida Uno, donde se encontraba el hotel “La Cuesta” donde se alojaba su hija. Miró varias cruces que Lena le había dibujado en el básico mapa y decidió que cenaría en cualquier sitio desde el que pudiese vigilar la entrada del hotel, de todas formas, no había prestado atención de las recomendaciones gastronómicas de la joven, estaba más pendiente de trasmitirle su interés por ella que por la comida.
Minutos después tomaba asiento en una mesa junto a la ventana de una pequeña cafetería frente al hotel de Alexis. Pidió una cerveza y un tamal, y cuando estaba degustando, el que a su parecer, era uno de los mejores cafés que había probado, divisó la anaranjada cabeza de su hija entre un grupo de jóvenes que se acercaban al hotel.
La vio reír junto al resto, mientras que uno de los muchachos les relataba algo gesticulando en exceso. Se pararon junto a la puerta del hotel unos minutos, desapareciendo por la puerta tras lo que suponía era una despedida para descansar y prepararse para el siguiente día.
Terminó su café, pagó lo que le indicaba en una nota el camarero al que no entendía, y salió del local en dirección a su propio hotel.
Poco a poco iba anocheciendo y una suave y templada brisa lo envolvía todo. Volvió a pensar en ella. Suspiró. Lo que daría por dormir a su lado aquella noche.
****
Ella revisó por última vez la imagen que le devolvía el espejo. Pensó que sin duda acabaría aburriéndose de chaquetas negras y abotonadas camisas blancas. Sujetó con una horquilla un pequeño mechón rebelde que se había escapado de su recogido pelo. Chasqueó la lengua y salió del baño tomando su maletín. Al menos vivir en un hotel le permitiría no tener que preocuparse por limpiar ni arreglar nada.
Salió de la habitación mirando el reloj de su padre. Había quedado en media hora con Peter, un abogado amigo de su padre al que recordaba de cuando era niña, que vivía en la cercana Baltimore y que la acompañaría y asesoraría antes de firmar el contrato de su nuevo trabajo.
Se preguntó en silencio qué tipo de cláusulas contendría aquel documento cuando el propio subdirector Freedman le había recomendado que acudiese acompañada de un abogado. Esperaba que en ninguna de ellas se especificase que debía trabajar las veinticuatro horas del día, siete días a la semana, aunque por otro lado, en ese momento quizá era lo único que necesitaba. Olvidarse del mundo centrándose en su nuevo trabajo.
- ¿Katie? – le preguntó el hombre al ver como ella se acercaba.
- Peter – contestó sonriendo – no has cambiado nada sigues como te recordaba.
- No mientas a un anciano – la reprendió – esto ya no es lo que era – le dijo señalando su gran calvicie y su prominente barriga – en cambio tú… mírate… estás preciosa.
- Supongo que esto – le dijo señalándole la barriga- se debe a que la vida no te ha tratado tan mal - le dijo ella correspondiendo al abrazo que el hombre le daba.
- ¿Sabes? – dijo alejándose para mirarla mejor – te pareces mucho a tú madre, eres el vivo retrato de Johanna – le dijo con un punto de tristeza.
- Bueno, eso es lo que me dicen, aunque yo no estoy tan segura – contestó con amargura ella.
- Créeme – dijo Peter sonriendo queriendo quitarle hierro – mejor que te parezcas a tu madre que al sinvergüenza de Jim. Dime ¿Cómo le va a tu padre? – preguntó.
- Ya sabes, en su mundo de trabajo – contestó ella.
- ¿Qué ha pasado con el equipo de beisbol que entrenaba? –se interesó él.
- Sigue con esos niños, se divierte pero no ganan ni un partido –le dijo riendo.
- Bien Katie – dijo – vayamos a ver cómo es ese contrato – dijo haciendo un gesto con la mano para que ella accediese al edificio del FBI.
- Gracias por venir Peter – le dijo ella pasando por la puerta giratoria.
- No debes darlas – respondió él – cuento con tu padre y él conmigo.
- Aun así venir desde Baltimore… - contestó ella mientras se acercaba al mostrador de recepción entregando su documentación al agente de seguridad que les hizo un gesto con la cabeza a modo de escueto saludo.
- Bah, es menos de una hora en coche – contestó él entregando también su documentación al agente.
Les entregaron identificaciones que tuvieron que colocar visibles pinzadas sobre su ropa, junto a un impreso donde figuraba la planta, el despacho y un pequeño plano de cómo llegar hasta el despacho donde en cinco minutos tenían la cita.
Cuatro minutos después y mientras ambos esperaban sentados en un extremo de una gran mesa de madera de color oscuro, hizo su entrada el subdirector Freedman acompañado de una mujer afroamericana de mediana edad a la que les presentó como Elisabeth Jackson, del departamento de recursos humanos.
La mujer comenzó a dar una pequeña explicación de la confidencialidad a la que debía someterse aquella reunión por ambas partes. Les tendió a ambos una copia del contrato, indicándoles que podían hacer cualquier anotación sobre el mismo. Les indicó que la reunión estaba siendo grabada por las cámaras de seguridad y que cualquier intento por copiar o hacer alguna fotografía del mismo con sus móviles sería motivo para cancelar la reunión y que el puesto no le fuese asignado. Se les garantizó que la grabación era únicamente de su imagen.
El subdirector Freedman por su parte, advirtió a Katherine que si no estaba completamente segura de lo que iba a firmar, entendería que rechazase el puesto de trabajo.
Tras varios minutos, Freedman y Jackson les dejaron solos para que leyesen y aclarasen los puntos entre ellos, prometiendo volver una hora después. Les indicó que tenían a su disposición la máquina de café que descansaba sobre una mesa en un rincón de la sala.
- Me estoy empezando a asustar – dijo ella a Peter en cuanto ambos agentes salieron de la sala.
- No creo que sea para tanto – le dijo Peter ojeando el contrato con rapidez - ¿sabías que no podrás abandonar este trabajo hasta que pasen dos años? – le preguntó consciente de que había dejado toda su vida en Nueva York y por lo que había hablado con Jim, tenía una relación sentimental un poco en el aire.
- No – dijo Katherine buscando esa parte.
- Aquí – le dijo él mostrándole un párrafo - ¿tienes algún problema con eso?
- No – dijo ella después de dudar unos segundos – supongo que si he llegado hasta aquí es para quedarme.
- Bien – dijo él – si te parece, lee tu copia y yo iré leyendo la mía. Cualquier duda que tengas, para y la aclaramos.
Ella asintió y comenzó a leer con tranquilidad. Tal y como le había dicho Peter, debía mantenerse en aquel puesto durante dos años, sin poder abandonarlo excepto por motivos médicos o excepcionales que pudiesen justificarlo. Por un momento pensó en Richard. Si en algún momento pensaba arrepentirse, con esto no había vuelta atrás. Tragó silenciosamente saliva y siguió leyendo.
Los tres primeros meses de trabajo estaría acompañada por otros agentes de su mismo nivel, observando y aprendiendo para después pasar a hacerlo con otros agentes de rango inferior que la ayudarían en sus casos.
Por fin entendió cúal era el motivo por el que los agentes federales no hacían comentario alguno sobre ningún caso cuando en ocasiones se habían cruzado y habían trabajado juntos. Las cláusulas sobre la confidencialidad especificaban que podían encarcelarles de por vida si se destapaban secretos que afectasen a la seguridad nacional. Richard había comentado ese tipo de situaciones en alguna ocasión fantaseando sobre espionaje y seguridad nacional, y ella siempre le había dicho que exageraba.
Aparte de tener que mantener silencio sobre los datos de cualquier persona investigada, tenía que hacerlo también sobre los medios utilizados para ello, software, intervención telefónica, grabaciones, datos biológicos… esto último le pareció tan de ciencia ficción que no pudo remediar sonreír al pensar que tipo de frase utilizaría Richard si estuviese leyendo esa cláusula.
Le sorprendió gratamente la cifra que figuraba en el apartado correspondiente a su salario. Casi triplicaba su sueldo como detective en Nueva York. Dietas, gastos, traslados, tiempos de descanso… todo le parecía correcto.
Los horarios de trabajo en otro momento podrían haberle molestado, pero ahora, le parecieron una delicia. Dedicación plena durante las veinticuatro horas hasta la resolución o cierre de un caso. Aunque eso podría volverse en su contra si no encontraba una solución más o menos rápida y necesitaba tiempo libre, pero en ese momento justo lo que necesitaba para olvidar a Richard era mantenerse ocupada al cien por cien.
Viajar cuando y donde fuese indispensable por el medio más rápido, acudir a los juicios que fuesen necesarios incluso aunque ya no prestase servicio como agente, siempre y cuando fuese requerida para ello y en cualquier ciudad del país.
Normas sobre vestimenta, normas sobre relaciones íntimas con otros agentes con los que trabajase, normas sobre trato con los superiores, normas sobre el trato con otros cuerpos de seguridad del país…
Peter y ella revisaban en silencio el contrato. Ella se levantó y sirvió café para ambos.
- ¿Todo claro? – preguntó Peter.
- Es abrumador – contestó ella.
- Bueno, puede parecer que si firmas ahí – le dijo señalando la línea de puntos – pierdes la libertad de ser tu misma. La cuestión Katie es… ¿Quieres de verdad este trabajo?
Ella le sostuvo la mirada durante eternos segundos. Por su mente pasaron mil situaciones con sus amigos, con su padre, con sus compañeros de trabajo y por supuesto con Richard.
- Sí Peter… quiero este trabajo – le dijo por fin – no me malinterpretes, ser detective de homicidios en Nueva York ha sido mejor de lo que pensé cuando entré en la academia, era mi objetivo y lo cumplí. Pero esto… – continuó – estar aquí en este puesto, me permitirá dar solución a casos que como policía no me ha estado permitido. Y eso es un reto que no puedo dejar pasar.
- Bien… - contestó Peter tras mirarla por unos segundos – yo tengo un par de objeciones.
- Adelante – le dijo ella.
- No entiendo la cláusula que no te permite dejar este puesto en dos años – le dijo.
- Peter eso…
- Déjame acabar – cortó él y ella viajó hasta el momento en el que Richard la cortó de la misma forma para pedir que se casase con él – has vivido desde que naciste en Nueva York, tienes allí tus amigos, tu familia, el que hasta ahora era tu trabajo ¿Dos años obligada a no poder renunciar a este puesto? ¿Qué ocurrirá si este puesto no cubre las expectativas que te has planteado? Deberíamos rebatir esto – le dijo sinceramente.
- Vale… haz una anotación – le pidió ella - ¿Cuál es la otra objeción?
- Tendrás que someterte a revisiones médicas y psicológicas, al comienzo del trabajo y cada seis meses y a requerimiento de tus superiores cuando lo consideren y con los profesionales asignados para ello – le dijo.
- Bueno, entiendo que tenga que ser así – le dijo ella pensativa no entendiendo el problema.
- No veo que por aquí ponga por ningún sitio que esa información es absolutamente confidencial y no podrá ser revelada – le dijo – ¿quieres que tu información médica y psicológica pueda ser revisada por cualquiera?
- ¡No! – dijo ella pensando en sus largas jornadas de trabajo con el doctor Burke – claro que no.
- Pues deberíamos rebatir este punto - informó Peter.
- Bien… ¿algo más?
- La parte del salario supongo que ya la habías hablado en la entrevista – dijo – no hay mucho que hacer al respecto y las dietas y gastos cumplen las normativas.
- No lo había hablado – confesó ella – me interesaba más el puesto que el salario y me ha parecido correcto.
A la hora convenida Freedman y Jackson volvieron al despacho. Peter les comentó sus observaciones y ambos agentes se miraron entre sí.
- Podemos rebajar de dos a un año, pero la renuncia prematura a este puesto no está contemplada en nuestras normas – dijo la mujer – la verdadera comprensión de los nuevos agentes a su puesto de trabajo se produce tras un período largo de trabajo, la elección y formación de cada agente conlleva un gran esfuerzo y trámites por parte de la agencia, no podemos permitirnos que abandonen antes de comprender bien sus objetivos.
Peter miró a Katherine que le asintió levemente.
- Bien, modifiquen y que sea un año – dijo él - ¿Qué ocurre con los informes médicos de mi cliente?
- Modificaremos esa cláusula – dijo la mujer – los informes son confidenciales y el personal médico tan sólo informará si el agente es o no es apto para seguir en su puesto.
Una hora después, Katherine estampó su firma en cuatro copias del contrato modificado según las indicaciones de Peter y se despidió de él con un abrazo y la promesa de llamarle cada vez que lo necesitase.
El resto de la mañana lo invirtió en pasar los distintos reconocimientos médicos y psicológicos, en la toma de fotografías para la identificación de la que no podría separarse, en su examen de tiro, la entrega de su arma, su nuevo teléfono móvil, su nuevo portátil y cuando por fin llegó la hora del almuerzo, sintió que en su primer día de trabajo no había hecho absolutamente nada.
- ¡Hola! ¿Beckett, verdad? – preguntó una voz masculina detrás de ella.
- Sí – dijo volviéndose y pensando dónde tendría que ir en ese momento.
- Aaron Hollman – le dijo tendiéndole la mano.
- Katherine Beckett – contestó ella correspondiendo al saludo.
- Freedman me ha dicho que estarías aquí – le dijo – me ha pedido que te enseñe nuestra zona de trabajo, las instalaciones y nuestros sistemas informáticos. Soy uno de tus compañeros.
- Bien – contestó ella recogiendo su maletín – te sigo.
- Primero iremos a comer – le dijo mostrando lo que a ella le pareció una bonita sonrisa – estoy hambriento ¿tú no?
- La verdad es que sí – contestó algo tímida.
Aaron la condujo hasta el exterior del edificio, anduvieron unos minutos hasta que llegaron a un típico restaurante veinticuatro horas llamado Tick Tock , con mesas y bancos multicolores de imitación a piel y él la indicó que tomase asiento en una de las mesas junto a la ventana. Katherine entendió que él era asiduo allí en cuanto la camarera, una pelirroja cincuentona, le saludó llamándole por su nombre y sirviéndole directamente un vaso de gaseosa.
Ella observó sus facciones detenidamente mientras hablaban sobre sus respectivas procedencias, esperando su comida. Aaron era un tipo atractivo, de duras facciones, ojos azules y pelo oscuro. Mediría alrededor de un metro noventa y bajo su camisa se adivinaban trabajados músculos. Ella calculó que tendría entre treinta y cinco y cuarenta años.
- ¿Tienes novio? – preguntó Aaron mientras se llevaba un trozo de carne a la boca.
- No – contestó algo sorprendida ella y mirando sus manos para descubrir si él tenía algún anillo en sus dedos - ¿y tú?
- ¿Novio? – preguntó riendo – de momento no… tal vez algún día decida que me atrae alguno, pero de momento soy hetero – le dijo con una gran sonrisa.
- Novia – rectificó ella chasqueando la lengua encajando la broma.
- Tampoco – contestó rápido mientras la miraba fijamente y ella sintió que se ruborizaba.
Volvieron al edificio del FBI y Aaron la condujo hasta el tercer piso, que era la planta destinada a su departamento, y le mostró su despacho. Ella no esperaba poder tener un despacho propio.
Le pareció enorme, aunque en realidad, no era gran cosa, era una pequeña estancia con una mesa de trabajo, luz natural, un monitor, un teléfono, lo que parecía un cómodo sillón de oficina con ruedas, dos sillas de confidente, un pequeño armario de puertas correderas junto a un sofá de dos plazas y dos plantas que necesitaban cuidados intensivos. Olía a pintura y a madera. Y en la puerta ponía su nombre.
- Está recién pintado – aclaró Aaron – y los muebles son nuevos. Mathew, era demasiado clásico.
- ¿Y dónde está ahora Mathew? – preguntó ella.
- En Miami, o eso espero – contestó él – siempre decía que cuando se jubilase se retiraría a pescar a Miami.
- ¡Ah! – exclamó ella – entiendo.
- Ven, será mejor que te presente al resto y comencemos con el sistema – le dijo Aaron mostrándole la puerta.
Pasaron la tarde entre presentaciones de compañeros y el aprendizaje del sistema informático. Cuando llegaron las seis y media, Aaron le dijo que era hora de irse. Si no tenían caso, su horario era más relajado. Se ofreció a llevarla hasta su hotel, pero ella se negó argumentando que estaba cerca, cosa que el agente aceptó, pues el hotel donde estaba ella, era el mismo al que había ido él cuando comenzó ese trabajo, dos años antes.
Ella salió a la calle y observó la gran mole que era aquel edificio y bufó. Ésa sería su nueva casa y seguramente pasaría allí más tiempo que en ninguna otra parte. Se encaminó a paso ligero hacia su hotel. Tenía ganas de llegar y tomar un baño, pediría algo rápido para cenar y se acostaría. Aún no había empezado a trabajar, pero se sentía cansada, muy cansada.
Katherine se dejó caer boca arriba en la amplia cama en cuanto entró en la habitación del hotel. Se quedó pensativa mirando el techo. ¿Qué estaría haciendo él en ese mismo instante? Miró el reloj de su padre, eran las siete de la tarde. Quizá él estaría trabajando en su novela, estaba a punto de publicarla, o tal vez estaría paseando por el puente de Brooklyn, desde dónde le gustaba ver como atardecía sobre Manhattan…
Sin que ninguno lo supiese, a esa misma hora y a miles de kilómetros de distancia sus pensamientos se sincronizaban, al igual que pasaba con la resolución de sus casos…
****
Gates observaba a sus dos detectives a través de los cristales de su despacho. No tenía muy claro qué debía hacer con ellos.
El equipo estaba roto, y aunque cuando ella llegó a la doce, ambos detectives trabajaron juntos y sin Beckett durante el tiempo de la recuperación de ella, no estaba segura si debía poner a Esposito al frente de ambos con otro detective que les ayudase, es decir, el hispano en el puesto de Beckett, o si por el contrario debía dejarles como estaban y asignar el puesto de Beckett a ese detective de homicidios de Queens que había pedido el traslado y tenía tan buenas recomendaciones.
Se dio la vuelta y volvió a sentarse en su silla, quitándose las gafas y masajeándose el puente de su nariz.
Se alegraba mucho por Beckett, esa mujer sería capaz de llegar a donde se propusiese, pero en el fondo lamentaba, y mucho, su marcha.
Y luego estaba el escritor… solía ponerla de los nervios, pero había demostrado ser un colaborador efectivo que ponía una nota de humor entre sus muchachos.
El trabajo en homicidios era duro y tener a alguien tan payaso como Richard Castle contando disparatadas historias sobre cada uno de los casos, quitándoles hierro, parecía hacer que éste fuese más llevadero para los chicos.
Pero también él se había marchado y ahora para su sorpresa, hasta ella le echaba de menos.
Recordaba cómo les oía a lo lejos imaginando versiones de los casos, cómo Ryan solía ponerse del lado del escritor, mientras Esposito, siempre fiel a su jefa, lo hacía al de ella. Ninguno sospechaba que ella les oía a través de la ranura del panel de madera de su despacho, que no encajaba bien en el soporte de metal, y que ella sujetaba con un estante para que no cayese. En un principio llamó al personal de mantenimiento, pero cuando comprobó lo útil que era aquella ranura para poder escuchar lo que sus detectives hablaban, aunque no llegase a entender todo, decidió que no lo arreglarían.
Levantó la vista y volvió a ver a sus muchachos. Parecían huérfanos. Después del verano tomaría una decisión, ahora no tenía demasiadas ganas de hacerles pasar un mal rato poniendo a otro en lugar de Beckett, ni tenía la certeza que Esposito pudiese hacerse cargo del trabajo de Beckett.
En cuanto al escritor, dejaría pasar algún tiempo y ella misma le llamaría. Sabía que nada volvería a ser igual sin Beckett allí, pero si él quería seguir colaborando con ellos, ella no le pondría objeción alguna.
*******************************
FIN DEL CAPITULO 2.
G R A C I A S por leer hasta aquí. Espero no defraudar a nadie.
De nuevo, Natalia, gracias por tus correcciones.
Anver- Policia de homicidios
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Localización : Madrid
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Pues vaya coñazo el FBI, tan estirados, tan rígidos, tan negros...
Donde esté la 12th que se quiten los agentes especiales.
Que mona es Martha.
Papá Castle ejerciendo de guardaespladas, jajjajaj. Bueno tiene 5 años de practica con Beckett.
Pobres Ryan y Espo han perdido a mamá y a papá al mismo tiempo, no se qué va a ser de ellos sin sus papis. jajajaj
Bueno pues toca esperar 1 semana a ver que se te ha ocurrido.
PD: No te parecen suficientemente largos mis cap???????????
besosssssssssssssssssssss
Donde esté la 12th que se quiten los agentes especiales.
Que mona es Martha.
Papá Castle ejerciendo de guardaespladas, jajjajaj. Bueno tiene 5 años de practica con Beckett.
Pobres Ryan y Espo han perdido a mamá y a papá al mismo tiempo, no se qué va a ser de ellos sin sus papis. jajajaj
Bueno pues toca esperar 1 semana a ver que se te ha ocurrido.
PD: No te parecen suficientemente largos mis cap???????????
besosssssssssssssssssssss
meln- As del póker
- Mensajes : 424
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Edad : 51
Localización : madrid
Re: Volver a empezar. CAP 19. FINAL. (23/09/13)
Ay... dios. Madrecita. Me esta costando sangre y sudor leer tu fic, en serio. Me esta entrando una pena... Que amargo es todo, POR FAVOR .
Dejando a un lado mi crisis depresivas: Ana, estoy enamorada . Me encanta la delicadeza con la que lo relatas. Es TAN real, TAN bonito. En serio, me encanta. Presiento que voy a sufrir muchisimo y voy a acabar llorando en algun momento, pero haces que merezca la pena . Solo espero que esos dos dejen de remolonear y de estar mohinos y se pongan de acuero, OÑE, QUE ME ENFADO.
Aiiis, estare esperando la conti con un pañuelo en mano, por si acaso . Esta historia tiene pinta de ser de las grandes, Ana. En serio. Estoy deseando saber como vas a seguirla <33.
Dejando a un lado mi crisis depresivas: Ana, estoy enamorada . Me encanta la delicadeza con la que lo relatas. Es TAN real, TAN bonito. En serio, me encanta. Presiento que voy a sufrir muchisimo y voy a acabar llorando en algun momento, pero haces que merezca la pena . Solo espero que esos dos dejen de remolonear y de estar mohinos y se pongan de acuero, OÑE, QUE ME ENFADO.
Aiiis, estare esperando la conti con un pañuelo en mano, por si acaso . Esta historia tiene pinta de ser de las grandes, Ana. En serio. Estoy deseando saber como vas a seguirla <33.
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